Festejan hasta en el cine volver a ser A "Esos colores que llevás/ son parte de la enfermedad/ de la que nunca me voy a curar", el cántico de la tribuna se hace contraseña inmediata de los simpatizantes de River Plate en este documental dedicado a exaltar el mayor acto de fe y cariño que tuvo la hinchada en el 2012, "cuando estábamos en la otra categoría", según dice un fanático, sin nombrarla. Ese acto fue la construcción colectiva de la bandera más larga posible, y su extensión y traslado desde Libertador y Tagle, donde estuvo el primer estadio, hasta Núñez, donde está el Monumental: 7.829 metros rojiblancos (la mitad cosidos por el Movimiento Corazón Millonario, de Zárate), decenas de voluntarios en casas y talleres, 2.500 kilos de peso registrados al envolverla y subirla a un camión, cerca de 120.000 personas llegadas de todas partes para llevarla desplegada a lo largo de varios kilómetros, el pasado 8 de octubre. A lo que se suman 4 toneladas de alimentos no perecederos donadas por los simpatizantes como parte de la fiesta, y unos 12.000 espectadores de esta película en las dos funciones de premiere que hubo en el Luna Park en abril último. Más difícil de calcular será la cantidad de gente que ya está comprando el dvd a los manteros. La película que hoy se estrena formalmente en los Espacios Incaa de San Telmo y La Banda, y se expande la semana próxima a otras salas de todo el país, es inversamente breve, mantenidamente ágil, y está sucesivamente contada por organizadores, costureros, transportistas, el escribano que se tomó largas horas para medirla, el cura que la bendijo y contó las donaciones (también él, hincha del club), y por varios jugadores bienamados como Orteguita, Francescoli, Amadeo Carrizo, Beto Alonso, Goycochea y Almeyda. Le faltan mayores planos de la culminación dentro del Monumental, algo que también faltó en los noticieros de aquel día. Graciosa curiosidad, entre los bonus del dvd hay un grupo de judíos argentinos poniendo papelitos de esperanza para volver a primera en el famoso Muro de Jerusalén. Autor, Federico Peretti, el de "El otro fútbol", sobre clubes de la B, la C y el resto del abecedario a lo largo del país, desde Ushuaia para arriba.
Gol olímpico de Campanella Juan José Campanella lo hizo de nuevo. Humor, emoción, leve nostalgia, identificación y reflexión, cultura popular y labor ejemplar, y el lucimiento de todos los participantes, incluso los actores aunque en esta ocasión no los veamos. También de nuevo hizo el triple salto mortal, se la jugó, y salió bien. Nunca había hecho un dibujo animado. Supo rodearse de los mejores, aprendió, proveyó a que los mejores crearan escuela, formó un ejército de animadores, les inculcó su espíritu, hizo que todos se tomaran su tiempo, y el resultado es una joya original de alto nivel técnico y gran nivel de entretenimiento. Nunca había partido de una idea tan apretada. El cuento en que se inspira, "Memorias de un wing izquierdo", de Roberto Fontanarrosa, tiene apenas cinco páginas, y recién en la tercera percibimos que es un wing de metegol. Pero con las promociones eso ya lo saben hasta los que nunca leyeron el cuento. Se perdió el factor sorpresa. ¿De veras? Maestro, su adaptación nos revela otras capas, reverbera en la canchita de metal el eco de otras historias, sentimientos, nostalgias, complicidades, jergas, anhelos y secretos, de esos que solo pueden ser dichos cuando el otro está en condiciones de entenderlos. La verdad, a Fontanarrosa le hubiera gustado muchísimo este dibujo. Y además, tal como está, va a gustarle también a quienes ni sepan qué es un wing, y odien el fútbol (hay gente así). Por último, Campanella nunca había reelaborado tan clara y a la vez tan disimuladamente una moraleja. Pequeña clave: ¿dónde habíamos visto a un tal Amadeo limpiando los muñequitos de un metegol? Si, señor, de nuevo pero de muy distinta forma nos dice algo que nos toca de cerca, nos plantea el desafío vital de una competencia desigual, y, cuando parece que el partido culminará de modo previsible, resuelve las cosas por donde menos imaginamos, y encima nos deja un buen sabor de boca. En la cancha, Eduardo Sacheri, principal coguionista, Federico Radero y Jorge Pablos, directores de animación, Mariano Epelbaum y Nelson Noel Luty, directores de arte, el prócer Félix Monti, de fotografía, Emilio Kauderer, música (con aportes de Strauss, Wagner y Morricone para algunos guiños, y la London Symphonic Orchestra para mejor disfrute), Jorge Estrada Mora, Gastón Gorali y Axel Kuschevatzky a la cabeza de los productores, y, con sus mejores voces y expresiones futboleras, David Masajnik, Diego Ramos, Lucía Maciel, Pablo Rago, Fabián Gianola, Coco Sily, Miguel Ángel Rodríguez, Horacio Fontova, este último en lo que él mismo ha definido como una mezcla de Walt Withman, Carlos Castaneda y José Narovsky con camiseta de Aldosivi. Un regocijo.
El cine francés de regreso en la cocina Desde "¿La pata o la pechuga?" y "Un loco lindo en el gran restaurante", ambas con el desaforado y memorable Louis de Funes, y tangencialmente "El restaurante", de Pierre Salvadori con Daniel Auteuil (2003), que los franceses no habían hecho otra comedia sobre una de sus artes más prestigiosas: la culinaria. Hasta que llegó ésta, que no pretende ser cómica pero provoca la sonrisa de principio a fin. El título original, debe aclararse, es "Comme un chef". Parece, tiene las características y el espíritu, pero todavía es "como un chef". Para serlo de veras, falta que lo descubran y lo contraten, nada más. El tipo es un aficionado talentoso, entusiasta, trabajador, y sigue a pie juntillas las enseñanzas de un cocinero famoso, al que admira hasta el fanatismo. ¡Qué no daría por cocinar a su lado! Y ocurre el milagro: el mayor chef de Paris con el mayor fana que podría tocarle en su vida. Pero es tan fana que, puestos a cortar y hervir el puchero, no le permite al maestro la menor innovación, el mínimo desvío, se ofende, parece la loca de "Misery". Para colmo, el otro necesita innovar. Se lo exige el grupo financiero que controla su restaurant. El yuppie conductor del grupo, un flaco mala leche, ya tiene planeado hacerle perder categoría, echarlo y reemplazarlo por un cocinero modernoso. Como si esto fuera poco, la hija del chef también tiene sus reclamos. Otro tanto, la mujer del aspirante a chef, que para colmo está embarazada y se cansa de verlo tan obcecado y purista que ningún restaurante lo toma. Así se desarrolla un suspenso doble, por el embarazo a término y el serrucho que amenaza a nuestros héroes. Habrá que ver cuál de ellos triunfa, y de qué modo, qué afectos se rompen o mejoran, y qué escuela de cocina se impone: si la tradicional, o la tan mentada molecular, que viene de afuera. Buenísimas, todas las escenas que se rien de este asunto. Y además, original y fresco el diseño de títulos, interesante el planteo sobre los distintos estadios de creación, rutina y renovación en la carrera de un chef, gozosos los resultados, graciosos los comediantes, lindas las mujeres, tremendamente apetecibles las comidas. Y toda la trama tan simpática, que al final enternece.
Cálidas memorias de una “cirquera” Es probable que el espectador medio cuarentón salga del cine evocando sus propios recuerdos de niño fascinado por algún circo. Pero acá en pantalla, quienes recuerdan con igual cariño no estuvieron sentados en las gradas, sino en el centro de la pista, los que se lucían, recibían los aplausos, y al otro día barrían la pista o iban a la escuela. En efecto, uno de ellos repasa sus cuadernos y se admira: dos días en la escuela de un pueblo, dos en la del siguiente, y así fue haciendo la primaria por los caminos. La casa era un carromato, el álbum de fotos lo muestra sentadito muy tranquilo entre los leones, a la noche los tíos le hacían vivir la emoción de hamacarse a cinco metros del suelo. Ese es el hermano mayor de la conductora de esta historia. Todo empezó cuando ella, Diana Rutkus, se puso a hacer memoria. Su temprana infancia no fue como la de otras niñas. No cualquiera tiene un padre domador y baterista, una madre equilibrista y trapecista, ni creció en el circo Rivero, derivado del histórico Flor América. Hasta que en 1969 los mayores decidieron vender la carpa y hacerse sedentarios, no por gusto ni cansancio sino por razones económicas. Admirable, muy simpática, la madre que todavía se cuelga de la barra y saluda a cámara, y muy lindo el reencuentro con "la casa natal" arrumbada en el fondo de la casita de material, en un rincón de Los Plátanos, todo vergel donde cantan las aves y otros viejos cirqueros se acercan con anécdotas y sonrisas. Así, juguetona y evocativa, es esta película, que también da espacio a un circo actual, con una familia (en especial una estrella adolescente) que hoy está viviendo lo que aquellos vivieron. Pero esto es solo una parte. Antes hubo diez años de búsqueda y recopilación de fotos, afiches, programas, ropas, rollitos de Super8, visitas a viejos artistas, incluso una exposición de ese material en Berazategui, San Miguel y Buenos Aires en el 2009, el blog Familias de Circo, y el respaldo de la gran especialista Beatriz Seibel. Ahora, codirigida por el documentalista Andrés Habegger, "Cirquera" culmina la historia. Que empezó en tiempos de la Confederación, 1860, cuando el tatarabuelo levantó la carpa del Flor América en estas pampas. No cualquiera.
Mucha tiniebla y casi nada de luz Quizá lo mejor de esta larga y antojadiza película mexicana sea su primera escena, con una niñita rubia corriendo entre asustada y feliz por el campo abierto, muy cerca de los animales, enormes para ella, frente a las sierras oscuras y bajo un cielo cada vez más encapotado, que amenaza tormenta. Cualquier cosa terrible puede pasar después de semejante prólogo, y efectivamente después pasa cualquier cosa, pero esa primera escena es antológica. Aplausos por ella para el director de fotografía Alexis Zabe, joven que ya se ha lucido en videoclips, publicidades, y largos de Fernando Eimbcke, Alberto Davidoff, Harmony Korine y Carlos Reygadas, con quien trabajó en el corto "Este es mi reino", "Serenghetti" (raro paréntesis deportivo en la trayectoria de Reygadas) y, por supuesto, en "Luz silenciosa", donde logró imágenes notables gracias al inteligente uso de unos lentes viejos. Acá también consigue imágenes notables, pero por otra razón: el inusual diseño de encuadres biselados, como de espejo antiguo, que llama la atención, contribuye a poner en clima, pero también distrae y cansa un poco la vista. Para peor, la historia también cansa un poco, precisamente porque casi no existe. Lo que vemos es una sucesión de largas escenas a veces irreales, con malhumores y maltratos físicos y verbales de diversa especie, descargados sobre un animalito, parientes, empleados, vecinos pobres, etcétera. La cosa, mayormente, sucede en un lugar serrano adonde el protagonista, un neurótico egoísta, se mudó con su familia. Y todo irá confluyendo hacia el desafortunado encuentro de dicho sujeto con dos apacibles (pero no zonzos) ex alcohólicos en situación de robo. En el medio hay un larguísimo capítulo en un enorme baño turco de rincones literarios y concurrencia mixta y nudista, donde el personaje de marras entrega a su mujer, que en verdad se deja entregar sin quejas para uso público inmediato y en tiempo real, vaya a saberse a título de qué terapia de pareja. Tampoco se sabe a título de qué va todo esto, pero, a juzgar por el final, se supone que el autor ha hecho otra de sus "historias de redención", ya que, de pura casualidad, los apacibles logran que el neurótico se calme un poco. Ve la luz, como anticipaba el título en latín, o como exclamaba Jorge Guinzburg. Gustará, a amantes de la fotografía, obedientes cinéfilos a la orden de los gustos de moda, curiosos del swingerío más chocante, y traductores del mexicano más cerril captado con sonido directo.
Sobre las diversas formas de evocación Parece que cada país elabora su forma de recuerdo. Desde 2008, en el frente de los colegios parisienses, unas placas negras dicen, por ejemplo, "A la memoria de los alumnos de esta escuela, deportados de 1942 a 1944 porque nacieron judíos, víctimas inocentes de la barbarie nazi y del regimen de Vichy. Más de 300 infantes de este barrio fueron exterminados en los campos de muerte. Nunca los olvidemos". Con placas blancas se evoca a los mártires de la Liberación: el lugar de Gare du Nord donde los alemanes fusilaron a ocho ferroviarios como represalia por un atentado, el de la Opera donde un improvisado teniente de 21 años defendió una esquina hasta la muerte, etcétera. En Toledo, camino al Museo del Ejército, podía recordarse el emotivo diálogo de despedida entre el coronel Moscardó, defensor del Alcázar, y su hijo condenado a muerte por los sitiadores, hasta que en 2010 la Ley de Memoria Histórica estableció el retiro de toda placa de homenaje a los héroes del franquismo. Tampoco hay, todavía, placas en memoria de sus víctimas. Ni en calles, ni en fosas comunes, nada. Un modo raro de ejercer la memoria. Francesas, españolas, esas placas fueron puestas por sus respectivos gobiernos. Aquí, en cambio, han comenzado a florecer baldosas ajenas a cualquier gobierno. Eso es algo interesante. Dedicadas a las víctimas de la represión entre 1974-83, son fabricadas por los familiares, compañeros y amigos de cada homenajeado, y se colocan en la vereda de sus casas, o por donde caminaban en el momento de su desaparición. Responden, eso si, a un texto común, donde se habla de "militantes populares", sin agregar grupo de pertenencia. Interesante, también, que sean coloridas, y que sean baldosas. Una expresión de vida, y una justa ubicación para tantos argentinos que caminan mirando el suelo. Carmen Guarini ("Jaime de Nevares, último viaje") acerca hasta nosotros a los impulsores de la idea (Barrios por la Memoria), algún grupo que está fabricando el homenaje a un ser querido, estudiantes extranjeros que toman esas baldosas como tema de investigación, se involucran con sus historias y/o sacan disímiles conclusiones, gente que pasa, vecinos que a veces se dan por enterados y otras, las menos, se dan por ofendidos. Será tal vez por eso que las placas no se ponen en las paredes. En resumen, un documental de tema nuestro y actual, que informa y de paso proporciona buenas reflexiones sobre las diversas formas de evocar el pasado y elaborar recuerdos, aunque algunos los pisen con indiferencia. Empresa productora, El Desencanto.
Una feliz vuelta de tuerca de Subiela a sus temas favoritos Tres estudiantes de cine descubren en el Hospital Borda un director que se volvió loco. O un loco que dice haber sido director. Y que se llama o hace llamar Rémoro Barroso. Viejo, de chambergo, barba larga y desaliñada, habla tranquilo, controlando el tiempo y la expectativa de sus oyentes. Estos lo entrevistan, lo toman como objeto de un documental, lo sacan a pasear, le dan una mini-dv para que filme a gusto, sospechan de él, buscan sus datos por diversos lados, lo escuchan entre complacidos y perplejos. El hombre les regala extrañas, a veces agudas reflexiones sobre el oficio, la vida y la ilusión. Algunas saltan como brillantes greguerías a lo Gómez de la Serna, otras son salidas humorísticas de sana picardía, también las hay que dejan pensando. Aparece por ahí una pista, datos de un director físicamente parecido, con otro nombre, que hace tiempo gozó su cuarto de hora y sufrió una situación nunca aclarada. ¿Será la misma persona? ¿Lo fue alguna vez? El viejo es interpretado por un poeta, maestro, titiritero, dibujante y documentalista, el vagabundo patriarca Fernando Birri, en la mejor de sus contadas apariciones actorales. Los textos que dice, y la película misma, son de Eliseo Subiela, otro poeta, que hace de esta manera una feliz, aparentemente distendida vuelta de tuerca sobre algunos temas que lo ocuparon toda la vida. De hecho, con esta obra completa una trilogía iniciada a los 18 años con "Un largo silencio", corto documental poético y acongojante sobre los internos, sus sueños, y el abandono en que vivían. Veinte años después volvió, y todo estaba igual. Ahí hizo su famoso "Hombre mirando al sudeste", sobre los internos y el mundo en general, film rico de significados, orfandades y tristezas. Y ahora, casi 30 más tarde, hace esta obra, también rica, pero nada triste, sobre los internos y sus representantes externos, los artistas, en especial la gente de cine, desde la memoria de José Val de Omar, un español de otros tiempos, loco notable, pasando también por algunos atorrantes de nuestro cine comercial más rasca, hasta los propios Subiela y Birri, por supuesto, que ya pueden reirse de sí mismos. Pero con la risa siguen diciendo cosas serias. Una linda música valseada los acompaña.
Nueva obra maestra con el sello Taviani En la cárcel de máxima seguridad de Rebibbia, en el Lazio, el nene más bueno cumple 15 años de condena por "afiliado a la camorra", como decía el tango. Homicidas, narcos, "uomini d' onore". Casi todos grandotes macizos. ¿Qué fueron a hacer ahí Paolo y Vittorio Taviani, viejitos de 82 y 83 años respectivamente? Pasa que el amigo Fabio Cavalli, actor, dramaturgo, conduce un taller de teatro para los internos. La pieza que representarán ese año es el "Julio Cesar" de Shakespeare. Un drama de traiciones, venganzas, crímenes, reclamos de libertad, confusos sentimientos de patria y sociedad, peleas campales. De eso los reos saben bastante. Un detalle: como la sala de ensayos está en refacciones, deben practicar sus parlamentos por los diversos rincones de la cárcel. Y Cavalli les pide que mantengan sus dialectos y tonadas regionales para sonar más creíbles. Entonces hacen Shakespeare, si, con todo respeto y notable talento, pero a su manera y soltando la bronca del encierro. Lo que hacen entonces los Taviani es ir escenificando los ensayos en el mismo orden en que avanza la obra teatral, de tal modo que los reos parecieran estar preparando un verdadero ajuste de cuentas en el presidio. Cuando matan a César en el fondo de un pasillo, cuando Bruto se explica desde el patio ante los monos que gritan encaramados en las ventanas, y Marco Antonio los solivianta con su discurso emponzoñado, bueno, si no fuera porque están recitando a Shakespeare creeríamos que se trata de un auténtico drama carcelario. Para más, filmado en impactante blanco y negro como las viejas películas de cárcel, un blanco y negro que remarca las facciones de esos actores tan particulares. Pero luego, en colores, van a una sala, se caracterizan, actúan, reciben aplausos, César resucita, le tiende la mano a su asesino y juntos saludan al público. ¿Un llamado a la conciliación entre las gentes?, ¿la salvación por el arte? ¿U otra cosa? Depende cómo se entienda lo que dice a cámara el intérprete de Casio, cuando vuelve a su celda. Toda esa potencia y sugerencia que ofrece Shakespeare, los Taviani, y el elenco de Rebibbia-Cavalli, en apenas 76 minutos admirablemente editados por Renzo Perpignani, viejo montajista de los hermanos, con quienes hizo "Padre padrone", "La noche de San Lorenzo" y tantas otras. Dos detalles finales: Salvatore Striano, el que hace de Bruto, ya no estaba preso, pero allí aprendió a actuar, de eso trabaja ahora (lo hemos visto en "Gomorra"), escribió un libro, "Libero dentro", y se integró como refuerzo al elenco actual. Y el que interpreta a Decio, el que maliciosamente instiga a César a presentarse en la plaza donde lo esperan los conjurados, se llama Juan Darío Bonetti, porteño preso por narcotráfico. Es así, los argentinos tenemos buenos actores hasta en las cárceles italianas.
Infinitas canciones y escasa originalidad He aquí una comedia sobre jóvenes universitarias que se organizan para competir en un certamen de grupos a capella. A capella quiere decir que no habrá instrumentos estridentes. Eso en parte es algo atendible. Los seguidores de concursos televisivos y teleseries para adolescentes quizá puedan encontrarle otros méritos. Para ellos, precisamente, se ha hecho la película, aunque ni para ellos puede ser suficiente. Les permitirá pasar el rato, pero no es de las que dejen mayor recuerdo, salvo la cara de su linda protagonista, que parece estar todo el tiempo a disgusto y con dolor de estómago, una expresión habitual de ciertas actrices televisivas. Del resto, cabe constatar 58 canciones a lo largo de 112 reiterados minutos, varias de ellas con coreografías bastante rutinarias. Por suerte pocas se oyen completas. Cabe constatar además un par de vómitos sorpresivos, potentísimos y absurdos, la falta total de profesores y horas de clase en la universidad de marras, poca gracia, mínima originalidad, un mago desaprovechado y, peor aún, una rubia desaprovechada. Responsables, Jason Moore, director, Elizabeth Banks y Paul Brooks, principales productores, y Kay Cannon, buena actriz metida a libretista sobre novela de Mickey Rapkin, columnista de "Elle" y "Vanity Fair". Protagonista, Anna Kendrick. Figura singular del elenco, en rol secundario pero muy visible, Rebel Wilson, la gorda australiana, que ya acumula buen curriculum en comedias americanas e incluso ha producido algunas. Director de fotografía, Julio Macat, porteño afincado en EE.UU. que atendió las luces en las tres de "Mi pobre angelito" y otras cuantas de éxito, y probablemente también trabaje en "Ritmo perfecto 2". Si, señor, ya se anuncia otra de la misma especie, sabor y color.
Una pareja a la que se le acaba la química Hace añares, un matrimonio iba discutiendo en el tren, indiferentes a la presencia de dos pasajeros que los miraban con curiosidad: una francesita que venía de ver a la abuela, y un norteamericano que la iba de turista intelectual. Como para entrar en conversación, ella le preguntó, palabras más, palabras menos, "¿Usted se fijó que a medida que envejecen las parejas van perdiendo la capacidad de escucharse?". La conversación siguió, y siguió, y sigue hasta nuestros días, cuando esos jóvenes ya tienen la edad de aquel matrimonio. ¿Habrán perdido la capacidad de escucharse? Porque de hablar, todavía no se les cansó la lengua. Así es. Los veinteañeros que en "Antes del amanecer" se lo pasaron charlando un día y una noche mientras caminaban por Viena, y en "Antes del atardecer" se reencontraron ya treintañeros en Paris, con un plazo de menos de un día y salieron a caminar por los jardines públicos y la orilla del Sena, ahora en "Antes de la medianoche" ya son dos cuarentones que han formado familia y casi arruinan sus vacaciones en Mesenia, Grecia (no confundir con Mesina, Sicilia). Pasean menos, las conversaciones se hacen paulatinamente agrias, de lenguaje a veces ordinario, de humor sarcástico. Las antiguas charlas felices de la juventud van siendo desplazadas por los problemas cotidianos, el lastre de compromisos anteriores, pequeñas frustraciones y algunas concesiones que se recuerdan oportunamente para pasar factura. Sin embargo, antes que la noche se imponga enteramente, puede que uno de ellos todavía sepa cómo recuperar la fantasía y los cariños. De eso trata esta tercera parte. Quienes crecieron, pasearon y se enamoraron con estos personajes van a disfrutarla. Los que se acerquen por primera vez, bueno, probablemente se aburran un poco con tanta charla, y con una estructura en tres partes que recuerdan los tres actos de una obra teatral. El último transcurre prácticamente entero en una habitación de hotel. De todos modos es agradable ver las actuaciones, sobre todo la de Julie Delpy, que además al fin nos ofrece, aunque sea fugazmente, un semidesnudo. Tiene un cuerpito de veras natural, como corresponde, y da ternura ver sus primeras arrugas. En Ethan Hawke apenas nos fijamos. ¿Habrá una cuarta entrega dentro de nueve años, que es la distancia entre cada una de estas películas? Quién sabe. Sería interesante, porque de a poco el director Richard Linklater se va acercando a los grandes estudiosos de la vida en pareja. Es inteligente, agudo, y los diálogos que prepara junto con sus intérpretes son interesantes. Pero no exageremos. A su edad Roberto Rossellini ya había hecho "Viaje a Italia", e Ingmar Bergman ya estaba ensayando las "Escenas de la vida conyugal".