Arthur Bishop es el Mecánico, un asesino a sueldo especializado en eliminar a sus objetivos limpiamente. Siempre ha trabajado solo, pero luego de que se le ordena eliminar a su amigo y mentor, unirá fuerzas con el impulsivo hijo de este, formando un dúo imparable. The Mechanic es una remake de un film homónimo de 1972 dirigido por Michael Winner y protagonizado por Charles Bronson. A diferencia de lo que suele ocurrir con las nuevas versiones, en las que a grandes rasgos se mantiene el mismo molde mientras que algunos detalles son modificados, esta película es fiel a los aspectos menores y cambia los importantes, como si el filme original sólo hubiera sido una inspiración. Dos son los elementos centrales que esta varía con objetivos claros orientados al público. El primero es el final, pareciera seguir una nueva Biblia de Hollywood que prohíbe darle un cierre definitivo a las historias dado que de encontrarse con una gallina que de huevos de oro, por qué dejar que de uno solo. Por otro lado el Arthur Bishop de Jason Statham es diferente al de la década de los setenta, ya que mezcla dosis de asesino a sueldo con justiciero. Sucede que en la original Bronson mata por encargo desconociendo si la víctima lo merece y no le tiembla el pulso a la hora de hacerlo, pero en la actual se le debe señalar al espectador que los objetivos son homicidas, violadores o hasta jefes de un cartel colombiano, como si un asesino frío y amoral fuera a espantar al público. En lo que se refiere específicamente a la realización del 2011, esta cumple su cometido que es el de entretener. Tiene buen ritmo, escenas de acción bien logradas y una pareja central de actores que funcionan bien juntos. Por un lado Statham, quien en unos años se las arregló para convertirse en el gran referente del cine de acción actual, al que se suma Ben Foster, quien domina su papel a causa de que en el último lustro ha interpretado a jóvenes algo trastornados como por deporte. Tal y como ocurría en la primera, esta versión se construye en base a una sumatoria de trabajos de “limpieza” que permiten que avance. Esto tenía su motivo en la original, dado que el meollo de la cuestión se derivaba de la relación entre ambos personajes, sin embargo no opera de la misma forma en la nueva. Sucede que Bishop es el asesino del padre de Steven, y por un extraño sentimiento de culpa lo adopta como aprendiz. Esta tensión, imperceptible en la primera, es el fundamento del trabajo del director Simon West que sin embargo acaba por hacerla a un lado, para sumar otro conflicto recién a la hora de película, y luego retomarla para darle un cierre. Los guionistas Richard Wenk (16 calles) y Lewis John Carlino, autor del original, terminan introduciendo el tópico de la venganza volviéndola obvia y predecible, algo que se lamenta considerando que a raíz de la dudosa moral de sus personajes centrales se trataba de una película atípica. Luego de haber realizado algunas películas poco logradas como Tomb Raider o Cuando un extraño llama, del director Simon West finalmente puede decirse que se anotó un punto a su favor. The Mechanic acaba por ser una buena película de acción que sale bien parada del cruce entre el enfoque clásico con una mirada actual. Si bien demora bastante su desarrollo a raíz de todas las escenas inconexas que la componen, estas no dejan de estar bien llevadas resultando atractivas y, sobre todo, entretenidas.
El siempre rendidor Ricardo Darín encarna a Roberto, un hombre solitario enojado con su vida. No es que viva mal o que pase apuros financieros, sino que es de aquellas personas resentidas, rencorosas, que se hacen problemas aún por las cosas más insignificantes. Sujeto de la rutina, vive suspendido en un instante, haciendo las mismas cosas una y otra vez, apagando la luz a la misma hora, pasando los días exactamente iguales como los clavos que cuenta para ver si otra vez lo han timado. Colecciona noticias tragicómicas de todo el mundo y le gusta sentarse en el aeroparque a ver las llegadas y partidas de los aviones. Es así que conoce a Jun, quien poco tiempo atrás perdió a su pareja cuando una vaca cayó del cielo, un chino que no habla una sola palabra de español y con el que inicia una relación que le cambiará la vida. Es la barrera del idioma lo que dispara el conflicto e impone un ritmo centrado principalmente en el desarrollo de Roberto, un Darín que siempre brilla, quien deberá socializar a la fuerza con el exterior. Es que más allá de que su interlocutor sea un oriental que no lo entiende, él tampoco tiene amistades ni familia, por lo que se sentiría incómodo aún hablando con alguien en su mismo idioma, a quien por cierto no habría tenido la amabilidad de invitar a su hogar en caso de encontrarlo. La relación entre uno y otro estará muy bien manejada por ambos actores, que cuentan con el timing preciso para llevar adelante una entretenida película con algunas escenas bien logradas, como las recreaciones mentales de las muertes de las noticias que son de lo mejor. Más allá de lo efectivas que puedan ser estas situaciones, la película adolece de una constante vuelta sobre lo mismo, recurriendo más de la cuenta a malentendidos o insultos al aire de Roberto por ejemplo, los cuales si bien pueden resultar graciosos pecan de repetitivos. Un problema que no se desprende directamente de la película en sí, pero que puede llegar a afectar al espectador que ha atravesado la misma situación, tiene que ver con la difusión que se hizo de la misma. Quien haya escuchado o leído alguna entrevista a quienes participaron de la realización o alguna sinopsis de poco más de dos renglones se va a encontrar con que se explica la motivación de Roberto para ser tal cual es. Uno podría pensar entonces que se trata de un detalle, algo de lo que se puede dar cuenta en el comienzo, pero nunca se puede suponer que lo que se revela como adelanto tenga su explicación en el clímax de la película. Básicamente uno conoce la respuesta aún antes que se formule la pregunta. Más allá de este grueso error de promoción Sebastián Borensztein, guionista y director, logra llevar adelante una divertida propuesta con la que supera en calidad a su primera obra, La suerte está echada, y mantiene la promesa que en un futuro su carrera cinematográfica se equiparará con la televisiva.
Ambientada en los años ’50, esta película se adentra en la imaginación de una joven prisionera en una institución mental, donde los sueños le permiten escapar de una realidad opresiva y le ofrecen la posibilidad de llevar adelante una aventura épica con peligros insospechados. Sólo bastó un trabajo para que Zack Snyder sacara una injustificada chapa de gran realizador. La adaptación cinematográfica de la novela gráfica 300, la cual en lo particular me pareció impactante desde lo visual pero no como película, le brindó la posibilidad de jugar con proyectos cada vez más ambiciosos y con presupuestos más altos. Llegó así a realizar Watchmen, de nuevo lograda en los aspectos técnicos como vestuarios y escenografía, pero traspuesta con tanta fidelidad que el resultado acabó siendo desastroso. En Sucker Punch se notan muchas de las falencias presentes en sus trabajos anteriores, a lo que hay que sumar problemas serios a nivel del guión y de los personajes. Es que en este caso no hay un soporte previo en papel sobre el cual echar culpas, la historia es creación del director, por lo que todos los problemas que se puedan encontrar recaerán inevitablemente sobre él. Fanático de la pantalla verde y el ralentí, Snyder construye su película de estética emo como si se tratara de un video musical. En vez de articular la música en la historia, parece querer utilizar imágenes que ilustren la banda sonora elegida. El director desarrolla con esto un film que por momentos se vuelve confuso porque no logra manejar con tino el tópico del sueño dentro del sueño. Repetitiva hasta el aburrimiento vuelve una y otra vez sobre sí misma. Mientras se imagina en combates extraordinarios, Babydoll baila frente a una audiencia obnubilada, ventaja que aprovechan las otras jóvenes para hacerse con los elementos necesarios para el escape. Esto está bien una primera vez, sin embargo se hace uso de tal recurso al menos en otras tres oportunidades, volviéndose así sorpresivamente lenta y falta de ritmo. Los personajes son otra falla importante dado que si la promoción se basa en cinco protagonistas inmersas en un contexto opresivo y demás padecimientos, al menos necesitan algo de desarrollo. Pareciera como si el director hubiera interpretado erróneamente los problemas de Watchmen. Las malas críticas no eran a causa de la excelente historia o de los personajes complejos de dudosa moral, sino que esa película falló al momento de ser traspuesta al cine porque se lo hizo con tal fanatismo que por querer abarcarlo todo se quedó en la nada. Lo que hace entonces en Sucker Punch además de acortar una hora la duración, algo que se agradece en serio, es abordar muy superficialmente a las jóvenes y no ahondar en el relato, mostrando únicamente secuencias de combate cual si fuera un videojuego. Un mapa, fuego, un cuchillo, una llave son los elementos necesarios para emprender el escape, y un quinto, que supone un sacrificio, es una incógnita. Si la intención de Snyder era generar misterio en torno a ello, es algo en lo que tampoco sale bien parado, dado que lo que efectivamente sucede en el final es lo primero que se cruza por la mente a los 10 minutos de película. Deja sabor a poco, en un film que tenía mayores pretensiones, poder rescatar sólo los efectos especiales y algunas secuencias de acción, especialmente cuando deja a un lado la cámara lenta, la cual paradójicamente aburre rápido. En definitiva no es más que otra experiencia fallida en la corta filmografía de un director que se ha puesto de moda y recibe proyectos cada vez más importantes pero devuelve trabajos poco logrados. A esta altura serán muchos los escépticos que bajarán sus expectativas respecto a su siguiente realización, nada menos que una nueva versión de Superman.
Tras un accidente automovilístico, Alexander no puede recordar nada, y en un intento por curar su amnesia, su abuelo irá a Alemania a buscarlo y organizará un viaje espiritual que lo llevará hacia su pasado, al país del que viene, Bulgaria. El mundo es grande y la salvación está a la vuelta de la esquina es una película búlgara del 2008 dirigida por Stephan Komandarev. Fue una de las preseleccionadas para el Oscar a mejor película extranjera en 2010, premio que se llevó El secreto de sus ojos, y llegó a estar en la lista de las 9 finalistas, aunque no acabó entre las cinco definitivas. Es la historia de Alexander, un joven búlgaro que vive junto a sus padres en Alemania hasta que en un accidente automovilístico, en el que ellos fallecen, el pierde la memoria. Su abuelo, un experto jugador de backgammon, irá en su búsqueda para ayudarlo a recordar quien es y de donde viene. Se desarrolla así una road movie balcánica que circula entre el pasado, por medio de flashbacks que dan cuenta de los orígenes de la familia, y un presente de incertidumbre a causa de la amnesia. La relación entra abuelo y nieto está mediada por el backgammon, del que uno es un maestro y el otro ha olvidado como serlo. El juego de mesa cumple un rol sumamente importante en la historia, ya que es lo que le da la vida a los personajes. Es este el medio de sustento del mayor, Bai Dan, cuyo trabajo artesanal es hacer tableros, así como también es el juego lo que permite a la familia conseguir el dinero suficiente para atravesar la frontera hacia la libertad y es además lo que otorga al joven la posibilidad de recordar su vida pasada para empezar una nueva. Tratándose del juego de mesa más antiguo del que se tenga registro, es esta según mi parecer la primera película que lo aborda como tema. No es un pasatiempo o una distracción, tampoco funciona como contexto al igual que sucede con el deporte en muchos films, No sólo el backgammon metaforiza la historia, sino que también es por donde ella circula y le permite el progreso. Komandarev construye un relato sobre la familia que emociona sin recurrir a golpes bajos. Quienes no están acostumbrados a ver cine balcánico, como quien escribe, se encontrarán ante una sorpresa. Se trata de una hermosa historia muy bien llevada que logra articular un pasado opresivo en tiempos de gobiernos comunistas en Europa del Este, con una realidad incierta pero que se muestra esperanzadora. A esto hay que agregar dos muy buenas actuaciones, en especial Miki Manojlovic, el abuelo, quien participó en varios films de Kusturica, que sumando una lograda banda sonora y unos paisajes espectaculares permiten que esta sea una película muy entretenida que en ningún momento pierde el interés. La familia, el pasado, el exilio, son tópicos que el director aborda con éxito en un cine poco conocido y distribuido como es el búlgaro, cine que hoy peligra a causa de los recortes gubernamentales por la grave crisis financiera.
Milo es un chico desobediente que ignora los cuidados de su madre hasta que una noche esta es secuestrada por extraterrestres que la llevan a Marte. El niño tendrá que embarcarse entonces en una aventura por el planeta rojo y atravesar grandes peligros para rescatarla. Es difícil no comenzar una reseña acerca de Mars needs moms sin hacer una obligada referencia a su escasa recaudación en la taquilla. Con un presupuesto estimado en 150 millones de dólares en su semana de apertura arañó los 7 millones y ahora, a 12 días de su estreno en Estados Unidos, apenas supera los 15. Esto no sólo la convierte casi oficialmente en el peor fracaso de Disney sino que además le permite formar parte de la exclusiva lista de las peores catástrofes de la historia del cine. Las especulaciones en torno a las causas de esto son muchas y acerca de diversos aspectos. Se culpa al productor Robert Zemeckis y su obsesión por la animación en motion capture la cual ha demostrado no ser efectiva a la hora de contar billetes como lo prueban sus producciones previas Polar Express, Beowulf o A Christmas Carol. Se sostiene además que el planteo no es bueno, también que no es atractiva porque los niños no quieren ver cómo secuestran a sus madres o incluso que hay un mercado, el animado, que se encuentra saturado, afirmación de la que Rango puede reírse en la cara. Puede ser una o la otra o incluso todas juntas, por tratarse de una crítica mi enfoque será en los aspectos propios de la historia, por lo que de develar el misterio se encargarán los ejecutivos que acusaron el golpe. Una madre dedicada intenta impartir disciplina a su hijo desobediente y contestatario que hace lo imposible para no cumplir con sus mandados. Recurriendo a una idea ya gastada, el chico terminará una discusión deseando no tener mamá para, acto seguido, encontrarse que ella está siendo abducida por los marcianos, iniciando así una aventura infantil que mantiene su cuota de previsibilidad hasta el final. Si bien idealmente es para chicos, el cine animado en los últimos años ha probado ser también para adultos, algo que no se puede afirmar de una película que no logra acertar el ritmo con un guión cargado de intenciones moralizantes y sobre todo demasiadas obviedades en el desarrollo. Habrá así mucho diálogo meloso con la pretensión de tocar las cuerdas sensibles, quedándose a medio camino porque si hay algo que el film no tiene es emoción. Sean muñecos, monstruos, peces o robots, los personajes de estas películas que tienen a Pixar a la cabeza, transmiten emociones, hacen reír, llorar e incluso reflexionar, en cambio los de Mars needs moms no, porque carecen de expresividad. En definitiva si hay algo que esta realización de Simon Wells prueba es que el cine de animación no es una garantía absoluta de éxito. El primer gran fracaso que hace uso de esta técnica es una advertencia, no sólo no hay que perder de vista la calidad y la originalidad, sino que también fundamentalmente hay que prestar atención a los guiones, que porque estén orientados a menores no significa que se deba tratar a todos los espectadores como si tuvieran cinco años, explicándo por ejemplo que el amor de una madre es llevar al hijo a Disney World. Por supuesto este tropezón irá acompañado de muchas caídas, no de otras películas sino más bien de realizadores, sería inocente pensar que los productores aceptarán un fracaso de tal magnitud sin hacer que muchas cabezas rueden. Es que después de todo, Marte necesita mamás, pero Disney necesita que le devuelvan los 150 millones.
Syracuse es un pescador irlandés que atrapa con sus redes a Ondine, una misteriosa criatura mitológica con cuerpo de mujer que va a cambiar su vida y la de quienes lo rodean. Syracuse, un Colin Farrell más cómodo que de costumbre, pesca con su red a una misteriosa mujer que se hace llamar Ondine (Alicja Bachleda), y relata este acontecimiento en forma de cuento de hadas a su hija Annie (Alison Barry). Sumando las numerosas referencias a otros relatos como Alicia en el país de las maravillas o Blancanieves, Amor sin límites funciona así como un cuento dentro de un cuento. Padre e hija llegan a la conclusión de que la joven es una mitológica criatura del mar, una selkie. La leyenda cuenta que hay focas que pueden abandonar su piel animal y convertirse en humanos por un corto período de tiempo, a menos que encuentren el amor de un hombre de tierra, lo cual les permitiría permanecer fuera del agua durante siete años. El pescador irlandés por primera vez se encuentra afortunado en el trabajo y el amor, su enamoramiento de la joven se profundiza a la vez que los cantos de esta permiten que atrape con sus redes incontables cantidades de peces y langostas. Es en el cruce entre la realidad y la fantasía donde la historia se desarrolla hasta el final, en el que una de las facetas es abandonada y Neil Jordan decide borrar con el codo lo escrito con la mano. Si hay un aspecto en el que Ondine se “destaca” es la gran cantidad de golpes bajos a los que se recurre durante el transcurso de la historia, básicamente enfocados en Annie, la hija que sufre de fallas renales y se ve obligada a movilizarse en silla de ruedas. Si lo que se busca es empatía, esta surge desde el primer contacto, después de todo se trata de un personaje carismático y dulce, demasiado joven para sufrir así. Entonces que un grupo de chicos le tire la silla al agua, que se la haga reflexionar durante las sesiones de diálisis, que le pida a la selkie que por favor la cure, parecen un abuso, pero que la madre borracha de vueltas con la silla alrededor de un bar, ya es tortura. La película plantea el valor de las segundas oportunidades y de lo que se cree por encima de lo que se ve, no obstante a pesar de las buenas intenciones se ve afectada por una serie de elementos que le juegan en contra. En primera instancia el mito de estas criaturas marinas es flexible, parece irse acomodando según las necesidades de la trama. En segundo lugar el director parece no saber qué faceta del relato privilegiar, si la historia fantástica o la realidad de enfermedades, adicciones y muerte en la que esta se inserta. Hacia el final Neil Jordan decide por un realismo crudo que no hace más que ocultar un inocente optimismo, introduciendo una explicación vinculada al mundo de las drogas a la que se le da una rápida resolución, bastante simplista como para ser tomada en serio. Si bien los personajes cuentan con un grado de realismo y complejidad mayores, la estructura corresponde a la de un cuento típico, con el padre bueno redimido, el padrastro malo y un hada que trae sanación. Todo su planteo tiende a reforzar la fantasía en cuanta oportunidad tiene, la pesca abundante, la mujer emergiendo del agua, el hombre de negro que busca a Ondine comiendo sardinas (para entender la referencia, son peces menores), pero cuando el director decide dejar todo eso atrás en busca de un nuevo rumbo, la historia se ve perjudicada porque no se puede liberar totalmente del componente fantástico. De esa forma concluye Ondine, dejando la sensación de que se debería haber continuado en las vías de la fantasía pura para hacer un film más digno, en vez de optar por una conclusión fantasiosa disfrazada de realista.
Familia para armar cuenta la historia del emotivo reencuentro entre un padre y su hija adolescente luego de una separación larga y traumática. Ernesto es un hombre ofuscado y distante, y Julia una hija empecinada en ser amada y recomponer esta relación. La segunda película de Edgardo González Amer se centra en una familia desarticulada que vive de la atención de un hotel en Valeria del Mar. Ernesto, un hombre de mediana edad al que se lo ve enojado en todo momento, parece no tener una buena relación con su madre ni con su hermana, por lo que cuando su hija Julia, a quien no ve desde hace ocho años, toque a su puerta forzando un reencuentro, los problemas se harán mayores para quien olvidó cómo ser padre. El director buscará entonces desarrollar un enfoque humorístico de la historia, quedándose en el intento a causa de los numerosos fallidos que tiene en su realización. Madre e hijo tanto dentro como fuera de la pantalla, Norma Aleando y Oscar Ferrigno se encuentran en niveles completamente diferentes a la hora de la actuación. A ella, una actriz consagrada que garantiza la efectividad de su papel, se le tira un ladrillo y es capaz de devolver la pared, mientras que él no es capaz de lo mismo con su protagónico, al que lleva adelante sin soltura ni gracia. Enojado, fastidioso, molesto, repetirá hasta el hartazgo frases como “¿Qué querés?” o “No me rompas las pelotas”, logrando por momentos ser una verdadera molestia para el espectador. Al igual que sucede con la debutante Malena Sánchez, las dificultades en el momento de la interpretación se ven resaltadas a causa de la cantidad excesiva de diálogo con más pretensiones que méritos. La idea parecería ser la de dotar a estas líneas de ingenio, algo que se hace insertando algunos chistes sin humor y pasando por alto preguntas para responderlas más adelante, revelando monotonía y falta de fluidez, algo que se acentúa con la ausencia de música o ritmo. Del tronco de la historia, la relación padre-hija, se van a desprender una serie de ramas planteando conflictos paralelos que quedan truncos porque no se les da una resolución. De Betina, la hermana con alguna discapacidad mental de Ernesto muy bien interpretada por Valeria Lorca, se dirá al pasar y sin ninguna justificación que su hijo falleció tiempo atrás. Este chico al que no se hace referencia en ningún momento anterior y al que tampoco se referirán después, parece haber nacido y muerto en lo que a Ferrigno le toma decir esa frase. El romance entre Julia y el chico de la ferretería es otra línea que quedará inconclusa, así como el acercamiento entre Aleandro y el huésped del hotel, revelando que a la hora de la verdad lo único que importaba era el conflicto central y lo demás eran meros accesorios. A todo esto se suma la imposibilidad de generar el pretendido misterio de la aparición de Julia en la puerta del hotel. No hay dudas de la razón por la que la chica está ahí, nadie puede tenerlas excepto Ernesto, a quien saber la verdad le llevará 40 largos minutos de preguntas y llamados sin respuestas. Paradójicamente, a diferencia de lo que ocurrió con su destacada ópera prima El infinito sin estrellas, que no tuvo su justo reconocimiento, al contar con un nombre como el de Norma Aleandro en el elenco y una mayor distribución, este fallido trabajo llegará a un mayor número de personas. Serán varios entonces los que verán cómo Edgardo González Amer se concentró en armar a una familia, olvidándose de cómo construir una película.
Un equipo de submarinistas se dirige en una peligrosa expedición a la cueva menos accesible de la Tierra. Cuando una tormenta los obligue a sumergirse en las profundidades deberán sobreponerse al pánico y luchar por sus vidas contra la furia del agua, en la búsqueda de una ruta de escape al mar. Que el productor ejecutivo de Sanctum sea el mago de la taquilla James Cameron no es poca cosa. Con el recuerdo de Avatar todavía fresco y los recientes anuncios de una segunda y tercera parte de la saga, una de las cuales tendría lugar bajo el agua, las expectativas para la segunda película de Alister Grierson eran elevadas. Es difícil no sentirse decepcionado ante lo flojo de la propuesta del australiano, que más allá de un nombre en los créditos y del formato 3D no tiene parámetro de comparación con la otra. A diferencia de lo que ocurría con la primera, en la que por las maravillas de lo que se veía se impedía una consideración crítica de los aspectos tradicionales, en Sanctum el guión y las actuaciones son tan pobres que no hay forma de pasarlos por alto. Como si se tratase de reflejar con fidelidad una cueva inexplorada, durante los primeros 25 minutos la película se muestra completamente vacía. Sin una gota de acción, lo que se hace es rellenar las situaciones con diálogos plagados de guiños poco efectivos que lejos de ser simpáticos sólo fastidian porque demuestran la falta de contenido. El hecho de que cada miembro dentro de la expedición pueda hacer un chiste en el momento justo hace pensar que se está viendo una comedia, cuando en realidad se trata de guión que se pretende ingenioso por darle una línea punzante a cada personaje, logrando sólo evidenciar lo coreografiado del desarrollo. De contar con un elenco adecuado capaz de brindar actuaciones correctas esto podría ser pasado por alto, sin embargo las interpretaciones denotan muy poca capacidad, algo que es más notorio en el papel protagónico de Rhys Wakefield aunque también en gran parte del equipo que lo acompaña. El hecho de que haya algunas secuencias interesantes o buenos planos debajo del agua no logran ocultar las falencias ya mencionadas así como tampoco lo trillado de ciertas escenas. Prácticamente se puede adivinar el destino de cada uno de los personajes y esto se debe a que se lo ha incorporado a fuerza de ver películas similares. Una de estas será Vertical Limit / Límite Vertical, película de Martin Campbell en la que pareciera haberse inspirado, porque más allá del hecho de que se trate de la misma historia en las montañas o en las cuevas, hay situaciones repetidas como la del magnate interpretado por Ioan Gruffudd que enloquece y se vuelve contra los otros como ocurriera con Bill Paxton en la otra. Mención aparte merece este reconocido actor galés, quien interpretó al Hombre Elástico en Fantastic Four y a Lancelot en King Arthur, al cual no se lo ve cómodo en un papel que parece tomarse a broma. En definitiva Sanctum busca ser innovadora como Avatar, pero comete el grave error de demorar demasiado la acción, permitiendo que el mal guión junto a las actuaciones se hagan notorias a lo largo de toda la película, ahogándose tan sólo a la media hora de haber empezado.
Luego de haber perdido su trabajo como productora en un magazine nocturno Becky asiste a una entrevista para hacer lo mismo pero en una cadena de televisión. Habla demasiado, gesticula todo el tiempo y, como suele sucederle en su vida privada, arruina el encuentro y debe irse derrotada una vez más. La cámara acompaña de frente a la joven abatida mientras un piano musicaliza la triste situación. Esta estructura de cuento infantil, a saber: la protagonista es la mejor en lo suyo pero sólo ella y los espectadores lo sabemos, mientras que jefes y su propia madre la llaman patética, es algo que se va a mantener a lo largo de toda la película, que será reforzada con personajes muy lineales y con todos los elementos puestos a la orden del siguiente gag. Como si se tratase de uno de los programas matutinos que ella produce, con bajo presupuesto y utilizando tarde lo que otros ya hicieron, Morning Glory se construye en base a retazos de otras películas. Aline Brosh McKeena saca mucho de su guión de uno muy bueno que escribió años atrás, The Devil Wears Prada / El diablo viste a la moda, calcando el papel de Rachel McAdams del que interpretara Anne Hathaway y privilegiando nuevamente el ámbito laboral al romántico en la construcción de la historia. Por otro lado el juego entre Diane Keaton y Harrison Ford parece repetir Something’s gotta give / Alguien tiene que ceder, con la “gran” diferencia de que en esta oportunidad es el hombre el amargado y no la mujer. Da la sensación que si se la dejaba fluir con mayor naturalidad se podría haber obtenido un resultado más simpático, sin embargo se necesita sobreexplicar tanto que los personajes terminan pareciendo maniquís. Esto se vislumbra en forma más evidente con Becky y Mike Pomeroy (Ford), en quienes la película se termina centrando haciendo literalmente a un lado a Keaton. Que McAdams constantemente agite sus brazos, se atropelle al hablar y se golpee con cada elemento del decorado parece tan actuado que llega el punto en que termina por molestar, en especial porque en algunas escenas se la verá dialogando sin mayores inconvenientes y se extrañará esa soltura. En el caso de él la faceta de hombre duro y enojado está demasiado exagerada, lo peor serán las caras en que mezcle firmeza y estupor, incluso soltando gruñidos como si se tratase de Clint Eastwood en Gran Torino, sin embargo el mejor Harrison que se vea será aquel que se mantiene rígido pero no en forma tan evidente. Son estos detalles puestos tan en la superficie los que acaban por construir una historia a fuerza de gags ya mostrados y personajes trillados. El director de Nothing Hill, Roger Michell, es el encargado de llevar adelante una historia poco original que desperdicia los recursos que tiene a su favor, y que sólo logra ser divertida por escasos minutos cuando en el programa se pierde cualquier temor al ridículo y se hace lo necesario para levantar el rating. En las películas citadas anteriormente son paradójicamente los roles de los mayores los que las revitalizan, con una Meryl Streep en uno de sus mejores papeles en los últimos años, o con una Diane Keaton y Jack Nicholson ofreciendo un duelo cómico actoral sumamente atractivo. Quizás se podría haber intentado esta fórmula en Morning Glory en lugar de dejar que Ford opaque a su compañera de equipo. Habría sido más interesante ver cómo se sacan chispas entre ellos en lugar de reducir el triángulo que la historia propone a una figura con sólo dos lados.
Mientras pierde progresivamente la vista, Julia investigará el misterioso suicidio de su gemela ciega. Rápidamente descubrirá que hay algo oscuro detrás de su muerte y deberá enfrentarse a los mismos terrores que la acechaban. Desde hace ya algunos años el cine de terror español experimenta un auge en el cual Guillermo Del Toro tiene mucho que ver. Su nombre no obstante no es garantía de confianza, si bien lo ha impreso en El Orfanato con éxito hay otros trabajos poco logrados de los que era mejor mantener distancia. Los ojos de Julia, que lo tiene como productor, es una película entretenida que parte de un planteo interesante, no obstante los clichés, las constantes vueltas sobre sí misma, y una resolución que termina tomando el camino flojo y sencillo, la perjudican notablemente. Julia, una buena actuación de Belén Rueda, investiga el presunto suicidio de su hermana ciega Sara mientras pierde progresivamente la vista, algo que se subrayará una y otra vez con subjetivas de un mundo que se va apagando. Tanto su marido Isaac como los oficiales de Policía no le creerán cuando plantee que hay un trasfondo detrás de esta muerte, por lo que la búsqueda de un posible asesino deberá llevarla adelante en soledad. Recorrerá uno a uno los lugares en los que ella estuvo y descubrirá que había un hombre en su vida, a quien nadie recuerda por tratarse de alguien sin luz, un sujeto que pasa desapercibido como si viviera sumido en las sombras. Se producirá así un juego de escondidas que se extenderá a lo largo de sus 112 minutos, repitiendo una y otra vez escenas en las que el asesino está a punto de atraparla y ella a último momento logra escapar sin siquiera darse cuenta, o persecuciones en las que Julia llegará a callejones sin salida por los que él pudo desvanecerse. Al revelarse la identidad de este misterioso sujeto se termina asestando el golpe definitivo por tratarse de alguien que no aparece en toda la historia y al que se lo inserta recién al final como para que la explicación tenga su lógica. Como si su papel se hubiera escrito siguiendo el manual del villano de cine terror, tiene su pared llena de fotos de sus víctimas, su dosis de locura y motivaciones que no terminan de cerrar. El director Guillem Morales vuelve a poner el eje en la paranoia como hiciera con su primer largometraje, El Habitante Incierto, aunque lo hace con menos sorpresas y más obviedades. Lo que desde un primer momento se revela como interesante se agota a fuerza de repetición, permitiendo que la película se extienda más de la cuenta y se resuelva en forma injustificada.