Un affaire, entendido como la relación de alguien con otra persona, pero no consensuada con su pareja, mezcla emociones que suelen ser incompatibles. En el triángulo amoroso que propone Claire Denis en Con amor y furia, los personajes de Juliette Binoche y Vincent Lindon lo experimentan de manera brutal. Sara (Binoche) es quien vuelve a mantener una relación con su ex, a espaldas de su actual pareja, Jean (Lindon). No es lo más grave, pero no deja de ser un punto en cuestión que Francois (Grégoire Colin), que fue su esposo durante años, es el mejor amigo de Jean. Sara y Jean están juntos desde hace diez años, y desde entonces no han retomado el contacto con Francois, pero el llamado de éste a Jean para que vuelvan a trabajar juntos en una agencia deportiva desencadena la trama. Porque ¿qué debe hacer Jean? ¿Aceptar el ofrecimiento, porque necesita el dinero, o dejarlo pasar? . Todo se complicará cuando Sara vuelva a tomar contacto con Francois en la presentación de la empresa. Claire Denis empuja a Sara y a Jean -digamos que el personaje de Francois es el menos abordado- a decir y callar, a tomar decisiones cuando nada parecía impedir su felicidad en común. Es curioso cómo esta relación triangular se emparenta con un próximo estreno (Los Fabelman, de Steven Spielberg), en el que el personaje de Michelle Williams tiene un affaire con el mejor amigo de su esposo (Seth Rogen y Paul Dano, respectivamente). Con amor y furia (Avec amor et acharnement, que también sería Con amor y determinación o furia) es lo suficientemente abarcadora como para no quedarse encerrada en los tres personajes. Sara tiene un programa de radio en París, Jean fue una estrella del deporte que debió abandonar por una lesión y que ha pasado un tiempo en prisión, por un delito que no se devela. Jean tiene un hijo adolescente, Marcus (Issa Perica), bastante conflictivo y que vive con la madre de Jean (Bulle Ogier), a varias horas de distancia. Pasión difícil de apagar La directora de Bella tarea hace que esos sentimientos, encontrados, entre Sara y Jean, sean expresados con vivacidad y por momentos hasta con salidas propias de adolescentes. Esa pasión que Sara siente que se reaviva hacia su ex, ¿es posible de aplacar, apagar, olvidar? Denis y su coguionista, Christine Angot, la autora de la novela en la que se basa, dejan que Sara se exprese con una sinceridad que suena a suicidio para cualquier pareja. Por supuesto que Juliette Binoche es capaz de convencer con cada letra que pronuncia (vean la escena en la que niega todo a Jean), y Vincent Lindon apela moverse con esa furia contenida en el cuerpo enorme de este hombre acomplejado que no sabe para dónde ir. Como Sara. Y probablemente como cualquier personaje sumergido en medio de un affaire.
Un vecino gruñón (A Man Called Otto), es la adaptación estadounidense de la exitosa película sueca de 2015, basada en la novela homónima escrita por Fredrik Backman, con la actuación de Rolf Lassgård (de la serie Wallander). La nueva versión está protagonizada por Tom Hanks, quien encarna a Otto, un hombre viudo y hosco que parece haber olvidado cómo sonreír y ser cortés con sus vecinos. En el comienzo del filme, cuando lo vemos comprando soga y otros artículos de ferretería en Castor Constructor (una especie de Easy de pueblo), rechazar la ayuda de un diligente vendedor y levantar una protesta porque le están cobrando de más, ya advertimos que es un hombre de principios y códigos que pertenecen a otra época. Al descubrir que su casa es la muestra exacta de perfección y limpieza exacerbadas al máximo, nos percatamos que no tiene celular, algo impensado en el mundo moderno. Cuando seguimos sus pasos por el vecindario mientras se dedica a chequear que se respeten las reglas de estacionamiento y el contenido de los cestos de reciclado, terminamos de comprobar que está obsesionado por el control. Un hombre que no encaja Otto, no encaja en el mundo actual y detesta todo contacto con el exterior. Tanto es así que hasta se molesta con su jefe y los compañeros de la empresa de construcciones donde trabajó porque intentan agasajarlo con motivo de su jubilación. En imaginativos y sugerentes flashbacks iremos viendo la juventud del protagonista, encarnada por Truman Hanks (hijo de Tom y Rita Wilson), cómo conoció a su futura esposa, llegaron a casarse y fueron felices hasta el acontecimiento trágico que terminó con el fallecimiento de Sonya (Rachel Keller, de las series Fargo y Tokyo Vice). Pero, como ya se sabe que la vida te quita y te da en proporciones semejantes, cierto día advierte azorado que nuevos vecinos están instalándose en la casa de enfrente. Se trata de la familia que integran Marisol (Mariana Treviño, la estrella mexicana de la serie Club de Cuervos y la telenovela 100 días para enamorarnos) y su esposo Tommy (Manuel García Rulfo, el actor mexicano de la serie From Dusk till Dawn y la cinta Muerte en el expreso de Oriente) con sus pequeñas hijas Abbie y Luna. La vitalidad extrema de Marisol y su familia, el júbilo latino, su afecto por el huraño hombre y el gesto de cordialidad al acercarle comida autóctona, entre otras causas, modificarán lentamente los rituales cotidianos de Otto, quién comenzará a darse cuenta de que su vida no está terminada y aún tiene mucho por hacer, en comunión con sus semejantes. La dirección de Marc Forster (el mismo de Monster's Ball por la que Halle Berry ganó el Oscar, Finding Neverland con Johnny Depp, Quantum of Solace con Daniel Craig y Guerra mundial Z con Brad Pitt) exprime al máximo los resortes de un elenco en el que se destacan Hanks, toda una estrella de Hollywood y Treviño, con su presencia llena de energía. Por momentos, la historia del hombre que descubre a través de sus semejantes cómo llenar el vacío que produce una pérdida, conserva el perfume de las películas que el mítico Frank Capra rodaba en los cuarenta. Algo que se agradece en tiempos en los que la mayoría de los estrenos son tramas con superhéroes, monstruos de otras galaxias, casas embrujadas o asesinos demoníacos.
El Gato con botas, uno de los personajes (sidekicks) de la saga de Shrek, que ya terminó y reiniciará con un reboot, regresa con una película propia, tras El Gato con botas (2011). Los años pasan para todos, y también para el felino aventurero, que puede conmover con sus ojazos. Y en El Gato con botas: El último deseo, en la que Antonio Banderas vuelve a prestarle su voz, apenas arranca muere aplastado por una enorme campana. No sería problema para quien tiene nueve vidas como Gato, pero sí si la que acaba de perder es la octava. La visita al médico es esencial: así advierte que murió tantas veces, y el doctor le recomienda dos cosas. Jubilarse de la acción. Y no morir más. Todas sus muertes La secuencia en la que Gato recuerda sus ocho muertes -no todas heroicas- es uno de los momentos más hilarantes de esta comedia de acción, al mejor estilo de otras producciones de DreamWorks Animation (¿recuerdan el comienzo de la primera Minions, cuando recuerdan su prehistoria?). Y antes de tener una crisis de mediana edad, Gato descubre una posible salvación: con la ayuda de su exnovia Kitty Softpaws (Salma Hayek, otra que regresa) pone el GPS y va para la Selva Negra, en búsqueda de la mítica Estrella de los deseos, a ver si puede recuperar vida. Llegar hasta la Estrella y no perderla no será sencillo, y en el camino se sumarán personajes (un perrito sarnoso), Ricitos de Oro y una familia de osos delincuentes. Y también, claro, un cazarrecompensas con forma de Lobo, que no sería otro que la Muerte que viene a buscar a Gato, y lo persigue incansablemente. Hay muchos guiños a clásicos del cine, con mayoría a los spaghetti westerns, y un elenco de voces de estrellas de Hollywood (sumen a Florence Pugh como Ricitos de oro, y Olivia Colman, como Mamá Oso), mientras que en la versión en castellano los talentos locales son Julieta Nair Calvo, Axel Kuschevatzky, Patricia Echegoyen y Mariano Chiesa. Visualmente, la película tiene una textura muy distinta: las imágenes parecen como pintadas con pincel en vez de ser de animación computarizada. Dirigida por Joel Crawford (Los Croods 2: Una nueva era), El gato con botas: El último deseo es tal vez más oscura que las anteriores del universo de Shrek, en buena parte porque involucra el sentimiento y el temor genuino de perder la vida de una manera, si se quiere, más realista, y las apariciones del Lobo pueden asustar, apenas, a los espectadores más chiquitos que miren la pantalla en vez del balde de pochoclo. No se preocupen si piensan que ésta será la última aparición del Gato con botas: la imagen final les hará, a los más fanáticos, erizar la piel un poquito.
Así como hay quienes llevan muchas de sus artimañas del trabajo a casa, Travis Block (Liam Neeson, convertido en héroe de acción a repetición) instruye hasta a su nietita sobre si algún extraño la vigila o sigue, y la verificación de salidas de escape. Bueno, es que puede ser un poco paranoico, pero también es un obsesivo compulsivo. Digámoslo todo. Es que en Agente secreto, Neeson -que ya tiene 70 años, diez menos que Harrison Ford, y por más que diga que abandonará el género, al rato se desdice- trabaja para su amigo el director de FBI (Aidan Quinn, de Benny & Joon, Corazones en conflicto). Travis tiene, cómo no, un pasado oscuro. Desde hace años se dedica a extraer a agentes encubiertos. O a hacer cosas que, legalmente, ejem, serían difíciles de explicar o disimular. Pero la nueva misión lo pone en estado de alerta extrema. Travis empieza a intuir, y luego descubre, que su amigote del FBI está tramando cosas non sanctas contra ciudadanos estadounidenses (¡epa!). Todo a partir del pedido de hacerse cargo de Dusty Crane (Taylor John Smith, visto en Sharp Objects). Crane alterna entre el alcohol y las pastillas, pero no se sabe si toma para olvidar o es al revés. Hubo un hecho reciente que lo marcó a fuego, y está dispuesto a contar la verdad al periodismo. Esos son buenos ciudadanos estadounidenses. Así las cosas, la trama del filme de Mark Williams irá yendo de Crane huyendo, y tratando de encontrarse con Mira Jones (Emmy Raver-Lampman de The Umbrella Academy), para contarle todo, a Travis lidiando con él. Como en muchas de las películas de acción con Neeson, desde Búsqueda implacable (2008) a la fecha, su personaje tiene algún fuerte enlace con la familia -si es que le queda algún miembro vivo-. Aquí, es con su hija (Claire Van Der Boom), que está divorciada, y la nieta de la que hablábamos al comienzo (Gabriella Sengos). Disparos, persecuciones y sigue la lista Todo esto para humanizar, si cabe el término entre tantas persecuciones, disparos, muertes, emboscadas y traiciones, a Travis. Porque Travis habrá hecho cosas malas, pero siempre, siempre, hay tiempo para redimirse. Y para alejarse del trabajo arduo, y pasar más y mejor tiempo con sus chicas. ¿Quién no lo haría? Pero su amigo del FBI no le acepta la jubilación, y ahí es donde lo manda a buscar a Crane. El resto es más o menos previsible, si ya vieron alguna que otra película de Neeson con un arma en la mano. Hay muchas persecuciones bien filmadas, y las víctimas se cuentan por decenas. Neeson vuelve aquí a trabajar con el director Mark Williams, que lo había dirigido en Venganza implacable (2020), donde era un ladrón de bancos que decidía entregarse, pero era traicionado por dos agentes del FBI. Se ve que entre Neeson, Williams y esos tipos del FBI, hay algo personal.
Hay películas que se transforman en un fenómeno que trasciende las dimensiones de la sala en las que se exhiben. Por muchos motivos, Avatar: El camino del agua, de James Cameron, es un espectáculo y una experiencia como no se recuerda en muchos años. Impactante, disfrutable. James Cameron, dueño de una imaginación y un talento poco habitual en el mundo del cine mundial, decidió dedicarle ya casi 22 años de su vida artística solamente a Avatar, la original, y El camino del agua. Y vendrán, en principio, tres secuelas más. O sea que el director de Titanic y Terminator encuentra en este universo, que incluye a la luna Pandora, los Na’vi -humanoides extraterrestres- y la “gente del cielo” (los terrícolas) que llegan hasta allí para colonizarla, suficiente atractivo como para no hacer otras películas. No hay muchos directores que le impriman a las escenas de combate, de acción, lo que hace Cameron. Y eso que el tono del filme es pacifista, que si no… Vean la fiereza de Neytiri con su arco y flecha, heredado de su padre. Ella ataca para defender lo suyo. La familia, marca indeleble Cameron ya lo ha dicho: mucho cambió su vida personal desde que imaginó la primera Avatar y esta secuela. Formó una familia, tiene tres hijos con su quinta esposa y precisamente ese sentido de la familia es el que impregna como una marca indeleble a Avatar: El camino del agua. La película original era, por decirlo de una manera simpática, algo zonza y sosa, e imbuida de un espíritu muy new age. Aquí, en la secuela, hay algunos temas sobre los que se vuelve -el medioambiente, la naturaleza, el imperialismo colonizador y la armonía con la que viven los Na’vi- y también regresan los malos, que son los mismos, pero mejorados. Ya verán cómo, porque tampoco lo vamos a contar acá. Aquí hay animación, actores que trabajaron y un dispositivo para congeniarlo todo, que tiene un efecto que maravilla. La limpidez de las imágenes, el sonido, todo lo que se ve, escucha y se siente sentado en una butaca de cine viendo Avatar: El camino del agua hace que ésta sea la película más espectacular de los últimos tiempos. La línea argumental, que es algo más gruesa que lo delgada que era la de Avatar- nos presenta a Jake Sully (Sam Worthington) formando una familia. En el arranque, han pasado 10 años de los hechos de la primera Avatar. Con Neytiri (Zoe Saldaña) ya tienen cuatro hijos, entre los que hay una niña que adoptaron (ya verán hija de quién es). Pero la armonía con la que vivía esta familia feliz se ve sacudida con el regreso de los hombres del cielo (people of the sky), los terrícolas que, como en la Tierra ya vivir es casi imposible, necesitan colonizar Pandora. Bueno, también hay alguien que viene sediento de venganza. Así que Jake, contra el deseo de su esposa e hijos, decide emigrar de la comunidad -huir, bah, porque cree que si permanece allí, y como lo buscan a él, los humanos destrozarán a su gente- y refugiarse en otra comunidad, los Metkayina, Que son parecidos, pero diferentes. No viven en el bosque, sino que son una comunidad acuática. Una oportunidad de cambio, en un clan como los de Sully, que son uno para todos, y todos para uno. Como Jake repite cada tanto, tal vez por si algún espectador se entretuvo de más con el pochoclo, el padre protege a la familia, y ésa es su razón de ser. Y la película es sabia en el sentido de que los cinco integrantes de la familia tienen su propia historia, sus características, lo mismo que los Metkayina que conocen y hasta a algún animal o monstruo marino (tulkan). En eso le gana por amplitud a la primera Avatar. La pregunta cuando vimos el cast, el elenco de la nueva película, era ¿cómo puede ser que Sigourney Weaver -que interpretaba a la doctora Grace- y Stephen Lang -el coronel Quaritch- aparezcan en la secuela, si habían muerto en la primera? Obviamente tampoco lo vamos a revelar aquí. Hay algo de Titanic y El abismo -el agua es un medio que a Cameron le fascina- y hasta de Terminator. Claramente Avatar: El camino del agua está pensada y realizada para ver en 3D (o 4D, con el dispositivo en las butacas que se “mueven” acorde a lo que se ve en la pantalla) o en IMAX. Es impactante y triplemente disfrutable. Una aclaración para los ansiosos, ya que la película dura tres horas y doce minutos. No hay escenas postcrédito: cuando arranca le rodante final, de fondo negro con letras blancas. No hay más imágenes.
Un relato en el que la melancolía aparece hasta natural, y no que embadurna la historia, Aftersun es una bellísima película sobre la relación entre un padre separado y su pequeña hija, en el que los diálogos, las situaciones y el clima que impera hacen salir a uno del cine con un sentimiento de regocijo.
Sofía Gala Castiglione tiene como un imán, que le atrae las historias retorcidas, muchas veces cercanas al lumpenaje y /o al hampa. En Natalia Natalia es la ex de un agente de policía, que acaba de morir. Pero de a poco Silvia Monteferrante, su personaje, y después de recibir las pocas pertenencias que tenía el policía, comienza a percibir que hubo algo atrás de esa aparente muerte accidental. Bueno, no tendría por qué preocuparse, pero si no lo hiciera no habría película. Y no se desnudaría una corrupción policial. Para ello, o para ocultarlo, eso nunca se sabrá a ciencia cierta hasta llegado el final, Silvia aprenderá a utilizar un arma. Quien le enseñe será El griego, el agente que le ponen como suerte de custodio, y que, encarnado por Diego Velázquez, es de esos personajes ambiguos, de pocas, pero medidas palabras y que suelen tener réplicas justas, exactas, en el momento indicado. Con mucho cine Tanto Castiglione como Velázquez tienen mucho cine en sus espaldas, ella con más protagónicos que el actor que era el fiscal en la anteúltima historia de Relatos salvajes. Y la verdad es que merecen tener más oportunidades. No siempre los ayudan los guiones, es cierto. No es éste el caso. También están Valentina Bassi y Tony Lestingi, que cumplen dos roles importantes, aunque menores, como una abogada y un jefe de policía. Juan Bautista Stagnaro vuelve a la dirección de cine después de un largo descanso. Al coguionista de Camila y realizador de La furia y Casas de fuego nunca le tembló el pulso al filmar historias en las que el drama confluyera con la acción.
La película sobre cómo se destapó el caso Weinstein -o habría mejor que decir la pornográfica cantidad de abusos, acosos sexuales y violaciones realizados por el ex productor cinematográfico, actualmente en prisión- tiene sus puntos a favor y en contra, y todos por la inmediatez, la proximidad de lo que se está narrando. De hecho, la película de la directora de la miniserie Poco ortodoxa Maria Schrader se basa en el libro que las periodistas de The New York Times Jodi Kantor y Megan Twohey publicaron en 2019, con el mismo título que el filme. Muchos espectadores atentos ya sabrán lo que va a suceder cuando las periodistas consigan que alguna de las mujeres acosadas permita dar su testimonio con nombre y apellido. La película comienza en Irlanda, en 1992, donde una joven Laura Madden, mientras caminaba con su perro, se cruza con un equipo de filmación de época. Rápidamente su suma al rodaje, y aún más rápido el corte va a Laura Madden corriendo y llorando. No será el único flashback de Ella dijo, porque los testimonios de otras víctimas van y vienen en el tiempo. La pulcritud y el respeto con el que son tratados y expuestos los abusos van a la cuenta del haber en el filme. Estructura clásica La estructura es bastante similar a otras películas sobre periodistas investigando casos de fuerte repercusión. El más reciente, En primera plana, de Tom McCarthy sobre la investigación del Boston Globe acerca de abusos sexuales por parte de la iglesia católica en esa ciudad, o Todos los hombres del presidente, de Alan J. Pakula, sobre el trabajo de Carl Bernstein y Bob Woodward, que publicaron en su diario, el The Washington Post, el escándalo de Watergate que le costó la presidencia a Richard Nixon. Bueno, Ella dijo comienza con Megan averiguando y descubriendo los acosos de otro futuro presidente, Donald Trump, antes de las elecciones en las que vencería a Hillary Clinton, en 2016. Y es a partir de ese año y ese momento donde el filme elige centrarse. Pero a diferencia de los dos títulos arriba mencionados, Ella dijo elige seguir las vidas personales de Twohey y Kantor, las relaciones con sus parejas, sus hijos -Kantor será madre primeriza y no la pasará bien-. Tal vez fuera por necesidad de airear la historia y hacerla menos “objetiva”, con suficientes comillas, al intentar acercar al público a las protagonistas de la película. Carey Mulligan ya ha tenido varias participaciones en filmes en los que el rol de la mujer se pone en cuestión, y la actriz de Enseñanza de vida e Inside Llewyn Davis: Balada de un hombre común lo hizo tanto en Las sufragistas primero y en Hermosa venganza, después. Pero quien más se destaca es Zoe Kazan, la actriz de Ruby, la chica de mis sueños y nieta de Elia Kazan. Quizá sea porque su personaje, Jodi Kantor, tiene una elaboración distinta a la de su compañera, pero para dar un ejemplo, cada vez que recibe un llamado telefónico, sus expresiones son las que más y mejor nos llegan. Ella dijo no es una película de debate, es decir, sobre la que se debata, porque todo está muy claro. Sí permite la discusión más que la controversia sobre la impunidad que creen tener algunos poderosos, y también el de los medios.
Sublime trata sobre una relación de a dos. Dos amigos, que, en plena adolescencia, tal vez no sean las palabras se sorprenden, pero descubren que hay algo más que ese afecto entre ellos. La opera prima de Mariano Biasin es un coming of age, una película en la que crecer de golpe tiene sus efectos, en el que sus protagonistas, Manuel (Martín Miller) y Felipe (Teo Inama Chiabrando) comparten miedos y esperanzas. Martín tiene 16 años y podemos imaginar que presiente o sospecha que su vida va a tener un cambio. Y un giro a esa edad marca probablemente para siempre. ¿Y si el vínculo que cultivaron de chicos, como se ve en aquel video casero de un cumpleaños, se quiebra? ¿Qué les queda? Les queda la vida por delante, pero Sublime se queda allí, en la playa, en la costa, donde transcurre buena parte de esta historia intimista en la que las actuaciones de los jóvenes parecen espontáneas cuando no forzadas por algún texto medio dicho de prepo. Manuel y Felipe tienen una banda de música, con otros amigos. Manuel demostrará sus temores, también ante el próximo show que darán en breve, y tiene charlas con su padre algo esclarecedoras. El director Biasin, que previamente fue asistente de dirección de Las acacias e Invisible, de Pablo Giorgelli, y de Los sonámbulos y Mi obra maestra, deja que lo que cuenta sea lo más natural posible. Elenco soporte Coprotagonizada también por Javier Drolas -el padre del protagonista, y que asumía el personaje principal de Las buenas intenciones, película con la que Sublime comparte, tiene muchos puntos en contacto y no solamente en su estilo-, otros rostros conocidos son los de Marcelo Subiotto y Jorge Sesán. Tras su paso por distintos Festivales, como Berlín, Biarritz, San Sebastián, Seattle, San Francisco y recientemente en el de Mar del Plata, Sublime tiene algo del cine de Giorgelli, por su mirada, sus tempos y su necesidad de contar algo que tal vez no sea urgente, pero que para sus protagonistas es siempre necesario.