Pacto de confidencialidad Nunca pasarán de moda las series y películas centradas en el mundillo de los abogados con resultados dispares y un sinfín de títulos que caminan por los andariveles del entramado de la lucha en el estrado. Tampoco es novedad el retrato de abogados ambiciosos e inescrupulosos que defienden personajes de dudosa reputación social, léase asesinos, violadores, narcos, políticos corruptos y la lista puede seguir porque la maldad humana no tiene límites. Esos tipos de clientes son la especialidad de Mick Haller (Matthew McConaughey), quien solamente toma casos que lo reditúen económicamente porque maneja los resortes de las trampas legales al dedillo. Es por eso que cuando lo tientan con un caso fácil, en donde tendrá que demostrar la inocencia de un joven millonario de Beverly Hills (Ryan Phillippe) acusado por una prostituta de haberla golpeado salvajemente, no titubea un segundo tratándose de un victimario que se ajusta al perfil de su clientela. Sin embargo, el axioma reza que todo lo que parece sencillo en realidad es lo más difícil. Así, a medida que Mick investiga -gracias al aporte de su amigo detective Frank (William H. Macy)- descubre una serie de aristas oscuras que lo pondrán a prueba. Sin adelantar mucha más información, sólo resta decir que como thriller judicial Culpable o Inocente, segundo largometraje de Brad Furman, funciona con una trama sólida que va ganando complejidad a medida que avanza el relato. Sin un exceso de vueltas de tuerca innecesarias –como suele ocurrir en muchos productos de estas características- sumada la buena elección de casting empezando por el protagonista y su antagonista Ryan Phillippe, las labores actorales de Marisa Tomei en el rol de ex esposa y de William H. Macy -anteriormente citado- completan un buen cuadro de secundarios. Por otra parte, el caso es lo suficientemente atractivo para mantener entretenido al espectador que quiere saber lo que va a pasar y eso simplemente se consigue a partir de un buen guión, que siembra inteligentemente la información y no traiciona la adaptación de la novela de Michael Connolly (ya escribió cuatro protagonizadas por este personaje) sin desmerecer claro está la correcta dirección de Brad Furman y la convincente interpretación de Matthew McConaughey.
Historias de la Argentina postergada La dicotomía entre estado ausente y estado presente se rompe al entrar en el territorio de Los labios, multipremiada ficción que coquetea permanentemente con el registro documental, para hacer hincapié básicamente en el concepto de la salud pública. Iván Fund, quien volvió a sorprender este año en el Bafici con su opus en solitario Hoy no tuve miedo y que ya se había destacado hace unos años con su ficción La risa, se une al experimentado director argentino Santiago Loza (Extraño, Rosa patria) para adentrarse en el Santa Fe profundo siguiendo el trabajo e investigación de tres médicas (Eva Bianco, Victoria Raposo y Adela Sánchez) que llegan para relevar las problemáticas sanitarias de los lugareños marginados y en condiciones de absoluta desidia y pobreza. Así, acompañadas por la aguda pero no asfixiante cámara tomarán contacto con las diferencias culturales y sobre todas las cosas con un puñado de historias que enfrentan la adversidad y transmiten esa pureza de las pequeñas cosas. Sin caer en un miserabilismo morboso ni golpes de efecto que fuercen situaciones para el llanto fácil, los realizadores consiguen hacerse tanto partícipes como volverse invisibles gracias a un rodaje que encuadra sin artilugios ni artificios una realidad que muy pocos conocen y muchos pretenden desconocer. Sin embargo, el mayor mérito recae sencillamente en que nunca se abandona el terreno de la ficción, como así tampoco la temática que se pretende reflejar. Lejos de buscar una plataforma cinematográfica con una posición política, Iván Fund y Santiago Loza consiguen hablar de la política a través de sus imágenes de una elocuencia pasmosa que refleja cada una de las historias de la argentina postergada.
Un hombre de otro tiempo La conquista de un territorio desconocido y la lucha entre lo nuevo y lo viejo siempre fueron tópicos empleados en los westerns. También la presentación de un personaje que no encaja con su tiempo ha sido una temática explorada. Por eso pueden encontrarse en Amateur, nuevo documental del realizador Néstor Frenkel, ciertas vinculaciones -aunque más no sea periféricamente- entre la historia de Jorge Mario y su contexto en la ciudad de Concordia, Entre Ríos. Multifacético e infatigable, de profesión odontólogo y aficionado al cine desde muy pequeño, Jorge Mario es el ejemplo viviente de aquellas personas que aman lo que hacen. En este caso su pasión declarada por el séptimo arte lo ubica primero como un artesano del súper 8, quien descubrió ese territorio desconocido en su temprana juventud y experimentó -como miles- el arte de hacer películas hogareñas y poner en práctica la creatividad al servicio de la experimentación. El resultado de ese juego donde se mezclan la imaginación, la audacia, y la inventiva terminó formando parte de un pequeño archivo con rollos de celuloide (que Mario pasó a formato vhs también) que recorren la filmografía casera del protagonista, incluidos sus dos westerns con un personaje llamado Winchester Martín: un cowboy renegado que busca vengar la muerte de su esposa a manos de una pandilla de forajidos, a quienes aniquilará con un certero disparo tal como lo describe su autor. La proyección de este insólito western tuvo lugar en un encuentro de superochistas en el Centro Cultural Rojas, donde Mario se llevó la mayor cantidad de miradas incluida la del realizador Néstor Frenkel, quien registró el acontecimiento que forma parte entre otras cosas del material de archivo de este nuevo opus que rescata la figura y el testimonio de Mario desde múltiples zonas tanto en su cotidiana vida hogareña junto a su esposa Olga como en sus diversas actividades. Por las características del personaje, por su extrovertida forma podría mal interpretarse la intención de burla por parte del equipo de rodaje dado el enfoque elegido por el director de Construcción de una ciudad. Sin embargo, al igual que en aquel documental Frenkel opta por dejar que el propio protagonista fluya con espontaneidad frente a la cámara (incluso deja que dirija la puesta en escena con sugerencias de planos y cortes afines) sin forzar situaciones para mostrarlo tal cual es. Así, veremos a un Jorge Mario coordinador de un grupo de niños boyscouts; a un Jorge Mario que junta firmas en la plaza para conservar un viejo Ombú utilizado en la película El camino del gaucho filmada por el director Jacques Tourneur y por último a un Jorge Mario cinéfilo que conduce un programa de radio dedicado al cine y poseedor de un archivo personal que registra cada una de las más de 13 mil películas que vio. Pero antes se decía que se trataba de un hombre que no encajaba con su época porque el instinto de preservación es vital en el protagonista de Amateur, quien ingenua o empecinadamente conserva los videos vhs cuando el dvd los sentenció a muerte; reaviva la memoria del patrimonio histórico para que un Ombú no pase a integrar el arcón del olvido y por último resiste con su obra artesanal al paso del tiempo con el mismo espíritu y energía que la primera vez que se animó a mirar la vida detrás de una lente. Amateur es un film sobre la pasión cinéfila y un retrato tierno y sensible de una persona que se vuelve personaje por su incansable constancia, coherencia, honestidad y creatividad, que gracias a la lúcida mirada de Néstor Frenkel ya forma parte del rincón de los recuerdos de cualquier amante del cine.
El poder de los mediocres No hay aspecto más nefasto para la humanidad que un hombre mediocre con poder y lejos de tratarse de una fábula con moraleja simplista esa parece ser la sombría historia que envuelve el universo de este nuevo film de Mariano Cohn y Gastón Duprat: una suerte de relectura particular sobre el mito de Fausto pero a la Argentina, con referencias históricas contemporáneas y una mirada ascética -aunque crítica- sobre la idiosincrasia vernácula y en un segundo plano sobre la condición humana en su conjunto. Basada en un cuento inédito del escritor Alberto Laiseca, coguionista junto a los realizadores y aquí también narrador omnisciente del relato protagonizado tanto por Emilio Disi y Darío Lopilato (interpreta al personaje de Disi en sus etapas de juventud), la historia cruza en el camino a dos hombres mediocres, un español y un argentino, que por caprichos del azar se vuelven poderosos frente al resto de los mortales sin saber demasiado bien qué hacer con ese don. Ese es el caso del personaje encarnado por el español Eusebio Poncela, quien gracias a un rayo recibido en Marruecos se vuelve inmortal y a partir de ese momento se transforma en un demiurgo errante que viaja desde hace siglos en busca de víctimas proponiéndoles un pacto perverso simplemente por el hecho de divertirse un rato con sus miserias. Así las cosas, la Argentina actual es el lugar ideal para reconocer en cada esquina un candidato y a quien le toca formar parte del juego es nada menos que a Ernesto (Emilio Disi), un gris vendedor inmobiliario, casado infelizmente con una peluquera patética y cuya vida es un excelente pretexto para querer suicidarse en cualquier momento. Anclado en la ciudad de Olavarría, Ernesto no tiene el coraje de dejar todo y barajar de nuevo porque el tiempo le ganó la partida hace rato. Por eso acepta la propuesta del desconocido gallego sin pensarlo dos veces: deberá elegir una década de su vida pasada y volverla a vivir minuto a minuto con el agregado de la experiencia adquirida durante los años, sin envejecer, pero tampoco sin estar sujeto a las paradojas temporales que cambiarían el decurso de la historia. Transcurridos esos 10 años -que en el tiempo real son 5 minutos (ese es el lapso que dura el trayecto de ir a comprar cigarrillos y volver)- Ernesto recibirá un millón de dólares y seguirá viviendo el presente hasta el día de su muerte. Oferta salvadora para la fuga del aquí y ahora de Ernesto que se convierte inmediatamente en condena apenas comienza la aventura. Primero buscará reparar errores del pasado pero fracasará estrepitosamente concluyendo que es hora de convertirse en alguien famoso teniendo la ventaja de contar con el poder de la información sobre lo que va a ocurrir como por ejemplo inventar el reality show "Gran hermano" pero en un canal de Olavarría antes del furor de los reality show. Algo así como un Sísifo con su piedra a cuestas escalando la montaña pero sabiendo de antemano que no hay cima ni chance de retroceder. Bajo esa premisa que roza ideas metafísicas como la irreversibilidad del tiempo, el libre albedrio y hasta la puesta en práctica de la famosa alegoría de la caverna de Platón (aquel hombre alejado de la caverna que regresa para comunicarles a sus pares encadenados que los reflejos de la pared son sombras del mundo exterior como el Ernesto joven que vaticina el futuro y es tildado de loco) más la impotencia que nos hace esclavos de nuestros propios deseos y limitaciones, el relato se transporta a diferentes etapas de la existencia de Ernesto -desde el 2011 hacia los primeros años de su vida- con la trampa de la experiencia que no le permite al protagonista aprender nada nuevo de aquello que ya vivió, agregando la maléfica cláusula de no poder alterar ni siquiera un día. Ese revivir del pasado se vuelve atroz para Ernesto. La mirada crítica y reflexiva de Alberto Laiseca transforma al escritor en lo que podría denominarse entonces un gran imaginador con potestad de hacer lo que quiere con su historia y sus personajes. Este aspecto anárquico atraviesa todo el universo del film donde los realizadores se encargan de orquestar el espacio para el falso libre albedrío de sus criaturas, dejando el resquicio del humor siempre abierto; del absurdo en algunas oportunidades y de la incerteza en muchas otras. Así, texto y subtexto se yuxtaponen en una dialéctica propia que tiende a morderse la cola como ese relato que pretende reflexionar sobre sí mismo a medida que avanza. Las tribulaciones de Ernesto no son otras que las de un conflicto existencial de un hombre sencillo a quien la vida lo pasó por encima y a quien el país defraudó cada vez que creyó en un futuro mejor, pero que pese a su experiencia de vida trastabilló siempre con la misma piedra. Si El artista exponía crudamente la reflexión sobre la subjetividad de aquel que crea; El hombre de al lado lanzaba sus dardos envenenados sobre el prejuicio de clase, puede conjeturarse a partir de Querida voy a comprar cigarrillos y vuelvo que para los realizadores la propia historia es la que nos determina tanto desde el punto de vista del contexto como de la biografía individual de la que es imposible fugarse y evadirse, pese a que la realidad parezca reflejar lo contrario como las sombras de la caverna de Platón.
Crímenes y pecados Poco o mucho importa -de acuerdo con la ideología política que se la juzgue- que Secuestro y muerte (proyectada en la edición número 12 del Bafici) recree la crónica de las últimas horas del general Pedro Eugenio Aramburu (interpretado por Enrique Piñeyro) tras ser capturado por una facción de los Montoneros (Alberto Ajaka, Esteban Bigliardi y Agustina Muñoz), quienes luego de ensayar una suerte de juicio por considerarlo responsable del fusilamiento de 50 militantes y de la desaparición del cadáver de Evita, terminaron matándolo en la clandestinidad e inaugurando con este episodio de sangre un capítulo negro de la violencia política en los años 70. Como su título lo indica, el opus de Rafael Filipelli tiene como punto de partida la acción de un secuestro a un militar de alto rango y como punto de llegada el desenlace esperado. Sin embargo, lo que sucede en el medio de estas dos zonas representa la riqueza de esta película como si el director, apoyado por el guión de Beatríz Sarlo, Mariano Llinás y David Oubiña, se metiera a bucear en otros intersticios: los de la historia política argentina sin caer en la egolatría discursiva, sin embellecer con mirada romántica a sus criaturas y despojándose de cualquier juicio sobre los hechos y de toda bajada de línea ideológica. Lejos de ser solemne y complaciente, Filipelli consigue mantener el equilibrio de fuerzas en su trama que prácticamente se desarrolla en interiores y en un acotado espacio, concepto que refuerza simbólicamente entre otras cosas la idea de encierro porque la ideología también es un encierro prematuro de la mente. Por su originalidad en el abordaje de un tema histórico muy poco visitado por el cine argentino y por su convicción y confianza en un guión lo suficientemente amplio para proponer una mirada reflexiva debería ser obligatorio que Secuestro y muerte se exhibiera en la televisión pública y no simplemente en la pantalla grande.
Deshonrarás a tu padre Con esta llegada de Thor a la pantalla de la mano de Kenneth Branagh podría decirse -utilizando un término futbolero- que ya hay equipo para integrar el grupo de superhéroes de la Marvel comics en lo que se anticipa como la gran película de Los vengadores para el 2012. Es justo aclarar que este film cumple en cuanto a las expectativas en lo que hace a los tópicos de los superhéroes con una historia bien narrada, sin mayores pretensiones que las que podrían esperarse de un relato volcado a las acciones y conflictos de sus personajes. Buscarle una interpretación diferente o forzar ciertas vinculaciones con elementos Shakespearanos –tratándose de un film dirigido por Branagh- sería ir demasiado lejos en este caso. Si bien existe una impronta de tragedia a lo Shakespeare porque está en juego el trono de un rey que pone a prueba la lealtad de sus dos hijos y genera rivalidad y celos entre ambos, esa premisa ya forma parte de la historia universal más que otra cosa. Despojándonos de ese análisis inconducente entonces es mejor adentrarse en la propuesta lisa y llana que pese a su extensa duración logra mantener el ritmo sin perder el eje central que no es otro que introducir a Thor como un nuevo superhéroe que se enamora de una mortal, pero cuyo deber lo obliga a postergar sus asuntos sentimentales para salvar a los nueve reinos de la destrucción total. Una de las virtudes la constituye la elección de un reparto que aporta prestigio a los personajes como es el caso de Sir Anthony Hopkins y su rey Odín o la presencia de la magnética Natalie Portman en su pequeño rol de astrofísica que se gana el corazón del inmortal nórdico, a quien el actor Chris Hemsworth (ya aparecido en la última Star trek) interpreta con solvencia y mucho carisma. Por otra parte, debe decirse que el realizador Kenneth Branagh se ha tomado muy en serio la historia y supo por un lado quitarle solemnidad y por el otro permitirse un costado humorístico logrando que este superhéroe pop se asemeje en algo a Iron Man con quien compartirá cartel en la ya mencionada Los vengadores. A eso debe sumársele un deslumbrante diseño visual y de producción en la creación del reino de Asgard que hace honor al término gigantismo, aunque el uso indiscriminado de la computadora es más que notorio. Poco revelaremos aquí de la trama sencilla que comunica a través de un puente mágico -donde espacio y tiempo se fusionan- los dos reinos: el mítico de Asgard bajo las órdenes del rey Odín, quien destierra a su hijo Thor por quebrantar el mandato paterno y el de la tierra donde un grupo de astrofísicos encabezado por Jane Foster (Natalie Portman), el doctor Selvig (Stellan Skarsgärd) y la ayudante Darcy (Kat Dennings) investigan en Nuevo México un extraño fenómeno climático y se encuentran con el desterrado rubicundo, quien debe recuperar su martillo de poder para intentar recomponer lazos con sus padres y su hermano Loki (Tom Hiddleston), quien también detenta el trono.
Anexo de crítica: El mérito de esta cuarta parte de la franquicia que recupera a Wes Craven en la dirección y al guionista Kevin Williamson llega por partida doble: una verosímil recuperación de historias y personajes de los orígenes y la introducción de los elementos que definen nuestro tiempo como los celulares, internet, la frivolización de la realidad desde los medios de comunicación y la desacralización de la muerte como un hecho aberrante, idea que arrastra la franquicia de El juego del miedo, film que en este caso aparece parodiado desde lo conceptual y forma parte del blanco predilecto de los creadores de Scream para lanzar sus críticas mordaces...
La dulce anciana y la bestia bondadosa En la misma línea narrativa que El jardinero, el veterano y experimentado Jean Becker adapta la novela de Marie-Sabine Roger La tête en friche (cuya traducción aproximada sería La cabeza yerma) que en nuestro país llega bajo el titulo de Mis tardes con Margueritte. El mundo de la literatura, o más precisamente del amor por la lectura, ocupa el centro de esta deliciosa relación de amistad entre una anciana de 77 años (Gisèle Casadesus) y un analfabeto funcional (Gerard Depardieu), quienes se encuentran en una plaza acompañados de las palomas. Margueritte (referencia obligada de la escritora francesa Margueritte Duras) descubre de inmediato en Germain la curiosidad y sensibilidad necesaria para proponerle que sea un escucha de sus lecturas y así de a poco el hombre se va nutriendo –aunque eso signifique mucho esfuerzo y frustración- de un mundo apto para el vuelo de la imaginación. Sin embargo, el director no apela a ningún recurso onírico o puesta en escena volcada hacia la imaginación sino por el contrario su estricto naturalismo se respira en cada plano. La austeridad narrativa tanto en lo cinematográfico como en lo que hace al guión escrito por Jean Becker y Jean-Loup Dabadie, que hace gala de la importancia de los diálogos entre la pareja protagónica -donde ambos actores se lucen en sus respectivos roles y consiguen transmitir sin esfuerzo el rico vínculo que se genera a partir del descubrimiento del otro- predomina en esta obra. Ese otro que acompaña en el tránsito de la soledad y que ayuda a valorar las pequeñas cosas se desdobla en su espacio literario como aquel libro que nos hace sentir menos vulnerables y por otro en el terreno de lo social al volverse un semejante, pese a las diferencias de clase o de valores. Sencilla y emotiva, sin golpes bajos, Mis tardes con Margueritte es un reconfortante encuentro con el buen cine francés.
Anexo de crítica: El interesante acercamiento de Carlos Sorín al cine de género genera beneplácito para un público acostumbrado a los códigos y reglas de filmes de este tipo. El gato desaparece es un cuidado ejercicio de estilo donde el realizador de Historias mínimas mueve con eficacia los resortes del cine de suspenso, utilizando los recursos del sonido, la puesta en escena y el fuera de campo en función de una narración que pendula en un terreno de ambigüedad y que va acumulando tensión a partir de los comportamientos de sus protagonistas. Luis Luque compone un personaje complejo y contenido que a fuerza de silencios y gestos cobra dimensiones diferentes, pero sin lugar a dudas quien genera mayor expectativa es Beatriz Spelzini porque en ella se refleja y proyecta la sutil enajenación y locura que atraviesan el relato hasta el último minuto...
Anexo de crítica: Para la directora de Crepúsculo Catherine Hardwicke tener en sus manos la adaptación del clásico cuento infantil de los hermanos Grimm es la excusa ideal para convertir a caperucita en una adolescente que se debate entre el deseo de lo prohibido y el deber familiar. Le ha quedado demasiado grande a la realizadora que pese a su rigor esteticista no acierta ni con el tono y mucho menos con una historia elemental, tosca e irrisoria que apenas respeta la capa roja del original. Si todos los adolescentes son como esta caperucita sería bueno que dejen suelto al lobo.