Venganza de guante blanco Un compacto y ágil trago de whisky. Un cierto ardor en la garganta. Siempre el mismo. Siempre diferente. Con esto puede compararse esta típica película norteamericana de policías que, aunque intente darle un par de vueltas de tuerca al género, sigue siendo una de policías. Y no está mal, porque esta clase de filmes ya son una especie de saludable costumbre dentro del cine norteamericano, y el oficio que la industria ha adquirido a la hora de hacerlos es inobjetable. La historia empieza con misterio. Un sujeto aparentemente anodino alquila una habitación en un hotel neoyorquino y se para en la cornisa de su ventana dispuesto a saltar. Stop. Una leyenda invita al espectador a remontarse hasta casi un año hacia atrás. Allí encuentra al mismo tipo -un policía destituido, nos enteramos de paso-, preso en la cárcel de Sing Sing, aparentemente acusado de un crimen que no cometió. ¿Cómo es que la misma persona está presa y luego al borde del abismo? Pues en el medio tendrá que escapar. Y aquí comienza la verdadera trama. El individuo que amaga quitarse la vida, tiene articulada una especie de revancha a lo grande contra el magnate que lo acusó de un crimen falso, valiéndose de varios contactos ilegales con uniformados que lo ampararon. Además de un relato bastante consistente, Al borde del abismo tiene a su favor las participaciones de muchos actores con el carácter necesario para este tipo de historias. Ed Harris es el más conocido del elenco, y hasta tiene el estatus de estrella, pero lo hace valer, componiendo a un villano reconcentrado y ardiente. Después se agregan Sam Worthington, Edward Burns, Kyra Sedgwick y Jamie Bell, todos en muy buenas performances. Se trata de opera prima de un realizador llamado Asger Leth, quien entra al mundo del cine con la cabeza en alto, por una puerta lateral que dice "clase B".
Los empleados del mes Empieza despacio y después gana en vértigo y espectacularidad. Ese sería el radiograma de Robo en las alturas, una comedia de acción a la norteamericana, bien hecha, con buenos actores y buenas escenas de acción. La trama se desenvuelve alrededor de un magnate acusado de una estafa millonaria. Hasta tanto la justicia se expida acerca de la honorabilidad o no de este hombre, unos empleados de su rascacielos neoyorquino deciden cobrarse una deuda propia: el tipo se quedó con todo el dinero de las pensiones del personal, y ellos van a recuperarlo. El problema es que un conserje, un administrador y un abrepuertas tienen pocas probabilidades de robar 20 millones de dólares de un moderno edificio súper vigilado, sin ser atrapados. Por eso recurren a un ladrón de medio pelo, que no sabe si ayudarlos o mandarlos a rendir la materia, para que los lidere en la comisión del citado crimen. Brett Ratner es un director con reconocidos antecedentes en el género acción con comedia. Mencionar que comandó Una pareja explosiva (Rush hour) y sus dos secuelas, con Chris Tucker y el incomparable Jackie Chan haciendo de dos graciosos policías con métodos opuestos, es suficiente para acreditarlo. Robo en las alturas vuelve a usar varios de los elementos del género, sin llegar a tanta inspiración, aunque de manera pasable. El contrapunto entre Eddie Murphy y la pandilla de cacos amateurs liderada por Ben Stiller, funciona. Se crean varias situaciones cómicas, y los diálogos buscan entretener todo el tiempo con las respuestas rápidas e irónicas. Las escenas de acción, aunque demoran un poco en llegar, son muy efectivas. En el clímax de la historia, a la típica manera hollywoodense, mezclan un desfile de gran factura por las populosas calles de Manhattan, con un engaño a los agentes del FBI que vigilan el edificio del millonario, y el robo de un botín difícil de imaginar, haciendo equilibrio para precipitarse a tierra desde una altura comparable a la de un avión haciendo su vuelo previo sobre la metrópoli, buscando su lugar de aterrizaje.
Espectacular, Watson Del 1 al 10, la segunda película de Sherlock Holmes se aproxima al 10 en la cuestión técnica y artística. En lo que respecta a la pasión, supera la máxima calificación posible. Y eso se traduce en placer para el espectador. Los directores de cine que aman lo que hacen, son bichos raros en el negocio. Detrás de este largometraje hay uno: Guy Ritchie. Así como el té importado, el césped inmaculadamente verde o la costumbre de conducir por el carril izquierdo de la calle, el investigador privado Sherlock Holmes es uno de los símbolos de la cultura británica. Las raíces de este personaje se hunden en la época victoriana, o sea hacia mediados del 1800, un momento de la historia que coincide con la primera gran revolución industrial producida por el hombre, de la que casualmente Inglaterra fue una gran protagonista. Un gran hálito de chauvinismo envuelve entonces al mito de Holmes en la cultura de ese país, y queda bien explícito por el modo en que Guy Ritchie filmó este largometraje. Su materialización -por dar un ejemplo- de las escenas urbanas, desde la arquitectura a la vestimenta de los habitantes de la época, pasando por todo el arco imaginable, está tan dramáticamente estudiada en cuanto a los materiales de confección, el color, los ecos, la luz y hasta el espesor de la niebla, que todos los elementos parecieran estarle diciendo al espectador de una manera subliminal: nadie puede filmarnos mejor que un británico nacido aquí mismo (en Londres). Por si eso fuera poco, Ritchie, que es un enamorado de su estilo -en parte ligado al posmodernismo visual-, le agrega una pizca de menta al cóctel. El que haya visto películas suyas anteriores, sabe que ama las cámaras lentas y los detalles convertidos en planos gigantes. Esto le viene de maravillas para representar el apogeo de la revolución industrial, y al recurso lo utiliza a veces de maravillas para mostrar, pieza por pieza, cómo se accionan los mecanismos de un artefacto complejo, llámese arma de fuego, engranaje o bomba. Y también para hacer experimentos en contrario, a la hora de la jugar con la espectacularidad. Porque, Sherlock Holmes: Juego de sombras, es toda una superproducción. El guión acompaña. Si bien, alguna vez, se pasa de vuelta en el afán de homenajear la genialidad de Conan Doyle y Holmes, se lleva bien con las imágenes. Holmes, maestro del transformismo entre otras artes, está detrás de un criminal de gran talla, cuando la boda de su ex asistente Watson parece interferir en el éxito de dicha tarea. Desafío extra para el agente principal, quien no puede darse el lujo de quitar su aliento de la espalda de aquel que quiere instigar a una guerra global, para enriquecerse a través de los negocios de armas y demás.
La mecha sigue encendida Se pueden repetir los ingredientes, pero un mismo plato cocinado dos veces raramente tendrá el mismo gusto. Misión imposible 4 no es la mejor de las cuatro entregas de la saga, como anunciaban con picardía algunas publicaciones especializadas, pero está bien. La famosa mecha que se consume, ícono de la serie de espías musicalizada por el argentino Lalo Schifrin, sigue encendida. Si algún interesado echó a correr el rumor de que debíamos prepararnos para ver una superación dentro de la franquicia, tal vez estaba abriendo el paraguas, para amortiguar un posible decaimiento. En la misma película se habla al menos dos veces de la distorsión de la realidad que suelen montar los medios masivos: una, cuando la TV rusa describe como una explosión de tuberías de gas un atentado contra el Kremlin; la otra, cuando los informativos norteamericanos usan la palabra meteorito para describir un misil. Por qué no pensar entonces que la propagación de los supuestos buenas comentarios surgidos de los países donde Misión imposible 4 se fue estrenando, según el calendario, se manipula a fin de crear expectativa en los siguientes mercados. El filme está sembrado de escenas de acción y vértigo, pases de comedia y un gran despliegue de delicias tecnológicas. Tal vez, esos sean los tres pilares más sólidos en los que se apoya mientras que el cuarto, el guión, es probablemente el más flojo de todos. El argumento (hay que detener a un terrorista que quiere iniciar una guerra nuclear) no logra volverse atractivo en su desarrollo. De a ratos, parece que se deshilachara, sobre todo cuando los giros y las sorpresas no surten tanto efecto, o cuando se desvía, por ejemplo, al hablar del pasado o de las situaciones emocionales de los protagonistas, que están menos logradas que las que suelen encontrarse en estos productos. Quizá uno de los mejores pasajes del largometraje sea el que transcurre en el interior y contra los ventanales de la torre Burj Khalifa de Dubai. En este fragmento, de unos cuantos minutos, los agentes norteamericanos fraguan una cita melliza de negocios para robar los códigos de activación de un misil nuclear, mientras Tom Cruise camina como una araña por el perfil del rascacielos, en una escena para que la que no aceptó ser reemplazado por dobles. Las secuencias finales, que conducen hacia el clímax y el desenlace, también funcionan. En esta etapa, el espectador ya ha pasado por Hungría, Rusia y Dubai, en ese espectacular despliegue de escenarios que caracteriza a estas superproducciones, y se encuentra en Bombay, India, para ver una de esas clásicas pero siempre efectivas escenas de suspenso que comienza con espías diseminados en una fiesta de lujo y en las tuberías de esa fiesta, y termina en un nuevo salvataje del mundo de esos que ocurren todo el tiempo mientras las personas comunes nos dedicamos distraídamente a las tareas cotidianas.
Mucho ruido y ricas nueces Alguien en la red escribió dos cosas muy acertadas sobre esta película. Una -y esto alcanza a las dos anteriores producciones de la saga-, que su estilo se parece al de los tradicionales cartoons (series de dibujos animados, aquí en Argentina) de las décadas de 1960, 1970 y 1980. Es verdad. Al transformarse aquellas tiras con el paso de los años, uno de los cambios fue que dejaron de ser conjuntos de episodios, para convertirse en historias contadas con imágenes (y computadoras), pero trabajadas a la manera de los cuentos o las novelas. Podemos notar esa variación en Buscando a Nemo, La era del hielo, Toy story, o Kung Fu Panda, en las que incluso los temas (el amor de padres a hijos, la amistad, el valor) se corresponden más a los de la literatura que a los de la niñez más ingenua de hace tres o cuatro décadas atrás. El segundo apunte extraído es que a Alvin y las ardillas 3 le falta un poco de corazón. También es un poco cierto. Pero el enorme contrapeso es que su desarrollo está fogoneado por abundantes chascarrillos, números musicales, la simpatía de los personajes y las ocurrencias de los guionistas, que terminan siendo lo más importante para pasar bien el rato. La aventura comienza al pie de un crucero donde Dave, Alvin y sus amigos aguardan para comenzar a disfrutar de unas vacaciones. Claro que las traviesas ardillas no consiguen cuidar su conducta encima de la nave, y allí comienzan los dolores de cabeza para su dueño, los cuales definitivamente empeoran cuando los roedores son izados por un barrilete y van a parar a una isla salvaje y fantástica, borrada de los mapas, donde la selva los sofoca, peligrosas criaturas los acosan, y un volcán amenaza con asarlos en su lava.
Contra el pasado El cine argentino parece estar reclamando su derecho de pertenencia en un género que le ha dado muchas gratificaciones a los que miran el espectáculo como un trabajo, como un negocio, como una forma de vida. En el año que termina se vieron unos cuantos filmes nacionales en la temática, algunos de los cuales con muy buena recepción del público, como por ejemplo la lograda Sudor frío. Pero lamentablemente esta primavera no parece haber sido suficiente para levantar la cortina de hierro que los distribuidores y exhibidores suelen colocar delante del cine argentino o poco comercial. En realidad, estrenar a esta altura del año, con los tanques navideños del cine atropellando todo, no es un buen trato para sus autores, pero es la única alternativa que suelen darles a los realizadores nuevos y a sus productos, a menos que debuten con una obra maestra (caso raro), y a veces ni siquiera así. Lo que queda tristemente claro es que crecer poco a poco, haciendo, equivocándose, aprendiendo, es una oportunidad que muy pocos tienen. Lo siniestro es una película rodada en 2009, de corte independiente, en el sentido técnico e incluso estilístico (últimamente convertido en moda por Hollywood), pero que trata de entrar en las convenciones del género para cumplir su cometido: estremecer. Hay una mujer, enfermera, con una mala relación de pareja. Una madre misteriosa. Las cartas de un abuelo moribundo llegadas desde la costa atlántica. Un viaje. Una pesada situación de la infancia que continúa abierta. Y por supuesto climas y más climas donde se confabulan algunos de los componentes típicos del terror: la muerte, la culpa, el sufrimiento, la locura, la pasión. Las palmas de la realización se las lleva, sin duda, la música, seguida de la fotografía y la ambientación. Héctor Cristofanetti y Alejandro Kainer son los musicalizadores. Para tenerlos en cuenta. Entre lo más flojo, la falta de una mayor coherencia al contar el cuento, y de hacerlo con unos grados más de magnetismo.
Domicilio en emergencia La reciente desaparición del gran Alberto de Mendoza, coprotagonista de esta película; las noticias sobre violencia familiar de los últimos meses en los informativos. Todo parece una confabulación propicia para que el filme de Miguel Ángel Rocca, La mala verdad, referido al abuso infantil en el hogar, saque su rédito con el morbo del público. Pero, se sabe, al argentino no le gusta demasiado ver en el cine los dramas que lo tocan de cerca. Para eso los vive en carne propia, o los tiene dentro de la casa, llegados por el televisor, que aunque sea un rato todos los días está prendido. De cualquier forma, La mala verdad no es una apuesta ni una jugada oportunista. Es un recorrido de alto vuelo sobre la sociedad, la nuestra o la de otro país, para observar desde una perspectiva más evolucionada las zonas enfermas del tejido colectivo. La historia habla de un abuelo que desmerece periódicamente la honra de su nieta (eso se sabe desde el comienzo), una dulce niña que comienza a mostrar síntomas muy reprimidos que sólo una joven psicóloga de la escuela es capaz de interpretar. Por suerte para la pequeña, esa terapeuta es alguien comprometido, que no ceja en su empeño de ayudarla, aun cuando deba chocar contra cientos de barreras. Vaya a saber cuántos casos distintos habrá en las calles. No hay escenas inconvenientes en la pantalla, no hay golpes bajos. Poquísima violencia explícita. Pero sí una carga de alteración constante. Tal vez porque, de manera sutil, el argumento descorre algunos velos incómodos. Por ejemplo, sobre la falta de reacción del entorno: la madre, la nueva pareja de ésta, el tío de la niña, los responsables de las instituciones educativas, el poder judicial. Una inanición que es la que realmente preocupa, porque explorar sus causas no es fácil, y sí urgente. El argumento está contado de modo impecable, entretenido y accesible para todo el mundo. Las actuaciones son magníficas, en especial las de la niña Ailén Guerrero, Alberto de Mendoza, Analía Couceyro y Malena Solda. La fotografía le hace su buen servicio al relato. La música da un clima acorde, y hasta la canción que hace de leitmotiv, Desarma y sangra, de Charly García con su ex grupo Serú Girán, parece compuesta para esta historia cuando se sabe que es mucho anterior en el tiempo.
Brindis, abrazo y esperanza Esta es la película que Hollywood les dedica al año que termina y al que está por venir, y si bien se podría pretender un homenaje con una envergadura poética mayor (al fin y al cabo, los que volvemos tan ajetreado a este planeta sobreviviremos como especie por un periodo más), lo que filmaron Garry Marshall y su guionista está bien. Y se ajusta a algunas de las consignas predominantes en esta época: hacerlo rápido, sin malgastar, y sin morir en el intento (ni siquiera sin contraer una gripe severa, quizá). Mencionamos a Marshall por ser el director de Mujer bonita, un filme ícono en la historia de la industria norteamericana, y también a la libretista, Katherine Fugate, porque ellos ya hicieron equipo en una película muy similar el año pasado, cuyo tema era el Día de los Enamorados. Y tanto antes como ahora usaron la fórmula que entre otros nombres recibe el de “película coral”. Puntualmente, en el caso de Año Nuevo son cerca de una docena de pequeñas historias que se cruzan y que, si uno da unos pasos hacia atrás para mirarlas en perspectiva, son los hilos de una única tela con un motivo general predominante. Esta vez, los distintos significados que las personas le damos al comienzo de un nuevo periodo de doce meses en nuestras vidas. “La ocasión de amar, de perdonar, de dar o tomar segundas oportunidades”, entre otras acciones que apuntan a poner por encima de todo la necesidad humana de mantener viva la esperanza. Todos los cuentos breves dentro de la película transcurren en las inmediaciones de Times Square (si vale la comparación con Córdoba, Colón y General Paz, o la esquina de Patio Olmos en versión Nueva York), un sitio donde todos los 31 de diciembre se reúnen cientos de miles de personas para saludar juntos el cambio de dígito. Están los solitarios, los que no pueden salir del rencor, o los materialistas, tanto como los que buscan dar amor, los más misericordiosos y los desprendidos, en un cóctel burbujeante que permitirá encuentros quizá impensados en otra época del año, a la hora de descorchar y brindar para la fiesta.
Chica material Existe una especie de ley no escrita en el mundo del cine que dice que, cuando los que hacen una película piensan de menos, los que la miran luego piensan de más. Norma que parece gobernar (junto a otras, seguramente) a esta comedia estrenada en las salas cordobesas el jueves último. Protagonizada por Sarah Jessica Parker, Greg Kinnear y Pierce Brosnan, la cinta promete: apunta a ser una fotografía móvil y alegre de la vida moderna, sus demandas, sus dilemas, sus contradicciones, a partir de la "experiencia" de una mujer, madre, esposa y profesional, que debe dividirse al menos en tres para mantener, como una malabarista, todas las bolas en el aire ("el secreto no es agarrar, sino arrojar", dirá ella en alguna parte). Pero las promesas se esfuman en poco tiempo, convirtiendo a la película casi en una más del montón. Y es que este filme norteamericano -o los que lo hicieron- parece no haberse tomado el trabajo de empujar la cosa un poco más allá en casi ninguno de los rubros posibles, y esto no debe atribuirse a que quisieran hacer una película simple, o entretenida, o dentro de una serie (o dicho en otras palabras, capaz de agradar a un abanico amplio de personas). No, ninguno de los atributos recién mencionados (sencillez, diversión, o formalismo) está reñido con la posibilidad de innovar, y no en el sentido esnob de la palabra (adorar lo nuevo por el solo hecho de serlo), sino en tanto se trata de recrear algo, para seguir aprendiendo, descubriendo, sorprendiéndose y, por supuesto, refundando el interés hacia eso. Hace algunos años se le decía "cliché" a aquello que una película ofrecía al público después de convertirlo, de tanto repetirlo, en algo vaciado del sentido original; algo que ya no nos decía nada, que sólo nos empujaba a seguir pensando dentro de un mismo círculo vicioso sin la dinámica cambiante de la vida misma. La palabra viene del idioma francés, y del mundo de la prensa, el de las viejas imprentas y los adminículos de plomo que se untaban con tinta para luego grabar una y mil veces sus símbolos en el papel. Seguramente ahora hay versiones modernas para referirse a la misma categoría de adormecimiento de los sentidos, y en el caso de ¿Cómo lo hace? no estaría del todo mal aplicarlas. Como para pasar el rato, sin perder la noción de que existen películas muy parecidas a esta, también norteamericanas, también protagonizadas por estrellas de Hollywood, que sin embrago dejan algo extra en el espectador.
Investigar o amar Los autores de géneros como el policial negro o el misterio suelen mezclar muy bien las pasiones del corazón con las pulsiones criminales. Esta vez, el que lo hace es un director italiano debutante llamado Giuseppe Capotondi, quien elige a un guardia de seguridad y a su novia para tejer la trama de una historia que los involucra con un millonario robo de obras de arte, un viejo sabueso de la policía italiana, varios influyentes personajes secundarios y un par de incógnitas que tardan, por fortuna, unos cuantos minutos en comenzar a develarse. La hora del crimen es un relato plasmado con inteligencia, sembrado con unas cuantas pistas y sorpresas, donde juega mucho la ambivalencia emocional de los personajes, y que varias veces se sale de los moldes actuales del género, para internarse por caminos inesperados. En los géneros relacionados a la acción o al thriller (en los cuales lo que estremece es el vértigo), hay películas como la aquí comentada, norteamericanas, francesas, italianas, españolas, inglesas, o argentinas, que se inclinan por indagar la vida interior de los protagonistas. En La hora del crimen, el espacio vacío que no ocupan las persecuciones o las luchas, está dedicado a explorar las sensaciones de los personajes frente a hechos poco comunes, como el dar muerte a alguien, vivir en peligro de ser asesinado, traicionar, o amar. Lo positivo es que el director alcanza a marchar a un ritmo bastante sostenido, aun con toda esa carga sobre su espalda. Algunos especialistas italianos se estuvieron preguntando a partir de este filme y de otro titulado La chica del lago (que en Córdoba se consigue sólo en DVD) qué está pasando con estas películas de género que aparecieron los últimos años y que recogieron premios y aprobación en el público. Tal vez es una pregunta sin respuesta. Capotondi (42 años, muchos de ellos como realizador de videoclips y publicidades) dijo que a él y a sus guionistas el género, principalmente, les parecía divertido de hacer y de ver. Asimismo, el realizador explicó que en el filme él ve una historia de amor envuelta por otra de detectives. Pero, ahora que La hora del crimen está accesible al público, la suya sólo es otra visión más, tan válida como la de cualquiera.