Pasaron 10 años desde los terribles asesinatos en Woodsboro, y Sidney Prescott lleva su vida en relativo silencio. Con el descubrimiento de unas estudiantes asesinadas, su mundo volverá a desmoronarse a partir de la reaparición de Ghostface. En los múltiples comienzos de Scream 4 se ponen de manifiesto algunas cuestiones centrales para Wes Craven. Además del planteo autorreferencial presente en las anteriores películas, hay una toma de postura respecto al cine actual, algo que hace más de una década no se había hecho. La saga se caracterizó por constituirse de filmes de terror que a su vez hacían múltiples homenajes y análisis sobre sus predecesores. Sus personajes eran conocedores en la materia y ofrecían su sabiduría al respecto en distintas escenas, se reverenciaba al horror y no se lo criticaba. En la década que siguió a la filmación de la tercera, el género experimentó altibajos, se ha visto revitalizado por alguna realización para luego volver a caer a fuerza de innumerables continuaciones. Evidentemente el director no tiene un problema con la cantidad de secuelas que se puedan hacer, pero sí con el rumbo que estas han tomado. Su voz toma cuerpo de adolescente y se queja del nuevo cine de porno-tortura, cuya única finalidad parece ser encontrar la forma más ingeniosa y complicada de matar. Scream logró a mediados de los noventa revitalizar el género slasher, el cual tras su época dorada se había desprestigiado en los ’80. A quince años de este suceso, esta cuarta parte funciona como un recordatorio: que la saga estaba al alcance de la mano. Ocurre que más allá de una lógica adaptación a los tiempos que corren, la película busca recuperar tanto el espíritu de la original que básicamente acaba por convertirse en ella. El mismo humor, los remates, las muertes, el final, el tiro de gracia, las referencias al cine de terror, es revivir la del ’96 pero con sus protagonistas como adultos y una nueva camada de jóvenes para acompañarlos. "Don’t fuck with the original" ("No jodas con la original") grita Sidney Prescott en otro claro ejemplo del autorreferencial, aunque más que una advertencia al asesino suena como un alerta que el propio guionista Kevin Williamson (autor de las dos primeras) se hace a él y al director. Ya habían planteado en Scream 2 que las segundas partes siempre eran inferiores, quizás en ese sentido es que no hay un riesgo asumido y se opta por jugar sobre seguro. Como en las anteriores, se sigue manteniendo la capacidad de sostener el suspenso acerca de la identidad de Ghostface hasta el final, aunque quizás uno se enfrente con el desenlace más inverosímil de la saga. Si bien Kristen Bell plantea en el comienzo que “Hay algo de real en un hombre que mata con un cuchillo”, el final se revela menos realista que lo que la frase supone. Más allá de estas críticas, la película logra entretener y tiene sus momentos destacados, aunque algunos de ellos sean originales de las previas. En definitiva Wes Craven cumple su limitado cometido, el de recordar que entre tantos juegos del miedo y sangrientos hosteles con sus destinos finales, hay un enmascarado con un cuchillo de caza que puede ser más efectivo.
El Tío Boonmee sufre una insuficiencia renal aguda y decide acabar sus días entre los suyos en el campo. Los fantasmas de su mujer fallecida y de su hijo perdido se le aparecen y lo acompañan en su viaje. Ver El hombre que podía recordar sus vidas pasadas supone un viaje mágico. Un viaje en el que quizás no se comprende a ciencia cierta aquello que se ve, pero que no por eso deja de maravillar. Sentados a la mesa, la mujer de Boonmee, fallecida 19 años atrás, aparece para acompañar a su marido en la transición. Al mismo tiempo, el hijo desaparecido de ambos se presenta en una forma no humana, como un "Mono Fantasma", criatura del bosque de la que adaptó su cuerpo tras aparearse con la especie. Acostumbrados a que las películas tengan un desarrollo lineal, un experimento cinematográfico así sorprende. El filme de Apichatpong Weerasethakul es la conclusión de Primitive, un proyecto con múltiples plataformas para la exploración visual de la memoria colectiva de un pueblo. La exhibición estaba integrada por siete videoinstalaciones, un video, una serie de fotografías y un libro, y buscaba introducir la historia de la región de Nabua, atravesada por la Guerra Fría en los '60. La vida y la muerte, pasado, presente y futuro, la extinción, la evolución, la memoria, la guerra, la culpa, son algunos de los temas que el director tailandés abarca en esta obra, por la que ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes. La naturaleza es otro de los tópicos que se toma en serio, y el contacto que entre esta y el hombre se produce. Más allá del mencionado hijo de Boonmee, otra escena refleja el apareamiento entre especies diferentes, cuando una princesa afectada por su rostro, luego de hablar con un pez, tenga sexo con él dentro del lago. El hombre… fascina, no sólo por lo que se cuenta sino también por las imágenes que se ven, combinando con soltura y sin necesidad de explicar, la realidad del presente con la que está por venir. La historia de Boonmee, un hombre que por medio de la meditación podía recordar sus vidas pasadas, es reencauzada con una visión más personal hacia este ejercicio artístico, que combina diferentes estilos cinematográficos para tratar innumerables temas. Para lograr el disfrute, hay que dejarse llevar, y así se percibirá cómo la pericia de Weerasethakul hace, de quien está a punto de morir, un hombre que viva por siempre.
Valerie es una hermosa joven enamorada de Peter, un leñador, pero sus padres arreglaron su matrimonio con el adinerado Henry. No dispuestos a separarse, Valerie y Peter planean huir juntos cuando se enteran que la hermana mayor de ella fue asesinada por el Hombre Lobo que merodea por los bosques oscuros de la aldea. Con la firma de Catherine Hardwicke, pensar a Red Riding Hood (La chica de la capa roja) como un nuevo intento de Crepúsculo no es equivocado. El enfoque "siniestro" sobre la historia de Caperucita, no es más que una excusa para desarrollar lo que es el verdadero interés de la directora así como del estudio detrás, una historia de amor. Sean vampiros, como en la saga ya mencionada, extraterrestres, como en el caso de I Am Number Four, u hombres lobo como en esta, la realidad es que hay un jugoso mercado al que hincar los dientes, y no importa a qué criatura corresponda esa dentadura. En este caso se trata de una adaptación libre del famoso cuento infantil, mezclando algo de la versión de los hermanos Grimm (el leñador como el héroe) con la original de Charles Perrault (la ingesta de carne humana por parte de la protagonista, por ejemplo). No obstante la historia está tan sazonada con el condimento romántico, no por nada uno de los agregados es un tercero en discordia, que no se termina valorando los aspectos propios de la película porque en todo momento se la ve como una imitación de las otras. En esta se podrá reconocer la fórmula de héroes torturados interpretados por jóvenes lindos (por suerte en esta no hay un contrato que les pide sacarse la camisa cada 10 minutos), así como también se podrán encontrar diálogos inverosímiles, actuaciones masculinas muy flojas y a Billy Burke como el padre de la protagonista. La película cuenta con algún punto a su favor, principalmente la figura del cazador, interpretado por Gary Oldman, el cual lleva adelante no sólo la mejor actuación sino que carga además con el personaje más interesante y complejo. Sombrío, cínico, violento, es el que más facetas presenta, y si bien es raro que un actor con su carrera se sume a una apuesta así para el púbilco adolescente, su Padre Solomon parece justificarlo. Por otro lado el final es otra sorpresa, algo que sin duda escapa a la obviedad. David Johnson, el guionista que llamó la atención con su primer trabajo en Orphan, parece acordarse de su realización previa y sostiene el misterio acerca de la verdadera identidad del lobo hasta el final. Esto que en un primer momento parece un logro, se va perdiendo a medida que se necesita explicar literalmente todo lo ocurrido en la película para que ese desenlace tenga sentido. La película no termina exactamente ahí, como hubiera correspondido, sino que hay algo más, una despedida "emotiva" y un sueño romántico de la protagonista, lo que lleva de vuelta al principio de esta crítica. Puede ser que por momentos veamos alguna cosa diferente, un Oldman desquiciado y a un lobo asesino, pero en realidad no hay un desvío del camino prefabricado. Hardwicke intenta repetir lo que hizo en el 2008, un nuevo Crepúsculo pero con hombres lobo. Habrá que ver si esta historia tiene éxito para que en un futuro aparezcan otras pero con ángeles, demonios, elfos y demás criaturas mágicas.
Camila y Juana son hijas de un magnate de los medios de comunicación. Juana es la reconocida, la heredera del imperio. Camila por otro lado es una reina de la bailanta que no lleva el apellido. Cuando el padre muera, ambas hermanas se disputaran la herencia. Cruzadas arroja una incógnita importante que muchos se deben haber planteado a la salida del cine o incluso durante la misma película: ¿por qué personajes reconocidos como Enrique Pinti, Nacha Guevara o Moria Casán hicieron esto? Es decir, cuál es el motivo por el que personas que tienen una importante carrera a cuestas tienen que exponerse así al ridículo. Diego Rafecas demostró tener una cualidad no menor, que es la de convocar a elencos importantes capaces de sumarse a realizaciones bastante inferiores, como ya sucediera con Paco. El bizarro no es algo que todo el mundo pueda manejar, la línea que lo separa de la ridiculez es muy fina. Querer emular a John Waters supone un viaje de ida, emplear el género es algo que se tiene que hacer hasta el final. Rafecas parece decir "miren lo que le hago hacer a esta gente", en tanto desarrolla una historia que busca ser emotiva pero es tan simple, tan limitada, tan hecha a las apuradas, que lo que genera es bastante vergüenza ajena. El humor (inexistente) de Cruzadas es pobre, con diálogos obvios, ejecutados con torpeza y recurriendo a los niveles más bajos de la comedia. Supuestamente es divertida porque muestra un consolador debajo de una almohada o porque un viejo de 96 años fuma marihuana. Digamos que ni siquiera es una idea original. En el 2004 se emitía Los Roldán, serie que tuvo un éxito considerable y en consecuencia sus adaptaciones en Latinoamérica, que básicamente planteaba lo mismo que esta. A la obviedad del rico es malo, el "grasa" tiene buen corazón y triunfa (por supuesto que hay una reconciliación final), se le agrega otro largo etcétera, como que el hijo cuadripléjico de la multimillonaria, que vive encerrado en una bóveda, es el que mejor entiende todo, o que la hija de la otra, rápida y vulgar, en verdad tiene una gran voz para el canto. Hay quienes hacen mucho con poco, Diego Rafecas demostró nuevamente ser capaz de hacer lo opuesto. No aprovechar ninguno de los excesivos recursos que tiene a disposición es algo que hace desde Un buda, su ópera prima, y no lo cambió en sus trabajos siguientes. Son pocos los que pueden llamarse directores y que todas sus realizaciones sean muy menores o directamente malas. Lo que es triste, lo que duele más o que causa indignación, es que el estreno se haga a cuatro días de finalizado el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires, con decenas de películas argentinas que probablemente no lleguen a las salas o si lo hacen, será en una pantalla sola por algunas semanas. Una mirada rápida me revela que en 38 cines del país se exhibe Cruzadas, y ese es el mejor chiste de la película.
Danny es un cirujano plástico en pleno romance con una mujer mucho más joven, y recluta a su fiel ayudante para simular ser la esposa de la cual supuestamente se estaría divorciando, con el fin de encubrir una descuidada mentira. Just go with it no tiene siquiera un buen comienzo. El personaje que interpreta Adam Sandler fue humillado en su propia boda años atrás, y descubre que con la alianza en su dedo puede conquistar a cualquier mujer a base de lástima. Por si acaso no llegara a ser graciosa por sí sola esa primera escena, a este se le hace una nariz desproporcionada igual que a su hermana, que por cierto no vuelve a aparecer, y a todas las mujeres se las hace hablar como si fueran Fran Drescher en La niñera. El chiste fácil, simple, no va a dejar de aparecer en ningún momento, con pacientes que van a hacerse una consulta y tienen un pecho de un tamaño desproporcionado o una ceja que se eleva hasta el pelo. No son medios que sirven para construir una película cómica sino que son fines en sí mismos, buscan generar alguna escena divertida, sin importar lo desconectada que pueda estar del resto del filme. Hay dos grandes tipos de comedias que parecen llegar desde Hollywood, a cargo de dos estudios creados exactamente el mismo año. Por un lado hay que hablar de Apatow Productions, productora de Judd Apatow que dio títulos como Virgen a los 40, Ligeramente embarazada o Supercool, películas que no sólo son realmente cómicas sino que abarcan también distintos tópicos, buscando (y logrando) hablar de la familia, amistades y del crecimiento de cada uno. Cuando esta se juntó con Adam Sandler, fundador de Happy Madison, hicieron Funny People, la cual debe ser una de las mejores del actor. Por separado hacen, entre muchas otras cosas, filmes que él mismo protagoniza, en los que sus amigos tienen algún papel secundario y que Dennis Dugan se encarga de dirigir. Todas estas realizaciones acaban por parecerse, con algunos cambios en los personajes o en las historias, a los que hoy podrían ser considerados algunos de sus trabajos más “clásicos” como Billy Madison o Happy Gilmore. Que el rol femenino sea ocupado por Jennifer Aniston hoy dejó de ser una garantía. Ella sigue sacando provecho a su papel de Rachel en Friends, y si le rinde se debe a que todavía tiene la simpatía suficiente como para hacerlo. Su problema parece encontrarse en los guiones, no por nada su mejor película en los últimos cinco años es una sobre un perro (Marley y yo), porque ya hizo pareja con Vince Vaughn, Aaron Eckhart, Jason Bateman y Gerard Butler sin lograr que ninguno de sus trabajos sea digno de mención. Siguiendo el tema de los actores, una mención aparte merece la poco feliz intervención de Nicole Kidman, quien tiene una carrera mucho más interesante que el resto de los involucrados. Una cosa son los cameos a estrellas, otra es que ella acepte tener un rol secundario como pareja de Dave Matthews y contracara de Jennifer Aniston en una película muy menor. Sacando un gran chiste de Adam Sandler, en el que hace referencia a los osos panda, el cual vuelve a usar más tarde y se da cuenta que lo está repitiendo, así como buena parte de la banda de sonido de The Police, es poco lo que se puede rescatar. Sin logros en el guión, sin personajes secundarios que se destaquen como suele ocurrir en las comedias y con una historia trillada y predecible hasta la médula, uno al menos esperaría chistes buenos que logren compensar semejante paliza a la comedia, pero hasta eso nos niega.
Torrente sufre la crisis que asola al país y vive en condiciones miserables, por lo que cuando se le ofrece matar a alguien por encargo se ve obligado a aceptar. Finalmente es utilizado como chivo expiatorio, siendo encarcelado por un crimen que no cometió. En prisión, toda su obsesión será escaparse para limpiar su nombre. Pienso que cuando Torrente, el brazo tonto de la ley tuvo su estreno allá en el lejano 1998 pocos pensaron que 13 años después se estrenaría una cuarta parte, menos que esta fuera en 3D. Que se convirtiera en un fenómeno social, en un clásico instantáneo, era algo innegable teniendo en cuenta que el éxito de público y taquilla sólo fue superado por su secuela, llegando a competir palmo a palmo con grandes tanques de la época. Hoy el espectador sigue firme junto a Santiago Segura, a quien la crítica especializada ha abandonado desde la segunda parte. Pareciera que para él sólo hay dos formas incompatibles de filmar a este ser miserable, una es jugar, valga la redundancia, sobre seguro, películas para fanáticos se podría decir, y otra es la innovación, el riesgo, para agradar al que escribe en los diarios. Entre una y otra nuevamente elige la primera, como ya hiciera en Misión en Marbella y El Protector, priorizando el chiste repetido, humor escatológico, desnudos por doquier y a un Torrente más racista, nacionalista y despreciable que nunca. Una película que no suma nada nuevo a la saga pero, como ocurrió siempre con cada estreno, es sumamente divertida. En el marco del Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (BAFICI) se presentó Torrente IV: Lethal Crisis y el mismo Segura vino a promocionarla. Apunta como sus predecesoras al lado más bajo de cada uno, muestra las mayores miserias de un hombre horrible y el mundo decadente que transita cada día, y nos hace reír. No importa el color, religión, partido político o preferencias sexuales, todos son potenciales víctimas del maltrato de este personaje políticamente incorrecto, que nos permite la risa porque sabemos que se trata de una parodia. Si se la considera desde lo que aporta a la saga, esto es poco y nada, vuelve una y otra vez sobre chistes usados en las anteriores. Las vigilancias nocturnas y el '¿nos hacemos unas pajillas?', las participaciones especiales del Kun Agüero o David Bisbal (quien fue lo peor que tuvo la película porque se lo dejó intervenir más de la cuenta) emulando lo que se hizo con Carlos Moyá en la segunda, las escenas de sexo del propio Torrente y más, son elementos reciclados y allí reside su gracia, porque es lo que el fan espera. Uno se sienta con sus anteojos 3D sabiendo que de un momento a otro una de esas frases va a aparecer, porque de no hacerlo sería una desilusión. Un aspecto que realmente no suma nada es el uso del 3D que, a pesar de las reuniones con James Cameron y su equipo, es una herramienta que no está aprovechada. Una lástima teniendo en cuenta el crecimiento en los costos de producción que esto debe haber supuesto. Otro que ya es algo recurrente es el de las apariciones de ‘celebridades’, que sacando a los futbolistas del Real Madrid y al ya mencionado delantero de la rojiblanca, un espectador no español puede no conocer a nadie y en ese sentido perderse de muchos chistes, por así decirlo, internos. Con referencias a otras películas, principalmente las de James Bond y Victory (Escape a la Victoria), Torrente IV: Lethal Crisis está lejos en calidad de la original, pero no defrauda, manteniéndose a la par de las otras dos, siendo incluso superior a la tercera. El enorme éxito de taquilla que tuvo a lo largo de toda España hace suponer que en breve se hará realidad esa placa que promete Torrente 5: Episodio Final para el 2017.
Rick y Fred han estado casados durante muchos años, pero cuando empiezan a mostrar signos de inquietud en el hogar, sus esposas adoptan un enfoque audaz para revitalizar su matrimonio: concederles un "pase libre", una semana de libertad para hacer lo que quieran. Me gustan las películas de los hermanos Farrelly porque son comedias en serio, de esas que realmente divierten, que se recuerdan, de las que se puede revisitar una y otra vez en el tiempo y encontrar nuevas cosas de que reírse. Me gustan sus personajes, el manejo que hacen de ellos, que siendo desagradables, pervertidos o trastornados, no dejen de ser queribles y simpáticos. Habiendo dicho eso, no me gustó Hall Pass, así como tampoco me gustó su último trabajo The Heartbreak Kid. Son películas que, sacando algún detalle particular, no parecen hechas por ellos, porque el humor al que recurren es simplista, burdo y por momentos escatológico, de esas que pueden salir directo en DVD de no tener grandes nombres en pantalla. Para demostrarlo, cuando en Dumb and Dumber (Tonto y Retonto) Jeff Daniels tenía su memorable escena en el baño, no hacía falta mostrar qué había hecho, los ruidos y gestos eran más que suficiente. A más de 15 años ese detalle se olvida, no en uno sino en muchos momentos, y entonces se recurre al excremento en el piso o la pared, a los protagonistas drogados, los primeros planos de desnudos masculinos y demás. Ambos protagonistas llevan bien sus papeles, no es que haya problemas de actuaciones sino más bien de ideas. Jason Sudeikis, el menos conocido de los dos, termina opacando en parte a Owen Wilson dado que se lleva las mejores líneas y escenas. El otro por el contrario tiene que lidiar con un personaje recurrente en este tipo de películas, el buen tipo pero que es un poco lento y pasado de moda, menos espontáneo que su compañero y por lo tanto más obvio. Dividida en una introducción y siete días, la historia recién empieza a tomar forma durante el sexto, cuando mucho de lo que se promete desde el tráiler aparece en pantalla. Es que como reclaman los amigos del grupo, hasta el cuarto o quinto día no han hecho nada, algo que se traduce en dos tercios de la película con poco y nada para festejar. Si el filme acaba salvándose es por la aparición de Coakley, uno de esos grandes personajes que los hermanos Farrelly pueden crear y que vale la pena destacar. Un muy buen actor como es Richard Jenkins, quien generalmente hace papeles de hombres distinguidos y respetables, se muestra cómodo como una suerte de Hugh Heffner, cool, millonario, rodeado de mujeres y dispuesto a compartir su sabiduría en esa materia con sus dos amigos. Como ocurriera en el caso de Philip Seymour Hoffman y su Sandy Lyle en Along Came Polly, se trata de un rol secundario que no sólo se adueña de la pantalla aún por encima de los protagonistas, sino que supone una importante mejora a una película que no tiene otra cosa para ser recordada. Si este personaje hubiera surgido en los primeros minutos, la película habría mejorado notablemente, pero la espera es larga y las promesas no se cumplen. Para hombres maduros divirtiéndose lejos de sus familias ya está The Hangover, que con sólo un día de fiesta supera ampliamente los siete de Hall Pass, que busca parecerse, aunque la realidad la muestra con menos gracia pero más culpa y lecciones de moral.
Tras desertar en plenas cruzadas, dos guerreros regresan a sus hogares luego de una década, para encontrar que el mundo que conocían fue diezmado por la peste. Los religiosos de mayor rango, convencidos de que una joven acusada de ser una bruja es responsable de la devastación, encargan a los dos la misión de llevarla a un monasterio remoto donde los monjes realizarán un antiguo ritual para liberar a la tierra de su maldición. Suena redundante referirnos una vez más a los tropiezos en la carrera de Nicolas Cage teniendo en cuenta que hace tan solo unas semanas se estrenó Drive Angry. Para ponerlo de la mejor forma posible, fue el encargado de abrir y cerrar el mes en lo que a cine respecta. Marzo comenzó con una película suya bastante regular y ahora se cierra de peor forma, teniendo en cuenta que lo destacable de aquella está ausente en esta. Es que en definitiva Season of the witch es similar a la otra, pero sin el 3D o la intención de hacer algo bizarro, pretendiendo ser una película para tomar en serio. Luego de diez años, un montaje de distintas batallas así lo demuestra, Behmen y su compañero Felson (Ron Perlman) se dan cuenta que en nombre de Dios se les ha ordenado matar aldeanos, por lo que deciden abandonar la lucha. Un mes más tarde, aclaración temporal ridícula tras mostrar que pasó una década, cuando llegan a un pueblo azotado por la peste serán descubiertos y encarcelados, con la posibilidad de evitar una condena si conducen, nuevamente en nombre del Señor, a una joven acusada de bruja a un monasterio lejano. Una partida de guerreros emprende entonces la peligrosa travesía de llevar a la muchacha, quien una y otra vez da pruebas de tener poderes sobrenaturales, pero a la que intentarán dar un juicio justo. Esta es la premisa a partir de la que se desarrolla el filme de Dominic Sena, director de la muy buena Swordfish pero que mordió la banquina con Whiteout (Terror en la Antártida) y terminó de derrapar con esta. Se lleva adelante entonces un producto pobre e incoherente, con un guión a cargo de Bragi F. Schut (creador de la serie Threshold) cargado de diálogos modernos y de comentarios ocurrentes, sin importar que se ambiente en el siglo XIV, así como una importante cuota de previsibilidad. Los logros con los hermosos paisajes o con el interesante comienzo no alcanzan para mejorar una película que va en picada y que llegando al final empeora notablemente, sumando una dosis de pocos logrados efectos especiales así como una vuelta de tuerca ilógica que deja sin sentido a la totalidad de la historia. Se trata también de una de las pocas películas que hace quedar bien a la Inquisición, dado que si bien tiene una apertura crítica a la Fe ciega y el mandato divino, resulta que la Iglesia tenía toda la razón y, gracias a un ritual, el mundo se salvó de la oscuridad. Como se señaló en ocasión de su último estreno, Nicolas Cage aún mantiene algún destello de que su carrera importa y cada tanto surge una película que lo encuentra bien. Este no es el caso porque a todas las fallas hay que sumar que su actuación no es de lo mejor y por momentos es risible, su escena en el bar festejando las victorias del principio así lo prueba. Habrá que esperar un tiempo hasta que aparezca en el horizonte un buen papel pero, considerando que Un maldito policía en Nueva Orleans y Kick-Ass las hizo al hilo, pueden pasar años. En tanto sigue sumando ceros a su cuenta y, lamentablemente, a su filmografía.
Basada en la novela homónima de Kazuo Ishiguro, narra la historia de Ruth, Kathy y Tommy, quienes siendo niños pasaron sus días en un internado sin ningún contacto con el exterior, y ahora como adultos descubren que la fuerza del amor que sienten entre ellos y los mantiene unidos será puesta a prueba. Never let me go remite en parte al utópico poblado creado por M. Night Shyamalan en The Village (La Aldea). Si bien en aquella no había tecnología, existía un férreo control sobre las voluntades de los niños basada en un código de convivencia y en historias ficticias sobre los peligros de abandonar al grupo. La historia no obstante tiene una vuelta de tuerca, una tutora que no soporta ese régimen estructurado les explica a los jóvenes que su destino ya está arreglado, su existencia responde a una única función que es la de ser donantes vivos en el futuro. Idealmente, la diferencia del planteo de la película de Mark Romanek con el cine de ciencia ficción es que la donación de órganos no funciona como un fin en sí misma, sino como circunstancia para desarrollar una historia de amor entre los jóvenes protagonistas. Se trata entonces de un filme de crecimiento en el marco de un contexto futurista, en el que se establece un triángulo amoroso presente desde la infancia. En el nivel de las actuaciones Carey Mulligan y Andrew Garfield, ambos revelaciones en el último par de años por sus trabajos en An Education y The Social Network respectivamente, llevan adelante muy buenas interpretaciones como la pareja que no pudo ser. En tanto, la más reconocida y experimentada del trío, Keira Knightley, se presenta como el personaje menos atractivo y entonces menos logrado. Sucede que las constantes idas y vueltas del papel, fluctuando entre mejor amiga, tercera en discordia o villana de turno, parece demasiado para una sola actriz que siendo primera figura solamente se limita a acompañar a los otros dos. El problema que se le encuentra a la película reside en la gran cantidad de conflictos que se abren al mismo tiempo, cada uno con la intención de ser más importante que el anterior. Si bien hay un rumbo definido desde el primer momento que es la relación entre los jóvenes, la película no cierra del todo sus opciones e incluye entonces, por ejemplo, la búsqueda de los sujetos originales algo que prueba ser totalmente accesorio y superfluo dado que no se lo retoma ni se le da una resolución. La vía para tratar este y demás conflictos, como las ganas de vivir de los protagonistas o el planteo ético de la clonación, es incluir prolongados pasos de tiempo que, si bien permiten retomar a los protagonistas a través de los años, restan fuerza a una historia que estaba bien desarrollada. Más allá de que se trate de una buena película, el planteo ambicioso de la historia no termina de cerrar su cometido. El objetivo era realizar en primera instancia un drama dentro de la ciencia ficción, sin embargo la clonación y donación de órganos acaban por imponerse, dejando de ser un contexto para acabar mezclando la figura con el fondo.
Diego es un médico tan acostumbrado a manejar situaciones límite que se ha inmunizado ante el dolor de los demás. Tras un inquietante encuentro en el que le apuntan con una pistola, sólo recuerda el sonido de una detonación y la extraña sensación de haber recibido algo más que un disparo. La primera impresión que se tiene frente a El Mal Ajeno es que se trata de un episodio largo de Grey’s Anatomy o ER Emergencias. Más allá de la comparación obvia al tratarse de una película sobre un doctor la cual transcurre en su mayoría dentro de un hospital, es la historia la que se va vinculando con el argumento de las series. Hay pasantes a los que se les permite participar de operaciones para que aprendan, hay relaciones entre médicos y también otras que involucran los pacientes, hay poco tiempo para la familia, y conflictos que se desatan cuando los internados estallan, afectando a todos los que los envuelven. En ese contexto es en el que transcurre esta película, abriendo el juego con muchas líneas argumentales que no terminan de desarrollarse. Tras recibir un disparo por parte de la pareja de una paciente, Diego (Eduardo Noriega) notará que algo en él está cambiando y afecta a los que lo rodean. El, un hombre que ha tenido que volverse inmune al sufrimiento de los otros, luego de esa traumática experiencia encuentra que tiene el poder de sanar a los enfermos. Como una suerte de John Coffey de The Green Mile (Milagros inesperados) absorbe los males de los demás, pero en vez de expulsarlos termina pasándolos a sus familiares. Se busca establecer entonces un dilema moral, ya que se debate entre elegir si salva a millones o si mantiene a su familia con vida, planteo que pierde todo tipo de sentido hacia el final cuando resulta que existía una tercera opción con la que todos ganaban. Desde el comienzo son muchas las puntas que abre, familiares, laborales, sobrenaturales, tanto del protagonista como de muchos otros personajes. Esto no puede ser considerado como un problema siempre y cuando se logre mantenerlas en marcha, no obstante cuando Oskar Santos se decide a privilegiar uno de los aspectos deja al resto de lado en el olvido. Sucede que en el transcurso de la película el director se decide a armar y desarmar parejas las cuales quedan en la nada porque lo único que acaba importando es el don/maldición que Diego posee. Es por esto también que la película se vuelve densa y repetitiva; hasta que Angie Cepeda literalmente le plantee al protagonista que está en una encrucijada y se desate el conflicto, algo que sucede a la hora y cuarto de película, esta se resumía a Diego comprobando que tiene poderes curativos con distintos pacientes, cada uno con su historia de vida. Esta constante vuelta sobre lo mismo acaba restándole eficacia a un relato que se fundamenta en una improbable disyuntiva ética, a lo que hay que sumar la resolución tímida y simplista por la que se opta, con tanto miedo de elegir una de las ficticias alternativas que se debe inventar otra aún más fantasiosa para quedar satisfechos.