Debe haber pocos directores de cine tan desparejos como M. Night Shyamalan. El realizador que se consagró con Sexto sentido puede hacer otras grandes películas de suspenso, como El protegido o Fragmentado, y caer y derrumbarse con Glass, El fin de los tiempos o Después de la Tierra. Bueno, Llaman a la puerta está ahí de integrar el segundo grupete. Hay siempre un común denominador en sus realizaciones. Y no hablamos de que siempre hace un cameo, una aparición, como le gustaba a su adorado y plagiado Alfred Hitchcock. Los suyos son filmes de suspenso intrigantes, que pueden empezar con algo que descoloca (la gente que se suicida no más arranca El fin de los tiempos, por caso), siempre tienen sorpresas o una vuelta de tuerca al final. Llaman a la puerta, una película prácticamente rodada en la cabaña del título original (Knock at the Cabin, a la vez basada en la novela The Cabin at the End of the World, de Paul Tremblay) está protagonizada por Dave Bautista (Guardianes de la galaxia), cuya enorme contextura contrasta con la de Wen (Kristen Cui), la niña de 8 años. Leonard se le acerca sigilosamente en el bosque, donde ella está atrapando saltamontes. Peligro inminente Hablan, pero Wen percibe, olfatea el peligro cuando tres compañeros de Leonard aparecen con armas improvisadas y empiezan a perseguirla. Wen entra a la cabaña, donde sus padres Eric (Jonathan Groff) y Andrew (Ben Aldridge, de Fleabag, que salió del closet hace pocos años) pronto escucharán el golpecito a la puerta. E irrumpen en la cabaña, y los atan. Son Leonard, maestro, Redmond (Rupert Grint, de Harry Potter), la cocinera Adriane (Abby Quinn) y la enfermera Sabrina (Nikki Amuka-Bird). Los cuatro tienen una propuesta a la familia. Ellos tuvieron visiones compartidas de catástrofes globales. El Apocalipsis llegará al día siguiente, si la familia homoparental no realiza un sacrificio. Los papás y Wen deben decidir quién morirá entre ellos tres. Habrá que matarlo, porque no vale el suicidio. Las preguntas empiezan a sumarse, encimarse y a ocupar tal vez, más del espacio que debería. ¿En serio el planeta sucumbirá si la familia no realiza el sacrificio? ¿Los recién llegados, el cuarteto de la muerte, sufren psicosis? ¿Cómo puede ser que uno de los atacantes haya tenido relación con la familia? ¿Eh? Película políticamente correcta, la pareja gay ha estado haciendo “sacrificios” para poder mantener su estilo de vida. Pero lo que le piden es demasiado. ¿O no? Es Groff quien le pone más carga emotiva al asunto, y Bautista, del otro lado de la grieta, impresiona bien como el tipo intimidante, pero comprensivo. Como decíamos, Shyamalan es dispar, y no siempre apela a los giros inesperados al final de sus películas. Aquí la cosa no es darse cuenta de que el personaje de Bruce Willis estaba muerto, o quiénes son los simpáticos abuelitos que los nietos visitan en Los huéspedes. Aquí, una vez que se descubre por qué el cuarteto irrumpe, y que irán a inmolarse de a uno si la familia no realiza el sacrificio, se acaba el misterio, las expectativas disminuyen y lo que pase o deje de pasar interesará menos.
Es, tal vez, la mejor de las diez candidatas al Oscar este año. Lo tiene todo: comedia, drama, profundidad, humor y tremendas actuaciones de todo el elenco. Los espíritus de la isla, con Colin Farrell y Brendan Gleeson, es para no perdérsela. Martin McDonagh (3 anuncios por un crimen) volvió a reunir a Farrell y a Gleeson, protagonistas de Escondidos en Brujas (2008), que era una maravilla sobre dos sicarios abandonados en esa ciudad. La película tiene mucho, pero mucho humor, algo de violencia y trata sobre la amistad de dos hombres en un pueblito apacible frente a la costa de Irlanda continental, en 1923, cuando la Guerra Civil persiste, pero es una acción lejana. Pero un día, una tarde, sucede algo terrible. "Simplemente ya no me caés bien", le dice, secamente, Colm (Gleeson) a Pádraic Súilleabháin (Farrell). No lo soporta. Está cansado de mantener charlas sin rumbo, está hastiado de las conversaciones inocuas de su (ex)amigo, se cansó del aburrimiento y quiere dejar algo para el futuro: componer una canción con su violín, The Banshees of Inisherin, que da el título al filme que tiene 9 nominaciones al Oscar, incluyendo película, director, guion original y a cuatro de sus intérpretes. Pádraic es de los que no conciben ni aceptan un No como respuesta y, tan pesado se pone, Colm le tira un ultimátum. Un ultimátum que afectará más que la amistad, su propia vida. Si Pádraic vuelve a molestarlo, se cortará un dedo de la mano por cada intento de conversación. El encuentro es en un pub, a las 2 de la tarde -hora normal para estos dos hombres para beber más de una pinta de cerveza-. Otros personajes igualmente queribles y por los que sus intérpretes también aspiran a sendas estatuillas de la Academia de Hollywood a mejor actuación de reparto son los que componen Kerry Condon (Stacy en Better Call Saul) como Siobhan, la hermana soltera de Pádraic, y Dominic (Barry Keoghan, Druig en Eternals, Dunkerque), el joven con menos luces del pueblo e hijo al que maltrata y no se sabe si algo más el detestable oficial de policía de la isla (Gary Lydon). La decisión de Colm, cuando le dice a Pádraic con respecto a su (ex)amigo “¿Cuántos años tiene? ¿12?” Pádraic es un lechero que vive en una modesta casa de campo, con sus vacas y su burro, y que no entiende lo que sucede. Un matrimonio puede culminar en divorcio, pero ¿su amistad de años con Colm puede terminar? Ingenio, rapidez y humor Martin McDonagh no solamente es un gran dialoguista y guionista. Sus libretos tienen ingenio en la construcción de historias, rapidez, lucidez y carga de sorpresa en las respuestas que da un personaje a otro, y maneja como pocos el humor. Los espíritus de la isla es una comedia bien negra, con algo de macabro, en la que examina el orgullo masculino. Y si por ser comedia hay risas, también hay otro tipo de muecas. Muecas de dolor. Pero lo que hace McDonagh es examinar lo que sucede cuando alguien se cierra a todo tipo de comunicación. Se originan equívocos, supuestos, y se puede derivar en la confusión y la angustia. La isla de Inisherin es ficticia, no existe, pero cierto mito del que se vale la película, con una Muerte deambulando con nombre de mujer y un palo con un gancho en vez de guadaña, con los espíritus o almas en pena del título, tiene sus raíces en relatos irlandeses. Es una película con varias capas, como sucede con las buenas películas.
Aquello de pinta tu aldea y pintarás el mundo pudo haber sido dicho por León Tolstoi, pero la catalana Carla Simón apela en Alcarràs al relato coral familiar para contar un drama social bien profundo. En la primera escena de la película, los chicos más pequeños están jugando en un auto abandonado, en medio del campo. Y pronto verán cómo alguien, montado a una grúa, les arrebatará su "juguete", allí, en plena huerta. Es el primero de muchos porrazos que se pegará, de allí en más, la familia Solé. Ambientada en esa localidad de Cataluña, los Solé vienen cultivando la tierra desde hace 80 años. Básicamente, duraznos. El presente no es auspicioso: les pagan centavos de euros por su mercancía, pero lo que es peor, al morir el dueño de la finca, el heredero decide vender esos terrenos. Y como Rogelio (Josep Abad), el pater familiae, no tiene ni un solo papel que testimonie que esas tierras son suyas, están a punto de perderlo todo. Simón, quien obtuvo el Oso de Oro a la mejor película en el Festival de Cine de Berlín el año pasado, como decíamos al comienzo, se preocupa por retratar lo personal de cada integrante de la familia para saltar a lo colectivo. Muestra a los Solé, con el obstinado Quimet (Jordi Pujol Dolcet) a la cabeza, en sus tareas cotidianas. El riego, la cosecha, las comidas grupales, la mesa grande cuando llegan hermanos, los juegos imaginarios de los chicos, las fiestas en el pueblo, las salidas nocturnas de los hijos adolescentes... Y, también, las rispideces originadas por el hecho que precipitará la última cosecha. No todos ven las cosas de la misma manera que Quimet, ni los mayores ni sus hijos adolescentes. Cuando llegue el final del verano, deberán marcharse. Sensibilidad Simón retrata lo personal para transformarlo en colectivo. Utiliza mucha cámara en mano y no le tiene miedo a mostrar la sensibilidad, a veces exacerbada, de sus protagonistas. Por supuesto que hay mucho de Neorrealismo en el filme, y un apego a las tradiciones y costumbres bien arraigado. La película está inspirada en la familia de la propia guionista y directora. Y Alcarràs sigue a la que fue su opera prima, igualmente autobiográfica, Verano 1993. Si se enfrentan al desalojo es porque el abuelo, un tipo afable, querendón con sus nietos -como la directora se preocupa por mostrar cada vez que Rogelio aparece en la pantalla- nunca se quejó de los terratenientes, tanto como nunca obtuvo un contrato firmado. El hecho de que los dueños de la tierra hayan sido protegidos por los Solé cuando los fascistas los perseguían no modifica el presente. Eran épocas en las que un apretón de manos bastaba. Ahora los propietarios planean talar los árboles frutales e instalar paneles solares. Modernidad y tradición, solidaridad y despreocupación en medio del capitalismo, Alcarràs conmueve en buena ley.
Bastante polémica causó en su premiere mundial en la última edición del Festival de Cannes la proyección de Holy Spider. Ali Abbasi, reconocido cineasta iraní, que sorprendió con Border en 2018, estudió cine en Suecia y está radicado en Dinamarca, y por eso Holy Spider fue enviada por este último país a la competencia al Oscar a la mejor película internacional (no entró y no compite con Argentina, 1985), y no Irán, que es donde transcurre la trama. La película se basa en hechos reales, ocurridos entre 2000 y 2001. El título del filme refiere a un misterioso asesino que ahorcó a 16 prostitutas en la ciudad santa de Masshad, creyendo que era un abanderado de la moralidad y estaba limpiando la ciudad de corrupción. Y se convirtió en un popular héroe de la derecha religiosa. Un psicópata, sí. Saeed Hanaei (interpretado por Mehdi Bajestani) es en apariencia un ejemplar padre de familia. Veterano de guerra que se desprecia a sí mismo por no haber sido un héroe o un mártir, trabaja en la construcción pero, en cuanto tiene una oportunidad y su familia no está en su casa, sale a la noche con su moto, “contrata” el servicio de alguna prostituta en la calle, la lleva a su hogar y las mata. Utiliza siempre el mismo método. La policía no tiene ni un solo sospechoso, y allí es donde ingresa la periodista de Teherán Rahimi (Zar Amir Ebrahimi, que ganó el premio a la mejor interpretación femenina en Cannes). Ella tiene una teoría: que si el asesino sigue libre es porque la policía no se preocupa del caso, y lo mismo el poder judicial. Todos serían parte de un rancio patriarcado. La periodista está en contacto con un colega local (Arash Ashtiani), al que Spider llama cada vez que comete un asesinato desde un teléfono público. Se entiende el motivo: el Holy Spider desea que lo que hace, tenga máxima difusión, y se entere todo el mundo. Y Rahimi imagina una situación para dar con el criminal: se hace pasar por una trabajadora sexual, con la esperanza de que el asesino la contrate y el periodista amigo los siga. Puede parecer algo inverosímil -de hecho, los personajes de los periodistas son ficticios-, y la película plantea por esos momentos una historia entre detectivesca y poco probable: si el periodista pierde en el camino al asesino y a Rahimi, lo que es una posibilidad real, bueno, la película iría por otro lado. Donde acierta Abbasi es en la construcción del personaje de Holy Spider. Tanto en sus acciones hogareñas, como luego sentado en el banquillo de los acusados, el tipo parece tan seguro de sí mismo -y desafiante- que da terror. Esta película que estrena este jueves en ocho salas en la Argentina, llegará en el mes de marzo al streaming, por MUBI.
Gerard Butler no es pariente de Liam Neeson, pero bien podrían formar parte del mismo gremio cinematográfico: héroes hasta contra su voluntad. Cuando interpretan a esos personajes que, sin miramiento alguno, ni preocupación por su propia vida, pelean mano a mano, o a balazo limpio contra gente mala, muy mala. En Alerta extrema, Butler es, también, duro de matar. Al margen de entender o no por qué Plane (Avión) en Latinoamérica se tradujo como Alerta extrema, la trama tiene a un piloto de avión comercial, en una aerolínea no de low cost, pero casi, al que cuando debe despegar y se avecina una tormenta en la ruta no le permiten bordearla, porque gastaría demasiado combustible para tan pocos pasajeros. Brodie Torrance -sí, tiene el mismo apellido que el personaje de Jack Nicholson en El resplandor- es de esos comandantes de vuelo amables, que hasta se permite hacer chistes con los pasajeros en situaciones incómodas. Como, por ejemplo, cuando un rayo alcance al avión y deba intentar aterrizar a ciegas, sin ayuda de ningún mecanismo, sea donde sea. ¿El mar? No todo es catastrófico y Torrance y su copiloto Dele (Yoson An, que estuvo en la Mulán con actores), que es padre de familia como él, y que tiene esa típica foto con la familia en un bolsillo, y aunque con riesgos, logran aterrizar. Pero lo hacen en una isla de las Filipinas en la que los rebeldes en contra del gobierno tienen una fuente de recursos inagotable: pedir rescate por cientos de miles de dólares a extranjeros. Ah, lo que no estábamos contando es que entre los pasajeros hay un prisionero, al que llevan a extraditar, esposado. Antes de aterrizar, quien lo custodiaba muere, y veremos si Louis Gaspare (Mike Colter, de la serie de terror Evil) es violento, peligroso o hasta puede ser de ayuda a Torrance, cuando caigan en manos de los rebeldes. Alerta extrema no es una película original por ningún costado desde el que se la mire (los diálogos son, tal vez, quizá, en una de ésas, lo más flojo del guion). Un guion que tiene un poco de cine catástrofe, otro de terroristas rebeldes, y algo de la pareja que debe formarse a la fuerza para poder salir victoriosa, o al menos, no morir en el intento. La acción es trepidante, los combates cuerpo a cuerpo tienen una coreografía precisa. El director francés Jean-François Richet no se volvió loco a la hora de sentarse a editar la película, y no apela a cortes extraños para acelerar el vértigo de las peleas, que por lo general están rodadas cámara en mano y en una misma toma, casi sin cortes. Bueno, es una manera de abaratar costos, como también no rodar en Filipinas, sino enteramente en Puerto Rico. Pero lo que hace que la película cumpla con lo que promete, sin sobrarle absolutamente nada, es el carisma con el que -siempre- el actor de 300 arremete con sus personajes. Le creemos, no queremos que sufra o muera. Piensen con cuántos actores de acción les pasa lo mismo, hagan las cuentas y después me dicen.
¿Cuál es el Steven Spielberg que prefieren? ¿El del cine de acción y aventuras, el de los blockbusters como Los cazadores del arca perdida, E.T., Jurassic Park o Minority Report, o el más “serio”, el de La lista de Schindler? Los Fabelman está decididamente lejos de los primeros títulos, pero mantiene con toda a filmografía de Spielberg un nexo: la maestría para narrar en imágenes. Las producciones de Spielberg suelen ser experiencias cinematográficas. Son películas para sentir con el cuerpo, con el corazón o con algo más etéreo como el alma, y a veces hacen reflexionar. Los Fabelman es la película más personal del cineasta, tanto como lo fue La lista de Schindler, pero en este caso lo que cuenta se parece mucho a su propia vida, a sus vivencias de joven. También, es una película de Hollywood sobre Hollywood. No es la vida de Spielberg, digamos que es la versión de Hollywood de su existencia, de su adolescencia, su familia y sus comienzos en el cine. Después de todo, el genio del cine de entretenimiento se autorreferencia en este relato de 150 minutos, que incluye la compleja relación con (y de) sus padres y muchísimos guiños que los que aman y conocen la carrera del director de Tiburón, se frotarán las manos (sí: está el corto en el que logra “efectos especiales” en el desierto…). Decir que una película de Spielberg es por momentos lánguida sería casi obsceno. Digamos que en Los Fabelman -y vengan de a uno- hay como baches, en los que cae y no pasa mucho, como sucedía en El buen amigo gigante. O cambia de eje, porque el guion que escribió con Tony Kushner -cuarta colaboración, tras Munich, Lincoln y Amor sin barreras- toma el bullying o el antisemitismo, quizá con un brochazo en vez de una pincelada. Pero ahí está la imagen final, con la que termina la película y donde retoma toda la magia y Spielberg nos vuelve a meter en su bolsillo. La trama tiene a Sammy Fabelman (Gabriel LaBelle), viviendo con sus hermanas y sus padres (Michelle Williams y Paul Dano), que viven un matrimonio imperfecto. Un amigo del padre (Seth Rogen), bueno, tiene algo que ver con esa imperfección. Pero el filme, decíamos, demuestra amor por la familia y también por el cine. Spielberg es melancólico, compasivo e indulgente en Los Fabelman como no lo había sido en estas dimensiones nunca. En cuanto a los tintes autobiográficos, tiene más relación con lo que hizo Woody Allen en Días de radio que Fellini con Amarcord. Están allí, en la pantalla, la primera película que vio (El espectáculo más grande del mundo), sus primeros rodajes caseros y el encuentro en la Paramount con John Ford (impresionante cameo de David Lynch). Y también la música de John Williams, su amigo, con el que volverá a encontrarse en la próxima entrega del Oscar, a la que Los Fabelman llega con siete nominaciones. Lo dicho: es Hollywood amando a Hollywood.
Damien Chazelle ya nos había demostrado su amor por el cine, y por Hollywood en particular, en La La Land, la película que ganó seis Oscar, incluyendo uno para él como mejor director. En Babylon hay mucho menos romanticismo y melodrama, y hay orgías, excesos de todo tipo, vómitos, escatología, muertes sangrientas y suicidios. Ah, la protagonizan Brad Pitt y Margot Robbie. Es otra época, también, la que retrata Babylon, que es el paso del cine silente al sonoro. Los personajes son varios, pero el director de Whiplash decide centrarse en uno (Manny Torres, interpretado por Diego Calva), un mexicano joven que quiere encontrar su lugar en Hollywood. Y que entra por la puerta grande a la mansión de un magnate de la Meca del cine, donde habrá una fiesta orgiástica llevando él mismo un... elefante. Allí aparecerán los otros dos coprotagonistas. Jack Conrad (un Brad Pitt morocho, que vuelve a demostrar que la comedia le sienta muy bien cuando el guion le da pie a sus momentos más humorísticos), un actor que empieza a percibir su declive en la Metro Goldwyn Mayer. Y la otra es Nellie LaRoy, una aspirante a estrella adicta al juego. Y al alcohol. Y a las drogas. Es fácil entender cómo Manny se enamora en secreto de Nellie, así como hasta parece normal que Nellie le diga en la cara a Jack, como un elogio, que es “más cogible en persona”, delante de la pareja de Jack. Todo es demasiado Babylon es así: todo es demasiado, no diremos que sobra, pero sí que por momentos todo es exagerado, todo está pensado en gigante, como el ego de Chazelle, que seguramente habrá tenido un golpazo ante el fracaso de su nueva película en Norteamérica (recaudó 15 millones de dólares y costó 78 millones). Pero ya sabemos que una película no es mejor ni peor de acuerdo a la cantidad de gente que lleve o lo que recaude. Babylon dura 188 minutos -pueden levantarse e ir al baño cuando arrancan los créditos, porque no hay ninguna escena postcrédito, pero se perderán la música...-, que no se notan hasta que llega la última media hora. Allí, los finales son varios, y no todos son igual de atrapantes o atractivos. Chazelle vuelve a mostrar a la minoría desclasada o ninguneada, como en Whiplash y La La Land, con gente que vive y siente la música. Jovan Adepo es Sidney Palmer, un trompetista de jazz afroamericano, al que el éxito de Al Jolson con su rostro pintado de negro en El cantante de jazz, la primera película sonora, le puede jugar una mala jugada. Lo mismo sucede con Manny, quien niega su nacionalidad, por el antimexicanismo en los Estados Unidos, y prefiere mentir que es español. Hay muchísimos rostros conocidos, en papeles secundarios, como Toby Maguire y Max Minghella (El cuento de la criada), quien interpreta a Irving Thalberg, un ejecutivo real de Hollywood. Pero son los tres protagonistas los que llevan el peso de la historia, que tiene sorpresas. Cada uno, también, tiene su escena de lucimiento. La música es fundamental en la obra de Chazelle,quien se apoya, de nuevo y mucho, y lo bien que hace, en la banda sonora de Justin Hurwitz, que ganó el premio de la Academia por La La Land y lo acompañó en Whiplash y El primer hombre en la luna.
No es la primera ni será la última. Y ayer se supo que tras el éxito de M3GAN (costó US$ 12 millones, lleva recaudados 98) habrá una secuela a estrenar en 2025, con una muñeca con inteligencia artificial que es protagonista, dueña y señora de este filme de terror producido por James Wan (El conjuro) y la productora Blumhouse, especialista en películas de horror. Claro que M3GAN, el personaje, tiene similitudes con todos los muñecos maléficos que han pasado por el cine, incluida Annabelle, por supuesto, creación de Wan. Y el guion fue escrito por Akela Cooper, que trabajó con él en Maligno, sobre una historia del también director de El juego del miedo. Sin más vueltas, M3GAN es un prototipo de robot con IA, que debe su nombre a las iniciales en inglés de Model 3 Generative Android, y que no es una muñeca cualquiera. Tampoco puede pensársela como un juguete. No. M3GAN pasa a ser la aliada o, mejor, la guardiana protectora de Cody, una niña huérfana. Cody (Violet McGraw) sobrevivió al accidente automovilístico en plena tormenta de nieve en el que sus padres mueren, y es adoptada por su tía Gemma (Allison Williams, de ¡Huye! y Girls), que no es muy ducha en esto de criar niños. Ah, Gemma es la ingeniera de programación, que se especializó en robótica y creadora de M3GAN, que está en estado de prueba, solo hasta que el jefe de Gemma (Ronny Chieng) en Funki Toy vea de lo que es capaz de hacer la muñeca y decida que no hay que esperar más y salir a producir el juguete que cuesta 10.000 dólares. M3GAN es mejor que una mascota. Pero para poder desarrollar mejor sus habilidades, debe interactuar más con su dueña, aprender patrones de habla, conocer el porqué de su comportamiento emocional. Así se entera de sus aflicciones, y ante cualquier peligro, la defenderá. Se trate de un perro vecino, de un chico prepotente o de lo que sea. Cómo se hizo al personaje M3GAN, el “personaje”, es una combinación de animatronics, CGI y captura de movimientos de la actriz Amie Donald, y la voz de Jenna Davis. Es realmente impresionante lo que hoy puede realizarse en materia cinematográfica -y no digamos Hollywood, porque la película es en verdad una coproducción con Nueva Zelanda La película no solo es del género del terror, ya que hay bastantes apuntes satíricos, no solo a las corporaciones que buscan solamente el rédito económico a cualquier precio, a los riesgos de las nuevas tecnologías y hasta al mundo de los juguetes. Que M3GAN le cante Titanium a Cady como si se tratara de una canción de cuna es otro apunte humorístico. Mucho, también, le debe M3GAN al Frankenstein de Mary Shelley, al Terminator de James Cameron y claramente al RoboCop de Paul Verhoeven. Pero como cualquier chico rebelde, M3GAN será lo más desobediente que pueda y no conocerá de límites. Vayan al cine sabiéndolo.
El humor del Doctor Tangalanga, ese personaje de barba y bigotes falsos, con gorrita y anteojos, que hizo de las bromas telefónicas algo así como un mojón en la comicidad argentina, tiene una nueva aproximación en el cine. El Método Tangalanga, con Martín Piroyansky, no toma al personaje en su apogeo, sino que prefiere abordarlo en sus inicios, contando cómo surgió. Para aquellos que no sepan quién fue Tangalanga y en qué consistía su humor, Julio Victorio De Rissio tomaba un teléfono (de línea), discaba un número y cuando lo atendían demostraba interés en algo en particular, parecía una persona seria, pero poco a poco la charla -que se convertiría casi en un monólogo- derivaba en una joda telefónica. Tangalanga improvisaba y podía llegar hasta la escatología. Como decíamos, la película de Mateo Bendesky, director de Acá adentro y Los miembros de la familia, ubica sus acciones en una lejana Buenos Aires, por 1962. En vez de Julio, el personaje se llama Jorge y es un tipo sumamente tímido, que trabaja en una empresa que comercializa jabones. Tiene un entrañable amigo, Sixto (Alan Sabbagh), que es su compañero de trabajo, y tiene algunos problemas con su falta de resolución. Si algo no es Jorge es un tipo audaz. Por un lado, tiene pánico escénico y no puede hablar en público. Por eso mismo, acercarse a entablar una conversación con una mujer es otra tarea imposible. Pero cuando Sixto termina hospitalizado, a Jorge le toca ponerse al frente de una reunión con potenciales compradores de jabones. Por supuesto que todo sale pésimo. Y por esas casualidades de la vida, Jorge termina en una charla de un mentalista español (lo interpreta Silvio Soldán, otro de los hallazgos del casting de la película), quien logra lo impensado. A través de una suerte de hipnosis, con el tintineo de una copa Jorge se transforma en otro. Locuaz, impertinente, extrovertido. Y no va que, al ir a visitar a Sixto al sanatorio, se cruza con la recepcionista (Julieta Zylberberg), de quien queda completamente enamorado. Que Clara tenga un affaire con uno de los directores del lugar (Rafael Ferro) da pie para que las complicaciones se sumen en la vida del protagonista. Como si fuera Jekyll & Hyde Así es que Jorge se transforma en Tangalanga, como si fuera Jekyll & Hyde. Nadie sabe que quien hace esas bromas pesadas es él, lo que permite al filme desmarcarse por momentos de la comedia romántica y centrarse en la de equívocos y múltiples situaciones de enredo. El director, al centrarse en la década del '60, también apela a una estética que contrasta con el tipo de humor insolente, zafado, de Jorge /Tangalanga. El Método Tangalanga es una comedia de ésas que logran sacar carcajadas, en cuyo elenco también se destaca Luis Machín, como el jefe de la empresa de jabones.
Hay no una sino dos vertientes, o motivos por los que un potencial público va a acercarse a ver Agente Fortune: El gran engaño. Jason Statham, el actor de El transportador, el malvado de Rápidos y furiosos, la protagoniza. Y la dirige Guy Ritchie, un cineasta que sabe congeniar la narración fluida con la acción, los toques de comedia y los thrillers o filmes de espionaje. De todo eso está cargada Agente Fortune, con Statham como el agente especial Orson Fortune, un tipo que trabaja para el MI6 británico y que cobra un dineral para cada misión que le asignan. Que tiene claustrofobia, por lo que sus traslados son en jets privados, y pide botellas de vino de cosechas añejas y carísimas.