Los caminos de la muerte La inseguridad ciudadana que, con sus largos dedos, todo lo toca. Después de ensayar con su grupo de música, una joven mujer camina hacia su auto por una calle oscura y desolada. Un sujeto la aborda, la golpea y la ultraja. En la sala de espera del hospital, su marido es accedido por un misterioso sujeto que le ofrece ser su instrumento de venganza. Pertenece, dice, a una organización dedicada a hacer justicia por mano propia. En su locura del momento, el apelado accede. Sólo deberá devolver el "favor" con otro. Por desgracia para él, el error de creer que su angustia y la de su mujer desaparecerán si se extingue la vida del criminal, le cuesta muy caro. Cuando entiende que probablemente ocurrirá todo lo contrario, ya es demasiado tarde, y debe empezar a correr por su vida y la de su ser más querido. El director de esta película ferozmente norteamericana, el sin embargo nacido australiano Roger Donaldson, es un probado artista del cine con varios justificados éxitos en diversidad de géneros, como la comedia romántica Cokctail, la de piratas El motín del Bounty, la de ciencia ficción Especies, el drama deportivo Sueños de gloria, la de acción La fuga, o el thriller político Trece días, entre otras. Robert Tannen es un guionista con sólo dos trabajos en la industria (o fuera de ella) que lideró el equipo que desarrolló la trama de Fuera de la ley, haciendo de la lucidez, la repentización, y la astucia de los personajes, tres pilares de un relato que con una buena dosis de sorpresas y suspenso, y sin dejar casi cabos sueltos en su avance, tiende redes que no le darán al espectador demasiadas chances de distraer su atención. Un muy buen thriller, fuertemente pesimista, dubitativamente clásico en su formato, pero con el valioso plus de tomar una muy clara posición (hecho no tan frecuente) contra la doble moral de los que creen estar por encima de la ley y sobre todo de los demás hombres y mujeres la crearon anhelando poder guiar decorosamente el costado salvaje del ser humano.
Coreografía sobre el glaciar Tenía que hacer algo el talentoso director australiano George Miller para que Happy feet 2 no se pareciera a La era del hielo , ni a La marcha de los pingüinos , ni tampoco a Happy feet 1 . Y lo que hizo está muy bien. Multiplicó la calidad visual del producto, explorando nuevos colores y texturas. Enchufó los parlantes para pasar mucha música bailable en el Polo. Y mandó (valga la paradoja) unas cuantas paladas de carbón en la historia, para hacerla marchar como un calma pero segura locomotora. En esto último, no sólo acertó con el argumento sino los personajes principales, los pingüinos emperadores Mumble y su hijo Erik, y además con los secundarios: en particular, los amigos de Erik; Ramón, el veterano enamoradizo; Sven, el pingüino volador de la colonia vecina; una foca gravosa, y dos divertidos krills llamados Bill y Will (decir “krill Bill” es un obvio homenaje a Quentin Tarantino y su Kill Bill ). Erik es un pingüino muy pequeño en una colonia de hermanos emperadores. Todos allí bailan al ritmo del tap, y su padre quiere enseñarle a ser uno más. Pero Erik se siente distinto, y eso lo avergüenza. El quiere volar. Por eso escapa hacia otro rincón de los glaciares donde puede ser aceptado justo a tiempo para regresar junto a nuevos amigos, y luchar contra un fenómeno natural que amenaza la supervivencia de todos en la región. Miller (el mismo de Babe, el chanchito valiente ) y su equipo, orientaron las antenas hacia los gustos contemporáneos de la juventud y entendieron el mensaje. Por eso en la película predominan las coreografías, tan de moda en la televisión, los duelos musicales y vocales entre grupos de adolescentes o escolares, al estilo de series como High School Musical , Hannah Montana , Glee , y otros similares. Y ritmos tan variados como el rap, el pop, el rock -con el clásico de Queen, Under pressure , en el repertorio-, pero también con canciones de ópera o del musical tradicional de Broadway. Pero también hay un buen espacio para el suspenso y el vértigo, con varias escenas donde las tensiones sociales, o las acechanzas de la cruel naturaleza, son narradas de un modo bastante atrayente. Si muchas veces es imposible imaginar cómo pueden gastarse cientos de millones de dólares en una película dibujada por computadora, aquí es más probable descubrirlo, gracias a la exuberancia y al detalle mezclados en un verdadero entretenimiento de animación tecnológica.
Un tornado animado Esta película animada de gran escala (costó 30 millones de dólares) es la secuela de otra que en 2005 sorprendió a más de uno porque, a partir de una historia contada mil veces, la de Caperucita Roja y el Lobo, edificó un récord de taquilla mundial de 110 millones de dólares. Un número nada despreciable para un estudio como The Weinstein Company, con una historia muy especial porque sus dueños, Bob y Harvey Weinstein se dedicaron durante años (antes de que fuera un gran negocio) a distribuir cine independiente y extranjero en Estados Unidos bajo el sello Miramax, luego fue adquirido por Disney, y del que los hermanos se separaron para volver a intentarlo solos en 2005. Así que los muchachos volvieron a hacerlo, con la misma fórmula de mezclar (como en Shrek) a cuanto personaje de la fauna de los cuentos de hadas venga al paso a los fines de mantener la expectativa y darle no una sino varias vueltas de tuerca al clásico infantil. Tan es así que de los hechos narrados en el original no queda casi nada en esta película, en la cual la anécdota está aggiornada al gusto del supuesto público contemporáneo y donde el asunto es una disputa entre grupos de espionaje que pelean por la llave del dominio mundial: unos para guardarla a buen recaudo y otros para hacer un uso no santo de ella. Lo negativo: el frenesí casi inexplicable con que se suceden las cosas en la pantalla. A tener en cuenta: el doblaje al español hecho por mejicanos, con enorme cantidad de expresiones regionalistas que a los niños pueden cansarlos. Positivo: el diseño de arte, el estilo gráfico, algunas humoradas y los efectos ópticos muy buenos logrados con la técnica del 3D. En síntesis: no es para cualquiera espectador.
Estados civiles alterados Si fueras yo es una típica comedia norteamericana, o más bien neoyorquina, para todo público, y el espectador que esté en busca de eso se sentirá satisfecho después de verla. La película tiene una premisa principal, el trueque de cuerpos entre dos amigos, uno casado y otro soltero, y juega con todas las posibilidades que encuentra como derivadas de ese enredo. Cuando la industria yanqui hace un filme “para todo el mundo”, realmente se preocupa por que eso sea así. Es decir que mete en la bolsa todo lo que esté a su alcance: un poco de incorrección política, otro de humor judío o italiano o wasp, momentos de armonía familiar, reflexiones sobre la amistad y el matrimonio, contenidos sexuales, guiños para el ejecutivo que busque distraerse un rato, algo de sofisticación. Si fueras yo tiene pasajes descartables, pero no es pura chatarra. Dentro de una historia que reúne la fantasía más desencadenada con nociones sobre la vida real, hay varios episodios donde las situaciones en que se hallan los personajes, sus vivencias o los diálogos no sólo causan gracia sino que además emocionan o hacen pensar. Es que la dicotomía entre el matrimonio y la soltería, entre los “deberes y la seguridad” de uno y entre la “independencia y soledad” del otro desvelan a los seres humanos desde hace mucho tiempo y acaso persisten en el interior de las personas independientemente de la condición o etapa en que se encuentran. Esta comedia dirigida por David Dobkin también es pareja en cuanto a actuaciones. Jason Bateman y Ryan Reynolds están en una estación de alta cosecha. Leslie Mann?, que encarna a la esposa, logra minutos vibrantes diciendo sus líneas sobre la mujer sumergida en la tormenta nupcial, y lo mejorcito de Olivia Wilde es el desdoblamiento que hace de secretaria sexy a chica guarra.
Afilador se busca Afilador se busca para las espadas y para las lenguas de los héroes y villanos de esta película. Y es que este largometraje del talentoso director Paul Anderson, si bien se acerca a la talla de una superproducción en cuanto a despliegue, navega en la medianía en algunos rubros donde no debería habérselo permitido. El filme, y especialmente si se lo mira en 3D, tiene una lograda exposición de escenarios, en pueblos campesinos y palacios del siglo XVII, en ciudades como París o Venecia, y aún en esplendorosos paisajes agrestes de esas regiones. Otro tanto sucede con la caracterización de los personajes y de los elementos de época utilizados por estos, como carruajes, armas, mobiliario, etcétera. También los actores están enfocados. Los tres mosqueteros tanto como Dartagnan, son convincentes aun teniendo a figuras con mucho cartel, como Milla Jovovich u Orlando Bloom, traccionando energía alrededor de ellos. La película tiene incluso a su niña bonita: las fragatas de guerra unidas a zepelines en que los contendientes se elevan para batirse a cañonazos cerca del cielo, inaugurando a expensas de la genialidad constructora de Leonardo Da Vinci (esto según la ficción) la era de las batallas aéreas. Pero el lujo de la puesta en escena no alcanza. Los tres mosqueteros 2011 no contagia con las escenas de acción, y se hace demasiado lenta en las de dramatización pura. En las de duelo con espada, se nota la diferencia entre tener y no tener un buen coreógrafo. En las de acción, hay algo de espectacularidad y de sorpresa, pero no lo que se está acostumbrado a ver en los tanques cinematográficos de esta categoría. Comparadas con las de Puños de acero o Conan, por nombrar a dos productos recientes, es como si avanzaran con el paso cambiado y sin tener todas consigo. La esgrima verbal tampoco tiene chispa. Esos encontronazos, tan importantes dentro de un relato como los que se libran con el florete y el mosquetón, tienen escasa picardía, elegancia impostada. Además no son pocos. Rascando la pintura se descubre que esta película incurrió en varios errores factuales importantes. El más llamativo es que utiliza como escenario al palacio de Versalles cuando aquél ni siquiera se había construido en la época señalada por el relato. Y falta de rigor a veces es sinónimo de falta de convicción. De cualquier modo, dado que el estándar en el género de acción es demasiado alto en la actualidad, lo que no sea descollante sino simplemente acertado, puede resultar injustamente descalificado. No es la idea con Los tres mosqueteros, que tiene unas cuantas cualidades muy elogiables que pueden hacer grato su visionado.
En el nombre del hombre Las películas más recientes de Nanni Moretti son por lo general de dos clases. Algunas, protagonizadas por él mismo, incluyen confesiones personales e interrogaciones abiertas acerca de cuestiones más o menos existenciales. Son filmes como Caro diario o Aprile. Los otros largometrajes adoptan formatos más clásicos y son relatos ficcionados acerca de diversos temas, como La habitación del hijo , El caimán , o la actual Habemus Papa , a la cual en la Argentina le agregaron muy pícaramente el subtítulo El psicoanalista del Papa. En este último filme, Moretti juega con el misterio de un modo inesperado. Imagina lo que sucede dentro del inaccesible Vaticano durante el lapso en que se elige al sucesor de Juan Pablo II. Y lo hace ?de un modo diferente al que mayoría esperaría. He aquí lo que dijo con sus palabras Moretti: “Me gusta sorprender. Esperaban que atacara el Vaticano, que hablara de los escándalos financieros y hasta de los pedófilos. Claro que me informé sobre eso, y siento que la Iglesia perdió autoridad y credibilidad. Pero es mi guión, mi película, y son mis cardenales y mi ?Vaticano”. En su historia, un cardenal que no estaba entre los favoritos es nombrado Pontífice (el delicioso actor Michel Piccoli), pero el simple hombre siente que no puede cargar con tanta responsabilidad, e ingresa en un pequeña o gran crisis que pone en vilo a la comunidad católica, dentro y fuera de la Santa Sede. El más apremiado de todos, por su obligación de dar la cara ante la sociedad y la prensa, es el vocero vaticano, puesto en la piel de un exquisito actor polaco llamado Jerzy Stuhr, visto en filmes de Krzysztof Kieslowki como El decálogo y Blanco. En los intentos por sostener al vacilante nuevo Papa, los ?vicarios convocan a un psicoanalista (encarnado por Moretti), advirtiéndole que han hecho una excepción pues la coexistencia de “un alma y de un subconsciente” es inaceptable para la Iglesia. Y así va desenrollándose ?el filme, con varias sucesivas rupturas de los moldes que ?le permiten a Moretti romper algunas monotonías, y pintar con libertad y con nuevos trazos el mito del Vaticano secreto, jugando con figuras más amables e ingenuas, pero ?no superficiales, y buscando algunos nuevos significados en ellas. “Me siento como Buñuel: soy ateo gracias a Dios”, declaró Moretti. Esa técnica de lo inesperado le permite renovar varias veces el interés por el cuento, pero también demostrar su capacidad para otorgarle verosimilitud a hechos inventados sobre el Vaticano que, fuera ?de la sala de cine, parecían ?ridículos. Habemus Papa no tuvo ni la aprobación ni el rechazo de la Iglesia, pero Moretti no trabajó en escenarios reales sino en locaciones alternativas y con escenografías montadas en estudios, y también con ?actores no profesionales. La ?recreación es muy buena en muchos sentidos.
La realidad y sus fantasmas No es lo que parecía en los anticipos que pasaban en el cine esta película. Algo que cabía dentro de las posibilidades si se atiende a esa propensión, llena de excepciones pero propensión al fin, que muestra que los directores europeos hacen películas de género ligeramente fuera de la horma cuando se radican en Hollywood. Es el caso ahora de Jim ?Sheridan, este irlandés que se hizo mundialmente reconocido desde su país por filmes como Mi pie izquierdo y En el nombre del padre , y que ?ahora figura como uno de los responsables de Detrás de las paredes que intenta sin toda la fortuna necesaria entrar con un enfoque novedoso a un relato con formato norteamericano clásico. Para empezar la traducción del título no representa como debiera a la película. En el original este filme encabezado por Daniel Craig en el elenco se llama Casa de los sueños , denominación que dice un poco más acerca del contenido dramático de la película que el que un poco tendenciosamente le adosaron para la Argentina, Detrás de las paredes , que pertenece al imaginario de las obras de terror y confunde respecto a lo que va a suceder en la pantalla. Llamativamente la historia tiene poco que ver con ese ?“detrás de las paredes”, pese ?a que la casa donde viven los protagonistas es una de las ?típicas casonas malditas habitadas por gente desinformada e inocente. En alguna parte es más bien un desordenado conjunto de climas y convenciones de géneros donde asoman el thriller, varios pasajes del cine de miedo y otros tantos no menos influyentes de drama, psiquiatría y fantasía. El protagonista es un hombre que cree vivir una realidad con su bella familia, hasta que algunos indicios van llevándolo a descubrir que está recuperando trabajosamente su salud mental, luego de sufrir una tragedia que le provocó un trauma terrible. Sintetizando y simplificando: Detrás de las paredes es una película que se deja ?ver bien, y se presta para una interesante charla posterior.
Manual del sabandija Un gato sabandija, una pandilla de seguidores, y un policía que los vigila de cerca. Una chica atractiva y un jefe dispuesto a todo con tal de dominar la ciudad. Muy recomendable opción para ofrecer a los niños esta traslación modernizada a la pantalla grande de una serie de la televisión con más de 50 años sobre sus espaldas, pero que venía siendo un clásico entre sus seguidores. Don Gato y su pandilla fue un dibujo animado creado por una productora norteamericana y consistió en tan sólo 30 capítulos que fueron emitidos entre 1961 y 1962. Sin embargo, esos fueron suficientes para configurar un hecho curioso. Si bien el argumento de la tira es sobre un grupo de gatos de las calles de Manhattan y el astuto e ingenioso jefe que los ayuda a ganarse “las siete vidas”, Don Gato, ésta no tuvo tanta repercusión dentro de los EE.UU. como si en varios países de habla hispana. Uno de ellos fue México, donde Top cat (tal su nombre original) siguió exhibiéndose por todos estos años y se convirtió en un referente del público. Esto es lo que le contagió el coraje a una empresa azteca, Ánima Studios, la misma que le dio trazo y movimiento al Chavo, a encarar este primer largometraje y además en doble formato porque incluye también el de 3D. ¿Por qué se habla de un estudio mejicano? Pues es un caso pionero en la industria de las relaciones comerciales de los estudios de Hollywood. Siendo los derechos de Don Gato propiedad de Warner Brothers, la compañía los cedió por primera vez a una colega extranjera para que haga uso de sus personajes. Valió la pena porque el filme producido es una pinturita a nivel animación y con un contenido divertido. Un estilo de dibujos bonito, sencillo (pero no simple) aireado, con muchos colores, y un estupendo manejo de los efectos de tres dimensiones, de los mejores que haya traído el cine animado extranjero a Córdoba, encontrarán los espectadores. En el plano argumental, una historia que si bien ha sido muchas veces contada ya, se las arreglaron para adornarla con personajes muy simpáticos, con personalidad, y con ocurrentes situaciones y diálogos, algunos de los cuales recuerdan a la vieja y buena escuela de los dibujitos animados.
Luchá por él, papá Una de las críticas más feroces que se le hacen al cine norteamericano es acerca de su liviandad. Pero esas son generalizaciones. Esta película tiene la prueba de que aun cuando se planifica todo para llegar a una gran cantidad de espectadores, puede mantenerse viva esa llama de intimidad que hace que las buenas historias se comuniquen con las emociones de los espectadores. Gigantes de acero es una película que los niños de hoy probablemente recuerden mañana. Y algunos adultos también. Tiene el toque artesanal y sabe también vestirse de gala a la hora del gran espectáculo. Y tiene corazón. Un palpitante corazón metido entre las tuercas y tornillos. Corre aproximadamente el año 2017. Los boxeadores han sido reemplazados por robots encima del ring y un ex luchador trata de sobrevivir en ese ambiente entrenando a sus propias máquinas, cuando todo parece estar a punto de irse a pique en su existencia: los acreedores perdieron la paciencia; su casi novia le está contando hasta 10; y sus bichos metálicos no dejan de morder la lona una vez tras otra. ¿Algo más? Sí. El nocaut definitivo parece acercarse cuando a Charlie, así se llama el sujeto, se le aparece Max, un hijo abandonado hace mucho del que tendrá que hacerse cargo por un periodo. Pero a la mala suerte el tiro le sale por la culata. Max resulta ser un pequeño genio de la electrónica y de la nobleza y con su ayuda Charlie comienza a levantar el aplazo en la vida y a entender paulatinamente que él sí tiene algo valioso para darle a ese niño. Justamente como un pugilista que sabe cuándo pegar, el relato se toma su tiempo para soltar una de las consignas más fuertes de este cuento: si hay alguien por quien verdaderamente debes pelear, papá Charlie, es por ese chico. Magnífico en su realización visual, este largometraje lleva con altura el sello de los dos monstruos del cine fantástico que lo produjeron, Steven Spielberg y Robert Zemeckis. Sensible e inteligente en su concepción, saca por fuera la magia que se esconde en las palabras, en las imágenes, o como se llame el vehículo expresivo de turno. Adaptado al contexto del filme, Gigantes de acero, esta especie de Rocky del futuro metálico, logra sacarle a la chatarra un poco de algo intangible, que a lo largo de los tiempos recibió diversos nombres (moral, ética, principios) pero que de manera más modesta e imperfecta en el presente puede denominarse un mínimo parámetro para que lleven consigo los nuevos habitantes del mundo, que salen a caminarlo con el tesoro de quizá poder mejorarlo en algo apretado entre las manos.
Acero y libertad Rugiente, deslumbrante, cautivante adaptación de uno de los clásicos de la literatura fantástica, que barre con la hegemonía que el director John Milius y Arnold Schwarzenegger establecieron en la década de 1980 con sus adaptaciones para la pantalla grande, y le hace honores a la saga Conan el Bárbaro escrita por el norteamericano Ron Howard en la década de 1930. Tal vez esta película pase desapercibida para muchos, y será porque no hay nombres rutilantes en su equipo de realización. Marcus Nispel, el director, es un especialista en videos musicales de grandes artistas, pero poco conocido por sus obras de ficción a nivel internacional. Jason Momoa, el musculoso que interpreta a Conan, es un actor hawaiano que alguien con mucha memoria fotográfica podrá recordar por la serie Baywatch. Rachel Nichols y Rose McGowan, las dos caras lindas del elenco, son figurines repetidos en películas de terror, ciencia ficción y géneros afines. Sólo Ron Perlman, quien da fuego al monarca y padre de Conan, será reconocido por las capas intermedias de cinéfilos por su inconfundibles tamaño y rostro, su origen francés y su pasado en filmes como los Hellboy de Guillermo del Toro. ¿Qué decir sobre el contenido de la película? Sería injusto poner el acento en alguno de los rubros que se agrupan para darle una energía singular a la historia. Pero hay que intentarlo. Está la fotografía, que desde Rescatando al soldado Ryan a esta parte, puede captar hasta los cascotes de tierra desprendiéndose en partículas después de las explosiones, y de allí en adelante muchas cosas más: la crines de los caballos, las escamas metálicas de los yelmos, las fortalezas de roca erguidas sobre acantilados. Está la caracterización de los personajes. Los maquillajes raciales. Los peinados. Los distintos tipos de vestimenta de los clanes, de uso militar, uso sagrado o casual. Están la escenografía y utilería: cascos, espadas, hachas, mazas, catapultas, carruajes, palacios, grutas, tabernas. Está la acústica, de aceros, graznidos, alaridos de guerra, mazmorras, bosques, mar, navíos en viaje, y todo el universo sonoro asociado a este tipo de historias. Pero principalmente está el espíritu del personaje y de sus historias. La lucha por la autodeterminación, por la libertad, un sentimiento que en la fantasía tiene un envoltorio que a algunos no pueda resultar atractivo, aunque puede extraerse como la médula del pescado y ser engullido para que se disuelva en la sangre antes de salir a la calle hoy.