Mitch y Dave eran amigos inseparables de niños y adolescentes, pero con el paso de los años, se han alejado. Dave es ahora un abogado exitoso, casado y con hijos. Mientras que Mitch disfruta al máximo de su soltería. Después de compartir una tremenda borrachera, sus mundos se vuelven del revés cuando se despiertan en el cuerpo del otro. Solo basta una escena, la primera para ser más específicos, para ver qué clase de película será The Change-Up. Es de madrugada y un Dave dormido trata de limpiar y alimentar a los gemelos. Antes de que él pueda atinar a algo, veremos a uno de los niños cual poseso apaleándose la cabeza contra la cuna y, unos segundos después, el cruce de frontera de lo escatológico: un disparo de diarrea hacia la boca abierta de Jason Bateman. Pero la secuencia no concluye y el padre sigue su recorrida por la casa, dando cuenta de que lo anterior fue un traspié y él sabe exactamente lo que hace, hasta quedar sentado en un sillón con ambos bebés enganchados a sendas mamaderas. Y así se conducirá el film, que hace unos años se llamaba Freaky Friday, sabiendo que la posibilidad de algo mejor está a unos escasos metros de sus protagonistas, pero siempre dándole prioridad al chiste burdo, fácil y efectista. Hay en el film de David Dobkin (Wedding Crashers) ciertas líneas que habilitan algunas risas, muchas de las cuales provienen de las posibilidades que ofrece la presencia de Leslie Mann, el personaje con el conflicto más grande, el que atraviesa la mayor cantidad de estados emocionales y al que se descuida un poco al momento de la resolución. Ryan Reynolds por otro lado tiende a repetirse y, si bien es simpático, funciona mejor cerca de Bateman, un gran actor al que la comedia, aún en sus formas más pobres, le sienta muy bien. Jon Lucas y Scott Moore, guionistas de The Hangover, son los autores de esta, una película que en cierto sentido se parece a la otra. Dave es un hombre maduro con una vida armada pero que se arroja de cabeza ante la oportunidad de tener unos días de libertad. En la primera, no obstante, no hay reproches ni culpas por aquella vuelta a la juventud, cosa que sí hay a montones en esta, que todo el tiempo insinúa pero jamás concreta. Pocas veces un título en español es tan apropiado, porque Si fueras yo nunca pasa del “y si”, y cuando asoma un poco la cabeza, los mismos personajes se encargan de contenerse.
Hay algo engañoso en la campaña de marketing de Killer Elite, porque el film que uno encuentra en la pantalla no es el que uno esperaba ver. En los trailers que se difundieron hubo un gran empeño, algo que sólo se puede apreciar una vez vista la película, en pintar una suerte de duelo entre tres agentes de operaciones especiales y nada más. Los eventos, como bien señala la placa inaugural, transcurren en 1980, algo que no se manifestaba de ninguna forma en la previa. Por otro lado Robert De Niro tiene un rol sustancialmente menor al que aparentaba y, para crear una sensación de gran protagonismo que no es tal, básicamente se utilizaron todas sus escenas en los avances, avances que no contenían un solo fotograma de Dominic Purcell quien, a decir verdad, es uno de los tres personajes con mayor cantidad de líneas y tiempo en pantalla. Es que, a pesar de que la década del 2000 ha sido olvidable por sus papeles, el actor sigue siendo garantía de "prestigio" para una realización. La Asesinos de Elite que se promete se toma un largo tiempo en hacerse presente. Jason Statham, el último gran héroe de acción, es Danny, un mercenario que se retira en la primera escena y vuelve al ruedo en la segunda para rescatar a su mentor. Para salvarlo tiene que matar a quienes asesinaron a los hijos del jeque árabe que secuestró a su amigo, con la modalidad del Arthur Bishop de The Mechanic: que parezca un accidente. Planificar, poner en marcha, ejecutar, el film de Gary McKendry, quizás por respetar el "basado en una historia real" se pasa de lineal y repetitivo. Killer Elite produce la sensación de un videojuego en ese sentido, con misiones que se deben sortear en la mejor forma posible y, sólo si la anterior es superada de manera adecuada, se puede pasar a la siguiente. Es, a pesar de lo arriba mencionado, una película disfrutable dentro del género, sostenida con buenas dosis de acción, logradas interpretaciones de sus protagonistas (incluyendo a Dominic Purcell, que se roba cada una de sus escenas con sus espesos mostachos) y una producción que sigue al equipo por todo el mundo (con el apreciable tipeo de la ciudad y el país). Tiene además ese encanto que comparte con todas las películas que muestran las calles inglesas de los '80, con construcciones bajas, mucho ladrillo y algunos skinheads al estilo This is England. Killer Elite no es una película original ni un hallazgo, de hecho muchos elementos pueden ser rastreados en otras producciones. Hay incluso ciertas escenas manejadas con torpeza (lo del neumático desinflado de la novia de la primera víctima, por ejemplo) y otras, como los flashbacks recurrentes de Danny, que parecen de manual. Es, no obstante, un buen entretenimiento que no se hace pesado, a pesar de que en ciertos pasajes de sus casi dos horas de duración gira mucho en círculos. Por último es otra oportunidad de ver a Clive Owen como un agente internacional, un tipo de papel que le sienta bien, y a Robert De Niro con un mejor rostro, como ocurría con Limitless, lejos de las erecciones de Los Pequeños Fockers.
Hace poco más de un año la revista Variety votó a Buenos Aires como una de las mejores locaciones del mundo para rodar una película, gracias a que se la puede hacer pasar como doble de cualquier otra ciudad. Al convivir distintos tipos de arquitectura, se dijo que la capital argentina fácilmente podía recrear a Roma, París o hasta Bombay. Respecto a esto Gustavo Taretto tiene una opinión formada. "Buenos aires crece descontrolada e imperfecta, es una ciudad superpoblada en un país desierto, una ciudad en la que se yerguen miles y miles y miles y miles de edificios sin ningún criterio". De esta forma abre Medianeras, con un gran monólogo para cada protagonista, en los cuales se tiende a equiparar la falta de unidad estética de la ciudad con las fallas personales de cada individuo. El film tiene su origen en el 2004, con el multipremiado corto homónimo del director que por sus 28 minutos casi es un mediometraje. El debut cinematográfico de este consistió entonces en extender esta historia, que comenzó algunos años atrás y aún exigía mayor tiempo de pantalla. Al igual que la producción inicial, se trata de un trabajo original, divertido y ocurrente, que explora las fobias y las formas del amor en tiempos de actualizar estados online. Javier Drolas y la española Pilar López de Ayala ponen muy bien el cuerpo a Martín y Mariana, dos jóvenes que son ideales el uno para el otro, pero que lo desconocen ya que la enorme Buenos Aires conspira en su contra. La película de Taretto funciona muy bien porque ya se partía de la base de un gran trabajo que había dejado muchas puertas abiertas sobre las cuales extender la historia. Sin que resulte repetitivo o molesto, el realizador permite que sus protagonistas entablen relaciones con otros que no existían en el corto. Con ello logra un mayor desarrollo y profundidad sobre sus personajes, especialmente en Mariana, generando así una mayor fluidez y un final menos arrebatado. Estos encuentros no obstante, tienden a resolverse en forma demasiado abrupta, contribuyendo a producir, para aquel que haya visto la versión original, una sensación de relleno que no se da en el resto del film. Medianeras es una gran comedia disfrutable por cualquiera, escrita con inteligencia y llevada adelante con oficio. Es recomendable dejar que Martín y Mariana se busquen por primera vez ahora y no tratar de revisar el archivo para ver si se encontraron en el 2004. El viaje será más lindo si no se conoce el destino.
Antes de asistir a la proyección de Real Steel suponía que se trataría de una película descarada. Imaginaba que habría tomado lo peor de Transformers, le había agregado algunos escenarios white trash y se la habría arrojado así al ring, como un pedazo de carne metálica dispuesta a saciar el hambre del que busca una de robots peleando. Es que, hay que entender, la primera impresión es que se arrojó la toalla y ya no se buscó una excusa argumental para que los autómatas peleen, sino que sólo se hizo sonar una campana. Gigantes de Acero es, por el contrario, un film que encierra la violencia de un cross a la mandíbula, en forma más precisa, a la de Michael Bay y sus personajes. A la inversa de aquella, que oculta su objetivo principal con un argumento a medias, esta no esconde en ningún momento que quiere mostrar a los robots asi, y con menos culpa puede desarrollar una muy buena historia de redención y segundas oportunidades. Charlie Kenton trata de salir adelante como puede en un mundo que lo dejó afuera muy joven. Tiene todas las cualidades de un timador, agradable, simpático y hasta querible, con nadie dispuesto a poner dos pesos a su nombre. El hijo con quien prácticamente no tuvo contacto en su vida llega a su puerta para pasar una temporada a su lado y encuentra en el boxeo una vía de formar un vínculo con un padre ausente que, sin que el niño lo sepa, lo vendió por unos miles de dólares. Tras una mala racha encuentran a Atom, un robot con un dispositivo de mímesis que tiene chapa de campeón. Los combates que se desarrollan son de una pasión que hace largo tiempo no se ve en cine, de esos que se palpitan al borde de la butaca. A decir verdad, los gigantes de acero del título parecen tener venas en vez de cables y sangre corriendo por sus circuitos. Real Steel es un film cargado de emoción, el del retador menor que tiene un vistazo hacia la gloria, en una revisión moderna de lo que fue Rocky. Baseball, básquet, carreras de caballos, John Gatins ha escrito guiones sólo de deportes, por lo cual parecía una elección lógica para tachar boxeo de la lista. Si bien el film tiene mucho servido por las excelentes secuencias de pelea, por momentos recurre a frases hechas y declaraciones solemnes ("¡Quiero que pelees por mi!"), que le restan fuerza y originalidad. Shawn Levy logra sortear la previsibilidad y el piloto automático con que se hacen estas películas, el no recurrir al falso 3D o al slow motion constante para estilizar secuencias de acción da la pauta, y acaba por ofrecer su mejor trabajo hasta la fecha. Son los ojos esperanzados de Dakota Goyo, el salto para lanzar un golpe de Charlie (en un slowmo bien usado), los movimientos humanos de Atom y sus bailes, como un Naseem Hamed robótico, los que hacen de Real Steel una película gigante que debe atesorarse, como una pieza útil en un mar de chatarra.
Mucho se ha volcado sobre este film antes de su estreno en nuestras pantallas. De amar u odiar dicen, como es el cine de Terrence Malick, aquel texano hermitaño con ahora cinco películas en una carrera de cuatro décadas. La Palma de Oro en Cannes 2011 y el Gran Premio Fipresci a la Mejor Película del año, por un lado, excentricidades a la hora de proyección en ciertos cines (cambio de entradas en caso de no entenderla a los 30 minutos o rollos invertidos que nadie nota) por el otro. "¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la Tierra?". The Tree of Life sentencia su significado desde el comienzo con una cita bíblica del Libro de Job. Malick dijo "Presente" cuando Dios pasó lista, y para probar que no mentía llevó su cámara a la mismísima creación. Allí, a las raíces, cuando los dinosaurios andaban la Tierra (en una escena tanto hermosa como emotiva), cuando el mínimo acontecimiento cimentaba la posteridad. No se puede hacer más que deshacerse en elogios hacia la belleza natural en las imágenes del film, en ese viaje espiritual de perfecta música e inmensa fotografía(gran trabajo de Emmanuel Lubezki) con un terror claustrofóbico al más mínimo espacio cerrado. Ese viaje tiene un destino en la triste madurez de Jack. Malick seguirá, no obstante, un trayecto alterno, el que se disfruta más, desde el origen de los tiempos hasta el presente, deteniéndose antes en la infancia de este adulto en los años '50. Si bien mantiene esa devoción encantadora hacia la naturaleza y los planos abiertos, es allí cuando el film pierde su potencia creadora e impacto visual, a manos de un relato cada vez más clásico en lo narrativo como inocente en su tratamiento. Aquel placer estético se encuentra así a un fiero oponente en el tedio histórico de una familia del Medio Oeste norteamericano, demasiado menor para ese fresco universal que Terrence Malick empezó a pintar hace 30 años. Nota al pie: Malick, quien se toma lustros o décadas entre película y película, está trabajando actualmente en tres proyectos que podrían ver la luz en los próximos dos años. Como pasa con Werner Herzog y su incontinencia creativa, es bueno que este director norteamericano atraviese un proceso similar, el de dejar un legado, el del cine más grande que la vida.
El guardián del zoológico es una típica película de la factoría Happy Madison, productora de Adam Sandler especializada en llevar adelante proyectos que, a algunos años del estreno, alimentan la grilla matutina de los canales de cable. La compañía empezó a funcionar a fines de los noventa, tiempo después que las recordadas comedias del actor, y no tuvo participación en los mejores trabajos del humorista en la década siguiente, como Funny People o Punch Drunk Love. Es una empresa que parece más orientada a dar trabajo a los amigos, generalmente repite actores y directores, a raíz de lo cual todas las realizaciones acaban por verse similares. Dr. Dolittle ya hizo su parte hace 13 años con el tema de los hombres que hablan con los animales. De hecho el éxito de la original justificó que se hicieran otras cuatro iguales. Nick Nolte, Sylvester Stallone, Cher, son algunos de los que prestan sus voces para los “divertidos” animales, algo que se hacía en su momento y actualmente se hace en todas las películas animadas. La voz del elefante precisamente es de Judd Apatow y eso es lo único que acerca a Zookeeper a una de las películas de este. Y es que, como una clásica película de la productora arriba mencionada, es igual a las demás. Kevin James es simpático, pero en todas hace el mismo papel, sea secundario o protagonista es el gordo buenazo, al que le sigue faltando esa pizca de intento de viveza que tenía su Doug Hefferman de The King of Queens y que lo hacía tan desastrosamente divertido. Sin embargo, como es tan parecida al resto, bien podría haber estado protagonizada por Adam Sandler, David Spade o Rob Schneider, o dirigida por Dennis Dugan en vez de Frank Coraci y el resultado hubiera sido el mismo. Es entonces un producto poco original, repetitivo, predecible, sin gracia, que todo lo resuelve con un golpe a la cabeza o una caída y en ningún momento busca apartarse del molde con el que parecen hacer comedia. Si bien está Ken Jeong, un actor que en cualquier papel la rompe y a todo le suma uno o dos puntos, es un film demasiado infantil, pensado exclusivamente para los chicos.
Hacía falta una película como esta para que Kristen Wiig tuviera su reconocimiento por fuera de la pantalla chica. Hace años que es parte de Saturday Night Live, aunque el éxito lejos del selecto grupo cómico nunca ha estado garantizado. Por más mínimo que sean sus papeles, Adventureland, Walk Hard: The Dewey Cox Story o Knocked Up para nombrar algunas de las películas en las que participó, siempre cumple aportando su cuota de talento, como una versión femenina de Bill Hader, a quien bien le vendría un protagónico. De a poco ha ido ganando más tiempo en cámara, Paul por ejemplo, pero Bridesmaids es la oportunidad que estaba esperando, por un lado para mostrarse como una guionista muy capaz, pero también como una gran comediante con posibilidades de encabezar un proyecto por su cuenta. Y el film con el que lo hace es un clásico Apatow que, por primera vez, está protagonizado por mujeres. El abanderado de la bromantic comedy, a base de divertidas historias sobre la amistad entre hombres, abre las puertas para que surja un cine femenino diferente, disfrutable por cualquiera, sin caer en la previsibilidad de una chick flick. Annie está en un mal momento de su vida. Su panadería fue a la quiebra gracias a la situación económica del país, no tiene novio, el hombre que frecuenta la hace sentir miserable y, por sobre todo, Lillian está a punto de casarse. Ella puede soportar esto en forma estoica, pero no tolera que la perfecta Helen trate de arrebatarle a su mejor amiga. En un sentido tiene eso que volaba por encima de Superbad, ese saber que la vida sigue y que el momento en que se encuentran no es el mismo de antes. Esa escalera mecánica que distanciaba a Seth y Evan para transportarlos a otra etapa en la que su amistad atravesaría su prueba más difícil, es lo que ve Annie en cada propuesta de la otra, un obstáculo más en una relación de años, una brecha que se agranda en forma inevitable. Con esto pensado la película se desenvuelve sola. El único problema del film de Paul Feig es el mismo que afectó a otra gran película como es Funny People, una extensa duración que magnifica los tiempos muertos y resalta la falta de gracia de ciertos fragmentos. No obstante, con un buen grupo de actrices para acompañar, notable Melissa McCarthy, diálogos originales, situaciones desopilantes y una carga emocional que en más de una ocasión estalla, Bridesmaids se presenta como una de las mejores comedias de la temporada.
Hay muchas vidas a punto de comenzar en La Vida Nueva. Laura está embarazada de un hijo que no quiere tener, Juan, futuro padre, es testigo de una pelea entre jóvenes del pueblo y se ve obligado a tomar una difícil decisión. Además de la pareja está Sol, la estudiante de piano, quien puede obtener una beca que la saque del pueblo; Benetti, con la oportunidad de recuperar a su novia de la adolescencia y, atravesando a todos ellos, César, el joven herido que trata de arrebatarle a la muerte un tiempo más de vida. Para bien o para mal todos ellos están al borde de aquello que cambiará sus existencias y, a excepción del moribundo, está en sus manos que eso suceda. En cierto sentido el nuevo film de Santiago Palavecino llega a ese instante, pero allí se queda. El trío de guionistas compuesto por Santiago Mitre, Alejandro Fadel y Martín Mauregui suman sus plumas a la del director para llevar adelante una película de muy buen desarrollo que, a la hora de la verdad, no termina de concretar. Conducen con pulso un film cargado de múltiples conflictos de peso, capaces por sí solos de sostener su propia historia. El amor, la ausencia del mismo, la culpa, el deseo, la música (muy buena, por cierto), son algunos de los temas que abordarán, con especial atención sobre el poder, aquel que seducía al Roque del antecedente más cercano de los escritores, la gran El Estudiante. Y aquí es el dinero el que otorga ese poder, aquel que permite tener en el bolsillo a todo un pueblo, aquel que lleva a un simple veterinario a olvidarse de sus principios y convertirse en cómplice en contra de aquello a lo que se oponía. Alan Pauls, Martina Gusman y Germán Palacios son las caras de un juego de tres que no llega a constituirse como tal en forma plena. Ella como expresión de la crisis con una pareja que está a medias, porque Juan padece el distanciamiento de su mujer, pero a la vez hace lo propio alejándose emocionalmente luego de haberse traicionado. Y allí va y viene Benetti, el tercero en discordia, el músico exitoso, el que no quiere que la gente se harte de él y por eso desaparece tan rápido como llegó. Sus historias son fuertes y así se las sigue, a la espera de algo que no ocurre. Todos al borde de esa vida nueva y ninguno capaz de tomarla. Juan víctima de una caída libre que le impide hablar aún si eso significa que todo lo que conoce se desmorone, Laura que posterga una decisión por décadas y sólo actúa cuando su presente se vuelve insostenible, y Benetti, que nunca fue capaz de llamar a su antigua novia y sólo vuelve cuando su sobrino está a las puertas de la muerte. Y allí está el film de Santiago Palavecino, a un paso de ser una gran película, pero sin decidirse a saltar.
A los actores de sagas como las de Crepúsculo o Harry Potter les cuesta salir del encasillamiento en el rol que los lleva a la fama mundial. Tanto Kristen Stewart como Robert Pattinson ya han intentado, con mayor o menor éxito, romper el cerco vampiro encabezando otras realizaciones que no requerían que se alejaran demasiado de sus papeles conocidos. El que faltaba era Taylor Lautner, quien busca pegar un salto a medias con Abduction, una película de acción muy light que trata de mantenerse cercana al público adolescente que sigue a su protagonista. La joven estrella transpira Twilight por los poros, como si fuera una exigencia del contrato hacer nuevamente de Jacob. Un juego interesante que se puede poner en práctica en la previa a la proyección es tratar de medir el tiempo que tardará el joven actor en aparecer sin remera. La velocidad con que lo hace sorprende, de la misma forma que el notar que todavía gruñe como si el lobo estuviera a punto de aflorar. La identificación con un sector específico de la audiencia no se limita sólo a su personaje central, de hecho la amenaza del gran villano es eliminar uno a uno a todos los contactos que el otro tiene en Facebook. Tras una década y media de mantener un promedio de una película cada dos años el director John Singleton se tomó una larga pausa. Four Brothers (2005) había sido su último trabajo, una buena película de acción centrada en la búsqueda de venganza de cuatro hombres criados como hermanos por una madre adoptiva recientemente asesinada. Si Abduction es una peor película en todo sentido es porque parece más ocupada en instalar una nueva franquicia joven a la que explotar. El guión del debutante Shawn Christensen toma ciertos elementos de Wanted y Bourne a los que agrega muchas hormonas, dando como resultado un film azucarado y carente de originalidad. Hay no obstante ciertos elementos rescatables, sobre todo durante la primera parte. Fundamentalmente se dan con las intervenciones de Maria Bello y Jason Isaacs, este último boxeando a Lautner, al igual que Sigourney Weaver, Alfred Molina y Michael Nyqvist, todos como parte de una gran trama de secretos y mentiras que llama algo la atención hasta que se revela como un Wanted sin disparos curvos. Así la elección del joven Taylor como héroe de acción queda justificada, ya que se trata, sin llegar a los extremos de I Am Number Four, de otra película pensada para aprovechar la mina de oro que resultó ser el público adolescente.
Hilary Swank está en una etapa de cambio como en la que se encuentra Adrien Brody, tomando cierta distancia de los papeles dramáticos que la llevaron a la fama y pasando a géneros en los que no pisa del todo firme. Pareciera estar buscando desesperadamente demostrar que es una mujer, tomando roles más femeninos y apartándose de los papeles varoniles que ya le reportaron dos premios de la Academia. En esta oportunidad se vuelca al “suspenso” en la ópera prima del finlandés Antti Jokinen. Y hablar de suspenso en este caso le queda grande a una película incapaz de manejar lo que genera. Hay unos buenos 30 minutos iniciales en los que se plantea el conflicto, sostenido por la actriz acompañada del carismático Jeffrey Dean Morgan y de un Christopher Lee que colabora en construir una atmósfera sombría. Súbitamente el director muestra sus cartas antes de la mitad del juego. Durante unos largos minutos sobreexplica la vuelta de tuerca, reviviendo cada una de las escenas desde la mirada del malo. A partir de ese punto el final no tiene propósito, y el film encuentra su lugar como un thriller predecible y repetitivo.