Pese a los antecedentes en films como Zombie Blanco, de 1932, el subgénero de los zombies emergió en 1968, con el estreno de la fundacional e imprescindible La Noche de los Muertos Vivos, cortesía de George A. Romero, todavía referente de estos monstruos. Fueron llegando más obras maestras con resucitados devoradores de gente, pero las sorpresas más divertidas aparecieron cuando se les dio un enfoque de comedia: El Regreso de los Muertos Vivos (revividos que comen cerebros, punks y referencias a La Noche…), Braindead (obra cumbre gore de Peter Jackson), la trilogía argentina de Plaga Zombie (donde los monstruos son parte de una invasión extraterrestre), Zombieland (con el mejor elenco en una película de estas características), Mi Novio es un Zombie (incluye romance entre un “caminante” y una muchacha), y Shaun of the Dead (conocida en Argentina como Muertos de Risa), ópera prima de Edgar Wirght, de la que no se aleja mucho la reciente Juan de los Muertos. Los zombies siguen invadiendo latitudes. Esta vez le toca el turno a Cuba. Hordas hambrientas van de acá para allá, devorando gente y generando terror. El inefable Juan (Alexis Díaz de Villegas), junto a su inseparable Lázaro (Jorge Molina), aprovecha el caos para crear un extraño pero fructífero emprendimiento: “Juan de los Muertos”, empresa dedicada al exterminio de resucitados a los que da culpa exterminar. ¿Tu padre se convirtió en un cadáver asesino pero no te atrevés a volarle la cabeza de un escopetazo? No te preocupes, que Juan de los Muertos llegó para solucionar tus problemas. Por algo el slogan es “matamos a sus seres queridos”. Fenomenal sátira política y social cubana, repleta de humor -negrísimo, por supuesto- y sangre. El director Alejandro Brugués no se guarda nada y jamás vacila a la hora de meterse con temas delicados del pueblo cubano, como el bloqueo económico, los escapes en balsas y la enemistad con el imperialismo. De hecho, en los primeros minutos del film, los medios locales afirman que la amenaza zombie consiste en “un grupo de disidentes pagados por el gobierno de los Estados Unidos”. Además de darle importancia al guión y a las dobles lecturas, el realizador también se despacha con secuencias apocalípticas, escenas subacuáticas y explosiones que no tienen nada que envidiarle a las mejores producciones del género. Alexis Díaz de Villegas se roba la película como Juan, un perdedor que ve la oportunidad de su vida -en medio de la muerte, vaya paradoja- al tiempo que debe recomponer la relación con su hija (la española Andrea Duro), quien al principio de la historia quiere irse a Miami. Lo acompaña un elenco secundario repleto de individuos tan antiheróicos como el protagonista. Salvaje, inesperada, desopilante, cinematográfica, Juan de los Muertos no sólo es una enorme sorpresa: también es uno de los mejores film con zombies, tanto en tono de comedia como en general. Y, por sobre todas las cosas, prueba que, incluso si ya no hay lugar en el Infierno y los muertos caminan sobre la Tierra, siempre se puede crear una fuente laboral y brindar un servicio público, aunque eso signifique volar algunos cráneos.
Cuando el trámite definitivo para adoptar un hijo vuelve a fallar por cuestiones de papeles, Álvaro (Rafael Ferro) y Ana (María Ucedo) optan por una alternativa: buscar un bebé en la provincia de Misiones. Hacia allí viajará él, y sabe que no será una tarea sencilla. En un mundo diferente al de Buenos Aires, con otras leyes -o sin leyes-, logrará dar con Anahí (Sofía Brito), una joven a punto de dar a luz, que incluso en ese estado trabaja en un cabaret y no cuida su salud. Será la mejor oportunidad para que Álvaro pueda conseguir lo que tanto anhela. Pero alrededor de la muchacha merodea gente peligrosa, no dispuesta a dejarla escapar. Con el documental Solo de Guitarra -sobre el músico Walter Malosetti- como único antecedente, Daniel Gaglianó presenta, en su primer largometraje de ficción, una historia sobre el amor y la esperanza en un contexto de corrupción, mafias, miseria y muerte. La película se mete con temas delicados: la trata de mujeres, la venta de bebés, la adopción ilegal. Sin embargo, lejos de elegir el camino del drama de denuncia social o de recurrir a golpes bajos, está contada como un thriller y desde el punto de vista de Álvaro, de modo que el público también lo acompaña en esta riesgosa iniciativa y se identifica con su objetivo. Se sabe que está procediendo de una manera clandestina, por afuera de lo que debería ser correcto, pero resulta imposible juzgarlo. La empatía que genera el protagonista se debe principalmente al trabajo de Rafael Ferro, en otro papel arriesgado. Sin duda, un actor tan convincente desde lo físico como a nivel introspectivo. No se queda atrás la joven Sofía Brito, en su segunda participación cinematográfica luego de Los Salvajes, de Alejandro Fadel; un personaje que también podrá encontrar una manera de escapar de su triste destino. El Hijo Buscado es un drama sórdido contado como una de suspenso, con una intensidad e ideas que por momentos remiten a Niños del Hombre, obra cumbre de Alfonso Cuarón. Pero, ante todo, es una historia sobre la búsqueda de la felicidad y cómo es preciso jugarse entero por ella.
El cine bíblico existe desde el período mudo. Basta con citar las supreproducciones de Cecil B. DeMille, como Los Diez Mandamientos, de 1923… readaptada por el mismo en 1956, en colores, con Charlton Heston como Moisés, responsable de liberar al pueblo judío. Es justamente este pasaje del Viejo Testamento -con sus plagas y el Mar Rojo abriéndose- que Ridley Scott, el DeMille contemporáneo, recrea en Éxodo: Dioses y Reyes. Estamos en el Antiguo Egipto. Moisés (Christian Bale) y Ramsés (Joel Edgerton) crecieron juntos, como príncipes, pero son muy distintos. Uno es más racional y comienza a cuestionar los manejos de los faraones; el otro es más creyente, pero cuando llega a lo más alto del poder, pronto se irá convenciendo de que él mismo es una deidad. Cuando Moisés descubra sus verdaderos orígenes hebreos, será exiliado del reino. Pero será en su nueva vida, lejos de la ostentación y cerca del amor de su nueva y genuina familia, que recibirá una misión del mismísimo Dios: luchar por la libertad de los israelíes que su ex familia real viene esclavizando desde hace 400 años. Una tarea nada fácil, en la que también intervendrán hechos de carácter divino. Al igual que en sus anteriores films épicos-históricos, el director plasma una impactante recreación de época al servicio de un drama con intrigas, batallas y, esta vez, fenómenos divinos. Como en los films de DeMille, las secuencias de las Diez Plagas de Egipto y las de infinidad de judíos atravesando el Mar Rojo seco eran las que más prometían, y Scott cumple con creces. De todas maneras, nunca abandona los temas centrales: la tirante relación entre Moisés y Ramsés (con muchos puntos en común con la de Máximo y Cómodo en Gladiador) y la impunidad de los manejos de las altas esferas y cómo ellos mismos se creían dioses, al punto de hacer construir ciclópeas estatuas para imponerse ante la tierra y el cielo. Christian Bale es el Moisés perfecto, convincente como un individuo que debe asumir su rol de profeta y también a la hora de combatir a los espadazos. Sin duda, su presencia le suma a la película, de la misma manera que Russell Crowe sumaba en Gladiador y Robin Hood y que Orlando Bloom restaba en Cruzada. Le sigue de cerca el australiano Joel Edgerton, quien compone a un Ramsés más frágil y menos inteligente, siempre un déspota. Ambos actores les imprimen humanidad a personajes muchas veces interpretados en las pantallas. En papeles secundarios pero claves se encuentran Ben Kingsley, John Turturro, Ben Mendelsohn, María Valverde y Aaron Paul. Y Sigourney Weaver como Tuya, la madre de Ramsés; una intervención demasiado mínima, pero la actriz catapultada por Scott en Alien impone toda su presencia. Éxodo: Dioses y Reyes ya no sorprende desde la capacidad de Ridley Scott para rescatar períodos olvidados (aunque algunas veces le fue mejor que otras, queda clara su mano para esta clase de films), pero los aciertos de casting y las logradas secuencias cruciales la convierten en uno de sus mejores trabajos de una trayectoria irregular. Además, junto con Noé, de Darren Aronofsky, marca el regreso de las aventuras bíblicas, provocando que Las Sagradas Escrituras vuelvan a devenir en Las Sagradas Pantallas.
A comienzos de los ’90, Santiago Segura ya tenía una carrera en los medios españoles, sobre todo a partir de sus participaciones en Acción Mutante y El Día de la Bestia, ambas de Álex de la Iglesia. Pero no se consagró hasta que pudo concretar su ópera prima como director, guionista y actor: Torrente, el Brazo Tonto de la Ley. Una obra maestra de la incorrección política y de las parodias a arquetipos como Harry, el Sucio, pero con la idiosincrasia más extrema de la Península Ibérica. Pero Segura logra hacer querible a un oficial capaz de los excesos más estrafalarios; un antihéroe que reúne lo peor del ser humano, pero siempre en clave de ese estilo de comedia que supo patentar Luis García Berlanga. En la quinta parte de la saga (que no lleva el número 5), Torrente sale de la cárcel en una suerte de España distópica: es 2018 y, entre otras cosas, existe una versión en el viejo mundo de la “ciudad del vicio” norteamericana: Eurovegas. Y es justamente el hotel-casino más importante el que le interesa, ya que planea atracarlo gracias al contacto con John Marshall (Alec Baldwin), quien supervisó la seguridad del edificio durante su construcción. Para ejecutar el ambicioso robo, Torrente debe formar un equipo de especialistas, dispuestos a robar todo el dinero de la caja fuerte durante la final del Mundial, que jugarán Argentina vs. Cataluña (otro cambio en ese futuro: esta comunidad española ya se independizó del resto del país). Pero los “especialistas” reunidos comprenden otros personajes feos, estrafalarios y carentes de habilidad, sobre todo a la hora de cometer un crimen. Pero Torrente se las arreglará para explotar el talento de sus dirigidos. Así como las cuatro películas anteriores tomaban su estructura de otros films, para reinterpretarlos en clave de parodia, aquí la fuente principal es Ocean’s Eleven, en sus versiones protagonizada por el Rat Pack que lideraba Frank Sinatra (Once a la Medianoche) y la más reciente, con George Clooney a la cabeza (La Gran Estafa). Claro que aquí los ladrones no derrochan carisma y belleza sino que apenas se mueven de su condición de perdedores e inadaptados sociales. Y es aquí donde surge gran parte del humor, que incluye algunos de los gags más desopilantes de la franquicia. Además de Torrente, la nueva figura llamativa es la de Alec Baldwin, quien habla bastante en español y le da un encanto especial a su personaje, confirmando lo bien que le sienta la comedia. También se destaca el cada vez más ascendente Carlos Areces como uno de los extravagantes reclutas. Y, por supuesto, hay cameos de figuras como Joaquín Sabina. En Torrente: Operación Eurovegas, Santiago Segura goza interpretando a su criatura más exitosa, y se refleja en otra película divertida, escatológica, con ritmo e imaginación. El director promete que es su última película torrontezca, pero quién sabe si nos vuelve a sorprender en unos años. ¿Qué otras posibles aventuras imaginan para este ídolo del desquicio?
Generando amores y odios en el camino, Christopher Nolan se consagró como uno los cineastas más importantes del momento. De sus comienzos más independientes, con Following, pasó a superproducciones hollywoodenses, como la trilogía de El Caballero de la Noche, sin perder jamás sus preocupaciones de la primera hora. Uno de los pocos autores capaces de demostrar que, incluso hoy en día, es posible combinar calidad y gran espectáculo. Pero ninguno de sus trabajos anteriores llega al nivel de ambición que propone en Interestelar. La Tierra se aproxima a su fin. La escasez de alimentos provoca una terrible crisis alimenticia. Las nubes de polvo se vuelven constantes, como si pretendieran sepultar a todo ser vivo. Entre quienes padecen este inminente Apocalipsis está Cooper (Matthew McConaughey), granjero con pasado de piloto aeroespacial. En un paraje campestre, se las arregla para mantener a su familia, compuesta por su suegro (John Lithgow), su hijo (Timothée Chalamet) y Murph (Mackenzie Foy), su pequeña hija, con quien tiene una especial afinidad. Una misteriosa señal lo lleva a la NASA, que se creía inactiva, y allí será reclutado para una misión crucial: encontrar nuevos mundos que las personas puedan habitar. No otros planetas de la Vía Láctea, sino en galaxias vecinas, a las que podrán acceder mediante agujeros de gusano. Cooper y un grupo de valientes emprenderán un viaje a través del tiempo y del espacio. Pero, ¿qué serán capaces de sacrificar nuestros héroes con tal de conseguir un futuro para la raza humana? En El Origen, Nolan ya había dado muestras de una muñeca interesante para el cine de ciencia ficción, en el que abundaban realidades paralelas relacionadas entre sí (de hecho, los saltos temporales siempre fueron una de sus marcas de fábrica). Ahora la apuesta es mucho más grande, pero desde un punto de vista distinto: hay obsesión, como en toda la obra nolaniana, y personajes atormentados, pero aquí el accionar es por una cuestión positiva, humana. Cooper acepta salvar a la humanidad, pero no soporta separarse de los suyos, principalmente de Murph. Por esta razón, más allá de los viajes espaciales y las peripecias en planetas acuáticos o helados, el film es acerca de la separación entre padres e hijos, y de cómo los sentimientos cruzan toda barrera. Debajo de un caparazón de teorías y fórmulas matemáticas (muy densas, por momentos), debajo de las cuestiones científicas, hay un corazón que late amor puro y verdadero. No es casual que durante años el proyecto estuviera en mano de Steven Spielberg, especialista en asuntos familiares. Es cierto que el director de E.T. hubiera manejado con más soltura las escenas dramáticas y conmovedoras, pero Nolan deja de lado su frialdad característica y se las arregla para darle sentimiento a las escenas que lo requieren. Y justamente el sentimiento, la humanidad de la historia, reside en el trabajo de los actores, empezando por un consagradísimo Matthew McConaughey; un actor capaz de darle carnadura y complejidad a su personaje, de manera que el público nunca deje de sentir empatía por él. Anne Hathaway y, en especial, Michael Caine, repiten con el director. En tanto la estupenda Jessica Chastain es la otra debutante, pero contar más sobre este y otros personajes que se van sumando sería incurrir en spoilers. Sin alcanzar la altura de sus obras cumbres, y pese a que algunos de sus vicios estilísticos a veces resulten excesivos, Interestelar es la película más emocional de Christopher Nolan. Transita por el sendero de la ciencia-ficción cinematográfica más seria, representada por Solaris y 2001: Odisea del Espacio, pero tiene una personalidad y un corazón propios. Una experiencia digna de ser vivida.
No caben dudas de que Rec es uno de los mejores exponentes del cine con zombies de los últimos años. La mezcla de El Proyecto Blair Witch y Exterminio, de Danny Boyle, a cargo del tándem Jaume Balagueró- Paco Plaza, llenó los cines, provocó escalofríos y generó secuelas, como la flamante Rec 4: Apocalipsis. Esta vez la acción no se desarrolla ni en un edificio (Rec y Rec 2) ni durante un casamiento (Rec 3: Génesis) sino en un barco en medio del mar, donde un grupo de científicos trata de encontrar la cura para la enfermedad que convierte a las personas en criaturas hambrientas de otras personas. Allí es trasladada la principal sobreviviente: Ángela Vidal (Manuela Velasco), la periodista que sufrió el ataque en el edificio… y que tuvo un encuentro muy cercano con la Niña Medeiros (Javier Botet), el ente poseído que comenzó todo. ¿Habrá heredado Ángela la esencia del Mal? En tanto, un mono infectado escapa del laboratorio e inicia una nueva epidemia de monstruos sanguinarios. Y si las posibilidades de escapar se reducen debido a la cantidad de agua alrededor y a una tormenta inminente, entonces las cosas no pueden más que empeorar. Así como la tercera parte fue dirigida por Paco Plaza en solitario, en Apocalipsis le tocó el turno a Balagueró. Al igual que su coequiper en el film anterior, reduce al mínimo el recurso found footage (sólo al registro de cámaras de seguridad) y elije un estilo más clásico, pero siempre al servicio de las emociones fuertes. Ya había dirigido películas en clave solista, y de gran nivel: Los Sin Nombre, La Séptima Víctima, Frágiles y Mientras Duermes. En la cuarta pesadilla zombie vuelve a demostrar su talento tanto para los momentos gore como a la hora de construir personajes y situaciones de pura tensión, donde los seres en apariencia más inocentes (La Niña Medeiros a lo largo de la franquicia, un mono capuccino en esta oportunidad… y también otra sorpresa en el final) son el disparador del horror, o parte del horror. También se da tiempo para citar a clásicos como La Cosa/ El Enigma de Otro Mundo, de John Carpenter, y Braindead, de Peter Jackson, además de la clara referencia al Demeter, el barco que trasladaba a Drácula en la novela de Bram Stoker. Pero el mayor logro es la manera en que desarrolló la mitología de la saga, siempre doblando la apuesta, sin traicionar la esencia original y sin que se agoten las ideas. Valiéndose de un ritmo implacable, personajes con oscuros secretos e inteligentes giros en el guión y buenas dosis de hemoglobina, Rec 4: Apocalipsis logra renovar el aire de un subgénero que siempre parece agotarse, sobre todo en la actualidad, cuando los zombies se consagraron como íconos multitaquilleros y estrellas del prime time gracias a la serie The Walking Dead. Sin embargo, como en aquella etapa dorada de los ’60, el terror español tiene con qué para igualar -y hasta superar- a las producciones anglosajonas.
Repulsivo. Audaz. Fascinante. El director David Cronenberg nunca deja de generar expectativa. Desde sus primeros cortos y mediometrajes, como Stereo y Crime to the Future, dio muestras de un talento y de obsesiones que lo volverían un artista único. Un cineasta que supo mutar tanto como sus personajes y el mundo que los rodea: del cine experimental pasó al exploitation, de ahí a proyectos hollywoodenses (que nunca dejaba de filmar en su Canadá natal), de ahí a un cine más “artístico y serio”… pero siempre conservando su esencia. En Polvo de Estrellas (título argentino de Maps to the Stars) traslada sus obsesiones a la denominada Meca del Cine, centrándose en un grupo de individuos con diferentes tormentos personales: una actriz en decadencia (Julianne Moore), acosada por fantasmas internos; una familia compuesta por un gurú de los medios (John Cusack) y una madre (Olivia Williams), pendiente del hijo de ambos (Evan Bird), una estrella de cine juvenil que ya está lidiando con los excesos; una joven de rostro quemado (Mia Wasikowska), que se involucrará en la vida de estas figuras del jet set, y un chofer de limusina y aspirante a actor (Robert Pattinson) que sabe satisfacer a sus clientas. Una sátira del costado más tenebroso de Hollywood, y una suerte de continuación de Cosmópolis, la película anterior del Cronenberg, ya que en determinado momento, la crítica social deviene en un thriller violento, donde los protagonistas cruzan todos los límites. Claro que el realizador nunca abandona sus temas recurrentes: la carne en descomposición, o al menos mutando (Havana, el personaje de Moore, que no puede evitar que ya no es muy joven en un microcosmos que rinde tributo a la juventud), lo que también provoca un cambio en la percepción; el sexo como canalizador de emociones, incluyendo tríos y un guiño a Crash: Extraños Placeres… Un interesante combo marca de la casa. John Cusack, Julianne Moore y Mia Wasikowska encajan perfecto en la obra cronenbergiana, y brindan actuaciones tan atrevidas como el guión de Bruce Wagner, otrora colaborador de Wes Craven. De hecho, Moore ganó el premio a la Mejor Actriz en el Festival de Cannes. Robert Pattinson tiene menos protagonismo que en Cosmópolis, pero incide en la trama. Por su parte, Sarah Gadon repiten con el director, y Evan Bird es toda una revelación. Una serie de detalles en el tercer acto confunden al espectador, y hasta lo dejan con ganas de más, pero Polvo de Estrellas sigue siendo un film potente, retorcido y venenoso. La mejor prueba de que hasta el trabajo menos genial de David Cronenberg es para tener en cuenta.
Sin duda, El Conjuro es uno de los más recientes éxitos del cine de terror. Una historia inspirada en hechos reales, acerca de una casa, posesiones… Pero a modo de actriz secundaria, en unas pocas pero inquietantes escenas, logró destacarse ella: Annabelle, una muñeca como las de antes, de la altura de un niño, que provoca miedo con solo verla. Y si agregamos que también está inspirada en un episodio verídico, la pesadilla se vuelve muy real. Entonces, entre el público -y, sobre todo, por el lado de los responsables del film- surgió la siguiente pregunta: ¿por qué no debería tener su propia película? Pero más acá en el tiempo siguió otro interrogante: ¿podrá este oscuro juguete cargar con el protagonismo de su propia historia? Annabelle transcurre un tiempo antes de lo acontecido en la obra de James Wan: fines de los ’60, época en la que el flower power se escurría entre los dedos de una realidad cada vez más infernal, con la Guerra de Vietnam, el asesinato de líderes políticos y las actividades del Clan Manson. De hecho, un matrimonio joven, a la espera de un bebé, sobrevive justamente al ataque de dos miembros de una secta satánica. Uno de los asesinos es Annabelle Higgins, quien muere de manera muy sangrienta… no sin antes poseer a la muñeca ya conocida. De ahí en más, la familia, ahora con la pequeña hija nacida, deberá sobrellevar toda clase de fenómenos sobrenaturales. El fantasma busca algo, y la pareja deberá hacer lo imposible por protegerse del Mal. Siguiendo la línea de El Conjuro, el estilo es climático, sugestivo, con suspenso y sustos en momentos específicos. Una fórmula que supo ser exitosa aquella vez, en los films de La Noche del Demonio (también de Wan) y, sobre todo, en los más grandiosos exponentes del terror hollywoodense: El Bebé de Rosemary, El Exorcista y La Profecía. La película podría ser definida como El Bebé…, y Chucky, el Muñeco Diabólico, ya que, si bien Annabelle es distinta (no anda corriendo con un cuchillo ni habla, sino que cambia de lugar sin que la veamos o levita), el origen de su aura tenebrosa tiene algunas similitudes. Igual, a los pocos minutos la presencia de la muñeca se vuelve cansadora, cada vez provoca menos miedo y hasta lleva a pensar por qué los personajes principales no se esfuerzan en deshacerse de ella, lo que habla de varios agujeros en el guión. Además, a la hora de aterrar es opacada por un ente demoníaco que surge en las pocas escenas inquietantes. El director John R. Leonetti viene de ser director de fotografía de Wan y, mucho más atrás, debutó iluminando juguetes homicidas en Chucky 3. La puesta en escena y el trabajo con las luces y las sombras evidencian su talento en el área donde se desempeña normalmente. Sin embargo, como director le falta pulso, y lo que queda es una desabrida imitación de La Noche del Demonio. Annabelle todavía tiene potencial como nuevo ícono del terror, pero esta película no la ayuda demasiado, debido a que resulta mucho menos de lo que promete. Si tendrá una nueva oportunidad como estrella o sólo se quedará en una escalofriante figura de reparto, dependerá del éxito de este film. Igual, ¿cómo no temerle un poco a esas muñecas que parecen humanas?
Guillermo del Toro es talentoso, devoto del género fantástico y, sobre todo, un artista hiperactivo. Además de dirigir sus propias películas (y de co-escribir novelas, crear series de televisión, diseñar videojuegos y un largo e interesante etcétera), produce y es el consultor creativo de film animados. Lo hizo con trabajos de Dreamworks Animation, como Megamente, Gato con Botas y El Origen de los Guardianes. Y ahora, en un film en sintonía con sus raíces latinas: El Libro de la Vida. Cada 2 de noviembre, en un pueblito del centro de México, los espíritus de los muertos regresan al mundo de los vivos. También se aparecen La Muerte, a cargo del sector de los Recordados (donde todo es una fiesta interminable), y de Xibalba, amo y señor del tenebroso reino de los difuntos olvidados. Justo pasan cerca tres niños: Manolo, Joaquín y María. Los varones tratan de llamar la atención de la niña. La Muerte y Xibalba apuestan por cuál de los dos se quedará con ella. Pasan los años, y el trío de jóvenes, ya cerca de la adultez, y tras una larga ausencia de la ahora muy bella María, retoman la relación. Las cuestiones sentimentales son más evidentes que nunca, y el astuto Xibalba será capaz de todo con tal de ganar la apuesta, que le permitirá apoderase de los dominios de La Muerte. ¿Podrá el amor imponerse entre tantas manipulaciones? Si bien está dirigida por Jorge R. Gutiérrez, tiene el sello de Del Toro: mundos mágicos que co-existen con el nuestro, antihéroes que deben superar grandes pruebas y confiar en sus propias capacidades, apetito por el arte de narrar y una imaginación desbordante. Con respecto a este último aspecto, se destaca la creación de una ciudad que funciona como un eterno Día de los Muertos, la colorida y famosa celebración mexicana que supo inspirar a otro film animado: El Cadáver de la Novia, de Tim Burton. La esencia de la festividad es capturada y expandida con mucho respeto, valiéndose de delirio visual y apuntando a cautivar al público de todo el globo. Lejos de un enfoque realista, y más a tono con el carácter de los mitos y de las leyendas, la estética es propia del folclore mexicano. Para empezar, los personajes son muñecos y marionetas. Se aprecia en sus texturas, en sus articulaciones visibles, en rasgos exagerados a propósito. Así y todo, no dejan de tener su personalidad y resulta imposible no identificarse con sus anhelos y sus sentimientos, sus logros y sus oscuridades. Estamos ante una película divertida, de pura imaginación, aventura y romance, lejos de las típicas animaciones del momento, que celebra tanto la vida como la muerte (sobre todo, la muerte, poniendo énfasis en su costado más alegre y menos depresivo), y que confirma el estupendo olfato de Guillermo del Toro para brindarle su apoyo a determinados proyectos. Su nombre sigue siendo garantía de creatividad e imaginación.
Creada por Mariano Llinás, El Pampero Films no es una productora cinematográfica argentina del montón. Tiene una identidad propia (“Hacer películas y sobrevivir como se pueda”, supo decir Llinás), siempre trabaja por fuera del INCAA y funciona como el caldo de cultivo de otros cineastas. Como Alejo Moguillansky, quien supo llamar la atención con Castro, su ópera prima en solitario (ya había co-dirigido La Prisionera, con Fermín Villanueva). Luego hizo El Loro y el Cisne, y ahora llega su nuevo largometraje, de nuevo en co-dirección. El Escarabajo de Oro se titula igual que el cuento de Edgar Allan Poe, y está basado en ese texto (y en otros más, como indican los créditos del comienzo, como La Isla del Tesoro, de Stevenson… desde el punto de vista de los piratas). Pero, sobre todo, es una historia de cine dentro del cine... dentro de la misma película. Rafael Spregelburd (haciendo de sí mismo) se acerca al rodaje de la próxima película de Alejo: la biografía de una escritora feminista sueca del siglo XIX. Un ambicioso film con capitales alemanes y franceses. Aunque el rodaje debe llevarse a cabo en Buenos Aires, el actor convence a todos de mudar la producción a Leandro N. Além, un pueblito de Misiones, aunque eso implique filmar otra clase de historia, ya que en esa provincia se encuentra un legendario tesoro que podría volverlos ricos. El resultado: el equipo técnico parte para allá, con la excusa de filmar, de manera repentina, una biografía de Além. Todo será un combo de engaños, ambiciones, conspiraciones y, de paso, cine. Moguillansky, junto a la cineasta sueca Fia-Stina Sandlund, fabrica una divertida broma que, aunque funcione para entendidos -por lo general, los consumidores y realizadores de las películas de El Pampero y los asiduos a festivales de cine- no deja de perder su gracia. Como es habitual, Spregelburd se roba sus escenas y deja en claro que puede ser estupendo hasta interpretando una versión satírica de su propia persona. Lo acompañan los mismísimos realizadores, quienes delante de cámara también cumplen una función paródica, empezando por Llinás. La realidad y la fantasía más delirante se combinan en la trama de El Escarabajo de Oro, en la que los personajes serán arrastrados por sus propias miserias y sueños materialistas, siempre en un contexto de hacer cine.