Bastante difícil, pero ciertamente necesaria, es la visión de La noche más larga, la película cordobesa que testimonia, desde la ficción, pero también con imágenes de archivo, el caso verídico de Marcelo Mario Sajen, el mayor violador de la Argentina. La historia en sí, de no ser porque la Argentina evidentemente da para todo, parece increíble. Se estima que Sajen violó, entre 1985 y 2002, a 93 jóvenes en la ciudad de Córdoba. Nadie podía dar con el depravado, ni ante las denuncias de las mujeres. E, increíblemente, hasta el año 2003, nadie las vinculaba entre sí. La película tiene una factura técnica envidiable. Hay una idea desde la concepción de los títulos que abren el filme, con máscaras rotas yuxtapuestas a lágrimas o una lengua que brota de la boca. Son imágenes fuertes, pero que no tienen parangón con las que se verán no mucho más adelante. Tal vez el director Moroco Colman sintió que era imperativo, pero ciertamente no era imprescindible mostrar los genitales del violador en primer plano, o algunas escenas de sexo oral que ante la repetición, además de molestia algunos espectadores, pueden generar distancia desde la platea. Encarnado por un Daniel Aráoz -hoy en Masterchef Celebrity Argentina- lógicamente corrido del personaje de comedia que suele interpretar -aunque con la fiereza de, por ejemplo, El hombre de al lado, de Duprat y Cohn-, el actor está casi el 90% de la proyección en pantalla. E infunde, además de temor, asco. No habrá sido fácil para el cordobés, premiado en el Festival de Oldenburgo (Alemania) por su interpretación, el año pasado, y visto en La odisea de los giles, construir semejante papel. Pero logra lo que decíamos arriba: generar rechazo. Se supone que en realidad Sajen violó al doble de jóvenes, ya que no todas habrían radicado la denuncia, no solamente por las amenazas del energúmeno, sino también por el qué dirán, el pudor o el miedo a estigmatizarse. La película de Colman transcurre, básicamente, de noche. Y sigue el modo de accionar de la bestia, que solía actuar cerca del Parque Sarmiento, en Córdoba capital. Las agarraba -en su mayoría eran estudiantes que iban o regresaban de la Ciudad Universitaria-, les decía que si se resistían las “cortaría toda”, les ordenaba "Abrazame como si fueras mi novia” si pasaban cerca de alguien, y por lo general terminaba con un “No me mires si no querés que te mate”. Luego las llevaba varias cuadras caminando hasta una zona solitaria donde las sometía. En la mirada de Colman está clara la revictimización a la que se sometía a las jóvenes al hacer la denuncia. Y también, hacia el desenlace del filme, la sororidad presente en las marchas, algunas exigiendo la detención del salvaje, y otras posteriores, por el Ni una menos y ya más cercanas por la Ley del aborto, tiñen el relato. Hay algunos aspectos de la realidad que el filme decide pasar por alto, se presume que para centrarse en lo pérfido del personaje en cuestión. Como quién delató al violador, o que apresaron a otro hombre sospechoso que pasó más de 40 días preso siendo inocente, porque Moroco prefiere elegir el agobio.
Una sola locación, una casona casi señorial, en el medio del campo. Allí transcurren los 92 minutos de Los intrusos, un filme de suspenso y gotitas de terror, en el que Maisie Williams (Game of Thrones) arranca componiendo a “la novia de” para terminar cumpliendo un rol protagónico. Maisie, que fue la rebelde Arya Stark en la serie de HBO, es Mary, la pareja de Nathan (Ian Kenny), quien con su amigo de la infancia en el pueblo, Terry (Andrew Ellis) están en su coche, allí, en el campo. Es el atardecer, y en el auto hay otro individuo. Mary llega, y pronto advierte lo que el trío se propone: ingresar a la casa de los Huggins, un matrimonio de ancianos, ahora que se fueron, para robarles. La madre de Terry cada tanto va a limpiar a la casa, por lo que parece que tienen una buena pista acerca de dónde está el dinero: en una caja fuerte. Mary, en principio no parece demasiado molesta en lo que hará su novio, pero lo que quiere es que se apuren porque debe utilizar el auto para ir a trabajar. Bueno, el resto, o lo que sucederá de ahí en más no es algo que el espectador no haya visto alguna vez. Basada en la novela gráfica Une Nuit de pleine pune, de Hermann Huppen e Yves H., sí es algo -algo, ¿eh?- novedoso el enfoque de mostrar a dos clases sociales en pugna: los adultos, ricos; los jóvenes, pobres. Una gran Bretaña teñida de odio y resentimiento en el que la cultura del trabajo -porque los Huggins hicieron su pequeña fortuna rompiéndose el lomo, se supone- no es lo que más valoran los personajes más jóvenes. Curioso es que el título original (The Owners, o sea, Los dueños) aquí se haya invertido y haya pasado a llamarse Los intrusos. Tendrá más gancho, no sé. No sé. Pero estos intrusos sí tienen mucho que ver con los de No respires, la película que el uruguayo Fede Alvarez dirigió en Hollywood (y que este año tendrá, cómo no, su secuela). ¿Se acuerdan que allí, los cazadores se convierten en presas cuando el dueño ciego los descubre? Unos y otros, se ve, se metieron en la casa equivocada. Comandados o mal guiados por un tipo detestable como Gaz (que el nombre del actor que interprete al ladrón sea Jake Curran es un guiño al castellano), los intrusos se alteran cuando, de pronto, llegan los dueños de casa. ¿Los toman de rehenes? Si los ladrones ven revelada su identidad, ¿las cosas pasan a mayores? Y no es que Richard (que, dato que no debe pasar desapercibido, es médico) y Ellen Huggins sean un cúmulo de bondad. Ella no está bien de la cabeza, eso es algo que se percibe de entrada. Y él, bueno, ya sabrán cuando la vean en el cine. Convengamos que los personajes desagradables pueden ser uno u otros, de acuerdo a la vara con la que el espectador los mida. Porque aquí hay de todo. Es cierto -y como de costumbre no vamos a spoilear- que la resolución está algo traída de los pelos. Como también que Los intrusos tiene buenos golpes de efecto, que Maisie y Sylvester McCoy (fue el Doctor Who en la serie homónima de 1987 a 1989) levantan desde sus actuaciones la puntería para que el filme, con todos sus sustos, llegue más o menos a buen puerto.
Es un auténtico duelo de titanes. Godzilla vs Kong, o como han querido ingeniosamente vender en algún poster God vs King (Dios contra Rey), es un espectáculo mayúsculo en cuanto a que no hay posible pelea que supere, en talla y tamaño, a la de estos dos monstruos. Y que, claramente, es el primer tanque o blockbuster en estrenar internacionalmente en lo que va de este 2021 pandémico. Nombrados por orden alfabético, suponemos, porque en las acciones y la trama está claro que la balanza se inclina más por el simio que por el lagarto gigante radioactivo, Godzilla y Kong combatirán bajo el agua, a bordo de un portaaviones o destrozando una ciudad. Porque las escenas de destrucción son a una escala que no es, claramente, la humana. Dentro del género de Kaiju-eiga o películas de monstruos, criaturas gigantescas que atacan o protegen a la humanidad, Godzilla vs Kong es considerablemente mejor que la anterior del lagarto en solitario y hasta que Kong: la Isla Calavera. Que no estaba nada mal. Buena Godzilla vs Kong: Duelo de titanes Es un espectáculo mayúsculo, con batallas sin escala, con Millie Bobby Brown (“Stranger Things”) entre los humanos. Con Alexander Skarsgård, Millie Bobby Brown, Rebecca Hall. Pablo O. Scholz Pablo O. Scholz 24/03/2021 - 12:04 Clarín.comEspectáculosCine Actualizado al 24/03/2021 - 16:22 Es un auténtico duelo de titanes. Godzilla vs Kong, o como han querido ingeniosamente vender en algún poster God vs King (Dios contra Rey), es un espectáculo mayúsculo en cuanto a que no hay posible pelea que supere, en talla y tamaño, a la de estos dos monstruos. Y que, claramente, es el primer tanque o blockbuster en estrenar internacionalmente en lo que va de este 2021 pandémico. Nombrados por orden alfabético, suponemos, porque en las acciones y la trama está claro que la balanza se inclina más por el simio que por el lagarto gigante radioactivo, Godzilla y Kong combatirán bajo el agua, a bordo de un portaaviones o destrozando una ciudad. En "Godzilla vs Kong" no hay escala humana. La destrucción es masiva. FOTO: WARNER BROS. Porque las escenas de destrucción son a una escala que no es, claramente, la humana. Dentro del género de Kaiju-eiga o películas de monstruos, criaturas gigantescas que atacan o protegen a la humanidad, Godzilla vs Kong es considerablemente mejor que la anterior del lagarto en solitario y hasta que Kong: la Isla Calavera. Que no estaba nada mal. Godzilla, el lagarto gigante radiactivo, irrumpe y destroza. FOTO: WARNER BROS. Aquí los efectos son impresionantes, no solo por la magnitud. Vayamos a los detalles: desde el paladar de Kong, que vemos y que nos hace sentir que, realmente, debe tener mal aliento, a los ojos del simio, año tras año los efectos siguen perfeccionándose. Para quienes siguen o no a los (nuevos) monstruos, hay dos líneas narrativas: la de Godzilla, con Millie Bobby Brown, Kyle Chandler como el padre de la estrella de Stranger Things, que ya habían aparecido, y la de Kong, con Alexander Skarsgård, Rebecca Hall y Kaylee Hottle como Jia, una niña huérfana con la que el simio se comunica por el sistema de señas. Sí, porque Kong habla, no como el lagarto que sólo ruge. A ellos se suman Demián Bichir (Cielo de medianoche), como el empresario ambicioso y loco, que siempre hace falta en estas películas, y la mexicana Eiza González (la enamorada de Rosamund Pike en Descuida, yo te cuido y Baby Driver). Godzilla es presentado como el “malo”, ya que, de la nada, emerge de las aguas y ataca a los humanos. La idea es que lleven a Kong, que estaba confinado en una suerte de domo, hasta la Antártida, para descubrir “otro mundo”, del que habrían surgido sus antepasados. Porque esto es ciencia ficción, o qué pensaban. Y allí, camino al Sur, Godzilla se cruza con el portaaviones donde llevaban, adormecido y encadenado, a Kong. Para qué contar más. Podía parecer raro que llamaran a Adam Wingard para dirigir la película. La había pifiado con la remake de El proyecto Blair Witch (Blair Witch: La bruja de Blair, 2016), aunque sí la había acertado con Cacería macabra (2013). Es un tipo que proviene del movimiento de cine de terror independiente estadounidense denominado Mumblegore, pero con Godzilla vs Kong demuestra que la silla de director no le quedó grande. Es cierto que lo rodearon bien: los coguionistas son Eric Pearson (Thor: Ragnarok y la inminente Black Widow, que estrenará en salas y por Disney + en simultáneo), y Max Borenstein, que no es pariente de Tato, pero sabe de qué se trata el MonsterVerse, porque escribió los guiones deGodzilla, Kong: La Isla Calavera y -ay- Godzilla II: El rey de los monstruos. En síntesis, hay que verla en cines, en la pantalla más grande que se pueda -se estrena en IMAX- para “vivir” mejor la experiencia
Con una heroína joven, independiente y confianzuda, y que no tiene interés romántico, el filme marca cambios y mantiene otras tradiciones habituales en las películas de la compañía. Los tiempos cambian, y Disney se expande y adecua en sus nuevas propuestas cinematográficas. Si con la versión con actores de Mulan miraban al Este, a Asia -y a su mercado-, con Raya y el último dragón profundizan ese viraje también en lo referido a su heroína. Una mujer independiente, que confía en los demás, y que es valiente, guerrera, buena amiga, solidaria y educada. Como Mulan, irá a salvar las papas cuando su padre no pueda pelear, pero por motivos bien distintos. El padre de Raya no es anciano, sino que quedó literalmente petrificado, convertido en estatua. Sí, como los ancestros de Mulan en el dibujo animado. Raya y Sisu, la dragona: juntas para salvar un mundo de fantasía. FOTO: DISNEY Raya y Sisu, la dragona: juntas para salvar un mundo de fantasía. FOTO: DISNEY Y sí, como los guerreros de terracota. Raya vive en el reino de lo que fue Kumandra, que se inspira en el Sudeste asiático. Todo era armonía, hasta que, medio siglo atrás, los hombres pelean y unos entes siniestros llamados Druun, como peste, arrasan con lo que tocan -o lo dejan hecho piedra-, y se separaron en cinco tribus. Había dragones buenos, como Sisu, que es la única dragona que sobrevivió y está oculta, enterrada y habrá que despertarla. Sí, como el Genio de la lámpara de Aladdin. Guerrera, valiente y buena persona, así es Raya, la nueva heroína oriental de Disney. Guerrera, valiente y buena persona, así es Raya, la nueva heroína oriental de Disney. Quinientos años después, Raya, que vive en Heart (Corazón: las cinco regiones que habitan las tribus tienen cada una el nombre de una parte del dragón) cuida la gema del Dragón, la que intentará robar Namaari, una chica de Colmillo, en la que Raya había confiado. La piedra preciosa se parte en cinco, y seis años después nos encontramos con una Raya ya no niña sino joven, adolescente, que irá a encontrar a Sisu y recorrerá cada región para unir la gema e intentar que reine la paz. Sisu, que se convierte en humana, y Raya. FOTO: DISNEY Sisu, que se convierte en humana, y Raya. FOTO: DISNEY A diferencia de otras películas animadas con heroínas, aquí Raya no tiene un interés romántico, no se pone a cantar y los animales, a excepción de Sisu, que no es un sidekick, sino protagonista junto a Raya, no hablan ni tampoco canturrean. Tuk Tuk, una suerte de bicho bolita o armadillo que será gigante, si abre la boca lo hace para expresar sorpresa. El “mensaje” de la película es que para salir adelante hay que confiar hasta en los que nos traicionaron, y que uno solo no puede hacer todo lo que quiere o ansía. Así sea para salvar al mundo -como plantea Avengers, de Marvel- o para conseguir cualquier objetivo mínimo y más cercano y posible. Aunque para los personajes de Disney nada sea imposible. Raya, de niña, junto a su padre, Benja. Luego, él se convertirá en una estatua. FOTO: DISNEY Raya, de niña, junto a su padre, Benja. Luego, él se convertirá en una estatua. FOTO: DISNEY La versión que vi es la original, en inglés, y la dragona -notarán que los tres personajes centrales son femeninos- tiene la voz de Awkwafina. Es un personaje divertido, que no llega a ser el Genio, pero tampoco es tonto como Mushu. Igual, como dragón, me sigo quedando con Chimuelo, de Cómo entrenar a tu dragón. Y no me hagan recordar el final de la tercera… Raya junto a Tuk Tuk, que la acompaña a todas partes. FOTO: DISNEY Raya junto a Tuk Tuk, que la acompaña a todas partes. FOTO: DISNEY También, advertirán que tanto a Raya como a Namaari, como buenos personajes de Disney, les falta un progenitor: no se habla de la madre de Raya, y no aparece el padre de Namaari, sí su madre. Que vendría a ser la malvada, pero otro cambio que presenta la película es que necesariamente no hay un malvado preciso. Druun es algo inasible, no habla, no puede pelearse con el/ella. Codirigida por Don Hall (en Grandes héroes o Big Hero 6 ya coqueteaba con Oriente) y el mexicano Carlos López Estrada, Raya es más un filme para niños que se acercan a la adolescencia que para los más pequeñitos. No es que haya nada que los pueda asustar, pero las vueltas de la trama harán necesario que alguien les vaya más o menos explicando. Namaari, que de niña traiciona la confianza de Raya. Pero no es malvada. ¿O sí? FOTO: DISNEY Namaari, que de niña traiciona la confianza de Raya. Pero no es malvada. ¿O sí? FOTO: DISNEY No es La Dama y el Vagabundo, pero tampoco Tenet, otra de las películas que se estrenan este jueves y con las que, por suerte, podemos volver a los cines.
Tenet es diferente a todo lo que se haya visto El filme con el que reabren los cines es thriller, acción y un intrincado juego en el tiempo, en el que se puede ir para adelante o hacia atrás. Ciertamente Tenet es bastante diferente a todo lo que se ha visto. “No trates de entender nada”, le avisan al protagonista de la historia. Y no, no es un consejo para el espectador, porque si Tenet tiene cierta complejidad en el armado de su trama, y hasta en su manera de narrar, no deja nunca de ser un filme de acción trepidante. También es un thriller, un film noir y un perfecto juego de cajas chinas en el que se puede ir para adelante y para atrás. Mejor ir por partes. Elizabeth Debicki y Kenneth Branagh, de un lado... y del otro. FOTO: WARNER BROS. Elizabeth Debicki y Kenneth Branagh, de un lado... y del otro. FOTO: WARNER BROS. El director Christopher Nolan es un rara avis, tal vez como lo fue Steven Spielberg en su momento de esplendor, porque ambos cineastas construyeron su cine de espectáculo imprimiéndole una marca de cine de autor. No hay muchos cineastas de acción que filmen la secuencia de apertura de Tenet, en una sala de conciertos, con la puesta de cámara, los movimientos y -lo mejor- el creciente suspenso que le imprime a la escena, toma por toma. Tampoco hay muchos directores que sepan cómo encuadrar un rostro y exprimir ciertos primeros planos -los del malvado shakespeareano que compone Kenneth Branagh, por ejemplo, y en particular un momento de furia con su esposa-. Hay que saber en la edición en qué momento ese primer plano cobra más fiereza que en otro. El protagonista (John David Washington) y Neil (Robert Pattionson), en la ya famosa persecución automovilística. FOTO: WARNER BROS. El protagonista (John David Washington) y Neil (Robert Pattionson), en la ya famosa persecución automovilística. FOTO: WARNER BROS. Y Nolan es un perfeccionista, un tipo minucioso, alguien que quiere seguir filmando -en filme-, en 70 mm y que si desea que un Boeing se estrelle en un aeropuerto consigue que Warner Bros. le autorice hacerlo y no eche mano a efectos especiales -sí: el Boeing que ven estrellarse en Tenet, es un Boeing de verdad, y se estrella-. Es, también, un hombre con una imaginación visual y narrativa fuera de lo común. Por eso se permite hacer filmes como Memento, El origen o Interestelar, o la trilogía de Batman y dar saltos en el tiempo y en el espacio. La máscara no es por el coronavirus. A lo que se enfrenta el protagonista es algo mucho peor... FOTO: WARNER BROS. La máscara no es por el coronavirus. A lo que se enfrenta el protagonista es algo mucho peor... FOTO: WARNER BROS. Tal vez, sí, Tenet es lo más ambicioso que haya creado. Y quizá, sí, los vericuetos de la trama, que se explican en diálogos a velocidad relámpago, es algo que puede desalentar a los menos precavidos. Pero no es que no se entienda nada. No. A veces desconcierta. Tenet, un palíndromo, trata sobre cómo en el presente se intentará evitar que estalle una futura Tercera Guerra Mundial. O “algo peor”. El fin de la humanidad. Hay alguien que, aquí y ahora, recibe información del futuro, y al que le transfirieron la capacidad de invertir objetos. Por ejemplo, balas. Uno cree que la dispara, pero es al revés. Los personajes pueden ir y venir en el tiempo y en el espacio. Y, de esa manera alterar la realidad presente… y futura. John David Washington (El infiltrado del KKKlan, Malcolm & Marie) es el “protagonista” -cuando vean la película comprenderán las comillas-. Debe evitar que un cargamento de plutonio, y cierto algoritmo a poco de completarse llegue a las manos de un vendedor de armas ruso (Sator, el personaje de Kenneth Branagh). Christopher Nolan, director de la trilogía de "Batman", entrega su filme más ambicioso. FOTO: AP Christopher Nolan, director de la trilogía de "Batman", entrega su filme más ambicioso. FOTO: AP Este oligarca inescrupuloso, ególatra, machista y ventajista está casado con una mujer, que será clave en la trama. Y Kat es interpretada por Elizabeth Debicki, que encarnará a Lady Di en la quinta temporada de The Crown. Al protagonista lo acompaña Neil (Robert Pattinson), un tipo que sabe mucho, de mucho, y en particular que al protagonista le gusta la Diet Coke y que no bebe cuando trabaja. Pero sabe, o descubre, más. Kenneth Branagh, un malvado bien shakespeareano. FOTO: WARNER BROS. Kenneth Branagh, un malvado bien shakespeareano. FOTO: WARNER BROS. “No se puede confiar en nadie”, dicen también por ahí. En quien sí Nolan confió es en Ludwig Göransson -Oscar por Pantera Negra, compositor de la banda de sonido de The Mandalorian-. Y le da el lugar a la música entendida también como valor agregado en la columna de sonido. Uno se imagina a Nolan trabajando codo a codo, a la par con el sueco, para que la música no acompañe sino que se integre al efecto sonoro. O hablemos de las escenas de batalla, perfectamente orquestadas, las peleas cuerpo a cuerpo, con cámara hacia atrás, o la persecución automovilística con un auto en reversa… No hay que ser entendido en física cuando se hable de entropía -la magnitud termodinámica que indica el grado de desorden molecular de un sistema- para disfrutar Tenet. Como toda gran película, verla más de una vez ayuda a admirarla y deleitarse el doble.
Tal vez los directores de La fiesta silenciosa vieron o desearon hacer un homenaje a Los perros de paja, la película de Sam Peckinpah. Porque es un filme que de acción, de venganza, y también uno que a la vez que cuestiona la violencia por momentos pareciera regodearse con ella. Los protagonistas son, principalmente, los novios que componen Jazmín Stuart y Esteban Bigliardi. Laura y Dani llegan a la quinta de León (Gerardo Romano), el padre de Laura. “Todo para mi princesa”, se babea este abogado verborrágico, egocéntrico y con una excelente puntería, no tanto a la hora de elegir las palabras para hablar con su inminente yerno (la fiesta de casamiento, no la silenciosa del título, es al día siguiente), sino para hacer saltar latas de bebida con su arma de fuego. Las cosas no iban demasiado bien entre Laura y Dani. Discuten por pavadas, pero hay algo que subyace. Al atardecer, Laura sale a caminar, y termina en, sí, la fiesta silenciosa del título. Jóvenes con auriculares bailan y beben. De entrada no acepta los auriculares ni el vaso de bebida que le ofrece Maxi (Gastón Cocchiarale), pero al final sí, una cosa lleva a la otra, y termina apretando con Gabo (Lautaro Bettoni), se toman de la mano, se van al bosque y… Cuando Laura regresa a la quinta, en estado de shock, le dice a Dani que se “perdió”. Pregunta va, lloriqueo viene, Dani -mientras ella camina rumbo a la quinta vecina- entiende que su prometida sufrió una violación o un abuso. Lo que seguirá serán la venganza, el desengaño y una sumatoria de escenas sangrientas en las que, adivinaron, el personaje de Romano tendrá más que cabida. Y los personajes de La fiesta silenciosa no tendrán mucho para festejar. La película, que pasó por el Festival de Mar del Plata en noviembre pasado, puede verse como lo que decíamos, un relato de acción y venganza. Que lo es. O, también, como una muestra de actitudes en las que la masculinidad estuviera en juego -los diálogos entre suegro y yerno; entre Gabo y Maxi, que por su físico entiende que las mujeres sólo lo ven bien a Gabo-. Todo, como si se tratara a las mujeres como un objeto a consentir, o un premio a conseguir. No hay mucho para decir de las actuaciones, porque no es La fiesta silenciosa una propuesta que le pida o exija a sus protagonistas una entrega sobrecogedora, pero tampoco aparatosa. Resuelta bien técnicamente, con muchas escenas nocturnas, el final deja planteadas más preguntas que respuestas, escapando así del mero entretenimiento.
La Chancha es un título que tranquilamente hubiera podido estrenarse en salas comerciales, en otras circunstancias, y posiblemente hubiera tenido una buena respuesta del público. ¿Por qué? Porque tiene algo que es fundamental y fundacional en el cine: tensión. Franco Verdoia presenta a Pablo (Esteban Meloni) llegando a La Cumbre junto a su mujer brasileña (Raquel Karro) y a Joao, el pequeño hijo de ella (Rodrigo Silveira) para pasar Semana Santa. Como el lugar donde intentan hospedarse no les gusta, parten hacia otro. Y allí, una vez instalados, Pablo ve a Miguel (Gabriel Goity). Hay algo que no le cae bien al recién llegado. No se sabe qué, pero se siente incómodo ante la presencia de este hombre que junto a su pareja (Gladys Florimonte) tiene un perrito, que atrae la atención de Joao. Poco a poco, las casualidades hacen que ambos grupos familiares coincidan, sean por el perro o por el espontáneo desenfado de la mujer de Miguel. Y más aun cuando ellas advierten que Pablo, que es más joven, y Miguel vivieron en Las varillas, un pueblito cordobés. El director Verdoia, que había debutado con Chile 672 (2006), no da por sabido nada, aunque también es cierto que el uso de los simbolismos, desde la Pasión de Cristo hasta la letra de un tema musical, subrayan más de lo deseado. Y encuentra en Goity -que está menos en pantalla que Meloni, quien está muy bien- una interpretación muy apartada de lo que suele ofrecer el actor de Tesoro mío (inexplicablemente no tiene una filmografía a su altura). Como en El silencio de los inocentes, donde la protagonista era Clarice, y Hannibal apenas aparecía, pero tenía una fuerte presencia hasta cuando no estaba en la imagen. Es que Miguel, pese a su impronta física, no asusta. El espectador cuando lo ve abrir la boca, no sabe lo que va a contestar. Ni puede adivinar los modos con los que lo hará. Al margen del proceder y el desenvolvimiento del actor, el acierto de Verdoia es no tipificar a sus dos personajes centrales en ningún momento. Ni siquiera cuando el espectador intuye el motivo del resquemor de Pablo. Que la trama contenga hechos, aristas o ángulos de la historia personal del realizador, aunque las haya ficcionalizado, no hace a la cuestión. Tampoco que por una cuestión de coproducción con Brasil, la pareja de Pablo y su hijo sean del país vecino. No importa. Lo que interesa en La Chancha, lo que vale, es esa construcción de la historia, la base de cualquier película buena, que el público podrá ver solo por CINE.AR TV o CINE.AR Play.
Con una mirada para nada turística de Río de Janeiro, y en especial de las noches y de las madrugadas cariocas, Miragem sigue las calles y el interior del taxi que conduce Paulo. Como muchos, no la está pasando bien. No solamente porque el dinero no le alcanza. Aunque en gran parte sí, pero no para gastarlo, sino para pasar la cuota de hijo Mateus. Su ex no le deja verlo porque él, Paulo (Fabricio Boliveira), no se hace cargo como corresponde. Como una suerte de Después de hora y Taxi Driver, en cuanto a que lo que sucede de noche parece tener sus propias reglas, y por cómo Paulo traba relación con los distintos pasajeros, Miragem engloba una cosmovisión social. Están los jóvenes que lo bardean al salir de un boliche y tomar le taxi rumbo a otro. O la pareja de argentinos, que componen Luis Ziembrowski e Inés Estévez, en participaciones especiales porque ésta es una coproducción brasileño argentina, con aportes también franceses. El realizador de Miragem es Eryk Rocha. Eryk es hijo de Glauber Rocha, quien fuera fundador del Cinema novo en Brasil. Quizá sea exagerado decir que sus fotogramas estén embebidos de lo que supo modelar y expresar el creador de Tierra en trance. La película tiene entre sus productores al argentino Diego Dubcovsky y al brasileño Walter Salles, director de Diarios de motocicleta, y hasta a Carlos Diegues (realizador de Xica da Silva) como productor asociado. Así que han confiado en Rocha Jr., y el hombre no los ha defraudado.
Cuando se pregunta cómo se puede adaptar un texto clásico a tiempos modernos, lo que ofrece Blanca como la nieve es una respuesta, válida, que puede irritar a unos y abatir, deprimir inexorablemente a otros tantos. Quizás Anne Fontaine (Coco antes de Chanel) lo vio como una boutade. De ser así, si buscó algo ingenioso, terminó generando, forzando similitudes con resultados confusos. Porque no es que haya tomado meramente el punto de partida de la hijastra (Lou de Laâge) que escapa de una muerte en el bosque urdida por su madrastra (Isabelle Huppert). Porque el espectador menos avisado no comprenderá, al principio, qué hace Claire doblando las toallas en el spa ahora regenteado por Maud, su madrastra, si era propiedad de su padre. En fin, lo que sucede es que si bien al comienzo nada parece seguir los lineamientos del relato de los hermanos Grimm, luego, poco a poco, escena tras escena, los acontecimientos comienzan a emparentarse, manzana roja incluida. Y qué decir de los siete enanitos. Lo cierto es que Claire, que no era tan pura como Blancanieves, descubre más pronto que lo esperado que puede despertar en ella un deseo que no había sentido. Y que aviva, o habría que decir excita, directamente, a todos los hombres con los que se cruza. Claire, cuarenta años atrás, bien pudo haber sido interpretada por Huppert, a quien Fontaine le reservó el papel de la madrastra. Y no, Huppert, que suele ser fría en los papeles que le tocan y elige como malvada y perversa, no muerde el anzuelo. Aquí se mantiene casi al margen de esos tics provocativos -exceptuando la escena del baile-. Lo cual sí es un punto a favor, y habrá que anotárselo a la realizadora. Lo que pasa es que no son muchos los que pueda apropiarse la directora de Las inocentes (2016), donde ya estaba Lou de Laâge porque no todo, pero sí mucho, parece tirado de los pelos.
Con el valor que suelen tener las historias sencillas, y contadas con igual grado de simplicidad, El maestro toca un tema, o varios, que repiquetean en el humor social. O que al menos molestaban hasta no hace mucho tiempo. Si bien la historia parte de un hecho real, y luego fue ficcionalizándose, el maestro en que se basa el filme codirigido por Cristina Tamagnini y Julián Dabien es Eric Sattler. En la película lo interpreta Diego Velázquez, se llama Natalio y en el pueblo donde es docente lo ven con mala cara porque es homosexual. Mejor dicho: lo comienzan a señalar cuando ante la llegada de un amigo de Natalio, los ven juntos. Juani (Ezequiel Tronconi) llega de repente, una noche, y no tiene dónde dormir. Natalio lo ayuda, lo integra al pueblo, y muchos intuyen que son pareja. Y, de a poco, al maestro le hacen la vida imposible. En su trabajo, en la escuela, donde prepara una obra de teatro basada en El Principito, en su vocación, como maestro, y en su vida personal. Clarín ESPECTÁCULOS SUSCRIBITE Buena Crítica de “El maestro”: El Principito como metáfora Basada en un personaje real, la película se centra en un docente cuya homosexualidad le hizo la vida imposible en un pueblo. Diego Velázquez, protagonista de este filme que puede verse en CINE.AR TV este jueves y sábado, y desde el viernes, en CINE.AR PlLay. Pablo O. Scholz Pablo O. Scholz COMENTARIOS(0) 13/05/2020 - 16:08 Clarín.com Espectáculos Cine Con el valor que suelen tener las historias sencillas, y contadas con igual grado de simplicidad, El maestro toca un tema, o varios, que repiquetean en el humor social. O que al menos molestaban hasta no hace mucho tiempo. Si bien la historia parte de un hecho real, y luego fue ficcionalizándose, el maestro en que se basa el filme codirigido por Cristina Tamagnini y Julián Dabien es Eric Sattler. En la película lo interpreta Diego Velázquez, se llama Natalio y en el pueblo donde es docente lo ven con mala cara porque es homosexual. Newsletters Clarín Viva la música Te acercamos historias de artistas y canciones que tenés que conocer. Recibir newsletter Te acercamos historias de artistas y canciones que tenés que conocer. Mejor dicho: lo comienzan a señalar cuando ante la llegada de un amigo de Natalio, los ven juntos. Juani (Ezequiel Tronconi) llega de repente, una noche, y no tiene dónde dormir. Natalio lo ayuda, lo integra al pueblo, y muchos intuyen que son pareja. Y, de a poco, al maestro le hacen la vida imposible. En su trabajo, en la escuela, donde prepara una obra de teatro basada en El Principito, en su vocación, como maestro, y en su vida personal. Advertisement: 0:05 Rodada por completo en Salta, en poco más de una hora, Tamagnini (que fue alumna de Sattler) y Dabien presentan, desarrollan y redondean la historia y los personajes de una manera clásica, sin que esto presuponga un desmérito. Al protagonista se lo rodea de otros personajes que no invariablemente son esquemáticos –aunque sí en su pensamiento-, como el de la empleada doméstica de Natalio -quien vive con su madre- que encarna Ana Katz. Susana también es la madre de Miguel, el alumno algo consentido por Natalio, a quien da clases particulares sin cobrarle un centavo, y en cuyo hogar la presencia del novio de su madre es otro motor de la historia. Como en su momento fue, salvando distancias, Filadelfia, El maestro dignifica a su protagonista. Y habla más de los que lo discriminan que de él mismo.