En la pregunta que da título al debut cinematográfico de Martin Viaggio hay una idea llamativa que no se va a concretar y un signo de interrogación que, sin quererlo, deriva a otra cuestión. Su sinopsis bien se encarga de destacar que puede haber una interpretación sentimental respecto de aquello que el paramédico estará obligado a preguntar, y sin embargo, durante un breve lapso, el accidente se espera. Esas largas caminatas nocturnas, las miradas furtivas desde la vereda hacia su pareja, los cigarrillos que no cesan de prenderse y fumarse, uno cree que el personaje de Roberto Birindelli puede ser víctima de un infortunio, lo que abriría una película diferente en la que el título no sería solo una metáfora. Pero eso significaría que se tendría que hacer frente a algo, y para eso ni el personaje ni el realizador parecen preparados. El sueño recurrente del cigarro eterno o el sentirse atormentado por una pregunta para la que conoce la respuesta, son los rasgos de este hombre de 40 años que se sabe solo. No por una cuestión de falta, su familia, amigos y su hijo así lo demuestran, sino una melancolía perpetua cuyas razones nunca quedarán del todo claras. Su problema es interior, la huída a la hora de confrontar a su pareja o el intento de conexión sexual con su ex mujer a través de la cámara web, lo pintan como un sujeto que rehúye al conflicto. Y de igual forma se conducirá la historia, preocupada por preguntar a quién llamar antes de saber incluso si hay algo por lo que vale la pena levantar el teléfono. La película solo servirá como un marco, una gran ciudad para que el hombre deambule listo para disparar su interrogante en los momentos menos oportunos. Y así es que se la notará desprolija durante sus ’84 minutos, descuidada tanto delante como detrás de cámaras. Malas actuaciones, diálogos inverosímiles, escenas forzadas y un final confuso están al servicio de una sola pregunta, cuando en verdad debieron hacerse otra: ¿qué queríamos hacer?.
La irrupción en pantalla de Shrek, allá por el 2001, mostraba a las claras que era un personaje que venía para quedarse. El éxito obtenido en su primera película supuso una gran cantidad de secuelas y cortos de temporada que, por su significativa baja de calidad, hoy parecen un exceso del mercado. Pero de entre esta marea de films consecutivos emergió un gato, con aires de héroe de fábulas y ojos tiernos, siempre relegado a ser un segundo del héroe verde y su fiel burro. Puss in Boots es la primera aventura que tiene al intrépido felino como protagonista, fiel aprendiz del estilo y los modos que se emplearon alguna vez en Muy Muy Lejano. Antes de conocer al famoso ogro, El Gato, quien debió ganarse sus botas, vivía en el orfanato de un pueblo junto a su amigo Humpty Dumpty. De leyenda a forajido, ese es el camino que recorre el pequeño espadachín, arrastrado por el huevo de las canciones infantiles que, parábola del destino, se veía a la sombra de otra figura. Y es Chris Miller, director de Shrek the Third, quien se encarga de llevar adelante la película que se sabía el personaje podía encabezar, firme heredera que combina en forma efectiva fragmentos de cuentos infantiles con buenas dosis de humor. La película entretiene y resulta cómica en dos niveles marcados, que son aquellos que se vislumbran en el nombre del carismático personaje. Las botas, aunque su atuendo se complete con capa, espada y sombrero, son su característica distintiva, símbolo de humanidad que resalta valores como el coraje y la astucia. Animal de aventuras, puede disponer de sus destrezas cuando la ocasión así lo requiera. Pero en su condición de felino se ponen en evidencia aspectos que, de tan lógicos, resultan tiernos y encantadores. De un zarpazo es capaz de cortar las ropas y barbas de sus enemigos, para luego volver a sentarse y tomar su medida de leche o perseguir en vano una luz brillante. A esa inolvidable mirada gatuna en Shrek 2, que escondía un feroz ataque traicionero, se la extrapola para convertirla en película, explotando el potencial de esa gran escena a lo largo de 90 minutos. El Gato flaquea a la hora del cierre, perdiendo el ritmo ágil de sus comienzos, la frescura de los diálogos, las risas de los remates. Se contenta con poner moño a la historia, aunque eso implique infantilizarla de más, descuidando mucho de lo conseguido en el desarrollo. Así lo que tiempo atrás nació como parodia de los cuentos para niños, acaba por aleccionarlos de la misma forma, manteniendo las parábolas que aquellos enseñaban. Es destacable no obstante la gran mayoría de la película, digno spin-off que supera las expectativas y se hace un lugar junto a las primeras del ogro verde, muy por encima de algunas olvidables que vinieron después.
"No tengo tiempo de preguntarme cómo pasó. Es lo que es". Dos líneas le bastan a Andrew Niccol para explicar que no explicará nada. Will Salas inaugura la película "reflexionando" sobre un presente cuyo futuro solo tiene un día, y como debe vivir con los ojos puestos en el ahora, de nada sirve explicar lo que ocurrió en el pasado. Esto no necesariamente significa un problema ya que constituye un punto de partida, la cuestión es que los interrogantes que abra la historia seguirán siendo interrogantes al terminarla. El padre de Will, el funcionamiento del sistema, los señores de arriba, todo parece ser válido para un film que, tan interesado por ganar tiempo, no se da cuenta de que lo está malgastando. El director de Gattaca o Lord of War ha demostrado en su carrera ser un hombre de grandes y originales ideas. In Time no es la excepción, su planteo es sin duda interesante. Parece ser además la única forma de juntar a un elenco de jóvenes estrellas en la misma pantalla, más allá de que el atractivo que puedan tener esté totalmente pasteurizado. Pero aquello que convoca en su premisa de a poco se diluye al encontrarnos frente a una película que flaquea a la hora de la ejecución. El tiempo lo es todo, no solo para los personajes, sino también para su realizador. Y con el tiempo tiene grandes problemas. En un film tan preocupado por el paso de los minutos es paradójicamente ello lo que falla. La obsesión sobre el mismo es constante, las decenas de planos a los relojes así lo atestiguan, lo que provoca una rigidez tal que le quita cualquier dejo de naturalidad. Las acartonadas actuaciones de Justin Timberlake, Amanda Seyfried o Alex Pettyfer no contribuyen a mejorar ese aspecto. In Time es la prueba de que una buena idea no siempre alcanza. Con irregulares actuaciones de sus jóvenes actores, bastantes escalones más arriba que el resto están Cillian Murphy y Vincent Kartheiser, escenas forzadas, numerosos baches en el guión y diálogos solemnes, se acaba por construir dos nociones simplificadas al extremo: que el tiempo es tirano y que el pobre es bueno y el rico es-- 00:00:00.
Allá por el 2007 Sony Pictures Animation y la compañía Aardman sellaron un acuerdo de financiamiento, co-producción y distribución de films que recién ahora, cuatro años más tarde, recoge su primer fruto. Y lo hace con Operación Regalo, una película de animación digital que, manteniendo una gran calidad visual, se aleja de la arcilla y el stop motion con que el estudio se ha hecho mundialmente reconocido de la mano de Wallace & Gromit o Pollitos en Fuga. Justin Bieber inaugura la proyección con el innecesario estreno del video musical de Santa Claus Is Comin' To Town, algo que para quien no aprecia la música de la joven estrella no solo no prepara el ambiente sino que incluso puede generar mala predisposición. La palabra "marketing" pisa mal y fuerte mientras se presta atención a una producción que nada tiene que hacer delante de una película, que luego se comprobará tiene lo suficiente como para mantenerse sola, y se agradece que solo dure poco más de tres minutos. Pronto arrancará un film que desde su comienzo se destaca por un muy buen guión, dotado de altas dosis de un humor que, si bien tiene una orientación que por lógica es infantil, es efectivo para todo público. Aquí se percibe, más que la mano de la debutante Sarah Smith, el aporte del escritor Peter Baynham, curiosa elección para una película destinada a los chicos y que sin embargo acaba por ser más que adecuada. Guionista de trayectoria en la televisión británica junto al humorista Steve Coogan, entre sus últimos trabajos se cuentan Borat y Bruno, producciones políticamente incorrectas con el sello Sacha Baron Cohen que lo hacen, antes que nada, un hombre probado en la comedia. En el marco de la Nochebuena, una operación encubierta a escala mundial se pone en marcha para que todos los niños reciban sus regalos. Así se podrán ver logradas secuencias en las que elfos entrenados despliegan tácticas propias de Misión Imposible para que las entregas se hagan en tiempo y forma. Cuando el procedimiento concluya y la base de datos reporte que hay una niña en el mundo que no ha obtenido su presente, el Arthur Christmas del título ejecutará otro plan, uno que lo lleve por todo el mundo con una bicicleta en las manos, comprometiendo el secreto de la maniobra navideña. De esta forma se desarrolla una historia divertida y disfrutable en todo momento, un pase de antorcha generacional dentro de la dinastía Claus de lo viejo a lo nuevo que se traduce en pantalla como un film ágil que recupera la tradición para un relato moderno. Es también una película que pierde mucho de la originalidad de esa operación secreta en la clásica idea de reencontrar el verdadero significado de la Navidad, lo que implica que desde el primer minuto se conozca su final y el destino de cada uno de sus animados protagonistas. Fuera de esto es una realización muy lograda, cuyo principal premio es el de romper con la idea de producto navideño y convertirse en un film para cualquier ocasión.
La traducción de títulos es por lo general motivo de polémica, especialmente cuando hay un sentido que se pierde. La Doppia Ora significa en verdad "la hora doble", término doblemente preciso para el film debut del italiano Giuseppe Capotondi, tanto por las referencias directas que se hacen al tema como por los hechos que se repiten en la historia. El crimen que adelanta la distribuidora en Argentina es el disparador de un thriller psicológico de buen desarrollo que acaba por conformarse a la hora del cierre. En su primera parte el film se construye con escenas fuertes que preparan a Sonia, un buen trabajo de Ksenia Rappoport, para lo que vivirá a continuación. El suicidio de una joven a la que le limpia la habitación, el contacto con un sospechoso huésped y un fugaz encuentro con la Policía, conducen a un personaje ya dañado a ser víctima de un crimen y luego vivir con las consecuencias. Con pericia se narra un buen relato de suspenso que juega entre dos realidades, una exterior, con los conflictos en el hotel y los interrogatorios de la policía para saber qué tanto estuvo involucrada, y en un plano interior, sin saber qué es producto de su imaginación y qué no. Si bien La Doppia Ora cautiva al espectador y su desarrollo genera intriga, es cultora de una suerte de "falso suspenso". El conflicto mantiene el interés y a medida que los eventos se desenvuelven estos profundizan un misterio que, no obstante, acarrea con él una resolución esperada. Cada fragmento del rompecabezas ayuda a la buena confusión que el planteo genera, pero por otro lado acerca también a la idea de que hay un giro "inesperado" a pocos minutos de distancia. Y si bien la vuelta de tuerca permite que la película cierre, aunque se la pueda encontrar en la página 1 del manual de la intriga, la sorpresa pierde su efecto a raíz de la anticipación, dejando así la sensación de que el desenlace no estuvo a la altura de su desarrollo.
Breaking Dawn es el comienzo del fin de esta saga reciente que se ha valido del género "fantástico" para vender suspiros adolescentes con diferente envoltorio. Es también, al igual que Harry Potter and the Deathly Hallows - Part 1, la toma de conciencia por parte de los estudios de que pronto el producto va a escasear y, como supuestamente el último libro en el que se basa es muy complejo, eligen así racionarlo para dos tandas. En esta cuarta película de la saga Crepúsculo si hay algo que prima es la sencillez de su historia. Como si se tratase de colmillos falsos y disfraces de lobo, el gran conflicto que la conduce tiene poco y nada de fantasía y mucho más de drama familiar de telenovela. Y no es casual la cercanía con este género televisivo, al que se asemeja mucho a partir de situaciones hiperbolizadas, actuaciones impostadas, un guión pobre cargado de discursos solemnes, la condensación de múltiples problemas en pocos capítulos (aquí son días) y un final de estilo "continuará". El comienzo de esta primera parte es una quita de máscara y, a pesar de mucho, es de lo mejor que la saga tuvo para ofrecer. Este sinceramiento es hacia su público, no hay vampiros, no hay lobos, solo una chick flick de una chica que se casa con un chico y todos sus conocidos que celebran esta unión. Esta exaltación de la normalidad de las criaturas, algo para lo que se vienen esforzando desde la original, conduce desde el principio al fin al que apunta toda película romántica, el casamiento y la fiesta. Allí incluso se permite, a pesar del drama y los clichés, tener algunos pases de comedia y evadir un poco el tedio en el que suelen sumergirse las adaptaciones de esta serie. Pero el film no termina a la media hora y una luna de miel en Rio de Janeiro (donde todo el mundo baila) emprende el camino cuesta abajo que seguirá hasta el final. Es risible la celeridad con que se precipitan los conflictos, hasta convertir a una pareja con apenas días de casados en un matrimonio de años. Luego de su primera noche de amor, Edward decide no volver a tocar a Bella, entonces ella tratará sin éxito de seducirlo, hasta descubrir que está embarazada y, más adelante, que esto puede matarla. A esto se suma que, atrapados en Rio, la pareja se divierte jugando al ajedrez, por si alguien no había entendido que no estaban teniendo sexo. Este dramatismo exagerado juega en contra de la primera parte, más simple y efectiva, y lo seguirá haciendo con nada más que esto (entiéndase Bella puede morir) hasta el final. Esta historia sobre humanos, hombres lobo y vampiros buenos, que solo matan al que es malo o solo convierten al que está a punto de morir, se desarrolla a la inversa que la séptima del mago más famoso. En la primera parte de Harry Potter no pasa absolutamente nada y en la segunda pasa todo, a diferencia de esta en la que al final se resuelve el conflicto base que guía todas las películas. La elección de Bill Condon y equipo, siguiendo el libro de Stephanie Meyer, es la de resolver el aspecto romántico, el de mayor importancia para su público, y reservar los problemas entre las criaturas para el año que viene, algo claro ya que solo hay una secuencia de acción, a oscuras y tan mal ejecutada que es poco y nada lo que se entiende. ¿Qué queda entonces por resolver si se trata de una película romántica? La excusa.
La piel que habito es un film que se reconoce almodovariano, la mano de su director se distingue en cada fotograma. La temática, la estética, los personajes, incluso la forma de desarrollar la historia, son propias de su filmografía. En ella, el realizador español vuelve al cine noir, aquel presente en La mala educación y en Los abrazos rotos (película que en muchos aspectos es similar a esta), y lo hace desarrollando una historia de obsesión cargada de suspenso. Para aquel que vio los adelantos, es un placer ver cómo aquellos fragmentos, en apariencia aleatorios, se convierten en piezas de relojería que funcionan a la perfección en un film de gran ritmo que, no obstante, se toma su tiempo para desarrollar cada aspecto sin dejar cabos sueltos. Con buenas actuaciones de Antonio Banderas y Elena Anaya, la última creación de Pedro Almodóvar se destaca por sostener un clima tenso que se mantiene hasta la última escena, capaz de erizar la piel. Atrapante y perturbadora, bien musicalizada y excelentemente narrada, la nueva película del realizador manchego se perfila para ser una de las mejores del año.
Hay que reconocer un mérito que Johnny English Reborn tiene sobre su antecesora, y es la capacidad para que la acción se desarrolle sin necesidad de largas y tediosas explicaciones. La primera carecía de fluidez natural, cada misión, cada asalto, cada plan del villano, todo estaba previamente interpretado por algún personaje que decidía repasar en voz alta lo que estaban a punto de ejecutar. En esta segunda oportunidad aquello está más disimulado y la historia se desenvuelve mejor, no obstante se trata de una copia fiel a la original, con personajes diferentes pero con situaciones calcadas. El cambio más evidente es en torno a la figura del protagonista. Johnny English es un hombre perseguido por una misión fallida que le costó la vida a un hombre y en la que él fue el culpable, por más vueltas ilógicas que se le de al guión para demostrar que después de todo era inocente. Además dejó de ser aquel torpe agente carente de habilidades que debía mucho de su éxito a la suerte. Ahora, si bien es víctima de sus propias equivocaciones y malos entendidos, se encuentra altamente capacitado y en más de una ocasión supera obstáculos por su talento como espía. De esta forma, lo que nació como una parodia de James Bond pierde en parte su sentido original, quedándose a medio camino entre lo uno y lo otro, entre la acción, que no es mucha, y la comedia, fallida por ser una mera repetición. Rowan Atkinson cosechó una larga carrera como el alter ego de Mr. Bean, rol que emerge de forma innata en cada una de sus interpretaciones. El humor físico, las expresiones faciales, la torpeza acompañada de la suerte, el buen corazón, cada uno de los elementos de su gran personaje forma parte de aquellos papeles menores como el de Johnny English. Si a esto se suma una historia ya contada, se siente como ver la misma película ocho años más tarde. Que el jefe desconfíe, que el bueno en verdad sea malo, que se pueda contar con la bella ayuda femenina y el compañero inseparable, son elementos repetidos que se pueden llegar a tolerar para una comedia de espías. Pero que la historia y las "escenas cómicas" sean las mismas da cuenta de una falta de originalidad que señala a las claras que este es el límite para la saga.
Osorio es una mala persona. Desde un primer momento queda en evidencia que no es un personaje de moral dudosa, sino que disfruta de hacer sufrir a los otros. El hogar lo padece, con un bebé recién nacido y su mujer que no se calla por un segundo, pero en el trabajo es rey. En el medio tiene un amorío con la mejor amiga de su esposa, con la que planea fugarse hacia otra vida. Esto, que es muy poco, le basta a Jaime Escallón Buraglia para hacer su primera película, la cual trata de rendir culto al absurdo pero parece que solo alcanza al ridículo. Lo breve de una sinopsis en cuatro líneas plantea una idea de consistencia que en realidad El Jefe nunca tiene. Ya en la primera escena queda claro la ética del protagonista pero, en favor de unas risas que no llegan, se repiten situaciones que tienden a reforzar lo ya sabido. A raíz de esto es que el conflicto, la intención de huir junto a su amante, demora demasiado en presentarse. Esto permite que en tanto se desarrolle una inentendible trama de intriga, tan descuidada en su trato y rebuscada (que no es lo mismo que compleja) que es de esperar que, como efectivamente ocurre, no llegue a nada. A esto se suma una gama de personajes que entran y salen de escena colaborando al desconcierto general. Mirta Busnelli, es uno de ellos, en un papel con dos inexplicables vueltas de tuerca amorosas con las que se la acaba por vincular al "Quemado", el gran enigma de la película, no por el misterio de su identidad sino por saber qué tiene que ver en la historia. El Jefe completa así un intento de grotesco muy fallido en el que lo más entretenido será ver las inserciones de estereotipos argentinos que justifiquen el apoyo del INCAA.
Violeta se fue a los cielos no es una simple película biográfica, sería injusto con la obra limitar su alto vuelo con una categoría que no le hace del todo justicia. Lejos está de una entrada audiovisual de Wikipedia o de un mero recorrido lineal por los pasajes más destacados de su vida. En todo caso es una caminata por un terreno rocoso, como el que atraviesa Violeta junto a su hijo, y como tal en ocasiones hace falta retroceder, avanzar a pasos más largos o rodear un obstáculo. Porque así es el tiempo en que Violeta se va a los cielos, un tiempo maleable en el que pasado, presente y futuro se encuentran, en que familiares fallecidos tiempo atrás comulgan con los amantes de hoy, en el que la niña pobre picada por la viruela convive con la más grande folclorista de la historia chilena. Aquello, que es un importante logro del director Andrés Wood, se complementa con otros dos factores que hacen de Violeta el film que es, la muy buena interpretación de Francisca Gavilán y el tratamiento honesto que se hace de su personaje. Si bien en muchas oportunidades se peca de consciente a la hora de construir los diálogos, la historia es franca al mostrar a la artista, algo alejada del busto y sin pulir los acontecimientos. La frialdad ante la muerte de su hija Rosita Clara mientras ella se encuentra en Europa o los malos modos hacia su gran amor Gilbert, evidencian un planteo que no busca endiosarla, el óleo que se pinta de ella es sincero. Hacia el final hay detalles de peso en la vida de Violeta que son obviados y, si bien va en favor de la fluidez, su desenlace parece algo repentino.