Anexo de crítica: Ya desde su aparición como personaje secundario de la saga del ogro verde Shrek, el minino con botas se ganó el afecto de los fans y desplazó de alguna manera al burro para dejar abierta la posibilidad de que una vez extinta la franquicia (afortunadamente llegó a la cuarta para decir hasta siempre) se apostara por un film en solitario con el objeto de recuperar terreno perdido y poder decir que los creadores vivirían felices y para siempre. Dreamworks ha dado en el blanco nuevamente como lo hiciera en su momento con la novedosa Shrek por encontrar el equilibrio entre un público menudo y los adultos que acompañan sin caer en recursos de autorreferencia y sin excesos de guiños cinéfilos para concentrarse de lleno en una historia que tiene condimentos atractivos desde el primer instante y un despliegue visual y coreográfico de altísima calidad.- Pablo E. Arahuete (7 puntos)
Felicidad redux Coherente y abrasivo como siempre, Todd Solondz vuelve a cargar las tintas sobre sus tópicos en un film que podría considerarse sucesor de Felicidad con el mismo racimo de personajes variopintos (los mismos personajes interpretados por otros actores como parte de un discurso meta lingüístico) que vuelven al derrotero de la disfuncionalidad; la doble moral y todas aquellas grietas que derrumban el sueño americano y pisotean la idiosincrasia yanqui, con guiños continuos a la incorrección política. Hay un niño en el ojo de la tormenta, el hijo de Trish (Allison Janney) a punto de volverse a casar, en este caso con Harvey (Michael Lerner), para intentar que sus dos hijos aprendan a convivir con un padre un tanto más normal que el pedófilo Bill. Sin embargo, el niño vive atormentado por sus planteos acerca del olvido, la culpa y el perdón, con fuertes referencias religiosas de por medio y con el escape hacia lo onírico para salir de la densidad y el cinismo que atraviesa la trama de La vida en tiempos difíciles. El otro personaje que se lleva el foco de atención es la presencia-ausencia del padre pedófilo Bill (Ciarán Hinds) en plan de regreso a casa purgada su condena tras las rejas, al que se sumarán otras historias cruzadas como la de Joy (Shirley Henderson), la hermana de Trish ya alejada de su depravado marido Allen (Michael Kenneth Williams) aunque no tanto de su pasado que vuelve a acecharla así como sus viejos fantasmas más temidos de experiencias límites. Fiel al estilo de viñetas para ordenarse narrativamente con un guión rico en diálogos filosos y humor cáustico pero sin la contundencia de otros trabajos como la propia Felicidad o Palíndromos, aquellos seguidores de este director independiente no se sentirán defraudados en cuanto a lo temático y a ese estilo transgresor.
Y el mar los unirá Finalmente llega a las salas porteñas el estreno de este multipremiado film del realizador Mexicano Pedro Gonzalez Rubio que establece un contacto con la naturaleza y su aspecto salvaje con tanta naturalidad como aquella que logra establecer con sus personajes para quienes la cámara prácticamente no existe. Alamar apela a generar conciencia y empatía con la vida y la naturaleza bajo el pretexto del reencuentro de un padre con su hijo en unas vacaciones donde el muchacho de ciudad descubrirá un mundo completamente diferente. El protagonista de este extraño documental -¿o ficción?- es Natan, un niño de apenas cinco años, nacido en Italia, quien tras la separación de sus progenitores viajará con su padre Jorge al arrecife de coral de Banco Chinchorro en México, donde además compartirá junto a su abuelo una estadía en la que tomará contacto con la naturaleza y con el oficio de la pesca. Ese contraste entre dos realidades, la citadina donde el confort anula todo tipo de aventura y la de la hostilidad de la naturaleza donde la carencia de confort es manifiesta pero la riqueza del aprendizaje de cosas diferentes la suplanta; entre dos modos de vida que se encuentran en las antípodas de lo cultural, forma parte de la riqueza de la película de González Rubio, que se contagia del viaje y avanza con el ritmo lento que la naturaleza propone. Un cúmulo de bellas imágenes en las profundidades del océano cuando Jorge se zambulle en busca de crustáceos con su arpón, sumado a aquellas escenas en que enseña a su hijo el respeto por las aves son, sin duda, grandes momentos de un film que si bien se agota en sí mismo por su temática, no deja de sorprender por sus descubrimientos de espacios completamente escondidos; por generar una ternura entre los personajes a fuerza de naturalismo y despojo de artificio que coquetea en forma permanente con las fronteras del documental de observación y la ficción minimalista, sin tomar partido por ninguna.
No hay peor ciego… En un film donde prevalece el silencio no por falta de diálogos sino como parte de un mecanismo de protección y a la vez ocultamiento de verdades duras, la música omnipresente ayuda a construir una trama que se sumerge a fuerza de sutileza y metáforas en el profundo dolor de la protagonista: una niña llamada Bárbara (Ailén Guerrero) que en el colegio comienza a manifestar conductas llamativas que transparentan algún conflicto familiar del que no puede comunicar más que indicios por sus dibujos o respuestas esquivas cuando alguien intenta entender qué le pasa. Quizás, el único que comprende su necesidad de huir es su amigo Matías (Conrado Valenzuela), quien no puede ocultar su enamoramiento y hará lo posible por cumplir el sueño de fuga en balsa hacia una isla donde nadie la lastime y pueda terminar su niñez con felicidad. La familia de Bárbara está compuesta por Ernesto (Alberto de Mendoza, soberbia despedida de este actor con mayúsculas), su abuelo, con quien vive junto a su madre Laura (Analía Couceyro) desde muy pequeña y a la que últimamente se sumó Rodolfo (Carlos Belloso), pareja de la madre, un hombre introvertido que ayuda a Laura en la librería donde prácticamente ella pasa todo el tiempo recluida y eso le impide hacerse cargo de su hija. Sin embargo, el que maneja la dinámica familiar y manda en el hogar no es otro que Ernesto, cuya predilección por su nieta es más que transparente aunque hay otra cara menos visible y oscura del abuelo tierno que también lo conecta con la silente Bárbara. Ernesto se desenvuelve en un entorno manipulable porque cuenta con el poder económico para silenciar a todos aquellos que saben su secreto, cómplices por omisión que no actúan y dejan que la frágil niña se desarme y sangre simbólicamente hablando. Desarma y sangra es precisamente la canción de Serú Girán que se irá armando en el film y donde la protagonista lleva la voz principal para contar desde la letra su historia que nadie quiere escuchar salvo la atenta psicopedagoga del colegio (Malena Solda), que debe someterse a la sordera institucional de un rector cobarde (Mario Alarcón) o a las amenazas sutiles del abuelo Ernesto para que Bárbara vuelva a quedar desprotegida. Con todos esos elementos dramáticos en la mesa, el realizador Miguel Ángel Rocca (Arizona sur) coescribió junto a Maximiliano González una historia de secretos y mentiras definiendo aquellos roles que son portadores de la verdad y los que son emergentes de la mentira, valiéndose de una sutileza fina y poco frecuente en el cine argentino cuando se intenta abordar temáticas con mala prensa por considerarlas tabú o factibles de golpes bajos. El mérito mayor de La mala verdad es justamente no decir ni mostrar nada respecto a esos secretos condicionantes para que el relato encuentre su cauce en las atmósferas; en los prolongados silencios; en el juego de las miradas con los desvíos, para no enfrentarse con aquella realidad que se va refractando como el reflejo deformante de un espejo en el que cada uno se mira como desea y no como realmente es. Gran parte de esos logros son producto de un director que sabe dirigir actores y por eso Alberto de Mendoza puede quedarse tranquilo y decir hasta siempre en una memorable performance.
La mamá orquesta Kate (Sarah Jessica Parker) es lo que podría definirse como una mujer moderna: sobreadaptada, eficiente y siempre lista para el trabajo demandante y el cuidado de sus hijos pequeños, aunque su vida matrimonial haya pasado a un segundo plano con altas y baja, y fuertes indicios de crisis por falta de atención a su esposo Richard (Greg Kinnear). Sin embargo, la mujer se las ingenia para cumplir con los dos trabajos y mantener a todos contentos. Inclusive, soñar con un ascenso por su desempeño como parte de un equipo que cierra negocios multimillonarios y que ahora cuenta entre sus clientes más importantes con un codicioso banquero escocés (Pierce Brosnan), que reside en New York y contrata a Kate para seducir a financistas con sus proyectos de rentabilidad asegurada. Pero la balanza de las obligaciones y de las metas personales inclina el peso hacia un solo lado, entonces tanto esposo como familia se perjudican y apenas reciben el tiempo extra tras una ajetreada labor que ocupa prácticamente las 24 horas del día, sin desconectarse un minuto de su celular. Los viajes relámpago con su jefe despiertan sospechas de infidelidad y las faltas maternales constantes, sumado el escaso tiempo, van cimentando una carga difícil para Kate, que como siempre ocurre en estos casos se dará cuenta un tanto tarde que no se puede hacer todo y encima bien. En la línea de una sitcom y con muy poco ingenio para transitar por todos los lugares comunes de películas sobre madres competidoras en un mundo masculino, ¿Cómo lo hace? es una comedia liviana que por momentos parece un episodio largo de Sex and the city pero sin la temática sexual femenina detrás, dado que utiliza casi los mismos recursos narrativos de la voz en off o hablar a cámara y juega la carta de la exageración y el estereotipo para encontrar la complicidad con el público femenino. Sobre un guión de Aline Brosh McKenna, basado en la novela La vida frenética de Kate, de Allison Pearson, el director Duglas McGrath (Infame) entrega esta comedia pasatista e insulsa que para la actriz Sarah Jessica Parker significa no más que una continuidad de lo que vive a diario siendo una de las madres más trabajadoras de la industria del cine. Al apoyarse enteramente en el punto de vista de la autora la descripción del mundo femenino no supera jamás la superficialidad y la chatura habitual, sobre todo de cómo piensan las mujeres que busca el contraste con otras madres despreocupadas de la atención de sus hijos que quedan en manos de extrañas cuidadoras mientras ellas cultivan el ocio y modelan sus cuerpos, como uno de los ejemplos más obvios de este tipo de planteamiento binario. No obstante, se trata de un relato que no pierde ritmo pero que promediando la primera mitad atraviesa una zona de estancamiento, morosidad y rutina que le juegan en contra. La galería de personajes secundarios encabezada por Christina Hendricks (la sexy pelirroja de la serie Mad men), Olivia Munn y Kelsey Grammer apuntala alguna situación pero ninguno de los estereotipos femeninos se supera ni se critica. En síntesis: ¿Cómo lo hace? no aporta nada novedoso al género pero para aquellos que busquen una comedia liviana y entretenida sin demasiadas exigencias, el convite no los defraudará.
Autodepuración social En el futuro, la medida de todas las cosas será el tiempo. El dinero será reemplazado por una oferta y demanda de minutos, meses y años, donde la brecha entre ricos y pobres se ensanchará y las ciudades se dividirán de acuerdo a zonas horarias quedándose los excluidos en lo que se denomina guetto, donde todo se hace a las apuradas mientras que aquellos que acumulan años vivirán alejados de los márgenes en la cultura del consumismo y la lentitud, rodeados de guardaespaldas y sin preocuparse por sobrevivir. Bajo esa premisa se tejen las coordenadas de este interesante film futurista y distópico El precio del mañana, que por su riqueza de ideas permite una serie de lecturas por encima de la historia concreta, la cual abraza algunos elementos del thriller con ciertos rasgos de ciencia ficción cuando en realidad se trata nada menos que de una metáfora contundente sobre las leyes de la economía del capitalismo más salvaje, cuya faz más cruel no es otra que la del control social a partir de las variaciones del costo de vida con el objeto de preservar el estatus quo de los poderosos en detrimento de la miseria de los marginados. El tiempo se compra; se vende; se roba; se apuesta; se regala; y en definitiva se acopia en cápsulas que se guardan en cajas fuertes de los bancos para garantizar la inmortalidad de aquellos que tienen acceso en un mundo donde todos viven hasta los 25 años y luego de esa fecha tendrán un año de gracia en el que aparece un reloj digital en la muñeca y una cuenta regresiva que no se detiene y que si llega a cero significará la muerte. Nadie envejece en este universo artificial y frío por lo cual madres, hijas y abuelas conservan el mismo aspecto juvenil de los 25 años y lo mismo ocurre con los hombres. Por otra parte, la mayoría de los mortales vive en acotado margen de tiempo ya que las chances de acumular años son casi nulas salvo en luchas clandestinas o robos. Sin embargo, el destino del protagonista Will Salas (Justin Timberlake, muy mal elegido), -que tras sus 25 años ha logrado sobrevivir tres años más- cambia en un segundo cuando accidentalmente se cruza con un misterioso y desconocido hombre que está cansado de vivir y le entrega cien años gratuitamente y le revela las claves de un sistema perverso de autodepuración social para que intente destruirlo desde adentro. Pero pertenecer a una clase marginal y contar con un tiempo extra por un lado obliga a tomar precauciones al ser blanco fácil de ladrones y mafiosos y por otro levanta sospechas en las esferas de quienes se encargan de mantener el equilibrio del sistema cronometrando vidas ajenas. Esa es la tarea del cronometrador (Cilian Murphy), una suerte de policía que merodea la zona del guetto cada vez que algo se descontrola o aparece alguna anomalía como el caso de Will, quien logra infiltrarse en el grupo de los elegidos y conoce a la hija rebelde de uno de los hombres más poderosos (Amanda Seyfried) que busca emociones fuertes y se diferencia de su padre en relación a los conceptos de la desigualdad social. Si bien el relato no avanza en profundidad respecto a las ideas que esboza en un principio tampoco se desliza hacia el conformismo o la típica película de acción que hubiese significado el desperdicio total de una propuesta inteligente y atractiva que apuesta a satisfacer a todos los tipos de público sin la sensación de traicionar a nadie. Ese mérito se debe pura y exclusivamente al director Andrew Niccol, quien al igual que con Gattaca vuleve a contar una historia con un ojo puesto en el futuro y otro en el presente.
Anexo de crítica: La mayor virtud de esta ópera prima sin lugar a dudas descansa en la puesta en escena y en el hallazgo del reparto que funciona a la perfección para las coordenadas narrativas que atraviesan este mini universo de la cabina de un camión, donde se comparten silencios, soledades y sueños en el trayecto de un viaje introspectivo que no necesita de palabras para bucear en lo más hondo de los sentimientos de sus personajes. El director Pablo Georgelli entrega esta road movie de corte minimalista sin dejarse atrapar por los convencionalismos del paisajismo vacío para dejarse deslumbrar por otro paisaje más hostil y verdadero como el paisaje interior.- Pablo Arahuete (8 puntos)
Anexo de crítica: Algo de Buscando a Nemo y otro tanto de Hormiguitaz con una banda de sonido ecléctica que mezcla soul con temas consagrados de Queen cimentan los pilares en los que se construye esta segunda aventura de los pingüinos emperadores en una nueva lucha por la supervivencia ante los cataclismos ecológicos con el consabido mensaje detrás que vuelve a enfatizar la importancia de la solidaridad entre especies. Con eso alcanza para un guión con muy pocas ideas pero vistosamente plasmado en pantalla por el virtuosismo del realizador George Miller.- Pablo E. Arahuete (6 puntos)
Anexo de crítica: La mecanicidad y el automatismo, y en su faz más visible la rutina y el conformismo, forman parte de este interesante segundo opus del director español Javier Rebollo, premiado en San Sebastian por esta película. Todo sucede en un día, pero más precisamente en la misteriosa noche en que una depiladora -de unos 50 años- decide romper con la monotonía de su existencia y salir en busca de algo nuevo. Así como la protagonista se embarca en esta suerte de fuga, la trama también hace lo propio al incorporar una serie de personajes y situaciones que se agotan en un gag o se resuelven de manera intempestiva. El entramado metafórico que recubre el relato se despliega con gran sutileza y esto permite a Rebollo adueñarse de su película con una cámara atenta al detalle y un trabajo sobre la banda sonora muy minucioso, que termina por cerrar un círculo perfecto...- Pablo E. Arahuete (8 puntos)
Anexo de crítica: Sin lugar a dudas luego de la segunda mitad esta nueva entrega de la franquicia toma algo de sentido aunque no alcanza el nivel de su antecesora. Quizás para fanáticos no sea tan aburrida pero para aquellos que esperábamos algo más sustancioso es imposible evitar un letargo desde el primer minuto hasta la mitad del largometraje...- Pablo E. Arahuete (5 puntos)