CLICHÉS RELIGIOSOS El nuevo trabajo de Jhon Turturro es una comedia de género que con la mirada puesta en la colectividad judía, retrata una historia de amor que sólo es la excusa para indagar el verdadero tema del filme: la decadencia financiera de dos amigos judíos quienes por causas azarosas encuentran la forma de ganar mucho dinero con poco esfuerzo. Ante el inminente cierre de una antigua librería a cargo de Murray (Woody Allen), él y su amigo (Turturro) quedan desempleados. La crisis económica no permite la holgazanería y es por eso que a Murray se le ocurre la idea de poner a trabajar a su ex empleado en la venta de servicios sexuales para mujeres. Como es de esperar, el desfile de heterogéneas féminas es musicalizado mientras la lluvia de dólares comienza a llegar a la vida de estos dos personajes sumergidos en la atracción del dinero fácil. Sin embargo, no todo es tan simple, y Fioravante (Turturro) parece sentir algo más por una de sus bellas clientas. El supuesto enamoramiento y la actividad comercial se vuelven incompatibles. Muy cerca del discurso moralista y el chiste fácil acerca de las costumbres judías, Casi un gigoló puede que cause gracia, pero lo que no hay que olvidar es el motivo de la risa. ¿Acaso nos estamos riendo de nuestras propias desgracias o de aquello que desconocemos? Con una bajada de línea encubierta en comedia, el filme, ofrece una visión arcaica acerca de la feminidad en la colectividad poniendo en escena todos los lugares comunes de la doctrina judaica. Con un reparto de primera línea (Sharon Stone, Sofía Vergara, Liev Schreiber y Vanesa Paradis), es Woody Allen quien se lleva todos los comentarios. El actor y director interpreta el tipo de personaje al que nos ha acostumbrado en sus películas y es esto lo que además del tratamiento superficial y tendencioso del tema, aburre por sobre manera. Aquellos fanáticos encontrarán la oportunidad para seguir viendo al astro desplegar todas sus gracias, pero para quienes creen que las películas son un conjunto complejo de componentes en los que los actores son sólo un eslabón más del engranaje, el filme se vuelve denso y por momentos, machista. Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar
LA VIDA DE LOS OTROS Con un premio de la Semana de la Crítica en Cannes 2013, Los dueños viene a contar una historia de gente que desea. Intentando conquistar un espacio que no les pertenece pero conocen muy bien. Un grupo de caseros irrumpen la propiedad de sus patrones con el fin de vivir una vida de lujos prestada. La opera prima de Ezequiel Radusky y Agustín Toscano intenta responder preguntas acerca de las consecuencias de la invasión de la propiedad privada, no sólo la territorial sino también la sentimental. Dos grupos de personajes diferenciados por su estatus de “dueños” u “ocupantes” comparten un único espacio que será el eje de la discordia. ¿Quién vigila a quién? A través de un exquisito juego de puntos de vista, reflejados en las posiciones de cámara y los encuadres compositivos de cada plano, la mirada omnisciente del espectador se vuelve cómplice del instinto de asalto. Detrás de rejas, hendijas y ventanas, la visión del extraño pronto se desdibujará, dejando borrosos los límites de la intimidad. Con un espacio imposible de reconstruir, el plano de la casa se vuelve raro. ¿Cuántas ventanas tiene? ¿Cuál es la puerta principal? La desorientación visual favorece a la trama colaborando con la intriga de no saber por donde van a entrar o salir de cuadro los personajes. Desafiando las leyes de lo privado, no hay usurpación más grande que la de compartir el cepillo de dientes. Lentamente “los otros” asechan y cuando “los dueños” salen, ellos entran a disfrutar las sobras del confort ajeno, entonces ¿cómo volver luego a la rutina de lo ordinario? Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar
Betibú, la segunda película de Miguel Cohan, es un policial negro, el cuál como lo ha confirmado su director, mantiene los márgenes de la previsibilidad pero al mismo tiempo se atreve a ciertas licencias estilísticas propias de quien lo realiza. Remitirse a temáticas de género siempre lleva a lugares de conflicto que intentan determinar cuál es la posición legitimadora y, por ende, absolutamente verdadera. Por eso, es que la aclaración de Cohan acerca de sus licencias no es poca cosa. Correrse del lugar seguro que proporciona la previsibilidad genérica es un riesgo, pero en este caso particular asumir ese riesgo valió la pena. El cadáver de un importante empresario irrumpe la escena periodística nacional y en el silencio profundo de la muerte, solo ha dejado espacios en blanco, una antigua foto desaparecida y millones de enigmas aparentemente sin resolución. “Betibú” explora de manera eficaz el mundo interno de las redacciones periodísticas y allí, el complejo entramado de lo nuevo y lo viejo, de la tecnología y lo analógico, de las posibilidades de conseguir datos y, sobre todo, las formas de acceso a la verdad y las fuentes certeras. En un mundillo donde el poder es la jerarquía principal, desenvolverse por derecha, a veces, no es la mejor opción. Será vía métodos alternativos y circuitos cerrados por donde, finalmente, “el muerto hable”. Con imponente mirada femenina encarnada en la piel de Mercedes Morán, Norit Iscar o Betibú (como deseemos llamarla) es la pieza fundamental para la resolución de este crimen que esconde secretos íntimos anquilosados en un pasado oscuro que difícilmente será posible reconstruir, al menos por el lado de los hechos verídicos. Norit es novelista y como tal su alma ansiosa de aventuras, esta vez, la alejan del plano de la imaginación y la ubican en el centro físico de la escena del crimen. Buscar ese detalle específico que nadie más que ella puede ver es la clave para comprender el desarrollo de este filme dinámico y profundo, que tratando grandes temas como el retiro profesional o el abuso sexual infantil, entre otros, no intenta ser moralista. Con personajes que van más allá de lo que impone el policial, Cohan los dota de humanidad y de rasgos locales particulares que los nutren armónicamente alejándolos del maniqueísmo acartonado de cierto cine de género. Gracias a esta caracterización es que se hace visible el pensamiento apoyándose en la técnica cinematográfica, las hipótesis cobran vida y las elucubraciones metódicas se traducen en acciones concretas. Así como alguna vez vimos en el cine conspirativo de los años ’70, “Betibú” logra capturar cierto estilo de aquella atmosfera con la salvedad de las distancias que los separan, no sólo cronológicas sino geográficas y políticas. Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar
Cédric Klapisch presenta Lo mejor de nuestras vidas, un filme que en un intento por narrar las desventuras del desarraigo cultural, naufraga en un relato fragmentario cuyas partes se unen con un débil cordel de coherencia. En un comienzo saturado de imágenes inconexas, la película abruma con datos imprecisos que luego fallará en desarrollar a lo largo del metraje. Xavier (Romain Duris) es un escritor que aprovecha el camino errático de sus últimos años de vida para volcarlos en lo que será su nueva novela. Muy parecido a un intento de autobiografía, la creación del texto fluye con naturalidad. A la par del avance del film, Xavier, parece ir escribiendo el suceder de las escenas, como quien ve surgir baldosas en donde antes no había camino. Como padre recientemente divorciado lucha contra las adversidades de la situación, las cuales en breve le darán una inesperada noticia que cambiará el destino de su vida. Dejar Paris ya no es una opción, y tras sus tres hijos viaja a Nueva York. En la ciudad de los rascacielos, Xavier se sumerge, casi involuntariamente, en aguas turbulentas. La marea de las relaciones personales y las novedades que presenta la nueva ciudad, lo ubican de forma sorpresiva en situaciones inexplicables y poco verosímiles. Una vez que el pez encontró el rumbo, el filme vira el tema del desarraigo para transformarlo en una comedia romántica, la cual parece ser el último recurso disponible para salvar una película que deja muchos vacíos. Para reivindicar la obra de Klapisch, Lo mejor de nuestras vidas comienza a cobrar sentido cuando aparece Martine, el personaje que interpreta Audrey Tautou. Con la frescura característica de su actuación, trae consigo un aire de renovación a la cansada narración, que sin caer en la tentación del flashback, reconstruye una relación que fracasó pero que parece tener una segunda oportunidad. Esta comedia romántica viciada de enrredos típicos del género, logra momentos de gran comicidad pero son escasos e insuficientes para remontar la totalidad del filme que no se sabe bien para donde va. Los personajes corren por las calles, apuran sus destinos predeterminados y casi como en la receta de un pastel, la frutilla del postre siempre tiene el mismo sabor. Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar
Ingresar al universo de Spike Jonze es, definitivamente, un camino de ida. Aceptar sus códigos y dejarse llevar es la clave para disfrutar de un viaje que promete grandes momentos. Her, su cuarto film, no escapa a la regla y entre destellos de coloridos bokehs nos dejamos seducir por el relato. Theodore (Joaquín Phoenix) es un escritor profesional de cartas de puño y letra que recientemente separado dilata la firma de su divorcio anhelando los tiempos felices del pasado en pareja. En épocas en donde la tecnología de las comunicaciones ha llegado a formar parte de nuestra cotidianeidad, es increíble pensar que Theodore se gane la vida creando objetos que, en el ya lejano pasado, eran la única manera de contacto. Viviendo entre una realidad complicada y un mundo virtual repleto de deseos y fantasías espectaculares, las relaciones interpersonales se vuelven el conflicto principal de este drama romántico que inventa ambientes mágicos en cada escena. Al compás de la banda sonora a cargo de los canadienses Arcade Fire, el espacio fílmico cobra personalidad y una delicada belleza fotográfica. Con actuaciones comprometidas y destreza dramática, los personajes de Phoenix, Adams y la sensual voz de Scarlett Johanson completan el escenario de esta mágica historia que reflexiona acerca de la soledad, la virtualidad y el complejo mundo del amor. Sin temor a caer en cursilerías, Jonze, se anima a desplegar toda su sensibilidad. Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar
François Ozon no sorprende cuando abre su anteúltima película, En la Casa, con un ácido diálogo entre la directora de un liceo y un veterano profesor de literatura (Fabrice Luchini). Ambos, con síntomas de agobio prematuro, resumen el extenso receso escolar con breves sentencias que describen no más de dos rutinarias actividades. Ozon no sorprende porque quienes han tenido la oportunidad de seguir su filmografía, pueden, sin duda, reconocer en esos escasos segundos de película, los rasgos estilísticos que hacen de éste un realizador con sello de autor. En la Casa es un filme que narra una historia simple la cual a su avance va desarrollando complejos ribetes que lejos de acartonadas fórmulas de narración, develan matices que van desde la ironía hasta sutiles toques humorísticos. Un profesor de literatura ve su futuro decayendo, su matrimonio en franco deterioro y un notable crecimiento de la irritabilidad e incomprensión de las nuevas tendencias de la moda, el arte, la cultura y la educación. En un presente en donde sus alumnos no puede redactar con coherencia dos oraciones seguidas, emerge Claude García (Ernst Humhauer) una especie de manifestación divina endiablada, quien con su apariencia adolescente pero con una mente consagrada a la perversa imaginación, desvelará a este mediocre docente llevándolo de a poco a lo que será un laberinto psicológico sin salida. Basado en una obra teatral homónima de Juan Mayorga, el filme de Ozon recurre al artilugio cinematográfico y la técnica audiovisual para llevar a escena un drama cotidiano, ese que expresa la necesidad imperiosa de la pertenencia y la aceptación. Refugiados en mundos imaginarios, tanto el docente como el alumno, sufren el vació que les provocan sus mismas personalidades. Con matices de un suspenso cargado de un enrarecido clima de tensión, lo personajes de En la casa se mueven como fichas de ajedrez en un tablero que propone jugadas inesperadas. Amores prohibidos, pasiones contenidas, situaciones sin resolución y planos que parecen no tener sentido son el menú que propone Ozon. Con una desdibujada frontera entre la ficción y la realidad. Aportando datos de cómo se construye una estructura dramática o descubriendo el paso a paso del nacimiento de las características de cada personaje, En la casa funciona como metalenguaje de la creación artística; principalmente lo concernido con la escritura (relación profesor/alumno) pero también muy bien representada en las reiteradas escenas en las que asistimos a la vida de una curadora de galería quien intenta convencerse de las nuevas tendencias del arte contemporáneo. En pocas palabras, el filme es lo que vemos pero asimismo es la infinidad de posibilidades que podrían haber sido. De esta manera Ozon motiva a que su espectador también forme parte de este círculo simbiótico que, sin querer, se ha construido entre el docente y su extravagante alumno. Hoy otro francés es el que declama ¡La imaginación al poder! Por Paula Caffaro redacción@cineramaplus.com.ar
Un coro de mujeres entona una pieza musical que eriza la piel en el balcón de una de las tantas fontanas romanas, mientras un grupo de turistas orientales intenta guardar en sus memorias digitales la mayor cantidad posible de recuerdos fotográficos. Pero hay uno que se separa del contingente y ante la visión sublime del infinito el destino se cobra su deuda. Como prefacio a una gran obra maestra, ésta lograda escena inicial anticipa lo que será el desarrollo de un drama italiano, que con aires de La dolce vita felliniana, lo que busca es representar la expresión máxima de la belleza. ¿Dónde está la belleza? ¿Cómo representarla? ¿Cómo poner en escena todo aquello que nos conmueve intelectualmente? Amplios escritos a través de los siglos han querido dar respuesta a estos y tantos otros interrogantes referidos al mismo tema, pero las preguntas siguen allí y por suerte con ellas, también, el deseo de seguir en su búsqueda desesperada. En grados insospechados de activa imaginación, Jep Gambardella (Toni Servillo), que recientemente ha cumplido 65 años, es un famoso escritor que tras haber escrito una sola novela hace ya muchos años, se replantea seguir llevando adelante su profesión. Rodeado de falsas y longevas amistades, los grandes eventos y su nocturnidad compulsiva, lo único que hacen es recordarle el profundo vacío existencial que experimenta cuando las luces se apagan y la soledad de su cuarto lo espera, mientas se asoman por la ventana los primeros rayos del Sol. Al estilo del flaneur de Baudelaire, Jep, recorre Roma con su tabaco entre los dedos y esa prestancia característica de un italiano seductor, quien predispuesto a disfrutar de los años que le queden por vivir, se dedica exclusivamente a la búsqueda de la gran belleza. La encontrará, seguramente, en una escultura del quatrocentto o en la imponente arquitectura erigida durante el siglo V. Pero lo que a todos podría alcanzarle, a él no, y es por eso que el peregrinaje continúa y será así hasta ese momento sagrado de inspiración en el que el mundo se detenga, y como aquel aroma a magdalena de vainilla de Proust, la memoria sensorial se haga presente. En la actualidad, donde el mundillo del arte se sabe autónomo e interdisciplinario, las performances conceptuales ocupan el lugar central de la escena intelectual, situación que se ve muy bien ubicada tanto en la película en general, como así también en la vida del protagonista, quien parece no llegar a comprender el porqué de su naturaleza. Claro está que no es por ignorancia sino por el carácter superficial y estereotipado de formas vacías que solamente encubren falsas ideologías políticas o maltrato doméstico. Jep necesita ir a lo esencial, indagar en aquel momento primero en donde todo era uno y ese uno era sublime, perfecto y acabado. Con un relato poético centrado en mostrar esos pequeños detalles que la mayoría ignora, La Gran belleza es un filme cautivante que logra grandes momentos de armonía fotográfica y sutileza narrativa. Con precisión de cirujano, cada plano tiene un sentido, y el acceso a este mundo de búsqueda se vuelve exquisito y por demás atractivo. Lejos de la pose y el maniqueísmo, los personajes parecen danzar como en aquellos mágicos musicales hollywoodenses en los cuales el dolor sólo se calmaba con el canturreo de una canción y un multitudinario baile coreografiado. Especial para almas sensibles y bendecidas con el don de la imaginación, La Gran Belleza es una declaración de vida, un himno a la sutileza, y porque no, un tratado de belleza. Apta para la contemplación y el deleite de todos los sentidos, verdaderamente, un filme para anhelar. Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar
BUSCANDO LA PAZ ¿Qué desear cuando se tienen ganas de nada pero necesidad de todo? Necesidad de retomar el rumbo, de volver a encontrarse, de ser uno mismo. Rodeado de riquezas materiales, Liso, es pobre de alma, carente de espíritu; aquel aura que se robó el tiempo. Con autentica sensibilidad, Santiago Loza, recrea un sórdido ambiente en donde el vacio es el elemento principal de este drama moderno. Liso es un veinteañero que recién salido de rehabilitación intenta re insertarse en la rutina de su vida, pero dicha tarea es un trabajo arduo ya que él no es el mismo de antes. Ajeno hasta en su propia casa, comienza una frenética búsqueda existencial, que iniciará en su círculo más íntimo para terminar en el lugar que menos pensaba. Contundencia visual, empatía musical y tiernas imágenes nos sumergen en un relato en el cual la figura femenina es el pilar fundamental para la evolución narrativa. Una madre sobreprotectora, una abuela acompañante, una mucama comprensiva, una ex novia dolida, otra ex indignada y una prostituta despreocupada. Al igual que la exploración del protagonista, la estructura fílmica está dividida en ocho fragmentos los cuales llevan títulos que van desde lo más concreto hacia lo más abstracto: del jardín viajamos a la paz en un recorrido intenso, el cual es signo de una meta cumplida. En un camino de inducción, Liso cree haber encontrado su lugar en el mundo. Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar
Basada en hechos reales, Philomena es la historia de una mujer que tras haber recibido una fuerte educación católica fue obligada a dar en adopción a su primogénito. Luego de varios años de silencio y de conservar intacto su secreto, decide comenzar la búsqueda. Sin más que una foto clandestina de hace más de cuatro décadas y un nombre que ya no lo identifica, Philomena (Judy Dench) inicia un agotador derrotero acompañada de Martin (Steve Coogan), un ex periodista político que sin mucho entusiasmo intentará recopilar datos para escribir un artículo de interés social. Con una marcada presencia de los mandamientos religiosos como huella de un pasado disciplinado y estricto, el filme aborda en reiteradas oportunidades la temática del pecado, el perdón y la fe. Grandes temas de debate popular que marcan diferencias entre las personas que no piensan de la misma manera como es el caso de Philomena y Martin. Mientras que ella es ultra católica, él se burla de las imágenes santas y en actitud cuestionadora no puede acceder al concepto de creer sin comprobar. Extrapolando el concepto hacía el terreno del quehacer cinematográfico, el contrapunto entre Philomena y Martin, marca el ritmo de este drama que tiende a la lágrima. philomena-imagen-3 Si bien la historia genera cierto tipo de intriga, el filme se torna un tanto extenso y repetitivo, sobre todo por el exceso de escenas en el auto en donde la dupla protagónica alcanza diálogos de cierta comicidad o emoción, pero que no llegan a clasificar como grandes escenas. No se puede evitar hablar de la calidad actoral de Judy Dench quien, en un papel que le sienta de maravilla, despliega todas sus herramientas para darle vida a un personaje complejo. Philomena recrea el ambiente hostil de una comunidad de monjas irlandesas quienes, en nombre de la palabra del Señor, han causado estragos en la vida de decenas de niñas huérfanas. Encerradas en la cárcel de creer vivir una vida de pecado muchas de esas jóvenes han perdido la vida. Pero también habla de como el destino obliga a cerrar círculos y evitar dejarlos inconclusos. Sin grandes pretensiones pero con muchos lugares comunes, el filme se vuelve, por momentos, demasiado predecible. Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar
La primera imagen de Deshora que revela la apertura del filme no tarda en describir una situación muy concreta: el duro trabajo del hombre en el campo. De espalda a cámara y desobedeciendo a permitirnos conocer su identidad, un hombre carga con unos cuantos kilos de cañas de azúcar. El andar rutinario y el esfuerzo propio de la acción contrasta inmediatamente con el sollozo de la vegetación, la cual nos recuerda que en ésta área rural no todos se desloman por conseguir el pan. Existen los otros, esos que sin piedad dan órdenes y disfrutan del paisaje. Si bien la balanza podría parecer desequilibrada, no tardaremos en descubrir que estos últimos no cargan cañas sino dilemas existenciales. Tres son los personajes que deambulan adormecidos como animales en cautiverio tras las huellas de un pasado complicado y un presente que los estigmatiza. Joaquín (Alejandro Buitrago) es un joven que recién salido de un centro de rehabilitación para adictos es encomendado al cuidado de su prima Helena (María Ucedo), quien en aquel usual rol de la señora de campo, se ha estancado en la soledad y el desamor. De todos modos no será sólo por su culpa que la desgracia aparezca en su vida. Ernesto (Luis Ziembrowski) es el esposo y dueño (por herencia) de toda la extensión del inmenso predio rural, que con sus modos machistas y un bagaje de represiones al borde del colapso, intenta cumplir con su rol de amo. Deshora es una historia de amor a destiempo, un cuento campestre que lejos de la presunta inocencia o tranquilidad pastoral se convierte en un drama psicológico lleno de paradojas: Helena se desvela pensando porque no puede ser madre mientras que la yegua de la estancia no para de tener cría; Ernesto es el más machistas de los hombres pero no puede dejar embarazada a su mujer ni hacerse cargo de sus impulsos sexuales, y Joaquín es la mejor excusa para darle forma a una perfecta estructura triangular, actuando como nexo dramático y físico, estará a su cargo (en su andar fantasmagórico) el control mental de Ernesto y Helena, quienes irónicamente fueron designados para protegerlo. Entre juegos de intensa seducción sexual contenida, pronto las presas tomarán el puesto de los cazadores y cuando esta situación llegue a su cenit, será el momento de tomar las decisiones que se vinieron postergando. Los tres se necesitan pero uno debe partir, y quien se vaya será por el azaroso destino y no por el natural fluir de sus acciones. Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar