Tarsem Singh se ha hecho dueño de un estilo que pone de manifiesto en cada trabajo. Desde la visualmente impactante The Fall hasta la apenas aceptable Inmortals, el director indio ha hecho gala de una intencionalidad precisa en lo que a escenarios y vestuarios respecta, así como también de una amplia paleta de colores con los que sazona a gusto cada centímetro de la pantalla. En este sentido, Mirror, Mirror no supone una excepción a sus búsquedas estéticas, lo que sí se revelará como una grata sorpresa es su resultado final. Su recorrido por la mitología griega fue decepcionante porque se habían puesto expectativas que el realizador no fue capaz de cumplir. Se esperaba que un hombre de pretensiones artísticas ofreciera una alternativa al formato que con tanto éxito había fijado 300, sin embargo el producto entregado era solo una ligera variante del método Zack Snyder. Con su adaptación del cuento de Blancanieves se marca precisamente ese objetivo, ofrecer una vuelta de tuerca a la historia ya conocida. Sin llegar al extremo de la próxima Snow White and the Huntsman, se brinda a una protagonista de armas tomar, delicada y de buenas intenciones a la vez que indómita y combativa, más cerca de un punch line que de un discurso solemne. Es que si hay algo en lo que se destaca esta versión, es que se compone de abundantes dosis de comedia manejadas con el timing justo, bordeando la fina línea que separa al humor apto para todo público del infantilismo. Esto se verá sostenido con mordaces diálogos y juegos de palabras, espacios bien aprovechados para el slapstick y personajes de lograda caracterización (la Reina se devora la película), cada uno de los cuales tiene su momento para desplegar gracia. El hecho de que se trate de una película orientada al público menor traerá aparejado un doble lamento propio del doblaje: que no se pueda disfrutar en forma plena de la actuación de Julia Roberts, que acostumbrada como nadie a ser heroína juega ahora de visitante, así como también de muchos chistes idiomáticos, algo que se ya se veía venir desde el primer avance, que se pierden en la traducción. Tarsem Singh se ha ganado la categoría de director de culto con sus dos primeros trabajos, pero en su paso al cine más comercial no ha logrado estar a la altura, más allá de que tanto la anterior como Mirror, Mirror tengan elementos que los diferencian de la media. Con su nueva película sin duda mejoró la puntería que falló en Inmortals, aunque aún está lejos de ofrecer un nuevo hito en su filmografía.
"Lo que no saben es que estos minutos los impulsarán miles de años hacia adelante. Será un progreso en el vacío" (Werner Herzog, Ten Thousand Years Older, 2002) Sin la fuerza de sus producciones de fines de los años '80 a Jean-Jacques Annaud se le ha ido perdiendo el rastro, un desdibujamiento que se hace manifiesto solo con comprobar que su mejor realización de los últimos tiempos, Enemy at the Gates, ya lleva once años de estrenada. Con Or Noir el francés se adentra una vez más en una historia de época como aquellas que han sabido darle prestigio, aunque esta vez lo haga con menor tino y mayor infantilismo, algo que se ve potenciado por el título poco fiel que ha recibido en Argentina. Previo al boom del petróleo en los años '30, los estados árabes viven sumergidos en un retraso técnico que los ubica siglos por detrás de las potencias mundiales. En manos del realizador, este encuentro entre ambos hemisferios facilita una firme oposición entre tradición y progreso que no en todo momento es abordada con el mejor criterio. Para el caso, se abre la apreciada posibilidad de filmar a ejércitos árabes de vestimentas clásicas, portando armamento moderno e incluso conduciendo tanques. El problema es que el corazón del film de Annaud, el choque de culturas, implica solo una mirada parcial y tendenciosa, el mundo musulmán visto y juzgado a través del cristal de Occidente. Al mismo tiempo que hace avanzar a la película, esta elección simplista revela los hilos de la producción, dando voz a ciertos cuestionamientos a la Torá o a las costumbres que difícilmente pudieran tener origen en hombres anquilosados en la tradición. Las vastas extensiones desérticas y el uso de abundante luz natural, ofrecen una impecable fotografía, destacable aspecto al que se debe sumar el cuidado en el tratamiento de vestuarios y escenarios. Mark Strong, por otro lado, se impone como la cara más apreciable de una realización de interpretaciones irregulares, al mismo tiempo que se confirma como una presencia cada vez más convocante a la hora de dar vida a personajes complejos. Fuera de esto, el film sigue un lento derrotero de obviedades a lo largo de unos extensos 130 minutos, perdiéndose en algunas escenas estiradas, como la de los personajes al borde de la muerte por deshidratación, la cual tiene una resolución propia del más aniñado Disney, que no tienen ningún peso para la trama. Annaud ofrece un film de distintas líneas argumentales que conduce en forma desacertada, exudando un marcado optimismo y la certeza de que se podía haber entregado algo mejor con tantas herramientas a disposición.
Luego de haber ofrecido una comedia pequeña pero muy interesante como fue Pranzo di Ferragosto, su actor, escritor y director Gianni Di Gregorio repitió ciertos ingredientes de la fórmula para su Gianni e le donne, film que como el título indica es una oda a las mujeres del protagonista. Las tribulaciones económicas del personaje persisten, aunque no dictan su rumbo en forma definitiva como en el film anterior. Aún preocupado por su porvenir y asfixiado por su demandante madre, se encuentra en un punto incierto de su existencia: jubilado por obligación, es lo suficientemente grande como para divertirse como un joven, pero no es tan mayor como para sentarse con los abuelos de la cuadra. Gianni se presenta más reflexivo que en la otra oportunidad, ha perdido la chispa de la vida y se ha distanciado de la compañía femenina, por lo que al ver que incluso los ancianos siguen disfrutando de ambas, ocupará todos sus esfuerzos en ser el hombre que alguna vez fue. Las arrugas del protagonista y los ojos achinados por el paso de los años cumplen una vez más, transmitiendo con todos sus gestos al espectador ese aire cansino, pero ya no tan jovial, con el que logró un buen efecto en el 2008. Pero Di Gregorio emula a Woody Allen y no emerge bien parado de la situación, con una película simpática que no termina de redondear a nivel historia o relaciones, y ni hablar del personaje central, para quien la idea de progreso es un tortuoso camino de humillaciones. Aún con sus momentos logrados se trata de una apuesta que queda a mitad de camino, repitiendo los pasos minimalistas de su primera propuesta pero con un dejo de frialdad y con menor encanto.
“¿500 años de qué? ¿De qué?” (Payaguala, Tiempos Menos Modernos, 2012) Tiempos menos modernos es un film que invita a la reflexión en torno al alcance de la industria cultural, especialmente durante la década menemista. Payaguala vive en soledad en medio de la Patagonia y lleva un día a día tranquilo que se ve trastocado cuando, en el marco de un programa del Gobierno de inclusión a las fronteras, recibe un televisor y un teléfono. Los electrodomésticos marcan una forma de integrarlo al mundo, de sumergirlo en sus problemas, a la vez que hacen aflorar conflictos propios y plantean dos períodos bien diferenciados de la película. El film propone una suerte de crítica a la globalización que se ve algo opacada por la elección de Simón Franco en la forma de plantearlo. Los primeros 40 minutos no se llevan con facilidad, un pesado costumbrismo con algunos problemas de audio se hace difícil de digerir, aspecto que cambia radicalmente con la llegada de la caja boba a la vida del personaje. Aflora la idea del mal necesario, no para el hombre que vive aislado, sino para la película en general y el espectador en particular. El teléfono le abre una ventana al mundo distante, a un amor no correspondido, el televisor irrumpe su cotidianeidad y amenaza su armonía, lo vuelve “adicto” a su programación, lo lleva a comprar un reloj con alarma para seguir su novela. El film nace a partir de lo que critica, a la vez que depende de ello para funcionar. Cuando surgen estos conflictos, Tiempos Menos Modernos profundiza su crítica consumista a la vez que avanza como película, valiéndose de ciertos pasajes humorísticos que hacen posibles los falsos programas como Alma Mía, un reality de citas o el ridículo discurso sobre las naves espaciales del Presidente de turno. Como una esponja reacia, Payaguala absorbe aquello que denostaba, culminando en un enorme y muy logrado final en el que la transformación es plena. Simón Franco conduce una historia pequeña que deja una marca, una realización cuyo valor más grande es que se siga reflexionando, se la siga pensando, aún días después de haberla visto.
En los últimos días El Lórax: en busca de la trúfula perdida fue declarada de interés cultural y medioambiental por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Esta acción pone sobre el tapete el principal objetivo al que parecieron apuntar los realizadores, un film de concientización con un mensaje pro-ecológico, más concentrado en aleccionar a los niños que en construir una historia con personajes de emociones reales. De los creadores de la muy recomendada Despicable Me, esta producción presenta una distancia con aquella, convirtiéndose más en un manual de biología, de hecho se amaga a dar una definición de lo que es la fotosíntesis, que en un film con corazón. De igual forma que antes, aquí se recrea nuestro mundo pero con marcadas diferencias. Si en el anterior trabajo la sociedad había tenido una suerte de regreso al espíritu de los años '30, con un reconocimiento del público y la prensa a los delincuentes de turno, aquí se presenta un mundo sintético en que los árboles han desaparecido y se los ha reemplazado con réplicas plásticas, a la vez que no solo el agua sino también el aire se vende en botellas descartables. Un futuro marcado por el capitalismo despreocupado que ha llevado a un olvido de lo que es el medio ambiente y a una desconexión total con la naturaleza. Esto abrirá la posibilidad de contar dos historias, la de las causas de tal desolado paisaje y la de un joven ya nacido dentro de esas consecuencias, en búsqueda de recuperar aquello que se ha perdido. Habrá oportunidades para las que Ken Daurio y Cisco Paul, guionistas de Mi Villano Favorito, retomen ese divertido rumbo, ofreciendo algunas secuencias de cierta comicidad, centradas en un cuidado importante sobre los detalles. Por demás nunca terminará de romper del todo con su mensaje infantil y sobradamente optimista en torno a la ecología, aunque destilará en una crítica menos superficial al capitalismo salvaje y al consumismo que funciona mejor. Entre tanto personaje vacío de emociones cabe resaltar la figura de Danny DeVito, hombre verdaderamente comprometido con la causa, quien puso su voz al Lórax en todos los idiomas. Escuchar al personaje pronunciar frases del mismo modo en que Pedro Almodóvar anunció que la ganadora del Oscar era "El secretou de sús ojous", es una locura que bordea la genialidad.
El cine de Daniel Burman, como el de muchos cineastas argentinos del último tiempo, ha seguido un camino de evolución que la mayoría puede considerar lógico. De las historias no convencionales, arriesgadas, se ha pasado a proyectos masivos, encabezados por actores con el reconocimiento del público. Este rumbo que el director eligió en el 2008 con El Nido Vacío y luego profundizó con Dos Hermanos, alcanza su punto más elevado con La Suerte en tus Manos que, si bien es su apuesta más comercial hasta la fecha, pone de manifiesto que la primera etapa de su carrera no está concluida definitivamente. Esperando al Mesías, El Abrazo Partido y Derecho de Familia conforman una trilogía dentro de su filmografía que ya se cerró, por lo que esos rasgos muy marcados que estas compartían ya no se perciben de la misma forma. Su cine ha "crecido", por eso no se encontrará a Daniel Hendler como alter ego del realizador en películas personales en las que se explora la relación con la figura paterna. Hoy Ariel, es Uriel. Y ese parecido que evoca el nombre se verá replicado en distintos fragmentos de su última película, los cuales provocan cierta cercanía con los trabajos de aquel período, a la vez que señalan la importante distancia que hay entre un Burman y otro. Uriel, un hombre de hablar atropellado como aquellos que el director sabe construir, es un sujeto que se plantea entre dos mundos, el de la primera etapa del realizador y el de la nueva, y es ese tironeo el que hará que la película se quede a mitad de camino. La historia que Burman sabe contar es la de un mentiroso, fanático de los albergues transitorios y gran jugador de póker, algo que nunca termina de plantearse en serio como una adicción. Se reconocen no obstante ciertos detalles que buscan la cercanía con la mencionada trilogía, a la vez que, por así decirlo, "traicionan" esas primeras búsquedas. Aspectos como la relación paterna o el judaísmo, claves en los films anteriores, se perciben como superficiales, en el primer caso como una excusa para favorecer una mentira del personaje, en el segundo como un cliché detrás de otro, más orientado al humor que al sentido profundo de sus comienzos. La Suerte en tus Manos se compone de una serie de platos fuertes que ponen en evidencia que el todo es menos que las partes. Hay una buena historia de reencuentro romántico entre Valeria Bertuccelli y Jorge Drexler (uruguayo también, "coincidencia" que refuerza lo de párrafos anteriores), cada uno con problemas familiares que el director ha demostrado sabe manejar. En medio de esto hay subtramas que no terminan de cerrar o integrarse a lo anterior, como el protagonista como una estrella del póker (literalmente no pierde nunca) o la forzada inclusión de La Trova Rosarina. Quizás sí se trate de un film con resoluciones azarosas que no demuestran lo mejor que el realizador tiene para ofrecer, pero el saber que las inquietudes primigenias no están del todo superadas es un premio más que suficiente.
"La lección del día es: mátense los unos a los otros hasta que quede solo uno. Nada va en contra de las reglas" (Kitano, Battle Royale, 2000) Una competencia mediatizada de vida o muerte ocupa la totalidad de las vidas de los distritos en los que se divide la nación de Panem. De igual forma, The Hunger Games nace y se extingue inmersa en aquel evento que le da título, ningún fragmento de la película escapa a él, y curiosamente son los Juegos del Hambre en sí el aspecto menos logrado de la realización. Battle Royale, enorme film de Kinji Fukasaku ambientado en un distópico Japón, marcará en ese sentido el rumbo de cualquier producción en la que jóvenes sean forzados a matarse entre sí en búsqueda de solo un sobreviviente, en el marco de un juego controlado por una fuerza autoritaria. Gary Ross tiene éxito en aquello de lo que la película japonesa no se ocupa por ser algo previo, el desarrollo del mundo nuevo y de los personajes antes de convertirse en las piezas asesinas de un tablero. De esta forma, si bien no se perciben tanto los valores profundos y la filosofía que por ejemplo están presentes en el film del 2000, hay una idea de revolución que puede plantearse con lo que se excede la mera supervivencia. El buen trabajo de los guionistas permite que la historia se conduzca con fluidez, sin dejar espacio a la interpretación y profundizando en cada etapa del desarrollo. Desde la presentación de la miseria y el hambre que se padece en el Distrito 12 hasta el lujo y el confort en los días previos a la masacre, el arco narrativo no da cuenta de fricciones y se hace disfrutable. Esta es también la etapa de mayor ritmo, el cual, por extraño que pueda parecer, comienza a mermar en las escenas dentro de la arena, las que deberían ser de mayor voltaje. En materia de actuaciones, cuenta con una Jennifer Lawrence que atraviesa un gran momento, con personajes complejos que maneja a la perfección, así como renombrados secundarios entre los que se cuentan Woody Harrelson, que desde el 2009 está acertando con todos sus papeles, Stanley Tucci, que da en el tono justo para ser el conductor del espectáculo de la muerte, y Donald Sutherland, con muy poca presencia en pantalla pero la suficiente como para transmitir frialdad con solo una mirada. A esto hay que sumar los logros respecto al estilo, en contraste a las manchas de carbón toda una ciudad cargada de glamour y purpurina, una sociedad convertida en diablo que viste a la moda, así como los propios de la dirección, con rápidos cortes y movimientos de cámara. Estos puntos a favor no logran soslayar el efecto negativo que se producirá en el transcurso de los juegos, con menor potencia de la necesaria pero a la vez con mayor honestidad que otros productos en torno a sangre y muerte, elementos negativos que trascenderán los límites de la película para situarse como fallas propias del libro original. No es la mano macabra de la autoridad del Capitolio la que queda en evidencia como controladora de los destinos de los participantes, sino la de su autora, quien recurre en repetidas oportunidades al camino más sencillo para evitar cualquier atisbo de complicación. La simple premisa de la competencia y de la novela en general, "entran 24, sale uno", es traicionada abiertamente en pos de facilitar una vía de escape al "enredo" de la escritora y favorecer el desarrollo de una nueva saga de amor adolescente, flagelo similar al que tuvo la pobre I Am Number Four. Del mismo modo es que se fuerzan situaciones o secuencias de combate en las que los buenos nunca se ensucian las manos, no por elecciones morales como en el caso de Battle Royale, sino por el solo hecho de que "la suerte está siempre de su lado". Y en este caso la suerte se llama Suzanne Collins, y necesita vender una trilogía.
"Hay tres formas de ganarse la vida en este negocio, ser los primeros, ser los más inteligentes o hacer trampa". (John Tuld, Margin Call, 2011) La caída de los mercados en el 2008 abrió un abanico de posibilidades para el cine y la televisión del que, con resultados dispares, muchos han sabido valerse. Desde documentales, como el laureado Inside Job, hasta comedias como Tower Heist, un amplio cúmulo de realizaciones han explorado las causas y consecuencias de este tópico recurrente. Margin Call se centra en una ficticia firma financiera, ligeramente inspirada en un histórico gigante de los Estados Unidos como Lehman Brothers, el día previo al estallido de la crisis económica global. En su prometedor debut cinematográfico, J.C. Chandor aborda con tino los primeros síntomas del generalizado colapso económico, no por el lado de los millones de damnificados, sino por el de las escasas personas que lo provocaron. Con una ligereza y simplificación que pronto contrastará con el buen ritmo y suspenso in crescendo de la realización, esta ópera prima presentará a sus protagonistas de un rápido vistazo. Como para repetir a sus personajes de rango más elevado, quienes una y otra vez piden explicaciones sencillas a los problemas, se expone con trazo grueso a los principales involucrados, quienes, a medida que la trama avance, irán rompiendo estereotipos y cobrando dimensionalidad. Así, Margin Call pronto dará cuenta de su estructura empresarial, una pirámide en la que el rol central lo ocupa el jefe de cada escalafón. Si Zachary Quinto y Paul Bettany nadan a sus anchas en el comienzo, es porque la bola de nieve no ha rodado lo suficiente como para que los peces gordos, como Kevin Spacey, Demi Moore, Simon Baker y ni hablar del tiburón que es Jeremy Irons, tengan que meterse al agua. Este logrado thriller se enfoca entonces en personas y en decisiones, en los empresarios que buscaron sobrevivir antes que en el documento sobre cómo hirieron de muerte a la Bolsa para lograrlo. Si bien no es fácil de comprender el lenguaje técnico, más allá de que se lo busque dar a entender en una versión básica como para un niño o un cachorro, el conflicto y el film en general se siguen sin dificultades. Sucede que, si bien se trata de una película sobre la crisis reciente, persiste la idea de que esta no es diferente a ninguna otra. Así acaba siendo un detonante para sus personajes, que descargan reproches y broncas pasadas, concentrados en un futuro que se ve negro para la mayoría. Cuando John Tuld enumera 16 catástrofes económicas desde 1637 hasta la fecha, se entienden una a una todas las ramificaciones de su estrategia, como a quién mantener, a quién sacrificar y el por qué de su reflexión "no podemos detenernos". No habría entonces que preguntarse el por qué de esta tormenta, sino cuándo será la siguiente.
El diablo tiene cara de Jerry Springer Siendo una película pobre, Ghost Rider: Spirit of Vengeance es superior a su antecesora del 2007 por un simple motivo, durante una buena parte no se toma en serio. Para esto, mucho tendrá que ver la dupla que conforman Mark Neveldine y Brian Taylor, directores de ese sorpresivo shock de adrenalina que supuso Crank tiempo atrás. Dado que la seriedad del antihéroe torturado no funcionó la otra vez, se hace un viraje parcial respecto a las formas y se ofrece un resultado algo diferente con más espacio para la parodia. Voz en off, referencias de actualidad, punchlines, cualquier recurso es válido para este Nicolas Cage de los últimos años que, sin alcanzar los altos picos de Bad Lieutenant o Kick-Ass, se beneficia del tono hiperbolizado de su desquiciado personaje. El problema con esta secuela es que no termina de decidirse entre repetir la fallida ruta de la original o tomar el camino lúdico de su ejemplo más concreto, Drive Angry. Esta incertidumbre dará como fruto un film predecible en el que se sigue al personaje central una vez más en el sendero de la redención, con un guión cuyos únicos riesgos o sorpresas recaen en la comicidad de su protagonista. Destruido poco a poco desde su interior, Roarke (Ciarán Hinds) se define como "un lanzallamas de papel maché", un ente poderoso que inevitablemente consume la carne débil de su vasija humana. Por otro lado Johnny Blaze se contiene y en ese sentido lo hace también toda la película. El vengador pide salir a gritos y rompe las costuras del hombre enloquecido, pero este una y otra vez logra controlarlo. Ese demonio, que explota y entrega a un Nicolas Cage over the top, exige a los realizadores que vayan por el todo y aprieten el nitro, y si bien por momentos esta idea aparece, se la prefiere mantener encadenada y ofrecer un enlatado común. Ese quedarse a mitad de camino (lo mismo con los efectos especiales de calidad dispar) compromete la totalidad de la producción, sin ser ni lo uno ni lo otro acaba como una mezcla de elementos que fallan en conjunto. Ni Idris Elba, un "negro, francés, sacerdote borracho, algo imbécil" a quien el rol le sienta muy bien, puede intervenir lo suficiente como para cambiar el panorama. La elección de los directores, quizás influenciados por tratarse de su salto a los grandes presupuestos, es la de asomar para luego quedar en el molde, logrando en el proceso que lo histriónico acabe en cierto ridículo y la trama con un tono religioso de excesiva seriedad que busca pasar una leve sombrita como oscuridad. Si en la primera se recuperó a Peter Fonda, aquí se demostró que Christopher Lambert todavía está vivo. Por lo demás, esta saga ya está agotada.
De muchas películas se puede decir que les sobra metraje, que se prolongan por 15 o 20 minutos, pero pocas pueden preciarse de tener una hora de más. No recuerdo otro caso similar al de Enter the Void, un film para el que sus 160 minutos resultan un exceso. No es una cuestión de incapacidad para el corte o de mal manejo de los tiempos, el resultado es precisamente al que Gaspar Noé apunta. El argentino radicado en Francia busca incomodar al espectador, y uno de sus recursos para hacerlo recae en secuencias de extensa duración. La escena más recordada en la filmografía del director, la violenta violación de 10 minutos al personaje de Monica Bellucci en Irreversible, ejemplifica las pretensiones del realizador en este caso, así como el fantasma del film del 2002 le señala el camino y le pide que lo repita. Las similitudes entre ambos trabajos son marcadas, desde los tres personajes centrales hasta su estructura narrativa, no yendo desde el fin hacia el principio, pero con flashbacks de la infancia o flashforwards del futuro. Del mismo modo es que construye sus planos, aquí sumergiendo su cámara en forma recurrente hacia alguna ventana o una lámpara que le permitan entrar al vacío (sutil, ¿no?). A esto se suman los padecimientos que Noé les hace atravesar a sus personajes, a quienes eventualmente rescata del lodo solo para volver a hundirlos con más fuerza. Así es que convierte a su gesto de amor, un espíritu que se niega a dejar la Tierra para no abandonar a su hermana, en la oportunidad de mostrar nuevos sufrimientos y miseria. Un alma que flota por calles cargadas de neón en Tokio es la herramienta perfecta para que, sin paredes como obstáculos, se pueda asistir al espectáculo de un aborto, de una familia que se desangra, de un hijo que se degrada y más. El objetivo de Enter the Void es difuso y por tanto la provocación de su director se consume en sí misma. Zambullir la cámara en un feto abandonado o en una concepción que ni la pornografía más explícita es capaz de mostrar, no constituyen medios para un fin, sino transgresiones que comienzan y terminan en ellas. Hay de todos modos elementos para valorar, partiendo desde sus salvajes créditos iniciales, en otro evidente gesto del director, hasta el alucinógeno estilo visual y el sentido de homenaje a 2001: A Space Odyssey. Sin más que esto, el último film de Gaspar Noé es solo una provocación vacía.