Un film que celebra con humor las amistades femeninas La escena transcurre en un bar a la hora del calórico desayuno, desproporcionado premio por los minutos de gimnasia matutina. Annie (Kristen Wiig) le cuenta a Lillian (Maya Rudolph), su mejor amiga desde la infancia, sobre el hombre con el que está saliendo, un egocéntrico aunque bellísimo galán que no la aprecia como se merece. Lillian también aporta lo suyo, preocupada porque su novio de siempre últimamente está medio raro, distante. Una se ríe de la otra y finalmente concluyen que lo mejor será casarse entre ellas. Es una broma, apenas un diálogo de los muchos que sostienen estas dos mujeres que son el corazón de Damas en guerra. Es que, más allá del chiste al pasar, este film explora con un humor a veces zarpado, delirante y también sutil los misterios de la amistad femenina. Además de proponer una sensible mirada sobre la realización personal y los sueños de las mujeres de más de treinta. La tarea no era sencilla, especialmente porque las comedias protagonizadas por mujeres al borde de un ataque de madurez, si existen, suelen poner el foco en el romance, en la fiesta de bodas y la novia y no en lo que le sucede a la mejor amiga de ella. Que en este caso es Annie, una pastelera cuyo negocio quebró, a la que su novio abandonó y está viviendo con un par de hermanos británicos que cada tanto leen su diario íntimo como si fuera "una novela muy triste escrita a mano". Así, mientras Annie pasa su peor momento, a Lillian no se le ocurre mejor idea que casarse y nombrarla dama de honor en su cortejo matrimonial. Un grupo de mujeres que incluye a Meghan (Melissa McCarthy), la cuñada impresentable; Rita (Wendi McLendon-Covey), la prima casada hace una eternidad; la inocente Becca (Ellie Kemper), y la preciosa Helen (Rose Byrne), empeñada en ayudar a organizar las futuras nupcias. Sin un dólar que le sobre y ninguna perspectiva de éxito en el trabajo que le consiguió la mamá (una perfecta Jill Clayburgh que falleció poco después de terminar de filmar esta película), Annie intentará cumplir con los pedidos de su amiga. Los resultados serán tan desastrosos como graciosos, escenas inspiradas que irán del humor más sutil -como esa en la que Annie y Helen se disputan la última palabra y el micrófono en el homenaje a Lillian-, al más escatológico que algunos podrían encontrar de mal gusto pero que las protagonistas resuelven de manera extraordinaria. Especialmente Wiig, que en su doble rol de actriz y guionista se construyó un personaje perfecto y a su medida e hizo lo mismo por sus colegas. Cada una tiene su momento para brillar y hasta "robarle" escenas a la protagonista. Ahí está el personaje de McCarthy (flamante ganadora del Emmy) recordando sus tiempos de estudiante secundaria con tanto humor y dolor que conmueve; el de Rudolph luchando por llevar adelante su casamiento sin perder a su mejor amiga, o el de Byrne, que pasa de la egoísta villana a la tierna perdedora que sólo quiere que le presten un poco de atención. Todas mujeres terribles, graciosas, odiosas, perfectas.
Un film para toda la familia que exagera los golpes bajos El difícil arte de conseguir que una película para toda la familia sea efectivamente un entretenimiento para los chicos y que los adultos también disfruten suele resultar en más intentos fallidos que en films exitosos. Especialmente cuando sus realizadores se empeñan en aportar un mensaje "importante" a lo que quieren contar. Algo que sucede en Winter, el delfín , que además está inspirado en una historia real, otro obstáculo para propuestas bienintencionadas que se pierden en el camino. Todo comienza bajo el mar con un delfín que parece estar disfrutando de su vida en el océano al mismo tiempo que en la superficie un grupo de pescadores se gana la vida atrapando cangrejos en una especie de jaula-trampa de aspecto peligroso. En tierra, un introvertido chico de 11 años llamado Sawyer la está pasando mal por el abandono de su padre, sus malas notas y la noticia poco alentadora de que su primo mayor, un reconocido atleta, se irá a la guerra para poder pagarse la universidad cuando regrese. Quien haya visto alguna vez una película, una serie de televisión o haya leído una novela sabe que el primo no regresará de la misma manera en que se fue y que, de alguna forma, la tragedia del delfín servirá como espejo de la del nene. Sawyer, interpretado con naturalidad y ternura por Nathan Gamble, tiene muchas lecciones que aprender y lo hará por medio del rescate de Winter. Encontrado en la playa del pueblo de Florida en la que vive Swayer con su mamá (Ashley Judd), el delfín tiene pocas posibilidades de sobrevivir, pero su conexión con el chico es inmediata. Y así, el nene que vivía encerrado en su mundo empieza a conectarse con el resto de la gente, especialmente con el doctor (Harry Connick Jr.) encargado de los animales en el casi abandonado acuario del pueblo. Allí llevarán a Winter para intentar salvarle la cola que le permite nadar. Intercalando golpes bajos y mensajes ecologistas, patrióticos y familiares en todo su desarrollo, Winter, el delfín exagera al intentar transmitir una moraleja que está bastante clara desde el inicio. Entre los papeles secundarios aparece Morgan Freeman como un doctor especialista en prótesis para amputados, uno de los pocos personajes que logran superar la tendencia al melodrama que propone el guión.
Hilary Swank protagoniza este film que respeta las reglas del género de terror clásico Juliet Devereau necesita un departamento urgente. Se acaba de separar al descubrir que su pareja le fue infiel y se la ve deprimida mientras hace sus ejercicios matinales, camino a su trabajo y cuando le toca operar a un paciente a corazón abierto. Juliet es médica de emergencias y está acostumbrada a dormir donde y como puede, y por eso el departamento bellísimo pero ruidoso que encuentra a precio de oferta en Brooklyn le viene como anillo al dedo. Tampoco está mal que el dueño del edificio sea el lacónico, amable y muy buen mozo Max. Claro que nada en el lugar es lo que parece. Lo que le parece a la protagonista interpretada por Hilary Swank, porque el espectador sabrá desde el comienzo que en el edificio, con esas puertas de ascensores y esos ventanales que se cierran como guillotinas aparentemente por sí solas, algo muy raro sucede. Especialmente con Max y su abuelo August, papel en el que aparece Christopher Lee. La presencia del veterano actor no sólo funciona para agregar al clima ominoso del film que crea la dirección de fotografía de Guillermo Navarro -habitual colaborador de Guillermo del Toro-, sino que es también marca de fábrica, certificado de autenticidad. Es que esta producción dirigida por el finlandés Antti J. Jokinen es de la compañía Hammer Films, histórica usina de películas de terror de los años cincuenta que muchas veces protagonizó el mencionado Lee. Con un estricto respeto por las reglas del género de horror más convencional, pero al mismo tiempo efectivo, Invasión a la privacidad no esconde su trama y por ende tampoco sorprende y, sin embargo, su planteo entretiene. En tiempos en que las películas de terror derivan en festivales del sadismo y la tortura, este acercamiento más sencillo a los costados oscuros del comportamiento humano casi resulta un alivio para los espectadores que gustan de los buenos sustos cinematográficos pero prefieren no salir del cine con el estómago revuelto. Junto a la talentosa Swank aparece Jeffrey Dean Morgan ( Watchmen ), un actor que resuelve con soltura las escenas en las que su Max se muestra entre tímido y galante mientras esconde, como ese edificio, mucho más de lo que muestra.
Una de vampiros protagonizada por Colin Farrell La receta que combina adolescentes y vampiros parece ser una de las pocas que circulan por los estudios de Hollywood en estos días. Interpretada como drama romántico en la saga Crespúsculo o profundo estudio de época en la versionada Déjame entrar , la fórmula consiguió un nuevo giro gracias a Noche de miedo . Teniendo como punto de partida La hora del espanto , un film de 1985 que sin pretensiones rupturistas se reía -con nostalgia- de los estereotipos del cine de horror y lograba asustar bastante, esta película consigue lo mismo aunque sus referencias sean muy distintas. Para los adolescentes de Noche de miedo , que el vecino de al lado pueda o no ser un vampiro no es tanto un imposible como una ridiculez que pertenece al mundo de los bestsellers y las películas taquilleras protagonizadas por galanes británicos. Los chupasangre forman parte de su cotidianeidad aunque sea desde la ficción, pero ninguno tiene un nombre tan prosaico como Jerry. Al menos eso es lo que piensa Charley (Anton Yelchin), un chico que vive con su mamá (Toni Colette, desperdiciada) en un barrio de casas idénticas de Las Vegas. Con un pasado de nerd y un presente que incluye a una novia linda y popular y excluye a su amigo de siempre, Charley elegirá no creer que detrás de tantas desapariciones en la zona se esconde un vampiro que no es otro que su nuevo vecino Jerry. Interpretado por Colin Farrell, el villano de este film que se estrena en 3D -recurso que la historia no aprovecha ni necesita-, es un depredador con igual capacidad para la seducción y la destrucción. Posiblemente en manos de otro actor el personaje hubiera causado más risas que tensión y sin embargo, gracias al carisma de Farrell, este vampiro es tan monstruoso como atractivo. Claro que el resto de los personajes, Charley, su novia Amy (Imogen Poots), su ex mejor amigo Ed (Christopher Mintz-Plasse) y el ilusionista experto en los descendientes de Drá cula que interpreta David Tennat, logran sostener la historia sin que se transforme en un festival del "robaescenas" Farrell. Gracias al sólido guión de Marti Noxon (experta en lo sobrenatural desde de los tiempos en que escribía la notable serie Buffy, la cazavampiros ), el relato entretiene y asusta bastante. Un buen resultado que resulta un poco menos disfrutable hacia el final, cuando el exceso de explicaciones perjudica el cierre de otra buena historia de colmillos extralarge y héroes con ortodoncia.
Si la premisa de esta comedia romántica suena conocida es porque lo es. Y no de una manera genérica, sino todo lo contrario. Específicamente, este film protagonizado por Justin Timberlake y Mila Kunis plantea, en teoría, lo mismo que Amigos con derechos, estrenada a fines de febrero. Claro que si bien la idea inicial es la misma -la posibilidad de que un hombre y una mujer que son amigos disfruten de una relación sexual sin comprometerse a ser una pareja formal-, el desarrollo del asunto en una y otra película es muy diferente. Aquel film encabezado por Natalie Portman y Ashton Kutcher suponía que, al invertir los roles y poner a la mujer en el lugar de quien se resiste a tener una relación afectiva tradicional, estaba aportando actualidad a un guión poco inspirado, cuando en realidad estaba consiguiendo exactamente lo opuesto, suponiendo que una mujer dedicada a su trabajo necesariamente empezaría a pensar y actuar como un hombre. Nada de eso ocurre en Amigos con beneficios, porque los personajes de Timberlake y Kunis tienen el privilegio -debería ser la norma, pero no lo es- de estar escritos con cuidado, detalle e inteligencia. Una pluma liviana y que al mismo tiempo logra momentos profundos, además de crear escenas para que se luzcan los talentosos Woody Harrelson y Patricia Clarkson. El, como el compañero de trabajo de Dylan (Timberlake) que siempre dice lo que piensa, y ella, como la madre de Jamie (Kunis), funcionan como informal y extremadamente despistados consejeros sentimentales de los protagonistas. Una función dramática de la que el género no puede prescindir. Decidido a evitar todos los clichés de las comedias románticas, aunque sin ignorar su existencia, el director -y también guionista- Will Gluck arremete contra los cuentos de hadas que Hollywood insiste en venderle al público femenino, aunque no castiga a Jamie por ser una romántica empedernida ni la transforma por eso en una mujer dependiente o menos capaz en su vida cotidiana. Cuando ella se cruza en la vida de Dylan, al que le consigue el trabajo soñado aunque él se resiste a dejar su Los Angeles natal por una poco amigable Nueva York, la química y el entendimiento entre ambos son instantáneos. De hecho, los diálogos que sostienen cruzan la pantalla a la velocidad de la luz y los mejores enamoramientos. Que ella se haya hartado de buscar al príncipe azul en cada esquina y que él esté cansado de los reclamos de mujeres que no lo entienden los convence de intentar el arreglo perfecto. Casi al unísono plantean la posibilidad de convertirse en amantes sin franquear nunca la frontera de la amistad que los une y siempre mantenerla como prioridad. Como cualquier conocedor del género sabe, el supuesto acuerdo ideal devendrá en desastre y por todas sus actitudes cancheras y superadas la pareja se encontrará frente al dilema de sus vidas. Comedia de la comedia Original a pesar de su transitado planteo, Amigos con beneficios les rinde homenaje a las comedias románticas de las que se ríe con el respeto de quien las conoce y admira, y además consigue presentar la mejor versión del Timberlake actor, que hace de Dylan un personaje redondo. Un hombre sensible, inteligente y con una personalidad compleja, y no la suma de excentricidades que suelen pasar por características humanas realistas en las comedias hollywoodenses. Y no se queda atrás Kunis, que después de su intrigante papel en El c isne negro demuestra tener tempo para la comedia, además de notable pericia en las escenas más dramáticas. Claro que la verdadera revelación del film -o la más significativa- es su director, Gluck, que con apenas tres films -éste es el primero que se estrena en las salas de cine locales- parece tener un excepcional entendimiento de la comedia clásica y cómo adaptarla a los usos y costumbres del siglo XXI.
Tensión y mucha sangre, sólo para fans Los films de suspenso tienen, por definición, en algún momento de su desarrollo una o más escenas que tendrán al espectador al borde de su asiento, tensos por ver cómo se resolverá la historia que los llevó hasta ese momento álgido del relato. Desde hace más de una década, la serie de films Destino final utiliza la misma premisa para construir películas donde lo importante no es el desarrollo sino esas escenas en las que cualquiera que conozca la saga -y el que no, se enterará rápidamente- sabe que alguien va a morir y sólo se trata de cómo y cuán rápido sucederá. De la primera entrega a esta quinta pocas cosas cambiaron de la fórmula salvo que ahora las muertes son bastante más sangrientas y de elaboración más compleja y que se las puede ver en explícito 3D. Una suerte de efecto dominó en el que la última pieza en caer es siempre un cadáver. La cuestión es sencilla: un grupo de empleados de una papelera se dirige a un retiro empresarial cuando uno de ellos tiene la premonición de que el puente que atraviesa el micro en el que viajan colapsará con consecuencias fatales para todos. Después de la detallada visión, el muchacho logrará salvar a algunos de sus colegas, grupo que incluye a sus mejores amigos y a su novia. Pero a la Muerte, como saben los que conocen esta serie cinematográfica, no le gusta ser burlada: irá tras los sobrevivientes eliminándolos uno por uno de la manera más cruenta posible. Para los seguidores del terror de tortura al estilo de El juego del miedo, Destino final 5 será seguramente apenas un aperitivo liviano, pero para el resto de los espectadores la constante tensión de las escenas será demasiado. El realizador Steve Quale (codirigió Criaturas del abismo junto a James Cameron) mantiene intacta la efectiva fórmula que hizo famosa la serie y hasta consigue dotar a sus protagonistas de cierta expresividad más allá de las constricciones obvias del guión, especialmente al personaje central, Sam, interpretado por el agradable Nicholas D'Agosto. Aunque Destino final 5 apuntó más al impacto visceral que a la reflexión, en este caso el guión se reserva algo de espacio entre tanta desgracia para hacerles un guiño a sus fieles seguidores.
Un inteligente y entretenido film que se suma a la famosa saga Puede que las expectativas fueran demasiado bajas y los prejuicios demasiado altos, pero en un principio el agregado de un nuevo capítulo a la saga de El planeta de los simios no parecía una buena idea. Y encima era una precuela en la que se intentaría explicar los eventos sucedidos en los desiguales y muchas veces confusos films anteriores. La película tenía todas las de perder y, sin embargo, gana gracias a un guión preciso, que trata temas profundos -sobre el futuro de la ciencia y los abusos cometidos por el hombre en busca de ganancias-, sin perder de vista su misión de entretener. Pero que, a diferencia de muchos de los tanques hollywoodenses de esta temporada, no compromete la coherencia y la lógica del relato para hacerlo. Todo comienza en la selva africana, donde un grupo de cazadores furtivos captura a unos chimpancés que terminarán encerrados en un laboratorio donde se los utilizará para probar un medicamento que podría curar el mal de Alzheimer. En esa búsqueda está el doctor Will Rodman (James Franco), que más allá de sus ambiciones profesionales necesita que el experimento funcione para poder curar a su padre, que sufre la enfermedad. Interpretado por John Lithgow, ese padre que es consciente de su deterioro progresivo es el centro emocional del relato. Hasta que aparece César, un chimpancé nacido en el centro de investigaciones que Will rescata sin convencimiento. Pero todo cambia cuando el científico descubre que la vacuna que inventó afectó el desarrollo cerebral del mono hasta volverlo extremadamente inteligente. Para interpretar esa inteligencia, instinto y sensibilidad animal, el director Rupert Wyatt decidió recurrir a la técnica de captación digital de movimiento y al actor más experimentado en esta innovación cinematográfica: Andy Serkis. El actor británico que fue Gollum en El señor de los anillos yKing Kongahora interpreta al chimpancé que comienza una revolución frente al abuso de los humanos. Sin recurrir a golpes bajos, Wyatt logra transferir el protagonismo de la historia al personaje creado por Serkis y hasta se anima a sostener la resolución del relato con unas cuantas escenas encabezadas por César y su ejército de primates. Tal vez a la hora de establecer las -malas- intenciones de sus villanos es cuando el film transita por caminos más obvios aunque talentosos intérpretes como Brian Cox, David Oyelowo y Tom Felton (sí, Draco Malfoy de Harry Potter ) logran sostenerlos. Aunque toma como punto de partida la mitología creada por los films anteriores (por ahí aparece una imagen de Charlton Heston y su famosa frase antisimio), El p laneta de los simios: (R)Evolución se sostiene sobre sus propios pies o patas.
El film presenta un personaje central sin demasiados matices Desde la primera hasta la última escena de esta película es evidente que el mundo, desde el punto de vista de un señor llamado Barney Panofsky, es un lugar más bien triste, lleno de resentimientos y donde lo único que importa es justamente lo que Barney quiere. Un personaje egocéntrico y egoísta con una notable capacidad para rodearse y conseguir el amor de personas mucho más interesantes y generosas que él. Personas a las que, casi sin excepción, termina lastimando gravemente. El desafío de transformar a este hombre y su vida en un personaje atractivo como para encabezar el film recayó sobre Paul Giamatti ( Entre copas ), un talentoso actor que aquí no se luce como otras veces. Tal vez porque las escenas más significativas y emocionantes que tiene las comparte con Dustin Hoffman, que interpreta a su padre, Israel o Izzi como prefiere ser llamado. Con unas pocas apariciones, Hoffman se roba la película y consigue lo que el guión y el director debutante no logran nunca: aportarle dimensiones a su protagonista. Historia de vida El recorrido del film comienza con un joven Barney pasándola bien en Roma, rodeado de amigos bohemios y mujeres hermosas aunque desequilibradas como Clara, esa artista plástica que dice estar embarazada de su hijo. Menos enamorado e interesado en la mujer que en leer el manuscrito de Boogie, su carismático amigo escritor (interpretado por Scott Speedman, a años luz de su inexpresividad en Felicity e Inframundo ), el protagonista rápidamente cambiará su destino regresando a su Canadá natal. Allí, mientras comienza a trabajar como productor televisivo, se casará con la mujer equivocada (Minnie Driver) y se enamorará de la correcta (la bellísima y dúctil Rosamund Pike) en su propia boda. Y hasta esa retorcida forma del romance perderá su brillo por la incapacidad de Barney para reflexionar sobre sus propios errores y dificultades. Con el material aportado por una exitosa novela, el director debutante Richard J. Lewis realiza una labor correcta, pero no supera la estructura planteada por un relato que revisa la vida y obra de un personaje más bien insoportable aunque muy bien acompañado.
Fallida propuesta para toda la familia filmada en Ushuaia Hermanitos del fin del mundo transcurre en Ushuaia, y aunque no lo aclare, parece estar ambientada en la actualidad. Claro que los indicios tienen aquí más que ver con los celulares que usan algunos de los personajes y los televisores por los que espían a sus ídolos de reality show, otra marca de contemporaneidad que el guión desmiente en cada escena. Es que este film infantil protagonizado por Diego Topa, Muni Seligmann (ambos estrellas de la señal Disney Junior), Norma Pons y Fabio Aste tiene una historia que oscila entre la crueldad de los relatos decimonónicos y el estilo visual de un videoclip de los años 80. En el marco de los espectaculares paisajes del Sur -que de todos modos la fotografía no aprovecha del todo, repitiendo escenarios en la hora y media de película-, un orfanato de niños superfelices está en peligro de desaparecer. Para defenderlo están Pato (Topa) y Pirucha (Seligmann), la directora (Elizabeth Killian) y la profesora que interpreta Mimí Ardú. Del lado de los malos está Malva Daltón, una rica millonaria que se traslada en un auto antiguo y se parece mucho a Cruella De Vil. Claro que la villana que Norma Pons transforma hábilmente en caricatura no está interesada en maltratar perritos sino en vengarse de una muy infeliz infancia en el orfanato en cuestión. Para ello no se detendrá ante nada y hasta recurrirá al secuestro reiterado, un delito que el film infantil trata con una liviandad asombrosa. Estética televisiva Muy lejos de sus encantadores y didácticos personajes televisivos, Topa y Muni cantan y bailan como en la pantalla chica, pero sus actuaciones en formato cinematográfico no convencen. De hecho, todo el desarrollo del film tiene algo de tira televisiva cuyos conflictos se resuelven con menos coherencia que urgencia. En términos visuales, Hermanitos del fin del mundo también sigue lecciones de composición de la pantalla chica, aunque la cámara más bien estática sugiere una TV de hace unos cuantos años. De hecho, es muy difícil no establecer comparaciones entre el universo que pinta este film con aquel creado por Cris Morena en la época de Chiquititas. Y a pesar de todo el tiempo transcurrido, el programa de Morena parece estar a años luz en entretenimiento y didactismo de esta película. "Lo importante es que los chicos no sepan nada de esto", dirá un personaje en algún punto del film, instalando la mentira como una respuesta viable, aceptable y preferible en la relación entre adultos y niños. En un guión que se apoya en un sinfín de estereotipos pasados de moda, un par de intérpretes logran elevar su trabajo por encima del material de origen. Entre ellos están la mencionada Pons y Fabio Aste, que hace de un despreciable trepador un malo que en principio aparece sin demasiados matices pero que el trabajo del actor logra dotar de la gracia de la que el resto de la película carece.
La vocación de Elizabeth Halsey es gastar dinero, trabajar lo menos posible y tener acceso ilimitado a drogas de todo tipo. Su trabajo, en cambio, es ser maestra de colegio secundario, una ocupación que eligió básicamente por los largos períodos vacacionales de los que disfrutan los docentes. En resumen, la señorita Halsey sólo está en la escuela hasta encontrar a un hombre que la mantenga de la manera en que ella está acostumbrada, es decir, con lujos, sin trabajar y borracha. Superficial y egocéntrica, Elizabeth decide que sus probabilidades de encontrar al príncipe azul aumentarán en forma directamente proporcional al tamaño de su busto. Para interpretar a la bella aunque egoísta perdedora está Cameron Diaz, que aprovecha cada cuadro del film para mostrar sus largas piernas, pero retacea bastante su famosa sonrisa. Es que los gestos dulces no van con la amargada Elizabeth, que hará lo que sea para conseguir el dinero para pagar su operación. Malas enseñanzas, una comedia zarpada en la misma línea de las de Todd Phillips (¿Qué pasó ayer?) y Judd Apatow (Ligeramente embarazada) -con quien el director Jake Kasdan trabajó en la efímera pero muy divertida serie Freaks & Geeks-, divierte aunque nunca consigue las carcajadas de sus modelos. Tal vez porque sus personajes no son más que estereotipos puestos en función de demostrar la "maldad" de la protagonista. Ahí está la nena que sueña con ser presidenta y le regala galletitas de avena a su profesora -que se las escupe casi en la cara-, el adolescente hipersensible del que todos se burlan y hasta la maestra rival, una docente con la frase hecha siempre lista y el refrán con moraleja en la punta de la lengua. Para interpretarla aparece Lucy Punch, la actriz británica que ya se había destacado en Conocerás al hombre de tus sueños, de Woody Allen, y que aquí directamente se roba la película como la tensa profesora adversaria de Elizabeth. Puede que el mayor hallazgo de este film sea mantener la esencia de esos dos personajes de principio a fin. Amy comienza controladora -y aunque para el final se le haya caído su máscara de bondad- y así terminará, mientras que Elizabeth apenas limará su aspereza y sus modos, que la califican como la peor maestra del mundo.