EL DIA DE LOS PATRIOTAS Es interesante observar como el cine norteamericano revisita sus tragedias mas recientes, bien éstas sean las Torres Gemelas, la masacre de Columbine o las más recientes a cargo de Peter Berg: el derrame petrolero de Deepwater Horizon (2010) o el atentado en la maratón de Boston (2013). Michael Moore (Farenheit 9/11), Gus Van Sant (Elefante), o Paul Greengrass (Vuelo 93), entre otros, desarrollaron – y probablemente el cine mainstream lo siga haciendo – sus visiones siempre con el foco palpable y empático en las inocentes víctimas, ya sea retratadas como héroes o afectados directos, pero siempre víctimas. Y esto probablemente se deba a que lo único rescatable de estas tragedias son precisamente los desinteresados que responden ante éstas. Sin embargo, esta mirada introspectiva del cine norteamericano sobre la sociedad que habita usualmente no distingue la delgada línea entre la solidaridad humana y la victimización de un gobierno que no se cansa de fabricar, en la realidad y la puesta en escena, enemigos por doquier para alcanzar objetivos económicos que largamente sobrepasan las aspiraciones del ciudadano promedio. Día del Atentado aborda los hechos ocurridos en la Maratón de Boston de abril del 2013, donde dos terroristas estadounidenses de origen checheno detonaron dos bombas caseras que dejaron un saldo de tres muertos y casi 300 heridos. La introducción nos presenta a Tommy Saunders (Mark Wahlberg), un sargento que a partir de una suspensión disciplinaria es asignado a cubrir el evento en cuestión. Una vez consumado el hecho – que es montado junto a imágenes reales del atentado – empieza la cuenta regresiva a la caza de los culpables. Aquí es donde la película de Berg encuentra su tono y donde mejor funciona, en ese raid intenso donde se entrecruzan tres vertientes: la investigacion del FBI con el agente especial DesLauriers (Kevin Bacon), el escape a New York para un segundo atentado de los hermanos Dzhokhar y Tamerlan Tsarnaev, y la travesía de Saunders en busca de los terroristas. A partir de aquí, Día del Atentado no baja el ritmo y se convierte en un thriller intenso gracias a la crudeza de la camara en mano, los registros de la vida real y el pulso narrativo que no abandona la apuesta en ningún momento. Esto le permite despegarse del marco dramático principal y prácticamente permitirle al nudo de la historia extrapolarse a una segunda película. Recién para el tramo final afloja previsiblemente el ritmo y no parece poder contener el discurso bienpensante que elogia ese espíritu nacionalista estadounidense tan identificable y en general recalcitrante, no tanto por su contenido sino por su ejecución. Uno de los mayores aciertos de las películas que tratan estos acontecimientos se dio en la Elefante (2003) de Van Sant, donde los hechos de Columbine eran retratados desde un lugar casi neutral, distante, sin juicios. Porque hechos como estos ahora y, en ese entonces, indefectiblemente hablan por sí solos.
A SANGRE FRÍA Hay ciertas propuestas o premisas en determinados géneros que de por sí plantean un interrogante que genera mas incertidumbres que sospechas. Y si bien usted pensará al leer esto que la naturaleza de un interrogante es precisamente ese, a veces el espectador bien anticipa con una precisión respetable a donde se dirigirán los destinos de una película. Por ejemplo, particularmente en el genero terrorífico, si tenemos una entidad acechadora de personas, probablemente sea un espíritu que la ha pasado mal en sus tiempos humanos o simplemente un demonio que es malo porque sí. La Morgue comienza con la policía investigando la escena de un múltiple asesinato en una casa de pueblo, allí parece que toda la familia fue liquidada a sangre fría sin el menor de los escrúpulos. Pero el interrogante se plantea cuando en el sotano de la misma, los forenses encuentran un cadaver (Ophelia Lovibond) que no es parte de la familia y parece estar allí hace mucho tiempo. ¿Fue secuestrada, asesinada y enterrada? Siguiendo el proceso, los cuerpos van a la morgue local donde el forense Tommas Tilden (Brian Cox), junto a su hijo estudiante de forense Austin (Emile Hirsch), debe examinarlos. Y a partir de aquí tenemos hechos sobrenaturales de todo tipo relacionados con el cuerpo de esta misteriosa chica, la Jane Doe (fulana) del título. Y los interrogantes no son menores y serán cada vez mas a medida que el cuerpo sea investigado. La Morgue juega constantemente con recursos que potencian la propuesta inicial: el fuera de campo, la otredad latente – mas allá de tener un cuerpo físico objeto de la investigacion enfrente – y el suspenso de la incertidumbre. Y todo esto lo ejecuta en solo dos o tres escenarios. La película de André Øvredal, creador de otro joyita del found footage como fue Trollhunter (Trolljegeren, 2010), es una de terror no solamente sólida sino orginal en una propuesta que, lejos de ser una obra maestra, invita a esconderse en el sillón a fuerza de mucho ingenio y poca sangre.
EL HOMBRE DUPLICADO A pesar de un comienzo interesante desde la puesta en escena, con un travelling inicial y cierto aire setentoso claramente deudor de la saga El Conjuro y La Noche del Demonio (James Wan), el cuarto largometraje de Stacy Title se desdibuja rápidamente al caer en lugares que el cine de terror ha visitado hasta el hartazgo: adolescentes y maldiciones que pasan de generación en generación. Mas allá de que aquí la premisa revista cierta originalidad – lo cual es muchísimo decir no solo en el cine de terror, sino en el cine posmoderno -, los aciertos de Nunca Digas Su Nombre se ven rápidamente opacados por la clara falta de pericia actoral de Douglas Smith (Elliot), Cressida Bonas (Sasha) y Lucien Laviscount (John), porción en la que se apoya la mayor parte de la película. Incluso teniendo actores en el elenco que pueden garantizar otro resultado en el registro dramático y en la ejecución de los sosos diálogos, elige dejarlos en el limbo de los papeles secundarios, y entonces vagan sin pena ni gloria Carrie-Anne Moss, Faye Dunaway y Leigh Whannell (de la saga de La Noche del Demonio). Basada en el capitulo El Puente hacia la Isla Cadaver – del libro El Vampiro del Presidente (2011) -, Nunca Digas Su Nombre cuenta la historia de un trio de estudiantes universitarios que se mudan a una casa fuera del campus, y descubren una maldición latente que empieza a manipularlos mentalmente para enfrentarse los unos a los otros. Elliot encontrará la raíz del problema varias décadas en el pasado y descubrirá qué o quien esta detrás de esta maldición. Candyman (1992), Pesadilla en Elm Street (1984) y el subgénero de mitos urbanos son solo algunas de las influencias de las que Nunca Digas Su Nombre intenta beber pero nunca llega a hacerlo con fluidez ni efectividad. Eso termina por jugarle en contra al no incorporar integralmente ideas ajenas ni construir con éstas una identidad propia. Los mínimos aciertos en momentos puntuales (el comienzo y cierta construcción de algunos climas), sumados a la fallida incorporación de elementos y referencias, hacen de la película de Title una obra ajena a sí misma, alienada de una personalidad propia que tenga algo que decir. No solamente nunca encuentra el tono ni el ritmo sino que, lo que es aún peor, nunca parece intentarlo.
RÁPIDO Y FURIOSO Patrulla Motorizada fue un serial protagonizado por Erik Estrada y Larry Wilcox que formó parte de la década en la que la ley empezaba a coquetear con la cultura de las drogas (como ocurrió en otras series como Shaft o Starsky & Hutch). Creada por Rick Rosner y Paul Playdon, fue emitida por NBC desde septiembre del ’77 hasta mayo del ’83. Hoy en día, Dax Shepard produjo, escribió y dirigió esta reversión de la serie que no solo tiene pocas conexiones con la original sino que poco innova en el abordaje de la misma. En su corta carrera en la dirección, con Patrulla Motorizada Recargada (una tragedia cacofónica), Shepard sigue la tradición fierrera de sus predecesoras Hit and Run (2012) y Brother’s Justice (2010), y aquí interpreta a Jon Baker, un ex motociclista profesional que ha conocido la gloria y ahora se encuentra en una crisis matrimonial. En un intento desesperado por recuperar a su esposa Karen (Kristen Bell, su esposa en la vida real), entra a la Patrulla Motorizada de California (CHP). Al ser emparejado con Frank Poncherello (un Michael Peña que parece empezar a encontrar su registro), Baker se une a la cruzada de éste, en la intención de desenmascarar una banda de policías que asalta blindados. Ya desde el comienzo, las intenciones de la película son claras: una buddie movie de policías, repleta de chistes básicos y sexistas que solo encuentra el rumbo en alguna secuencia de acción cuya estilización y fluidez, de alguna manera, alivian el tedio facilista del resto del metraje. Y el problema no es el gag sexual o dialéctico per se, porque hay un subgénero del humor que bien ha sabido sacarle provecho a esto (Sascha Baron Cohen), sino que Shepard hace todo lo que está cinematográficamente a su alcance para que sepamos lo que quiere decir. En una de sus inolvidables noches, en La Venganza Será Terrible, Dolina ensayaba – en sus palabras, hilarante – que su película contendría aclaraciones explícitas constantes de él mismo, mirando a cámara, explicando lo que quiso decir en tal o cual escena. Shepard claramente no llega a hacer lo mismo, pero sus primeros planos y los planos detalle enmarcan y explicitan el chiste hasta el absurdo, y se trata de una clara subestimación del espectador y del uso de la narrativa básica. Si bien hay un correcto desarrollo de las secuencias físicas y de la relación de Baker y Poncherello (en su progresión, no en la química cómica – el carisma de Sheppard es nulo -), Patrulla Motorizada Recargada es una película totalmente fallida que solo toma el nombre de aquella serie original para poner en pantalla mucho de lo peor de la comedia norteamericana: machismo, fisicidad y sexismo.
Ángeles y demonios El cine asiático ha sabido canalizar todo lo referente a sus mitos y leyendas relacionados al terror; aquellos relatos orales y escritos que circulaban de generación en generación, han sido plasmados en la pantalla grande con resultados al menos interesantes. Tal es así que este subgénero ha sido fuente de constante revisión desde aquellas mentes brillantes de Hollywood que ven aquí una manera de reciclar (o “occidentalizar”) personajes e historias, pero no así las formas. Es evidente que el fordismo del terror solo ha sabido sacar en las ultimas décadas producciones menos que mediocres, salvo algunos productos de James Wan, y ejemplos especificos como Te Sigue (David Robert Mitchell, 2014), Exterminio (Danny Boyle, 2002), La Cabaña del Terror (Drew Goddard, 2012) y las nombradas mas abajo. De esta manera, gran parte de las sagas estadounidenses del género como La Llamada o El Grito, sólo por nombrar algunas remakes (enumerarlas requeriría otra nota entera), tienen su original en tierras orientales. Jong-Goo, sargento un tanto torpe y descuidado, comienza a cubrir una serie de asesinatos en su pueblo. Las características lo inducen a sospechar de una enfermedad epidémica que empieza a expandirse por el pueblo, por lo que la situación termina afectando a su hija Hyo-Jin (Kim Hwan-hee con una excelente actuación), mientras que él es obligado a resolver una trama que se torna compleja a medida que se acumulan las muertes. En Presencia del Diablo puede ser dividida en tres partes claramente identificables, y en el contraste de la primera con las últimas dos, se da la clave de la fuerza de la pelicula. El primer tercio nos introduce a Jong-Goo, el policía que se ve sobrepasado no sólo por la oleada criminal sino por su propia vida. Y aquí es donde En Presencia del Diablo tiene su pasaje mas llamativo: en el retrato de la personalidad del policía, mas cercana al slapstick que al de un hombre común y corriente que se ve desbordado por situaciones que no comprende del todo -¿o no es así como comienzan los mitos-. Sin embargo, a medida que se va desarrollando el nudo del argumento, en la segunda etapa podemos ver como el tono de la pelicula va cambiando lentamente hacia un terror folklórico, de amenazas terrenales y cercanas, clave en la empatía con el espectador. Y es en esa cercanía del horror palpable y cercano que En Presencia del Diablo empieza a ganarnos. Esto se debe a que el film es sumamente distinto a la grandilocuencia de terror al que nos tiene acostumbrados el cine occidental contemporáneo: el monstruo del infierno que despierta despues de milenios a reclamar la Tierra o la entidad demoniaca omnipresente y omnipotente con asuntos pendientes en el plano de los vivos, que no sólo son caprichosamente inverosimiles (mas allá del contrato de entendimiento que como espectadores tenemos con la fantasía), sino que son exhaustivamente ilógicas -el personaje fantastico puede hacer virtualmente lo que quiera en función, o al salvataje, del argumento-. Sin embargo, existen honrosas excepciones como la reciente La Bruja (Robert Eggers, 2016) o la australiana-canadiense The Babadook (Jennifer Kent, 2014). El último tercio de En Presencia del Diablo, es un tour de force violento y emotivo, una aventura lúdica, un juego de descubrimientos y propuestas ambigüas cuyo pulso narrativo hace que las más de dos horas y media de pelicula nos agarre del cuello, nos mire a los ojos y nos susurre al oído que la acompañemos al infierno. Y como Jong-Goo, sin saber por qué, lo hacemos desesperadamente.
Ya en Margaret (2011) y Cuenta Conmigo (2011), Kenneth Lonergan ya había visitado las temáticas que aborda en Manchester Junto al Mar: las tragedias y su influencia en los más cercanos, la vuelta al pueblo natal y la posterior reconexión con el pasado. La actual nominada al Oscar cuenta un pasaje en la vida de Lee Chandler (Casey Affleck), un empleado de mantenimiento de un complejo de edificios que debe retornar a la ciudad donde creció para cuidar de su sobrino Patrick, luego de la muerte de su hermano. Hay varios elementos narrativos que no solo confluyen entre sí alternadamente en Manchester Junto al Mar, sino que se complementan los unos a los otros y logran conformar un producto que nunca cruza la linea hacia el drama lacrímogeno, buscador del golpe bajo y la lágrima fácil (Lonergan, autor del guión, pone al protagonista ante toda adversidad posible). Se presume como un autentico retrato de un hombre y sus circunstancias con un verosímil tratamiento de éstas. Aparte del recurso fotográfico en aquellos planos de la naturaleza del pueblo de Manchester (los barcos, los arboles, la impavidad del entorno) que hace referencia a la melancolía mas desgarradora, especialmente por su tristeza, ahí también se hace innegable un cierto aire indie, introspectivo y constructor de climas que muestra las relaciones humanas ante la adversidad. Sin embargo, el costumbrismo en la tragedia no son golpes bajos constantes y eso Lonergan lo entendió a la perfección. Es por esto que se tornan fundamentales aquellos dialogos minimos y tragicomicos que encarnan Lee y Patrick (soberbia actuación de Lucas Hedges), no tanto por lo ingeniosos, sino al descomprimir la solemnidad innata de la propuesta principal. El último elemento radica en el montaje de los flashbacks, de aquellas escenas del pasado que influyen directamente en el presente y explican el porqué de la actitud de Lee Chandler. Esas imágenes funcionan a la perfección en su intención de contrastar ambas épocas y en la construcción de la lúgubre y sombría personalidad del personaje. Es precisamente en esta sinergia de elementos que Manchester Junto al Mar sale victoriosa y se convierte en una película que, incluso en su tragedia, es agradable y empática.
EL CLUB DE LA PELEA No es casualidad que las películas de acción más destacadas de los últimos años tengan un tratamiento del plano en movimiento que descansa en los extremos. Por un lado, tenemos a la saga Bourne de Lyman (Identidad Desconocida, 2002) y Greengrass (La Supremacia Bourne, 2004 y Bourne: Ultimatum, 2007) que, especialmente con este último, poseía un retrato frenético y descontrolado de la coreografía de acción, la cual transmitía una sensación de proximidad y nervio pocas veces visto. Del otro lado, tenemos a la franquicia que nos ocupa hoy. Con (la primera) John Wick, Stahelski planteó las tomas con la cámara fija y el plano entero que permitía apreciar la pericia y el detalle de la acción, factor que capturó la atención de más de uno. Más allá de de las preferencias personales, ambos estilos apuestan por objetivos diferentes pero llegaban al mismo punto. Lo atractivo de la primera entrega radicaba en el hecho de ir directo al grano, sacando las escenas de acción. Era acción pura que no perdía tiempo en introducciones ni desarrollos narrativos considerables. Para John Wick 2: Un Nuevo Dia para Matar, la cosa no difiere demasiado: el mítico asesino es llamado para hacer honor a una deuda que tenía con un ex-colega, desde sus tiempos activos, y es cuando se rehúsa que comienza el problema y se pone precio a su cabeza. Desde el vamos, John Wick pierde un poco su fuerza y comparte el mismo inconveniente que la saga Bourne. Con (la perezosamente llamada) Bourne, la última del 2016, vemos exactamente lo mismo que habíamos apreciado en la trilogía original: el ex-agente corriendo por toda Europa, la trama de espías exprimida hasta el sin sentido y el mismo tipo de escenas de acción. Y Stahelski no piensa diferente. Es en la repetición cuasi idéntica de la formula que ambas películas pasan a ser una copia de si mismas, arruinando la novedad que alguna vez fueron, edulcorando el resultado global. Sin embargo, Keanu Reeves y la película entregan lo que le piden: cráneos destrozados con una pasmosa precisión, coreografías desplegadas con una destacable intensidad (considerando los limites físicos de Reeves), una narrativa precisa que no se excede ni tropieza en ningún momento (pero tampoco regala nada), y una subtrama de personajes creíbles que, sobre todo, no caen en la representación grosera y grotesca que inundó el principio del nuevo milenio. John Wick sigue siendo entretenimiento puro y del mejor. Pero esta película ya la vimos. por Pablo S. Pons
LA GUERRA DE LOS SEXOS Es admirable como ciertos relatos cobran mayor o menor fuerza, o significación, a partir de los tiempos en los que son contados sólo por la temática que abordan. La Chica del Tren, como libro y película, no es la excepción, no solo por aquello último sino por el enfasis en ciertos comportamientos que, de nuevo, a partir de problemáticas de género contemporáneas se hacen muchisímo mas empáticas en su recibimiento. Con 11 millones de copias vendidas, el libro en el que se basa la pelicula de Tate Taylor relata los pormenores de la vida de Rachel (Emily Blunt) a partir de un divorcio conflictivo con terceras en discordia y planes de vida frustrados. Las introducciones iniciales, de conflicto y de personajes, harán deducir que Rachel no sólo aún no pudo superar la separación con Tom (Justin Theroux), sino también al hecho de que él haya rehecho su vida, y ahora tenga una hija con la que alguna vez fue la amante (Rebecca Ferguson) de su ex-esposo. Así Tate nos presenta un mundo de mujeres fallidas y sometidas, ya sea por addiciones y obsesiones, o por el mero hecho de hacer caso omiso ante determinadas situaciones de pareja (que no contaremos aquí). mv5bytawndvhyzatnzeyos00yjblltg0zgitmgmyztyxmdkwyjg0xkeyxkfqcgdeqxvyndkxmtgyotu-_v1_sx1273_cr001273999_al_ Pero a medida que se suceden los flashbacks, Tate va sacando los velos de sus personajes y, como en todo thriller dramático, nadie es quien aparenta ser. Los giros argumentales y los descubrimientos que haremos acerca de quien es quien se darán en la linea narrativa de lo que Gaspar Noé (Irreversible) llama “contra natura”. O sea, un manera de contar los hechos, heredera estricta del cine moderno, no cronológica. En esta sucesión de revelaciones retroactivas, La Chica del Tren comete su peor torpeza: como el David Fincher mas recalcitrante, el giro argumental se convierte en un fin, tal vez predecible, dejando al resto de la trama y todo ese camino recorrido de sospechas infundadas y guiños no confirmados, en meramente un juego. La Chica del Tren presenta presenta personajes oscuros, multiples sospechosos y una subtrama que intenta decir algo sobre los papeles de la mujer en la sociedad y la violencia de género. Sin embargo, Tate elige lo lúdico sobre la critica social, y es en esa apuesta donde en vez de patear el tablero, La Chica del Tren pierde el juego.
OFENSAS PARA TODOS Y TODAS Es llamativa la contuinidad y fluidez que ha tenido la carrera de Seth Roger desde su debut en Freaks and Geeks (con Jason Segel y James Franco) allá por 1999. Especialmente por el hecho de que nunca se ha consolidado como un estandarte de la llamada Nueva Comedia Americana, aquella generación que tenía el mitico Saturday Night Live como semillero casi absoluto. Sin embargo, el canadiense se las ha arreglado para mantenerse en las primeras planas a fuerza de un tipo de comedia que elogiaba la adolescencia eterna, el sexo y las drogas blandas. Y si no estan empapados del estilo de Rogen miren el descontrol, en varios sentidos y razones, de This is the End, Pineapple Express y The Interview. De esta manera, Rogen ha llegado a un punto en su carrera donde tiene una libertad mas sustentada en lo economico que en lo prolifico, lo cual le permite dar rienda suelta a sus mas delirantes fantasías. Y es en este momento donde su nuevo delirio se llama La Fiesta de las Salchichas. Frank (Rogen) es una salchicha que convive con otras en un paquete en el estante de un supermercado, su solo objetivo consiste en ser elegido por los “dioses” (humanos) para ir al “mas allá” (afuera del lugar) y tiene la intención de hacerlo con su novia, la pan para salchicha de Brenda (Kristen Wiig). Lo que no sabe Frank, ni ninguno de los productos del supermercado, es que los dioses los quieren para su consumo. De esta manera, La Fiesta de las Salchichas nos introduce en una gran metáfora, y lo de “gran” hace referencia al tamaño, no a la profundidad. Greg Tiernan y Conrad Vernon abordan con una total irreverencia, desparpajo y literalidad los chistes que son los ya conocidos para aquellos introducidos en la factoría Rogen & Cia.: lineales, groseros y totalmente explicitos. Todos aquellos chistes que Rogen insinuó con la limitación del action-live, aqui los hace visibles gracias a la animación, y eso no es una buena noticia simplemente porque es lo único que la pelicula tiene para decir. Aquí los chistes son un fin y no un medio. Todos los actos (incluso el final) dirigen su narración hacia gags con resultados superfluos, que raramente hacen reír principalmente porque se ve venir el remate. Y su mayor error se da en el camino que precede ese desenlace, donde amaga con abordar temáticas como el conflicto de Oriente Medio, los americanos nativos, la religión, el ateísmo y el control de masas, pero simplemente elige hacer chistes sobre el obvio paralelismo fálico-vaginal de una salchica y un pan de pancho. Tiernan y Vernon construyen una película dirigida a un público muy especifico en una propuesta que, precisamente por esto, va a matar o morir en su recibimiento. Y es por esto que Rogen se empieza a parecer mas a Adam Sandler que a Trey Parker y Matt Stone (South Park), un tipo con un humor de corte inmaduro que hace películas con sus amigos para gente como él y sus amigos. Y como era de esperar, el resto se queda afuera.
SUEÑO AMERICANO Despues de dos años furiosos en el cual editó sus documentales mas explosivos (Bowling for Columbine, 2002; y Fahrenheit 9/11, 2004), la carrera de Michael Moore parece haber entrado en su etapa mas pensante a partir de lo que fue Sicko (2007), su repaso por la politica de salud de los Estados Unidos. ¿Qué Invadimos Ahora? retoma un poco el espiritu de aquella y replantea no solo la visión unívoca de la cosas de los estadounidenses (como Estado) sino que tambien lo hace con su propio estilo. El noveno documental del oriundo de Flint, Michigan, es en el sentido formal y fisico el menos radical y más pasivo de su filmografía. Lo cual no lo hace peor, sino que lo hace abordar otro costado menos explorado de su narrativa dialectica y de montaje. El recorrido por distintos países europeos en sociedades de ensueño donde la vida “es mejor” supone la invasión del título por parte de Estados Unidos. En este viaje, Moore visita fabricas, escuelas, universidades y prisiones con el fin de “robar” ideas para su país natal. Aparte de la obvia ironía, la intención de Moore no es crear un testimonio ineludible de lo perfectos que son los europeos, sino lo mal planteado que está su país. Aquí la consciencia de lo poco sostenible que es el planteo de que Europa es perfecta y Estados Unidos no, es total. Es por esto que el retrato de aquellos aciertos es muy especifico: cultura laboral francesa, italiana y alemana, educacion primaria francesa y finlandesa, carceles noruegas, etc. Como obras mas urgentes, Bowling for Columbine y Fahrenheit 9/11 contenían ese nervio a flor de piel de la tragedia inmediata que contrastaba los testimonios de las victimas con los de los victimarios buscando el efecto de la concientización sobre problematicas que usualmente terminan convirtiendose en solo numeros. Con ¿Qué Invadimos Ahora?, Moore logra su obra más reflexiva, y menos visceral. Porque aquí pretende pensar el estilo de vida estadounidense, el american way of life, no sobre un hecho especifico. Porque pone de manifiesto que la versión americana no solo no es única sino que esta muy lejos de ser la mejor.