Los estudios Disney presentan un cuento de hadas tan clásico como actual En el universo de la animación actual, poblado de las maravillas de Pixar, los influyentes films del animé japonés y los algunas veces ingeniosos intentos de DreamWorks de reinventar el género infantil incluyendo a los adultos entre su público las princesas de Disney parecían ya no tener lugar. Hasta que llegó Enredados, una adaptación más que libre de Rapunzel, el clásico relato de los hermanos Grimm. Aquí están presentes todos los elementos, personajes y características que el estudio lleva casi setenta y cinco años perfeccionando incluidos el reino encantado, las princesas perdidas acompañadas de simpáticos animalitos, las brujas malas y los héroes montados en valientes corceles. Claro que esta vez ese héroe es un ladrón huérfano necesitado de atención, la princesa perdida es una adolescente curiosa y un poco furiosa y el corcel tiene evidentes problemas de identidad, ya que actúa como un perro sabueso. Con las lecciones aprendidas del primo Pixar y habiendo prestado atención a la repetida parodia del género que es Shrek, este film consigue mantener la tradición modernizándola, sin perder de vista sus raíces y la magia que parece ser sinónimo de Disney desde su nacimiento. En este caso conjurada por la combinación de las canciones compuestas por Alan Menken -el mismo de La sirenita, La Bella y la Bestia y Aladino- con las posibilidades estéticas de la animación digital y el 3D. Princesa en la torre La historia que cuenta Enredados gira en torno de Rapunzel, una princesa encantada que es secuestrada de su cuna por la malvada bruja Gothel, desesperada por utilizar el mágico cabello de la niña como su exclusivo tónico de la juventud eterna. Encerrada en su torre durante 18 años, Rapunzel añora el mundo que sólo conoce a la distancia, por lo que espía desde su ventana con la única compañía de su mascota, un camaleón que no necesita hablar para resultar uno de los más graciosos personajes de la película. Que los tiene en cantidad. Entre ellos, Flynn Ryder, un pícaro ladrón que sueña con tener un hogar y se indigna cada vez que los carteles de "buscado" reproducen una nariz que no se parece en nada a la suya. Lejos del convencional rescate de la chica por parte del príncipe azul, en este caso el encuentro entre la princesa solitaria y el forajido tendrá algo de comedia romántica -gracias al inspirado guión de Dan Fogelman-, y otro poco de comedia física que explota todas las posibilidades del 3D, especialmente cuando se pone en juego el largo pelo de la protagonista. Como si fueran las lianas de Tarzán, los cabellos de Rapunzel son escalera, hamaca y hasta arma siempre lista para lo que su dueña necesite. Claro que no le sirven para protegerse de la malvada Gothel, que no sólo le hizo creer que es su mamá, sino que la mantiene encerrada y aislada con una perversa mezcla de culpa y miedo al exterior. De todos modos, eso no impide que Rapunzel sueñe con conocer el mundo y bajar de su torre un mechón a la vez.
Hermanas unidas por la pasión Se aman, se odian, no pueden vivir juntas, pero tampoco separadas. Las hermanas L. del título son Eva y Sofía, dos mujeres que cargan en sus mochilas de vida con un padre gay profesor de danza kabuki y una madre diva del cine nacional en decadencia que recibe a sus amantes mucho más jóvenes en un sauna de temperatura bien elevada. De hecho, si hay una constante en la historia que escribieron y dirigieron Eva Bär, Santiago Giralt, Alejandro Montiel y Diego Schipani es el hecho de que la comunicación entre los personajes se da través del sexo. Puede ser apasionada e indiferenciada, a la manera de Eva -la hermana mayor, que interpreta Silvina Acosta con la justa medida de sensualidad y desesperación-. O a la de Sofía- una actuación sutil y neurótica de Florencia Braier-, seductora en su aparente fragilidad. En medio, abajo y arriba de ellas está Lucho, el novio de Eva, que interpreta con solidez Esteban Meloni. Una comedia sexual por momentos absurda -las clases de kabuki del papá interpretadas por Daniel Fanego o la versión fotofóbica de un personaje de Graciela Borges que hace Soledad Silveyra-, Las hermanas L. se vuelve despareja y pierde de vista su tono cuando la parodia les gana espacio a los ingeniosos diálogos. Así, el intento de violación lésbico que sufre Sofía traza un estilo humorístico demasiado grueso aunque al mismo tiempo permite la llegada de una frase dicha por Eva respecto a su hermana menor -"Pobre, ni un violador como la gente le toca"-, que pinta a la perfección y con gracia la relación entre Las hermanas L.
La magia es cada vez más oscura Harry Potter y las reliquias de la muerte - parte 1 deja atrás las fórmulas ya transmitidas por la serie Hacia el final de Harry Potter y las reliquias de la muerte - parte 1, sus protagonistas habrán huido, llorado y sangrado mucho más que en todo el resto de la saga que a estas alturas -a una película del final definitivo- ya no tiene mucho de infantil. Oscuro y angustiante, el film le hace justicia al libro del que fue adaptado y, al igual que él, la historia y su desarrollo parecen ser aptos sólo para iniciados. La película, además de ser un preámbulo del capítulo final, que llegará en julio de 2011, se ocupa de atar todos los cabos sueltos de los seis films anteriores. Así, está repleta de datos y aclaraciones que en varios casos hasta los fanáticos de la serie tendrán dificultad en seguir. Claro que a diferencia de todo lo que vino antes, Las reliquias de la muerte se desprendió de la fórmula y la estructura de sus antecesoras, dejando atrás la seguridad de Hogwarts, la escuela de magia que fue el escenario principal del relato. Si Harry Potter y el príncipe mestizo terminaba con la decisión del personaje de salir al mundo para resolver de una vez por todas el azote de Voldemort, aquí la decisión se cumple desde el inicio con Harry, Hermione y Ron despidiéndose de lo que conocen para enfrentarse a los peligros que los acechan. Con la cuidadosa dirección de David Yates, que decidió utilizar la cámara en mano para las vertiginosas escenas de persecución con resultados dispares; la virtuosa fotografía del portugués Eduardo Serra ( La comedia del poder ), y el guión de Steve Kloves, todos los elementos de este film fueron puestos en función de comunicar un mensaje: la infancia llegó a su fin y el camino de la madurez es tan accidentado como peligroso. En la búsqueda por encontrar y destruir los objetos, horocruxes , que contienen el alma de Voldemort y le permiten seguir vivo, el trío protagónico será acechado por los secuaces del malvado, pero lejos de unirse los chicos no tan chicos se pelearán hasta casi disolver su fuerte vínculo. Antes de la dolorosa disputa, interpretada con la suficiente emoción por los jóvenes actores en su mejor trabajo de la saga, pasarán las secuencias más logradas del film tanto por sus efectos especiales como por el aporte a la trama. Obligados por su búsqueda a infiltrarse en el Ministerio de la Magia, los chicos tomarán una pócima que los transformará, físicamente, en villanos. Es a estas alturas que el film refuerza la conexión entre los malvados del mundo de fantasía y el fascismo muy real. Con excepcional dureza el film incluye torturas, limpiezas étnicas y hasta un brazo tatuado que remite directamente al nazismo. Desde el comienzo, esta serie tuvo a los mejores actores británicos a su disposición y en este caso la regla se mantiene, sobre todo del lado de los villanos, con los personajes de Helena Bonham Carter y Ralph Fiennes.
La paternidad, en su versión más neurótica Para algunos puede ser una mala noticia y para otros, una buenísima, pero bien vale explicarlo desde un principio: Papá por accidente no es una película de Jennifer Aniston, sino una película con Jennifer Aniston. Aquí, el que conduce la historia, su narrador y protagonista, es Wally Mars, el personaje que interpreta Jason Bateman. A diferencia de muchas de las comedias románticas de los últimos años, que parecen regocijarse en mostrar a sus heroínas como un amasijo de neurosis y conflictos -que el hombre en cuestión ama a pesar de todo-, en este caso es él quien tiene necesidad de un buen terapeuta. Wally no consigue sostener una relación sentimental y ama a su mejor amiga, Kassie (Aniston), aunque no se anime a aceptarlo ni frente al espejo. Así, sus fobias y visión pesimista de la vida -el dirá que es realista- empeoran cuando Kassie decide ser madre por medio de un donante de esperma. Sin salir a la búsqueda apurada y torpe del remate cómico, la película se toma el tiempo para establecer la visión del mundo según Wally, para entender cómo es que termina "secuestrando" la inseminación de su amiga. Basado en un cuento del novelista Jeffrey Eugenides ( Las vírgenes suicidas ) y dirigido por Josh Gordon y Will Speck ( Deslizando a la gloria ), el film, en apariencia, pertenece al género de la comedia romántica, aunque de hecho en su desarrollo impone sus propias reglas, coqueteando con las risas pero sin desatender ciertos pasajes dramáticos. Especialmente cuando el protagonista comparte escenas con Sebastian (Thomas Robinson), el pequeño hijo de su amiga; con su jefe Leonard (un gracioso Jeff Goldblum), y la excéntrica Debbie de Juliette Lewis. Ese complicado equilibrio entre un tono y el otro se mantiene, en gran medida, gracias a la actuación de Bateman. El actor, de larga trayectoria en la TV norteamericana, hace de Wally un personaje interesante, herido emocionalmente y profundamente humano. Y, por una vez, a la chica le toca ser la persona fuerte, inteligente y valiente que lo ama a pesar y gracias a cómo es.
Una comedia sin mucho brillo Lo mejor de la película son las actuaciones de Robert Downey Jr. y Zach Galifianakis Para los seguidores de la comedia norteamericana más reciente, la combinación de los nombres de Todd Phillips, director de la divertida ¿Qué pasó ayer?; Zach Galifianakis, el comediante del momento, que se hizo conocido por aquella película, y Robert Downey Jr. sólo podía generar expectativas altísimas. Casi tan altas como la decepción que genera Todo un parto , la road movie cómica dirigida por Phillips y protagonizada por Galifianakis y Downey Jr. A diferencia de lo que sucedía con ¿Qué pasó ayer? -la comparación es inevitable-, a este film le falta frescura, ese aire de originalidad que posibilitaba que situaciones vistas mil veces antes parecieran de algún modo nuevas. Y muy graciosas. Si la anterior película de Phillips y compañía provocaba carcajadas continuas, ésta logra apenas un puñado de risas aisladas. Aunque lo que aquel éxito no tenía era a un actor como Downey Jr., su presencia y el dúo cómico que forma con el comediante Galifianakis son los elementos que inclinan la balanza en favor de Todo un parto. En el film, el protagonista de Iron Man interpreta a Peter, un arquitecto a punto de ser padre que debe tomarse un avión para regresar a su casa en Los Angeles a tiempo para el nacimiento de su primer hijo. En su camino se cruza con Ethan Tremblay, un aspirante a actor cuyo padre acaba de fallecer y está decidido a triunfar en Hollywood. Aunque este hombre de permanente en el pelo y perrito siempre en brazos es apenas una versión del personaje que el propio Galifianakis exprimió al máximo en ¿Qué pasó ayer?, resulta gracioso en contraste con el iracundo Peter de Downey Jr. Esto, a pesar de una tendencia de la historia a caer en chistes de mal gusto -el peleador veterano de guerra redefine el concepto de incorrección política- o al recurrir a bromas demasiado cercanas al humor de inodoro de los hermanos Farrelly ( Loco por Mary). Referencias del pasado Claro que, más allá de los puntos de contacto con ¿Qué pasó ayer?, esta película tiene una referencia temática y argumental bastante más cercana. Se trata de Mejor so lo que mal acompañado, el film que protagonizaron John Candy y Steve Martin y que dirigió John Hughes en 1987. Allí, como aquí, un hombre de familia (Martin) se veía obligado a un viaje con un personaje insoportable (Candy) que le complicaba la existencia hasta hacerle perder todas las formas. A pesar de la falta de originalidad, Todo un parto logra explotar al máximo el inmenso talento para la comedia de Downey Jr., que unos años atrás, y con muchos más vicios encima, bien podría haber interpretado al fumador empedernido de marihuana que le tocó en suerte a su compañero de elenco. Más maduro y seguro de su lugar en la industria del cine, ahora, Downey puede dejar que Galifianakis sea quien diga las frases más desopilantes -"conozco a Shakespeare, es un pirata y su nombre correcto es Shakesbeard"-, mientras él lo mira, mostrando sus fantasías asesinas apenas con abrir y cerrar sus expresivos ojos.
Las nuevas vidas bajo la lupa El director Thomas Balmès filmó en Namibia, Mongolia, Estados Unidos y Japón Primero una advertencia: más allá de los méritos formales de Bebés ,lo cierto es que para aquel espectador que se sienta intimidado, aburrido o molesto por esos padres que se ven en la obligación de relatar al prójimo cada "hazaña" de sus retoños este documental será más suplicio que entretenimiento. Para todos aquellos que no tengan esos pruritos frente a las aventuras de los recién nacidos, este film ofrece una mirada compleja que no recurre a golpes bajos para conseguir provocar ternura, aunque lo logra sin siquiera intentarlo sencillamente dejando que sus protagonistas sean. Sin molestas voces en off que expliquen lo que se ve y sin siquiera utilizar subtítulos en las pocas escenas en la que madres y padres comparten el plano con sus niños, el documental muestra cuatro culturas diferentes a través de sus bebés. Dulces, tiernos, abrazables y asombrosos. Demandantes, llorones e incomprensibles. Toda esta crítica se podría completar apilando adjetivos calificativos tanto positivos como negativos en relación con los bebés. Que es exactamente lo que hace el documental realizado por el director Thomas Balmès, que puso su cámara a filmar el primero año de cuatro recién nacidos de partes muy distintas del mundo. En un extremo del planeta está Ponijao, el nuevo bebé de una tribu del desierto de Namibia, y en el otro está Hattie, nacida de padres modernos en la ciudad de San Francisco, en los Estados Unidos. Entre ellos, Bayar, el hijo de una pareja de pastores de Mongolia, y Mari, la beba nacida bajo las luces de neón de la futurista Tokio, en Japón. Tan distintos en sus orígenes como similares en sus capacidades como seres humanos recién estrenados, los cuatro protagonistas hacen ni más ni menos que lo que hacen sus pares más allá de la pantalla aunque gracias a la atenta mirada de los realizadores es posible descubrir sus personalidades desde el principio. Un hallazgo que también es la mayor debilidad del film, que por momentos se parece demasiado a la exhibición de videos caseros de desconocidos. Con una fotografía impecable, claro, que saca el mayor provecho de los paisajes que rodean a los cuatro protagonistas. Aunque se trate de las cuatro paredes de un pequeño departamento japonés. A pesar de que Bebés no subraya lo obvio por momentos recurre a un trazo más grueso en la edición para marcar las distancias entre sus objetos de estudio. Así, mientras las nenas de San Francisco y Tokio juegan con sus gatitos, el niño africano intenta atrapar unas moscas y el mongol es arrullado por un gallo que se sube a su camastro. Y, más cerca del primer cumpleaños del cuarteto, el director francés se detiene para mostrar el exceso de estímulos -juguetes, clases de yoga y música-, a los que son expuestos los bebés de los Estados Unidos y Japón. A la abundancia material de unos, la película enfrenta las experiencias más naturales y cercanas a la naturaleza de los otros en Mongolia y Namibia.
La peligrosa conquista del espacio exterior Un documental muy convencional En la producción de documentales, el hecho de contar con un tema interesante, novedoso o sensible para el público supone un gran inicio, la mitad de la batalla cinematográfica ganada a la que luego se suman las formas que conseguirán-o no-, completar un película entretenida e informativa. En el caso de Pax Americana y la conquista militar del espacio, entre una temática significativa y atrapante y su puesta en escena algo se perdió en el camino. Convencional y obvia en sus planteos estéticos, la película no logra despegar de cierto didactismo que la acerca más a un informe televisivo que a films como los de Michael Moore, vinculación inevitable teniendo en cuenta el tema del film. Aunque Moore sea un cineasta maniqueo en sus planteos y esté a veces más interesado en aparecer como un paladín de la justicia que en ser un realizador, lo cierto es que sabe cómo manejar los hilos del documental actual, algo que el francés Denis Delestrac no parece haber captado del todo. Aquí no hay personajes con los que comprometerse, ni historias en minúscula que seguir sino que todo gira en torno de la militarización del espacio, un proyecto del Departamento de Defensa de los Estados Unidos. A partir del concepto de Pax Americana, el film explora los planes de ese país por mantener su rol de policía planetaria desde el espacio exterior. Así, el film reconstruye ayudado por una voz en off-un híbrido entre las que se escuchan en los ascensores y los contestadores automáticos-, y una batería de expertos que nunca identifica, la historia de la conquista del espacio desde las iniciativas del nazismo hasta la era del satélite. Guerra de las galaxias Por momentos, cuando Delestrac se mete en las clases de la escuela militar de aviación y presenta a uno de sus cadetes, el film insinúa una línea de desarrollo que luego no consigue completar, aunque es notable el acceso que logra a esos espacios en los que la guerra de las galaxias es mucho más que una película fantástica para chicos. Allí, la idea de que el espacio es el nuevo campo de batalla, la zona de conflicto del futuro no es una cuestión de ciencia ficción sino de política exterior de la potencia más guerrera del mundo. A modo de señal de emergencia, la película explica cómo la intención de lanzar al espacio satélites munidos de armas provocará un desastre planetario inédito. Para apoyar su tesis, el director convocó a un grupo de expertos entre los que aparece el lingüista y ensayista Noam Chomsky y el actor y activista Martin Sheen. Claro que, inexplicablemente, el director decide no presentar a ninguno de sus opinólogos, un olvido que le quita fuerza a sus declaraciones. Aunque resulta especialmente alarmante y muy interesante desde un punto de vista político, la nueva carrera armamentista emprendida por los Estados Unidos, lo cierto es que este documental carece de la calidad que su temática requería.
Drama con aires fantásticos El actor de High School Musical protagoniza esta película para llorar a mares El primer papel protagónico que hizo Zac Efron apenas graduado del fenómeno mundial High School Musical fue 17 otra vez , una comedia ambientada en el secundario con una excusa argumental tan poco original como efectiva. Allí, por un pase mágico que no necesitaba demasiada explicación, un cuarentón deprimido se transformaba en Efron para volver a vivir la experiencia de ser un adolescente con toda la vida por delante. Aquel film, aunque poco inspirado, lograba sacar lo mejor de Efron, un joven carilindo desesperado por demostrar que podía hacer algo más que cantar y bailar al ritmo de Disney. Una desesperación que también parece haberlo guiado para interpretar al personaje central de Más allá del cielo . Dirigida por Burr Steers, el mismo realizador de 17 otra vez , la película sigue la vida de Charlie St. Cloud, un prometedor chico pobre de pueblo chico que por sus habilidades para la navegación está a punto de dejar todo atrás gracias a una beca universitaria. Claro que el auspicioso comienzo vira rápidamente a una terrible tragedia cuando Charlie y su hermano menor Sam sufren un accidente y el pequeño muere. Revelar la tragedia en el centro del relato no arruina ninguna sorpresa para el espectador, que rápidamente será testigo del declive de Charlie y su extraña relación con los que se fueron. Tarde a tarde, el muchacho pasará el ocaso del día jugando al béisbol con su hermanito fallecido, un recurso fantástico que la fotografía de Enrique Chediak acercará peligrosamente al realismo mágico. Con planos que sacan el mejor provecho de la belleza física de Efron y convierten su pueblito en un lugar de ensueño, el film adelanta sus intenciones melodramáticas desde la escena de apertura, y cuando intenta sorprender al espectador lo hace sin sutilezas. Más allá de su simbiótica relación fraternal, el protagonista tendrá una relación sentimental con Tess (Amanda Crew), una ex compañera del secundario que, aparentemente, intentará sacarlo de su aislada existencia. A medida que la trama avanza, su coherencia interna comienza a resquebrajarse y con ella el director opta por utilizar al máximo a su protagonista. Claro que cuando se trata de Efron, ídolo adolescente de póster inmaculado, ese uso tendrá que ver más con mostrar su cuerpo que sus capacidades interpretativas. Así, el actor, que de hecho posee el carisma y el potencial para convertirse en un buen actor, cae en la misma trampa de la que estaba intentando escapar. Empeñado en desprenderse de su imagen de galancito juvenil, eligió un proyecto que terminó por encerrarlo en esa casilla una vez más.
Una comedia familiar como pocas Julianne Moore y Annette Bening son las dos madres que deben enfrentar la aparición del padre biológico La historia de Mi familia tenía el potencial para ser un panfleto político o un drama sobre las dificultades de un par de adolescentes creciendo con dos madres lesbianas y ningún papá a la vista. Pero el film de la directora Lisa Cholodenko, reconocida realizadora de la escena independiente norteamericana ( High Art ), no es ninguna de las dos cosas. Porque esta película es una comedia familiar como pocas. Lo que la diferencia del resto es que sencillamente es mejor que las demás. Su singularidad nada tiene que ver con un relato que gira alrededor de una familia homoparental. Con un guión que con elegancia elude lugares comunes y con humor explora las particularidades de la relación de la pareja que forman Nic y Jules, el film recorta un momento especial en la vida de las mujeres y sus hijos Joni (Mia Wasikowska, otra vez luminosa como en Alicia en el país de las maravillas ) y Laser (Josh Hutcherson). La primera está a punto de dejar la casa familiar para irse a la universidad y el segundo empieza a preguntarse sobre la identidad del donante de esperma que permitió su nacimiento. La curiosidad del chico deviene en preocupación de las madres y de allí a un par de escenas desopilantes cuando su mentalidad progresista se choca de frente con la necesidad de hablar sobre la sexualidad de su hijo varón adolescente. Actores en su elemento La aparición de Paul, el mencionado donante y padre biológico de los dos chicos, amenazará con modificar la dinámica familiar, pero sobre todo pondrá en estado de alerta máxima a la pareja de Nic y Jules, interpretadas respectivamente por Annette Bening y Julianne Moore. Un par de personajes, de mujeres, graciosas, tiernas, neuróticas, débiles y fuertes. Tan humanas como las actuaciones de Bening y Moore. Un par de profesionales en su elemento sacándole brillo a cada parlamento y cada mirada que la directora imaginó para ellas. Allí está Bening dotando a su perfeccionista y exigente Nic de una sensibilidad que estalla en la escena que habla de su amor por la cantante Joni Mitchell. A su tiempo, Moore aprovecha al máximo una de los mejores parlamentos del film en el que, entre otras cosas, describe el matrimonio como una maratón. Para interpretar al inmaduro, seductor y algo artificial Paul, aparece Mark Ruffalo -ya había compartido pantalla con Moore en la fallida Ceguera- , un gran actor al que le tocó el personaje aparentemente menos querible de la trama. Sin embargo, su interpretación tiene un encanto y una vulnerabilidad que lo salvan de la caricatura del villano que por momentos parece ser aun sin quererlo. Se podría traducir el título original de este film - The Kids Are All Right- como Los chicos están bien, una afirmación que la película entera corrobora. Estos chicos están bien, pero los que están complicados de las maneras más inteligentes, sensibles y divertidas son los adultos.
Retrato sin matices del presidente de Brasil Más cerca del manual de historia que del cine La increíble historia de vida de Lula Da Silva se merecía una película mejor, más interesante y profunda que Lula, el hijo de Brasil . Desde el humilde comienzo en el estado de Pernambuco hasta llegar a la dirigencia del sindicato de obreros metalúrgicos, cada episodio de la vida del presidente de Brasil es mostrado como si se tratara de un manual de historia escrito por su biógrafo oficial. El relato comienza en una choza dónde nace Luiz Inacio, séptimo hijo de padres campesinos y analfabetos que más tarde mudan a toda su prole a Santos, en San Pablo. Allí, el espíritu luchador de la madre, doña Lindu, interpretada con maestría por Glória Pires, contrasta con la violencia y el alcoholismo del padre, un villano sin matices que persigue a sus hijos a golpes cuando descubre que van a la escuela. De los humildes comienzos a la adultez con empleo y título de técnico tornero, según la película Lula va por la vida tranquilo a pesar de ser víctima del desempleo y un accidente de trabajo que mutila su mano. Así, aunque el film intenta mostrar al político bajo la luz más favorable, de hecho, el guión lo representa apático y poco interesado en la realidad de su país. Algo que cambiará cuando su primera esposa y su primogénito fallezcan y él comience a dedicarle todos sus esfuerzos al sindicato para evitar pensar en su tragedia. Al actor debutante en cine Rui Ricardo Diaz le tocó la complicada tarea de interpretar al actual presidente de su país además de una figura de peso para la política internacional y el imaginario de toda una región. A pesar del desafío, Díaz logra un retrato creíble hasta donde el limitado y superficial guión y la poco inspirada tarea del director Fábio Barreto se lo permiten. Más allá de la razonable dificultad de reproducir en un largometraje la vida de una persona pública en la plenitud, los realizadores de Lula , apenasaprovechan las posibilidades cinematográficas que esa vida les provee. Cuando lo hacen, como en la escena en la que Lula habla sin micrófono ante una multitud que repite sus palabras para que lo escuchen a la distancia, se puede vislumbrar la película que podría haber sido y no es.