The Help llega a nuestro país luego de haberse convertido en un inesperado éxito en las boleterías norteamericanas, recaudando una cifra ocho veces superior a la de su presupuesto y convirtiéndose en el film que más tiempo lideró la taquilla desde Sexto Sentido en 1999. El film de Tate Taylor, quien no tiene una reconocida trayectoria, es extenso, por momentos demasiado rosa y por otros carece de profundidad. Con esto trato de señalar que las razones por las que esta película ha cobrado tal notoriedad no son tantas, sin embargo, más lo pienso, más me convenzo, hay una que vale por todas: las actuaciones. En las calles muy bien representadas de Jackson, Mississippi, se respira un aire de odio racial e intolerancia, el cual se sostiene en el gran conjunto de mujeres que el director supo conseguir. En papeles centrales, tanto Emma Stone como Viola Davis logran destacadas y conmovedoras interpretaciones, no obstante se podrá encontrar en algunos secundarios, especialmente en Bryce Dallas Howard, la perra del año, y Jessica Chastain, de un 2011 impecable, lo mejor de la película. Hay además de esto un apreciable trabajo de guión, en el cual se evitan muchos golpes bajos que otro film no dudaría en dar, a la vez que se toma cierta distancia del discurso aleccionador. Como señala el título con el que se la conoce en Argentina, hay muchas historias que se cruzan en estos 146 minutos, un punto que perjudica al relato por llevar a que muchas de ellas sean tratadas con mayor ligereza de la que merecen. Tal y como el libro que Skeeter escribe, que busca reflejar cómo viven las criadas a principios de los '60 aunque solo parece ser una recopilación de testimonios, de a ratos The Help parece un mero anecdotario.
El malgasto de la vida es el tema que Antón Chéjov aborda en su drama Tío Vania, en el que el personaje del título se encuentra con que ha desperdiciado sus mejores años al servicio de una concepción errada. Un despertar similar tendrá Paul Giamatti, el actor elegido para una nueva puesta en escena de esta obra, afligido por la presión del estreno e incapacitado para desarrollar su papel. El inmediato alivio llega en forma de una nueva tecnología capaz de quitar un gran peso de encima, esos livianos 21 gramos capaces de cargar grandes cantidades de culpas, remordimientos y problemas diarios. Una decisión, un riesgo, una carrera y una vida posiblemente tiradas por la borda, ese es el conflicto con que se halla el Tío Paul, en una película que no puede dejar de recordar a Being John Malkovich. Es la presencia de Giamatti como el personaje a deconstruir lo que hace de Cold Souls un film de interés, a pesar de la semblanza respecto al de Spike Jonze, con una actuación notable de aquellas que suele ofrecer en grandes películas. Si bien la de Sophie Barthes no es una idea que pueda considerarse original, su puesta en práctica podría haber resultado en un mejor trabajo. Toda la emotividad y gracia que el actor es capaz de aportar, lo mismo corre para una Emily Watson con poca pantalla, acaba algo desaprovechada frente a una historia que no termina de convencer, más allá de lo ficticio de la premisa. La debutante realizadora ofrece un proyecto con altibajos, con pasajes muy logrados en los que el humor funciona, pero con otros que, de tan sintéticos, parecen mecánicos. Esas falencias, sumadas a la falta de emoción, es lo que hacen tropezar al gran final que la directora tiene entre manos. Una perfecta vuelta chejoviana sobre el personaje de Dina Korzun que, a raíz del desarrollo general, parece equivocadamente inconclusa.
How I learned nothing from cancer (De cómo no aprendí nada del cáncer) fue el título que Will Reiser eligió para coronar el primer borrador de esta película. Unas pocas palabras condensan toda la frustración, el enojo y el alivio de superar una enfermedad terrible, a la vez que dan cuenta de una mirada egoísta sobre la historia, un punto de vista situado en forma exclusiva en su protagonista. Es precisamente el abandono de este único enfoque lo que hace de 50/50 un muy buen film. No solo debe destacarse el hecho de despertar algunas risas a partir de lo que es una de las situaciones más difíciles que se puede atravesar, sino también el hecho de no hacerlo solo. Si hay algo que la Nueva Comedia Americana ha hecho pisar fuerte en los últimos años, con o sin bromance, es el valor de la amistad. En las buenas, siempre, pero más que nunca en las malas, allí están los amigos de todas las producciones de la escudería Apatow (quien no intervino en esta), así como este Kyle de Seth Rogen. Puede pasar como colgado y ventajero, pero en realidad es un tipo que no sabe lidiar con lo que ocurre con su compañero, pero sabe que dará todo por él. El universo de relaciones de Adam cambia radicalmente a partir de su diagnóstico, con su madre (gran pequeño papel interpretado muy bien por Anjelica Huston), con su novia (Bryce Dallas Howard es la bitch del año, por esta y por The Help), en terapia, en el trabajo y con sus nuevos compañeros de tratamiento. Solo hay una constante, Kyle. Es probable que Will Reiser no haya sacado nada de su enfermedad y, en caliente, haya escrito un guión que mostraba ese sentir. Ahí está la mano de Rogen y Evan Goldberg, para hacerle notar lo cerca que estaba de su experiencia como para notar que hubo un aprendizaje real, tanto de él como de aquellos que lo rodeaban. Y con ellos, nosotros, más allá de que no haya rastros de solemnidad o discurso en el desarrollo. Joseph Gordon-Levitt, quien sigue disfrutando de su mejor momento, lleva adelante una muy lograda interpretación, pasando con fluidez por el manual de texto que supone este camino de la aceptación. En él habrá momentos para reír y llorar en justa medida, todos como parte de un relato sincero que, si bien toca las cuerdas sensibles, no cae en el golpe bajo. Y así concluye este muy buen trabajo de Jonathan Levine que es 50/50, una comedia dramática con todos los números.
Habrá defensores y detractores en torno a su figura, pero es innegable que el ingreso de J.J. Abrams a la franquicia Mission: Impossible ha supuesto una revitalización de la misma. Años han pasado desde el estreno de la segunda parte, a cargo de John Woo, secuela inferior a la original en la que no se caía una idea. Pero luego de la tercera, memorable película de acción con un enorme Philip Seymour Hoffman, digamos que solo queda apuntar hacia la excelencia. Y ese es el nivel de calidad de Mission: Impossible – Ghost Protocol, un film realmente emocionante, de aquellos pocos en los que no se puede hablar de "dosis de acción" sino de escasos, y obligados, pinchazos de tranquilidad en lo que de otra forma serían dos horas de acción en su mayor grado de pureza. Brad Bird dirige su primer proyecto no animado y pasa la prueba con honores con un trabajo completo en el que, como piezas de relojería, nada falla. De igual forma es el sólido guión de los debutantes Josh Appelbaum y André Nemec, viejos conocidos de Abrams por sus trabajos en Alias, pero sin experiencia previa en la gran pantalla. Quien no deja de sorprender es, por otro lado, Tom Cruise, quien a punto de cumplir 50 años se encuentra en excelente forma. Y es ese óptimo estado el que le permite imponerse sin esfuerzo sobre Jeremy Renner, quien tiene, no obstante, muchas secuencias para brillar, más de las que podía enorgullecerse Jonathan Rhys Meyers allá por el 2006. En la serie de largos aciertos que esta presenta cabe resaltar a Simon Pegg, quien aporta esos necesarios y efectivos toques de humor que han caracterizado a la franquicia, y que pedía más pista en la producción anterior. Por otro lado las decisiones en torno a la secreta figura de Michael Nyqvist, quien parece perfilarse como comodín de villano europeo, no parecen las mejores. Una saga que ha contado con enemigos carismáticos presenta al sueco como un hombre sin voz, con un coeficiente intelectual de 190 que no alcanza para convertirlo en némesis, sino en un sujeto con un plan. Generalmente se puede destacar una sola escena y ejemplificar con ello lo que mejor se ha hecho en la película, es decir enfatizar un punto. Elegir la mejor secuencia de esta es la verdadera misión imposible, la cárcel en Rusia, la persecución por las calles de Dubai, todo lo que ocurre dentro del Burj Khalifa, son momentos de tan alto voltaje que quedarse con uno sabría a poco. Esta entrega sin duda ofrece una buena pelea por ubicarse entre lo mejor de las cuatro, un film en el que su realizador tensa las cuerdas desde el comienzo y las hace vibrar a gusto, sosteniendo con pulso de hierro una historia que no da respiro.
Norberto apenas tarde es la ópera prima del actor Daniel Hendler, que forma parte de la categoría Competencia Internacional en la 13º edición del Festival Internacional de Cine Independiente en Buenos Aires (BAFICI). Está centrada en el personaje que da título a la película, con una muy buena interpretación de Fernando Amaral, un hombre de mediana edad que descubre ciertos aspectos de sí mismo, como el amor por la actuación, cuando empieza a ver que su vida se desmorona. Se trata de un personaje similar a los que el mismo Hendler suele interpretar en la gran pantalla, con rasgos de antihéroe y la incertidumbre a flor de piel. Toda la historia pareciera tener algo de autobiográfico, quizás no lo sean los problemas financieros, laborales, de pareja o con amistades que aquejan a Norberto, pero sí la pasión por el arte dramático y el sueño de vivir dedicado a ello. En todos los ámbitos de su vida parece no tener respuestas, fracasa rotundamente y debe mentir, disfrazar sus verdades para no quedar en evidencia. Por el contrario, cuando su talento sobre las tablas se hace notar, descubre la posibilidad de poder ser respetado por otros y considerado uno más haciendo algo que le gusta. Se construye entonces la historia de una vida sencilla a base de situaciones simples, no por eso poco efectivas. Con un toque de categoría, sutil, Hendler construye escenas de la vida diaria cargadas de humor, pero no aquel de la ocasional risa estridente, sino el de la sonrisa constante, el que celebra la cotidianeidad y las historias mínimas. Entrada en su segunda mitad la película se estaciona lentamente, demorando en la llegada a conclusiones y perdiendo un poco las risas que generaba. No obstante se trata de un promisorio debut del actor uruguayo detrás de cámaras, algo que se refuerza por un gran manejo de los actores. Entretenida, simpática, con un personaje principal que transmite todo tipo de sensaciones y una galería de papeles secundarios que destilan simpatía, Norberto apenas tarde es una película que merece ser vista y augura un buen futuro como realizador para el conocido debutante.
Estos fueron días de mucha reflexión acerca de la figura de Werner Herzog y su cine más grande que la vida. Días en que descubro que me apasionan sus trabajos, sus ganas de mostrar algo nuevo, algo diferente, controlando las herramientas que el arte le provee, doblando las reglas cinematográficas a su antojo. Los años le dieron prestigio, el prestigio le dio capacidad financiera, y esta capacidad financiera le brindó la cintura para embarcarse en todo tipo de realizaciones. Proyectos enormes, de gran originalidad, que le permiten circular con fluidez entre el registro documental o la ficción. En los últimos años se ha convertido en uno de los directores más prolíficos, dejando a su paso un legado de grandes obras. Entre estas puede ser incluida Cave of Forgotten Dreams, película que llama la atención desde la premisa, ya que si el director de clásicos de todos los tiempos como Aguirre o Fitzcarraldo decidió hacer una película en 3D, eso es algo digno de ver. En la cueva Chauvet-Pont-d’Arc no puede entrar nadie ajeno al equipo de investigadores, historiadores o paleontólogos que la estudian desde que fuera descubierta en 1994. Proponiendo que la película fuera propiedad de Francia y cobrando sólo un euro de honorarios, el Estado francés le otorgó al alemán el permiso para documentar su interior. Esta oportunidad de ingresar en terrenos prehistóricos supuso una serie de restricciones. Sólo se le permitieron cinco jornadas de rodaje de cinco horas cada una, luces portátiles de baja intensidad para no calentar el entorno, no tocar nada ni salir del camino señalado, y sólo pudo entrar un equipo de cuatro, por lo que cada uno tuvo tareas específicas. Conociendo las limitaciones técnicas, Herzog supo aprovechar al máximo lo que tenía al alcance de la mano y eligió un formato tan ajeno como el 3D como medio capaz de transmitir con fidelidad el interior de la cueva, debido a los relieves y texturas de la roca. Una vez más el director se embarca en una de sus aventuras hacia terrenos desconocidos, sobre los que arroja luz por medio de entrevistas a los principales involucrados en la investigación así como también por sus propios registros fílmicos. Son algunos de estos testimonios los que terminan causando algunas molestias, introduciendo valoraciones subjetivas y conjeturas que no terminan cerrando del todo. Respecto a lo que se ve, es algo único el sentirse parte de una experiencia colectiva de descubrimiento, sabiendo que alrededor nuestro hay más de 300 personas que con ojos de niño vislumbran por primera vez esas imágenes hermosas. Es que más allá de su valor histórico estas tienen un valor artístico, lejos de tratarse de las conocidas pinturas rupestres de hombres hechos con líneas rectas, los animales que se avistan, especialmente la pared dedicada a los caballos, son representaciones perfectas. Herzog asombra, maravilla, conmueve y hacia el final advierte y preocupa. Una central nuclear opera a unos pocos kilómetros de distancia de este patrimonio del hombre, causando trastornos tanto en la flora como en la fauna. Los cocodrilos que a causa de una mutación genética son albinos, hace algún tiempo atrás se hubieran presentado como un desvío por parte del director hacia otros tópicos por los que ya ha demostrado interés. Hoy no obstante, a un mes de la tragedia de Japón y los peligros de un desastre nuclear aún latentes, adquieren un valor casi premonitorio y se convierten en un llamado de atención para toda la humanidad.
Shark Night 3D es una heredera pobre de la Piranha de Alexandre Aja, a la que parecería rendir homenaje. Un film que, exceptuando el rubro actores, está dotado de recursos similares, malogrados en lo que parece un estreno directo a DVD con un alto presupuesto. Un lago de un pueblo alejado, un grupo de jóvenes alzados y una gran cantidad de especies de tiburones para aguarles la fiesta, una premisa poco original que podría llegar a funcionar con un cambio de tono, algo que nunca termina de concretarse. Una película en la que persiste levemente la idea de parodiar al género terror, pero cuya incapacidad para dejar de tomarse en serio la convierte en un exponente fallido del mismo. David R. Ellis, director de Destino Final 2 y 4, conduce este producto sin arriesgar nada, con tanto temor al exceso que acaba con las manos vacías. Es que ese tono paródico que debería inundar sus 91 minutos demora más de una hora en aparecer, generando en el proceso que escenas como la de Malik, con un brazo menos y armado con una lanza esperando a uno de los peces gigantes, solo sean ridículas. Cabe resaltar también que los efectos dejan bastante que desear, con tiburones más falsos que los de películas con más de 20 años y un 3D que nada aporta, sobre todo por su escaso uso. Promediando el final habrá un muy buen monólogo de Donal Logue, sobresaliendo como lo mejor del metraje. Con referencias a Morgan Freeman, Guns N’ Roses o La marcha de los pingüinos, se encontrará el primer atisbo real de humor, proveniente de la boca cervecera del sheriff, una suerte de Sean Finnerty (su personaje de Grounded for Life) con un giro oscuro. Tras esto, la película continuará con su predecible derrotero, carente de humor o sorpresas. Al finalizar los créditos será el turno de Shark Bite, video de un rap dirigido por el protagonista Dustin Milligan e interpretado por todos los actores, quienes reviven escenas de la película. Divertido, si, pero desubicado en una película que se acuerda demasiado tarde que debía entretener.
Mark no está teniendo un mal día, él tiene una mala vida. En pantalla veremos esa franja de 24 horas en las que parece que no va a sacar la cabeza del pozo, no obstante es fácil darse cuenta de que, para él, es un día como cualquier otro. Una nueva frustración tras un casting, más reclamos de una pareja que exige lo mínimo, un casero que demanda tres meses de alquiler, lo usual para un hombre demasiado abatido por sus años como para cambiar su presente. Allí, en los suburbios de Dublin, vive junto a su furiosa mujer, su hermano cuadripléjico y su mejor amigo, Pierce, un egoísta alcohólico en recuperación que comparte sus miserias y algún euro ganado con los caballos. En esa sombría casona que todos comparten, en la que todo es una posible trampa mortal (¿se acuerdan de La Herencia de Tía Agata?) se desarrolla esta comedia negra, accidentada y autorreferencial, cuya inverosimilitud funciona bien, aunque acabe jugando para el otro lado. El absurdo es el elemento fundamental de esta película de Ian Fitzgibbon, cuyo tan demorado estreno en Argentina encuentra al realizador con otros dos trabajos en su filmografía desde entonces. Es difícil querer hacer referencia al resto del film sin contar detalles relevantes de la trama, al menos más de los que la injustificada traducción del título adelanta. Una serie de desgracias se desatarán en los innumerables cuartos que esas cuatro paredes esconden, hechos fortuitos cuya explicación verdadera parece la más disparatada de las mentiras. ¿Cómo dilucidar algo que no se entiende? O mejor aún, ¿cómo se demuestra ser inocente cuando todo apunta a que uno es culpable?. Para los personajes de Mark Doherty (también guionista) y Dylan Moran es fácil: un conjunto de delitos para probar que no hicieron nada. Para más claridad, echar cloro. Así, tomándose un poco más de tiempo del necesario en arrancar, se desarrollará un film entretenido cuya acción debería ser más sorpresiva, aunque los trailers mismos o algo ajeno a la realización, como es una traducción de un título, le resten mucho de la misma. A medida que esta se desarrolle, tomará por pasajes un sentido oscuro que no le sienta, desvíos que concluirán en un final apresurado e inconcluso. Cierra de todas formas de una manera divertida, con una buena intervención de Jonathan Rhys Meyers, bien cerca del eterno loser Mark, con la posibilidad de interpretar el papel de su vida.
Pocos aspectos establecen tan marcadas diferencias entre los estadounidenses y el resto del mundo como en el caso del deporte. Hockey sobre hielo, fútbol americano, baseball, los elegidos por sus fanáticos gozan de una notable falta de popularidad en los demás países, exceptuando levemente al básquet. Pero aunque el fútbol sea soccer y el béisbol sea baseball, el deporte, no importa cual, es igual en todos lados. Y el deporte, la mayoría de las veces, no es justo. No siempre gana el que más se esfuerza o el que más lo merece, muchas veces la suerte acompaña o no. Pero hay otros casos en los que las cartas ya se conocen, manos en las que juega el dinero sobre todo y que permiten que, en "igualdad de condiciones", se enfrenten entre sí equipos con diferencias abismales de presupuesto. Es ahí donde se juega El Juego de la Fortuna, que si bien su título parece remitir a un juego de mesa o a uno de azar, hace referencia a un deporte que mueve millones de dólares y a jugadores con una ligereza que asusta. Y en el medio de eso está Brad Pitt o Billy Beane, manager de uno de esos equipos que están "15 pies de basura" por debajo de los considerados pobres. El hombre que entiende que no se le puede ganar a los grandes imitándolos, sino con ideas, astucia y una mentalidad por fuera de la norma. El perfil bajo, el amor por la pelota, la constancia, la convicción y, sobre todo, la capacidad para encontrar diamantes donde los demás vieron carbón, son las claves del Moneyball, un sistema que reinventa el juego, un huracán que revoluciona la forma de jugar. Un Huracán de Cappa. Ahí reside el conflicto del film de Bennett Miller, un hombre con fe en algo más enfrentando a empresarios, cazatalentos e incluso al propio entrenador, ejemplos varios de una extendida mirada tradicional que le dice qué es lo que tiene que creer. Y con esto se logra una muy buena película, de esas que pudiendo hacerlo no se encorsetan en aleccionar al espectador, de esas que van a más y dejan todo en la cancha y, a pesar de que no lo logren, van a caer intentando. Las buenas actuaciones de Pitt y Jonah Hill, bien podrían tener más tiempo en pantalla Chris Pratt, Robin Wright o Phillip Seymour Hoffman, acompañan un guión más que correcto de Aaron Sorkin y Steven Zaillian que, a la hora de elegir, prioriza con buen criterio el desarrollo del sistema, y el film en su totalidad, sobre el propio Beane, antes que la ejecución del mismo en los diferentes partidos. Un trabajo que supera las expectativas y que, si bien en muchos fragmentos se queda en tecnicismos y demás aspectos que exigen una familiaridad que no se tiene para con el juego, logra franquear airoso la barrera que implica un tema cuasi autóctono para desarrollar una película universal.
En inglés Last Night tiene dos interpretaciones, algo que Massy Tadjedin sabe y utiliza para desarrollar el aspecto más original de su debut como directora. Por un lado es "anoche", en el sentido de que la acción del film transcurrirá durante algunas horas, en lo que para nosotros ya es ayer. Por el otro es "la última noche", que puede ser tanto la última noche sobre la Tierra como el tiempo de descuento para un matrimonio de años. Así, las cámaras de la iraní seguirán en forma neutral a las dos mitades de una pareja que comparte poco en pantalla. Primero Michael, luego Joanna, la realizadora disecará cual cirujana la última noche de ambos, con el alto precio que supone tener una buena historia, con ritmo y sustancia de un lado, y una relación lenta y fría por el otro. "Hay problemas de conexión", le dice Sam Worthington a Keira Knightley, cuando la señal de su celular falla desde el baño de un bar. Esa frase parecería explicar el estado de su relación con Joanna y justificar esa atracción que siente con su compañera de trabajo. No obstante, las escenas del actor australiano con Eva Mendes son asépticas, más allá de que están bien filmadas, como el resto de la película, denotan cierta incomodidad en los diálogos, pronunciada por una falta de química que se hace más evidente, y en comparación, a medida que el film avanza. Es que el encuentro de Knightley con el personaje de Guillaume Canet revuelve el pasado compartido y pone en el horizonte el futuro que pudo ser. La noche de ellos es movimiento, comparten una cena con una pareja de conocidos, pasean un perro, van a una fiesta. Se mueven, y con ellos la historia. El trabajo de ambos actores es muy bueno, por eso es que, aprovechando que las piezas más jugosas del guión de Tadjedin fueron para ellos, logran transmitir muchas más emociones con una caricia o una mirada que los otros dos con varios minutos de diálogo. Es en definitiva un interesante debut para la realizadora, un trabajo original que lamentablemente peca demasiado de irregular.