Las películas de acción, si entendemos a la saga de Rápidos y furiosos, con Dom Toretto (Vin Diesel) a la cabeza como una de ellas, cada vez se basan más en el armado de la espectacularidad de las escenas que en la historia o el entramado. Casi no importa qué cuentan. Lo importante es brindar un espectáculo grande, cada vez más grande, desafiando el sentido común. Hay en F9 un diálogo entre Roman (Tyrese Gibson) y Tej (Chris "Ludacris" Bridges) en el que uno pregunta si, ya que zafan de tantos choques y atentados con balas sin sufrir un solo rasguño, no serán invencibles. Es que los efectos digitales convierten a los personajes en algo similar a lo que eran Los Vengadores al inicio de alguna aventura, o a los monos en el comienzo de otra de El planeta de los simios. Si en Indiana Jones y el templo de la perdición veíamos el carrito sobre las vías en las que viajaban Indy y sus acompañantes, y notábamos que eran muñequitos de juguete, nos reíamos. Como que compartíamos el guiño con Steven Spielberg desde la butaca. Ahora las secuencias pueden ser de lo más ridículas -y miren que la saga tiene decenas para el recuerdo- en cuanto a lo inverosímil, pero Rápidos y furiosos sigue adelante, sin que a ningún fan le moleste. El exceso puede ser perjudicial para la salud de la película. Se acelera, sí, pero esos autos que van a mil sólo el viento te harán sentir. Dom (Vin Diesel) y Letty (Michelle Rodríguez) viven de lo más tranquilos, cuidando al pequeño Brian en medio de la nada, alejados de todo lo que sea rápido y furioso, cuando tienen que volver a ponerse rápidos y furiosos para que los malos, cual Pinky y Cerebro, no puedan tratar de conquistar el mundo. Y ahí tenemos a Jakob Toretto, que es interpretado por Finn Cole (Michael en Peaky Blinders) en los flashbacks bien, pero bien dramáticos que arrancan en 1989, cuando Dom (Vinnie Bennett) y él, que son los mecánicos de su padre, ven cómo papá vuela en pedazos en un accidente al estallar su auto deportivo en plena pista. Ese hecho, y lo que sucederá en breve, terminará separando a los hermanos Toretto. Jakob, que de adulto lo interpreta John Cena, pero sin una sola caracterización dramática que no sea fruncir el ceño y querer superar a su hermano mayor, “el favorito de papá”, se transforma en el villano. Más sencillo que juntar las gemas con las que Thanos manejará todo, Jakob debe encontrar y unir las dos mitades de una cúpula geodésica llamada Proyecto Aries. Así, podrá controlar todas, pero todas las computadoras y las armas del mundo, y tener a los gobiernos comiendo de sus manos. Todo fanático de la saga sabe que lo importante fue, es y será siempre la familia. Así que si el malo de turno resulta ser el hermano alejado de Dom, como El Enmascarado de Meteoro, bueno, ya sabemos qué va a pasar. Hay, sí, secuencias memorables, por distintos motivos. Hace meses se filtró que los rápidos y furiosos llegarían al espacio exterior. Que lo hagan, cómo no, a bordo de un Pontiac rojo atado (a-ta-do) a un lanzacohetes como propulsor, y retando a la gravedad, no es nuevo, porque los autos que conducen vienen desafiándola desde hace unas cuántas películas. Al comienzo, están todos en varios vehículos en una persecución en Montequinto, atravesando un campo minado a tanta velocidad que, por más que pasen por encima de las minas, no llegan a detonar a tiempo para eliminarlos. Hasta que llegan a un puente hecho de cuerdas y listones de madera. Pasa el auto de los malos, y, como siempre sucede, el puente empieza a desmoronarse. Dom acelera y, no me pregunten cómo, logra que el auto se enganche en lo que queda de la cuerda colgante del puente, y ¡zoom!, es empujado como en una honda. Luego, hay un camión que contiene unos imanes superpoderosos, que en plenas calles de Londres, creo, por que son tantas las ciudades que recorren como si se tratara de una de James Bond, o de Misión: Imposible que puedo estar confundido, atrae todo tipo de metales, un automóvil incluido. Hay que tener ingenio e inventiva para imaginar esas secuencias de acción. El asunto es que a menos que uno se quede boquiabierto y prefiera quedarse con eso, el “drama” que enfrentan los Toretto tiene una endeblez que el mejor flan podrá envidiar. Y hay chistes internos -el recuerdo del submarino en una película anterior, la (re)aparición de un personaje que había (¿no había?) muerto, y cuyo nombre no develaremos aquí- y el regreso de ganadoras del Oscar como Charlize Theron y Helen Mirren a la franquicia. El taiwanés Justin Lin es el director que más películas de la saga dirigió (después de Reto Tokio realizó las tres siguientes, y ahora vuelve), lo cual garantiza por lo menos más de lo mismo, algo que el fanático no desaprobará. Ya por la novena entrega (y más un spin-off), lo que alguna vez llamó la atención y resultó fresco, comenzó no precisamente a madurar, sino a perder eso que lo mantenía nuevo y hasta atrevido. Ah, la película dura casi dos horas y media, pero mucho antes del minuto 144, entre los créditos, hay una escena. Espérenla
El terror tiene sus códigos, como todo género, y la saga de El conjuro, con su creador James Wan a la cabeza, supo apartarse de lo grotesco, sanguinolento y perverso en que había caído Hollywood para centrarse en el miedo como presencia maligna, y no en algo meramente atroz. El temor que sentimos no es el mismo que cuando sabemos que van a cortar, triturar o deshacer cuerpos a lo loco y sin sentido. No. El temor es peor con El conjuro. Es por esa inmediatez que Wan ha sabido transmitirnos con Ed y Lorraine Warren, que investigan hechos paranormales, pero que son gente como uno. Vaya uno a saber por qué James Wan, el cerebro y director detrás de las dos primeras El conjuro y creador de la saga de El juego del miedo, decidió saltar del género del terror (también realizó las dos primeras de La noche del demonio) para dirigir Aquaman y desligarse de El conjuro 3. Soltó, pero no se desvinculó del todo, ya que imaginó o escribió la historia, pero no el guion, y figura como uno de los ¡nueve! productores de la tercera parte de la saga. A los Warren los llaman a resolver casos que ocurrieron -porque se basan en hechos reales, cada vez más readaptados al lenguaje cinematográfico, puede ser, pero que sucedieron-. Y si hay algo que atrae desde el primer segundo de la primera El conjuro a la fecha es que los Warren, ese matrimonio, son como cualquiera de nosotros. Hablan y se mueven como cualquier vecino, y cuando alguien cuestiona o les pregunta por sus quehaceres responden con el mismo timbre de voz con el que pedirían sal, más pan para la panera o la cuenta en un bodegón. Claro, Lorraine (Vera Farmiga) tiene un don, que es el de ver lo que otros no perciben, y en El conjuro 3: El diablo me obligó a hacerlo tendrá que estar atenta a lo que le pasa a su esposo demonólogo Ed (Patrick Wilson). A diferencia de las dos primeras estrenadas en 2013 y 2016, la historia no comienza en una casa embrujada o poseída, sino que los Warren están, sí, en una casa, pero en medio de un exorcismo de un niño. Esa primera escena de El conjuro 3: El diablo me obligó a hacerlo, parece asegurar que la posta de Wan a Michael Chaves (La maldición de La llorona) no hará extrañarlo. Pero no. Con un tratamiento distinto al de El conjuro 1 y 2 -al no estar centralizada en una sola locación, la historia es como que se abre y en cierta manera airea, pero pierde algo de cohesión, congruencia-, la película, más que de terror sostenido, descansa -es una manera de decidir- sobre las investigaciones. Por qué el demonio que es liberado del pequeño pasa al cuerpo del novio de su hermana, que “lo obliga” a hacer lo que hace. Por ejemplo, clavarle 22 puñaladas a otro joven que parecía pasarse de bueno con su novia. Si siempre Ed y Lorraine funcionaron como una pareja aceitada y asentada, que se ama, se conoce y protege, El conjuro 3 es, casi, como su historia de amor. Entre medio de exorcismo, posesiones y rituales satánicos, por supuesto. Ed y Lorraine Warren existieron, y vivieron 61 años casados, hasta que Ed murió en 2006. Lorraine falleció hace dos años. Si no hay Conjuro 4, la despedida es redonda, aunque la película precisamente no lo sea.
En tiempos como los actuales, en los que reciclar está más que de moda, Disney lo hizo con una de sus villanas favoritas, Cruella de Vil. Y si el director Craig Gillespie la ambientó, también, en el mundo de la moda, la aromatizó con el perfume preferido de la época: la venganza. Imaginaron una historia en la que la llenaron de traumas a la futura amante de los tapados de piel de dálmatas. Estella queda huérfana de pequeña, conoce a los ladrones Gaspar y Horacio -sus secuaces en 101 dálmatas- en Londres y, creativa y genial, tiene un don con el diseño de vestuario. Y, ya joven y con el rostro y los mohínes de Emma Stone, termina trabajando en la compañía de la Baronesa (Emma Thompson, que está impagable). Cruella es una vanguardista e igualmente transgresora. Cruella, el filme, tal vez no sea lo primero, pero sí lo segundo. Para Cruella Disney apostó a un viejo conocido como Craig Gillespie (Un golpe de talento, Horas contadas, pero que venía de Yo soy Tonya) y cambió sobre la marcha guionista (entró Tony McNamara, candidato al Oscar por el libreto de La favorita). Tal vez a la mirada de Gillespie se sumó la de McNamara para impulsar ciertas características salientes y agresivas de las protagonistas. Pienso en Tonya, que manda un sicario contra su competidora, y más en la reina Anne y hasta Abigail, el personaje de Emma Stone en La favorita. Y le dieron trasfondos psicológicos, digamos, fuertes. Pesados. Cruella y su némesis la Baronesa, que tienen algo que las une, son malvadas, villanas, cínicas, despiadadas, crueles. Una peor que la otra. Se aman, se odian, hasta que no dan más. Lo que hizo Gillespie fue olvidar a la señora De Vil del dibujo animado de hace 60 años y pensar o repensarla en su juventud en la Londres de los ’70, en plena rebelión punk. Y verla desde una perspectiva presente, planteando otros asuntos o problemáticas. “Tenés el talento, si tenés el instinto asesino es la gran pregunta”, le escupe la Baronesa a una Cruella todavía vestida de Estella, y se traga la aceituna de su cocktail en la escena del restaurante que tanto le gusta al director. El diablo, como Cruella, y como la venganza, visten a la moda. Cruellaes bien, pero bien oscura, y en cuanto abre el filme, el logo de Disney, con el castillo de La Bella durmiente, la imagen es en blanco y negro. La villana del pelo bicolor viene con traumas desde la infancia, con o sin bullying. Es un espíritu libre, una mujer indomable a la que la guerra que le plantea con su jefa será a pura pasión, y a puro modelaje. Los combates de la guerra desatada son con vestidos de estética jugada, como si Cruella hubiera creado el movimiento punk. La película tiene a su favor que se aleja de la fórmula Disney, no solo apartándose de la película que le da origen. Eso ya es algo que sucedía en Maléfica, otra malvada que arrastra traumas. Craig Gillespie, ya lo dijo, pedía en el set que se olvidaran de que era una película de Disney, así que la hizo más sombría y misteriosa, y le dio a la Cruella de Stone una vida y un andar propios. El diseño visual, y no hablo solamente de los decorados y el vestuario reconstruyendo la Londres de los años ’70, y la selección en la banda sonora son espectaculares. Hay suficientes guiños al largometraje animado de 1961, que pasan por homenajear alguna imagen (Cruella manejando su automóvil) y por personajes. Iba a pedir que no se fueran del cine, pero como están las cosas por aquí, no pongan pausa en el streaming, porque pasan cosas en los títulos finales. Que auguran una secuela de Cruella, o una remake de 101 dálmatas. Al margen. Si la nueva La Sirenita también es un éxito, ¿habrá película en solitario de Ursula?
Nomadland es la película de la que todo el mundo habla, pero muy pocos vieron. A días de muy probablemente ganar el Oscar, ¿por qué conmueve este filme con Frances McDormand que estrena hoy en la Argentina? Una punta es que, en cierta situación, un personaje se plantea cuál fue el momento más feliz de su vida. Y si las películas nos permiten proyectarnos en sus historias, y sus protagonistas, la sensibilidad con que Chloé Zhao muestra a sus personajes implica una invitación bienvenida a abrir los sentimientos. Ya ganó 216 premios internacionales -y la cuenta sigue en aumento- desde que tuvo su première internacional de manera presencial en el Festival de Venecia, en setiembre de 2020. Hay distintos modelos de vivir, y de entender e integrar una sociedad. La que planeta Nomadland es distinta a la que tenemos. “Somos houseless, no homeless”, dice Fern. No tienen casa, pero no es que no tengan un hogar. Veamos. La gente con la que se cruza Fern está como ella, preguntándose qué hacer con su vida. Fern decide vivir de manera nómade, como indica el título, por voluntad propia. Es cierto que Empire, en Nevada, la ciudad en la que vivía junto a su esposo, desapareció del mapa cuando la fábrica de yeso en la que trabaja con él cerró. Pero nadie la obligaba, cuando enviudó, a vender sus cosas, poner lo que le queda en un depósito, comprarse una casa rodante y salir a recorrer el Oeste estadounidense. La crisis de 2008 la golpeó, pero no la derrumbó. Así, tendrá trabajos ocasionales, como golondrina, alguna vez lo hará en Amazon y volverá al año siguiente. Dormirá en su remolque, pasará frío, se asustará alguna noche. La dejarán o no quedarse en un estacionamiento público. La mirada de Chloé Zhao -segura ganadora del Oscar a la mejor dirección, por lo que será la segunda en lograrlo en 93 años de historia de la Academia- es claramente humanista y comprensiva. Con Fern y con quienes la rodean eventualmente. Porque a excepción de McDormand, que como Fern pasó los 60, y David Strathairn (Dave), que puede trabajar en Buenas noches, y buena suerte, también en Godzilla y en Nomadland, el resto de los personajes de la película son no-actores. Esa búsqueda de la “verdad” que dicen emprender los realizadores que en vez de contratar actores hacen que las personas se interpreten a sí mismos, funciona en Nomadland porque las historias -mínimas, porque aquí lo que importa son las relaciones- nos llegan. Conmueven. Pero no es que interese la forma y no tanto el contenido. En los diálogos que Fern tiene con otras nómadas se llega a preguntas significativas, pero no solemnes. ¿Cuál es el momento más feliz de nuestra vida? El ritmo de la película es pausado, pero no moroso. Hay una diferencia. Como seguramente la hubiera sino fuese Frances McDormand quien prestara su rostro, su cuerpo, su voz y sus expresiones a Fern. Pero que se entienda que Nomadland es más que la actuación de la actriz ganadora de dos Oscar, por Fargo y por 3 anuncios por un crimen. McDormand no se pone la película al hombro, porque Zhao tampoco se lo indica, se lo señala o sugiere. Nomadland no es una película en la que se distinga entre buenos y malos. No. Zhao comparte la mirada de Terrence Malick, y Nomadland nos trae recuerdos, comparaciones con Proyecto Florida, el filme de Sean Baker. Autenticidad. Eso es lo que comparten. Deténgase a pensar un minuto cuántas películas le plantean lo mismo, le preguntan cuál fue el momento más feliz de su vida. Quizás allí esté una respuesta a por qué todo el mundo habla de Nomadland.
Basado en el popular videogame, Mortal Kombat viene a revivir a pura sangre y violencia lo que se presume será una saga, y que por lo que se ve en esta primera entrega, no defraudará a los fans. Y tampoco hay que ser un experto en “fatality” (movimiento de lucha) ni saber absolutamente nada del juego. Porque hay tanta acción, combates y personajes en esta lucha entre el Bien y el Mal que no le dejarán tiempo libre a los espectadores para mirar otra cosa que no sea la pantalla. Este tipo de filme se estructura no por una línea argumental -que Mortal Kombat igualmente la tiene- sino por el cosido de las escenas de combate. Entonces las coreografías deben ser impactantes, y depende de la puesta de cámara(s), del montaje y los efectos de sonido que el “espectáculo” se arme y sea disfrutable. Por fortuna el director debutante en el largometraje Simon McQuoid, que proviene del cine publicitario, no apeló solamente a los planos cortos, por lo que las peleas se entienden. Hay muchos efectos visuales, y las coreografías de las peleas son imponentes. La película es producida por James Wan -el creador de la saga de Saw o El juego del miedo, y de El conjuro-, por lo que el suspenso y la sangre están garantizados. Para los que conocen alguna de las versiones del videojuego, la película arranca hace 400 años en Japón, con Hasashi (Hiroyuki Sanada) y su familia viviendo apaciblemente, hasta que llega el malvado Bi-Han, que asesina a Hasashi, su esposa y su hijita. Pero queda vivo su bebé. Ya en tiempo presente, quien tiene el logo del dragón en el pecho -creyendo que es una marca de nacimiento- es Cole Young (Lewis Tan), un luchador más o menos profesional, que cobra doscientos dólares por pelea y para que lo muelan a golpes. No, no es malo, y deberá no serlo, porque está predestinado a formar parte del Team de Campeones de la Tierra que se enfrentarán, en el décimo torneo de Mortal Kombat, a las fuerzas oscuras. Sí, ésas que han vencido en las nueve contiendas anteriores, y que si vuelven a hacerlo se apoderarán de todo. Pero para llegar allí -y como ya dijimos, esta Mortal Kombat es la primera de una saga- hay que presentar al resto de los personajes. Están Jax (Mehcad Brooks), el afroamericano que es uno de los guerreros, y es quien le da la noticia de que es un elegido, y Blade (Jessica McNamee), la rubia que no tiene marca alguna, pero ha investigado mucho. Y está Kano (Josh Lawson), un mercenario que con tal de cobrar tres millones de dólares, se suma a la aventura. Kano es un personaje que atrasa unas décadas, que suelta comentarios misóginos. Como sea, llegan al templo de Lord Raiden, donde todos entrenarán con otros guerreros, como Liu Kang (Ludi Lin), que arroja bolas de fuego, y Kung Lao (Max Huang), que podríamos denominarlo el Sombrero loco, que usa su sombrero como arma mortífera, además de sus puños. Pero, siempre hay un pero, para complicar las cosas Bi-Han se ha convertido en Sub-Zero -entre otras cosas tiene la habilidad de congelar todo-, y llega con sus secuaces del Mundo Exterior. No pueden esperar al combate, y quieren asesinar a los buenos cuanto antes. Lo dicho, Mortal Kombat es todo un despliegue de imágenes potentes, con música trepidante de Benjamin Wallfisch, el compositor de Blade Runner 2049 y las dos It. Son casi dos horas de acción.
Lo primero que surge, no al finalizar la proyección de Pinocho, con Roberto Benigni, sino ahí nomás, cuando termina la primera secuencia es ¿a quién va destinada esta versión del clásico de Carlo Collodi? Si bien las aventuras del muñeco de madera son seguramente más aptas y disfrutables para los espectadores más pequeños, hay planteamientos y escenas verdaderamente oscuras, que harán que los niños no vean a Pinocho ni algunos personajes con cara de buenos amigos. Pero esa oscuridad, que bien podría resultar bienvenida si la apuesta fuera decididamente para un público adulto, con alguna necesaria en la trama, no es tal. ¿Por qué? Porque el filme de Matteo Garrone se balancea innecesariamente entre los momentos más inocentes, con escenas algo más fuertes. Vaya de ejemplo la que transcurre en la escuela. Incluye un sapo en el pantalón de un maestro, pero también el castigo corporal que éste le infringe a los que no responden como corresponde, con golpes de vara en las manos y los obliga a arrodillarse sobre granos. Roberto Benigni, probablemente el mayor atractivo que tiene la nueva película de Garrone, el director de Gomorra y Dogman, ya había hecho su Pinocho, como director y también como el muñeco de madera. Había sido una olvidable película de 2002, posterior a La vida es bella, la que le valió reconocimiento internacional y un par de Oscar. Benigni no actuaba en cine desde A Roma, con amor, el filme de Woody Allen estrenado en 2012, y tenía 67 años cuando, hace un par de años, interpretó a Geppetto. Y lo hace con todos los tics que le conocemos, ya desde su época con Jim Jarmusch, con Down by Law). Lo dicho: ¿a quién va destinada esta floja versión de Pinocho?
Tres ganadores del Oscar, como Denzel Washington, Rami Malek y Jared Leto encabezan el elenco de Pequeños secretos, el nuevo filme de John Lee Hancock, el realizador que le hizo ganar su premio de la Academia a Sandra Bullock por Un sueño posible. El thriller es un género que resulta atrapante cada vez que una película le da una vuelta de tuerca. Si no se queda en la investigación de un crimen, los buenos por un lado, los malos por otro. Pero puede haber más. Denzel Washington, cuando no busca dramas más profundos, ama los personajes que, de este lado de la Ley -a veces, no tanto- investigan casos difíciles, crímenes irresueltos. Ama atrapar al asesino. Sea en Día de entrenamiento, o postrado en una cama (El coleccionista de huesos), al tipo le calza perfecto el traje del oficial que pone las cosas en su lugar. Y si repasamos la filmografía de Washington, al menos buena parte de la más reciente, vemos que a diferencia de la de su hijo John David (el de El infiltrado del KKKlan, Tenet y Malcolm & Marie), a Denzel le gustan los personajes tortuosos más que torturados. Y Joe “Deke” Deacon es así. Pudo ser un tipo al que ascendieran, pero no. Y ahora, más cerca del retiro, acepta un reto junto al más joven e iracundo -bah, tiene rabietas- Jim Baxter (Rami Malek). Están tras un asesino serial. Un tipo que “mata por placer sexual”, pero que no viola a sus víctimas -todas jóvenes- . Y tendría un modus operandi similar al que Deacon no pudo atrapar hace unos años. "Son los detalles los que importan. Te agarran por los detalles", le da cátedra Deacon a Baxter. Sabrá por qué lo dice. Pequeños secretos tiene una estructura similar a la de tantas películas que hemos visto en las que dos policías muy diferentes se encuentran ante un caso difícil. Pero lo bueno del filme es que pega una vuelta de tuerca justo cuando parecía que se sumaba, nomás, a la lista de thrillers que, sí, están bien, podés verlos y luego, a otra cosa. Transcurre en los ’90, y sin develar demasiado ni spoilear absolutamente nada, recuerda a Zodíaco, de David Fincher, y por momentos a Pecados capitales -y no solo por lo del policía mayor negro y el más novato blanco-, otra del director de la hoy candidata al Oscar Mank. Hay un sospechoso, que sí, es como los sospechosos de siempre. Un hombre algo desalineado, de pelo largo, grasoso y que seguramente si le miramos detenidamente la dentadura al personaje que compone Jared Leto, le veamos rastros de comida. Leto sería el villano perfecto, el que cerraría la investigación. Pero no tienen pruebas para incriminarlo. La película, aparte del giro que decíamos, y que la levanta como una grúa, tiene las actuaciones de los tres nombrados -Malek cansa un poquito con sus ojos saltones a lo Freddie Mercury- y la música del gran Thomas Newman. El compositor de Belleza americana, Buscando a Nemo, Skifall y 1917, que de las 15 veces que fue candidato al Oscar nunca se lo llevó, apoya desde la columna sonora al filme. ¿Que el auto gira y Denzel no mueve el volante? ¿Que de noche hay luna llena, pero ilumina solo una parte de lo que se ve? Son detalles. Pero también, cómo puede predisponer al espectador el cambio de un título, por mínimo que fuere. No es lo mismo Pequeños secretos, como se estrena en Latinoamérica, que Pequeños detalles, como se la conoce en España. No es algo menor, y si ven la película lo comprenderán.
Lo llaman El Ruido. No es fácil y sí algo engorroso explicarlo. Pero es básico en Caos: El inicio, el filme con Tom Holland (el nuevo Hombre Araña), Daisy Ridley (Rey en la última saga de Star Wars) y un elenco realmente de estrellas. En un mundo distópico, donde no hay mujeres, los hombres que siguen vivos pueden escuchar los pensamientos de los demás en un flujo de imágenes, palabras y sonidos llamado, en inglés, Noise. Ruido. Ese mundo distópico es un nuevo mundo. Y lo del Ruido les pasa a todos los hombres en el planeta. Cada pensamiento queda expuesto. Es como si uno pudiera leer la mente de con quien está conversando. O, por ejemplo, ahí lo tenemos a Todd (el personaje de Tom Holland), que piensa en una serpiente, y una serpiente surge y ataca a Davy Prentiss Jr (Nick Jonas). Una nave espacial sufre un accidente, y cae allí, en este nuevo mundo. Hay una sola sobreviviente, Viola (Daisy Ridley), y por supuesto que cuando Todd la descubre no entiende nada. No es el único. Y ella tampoco entenderá nada. “¿Dónde están las mujeres?”, pregunta la recién llegada, como caída del cielo, literalmente. “Están muertas”, le responden. Algo así como Niños del hombre, de Alfonso Cuarón, pero algo más retorcido. Porque no se trata solamente de que la reproducción humana no tiene cabida. Para ella, claro, es raro ver todo lo que Todd piensa. “Para mí es raro no saber qué pensás”, le replica Todd. A lo mejor el nombre del director Doug Liman les suena porque está, desde hace unos años, íntimamente ligado a otro nombre más famoso: Tom Cruise. Tras dirigirlo en Al filo del mañana, volverá a hacerlo en la secuela Live Die Repeat and Repeat, en SpaceX Project, que los llevará literalmente a rodar al espacio exterior, y en Luna Park. Mientras estos proyectos se liman, Liman se abocó a llevar a la pantalla el best seller El cuchillo en la mano, de Patrick Ness. Y el comienzo es verdaderamente desconcertante, como lo que ocurría en Al filo del mañana. No es que las cosas se repitan una y otra vez como en el filme con Cruise y Emily Blunt. El efecto visual está bueno, y luego la trama comenzará a desandarse sin mayores complicaciones, siguiendo el sendero del relato de aventuras. Es el típico muchachito-conoce-a-muchachita y la ayuda a esconderse y/o huir para que los malos (en el caso, el alcalde Prentiss, padre del personaje de Nick Jonas e interpretado por el gran Mads Mikkelsen) no la atrapen. Porque con el poder de ella, quién sabe que puedan hacer juntos Todd y Viola. Pero… hay muchos secretos ocultos. Como filme de acción y aventuras, Caos: El inicio no deja de entretener ni un solo instante. Hay un costo de producción importante, y no solamente para contratar al elenco. Sumen a Demián Bichir (Godzilla vs Kong, Cielo de medianoche), David Oyelowo, Cynthia Erivo y para el decolorante del cabello de Daisy Ridley.
Personas amables capaces de hacer cosas terribles. Esos son los personajes de Hermosa venganza, la primera película candidata al Oscar en estrenarse en cines en la Argentina, dirigida por Emerald Fennell (The Crown) con la también británica Carey Mulligan como protagonista. Hermosa venganza, curioso título que no traduce en absoluto el más poético y original Promising Young Woman (Mujer joven prometedora) es la película del momento. Y a la vez, la película para este momento. Es un thriller de venganza en tiempos del #MeToo. Cassandra (Mulligan) fue masticando rabia, además del chicle azul, durante años. Algo sucedió hace un tiempo, pero ni ese hecho ni el tiempo transcurrido han hecho que Cassie lo olvidara. Y no es que no haya tomado determinadas decisiones desde que abandonó la carrera de medicina en la Universidad (de ahí el Promising Young Woman del título original). No. Pero un día Cassie resuelve, con determinación, terminar con su trauma. Su rutina diaria consiste en ir de casa -treintañera, vive con sus padres- al trabajo -una cafetería en la que no suele tratar demasiado bien a los clientes-. Pero a la noche se arma. Cassie tiene un plan para castigar, de alguna manera, a los hombres que, cuando la ven totalmente borracha, tirada en un sillón con o sin las piernas abiertas, intentan aprovecharse de ella. La escena es más o menos así: ella acepta que el hombre -que puede ser blanco, o afroamericano, por lo general es joven- la “convenza” de llevarla a su departamento, y cuando el tipo intente propasarse, les frena el carro enrostrándoles la perversión. Pero cuando a su cafetería entre Ryan (Bo Burnham), un ex compañero de la facultad, de a poco se le enciende la sed del edulcorante que mejor le cae a estos tiempos. La venganza. No importa que ella le escupa el café que le acaba de servir, Ryan se siente atraído por Cassie. Y Cassie también siente esa afinidad, pero no piensa olvidar lo que sucedió con su mejor amiga en una fiesta en el campus de la universidad, ni su plan de castigo nocturno. Aunque ¿qué tal si reactiva una vendetta con los responsables directos del abuso sexual que sufrió su amiga? Hermosa venganza es un drama, pero teñido de comedia negra. Negrísima. O es una comedia negra con bastante de drama, como prefieran. Lo de “personas amables capaces de hacer cosas terribles” lo ha dicho la directora Fennell (es Camilla Parker Bowles en la serie The Crown, y se dejó un papelito en el filme: está en el video tutorial del sexo oral). Y correría tanto para los depredadores de antaño como para la propia Cassie. Fennell -candidata a tres Oscar, ya que es productora del filme, lo dirigió y escribió el guion- nos pide que empaticemos con Cassie, algo que no nos cuesta nada, aún cuando haga “cosas terribles”. Y la directora, en su opera prima, ha trabajado hasta los colores (con preponderancia del rojo y el azul) no con un sentido kitsch, sino para presentar los estados de ánimo de esta vengadora serial feminista, que les demuestra a los hombres que ya no pueden actuar con impunidad. Tiene un estilo descarado, tremendamente divertido aunque se meta en asuntos oscuros. Es cierto que Hermosa venganza arranca, por momentos, carcajadas, y por otros la risa se atraganta. Bienvenidos los límites que se corren.
Por 2017 Maisie Williams (Arya Stark en Game of Thrones) era más conocida que Anya Taylor-Joy, la joven actriz que todavía no había estrenado Gambito de dama, pero sí La bruja y Fragmentado en cine. Hoy, una y otra son reconocidas por sus trabajos en aquellas series. Fue en aquel lejano 2017 cuando terminaron de rodar Los nuevos mutantes, de Marvel, para el extinto sello 20Th Century Fox, hoy en día fagocitado por Disney, que le borró Fox y lo rebautizó Studios. El porqué de la demora en estrenarla en cines puede obedecer a varios motivos: . La compra de Fox por Disney. . Disney, que ya había adquirido Marvel, no quería saber nada con esta versión de mutantes adolescentes. . Que como la trama (jóvenes perseguidos por un ente malvado, examinando sus miedos internos) tiene mucho de It, y algo de Stranger Things, que se estrenaban por aquella época, era mejor retrasarla. . Más cerca en el tiempo, el rotundo fracaso de la última de los mutantes, X-Men: Dark Phoenix: mejor despegarse. . Porque es flojísima. Como sea, y tras muchas postergaciones no sólo por la pandemia del coronavirus, Los nuevos mutantes llega hoy Jueves Santo a los cines argentinos, sin pasar por Disney+, que hubiera sido una opción. Los nuevos mutantes son cinco, tres mujeres, dos varones, que se encuentran internados en un solitario hospital, que regentea la doctora Reyes (Alice Braga, sobrina de Sonia y vista en Soy leyenda). Son mutantes incapaces de controlar aún sus poderes, y allí estarán “hasta que se curen”. Pero, y sin spoilear -los fans de los X-Men encontrarán un montón de guiños o conexiones con otras películas de la saga- todo parece indicar que quieren dominarlos con finalidades maléficas. Por los recovecos del hospital deambulan sin muchas ganas de confraternizar Rahne (Maisie Williams), que se transforma en una mujer lobo, con infancia complicada por el maltrato y/o abuso de un cura. E Illyana (Anya Taylor-Joy), capaz de desaparecer y abrir puentes temporales a través del espacio; Danielle Moonstar (Blu Hunt), que abre el filme, descendiente de un pueblo originario, tiene dotes telepáticos por los que conoce el miedo de quienes están con ella. Y Sam (Charlie Heaton, de Stranger Things y varios filmes de terror), que vuela como una bala humana, y Roberto (Henry Zaga), brasileño como el actor que lo interpreta, que quema todo aunque no lo desee, y que no puede excitarse porque se prende fuego (!). Los diálogos del guion son increíbles, las actuaciones, tremendas -¡cómo creció interpretativamente Anya!-, la historia, flojísima y el resultado, decepcionante. Los nuevos mutantes es el 13º filme de una saga cinematográfica que comenzó hace veinte años con X-Men (2000, de Bryan Singer) y está muerta: los superhéroes surgidos de la imaginación de Stan Lee y Jack Kirby no tienen proyecto en vista. En parte, se entiende.