El juego de las apariencias Cuerpos perfectos pero falsos; vidas agraciadas aunque mentirosas y un sinfín de momentos fingidos para dejar en claro la felicidad de una pareja o la unión inquebrantable de una familia y un gran etcétera por delante marcan el rumbo de esta nueva comedia romántica, Una esposa de mentira, con el sello de Adam Sandler detrás. Protagonizada por el propio Sandler y Jennifer Aniston, secundados por un elenco afiatado donde se destacan fundamentalmente los niños Griffin Gluck y Bailee Madison, sumando una serie de cameos de figuras reconocibles y hasta la presencia de Nicole Kidman en un papel poco habitual para ella, puede decirse que el film acierta a la hora de las situaciones humorísticas con buenos diálogos y chistes rápidos que fluyen sin problemas y decae un poco al sumergirse en el territorio del romance, volviéndose meloso y reiterativo. Sin pecar de ingenuidad, resulta obvio que una comedia romántica debe transitar por los caminos de toda fórmula pero tratándose de Sandler uno siempre espera un milagro que lamentablemente no llega. El juego de las apariencias se articula desde el comienzo con la historia de Dan Mccabee (Adam Sandler), quien minutos antes de dar el sí en el altar descubre que su futura esposa le es infiel y que sólo se casa por conveniencia debido a su prometedor futuro como médico cardiólogo. Sin embargo, como no puede haber cardiólogos con el corazón roto, el destino de Dan cambia de rumbo hacia el campo de la cirugía plástica -comenzando por él al reducirse la nariz prominente- y luego adquiriendo éxito con pacientes de todas las edades y tamaños. Otro mundo de apariencias y artificio en sintonía perfecta con la falsa vida que noche tras noche despliega para acostarse con mujeres atractivas que se compadecen de su fracaso matrimonial de otrora (el muchacho nunca se quita el anillo de compromiso lo que le garantiza inmunidad ante cualquier avance de propuesta seria). La única que conoce su secreto es su asistente quirúrgica y secretaria Katherine (Jennifer Aniston), una madre divorciada que promedia los cuarenta y con dos hijos a quienes la ausencia de un padre afecta considerablemente. Así las cosas, la irrupción de una hermosa y sexy rubia de 23 años (Brooklyn Decker, una modelo a quien comparan durante toda la película con Teresa Palmer como parte de una humorada interna) pone en riesgo los planes de Dan al descubrir el anillo de compromiso luego de una noche de pasión en la playa, hecho que motivará que el hombre deba accionar el plan B: utilizar a su asistente y a sus hijos para hacerle creer a la blonda candidata que está tramitando el divorcio con una esposa que lo humilla cada vez que puede y así allanar el camino de la seducción. Con un tono liviano que inserta de vez en cuando algunas marcas políticamente incorrectas pero inofensivas, el realizador Dennis Dugan (ya había dirigido a Sandler en varias películas entre ellas Happy Gilmore y No te metas con Zohan) logra un relato ágil, con ritmo de sitcom que gracias a la buena química entre Aniston y Sandler -junto al elenco- se consolida en un escenario propicio como el de unas vacaciones en Hawaii (más allá de la belleza de sus playas paradisíacas) donde se desatan una serie de enredos hilarantes y bien resueltos. Tal vez la excesiva duración le juegue en contra a una trama con visibles desniveles narrativos pero que pasan desapercibidos gracias al ritmo entre toma y toma, donde el oficio de Adam Sandler y la rápida respuesta de Aniston corrigen de inmediato los defectos de esta buena comedia romántica.
El cine de la transición Cualquier contacto con la obra del tailandés Apichatpong Weerasethakul implica para el espectador –sea o no cinéfilo- una experiencia cinematográfica en sí misma que por su radical propuesta para cierta tendencia de críticos resulta excesiva y tediosa y para un puñado -entre los que me suscribo- hipnótica, trascendente e imborrable. No es fundamental para disfrutar del universo del realizador de Tropical malady tratar de entender una historia o relato que en esencia parte de la idea de la deconstrucción y que, por lo general, se reduce a una anécdota de la que crecen o emergen distintas raíces narrativas, las cuales abarcan tanto la coexistencia de lo onírico, lo mitológico y lo abstracto en una constante búsqueda de un lenguaje cinematográfico único y personal. Siempre es recomendable dejarse llevar por el devenir de las imágenes evitando conscientemente la tendencia a ordenar desde una lógica narrativa o lineal para perderse en los vericuetos de la abstracción como cuando se está en presencia de un cuadro. Justamente, el tailandés nos invita a extraviarnos en la pantalla y fluir al ritmo de sus pausas, acciones mínimas, exquisitos tiempos muertos y fusión de dimensiones. Superado el tránsito de la explicación, entonces lo único plausible es comenzar a descubrir -junto a los personajes- un viaje transformador que se apoya en la idea del extrañamiento -del término extranjero en materia conceptual- donde la agudeza de los sentidos se pone en juego. Puede decirse que el esteticismo de Apichatpong Weerasethakul no es un fin sino un medio para llegar a expresar poéticamente ideas superadoras a partir de la conjunción de la composición de la imagen o sus elementos plásticos y el cuidadoso tratamiento de la luz y las sombras. La imagen y su reflejo son lo mismo en su cine así como el fondo y la superficie en que muchas veces aparecen mimetizados personajes con paisajes, con una fuerte presencia de la naturaleza y lo selvático en plena conjunción con lo instintivo, sumada la transformación de los cuerpos y las formas fiel a sus capas simbólicas o mitológicas donde irrumpen leyendas ancestrales en un presente puro. El hombre que podía recordar sus vidas pasadas, film por el que obtuvo el reconocimiento en el festival de Cannes y que dividió las aguas entre crítica y público, continúa con la senda de la sorpresa al sumergirnos en la transición de la vida hacia la muerte a partir del punto de vista de un hombre enfermo, a quien cuida un sobrino, su esposa y lo van a visitar –y a buscar por qué no- los espíritus de sus vidas pasadas. Sin embargo, ese tránsito de un plano al otro resulta imperceptible en el escenario construido a conciencia por el director apelando al poder sugestivo de su puesta en escena, a un minimalismo rabioso y sensibilidad fuera de lo común que guarda absoluta coherencia con su filmografía anterior. Como se decía anteriormente la virtud del film es el planteo de la coexistencia de realidades que encuentra su mayor expresión en la incorporación de los espíritus a la realidad con la misma carnadura que la de sus personajes sin caer en clichés ni sobredimensión de lo fantástico.
Anexo de crítica: A pesar de sus altibajos en cuanto a la estructura narrativa y a su visible lastre de telefilm, Prueba de amor es un melodrama sólido que gira en torno a las etapas del duelo por la pérdida en el seno de una familia partida por el dolor y que cuenta con buenas actuaciones de Pierce Brosnan y Carey Mulligan...
Duro de amordazar Si James Bond amenaza con una inminente aventura número 25, la pregunta sería: ¿Torrente llegará a dicha cifra? Con esta cuarta entrega que incorpora la tecnología en 3D (aunque casi ni se note porque las bondades de la profundidad en este caso no aparecen) Santiago Segura confirma que su creación está más viva que nunca y que con inteligencia y sin traicionar un ápice la esencia de su personaje puede dejar plasmada la enorme crítica sobre el estado socioeconómico actual de España con una catarata de apuntes cómicos dichos a la velocidad de la luz y a un ritmo que no decae ni siquiera en la última parte de la trama, sin dudas la más débil dentro del conjunto. Como siempre ocurre en este tipo de propuestas, la historia es prácticamente un pretexto en el que se insertan una serie de subtramas explotadas hacia lo desopilante con el ojo siempre atento al guiño cinéfilo. Ya era notorio en su película Obra maestra (a decir verdad dirigida por David Trueba y protagonizada por Santiago Segura) la afición del cineasta por Alfred Hitchcock o el cine de suspense más reconocible. En este caso en particular serán Vértigo y Cabo de miedo uno de los platos fuertes del homenaje que nos tiene preparado Segura y compañía. Sin embargo, el gran hallazgo lo constituye sin duda el escenario carcelario adonde nuestro antihéroe irá a parar tras ser víctima de una treta (hombre equivocado en el lugar equivocado) y en el que participará de un operativo de fuga durante un partido de fútbol entre reos y funcionarios carcelarios, cuyo equipo está integrado nada menos que por jugadores del Real Madrid como el Kun Agüero y el Pipita Higuain, entre otros, demostrando una vez más Santiago Segura su capacidad intacta para amalgamar elementos de la cultura no sólo española sino más allá de sus fronteras. Pero lejos de la escatología habitual; el desfile de pechos turgentes y colas bien paradas, subyace lo más interesante de la propuesta que confirma que el actor, productor y director español busca constantemente elevar la apuesta desde el punto de vista técnico hasta el nivel del discurso políticamente incorrecto, el cual encuentra en cada capítulo un espacio de acción en la más pura realidad. Así lo demuestra la mirada cínica acerca de la crisis económica, cuya principal víctima será el propio Torrente; sobre los inmigrantes latinos que ya forman parte de la sociedad española y por supuesto sobre la corrupción policial, aspecto que se inició en los orígenes. El argumento en sí es mejor dejarlo de lado para que el público no pierda sorpresas así como la galería de personajes y cameos de famosos que pululan durante los casi 90 minutos de metraje. Sin más para agregar, basta decir que Torrente 4: Crisis Letal es la mejor parodia de la saga que no defraudará a fanáticos ni a aquellos que se acerquen por primera vez al retorcido y bizarro universo de este policía duro de amordazar.
Anexo de crítica: Ajami (2009) -codirigida por Scandar Copti y Yaron Shani- se introduce desde la periferia de los suburbios de Palestina e Israel en el conflicto político entre los dos países. La complejidad narrativa del relato (que muestra la idea de que la violencia genera violencia en un enfrentamiento constante entre vecinos) es sin ninguna especulación la mayor virtud de esta obra coral que trae reminiscencias por su estructura episódica a Amores perros, de Alejandro González Iñarritu…
Proveedores y receptores Austeridad, sutileza y profundidad son tres cualidades que por lo general no vienen de la mano en el cine argentino, salvo honrosas excepciones como en el caso de este tercer largometraje de la realizadora Ana Katz (El juego de la silla, Una novia errante) Los marziano, que cuenta con un elenco notable integrado por Guillermo Francella, Arturo Puig, Mercedes Morán y Rita Cortese. A modo de advertencia para aquellos espectadores que tengan intenciones de ver una comedia y reírse con las ocurrencias de Francella es bueno anticipar que saldrán defraudados, pues el film se relaciona mucho más con lo tragicómico que con la risa fácil porque se trata de un relato que se sumerge en los profundos lazos que unen y distancian a los miembros de una familia, separada por rencores y en tiempo de recomposición a partir de un posible reencuentro de dos hermanos: Luis (Arturo Puig) y Juan (Guillermo Francella). Ambos atraviesan una etapa crítica en sus vidas pese a las diametrales diferencias en cuanto al poder adquisitivo. Luis (Puig), en pleno distanciamiento de su profesión de médico y de la rutinaria vida citadina, pasa su tiempo en su casa de country junto a su mujer Nena (Mercedes Morán) y sus hijos, obsesionado por descubrir quién es el responsable de cavar profundos pozos en el campo de golf del country, de los que acaba de ser víctima al caer indefenso en uno de ellos y romper su brazo. En el otro extremo, su hermano Juan (Francella), alejado de la familia hace varios años tras su separación de su esposa y su entrega a la vida bohemia, circunstancia que lo llevó a probar suerte en el interior para así volver a formar otra familia con una mujer más joven y una hija en edad escolar, dejando en Buenos Aires otra hija -ahora adolescente- de quien prácticamente se hace cargo su hermano Luis con quien aún sigue en deuda por préstamos financieros, motivo aparente del conflicto entre ambos. Su repentino regreso a la ciudad no es producto de la voluntad de saldar cuentas sino consecuencia de una serie de síntomas que se le presentaron de forma acuciante y que lo condujeron a perder la capacidad de leer, además de ocasionarle una gradual pérdida de la visión. Su hermana Delfina (Rita Cortese) es la que se hace cargo de acompañarlo a las consultas médicas (dentro del grupo familiar la más diplomática) y quien intentará, ayudada por su cuñada Nena, restablecer la relación entre los hermanos varones removiendo viejas historias y recuerdos que fueron parte de un pasado que parece haberse roto desde la lejanía. Tapar los agujeros de la familia parecería ser el rol tradicional de Luis Marziano, quien paradójicamente en esta ocasión cae en un agujero desde el punto de vista emocional ya que atraviesa una silenciosa crisis en su matrimonio y por otra parte -y más profundamente- en lo personal al sentir cada vez más en carne propia esa figura de proveedor por su posición económica de privilegio. Por eso, el pretexto de los pozos misteriosos insertados en la trama es un elemento simbólico que la realizadora emplea como detonante dramático del relato para comenzar a desmembrar una compleja red de vínculos afectivos que atraviesa la dinámica de esta singular familia con la inminente llegada de Juan, el portador de la enfermedad; del pasado y de todo aquello que tarde o temprano terminará por salir a la luz. Fiel a ese rigor narrativo que la caracteriza, la directora Ana Katz elige establecer un recorte en esta historia para adentrarse con una cámara no invasiva ni agobiante -pero si contemplativa- sobre sus personajes, sin dejar en un segundo plano la dimensión emocional y la potencialidad de un reencuentro para el que los roles femeninos se reservan un lugar importante como componedores de los fragmentos afectivos. La subjetividad de cada miembro familiar se yuxtapone en un perfecto y calibrado juego de miradas reciprocas que confluyen en el personaje de Juan, aquel que vuelve con la mirada renovada sobre su familia –aunque parezca una ironía ya que se está quedando sin visibilidad- producto de la distancia pero que se resignifica y retroalimenta al involucrarse primero con la protectora Delfina y luego con el resto de los integrantes. Valiéndose de un guión coescrito junto a su hermano Daniel Katz (aspecto singular tratándose de un film que gira en torno a las cercanías y lejanías entre hermanos), colmado de diálogos filosos y elementos distintivos en cada personaje que enriquece mucho más sus rasgos constitutivos, la realizadora de Una novia errante se arriesga con un proyecto ambicioso desde el aspecto comercial al contar con los puntales de la distribuidora Fox y TELEFE sin renunciar a su estilo para sorprender –incluso en el final que acá no se revelará- gratamente a un público que seguramente encontrará una pronta identificación con algún personaje gracias al aporte de un elenco de lujo.
Un prócer de carne y hueso En el año 1970, la figura del General José de San Martín llegaba a la pantalla grande de la mano del director Leopoldo Torre Nilsson, con libro de Beatriz Guido y Ulises Petit de Murat, en el film El santo de la espada. La película contaba con un elenco integrado por Alfredo Alcón, Evangelina Salazar, Lautaro Murúa y Héctor Alterio en el rol de Simón Bolívar, entre otros. En esa oportunidad, más allá de los códigos de la época, el San Martín de Alfredo Alcón era demasiado pomposo en su discurso y poco creíble tratándose de un prócer latinoamericano. Claro que de aquella figura representada en los manuales escolares como el Padre de la patria, montado en un caballo blanco y con una postura solemne, su copia cinematográfica tomaba apenas el contorno para terminar delineando un personaje en el que quedaran representadas ideas como la lucha por la libertad, el sacrificio y el coraje, sin fisuras ni contradicciones. Sin importar el lado o el discurso político que cuente la gesta patriótica, resulta obvio a esta altura que don José de San Martín fue protagonista -junto a miles de almas anónimas- de una de las hazañas militares e históricas más importantes de la etapa libertaria de Latinoamérica, que asestó un duro golpe a la tiranía española e inspiró con sus acciones demenciales (¿acaso cruzar los Andes no lo era?) a pueblos sojuzgados, enseñándoles a levantarse contra los más poderosos a pesar de la indiferencia de quienes manejaban los destinos del país. Esa mezcla de sensaciones conforma uno de los elementos característicos de esta iniciativa educativa que se vale de la poderosa herramienta del cine para encontrar un espacio creativo, dinámico y aggiornado a los tiempos vertiginosos de la comunicación, apto para abrir el debate y la reflexión tanto dentro como fuera de las aulas sobre uno de los símbolos históricos, cuya trascendencia a su tiempo cronológico recién se llegó a comprender a partir de una mirada revisionista y despojada de excesiva admiración o exacerbado prejuicio. Revolución. El cruce de los Andes nace de la comunión productiva entre la Televisión Pública, Canal Encuentro y el INCAA, con el apoyo de la Televisión española (TVE) y del gobierno de la provincia de San Juan (ciudad donde se trasladó un equipo de rodaje compuesto por más de 100 técnicos y un total de 1400 extras). Filmada por Leandro Ipiña (asiduo colaborador de Tristán Bauer y responsable de algunos programas del canal Encuentro) y protagonizada por Rodrigo de la Serna (excelente elección del casting) la película intenta acercarse al prócer desde una visión más humanista resaltando tanto los aspectos positivos como contradictorios o negativos de su personalidad y pensamiento. La película está estructurada en dos tiempos que marcan el presente histórico del film en 1880 y partir del recuerdo de Manuel Corvalán, quien acompañara al Libertador como amanuense a sus tempranos quince años de edad en la travesía épica por las altas cumbres, que permitió luego la liberación de Chile tras el aplastante triunfo en la batalla de Chacabuco donde el ejército Realista sufrió una importante cantidad de bajas en manos de las filas comandadas por O’ Higgins y Soler, quienes se unieron a las diezmadas huestes del general San Martín. Vulnerable pero decidido; autoritario aunque justo con sus hombres a cargo; jugador de ajedrez y muchas otras facetas van armando el boceto de este San Martín de carne y hueso a quien Rodrigo de la Serna impregna rasgos de mortal y desmitifica saludablemente; atento a los mínimos detalles, incluidas sus expresiones con acento español y los achaques de una enfermedad que debió sobrellevar a fuerza de ingestas de láudano sin mostrar dolor ni flaqueza frente a sus subordinados. Del mismo modo que Leandro Ipiña y Andrés Maino, responsables del guión, se encargaron de resaltar el papel fundamental del entorno y el contexto tanto político como geográfico, revalorizando a esos hombres sin nombre que también fueron protagonistas de la historia, la mirada sobre el enemigo y acerca de la guerra como un mal necesario se resignifica a partir de poner el acento en la violencia y crudeza de los acontecimientos, con una puesta en escena prolija desde lo formal pero afortunadamente desprolija estéticamente para resaltar un tono realista y verosímil que atraviesa la trama, inclusive en la secuencia de la batalla de Chacabuco donde el despliegue de extras es notorio. No debe abordarse este film con una mirada sesgada a lo cinematográfico exclusivamente, aunque resulta meritorio el resultado alcanzado, sino desde un punto de vista más abarcador que contemple sus valores extra cinematográficos y sobre todas las cosas al público al que va dirigido: estudiantes de secundaria que seguramente encontrarán en este prócer humanizado algo que remotamente se aleje de la impoluta e inalcanzable imagen que durante muchos años supimos conseguir.
Inocencia muda La protagonista de El hombre que vendrá es una niña que ha decidido dejar de hablar tras presenciar en carne propia la muerte de su hermanito recién nacido. Martina vive en una comunidad rural en Bolonia cerca de la región de Marzabotto durante la época de lo que podría denominarse la última etapa de la avanzada nazi en la segunda guerra mundial. Su familia, una madre embarazada, hermana mayor, padre, al igual que todo el pueblo, sobrevive a duras penas vendiendo alimentos a los soldados alemanes, quienes a partir del avance de los partisanos reciben la orden de aniquilar el poblado como botón de muestra de una de las tantas atrocidades cometidas por la SS en lo que históricamente se conoció como La masacre de Marzabotto, donde 770 civiles fueron asesinados despiadadamente, incluidos niños, mujeres y ancianos. Así las cosas, se puede afirmar que el otro protagonista del film de Giorgio Diritti –sobrevalorado en los premios David di Donatello- es ni más ni menos que la guerra como elemento conceptual de barbarización de la raza humana, donde claro está los nazis representan el aspecto más bajo del eslabón del hombre. Pero más allá de los desaciertos a nivel guión, no simplemente por caer en simplificaciones sino por no esquivar los modelos de representación convencionales de todo film sobre los flagelos de los conflictos bélicos, la idea de someter la historia al punto de vista de una niña de ocho años, silente pero muy expresiva con su rostro (gran trabajo de Greta Zuccheri Montanari) se ve malograda durante la primera mitad del metraje y recuperada en lo que resta de una trama de excesivos 115 minutos. No obstante, el realizador italiano logra momentos de hondo dramatismo apelando a la fuerza de las imágenes, despojándose de todo criterio esteticista para transmitir con una dosis realista el horror vivido por ese pueblo campesino de Italia, que a más de uno seguramente también puede dejar sin palabras o al menos en la espera de que un hombre nuevo aparezca alguna vez como sintetiza el anhelo silencioso de la protagonista.
Matrimonio por conveniencia El realizador finlandés Mika Kaurismäki nos tiene acostumbrados a comedias inteligentes donde el humor negro y la sutileza reemplazan muchas veces a los lugares comunes. También, cierta cuota de melancolía por un pasado que ya no está en relación al turbulento presente se respira en cada una de sus obras donde pululan personajes taciturnos u obsesionados por su historia y experiencias vividas y donde el amor siempre queda en un segundo plano y las segundas oportunidades completamente descartadas. Pero pareciera que con esta comedia coral Divorcio a la finlandesa, el director de Juha ha optado por el camino de la comodidad para entregar lo que, sin lugar a dudas, es un film menor y con una clara intención comercial y for export en lo que a su nutrida filmografía se refiere. Los personajes estereotipados y los lugares comunes surgen en cada secuencia de un film apenas atractivo por la propuesta en sí de una guerra de los sexos (imposible no asociarla directamente con La guerra de los Roses) en el marco de un divorcio de una pareja de profesionales, quienes deciden separarse en buenos términos compartiendo el techo hasta el momento del reparto de bienes. Ese es el caso de Tuula Helin (Elina Knihtilä) y Juhani Helin (Hannu-Pekka Björkman): ella, una consultora motivacional para empresas y él un terapeuta familiar que tras años de convivencia resuelven adultamente romper el contrato matrimonial comprometiéndose a terminar la relación de la mejor manera posible, sin rencores ni pases de facturas. Sin embargo, cuando el hombre aparece en su casa con una amante mientras su ex esposa sigue viviendo allí el pacto de caballerosidad se rompe y ambos comienzan una guerra que involucrará a amantes ocasionales –de ambas partes- amigos y terceros en discordia. En paralelo, la trama se ramifica en diferentes subtramas como la de la desaparición de una suma de dinero importante tras la dudosa muerte de una prostituta vinculada a la mafia de Estonia a la que un grupo de policías –hombre y mujer que mantienen una relación amorosa clandestina- le siguen el rastro que los conectará de alguna manera con los protagonistas. El consabido cruce de personajes no tardará en llegar cuando se unan las dos historias, cuyos nexos son el proxeleta y hermanastro Wolffi (Antti Reini) y Nina (Anna Easteden), una prostituta contratada por el protagonista para hacerse pasar por su novia y terminar así expulsando a su ex mujer de la casa. Más allá de algunas situaciones de enredos bien resueltas y que sacan alguna que otra sonrisa al espectador, da la sensación que Mika Kaurismäki no supo sacarle el jugo a la novela de Petri Karra (en quien se basó para construir el guión) y se conformó simplemente con presentar un relato agradable que -a veces- peca de elemental y, promediando la parte final, de sentimental en el peor sentido del término.
Anexo de crítica: Simon West demuestra pericia a la hora de planificar escenas trepidantes con un buen manejo de la cámara y el ritmo ágil que necesita este tipo de propuestas. Poco importa que se trate de una nueva versión del film protagonizado por Charles Bronson, aunque con algunas licencias en la trama, porque la figura de Jason Statham descolla una vez más en un papel hecho a su medida. Entretenida, con adrenalina y una sencilla historia para nada original pero que fluye sin que le falte o le sobre nada...