Barry Seal: Sólo en América, de Doug Liman Por Paula Caffaro Tom Cruise se pone en la piel de Barry Seal, el piloto norteamericano quien, tentado por la codicia, se cargó la creación de uno de los centros más poderosos de narcotráfico del mundo, el Cartel de Medellín. Entre Jorge Ochoa y Pablo Escobar, por un lado y el Gobierno de los Estados Unidos por el otro. Y fue Seal el que tuvo que aprender a manejarse entre drogas, armas y una serie de códigos inéditos. Basada en una historia real, Barry Seal: Sólo en América, narra de forma retrospectiva y en primera persona, la historia de Barry Seal un piloto comercial norteamericano que se ve tentando a comenzar una poderosa ruta de narcotráfico entre Estados Unidos y Sudamérica poniendo en riesgo no sólo su vida, sino la de toda su familia. Con grandes escenas de acción mezcladas con un toque de comicidad en guiño con la audiencia qué, definitivamente conoce cómo fue la historia, el film se sucede de forma rítmica y entretenida a lo largo de sus casi dos horas de duración. Recurriendo a efectos típicos de la época que representa (fines de los setenta, principios de los noventa) como los videotapes, los radares analógicos, los teléfonos públicos y el pager, la película se destaca en lo que a formas se refiere. Por supuesto, la historia es atractiva, sobre todo como recurso para intentar reconstruir algunos fragmentos del pasado que colaboran para comprender los hechos del presente, en especial la figura de Pablo Escobar y la astucia negligente de su cartel, pero también la de un gobierno tan poderoso como el de los Estados Unidos. Cruise cumple bien su rol e interpreta a Seal de forma verosímil, tal vez alejado de sus latiguillos típicos, el papel protagónico le sienta más que bien. De todos modos, Doug Liman, el director, no se privó de rodar algunos planos emblemáticos en los que resaltan la fisonomía del querido Tom y sus hermosos ojos verdes. Acción, un poco de historia y dos horas de Tom Cruise en pantalla grande. No es la película del año, pero tampoco está tan mal. BARRY SEAL: SOLO EN AMÉRICA American Made, Estados Unidos, 2017. Dirección: Doug Liman. Intérpretes: Tom Cruise, Domhnall Gleeson, Sarah Wright, Jesse Plemons, Caleb Landry Jones y Lola Kirke. Guión: Gary Spinelli. Fotografía: César Charlone. Música: Christophe Beck. Edición: Andrew Mondshein. Diseño de producción: Dan Weil. Distribuidora: UIP (Universal). Duración: 115 minutos.
El seductor, de Sofia Coppola Por Paula Caffaro Una vez más Sofía Coppola vuelve para poner en escena un drama femenino de la mano de sus actrices fetiches o bien llamado “club de las rubias”. Durante la Guerra Civil estadounidense un soldado enemigo y herido es ingresado al refugio en que Miss Martha (Nicole Kidman), logró adaptar en una vieja escuela de señoritas. Será este el error primordial que llevará al conjunto de damas hasta lugares insospechados. Si en las Vírgenes suicidas (1999) Coppola parecía inaugurar una poética visual propia ligada al encanto seductor femenino y un ambiente de tonalidades pastel que se va diluyendo con el avance de la peripecia hasta llegar a un clímax explosivo y totalmente dramático en términos aristotélicos, es en El Seductor donde viene a confirmar cada uno de estos rasgos exponiéndose, definitivamente como una autora de cine. Por supuesto que en María Antonieta (2006) estos rasgos aparecían -sumada esa música pop tan desconcertante para algunos-, sin embargo, es con su último film con el que parece volver a esa fuente de inspiración primogénita. La escena de apertura parece emerger de un cuento de los hermanos Grimm. La bruma inunda un bosque mientras el silbido de una niña perpetua el sonido. La niña busca vegetales para la cena, pero entre la maleza encuentra el alimento no para sus estómagos, sino para el ego propio y el de sus compañeras de morada. Un soldado malherido es llevado hacia el refugio de Miss Martha para ser curado. Obviamente su llegada no es esperada. De todas formas, el intruso pronto logra establecer conexión con cada una de las mujeres hasta convertirse en una verdadera amenaza para la seguridad del hogar. Casi siguiendo al pie de la letra un recetario de iconología, cada uno de los planos de El seductor, expresa en su imagen la representación visual de lo narrado. Las formas se sobreponen ante el contenido haciendo del lenguaje cinematográfico una batería de herramientas precisas. También aparece el elemento siniestro, y tras el devenir del film se enrarece no sólo el espacio de acción, sino el eje del drama. Con un mix de suspense y una estructura de cine clásico -hay que recordar que es una ramake del filme de Don Siegel de 1971, con Clint Eastwood-, la película logra coquetear con el espectador, muchas veces, a través de los silencios y todo aquello que no se ve. La presencia del fuera de campo es poderosa y esa latencia es la que, poco a poco, se va incrementando mientras que vemos derrumbarse ese micro mundo de aporía que Miss Martha se esfuerza por sostener a base de catolicismo y reglas estrictas de convivencia. EL SEDUCTOR The Beguiled. Estados Unidos, 2017. Dirección y Guión: Sofia Coppola. Intérpretes: Colin Farrell, Nicole Kidman, Kirsten Dunst, Elle Fanning, Oona Laurence, Angourie Rice, Addison Riecke, Emma Howard, Wayne Pére, Matt Story. Producción: Sofia Coppola y Youree Henley. Distribuidora: UIP. Duración: 93 minutos.
SANGRE EN LA NIEVE El sueco Thomas Alfredson se siente cómodo en los climas inhóspitos que caracterizan esa región del planeta. Además de ser un nórdico nativo, el realizador de Déjame entrar (2008) y El topo (2011) es hábil a la hora de desenvolverse en terrenos poco amigables como las tupidas y prolongadas nevadas, o las frondosas estepas cubiertas por metros de hielo y nieve. También (y como se vio en sus filmes previos) su estilo narrativo se caracteriza por un relato centrado, por una parte, en la coralidad, y por el otro, en el despliegue del género policial tintado de elementos propios del suspenso y el thriller. El muñeco de nieve, por supuesto, no es la excepción, sino más bien el ejemplo por excelencia, ya que combina ambos rasgos estilísticos. Con un prólogo violento se da inicio a una película que todo el tiempo rescata no sólo la recurrencia de familias disfuncionales, sino también el esbozo de un retrato de época cuando insiste en una puesta en escena fanática de la descripción de espacios público o privados en un afán por caracterizar un “modo de vida” particular, como, sin dudas lo es el nórdico. La cámara de Alfredson se empeña en mostrarnos un doble punto de vista cuando, parece que estamos del lado de los investigadores, sin embargo irrumpen una y otra vez planos en los que podemos observar desde la distancia (y a través de pintorescos ventanales) la vida de los otros, o más bien, de las presas. En Oslo, un grupo de investigaciones criminales se dedica al rastreo de mujeres desaparecidas guiado por Harry Hole (Michael Fassbender) y Katrine Bratt (Rebecca Ferguson). La dupla con personalidades opuestas, pero más puntos en común de los que creen, llevan adelante la búsqueda de mujeres desaparecidas de la zona. Inmersos en la tarea policial comienzan a descubrir patrones en el modus operandi de un asesino que deja como huella, un terrorífico muñeco de nieve. Al parecer las víctimas comparten un pasado vinculado a prácticas de fertilidad y un médico macabro con graves problemas personales. Luego del prólogo, El muñeco de nieve parece haber jugado todas sus cartas allí (todo el conflicto se halla expuesto y resuelto), y lo que sigue es un desfile de celebridades casi como excusa para la continuación del filme. Durante el desarrollo de la trama, la historia aparece fragmentada y con varios hilos sin puntada para concluir lo que se sospechaba desde el comienzo. De todos modos, esta falta de dosificación del suspense, se puede entender como una característica propia del género policial en una versión estilizada, sin embargo, apelando a varios lugares comunes como por ejemplo el uso de la tecnología para la resolución de los casos, una femme fatal inexperta y un jefe de investigación alcohólico y solitario, entre otros. Es decir, hay algo de la película que atrapa, seguramente el ambiente y las actuaciones, mientras que, al mismo tiempo cansa. Déjame entrar fue perfecta, por eso es mejor quedarse con esa imagen de Alfredson. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
Zama, de Lucrecia Martel Por Paula Caffaro A la orilla del Paraguay Don Diego de Zama contempla el transcurrir del tiempo reflejado en el oleaje mínimo de la marea. De postura erguida y en tres cuartos perfil el cuerpo del hombre juega con el fondo una relación de equilibrio casi perfecta. Se podría camuflar con el ambiente, aunque se percibe que hay algo que desencaja. Diego de Zama, el corregidor, trabaja para la corona española. Sin embargo, su vida cortesana no es la esperada. Entre audiencias de pobladores locales con problemas inútiles y un presente personal latente, Zama lo único que hace es esperar. En el noreste argentino durante el 1500 el virreinato español dominaba la zona bajo las órdenes de un Rey que nadie conocía, pero todos debían obedecer. Su representación, un gobernador infame, sólo acrecentaba la desconfianza de un pueblo sumido en las costumbres locales, el lujo de pocos y el mestizaje. Mientras tanto, y en la frontera entre la riqueza y la pobreza, Zama, intenta conseguir lo que viene esperando hace mucho tiempo: su traslado a Buenos Aires. No es novedad que Lucrecia Martel sea la experta de la puesta en escena cinematográfica. Bastaría con enumerar sus obras y mediante la elección de cualquier escena al azar hacer un análisis formal. El trabajo de Martel propone siempre un manifiesto de amor al cine, es así como cada plano de sus películas no sólo lo demuestran, sino que lo expresan de manera explícita con recursos como la utilización de la profundidad de campo y la multiplicidad de acciones en capas, los primerísimos primer plano de rostros, el meticuloso diseño de sonido (que nunca olvida esas chicharras propias del clima cálido que tanto recuerdan a los pantanos) y una cámara segura que no le teme a los saltos de eje (Martel se caga en la ley de 180º). En esta oportunidad, y tras diez años de ausencia, Zama viene a confirmar que Martel está más presente que nunca de la mano de un cine imperfecto que destila realismo. El acercamiento a la cotidianeidad norteña, ahora en el siglo XVll, no hace más que exponer la artificialidad de la pose. El ridículo de la parodia y el disfraz son, en este caso, los recursos que la directora salteña elige para dar curso a la historia de Diego de Zama adaptando la obra de Antonio di Benedetto. Zama se sostiene, por supuesto sobre la historia del escritor mendocino, pero cinematográficamente en dos ejes. Por un lado, la degradación física del protagonista, y por el otro, la irrupción del elemento mágico (tan propio de Martel). Don Diego de Zama lleva, por su cargo, una investidura que lo diferencia del resto: una peluca colonial como símbolo jerárquico, y una buena posada con muebles elegantes acordes a su rango. Con el transcurrir de la peripecia, serán cada uno de estos elementos los que se vean vulnerados (hasta su desintegración) como metáfora de la desaparición de las esperanzas del protagonista quien ve su deseo de ser traslado como un sueño imposible de alcanzar. El cuerpo de Zama, notablemente en proceso de putrefacción física y mental es una bomba de tiempo en la que Martel se apoya para transmitir la corporeidad de la espera eterna. A su vez, este elemento orgánico permite revalorizar uno de los tópicos predilectos de la salteña: la vitalidad de los cuerpos humanos y su desgaste. El otro pilar (también revisitado por la directora en previas oportunidades) es la emergencia del elemento mágico. En los films de Martel el extrañamiento es el clima que habita la atmosfera, y Zama no es la excepción. El halo de la muerte está presente en cada uno de los susurros de las voces que, algunas con miradas a fuera de campo, regalan un ambiente de incertidumbre, y también en las sombras de los fantasmas que habitan la colonia. La mente de Diego de Zama está perturbada por el calor constante y la injusticia de la traición, pero la oscuridad que palpita no es producto de su imaginación, es más bien, otro rastro de artificialidad del relato. La enunciación es manifiesta y la exacerbación es la caja que se mueve sola y la duplicación del niño muerto entre otros, como por ejemplo la brutalidad de los salvajes rojos o las picaduras de alimañas autóctonas. Zama marca el regreso de una realizadora prodigio que ama el cine. Disfrutémosla. ZAMA Zama. Argentina/Brasil/España/Francia/Holanda/México/Portugal/Estados Unidos: Guión y dirección: Lucrecia Martel. Intérpretes: Daniel Giménez Cacho, Lola Dueñas, Matheus Nachtergaele, Juan Minujín, Rafael Spregelburd, Nahuel Cano, Mariana Nunes y Daniel Veronese. Fotografía: Rui Poças. Edición: Miguel Schverdfinger y Karen Harley. Diseño de producción: Renata Pinheiro. Sonido: Guido Berenblum. Distribuidora: Buena Vista International. Duración: 115 minutos.
¡Madre!, de Darren Aronofsky Por Paula Caffaro Darren Aronosky (Requiem por un sueño, El cisne negro) es un realizador controvertido. Odiado por varios y amado por unos tantos más, el neoyorkino tiene una visión particular del mundo, la cual no duda en exponer, sin filtro, a la audiencia. En esta oportunidad, Mother!, su último film, viene a confirmar su locura creativa de la mano de una historia que no todo el mundo podrá tolerar. En la tranquilidad del hogar, una bella y joven mujer se despierta en búsqueda de su pareja quien, en apariencia no ha pasado la noche junto a ella. La extensa búsqueda comienza y junto a ella conocemos los espacios de una casa inmensa y en construcción. Finalmente, el hombre aparece súbitamente y ahí empieza la historia. Una que narra la historia de una pareja sin hijos con rasgos sobrenaturales, por el momento desconectados. Pero el film avanza y, a su ritmo, logra no sólo develar el misterio de la extrañeza sino la evidencia de estar a punto de presenciar la magia de la creación desde la primera fila. Porque la mujer (Jennifer Lawrance), es la musa y el hombre (Javier Bardem), el escritor. Sin nombres propios, pero con los roles definidos, en Mother!, todo puede suceder, incluso lo menos esperado. Como una colección de mamushkas, Mother! también es una película salvaje. Desde lo más profundo de las entrañas el film se vuelve visceral en una escalada de tensión, violencia y frenesí no apto para sensibles. Desde el fratricidio hasta el canibalismo, la película se va desmadrando conforme avanza. Con una extrañeza construida desde la primera secuencia, Mother!, viene a remover las estructuras de algunos lugares comunes presentes en relatos encastrados o films-puzzle. Porque en apariencia todo sucede bajo las estrictas normas del género hasta que el timbre suena y los intrusos hacen su aparición. Intrusos que vienen a cumplir una misión muy importante: constatar en cada diálogo la presencia del artificio. La exterioridad del film no sólo se da a través de la detección del extrañamiento (brechtiano, si se quiere) en la puesta en escena y los personajes, sino también en el sutil juego de puntos de vista. El espectador entrará al film de la mano de una secuencia onírica de imágenes inconexas, para luego, con esa información fragmentada, reconstruir los restos de historia. Hay mucho de imaginación, y así como se escriben las páginas de un libro en blanco, la película coquetea con el extenuante proceso creativo de los escritores haciendo participe a todo aquel que quiera hacerlo a través de una mirada introspectiva al mundo de la escritura de ficción. ¡MADRE! Mother! Estados Unidos, 2017. Guión y dirección: Darren Aronofsky. Intérpretes: Jennifer Lawrence, Javier Bardem, Ed Harris, Michelle Pfeiffer, Brian Gleeson y Domhnall Gleeson. Fotografía: Matthew Libatique. Edición: Andrew Weisblum. Diseño de producción: Philip Messina. Distribuidora: UIP (Paramount). Duración: 121 minutos.
It, de Andy Muschietti Por Paula Caffaro Aunque Andy Muschietti niegue la referencia a la serie norteamericana del momento, Stranger Things, es inevitable relacionar ésta, con su versión de IT. Hay más de un rasgo en común además de un fuerte sentimiento de época que ubica al film inmerso en un microclima nostálgico y perturbador. El realizador argentino adaptó la icónica novela de Stephen King, casi pasando por alto la versión anterior en manos de Tommy Lee Wallace, aquella que resultó ser un compilado de fragmentos para una serie televisiva durante los años noventa. De la mano de El grupo de los Perdedores, IT nos regala un viaje al pasado, más precisamente, a finales de los ochenta. En Derry, un pueblo olvidado por Dios, un grupo de pre adolescentes están a punto de vivir el verano más horripilante de sus vidas. Misteriosas desapariciones han estado sucediendo durante el último tiempo, entonces, motivados por el miedo, tal vez el aburrimiento del verano, y la colaboración con su amigo Bill, quien perdió a su hermano menor Georgie, la banda de entrañables amigos comienza su aventura estival. Montados en sus bicis y escapando del bullyng de los chicos populares de la secundaria, Bill, Richie, Stanley, Ben, Beverly, Mike, Eddie y Stanley se expondrán a sus miedos más profundos en la difícil, pero necesaria, empresa de descubrir qué es lo que está sucediendo en Derry. IT revive las historias de fraternidad y primeras veces de todos aquellos grupos de amigos de la adolescencia. La identificación personal es instantánea, pero la cinematográfica también cuando vemos guiños en homenaje a grandes historias como Cuenta conmigo o Los goonies. A su vez, es tan fuerte el espíritu de época que la huella de la víspera de los noventa se hace notar en cada plano, no sólo por el vestuario y la ambientación, sino también por el regreso a vivenciar la calle: las bicis, los garages, el primer amor, las primeras frustraciones, etc. Si de despliegue fílmico se trata, Muschietti se sabe conocedor del género y amante de la historia de Pennywise, por eso, su obra refleja la capacidad artística en planos técnicamente bien resueltos, una fotografía impecable y una evolución narrativa que mantienen a todos en alerta. Tal vez, podríamos criticar el abuso de efectos sonoros y una utilización constante de la estridencia aguda, pero pesa más la carga emocional del revival que el despliegue de los recursos en sí. Muschietti juega con el horror, y se atreve a poner en pantalla crudísimas escenas que involucran niños mutilados, animales torturados, adolescentes abusados, entre otras atrocidades que la primera versión no se animaba a representar. Esta versión de IT es muchísimo más jugada en términos de definición política y estética, y eso se agradece cuando como resultado se obtiene un film que no se queda en medias tintas y apuesta a tematizar lo siniestro de una forma totalmente naturalizada. IT tiene mucho para ofrecer, y a pesar de su longitud, aún nos espera la segunda parte. ¡Qué el hype no decaiga! IT It. Estados Unidos, 2017. Dirección: Andy Muschietti. Intérpretes: Jeremy Ray Taylor, Sophia Lillis, Finn Wolfhard, Chosen Jacobs, Jack Dylan Grazer, Wyatt Oleff, Bill Skarsgård, Jaeden Lieberher. Fotografía: Chung-Hoon Chung. Montaje: Jason Ballantine. Duración: 135 minutos.
RETRO FEMME La actriz sudafricana, Charlize Theron, vuelve a deslumbrar en la pantalla grande en un rol que la hace brillar de comienzo a fin. Junto a James MaCvoy, Jhon Goodman y una ardiente Sofía Boutella, Atomic Blonde, llega a los cines para contar una historia localizada temporal y físicamente en Berlín, durante los días previos a la caída del muro, a través de una estética anclada en los años ochenta. El fucsia y el turquesa de la iluminación neón hacen resaltar el rubio platinado que lleva la agente del MI6, Lorraine Broughton (Charlize Theron), durante extensas y reiteradas escenas en la que el filme parece alcanzar su punto máximo de contacto con otros lenguajes cercanos al video clip y el fashion film. Junto a los movimientos de cámara que privilegian tomas estilizadas y un montaje, por momentos vertiginoso, Atomic Blonde, además de narrar una historia de espionaje, viene a poner en escena una propuesta estética muy fuerte basada en una mirada retro sobre los años ochenta, incluyendo una cuidada banda sonora, y planos detalle a toda la tecnología vintage característica del género como por ejemplo radios, discos, tapes, teléfonos, etc. Con la misión de recuperar una lista en la que se encuentran los nombres de los agentes más peligrosos del espionaje ruso y alemán, Lorraine viaja a Berlín para lograr tal cometido. Una vez allí, la acción toma protagonismo ofreciendo una escena tras otra, en la que entre batallas cuerpo a cuerpo y peligrosas armas, la agente deberá luchar por sobrevivir. Golpes, sangre, balas, persecuciones infinitas por las calles berlinesas, son el escenario donde el filme cobra vida. Además, Atomic Blonde, se ocupa de complacer a su público cuando regala imágenes de la movida nocturna alemana y un par de escenas sugerentes en las que arde la pantalla mientras Theron y Boutella hacen lo suyo. Sin embargo, el filme tiene un problema. Si bien la narración es ágil y la acción se encuentra muy bien dosificada, el desenlace se estira demasiado. Con más de dos posibles finales, el ritmo de la película decae en el último tramo. Pese a ello Atomic Blonde es un filme que además de proporcionar grandes dosis de acción, calienta la pantalla de la mano de dos bellas y talentosas actrices enmarcadas en una estética que les calza justo. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
Funcionando como una precuela de Anabelle, la segunda entrega, aporta la reconstrucción de cómo fue el proceso que dio origen a la muñeca malvada del cine. De duración extensa y con un repertorio de lugares comunes propios del género, Annabelle 2 deja bastante que desear. David Sandberg toma la posta y pone en escena la segunda parte de un filme que, en su momento, tuvo una pésima recepción de la crítica. Tal vez por cometer el mismo defecto que presenta Annabelle 2: una historia cliché y eternos planos descriptivos que concluyen con un golpe de efecto sonoro. El filme narra el comienzo, la creación de la muñeca que aterroriza a más de uno. Con un perfil demoníaco, el juguete toma vida propia poseída por el mismísimo diablo quien se personifica de manera bastante similar a la fisonomía de Babbadook. Al parecer, las referencias son más que homenajes. Las representaciones de la entidad diabólica comparten no sólo un profundo color negro, sino la forma y textura de su cuerpo: largas extremidades rugosas que parecen poder abrazar la inmensidad y nacer de la nada misma. Luego de la muerte de su pequeña hija la familia Mullins queda devastada, dejando a la madre confinada a su habitación y a un padre que, claramente, guarda un secreto. Pero tras doce largos años de silencio y aislamiento, los Mullins deciden acoger en su casa a un grupo de huérfanas en tránsito. Será este contingente de pequeñas inocentes la excusa perfecta para el desarrollo de una larga y tediosa puesta en escena de cómo “el mal” va cobrando protagonismo en sus almas, sobre todo en la de Janice, una bella niña coja por culpa de las secuelas de la polio. Acompañadas por una monja de origen latinoamericano, las niñas pronto comienzan a vivenciar experiencias sobrenaturales. Pero lamentablemente, la acción tarda en aparecer y al momento de hacerlo le cuesta situarse dentro de la diégesis propuesta. Los efectos se agotan, y una vez hartos de la puertita que se abre sola, ya no queda más nada que esperar. Annabelle 2, no aporta nada significativo a lo que fue su pobre primera parte. Sin embargo, repone elementos anteriores a la historia que se cuenta en la primera versión. Y ese conjunto de datos se agradece, porque es la construcción de este micro universo, un mundo intrigante que, por lo visto, aún ningún director logra explotar en su totalidad. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
Mario on tour, de Pablo Stigliani Por Paula Caffaro Mario on tour es una road movie local en la que las rutas balnearias son testigo de la recomposición de la relación entre un padre y su hijo pre adolecente. En clave dramática, pero con la comicidad medida (y característica) de Amigorena y Said, el film de Pablo Stigliani pone en pantalla una historia sencilla que se va construyendo a su propio tiempo. Si bien, la estructura narrativa parece decaer en ciertos momentos, la fuerza del relato logra recuperar el ritmo, que por momentos se vuelve algo cansino. Mario (Mike Amigorena) es un tipo separado cuyo hijo Lucas (Román Almaraz) vive con la madre y su nueva pareja. Atrapado en un sueño de triunfo de la mano de su propia banda solista, el protagonista hipoteca su objetivo a fuerza de tener que ganarse la vida haciendo shows privados en los que interpreta temas de Sandro. Además, debe recuperar la relación con Lucas, y tras varios intentos fallidos, surge la posibilidad de hacer un viaje juntos. Así comienza el tour de Mario, un viaje en el que no sólo tendrá que cantar temas de otros a cambio de dinero, sino que deberá re encontrarse con su hijo, un personaje entrañable quien pronto se llevará todos los aplausos. Con gran sorpresa el film muestra un Amigorena superando las expectativas. Lejos del papel al que nos tiene acostumbrados, en Mario on Tour parece haber algo de maduración actoral que lo aleja de la voz impuesta y el estereotipo, para dar a conocer un aspecto más humano, menos prefabricado. Incluso su llanto en primerísmo primer plano logra traspasar la pantalla ofreciendo una escena llena de sensibilidad y empatía. Lo de Román Almaraz ya todos lo sabemos, su carisma es contundente, y es este un personaje que le sienta muy bien, incorporándose a la historia con gran protagonismo. Si de cuestiones técnica se trata, se puede destacar el trabajo fotográfico con una cámara en mano amable y una composición cinematográfica que regala, por momentos, imágenes estilísticamente fotogénicas. La ruta cuando se pone o sale el Sol son esos momentos privilegiados de luz que el director de fotografía supo cómo capitalizar, aportando a la historia belleza cinematográfica. Sin embargo, sucede algo con el montaje y es la sensación de que los cortes llegan con retraso. Si bien podríamos hablar de un rasgo de estilo, la sensación general provoca escenas de tiempos muy dilatados que se extienden hasta más no poder. Cómo si la cámara ya no pudiera exprimir más la acción del cuadro y le costara finalizar la toma. El resultado es agotador, y lamentablemente, diluye las emociones y gags que motorizan el hilo narrativo del film. Mario on tour es una historia sencilla apta para toda la familia, y, sobre todo, abuelas sensibles. Con sorpresas en las actuaciones y una fotografía para destacar, es otro producto nacional que alegrará a más de un espectador cansado de las soap operas de Suar. MARIO ON TOUR Mario on tour. Argentina, 2017. Guión y dirección: Pablo Stigliani. Intérpretes: Mike Amigorena, Iair Said, Román Almaraz, Leonora Balcarce, Rafael Spregelburd y Ale Sergi. Fotografía: Javier Guevara. Edición: Sebastián Polze. Sonido: Bernardo Francese. Duración: 105 minutos.
S(E)R. PRESIDENTE Santiago Mitre lo hizo otra vez. Son su fetiche por los primeros planos y la creación de un ambiente enrarecido, tan solo algunos de los aspectos estilísticos del cine de este realizador argentino que viene construyendo una trayectoria sólida cimentada sobre la base de relatos con fuerte estructura dramática y una puesta en escena que fusiona elementos tradicionales del cine local, pero que, sin embargo, reformula cuando aporta una visión renovada, por ejemplo, al proponer una saludable mixtura de géneros. Tras El estudiante, película con la que saltó a la fama como realizador, y el posterior éxito que obtuvo con La patota, Mitre estrena La Cordillera, que como su nombre (y la tradición de nomenclaturas) lo indica no sólo tiene dos palabras, sino también un artículo primero. Recordemos El amor (primera parte) y Los posibles. En esta oportunidad, y desde la perspectiva de estrenar su nuevo filme luego de una amplia aceptación mundial, el realizador propone una película en la cual la historia es solamente la excusa para inmiscuirse en los recovecos del ser presidencial. Con Darín encarnando la figura de un presidente ficcional contemporáneo, y un elenco estelar (Fonzi, Romano y Rivas) que lo acompaña, La cordillera narra la historia de una cumbre latinoamericana inventada, en la que presidentes de la región concurren a Chile para debatir (y votar) el futuro de una nueva inversión petrolera. Desde la mirada subjetiva de Hernán Blanco (Darín), pronto se descubren los secretos privados tras las alianzas entre países, los cuales, por supuesto, derivan en tensiones diplomáticas, pero también en problemas personales. Mitre pone en escena la figura de un presidente inexperto quien, con signos de argentinidad (un poco de viveza criolla y pasión por las mujeres), tiene que lidiar con su vida personal: una hija en pleno divorcio y la opinión pública no sólo de gestión sino de su persona. Con el mote de “presidente invisible”, Blanco debe lidiar con las responsabilidades de sacar adelante un país y de sostener a su hija visiblemente afectada por una vida entera, tras las restricciones de la popularidad de su padre. La afición por los planos cerrados hacen del filme un relato íntimo, que fusiona tomas subjetivas invitando a transitar los pasos del presidente en primera persona (las escenas dentro de la Casa Rosada y el avión presidencial, por ejemplo) y la calidez del contacto próximo a las miradas de los personajes. En sus ojos está la clave de lectura de la película cuando a través de ellos podemos averiguar más acerca de su pasado y figurar sus intenciones futuras. En este contexto es para destacar cómo la intimidad deviene extraña con recursos estilísticos propios del lenguaje del cine, en este caso la utilización de la temperatura color fría (no sólo el azulado es consecuencia de la altura a la que se está rodando) y la composición de los planos, los cuales mediante estricta geometría reponen en escena los mandos de jerarquía sin abandonar la cercanía. Para reflejar esta condición no hay más que citar el primerísimo primer plano invertido del rostro de Dolores Fonzi, en el que tras la permanencia de varios segundos en la pantalla, no hace más que intensificar la extrañeza al transfigurar sus facciones. La cordillera, es la película argentina del año, algunos dirán “la nueva de Darín”, otros podrán intuir la pisada firme de un director prolífico que promete larga vida al cine argentino de la mano de una bocanada de aire fresco. Por Paula Caffaro @paula_caffaro