Drama y diversión con el sello del maestro Loach El veterano Ken Loach hace dramas sociales muy fuertes, como "Vida en familia", dramas históricos (no tan logrados pero bien claros) como "Pan y Rosas", y también comedias de costumbres, medio dramáticas, ambientadas en la clase baja británica. Cuando hace una de éstas, cada vez pierde menos tiempo en acusar a la burocracia o el gobierno. No puede. Está muy ocupado viendo cómo se las arreglan sus personajes, sean buena gente o inadaptados sociales. En el primer caso, se trata de laburantes que logran sacarse una molestia de encima, por ejemplo la familia enfrentada al prestamista en "Como caídos del cielo", o los vecinos hartos del mafioso que maneja a los chicos en "Looking for Eric". En el otro caso, el de los inadaptados, bueno, la molestia que deben sacarse ya está enquistada dentro de ellos. Por ejemplo, la tremenda agresividad del flaquito Robbie, llevado a la Justicia por haber destrozado a un pobre tipo una noche de copas. No es mal pibe, pero la mente le funciona torcida. Encima es desocupado y mal entretenido. Por suerte la Justicia le da una mano y lo deja a las órdenes de un tipo paternal y canchero. La novia le da un hijo y le hace aflorar sentimientos de ternura y responsabilidad. Y la nariz le ha dado un olfato con el cual podría conseguir un trabajo inesperado. Sólo debería cuidarse, entre otras cosas, de obedecer los controles, soportar o esquivar a cuantos lo buscan para romperle los dientes, y ser más derecho, o más vivo, que sus compañeros de castigo. La historia transcurre en Glasgow, Edimburgo, la costa de Argyll y las Tierras Altas, donde funciona (lugar clave) una destilería. La parte de los ángeles es el alcohol que con los años se va evaporando de los toneles de whisky. También, la que les toca a los angelitos como este del cuento y sus amigos. Hay drama y diversión entremezclados, todo con particular frescura y franqueza. Y hay picardía, para que uno pueda ayudarse a salir de la mala. Los actores son creíbles, los personajes son simpáticos, la historia es buena. Y Ken Loach, un maestro.
Simpática y con lindos paisajes Edouard Deluc debuta con esta comedia cuyo título original es "Voyage á Mendoza". Dos franceses llegan a Ezeiza rumbo a la provincia cuyana, pero primero quieren comprar vino en Cafayate y conocer el Valle de la Luna. Cosas del cine, la finca mendocina que terminan visitando es, inocultablemente, una finca salteña. Como acá es difícil pasar ese detalle por alto, la obra se rebautizó "Voyage, voyage". No está mal, porque hay dos viajes: el que hacen los franceses por estos lares, y el que hacen dentro de ellos mismos. Es que son hermanos, pero últimamente se conocen poco. El mayor cuida del menor, que sufre mal de amores. Pero él también tiene sus propios problemas. Cuando se hagan evidentes, ambos hermanos se entenderán mejor. Hay un momento de seriedad en la película, que la hace crecer, como crece uno de ellos ante esa circunstancia. El resto no es tan serio que digamos, no sólo por el aire de levedad propio del relato, sino porque parece estar hecho a los tirones, improvisado sobre la marcha, casi como una filmación amateur. Por suerte se va haciendo simpática, el protagonista nos cae bien y el director muestra simpatía y buena intención, aunque a veces la pifie, por ejemplo con un episodio muy fallido en un burdel porteño (cosa rara, porque con similar anécdota había hecho años atrás un corto muy logrado, "¿Dónde está Kim Bassinger?"). En cuanto al director de fotografía, desperdicia la ocasión de lucirse con los paisajes, pero en cambio hace lucir muy bien a la coprotagonista Paloma Contreras, que compone una criatura libre y seductora, de brillantes ojos negros, piel preciosa, una voz que desarma a cualquiera, digamos, "una belle argentine" en toda su extensión. "No ha tomado los hábitos, todavía", dice alguien comprensivamente, cuando ve que se le escapa de las manos para coquetear con alguien nuevo. Por este personaje, Paloma se ganó el premio Orchidée Passion a la mejor actriz del Festival du Film Francais de la Réunion, allá en el Indico, y podría ganarse unos cuantos más acá, y varios corazones en todas partes. Elenco, Philippe Rebbot, comediante en ascenso, Nicolas Duvauchelle, actor y modelo, Gustavo Kamenetzky en rol de comedido, César Bordón, el músico Benjamín Biolay como fachero reflexivo, Poli Sallustro y Monique Sordre muy simpáticas en un bar, Sofía Wilhelmi, Bernarda Pagés. Locaciones, Cafayate, Coronel Moldes, Salta capital, y otros rincones de "la linda".
Almodóvar con el ingenio extraviado "Esta es mi película más gay", ha dicho Almodóvar. Es cierto, tiene un humor decididamente gay, de gustos ochentosos, un número estilo playback con tres actores que hacen de practicantes y machacantes, y está llena de gente ansiosa de ponerse las plumas. Dijo además que "La escritura del guión empezó como un capricho cómico y ha acabado como una comedia coral, moral, amoral, oral e irreal". Veamos. Caprichosa e irreal, eso forma parte de su estilo de siempre. Coral, también es cierto, porque todos llevan al unísono la misma melodía y los solistas apenas se distinguen con algunas líneas. Oral, sí, porque es toda hablada y por la cantidad de chistes inclinados a "esa" oralidad que el lector sospecha. Moral y amoral, ahí ya depende. Alguno, de solo enterarse, definirá esto como inmoral. Otro hablará de nueva moral. En todo caso, lo propio de muchos personajes almodovarianos es la amoralidad, y en este caso específico son tranquilamente todos amorales. Cada cual (incluso un banquero que dejó el tendal de víctimas) dice y hace lo suyo sin mayor cargo de conciencia y sin que nadie se espante. Lo más discutible es eso de comedia. Gustará, sin dudas, a quienes amen las zafadurías propias de adolescentes en el baño del colegio y la franca elección sexual del autor y sus criaturas. Gustará en particular a cierto sector del mercado norteamericano, para el que directamente se titula "I' m so excited". Pero se trata de chistes viejos, provocaciones que perdieron filo hace rato, simples guarangadas, reiteraciones abusivas, y encima carece totalmente de ritmo. Su famoso ingenio se perdió peor que una valija en Ezeiza. Quienes amaron "Mujeres al borde de un ataque de nervios" sólo encontrarán un aeropuerto, unos colores, no mucho más. Esa sí fue una comedia con todas las letras. "Kika" intentó acercarse pero quedó a mitad de camino. El resto, lo más elogiado de Almodóvar, lo que lo consagra como artista, son tragicomedias o melodramas muchas veces admirables con elementos graciosos para descomprimir. Ah, cierto, hace mucho, cuando era un jovencito recién llegado a "la movida", hizo cosas como "Folle, folle, folleme Tim", "Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón" y unos cortos para ver entre amigos, todo muy amateur. Ahora sorprendió diciendo "Me siento como en 'Pepi' pero con canas". Hombre grande.
Bella y apacible inmersión en el mundo de Renoir Provenza, 1915. En su casona de campo cerca del Mediterráneo, el viejo artista sigue pintando pese a una severa artritis. Rodeado de mujeres que lo cuidan, disfruta la belleza de una nueva modelo que acaba de llegarle, y la fugaz visita de los hijos mayores, heridos de guerra. El más chico es, por el momento, un salvajito resentido. Todos, cada uno a su modo, extrañan a la finada señora Renoir. Pero frente al paisaje bien cabe la reflexión del artista: el dolor pasa, la belleza perdura. Esa es, en parte, la filosofía del personaje y de la película. Una tranquila y hermosa inmersión en su mundo, con una fotografía digna de sus cuadros. Un deleite, el tratamiento de la luz, las composiciones y los colores de Mark Ping Bing Lee, el mismo que años atrás hizo la fotografía de esa joyita llamada "Con ánimo de amar". Su trabajo evoca perfectamente al Renoir postimpresionista de aquellos años, y se equipara al de Bruno de Keyser para "Un domingo en el campo", de Bertrand Tavernier, también sobre un viejo pintor de la Belle Epoque (en ese caso, ficticio) que recibe a su joven y moderna hija. La modelo de este caso no será tratada precisamente como una hija. Es una viborita de piel fascinante, desparpajo y arranques de histeria que las demás mujeres (modelos cuando jóvenes) deberán controlar. Por su parte, ella querrá manejar al hijo del medio, Jean, para que sirva a sus ambiciones: quiere ser estrella de cine. Gilles Bourdos, autor del film y natural de la zona, supo transmitirnos hermosamente el encanto y los tiempos de ese lugar al que llegaban solo los ecos del mundo en llamas que iba a cambiar casi todo. Lo ayudaron Jerome Tonnerre, veterano guionista, el venerable Michel Bouquet, que a los 87 años ha hecho su más hermosa actuación, Christa Theret, ella misma hija de pintor y modelo, y Vincent Rottiers, que compone a un Jean Renoir más bien parecido a Jean Gabin. Se entiende: Gabin fue en muchas películas el alter ego de Renoir, que era más gordito. El cine y cierta pintura embellecen a la gente. Algunos datos sobre la familia. La modelo, que en la vida real apenas tenía 15 años, pasó al cine como Catherine Hessling, dirigida por Jean. Cuando se pelearon, ella fue decayendo y él se convirtió en un gran maestro. Su hermano menor, Claude, alias Coco, fue héroe de la II Guerra Mundial y artista de la cerámica, como el padre cuando joven. El mayor, Pierre, se hizo actor y productor de cine. El sobrino, hijo de Pierre, también se llamó Claude, debutó como director de fotografía junto a su tio en "Un día de campo" (delicia donde ambos evocan paisajes del pintor) y alcanzó la cumbre con "Los amantes de Teruel", cine-ballet de Raymond Rouleau con Ludmila Tcherina y música de Mikis Teodorakis. El hijo de este Claude, Jacques, también fotógrafo, es quien recopiló las memorias familiares que sirven de base al "Renoir" que ahora vemos.
Programa doble en Sala Lugones y Malba, con los títulos "shakespereanos" de Matías Piñeiro, celebrado autor del ambiente de la Fuc, el Bafici y alrededores. Quien vive más lejos puede sentirse estafado por tantos elogios que le prodigan, pero sus méritos tiene, empezando por el de la brevedad, ya que presenta un mediometraje de 43 minutos y un largo de 63 (60 es el mínimo establecido). Otros méritos se relacionan con la habilidad para insertar textos de calidad literaria en diálogos cotidianos de ciertos personajes femeninos, entremezclar obras ajenas, adaptarlas a veces a nuestra forma coloquial, transmitir una frescura general, sorprender al espectador mediante inesperados cambios de planos y figuras conductoras, o cortes también inesperados, e ir mejorando algo de película en película. En ese sentido, ver ambas piezas juntas (siempre que haya aguante) nos permite apreciar los avances del autor, ya que ambas trabajan sobre el mismo "universo": jóvenes actrices que ensayan papeles de mujeres presuntuosas como ellas, dedicadas a charlas y juegos adolescentes, a veces crueles, para burlarse de sus enamorados, celebración o al menos aceptación del robo y la estafa, vaivenes amorosos que dependen del propio tedio, o de consejos vanos, todo llevando hacia finales medianamente insulsos a través de asertos, casualidades y coincidencias de su pequeño mundo. Una abreva en "Como gusteis", otra en "Noche de reyes", pasatiempos shakespereanos donde identidades y géneros se confunden, y una mujer se hace pasar por muchachito para que alguien practique en "él" lo que quisiera decirle a "ella", o viceversa. Esos chistes ingleses tal vez nacieron aprovechando la niebla de las islas. Piñeiro los traslada al Tigre, y a un departamento donde dos flacas repiten y repiten los diálogos con acercamientos suspicaces y miradas cada vez más cómplices. Eso es todo. Por cierto, los excesivos elogios del sector a "diálogos de gran encanto", "experiencia tan disfrutable", "largos, bellos y virtuosos planos-secuencia", "impecable", "fascinante y embriagador", "una puesta en abismo cuidadosamente descuidada" y demás, pueden irritar un poquito a cualquier espectador que haya pagado su entrada.
Programa doble en Sala Lugones y Malba, con los títulos "shakespereanos" de Matías Piñeiro, celebrado autor del ambiente de la Fuc, el Bafici y alrededores. Quien vive más lejos puede sentirse estafado por tantos elogios que le prodigan, pero sus méritos tiene, empezando por el de la brevedad, ya que presenta un mediometraje de 43 minutos y un largo de 63 (60 es el mínimo establecido). Otros méritos se relacionan con la habilidad para insertar textos de calidad literaria en diálogos cotidianos de ciertos personajes femeninos, entremezclar obras ajenas, adaptarlas a veces a nuestra forma coloquial, transmitir una frescura general, sorprender al espectador mediante inesperados cambios de planos y figuras conductoras, o cortes también inesperados, e ir mejorando algo de película en película. En ese sentido, ver ambas piezas juntas (siempre que haya aguante) nos permite apreciar los avances del autor, ya que ambas trabajan sobre el mismo "universo": jóvenes actrices que ensayan papeles de mujeres presuntuosas como ellas, dedicadas a charlas y juegos adolescentes, a veces crueles, para burlarse de sus enamorados, celebración o al menos aceptación del robo y la estafa, vaivenes amorosos que dependen del propio tedio, o de consejos vanos, todo llevando hacia finales medianamente insulsos a través de asertos, casualidades y coincidencias de su pequeño mundo. Una abreva en "Como gusteis", otra en "Noche de reyes", pasatiempos shakespereanos donde identidades y géneros se confunden, y una mujer se hace pasar por muchachito para que alguien practique en "él" lo que quisiera decirle a "ella", o viceversa. Esos chistes ingleses tal vez nacieron aprovechando la niebla de las islas. Piñeiro los traslada al Tigre, y a un departamento donde dos flacas repiten y repiten los diálogos con acercamientos suspicaces y miradas cada vez más cómplices. Eso es todo. Por cierto, los excesivos elogios del sector a "diálogos de gran encanto", "experiencia tan disfrutable", "largos, bellos y virtuosos planos-secuencia", "impecable", "fascinante y embriagador", "una puesta en abismo cuidadosamente descuidada" y demás, pueden irritar un poquito a cualquier espectador que haya pagado su entrada.
Lo tramposo no quita lo simpático De esta comedia llena de trampitas y juegos desde el mismo título, conviene adelantar lo mínimo. Apenas, que hay un ladrón de guante blanco, un hacker muy ligero, una habilísima estafadora, un coleccionista de buenos vinos y malas pulgas, otros cuantos tipos raros, lindos lugares mendocinos como el centro de toneles de Bodegas Salentein y la posada San Luis de Bodegas Luis Segundo Correas, y que también hay lujos y placeres, autos, pilchas y pelucas, una música que impulsa la acción, aire romántico y buen humor. El humor es tan bueno que no incluye la menor guarangada. El aire romántico es eso, no interfiere en la intriga, más bien le da brillo y sirve de aliciente. Y hay romances variados. El de los personajes protagónicos entre sí, que avanza a través de (y a pesar de) engaños, desconfianzas y admiración mutua. El de los protagonistas con el público (el femenino agradece especialmente los primeros planos). Y el triple romance del autor con ese mismo público (un cariño que empezó en "Cara de queso, mi primer ghetto" y se amplió ecuménicamente en "Mi primera boda"), con sus actores y su equipo, que en varios rubros ya vienen de la película anterior (y Hendler estuvo en las tres), y con las comedias elegantes del viejo Hollywood. En esto último no hay imitación, sino escuela. Maestros como Billy Wilder o Stanley Donen son inimitables. Pero sus lecciones son muy aplicables. Y en este caso, Winograd aplica en especial dos lecciones de don Alfred Hitchcock: la intriga respecto a una pareja sospechosa, y el "mcguffin". ¿Qué es un "mcguffin"? Puede ser un cuento del tío, una gambeta, eso que nos hace mirar para otro lado, creer que la jugada o el tesoro está allá cuando pasa delante nuestro, en fin. La verdad, el guionista, o las circunstancias del rodaje, abusan un poco de dicho recurso. Pero no importa. La comedia es tan ágil y llevadera que recién después se advierten sus pequeñas debilidades. A señalar, en el reparto, el trabajo de Martín Pirovansky hablando inglés con acento alemán, lo mismo que Luis Sagasti. Y una advertencia de Mario Alarcón, respecto a quienes comen pastas sin siquiera una copa de vino. A propósito, dos palabras sobre la histórica botella de 1845 que buscan nuestros personajes. Dicen los publicistas que el malbec era el vino favorito de Napoleón III. Pero acá fueron sus opositores quienes introdujeron las primeras cepas, ese mismo año en la Quinta Normal de Santiago de Chile, y en 1853 en la Quinta Agronómica de Mendoza. Ambas, fundadas por Sarmiento. Hay que brindar por todo esto.
Como prenuncia el título, documental solo para payasos De muchacho, Lucas Martelli estudió en la Escuela de Cine de Avellaneda y fue camarógrafo. Pero también estudió acrobacia, y en ella volcó buena parte de sus años fuertes, hasta que los huesos le aconsejaron volver al cine. Ahora presenta este documental, que hizo acompañado por viejos amigos del Grupo Boedo Films y por multitud de jóvenes dedicados al payaseo por esquinas, carpas y teatros. El ambiente y el entusiasmo son atractivos. Pero quizás el resultado sea solo para payasos, como dice el título. Le pesan muchos chistes internos, excesiva confianza en la improvisación de escenas a cargo de jóvenes que recién se están afianzando, demasiados planos de gente grande y malhumorada, y variedad de atracciones diseminadas a lo largo de 104 largos minutos sin un presentador cuyas intervenciones nos atraigan y orienten entre número y número, como era en el circo tradicional. Se agradece la participación de don Jaume Mateu, alias Tortell Poltrona, historiando el oficio mientras se pinta la cara. Luego dos veteranos rezongan sobre la evolución de la risa a dúo, y otro cuenta la historia política oficial, de seguir la cual parece que en cierta época levantar una carpa era algo clandestino, lo que se contradice con la memoria de cualquier niño de aquella época, y del padre que lo llevaba. Hay, más interesante, dos minutos enviados por payasos de Barcelona, Grecia, Nepal, Machu Pichu, Mar del Plata y otros muchos lugares, partiendo de viaje hacia una gran convención, un Encuentro Ancestral donde tal vez suceda El Acto, un momento mágico en que todo el mundo ríe y llora de alegría, y que pasa muy de cuando en cuando. Esa pequeña ficción se mantiene con el "viaje transcontinental" de un grupo en dirigible, se reaviva hacia el final, cuando surgen algunas tomas de la colorida 16a. Convención Argentina de Circo, Payasos y Espectáculos Callejeros, y remata de modo inocente y gozoso con una tribuna llena de narices rojas y un lindo clip "de toda la compañía" para los créditos finales. Hay también varias payasas de acá, Brasil, Suecia, etc., clowneras líderes, dos comediantes del Cirque du Soleil (uno argentino), y otros apenas entrevistos de Payasos sin Fronteras, el Club del Claun, Catalinas Sur, Circo Social del Sur (Barracas), Taller de Artistas del Borda, etcétera. Y, perdidas en el fárrago, unas líneas de aquellos versos mal entrazados pero efectivos del chileno Maturana que acá recitaba Chirolita mientras Chassman miraba para otra parte: "Al ver mi cara pintada,/ todos ríen con placer /¡Sin llegar a comprender,/ que mi vida es desgraciada!". Un clásico, junto al "Reir llorando" de Juan de Dios Peza. Y ya que estamos, valga mencionar otro clásico: el maravilloso "Los payasos", de Federico Fellini, de moderados 92 minutos.
Film que destila poesía Coincidieron en julio dos películas sobre los beneficios de talleres de expresión artística en las cárceles: "Cesar debe morir", filmada en Rebibbia, donde van los peores, y la que hoy se estrena, "Lunas cautivas, historias de poetas presas", registrada en la Unidad Penitenciaria 31 de Ezeiza. Teatro en un caso, escritura en otro. Varones y mujeres. Las diferencias no son terminantes, salvo una. Y es que los hermanos Taviani presentan a cada quien con su nombre completo, cargo y condena, como para que lo vayamos sintonizando con el personaje que le toca interpretar. En cambio, Marcia Paradiso, autora de "Lunas...", permite que sospechemos un solo cargo y nos da un solo nombre completo, el de Liliana Cabrera, que ya publicó tres libros. Del resto, apenas algunos nombres de pila y ciertas experiencias, como el fin de la pena o el dolor de ser madre en esa situación. Porque en este caso no necesitamos saber qué macana habrán hecho. El título ya lo sugiere: más que presas que escriben poemas, ante nosotros hay un grupo de poetas presas. Mujeres que encuentran en sí mismas unas frases musicales con las que expresar lo que viven, como aquellos otros las encuentran en un texto de Shakespeare. El ejercicio de la escritura ellas lo practican en reuniones conducidas por María Medrano y Claudia Prado, miembros de una asociación civil y cultural. Detalle simpático, las internas van a esas reuniones más acicaladas que sus profesoras. Será que ahí se sienten libres, otra vez dueñas de sí mismas aunque sea por un rato. Las vemos discutir algunos textos, hacer los suyos tomando como modelo el "Yo fui" de Luis Cernuda, leerlos en el salón ante otras compañeras, participar también en un taller de fotografía estenopeica, tomar algo de sol, y hasta salir a una pequeña fiesta de la mencionada asociación, siempre bajo vigilancia, por supuesto (para no desentonar, los agentes van de civil, pero permanecen todo el tiempo serios incluso cuando las llevan de regreso). Paradiso las sigue, deja que charlen y escriban, y cada tanto muestra también algunas imágenes de la Unidad, con el campo que la rodea, los atardeceres tranquilos, los silencios, los pájaros que vuelan de un lado para el otro sobre el alambrado. No agrega nada, ni falta que hace. La suya también es poesía.
Dura historia con grandes actores De Stephane Brizé, natural de Rennes, acá se estrenó "Une affaire d' amour", historia sentimental de un hombre casado enamorado de una mujer que solo espera su decisión (título original, "Mademoiselle Chambon"), y se vio en Pantalla Pinamar "Je ne sui pás pour etre aimé", no estoy hecho para ser amado, retrato de un tipo que ocupa sus horas libres en visitar al padre gruñón y visitar una peña de tango, donde intenta eludir a una mujer que espera verlo contento alguna vez. Dos relatos bien hechos, de un particular realismo en la pintura de caparazones y soledades. Ahora nos llega otra película suya de asunto similar e igual nivel, también con excelentes intérpretes como aquéllas, pero más dura y perturbadora. Esta vez el hombre es un casi cincuentón de mal carácter que vuelve de la cárcel, tiene apenas un trabajo mal pago y poco prestigioso, y un solo techo prestado: el hogar materno, que de hogar tiene poco y nada. La vieja es agria, buscapleitos, reprochadora full time. Ni siquiera comparten gustos en común. Para colmo, él ama a su perro, la vieja lo odia y es capaz de envenenarlo. Puede que haya para el hombre una posibilidad de respiro junto a una mujer que más o menos lo banca y también lo espera, y que tiene su vida más o menos hecha. Pero antes de cambiar de aire, él descubre que la madre está enferma y no le ha dicho nada. Todavía más grave, ha tomado una decisión que la pinta de cuerpo entero, que impresiona al hijo, y le hace ver otras cosas. Para ambos, no se trata de la pena por un cariño que se pierde, sino de la mortificación por un amor que no se dio. Que sin embargo todavía puede manifestarse. ¿Pero cómo, si madre e hijo son tan reticentes a las expresiones de afecto, y la película misma se mantiene ajena a cualquier sentimentalismo? El desarrollo puede resultarnos más o menos ajeno. Hemos visto tantas películas de gente común que se lleva mal. La última media hora, en cambio, nos tiene con el corazón apretado y la mente impresionada por lo que está pasando. Hasta que manteniéndonos a la debida distancia, respetuoso de sus personajes, Brizé nos deja ver lo que corresponde que veamos. Ahí podemos desahogarnos. Los otros, en fin, acá no vamos a contarlo. Tocante historia, pulso firme, excelentes actuaciones: Vincent Lindon (el mismo de "Une affaire d' amour"), la veterana Helene Vincent, Emmanuelle Seigner, todavía linda. Duele, sin golpes bajos. A alguno puede dolerle mucho. Pero vale la pena.