Johann corre en círculos en el patio de la prisión a la que está confinado por robo de bancos. Su recreo termina e, increíblemente, sigue corriendo en su celda, en una cinta andadora ubicada delante de sus múltiples pares de zapatillas deportivas. La de Johann es una historia real, la de un maratonista austríaco que por hobby asaltaba bancos. Y en silencio, corre. Como en la cárcel, una vez que empieza no se detiene y así da comienzo a un ejercicio fílmico (¿o físico?) en que la cámara sigue a la par sus interminables pasos. Der Räuber es un thriller filmado con mucho pulso por su director Benjamin Heisenberg. Se trata de un film ágil en perpetuo movimiento, ligado a la suerte de un protagonista que no puede dejar de acelerar. No es convencional, Johann es un hombre silencioso, impasible, al parecer distanciado emocionalmente de todo. Pero corre, y en eso es el mejor. Y el director lo hace junto a él, no lo sigue desde atrás, corre a su lado. Esta velocidad constante da como resultado algunas secuencias sorprendentes, como los dos robos en un día, seguido de una larga persecución que se extiende hasta el final o el montaje de autos y música que indican que sigue en los asaltos. Todas tienen el punto en común del protagonista corriendo. Y este vínculo irrompible hombre/cámara falla entonces cuando se detiene, cuando lo relaciona con una mujer, cuando sus largos silencios apoltronan una historia que no dejaba de moverse.
Con precisión de relojero cada dos años Greg Mottola entrega una nueva gran película. No repite fórmulas, cambia, busca nuevos guionistas, da oportunidades a jóvenes actores y siempre cumple. En el 2007 buscó y logró risas con Superbad, film que potenció a un adolescente grupo de actores y a sus principiantes escritores Evan Goldberg y Seth Rogen. En el 2009 volvieron los ’80 con Adventureland, su mejor trabajo hasta el momento y lamentablemente el menos conocido. Con Paul juega a la ciencia ficción. Como niños en una dulcería, lleva al paraíso geek a sus siempre presentes nerds y los deja tocar todo. El resultado es una divertida y emotiva comedia cargada de personajes entrañables, como aquellas que suelen caer de otro cielo que es el de Apatow. Y para el combinado sci-fi humorístico, nada mejor que aquellos que durante algunos años han mezclado sabores del otro lado del charco. Simon Pegg y Nick Frost han probado como dupla actoral, y como guionista el primero, la comedia de terror (Shaun of the dead), le han sumado acción (Hot Fuzz) y, en su primer guión co-escrito, juegan con Mottola a la ciencia ficción. Y como él, cambian. Pero al igual que el director mantienen un punto fundamental: el corazón. Sus personajes pueden insultar cada dos palabras, pueden hacer cosas ilegales, los puede perseguir la policía, pero nunca pierden sus valores, y en estas películas lo principal es la amistad. Paul es cómica, ocurrente, franca, emotiva. Puede que el género sea otro, pero en la práctica es lo mismo. El mismo cine de Mottola, el mismo ejemplo de felicidad.
Juan y Eva es la historia del origen y la consolidación del romance entre dos de las figuras políticas más importantes del siglo XX argentino. El título es claro, el enfoque está puesto en el hombre y la mujer detrás del mito, y el amor que se profesaron antes de convertirse en Perón y Evita. También es una película que se estrena a poco más de un mes de las elecciones presidenciales por lo que es, en ese sentido, susceptible a que se la mire de reojo como una realización de fines propagandísticos. Cabe aclarar que esa idea previa se desvanece de a poco mientras la proyección avanza y, si bien no es "apolítica" como definió su directora, sería injusto tildarla de electoralista. El film se destaca por una gran representación de época que no necesita apelar al ornamento. Austero pero preciso, es evidente el fuerte trabajo de producción en el cuidado de los detalles. Son notables también las interpretaciones de sus protagonistas, en ambos roles de peso sobre los que se sostiene la historia. Sin importar el parecido físico, tanto Osmar Núñez como Julieta Díaz acaban identificados con dos papeles difíciles, de los que mucho se sabe y se ha visto, pero poco en el período representado. Respecto al tema político, parece temeroso el calificar a la película de apartidaria por el hecho de transcurrir en una etapa que antecede a la antinomia peronismo-antiperonismo. Si bien desde un principio se tiene la pauta de que el costado que se muestra es el humano (la relación de Perón con María Cecilia, por ejemplo), se puede dudar de si verdaderamente está tan disociada de la actualidad. Hay respecto a esto una escena en particular (se puede ver un vistazo en el trailer que está más abajo), en que el embajador Spruille Braden (Alfredo Casero) encabeza la Marcha de la Constitución y la Libertad. Allí circula la multitud con los puños en alto, banderines norteamericanos y carteles en los que se lee "Unión Cívica Radical" y "Sociedad Rural Argentina", todo esto acompañado por una tétrica música de película de terror de fondo. Ejemplos como este desdibujan lo que es, en esencia, un film "apartidario". Respecto a la historia de Juan y Eva, hay en el guión un trabajo opuesto al que se condujo respecto a la puesta en escena. De aquella se resaltaba la austeridad como punto a favor, algo que falta en el relato escrito por su directora Paula de Luque, sobre la novela homónima de su marido y actual Secretario de Cultura, Jorge Coscia, el cual se mantiene muy apegado a las citas. Meticulosa y respetuosa, el buen desarrollo de la historia de amor pierde fluidez a manos de la solemnidad y el discurso.
Por la cercanía en el tiempo de un estreno con el otro, es imposible no ver Friends with Benefits (Amigos con beneficios) y establecer comparaciones con No Strings Attached (Amigos con derechos), dado que como sus títulos demuestran prácticamente comparten argumento. Teniendo en cuenta que la segunda contaba con una dupla protagonista de mucho mayor peso y que su resultado aún así había sido malo, poco se podía esperar de esta nueva película. Un punto de partida para mirarla con otros ojos era la presencia de Will Gluck en la silla de director, sabiendo que su último trabajo, Easy A, resultó en una comedia muy lograda. Es en parte gracias a él y a sus guionistas que este segundo acercamiento del año al tema de los fuck buddies sea notablemente superior al primero. No hay que menospreciar a este estreno aseverando que sólo es una buena comedia por comparación con una mala. Es una buena comedia porque funciona como tal. Los diálogos son ágiles, la pareja del título tiene mucha química y, como últimamente necesita cualquier film de este género, hay un buen grupo de personajes secundarios. La frescura de Mila Kunis es una constante en un papel bastante similar al de Forgetting Sarah Marshall, mientras que Justin Timberlake lo hace dentro de todo bien, salvando los momentos en que los realizadores buscan que sea Justin Timberlake y lo hacen volver a la época de 'N Sync. Por otro lado tanto los experimentados, como la desatada Patricia Clarkson, el avejentado Richard Jenkins y la loca de Woody Harrelson, hasta los novatos, el pequeño Nolan Gould (Luke de Modern Family), todos acompañan a un dúo que no sufre la necesidad de compañía dado que se sacan chispas frente a la cámara. Para cerrar con el tema actores hay que mencionar las simpáticas participaciones menores de Emma Stone, Jason Segel y Rashida Jones, estos últimos dos en el marco de una falsa comedia romántica que dan en televisión. Tanto lo ya mencionado como ciertos detalles, como la relación de Dylan con su padre enfermo (lo cual en un primer momento parece descolgado pero con buenas actuaciones y guión se ajusta perfecto) o los momentos cómicos durante el sexo PG-13 made in Hollywood, son puntos favorables para una película que no arriesga demasiado e igual gana. Son aspectos que mejoran mucho una película que por lo general sigue un rumbo fijo hacia la habitual previsibilidad de género.
"Para ser un tipo con un coeficiente intelectual de cuatro dígitos, debo haber errado en algo", piensa Eddie Morra desde la cornisa de un rascacielos, al borde del suicidio. Desaliñado, con el pelo desprolijo y lejos del traje de la escena anterior es la siguiente imagen que ofrece, en la cresta de un bloqueo de escritor que lo ha vuelto un ser completamente improductivo. Su voz en off da a entender a las claras que él será quien tome la responsabilidad de la historia, con lo cual, más allá de que Robert De Niro esté presente en una de sus mejores películas de un tiempo a esta parte, es entera responsabilidad de Bradley Cooper llevarla adelante. En los últimos años este actor norteamericano ha logrado dar el salto que implica pasar de secundario a estrella y, si bien ha encabezado proyectos, este es el primero que lo encuentra como absoluto protagonista. Ha formado parte de grandes ensambles románticos, de un equipo de acción (The A-Team) y en dos oportunidades de uno de los mejores tríos cómicos de la década (<b>The Hangover), pero esta es su primera oportunidad de cargar con todo el peso de la producción en sus hombros. Lo hace en un film que recuerda a John Doe, aquella serie del 2002 con Dominic Purcell cancelada luego del espectacular episodio final de la primera temporada. Si allí el personaje que parecía saber todo menos su nombre utilizaba sus dotes para ayudar a resolver crímenes, aquí Eddie Morra tiene un objetivo más humano: poder y dinero. Es que, partiendo de la base ficticia de una droga que permite utilizar el cerebro al 100%, la película envuelve a sus involucrados en una trama con los pies sobre la tierra. Y esto lleva a que sea mayor la carga sobre su protagonista, dado que no hay una contraparte definida, sino varias. Es la sencillez del razonamiento lo que conduce a que el film abra múltiples variantes fáciles de controlar, al girar todas en torno a la codicia. Todo aquel que toque la fuente de la sabiduría va a quererla, de forma tal que cualquiera es un potencial enemigo. El guión de Leslie Dixon (The Thomas Crown Affair, Pay it forward), adaptación de The Dark Fields de Alan Glynn, es ágil y entretenido, cambiando rápidamente a la versión loser de su personaje central por uno cargado de confianza y carisma, con un brillo propio que se refleja en cámara. Su mayor inconveniente es que, de a ratos, deschava sus cartas permitiendo que el público tome conocimiento de sus intenciones, anticipándose a un sujeto que usa el máximo de sus capacidades cerebrales. Más allá de esto el director Neil Burger, al igual que en El Ilusionista, juega bien una mano ganadora y, aunque algo se pueda percibir, se guarda algún as bajo la manga hasta el final.
Los descendientes de la bruja Blair cobraron fuerza en los últimos años luego de que la fórmula del material recuperado y el registro "verídico" con cámaras testigo volviera a resurgir con la saga Paranormal Activity. A esta nueva película incluso se la ha definido con entusiasmo como Actividad Paranormal en el espacio, lo que puede interpretarse entonces como una idea repetida pero con cambio de locación. A esto apunta Apollo 18, en el marco de una fallida misión espacial dotada de una decena de dispositivos para filmar los acontecimientos. La propuesta tiene como plato fuerte la premisa de dar cuentas de la "verdadera" razón por la que el hombre no volvió a la Luna. Cuenta para ello con actores desconocidos que por asociación se convierten en los rostros de los astronautas "reales". Pero es el factor que idealmente la hace diferente, el espacio, lo que finalmente acaba por perjudicarla. Que sean dos sujetos aislados en la superficie lunar, sin comunicaciones y con salidas reducidas, lo que limita la película a unas pocas posibilidades que se agotan rápido y se repiten mucho. Esto produce así un ida y vuelta permamente sobre lo mismo: escuchar ruidos, ver indicios de que pasa algo raro, explorar la región, intentar comunicarse con Houston. Esto parece así un cronograma dispuesto por el realizador, quien no tiene reparos en repetir situaciones con algún mínimo cambio en pos de la "verdad". Hay respecto a esta construcción ciertos planos, acercamientos y enfoques en cámara lenta sobre algunos sucesos con los que se traiciona incluso aquella idea fundante. En definitiva se trata de una propuesta que poco aporta a esta técnica del found-footage. Tampoco tiene qué ofrecer tanto al género de terror, ya que difícilmente se la pueda encuadrar en él (si lo máximo que se puede lograr es un ¡Bu! de frente a la cámara, hay síntomas de que algo está mal) como a la ciencia ficción. Lo que más se destaca es sin dudas la lograda puesta en escena, algo que condujo a que en los últimos días la propia NASA prefiriera prevenir que curar y asegurar que este film no es un documental. Que la agencia se preocupara al punto de tener que desmentirla, es un premio demasiado grande para esta película de Gonzalo López-Gallego.
En 2009 se estrenó The Final Destination y con una visión más a largo plazo que los propios realizadores, los distribuidores la nombraron en español Destino Final 4. La correcta traducción hubiera sido El Destino Final pero, quizás gracias a una premonición, se pensó que sería mejor hacer a un lado aquel pronombre personal que da una sensación de cierre definitivo y poner un número, de forma tal que la saga pudiera seguir sumando. Uno podría llegar a pensar que es la explosión del 3D, sangrienta en este caso, lo que justifica una quinta parte, pero ya en la cuarta se había empleado esta técnica. Entonces ¿cine para fanáticos? Voy a dejarlo así para no seguir dando vueltas a la cuestión, más de uno debe saber cuánto es que importan los seguidores, decenas de series canceladas hablan por sí solas. La saga de Destino Final es exactamente igual a la del Juego del miedo, esta última sin el componente sobrenatural y con algo más de "realismo". Si bien la primera tiene más años, su origen es del 2000, la segunda se adueñó rápidamente del género de la porno-tortura por cantidad en desmedro de la calidad, a un ritmo de una película por año. Y en los dos casos, cada vez que se suma una nueva realización, la saga se berretiza un poco más. Es que ni la primera, la de James Wong, era una gran película como para justificar cuatro partes más. Sí tenía cierta originalidad, además del gancho de las intrincadas muertes inesperadas, y con eso solo, dicho así parece poco, hacían las secuelas. Esta quinta parte da cuenta ya de falta de esfuerzo hasta en aquello que es su razón de ser. Se sabe desde el comienzo que uno tras otro van a caer como moscas, la gracia es ver el cómo. En la primera uno moría ahorcado en el baño, en la segunda uno descuartizado por el alambre de púas, en esta se deja una llave de tuercas sobre una máquina que escupe cosas con violencia y detiene a uno de los personajes adelante. De todos modos esta tiene ciertas cuestiones rescatables, como la lograda escena del derrumbe del puente en la premonición o la de la muerte de la gimnasta, en la que sí funciona la idea de matar en forma complicada. Hay también una vuelta de tuerca sobre el personaje de Miles Fischer, bien llevada por los realizadores no por el actor, con la que se baja un poco los decibeles y la película levanta algo de vuelo. Para el final se guardan una última carta, un giro que tiene algo de sorpresa y algo de obviedad (muchos planos detalle lo anuncian a lo largo de sus 92 minutos), con el cual traicionan su propia idea de que la muerte sigue una lógica pero con el que abren una nueva posibilidad, más lucrativa: la de un destino infinito.
Rita y Li abre con su cámara posada sobre un negocio que exhibe en su vidriera una cantidad improbable de baldes de pintura de una misma marca. El impacto de esta imagen, que sea o no de un auspiciante parece un chivo televisivo, rápidamente se disipa con la aparición de una Julieta Ortega de impostado acento paraguayo que busca trabajo en la lavandería que maneja su dueña oriental. El cómo dos personas con un fuerte bagaje emocional logran sobrellevar su vida en un entorno ajeno es el buen punto de partida del director Francisco D'Intino. Sin embargo, su ligero enfoque sobre las barreras culturales y lingüísticas en orden de hacer una comedia liviana con tintes dramáticos, da como resultado una lavada versión femenina de Un cuento chino. De igual forma que ocurría con el film de Borensztein, este visita un importante número de lugares comunes con especial enfoque sobre gruesos estereotipos (la china quiere un wok, la paraguaya come chipá) con el fin de resaltar esta añoranza de la patria abandonada. De la misma forma que el personaje de Ricardo Darín, Li sufre las secuelas de un acontecimiento de la historia argentina que la marca a fuego. La diferencia fundamental es que aquí la comedia no es cómica, pero además a las situaciones de pretendido impacto emocional les sobra intención pero les falta contenido. Rita y Li sufre del mismo problema que Familia para Armar, realizaciones demasiado tradicionales que juegan a un humor familiero que quizás se ve bien en papel, pero a la hora de las actuaciones pierden por mucho. Las actrices fuerzan sus interpretaciones, les falla el timing y se quedan en chistes infantiles de poca gracia. Antonio Birabent por otro lado tiene el rol irrelevante de un escritor padre de un chico pequeño cuya esposa se ausenta frecuentemente y que, cuando parece asomar algún acercamiento a Rita que justifique su presencia, desaparece sin más. Son las intervenciones de otros como Juan Manuel Tenuta, Juan Palomino, en un papel que hace de memoria, o Enrique Dumont, como el querible cafetero que quiere ganarse a Rita, los que terminan oxigenando un poco una historia que se asfixia pronto.
Mi primera boda tiene mucho de la Nueva Comedia Americana que lleva a Judd Apatow a la cabeza. Hay también un parecido a Death at a funeral, ya la secuencia animada de apertura a cargo de Liniers lo recuerda, con toda la acción transcurriendo en un mismo lugar que le da a todos los personajes la posibilidad de hacer sus intervenciones. Desde el 2006 hasta la fecha este género se convirtió en una suerte de norma y punto de llegada al que muchos aspiran. Este 2011 está más fogueado entonces para recibir con los brazos abiertos la nueva película de Ariel Winograd, como no se hizo hace 5 años con la genial Cara de Queso. De igual forma que aquella se trata de una historia personal, su diferencia reside en que el director ha madurado al igual que su protagonista. Ariel/Adrián ya no es un adolescente con problemas de chicos, es un adulto que se autoconvoca la desgracia, y a esta anécdota le da un principio, un desarrollo y un final. Y por eso es doblemente gracioso cuando uno de sus amigos le comenta a una estudiante de cine su idea para un guión sobre unos chicos en un country judío, y que ante la pregunta: "¿Y qué pasa?", la respuesta sea nada. Chiste autoreferencial que a la vez funciona como crítica. A quienes no entendieron sus inquietudes en el 2006, Winograd devuelve la gentileza con una película de estructura convencional pero a su manera. Y lo hace bárbaro. Este joven director logra aquí algo que parece una quimera en el cine nacional y que sólo pocos pueden preciarse de hacerlo: una película realmente cómica orientada a un público masivo sin caer en el simple humor televisivo o en el grosero. Si bien la idea original es de Nathalie Cabiron y del mismo Winograd, mucho de esto se debe a la reescritura del guión a cargo de Patricio Vega, quien ya le había dado a Natalia Oreiro la posibilidad de entretener fuera de sus recurrentes roles en la pantalla chica con Música en espera. Mi primera boda divierte y lo hace bien, porque conoce sus recursos y sabe cómo explotarlos. Juega con la imaginación de sus personajes, con sus protagonistas rompiendo la cuarta pared o con el explosivo final, porque entiende el género y sabe utilizar aquello de lo que dispone. Su elenco cargado de nombres provenientes de distintos ámbitos funciona en su conjunto y, si llega a existir un momento en que la gracia puede perderse, la unidad hace la fuerza y hay otro personaje a la vuelta de la esquina para volver a recuperarla. A Winograd no le tiembla el pulso al buscar algo más masivo y logra con Mi primera boda dar la vuelta de tuerca que faltaba en Cara de Queso: Mi primer ghetto. Espero ansioso la próxima primera experiencia que tenga para ofrecer en cine.
Una de las dos películas argentinas que formaron parte de la Competencia Internacional del BAFICI fue El Estudiante, primera en solitario de Santiago Mitre, uno de los cuatro directores de El Amor (Primera Parte) y guionista junto a Pablo Trapero de Carancho y Leonera. Hay cierto contacto con el cine de este realizador, en la construcción de un relato con algo de suspenso centrado en un hombre común que debe hacer frente a situaciones que lo superan y para las que no está preparado. Un intensivo trabajo de guión, junto a otro pilar del Nuevo Cine Argentino como es Mariano Llinás, se traduce en una película capaz de articular un profundo contenido político para generar una historia vibrante. Si hay algo evidente al finalizar la proyección es que sus 124 minutos de duración no suponen una carga, al no disminuir su intensidad en ningún momento, no solo no decae sino que logra mantenerse apasionante a lo largo de dos horas. Es interesante el punto de vista que ofrece sobre la militancia estudiantil, dirigencias harto conocidas por todo aquel que alguna vez pisó una Facultad o escuchó las noticias. A la cara visible del folleto y el pasillo, el director pone el foco en el lado oculto, en el de los entramados políticos, negociados y acuerdos de los que el 95% del estudiantado no se entera. En ese sentido puede ser vinculada con El Bonaerense, película de Trapero del 2002, en la que un hombre del Interior llega a Buenos Aires para desempeñarse como Policía y libera al monstruo que lleva dentro cuando empieza a desenvolverse en el mundo de la corrupción. Sólida desde cualquier punto de vista, hay un gran trabajo de actores, dirección, guión, música, fotografía y demás aspectos técnicos. Sin duda es una de esas escasas realizaciones argentinas que por año logran, en forma equitativa, el visto bueno del público y la crítica. Este gran trabajo de Santiago Mitre fue, en lo que a mí respecta, la mejor película que ofreció el festival.