Ladrones de pelo y medio Locos por las nueces propone entretenimiento en estado puro, con una historia simple y personajes entrañables. Es cierto, los ratones se parecen un poco a los de otras películas con roedores muy conocidas, como Ratatouille o Despereaux. Pero, ¿y qué? La diversión comienza rápidamente en Locos por las nueces, es buena y mucha. Y participan muchos otros personajes, como las ardillas, el topo, la mascota de los mafiosos o el mapache. Todo, en una mezcla de película de aventuras y policial de los tiempos del cine clásico que funciona con naturalidad. En el parque de la ciudad de Nueva York, los animales residentes están penando para conseguir alimento para el invierno. Para colmo, un desafortunado accidente borra las últimas reservas y pone al que metió la pata en la calle. Tiene que salir a enfrentar la dura y ajena ciudad en busca de sustento el pobre, y la misma tarea encara una delegación de sus exvecinos, aunque obviamente por cuerda separada. Pero los caminos de todos vuelven a cruzarse rápidamente, pues no muy lejos de su hogar funciona un almacén de frutos secos donde parece que encontrarán comida para muchas temporadas. Lo malo es que ese local es la pantalla de un grupo de hampones. Desde el sótano, repleto de bolsas de maní, nueces, avellanas y bellotas, los muchachos están construyendo un túnel que conduce exactamente hacia la bóveda de un banco. Tienen un feroz perro viviendo con ellos y no les gustan los fisgones. Con estos elementos como base, Locos por las nueces entrega casi una hora y media muy entretenida en la que abundan los enredos, los golpes y las persecuciones, todos con una gracia bastante inspirada. La calidad de la animación, además, es excelente. Los colores, las texturas, las luces, los movimientos, las ideas, las pequeñas bromas, la fisonomía de los personajes, los escenarios. No aparecen puntos flacos a primera vista y eso se disfruta, con un ritmo dinámico de los hechos, al que corona como canción principal de la película aquella pegadiza Gangnam style que se popularizó a través de las redes hace unos meses y cuyo cantante, el coreano Psy, aparece caricaturizado en los créditos finales.
Y la banda siguió luchando Esta película en EE.UU. se tituló The expendables, lo que literalmente se puede traducir como "Los prescindibles", pese a lo cual en la Argentina se estrenó como Los indestructibles. El nombre original está relacionado con la ironía que sobrevuela la película y la realidad detrás de ella. Los héroes del cine de acción de las décadas de 1970, 1980 y parte de 1990, tanto como los personajes que ellos representaban (llámense veteranos de Vietnam, Afganistán, Nicaragua y otras batallas del siglo pasado) se convirtieron en unos matones vetustos que el gobierno norteamericano quiso barrer bajo de la alfombra lo mismo que los empresarios de Hollywood. Pero los muchachos se reagruparon en una especie de "y la banda siguió tocando" y resisten de la manera que mejor saben, literalmente, dando batalla en el set, tratando de aggiornarse a los tiempos actuales, y por suerte riéndose un poco de sí mismos. La tercera entrega de la saga es un poco larga, pero lleva un ritmo interesante. Combina escenas más o menos tradicionales de acción, con otras más modernas, sin llegar a alcanzar el nivel de las últimas tendencias. Atraviesa distintas atmósferas. Algunas parecen réplicas de aquellas películas de hace 30 o más años, congeladas en el tiempo; los efectos especiales, las coreografías, las actuaciones y los encuadres remiten a una época ya perimida. Hay un intento de juego con eso. El personaje de Antonio Banderas, un español parlanchín que ruega para ser incluido en el escuadrón de súper soldados, rompe un poco con el cartón de las otras figuras. Pero no alcanza. El humor no está tan desarrollado en el guion como para convertir la historia en una parodia en la que los íconos se rían de sí mismos, del costado ridículo de toda idealización de este tipo. Pero la intención vale, y ayuda todavía más la inclusión de actores jóvenes entre estos próceres (Stallone, Statham, Schwarzenegger, Gibson, Ford, Snipes, Li son los próceres, claramente). Los más lozanos le dan un lavado de cara al relato, con sensaciones renovadas. Eso más una relajación de la premisa original de unir fuerzas y darle para adelante como sea. Lo que siempre hicieron esos muchachos que ahora no quieren jubilarse con la guardia baja.
La familia elegida Los insólitos peces gato es el nombre de esta película mejicana, que si llegó a este confín de Latinoamérica es porque ganó varios premios, algunos prestigiosos y otros también internacionales, como el de mejor película iberoamericana en el Festival de Cine de Mar del Plata el año pasado. La ópera prima de Claudia Sainte Luce (que realizó antes varios cortometrajes) se desarrolla en un universo de mujeres casi cerrado, en el que apenas si tiene cabida un niño, por su condición de tal y fuera del cual los hombres son una referencia a veces positiva y otras no tanto. Claudia (Ximena Ayala), una de las protagonistas, es una chica solitaria, huérfana, de la que al principio muy poco se sabe. Se la ve en su habitación o saliendo de ella para entrar en el gran caos urbano, donde suele recalar en un supermercado para trabajar. Rápidamente, el relato la deposita en un sanatorio, donde le diagnostican una dolencia menor. No lo es en cambio la de su compañera de cuarto en el hospital, Martha (Lisa Owen), quien está gravemente enferma, acompañada por sus cuatro hijos, con los que vive en un hogar sin presencia paterna. Se produce entonces un encuentro entre esas personas y por esas cosas inexplicables que tiene la vida Claudia inicia una especie de convivencia tácita con ellos, que de a poco se convierten en su nueva familia. Son de clase media baja, todos con personalidades muy diferentes entre sí, y una especie de felicidad parece circular entre ellos. Necesitan a Claudia y el sentimiento es más que recíproco. La vida sigue. Se cuela por todas partes, y este regalo del destino debe usarse para tomar fortaleza y continuar pareciera ser el mandato. Aunque tal vez vayan a romperlo. Los insólitos peces gato es una película de corte naturalista, que inspecciona la rutina cotidiana de la gente convencida de que allí están las verdades o las cosas importantes. De ritmo aceptable, con buenos recursos narrativos, orgánica, sobria, con un uso moderado y austero de la música, la historia está además muy bien actuada en general. Lisa Owen, que interpreta a Martha, obtuvo un premio Ariel como mejor actriz secundaria. Aunque es para destacar también la labor de otra actriz, Wendy Guillén, que encarna a Wendy. Los insólitos peces gato es un recomendable primer paso de esta directora, de la que se esperarán con atención futuras producciones, pues demuestra tener buen ojo para este tipo de dramas familiares.
Lentas pero seguras Tortugas ninja, película producida por Michael Bay, pone el acento en la acción y en la explicación del origen de estas cuatro criaturas. ¿Es o no una película para ver? Los rumores parecían condenarla pero la realidad no es tan extrema. Tortugas ninja, ahora producida por Michael Bay, no es por ahora la nueva alhaja del hombre detrás de Transformers. Pero tampoco es un fiasco. Por el contrario, es entretenida, con acción, humor, color, efectos especiales, espectacularidad y dinamismo. Las tortugas están reconocibles y mantienen su esencia, pese a los nuevos maquillajes. El elenco tiene algunas caracterizaciones geniales, como las del villano Destructor en su versión robot ninja, o la de Splinter, el ratón mentor. Tiene a un muy buen intérprete en William Fichtner, quien compone a un malo de antología. Tiene a la hermosa Megan Fox, por supuesto. En esta entrega de la saga hay un repaso por el origen de las tortugas. Se menciona un experimento genético, una disputa entre científicos, y un secreto perdido que el mal quiere recuperar para imponerse sobre Nueva York. Las tortugas ninja viven en las alcantarillas, todavía en fase de adiestramiento, pero la urgencia las llama a subir a la superficie y quedar peligrosamente expuestas. La llave a muchas preguntas la tiene una periodista muy inquieta, que empieza a seguir una pista buscando hacer el reportaje de su vida y se convierte en un eje más del caso. Pero las tortugas nacieron en el cómic original como una parodia de los superhéroes norteamericanos tradicionales. Esa rebeldía aquí se encuentra reducida a un puñado de chascarrillos. La mayor escena de acción de la película está desaprovechada. Un camión con acoplado desbarrancándose por una ladera nevada con la chica y las tortugas dentro, más tres o cuatro vehículos disparándoles detrás, es el plato típico de estas superproducciones. Este salió desabrido. Las personalidades de las cuatro tortugas están poco trabajadas. Si bien se dice que son adolescentes, aquí son adolescentes tempranos. Incluso, en varias situaciones, resultan aniñados. Nada malo si no fuera que el filme está calificado para mayores de 13 años. Pese a todo en la taquilla norteamericana anda muy bien. Habrá que ver cómo le va aquí.
Una nueva oportunidad Juntos... pero no tanto intenta sumarse a la fila de comedias románticas protagonizadas por adultos mayores, pero el guion la convierte en un filme menor. Sólo la interpretación de Diane Keaton se destaca. Un desperdicio, tantos buenos actores y tan buen director. Michael Douglas y Diane Keaton no necesitan presentación. Rob Reiner no es un director popular pero está en el ADN del cine norteamericano por filmes como Cuando Harry conoció a Sally y dos de las mejores adaptaciones a la pantalla grande de novelas de Stephen King, como Cuenta conmigo y Misery. En los últimos años, creció una tendencia en Hollywood de contar historias de adultos mayores con grandes actores que dan con el perfil de la edad, como en Antes de partir, filme en el que Jack Nicholson y Morgan Freeman son dos enfermos terminales que se escapan juntos para llevar a cabo todo lo que sueñan. Lástima entonces que Juntos… pero no tanto no esté a ese nivel. Es una comedia que no entretiene, ni provoca demasiadas sonrisas, ni acaricia con su romanticismo como promete en sus avances. Los personajes, Oren y Leah, son vecinos. Ya transitaron una buena parte de sus vidas pero todavía están en forma para nuevas aventuras. Él es corredor inmobiliario y la pérdida de su esposa agrió aún más su carácter. Ella es una delicada cantante también es viuda, pero transita ese estado con una mezcla de resignación y congoja interminable. Un día aparece en el horizonte el hijo de Oren, que se había ido de la casa en una etapa dura de su adicción a la heroína. Ahora, reaparece para contar que debe purgar condena en la cárcel, y que necesita que su padre asuma su rol de abuelo y cuide a una nieta que ni sabía que había nacido y que tiene 10 años. El relato es un poco traído de los pelos, como puede notarse. Oren rechaza la llegada de la niña, pero Leah lo ayuda a revisar esa decisión. En ese ir y venir, la relación entre ambos comienza a humanizarse y los sentimientos reaparecen en la vida de estos vecinos que de a poco comienzan a mirarse con ojos renovados. Visto desde afuera y a los lejos, parece haber un notorio problema de guion: la historia no es prolija, no presenta bien a los personajes y deja fuera muchos datos necesarios, mientras que incluye otros inútiles; no encuentra la veta de la gracia; tiene diálogos que escapan a la comprensión del espectador argentino por incluir bromas localistas. Eso por mencionar algunas debilidades. Sin embargo, tienen sus puntos fuertes: la interpretación de Diane Keaton, como actriz y cantante; un par de buenas baladas sazonadas con jazz; la fotografía de espacios abiertos y la libertad de las cámaras para pasearse por los rostros de Keaton y Douglas buscando con comodidad los detalles de sus actuaciones. Con todo, está visto que ya no alcanza sólo con dos adultos mayores (talentosos actores, por cierto) para entrar contar una buena historia que se sume a las películas sobre la larga y plácida madurez del siglo 21.
Boda con planteos Todo lo que necesitas es amor, de la directora danesa Susanne Bier, es una historia que ancla el drama en la crisis de dos familias. Susanne Bier es una directora danesa muy activa, con un promedio de una película cada dos años, desde 1990 a la actualidad. En todo ese tiempo recibió numerosos premios europeos e incluso ganó un Oscar a mejor película extranjera con En un mundo mejor (2010), que junto a Hermanos (2004) y Después de la boda (2006) son algunos de sus títulos más difundidos en Argentina. Todo lo que necesitas es amor también viene de lograr alguna presea a nivel europeo, y sin embargo es de una talla media. Bier es una realizadora que busca los temas familiares fuertes y controversiales con su cámara. En Hermanos, dos hombres tienen una afrenta cuando uno de ellos parte a la guerra en Afganistán mientras el otro toma su lugar entre la mujer y los hijos que quedaron. En Después de la boda, un empresario exitoso rastrea al ex amante de su esposa en África para pedirle un favor muy especial. En Todo lo que necesitas es amor también hay un empresario involucrado (interpretado por Pierce Brosnan, la figura por lejos más conocida del elenco) en una boda que pone en contacto a dos familias que acaban de conocerse. Esos dos clanes están en crisis y una vez más en esta clase de filmes el festejo se convierte en una dolorosa oportunidad para sacar los problemas afuera, aprovechando el ambiente relajado y abundante en alcohol. En alguna parte se dijo que esta película es una comedia. Bueno, el humor danés no es el nuestro, pero también existe un lenguaje universal de la risa que aquí no se habla del todo correctamente. La historia parece querer disimular el drama, más que nada, y esa ambigüedad no la beneficia demasiado. Además, el drama que queda al descubierto promete más de lo que cumple. Las imágenes sí son fabulosas. La ambientación sucede casi por completo en una casona en Sorrento, cerca del empeine de la bota italiana. La fotografía destaca al mar, los miradores, las galerías, los faroles, el pueblo montañés adornado con hortensias y geranios y, en cada rincón, los muelles con sus veleros. Placer tras placer. Lo mismo que la plantación alrededor de la casa de la boda: un increíble limonar.
El villano es el fuego Aviones 2 es un típico cuento de héroes y redención que divierte y sorprende con su buen ritmo y con el cumplimiento de las reglas de su género. Se vino la número dos de Aviones y vuela tan bonito como la primera. Pudo parecer, alguna vez, una vuelta de tuerca medio forzada para estirarle la vida a Cars esto de sacar películas hermanas protagonizadas por máquinas aéreas. Ya está suficientemente demostrado que no es así. Si el atractivo de Cars pareció agotarse al menos por un tiempo después de su secuela, Aviones llegó con una frescura nueva muy inspiradora y al final de este segundo capítulo parece que hay cuerda para otro rato más. El filme producido por John Lasseter (el capo de Pixar) y dirigido por Roberts Gannaway es una pequeña delicia. Es un típico cuento norteamericano de héroes y redención, pero está tan bien armadito, cumple tan bien con las reglas de su género, que da gusto dejarse llevar por él, sin quitar los pies de la tierra, valga el juego de palabras. Dusty, el protagonista, es un exavión fumigador que en la primera Aviones ganó una competencia mundial de carreras contra modelos mejor dotados que él. En el comienzo de esta nueva entrega está junto a sus viejos amigos, llevando una vida normal, cuando un accidente lo lleva a sacar su personalidad. Esta vez hubo un pequeño incendio en el aeropuerto donde duermen, y una inspección puso plazos para mejorar la seguridad. Así, Dusty se ofrece como voluntario para viajar a un parque nacional y aprender el oficio de bombero junto a otros planeadores. El ritmo de la película es tipo relojito: cuando no está pasando algo en el aire, como ser piruetas, maniobras para arrojar agua sobre un pinar en llamas, para esquivar puentes ardientes o para cargar agua en ríos caudalosos, los diálogos toman el lugar de las imágenes y sueltan buenas ocurrencias una detrás de otra, haciendo parecer que la cantera de chistes con aeropuertos, alas, hélices, modelos de avión, etcétera, es inagotable. La animación también es de primera. El diseño de los aviones, sus funciones, marcas, edades, está tratado como lo haría un coleccionista, con mucho cariño, admiración y profesionalismo. No hace falta ser un loco del aire para sorprenderse y disfrutar por los tipos y personalidades de las distintas máquinas voladoras que aparecen en la pantalla. Y no sólo aviones. También los helicópteros y los autos abundan. Y las coreografías que hacen son sorprendentes y divertidas, en cielo y tierra. Esto ya como otra de las cualidades de la cinta: su maestría para elegir los ángulos, los encuadres, los colores, los espacios donde suceden las cosas, aportando claridad y belleza a la hora de apreciar los escenarios.
A la caza del alienígena En Transformers 4: la era de la extinción, última de los robots, la ciencia ficción vuelve a estar en primer plano de manera didáctica, amena y fascinante. La cuarta película de la saga Transformers es un nuevo prodigio visual. Un prodigio que se carga al hombro todo el espectáculo, incluida la duración de casi tres horas que tiene el filme y que en una historia de acción puede resultar un serio obstáculo para la concentración del espectador. Aquí no. Aquí todo está elevado a la graduación de esta propuesta que camina por la delgada línea de la vanguardia del cine. Sinopsis: un inventor casi arruinado se lleva una sorpresa importante en su granero que hace funcionar como laboratorio. Allí, entre la chatarra, tiene guardado un camión desarmado. Un día toca el interruptor correcto y el vehículo vuelve a funcionar. Pero no como transporte, sino como robot extraterrestre que sale de su camuflaje. El coloso mecánico es el llamado Optimus Prime, líder de una raza amigable, cuya cabeza tiene un precio. Un cazador de recompensas alienígena ya lo localizó y avanza hacia él. El daño colateral amenaza también a la bella y joven hija del científico, y a su confianzudo yerno. Algo positivo es que los creadores de esta saga no se limitan a repetir lo ya hecho para seguir adelante. Intentan mejorar siempre un poco más. Las escenas de acción siguen siendo espectaculares, y lograron recuperar el eje después de que en algún capítulo anterior el vértigo mareaba un poco. Como siempre, eso sí, están mucho más allá del juego básico de destruir cosas en grande. Hay decisiones tomadas, y a muchos niveles, detrás de todas ellas. Decisiones de mentes y de equipos muy capaces en lo suyo. Por ejemplo, cómo se llega a tal o cual momento del relato, quiénes y cuántos intervienen en la secuencia, dónde ocurre la situación, desde dónde la contempla el público, cuál es el ritmo de los hechos, que viene a continuación en la narración, y un largo etcétera. Lo anterior se relaciona claramente con la fuerte búsqueda estética que tiene todo el largometraje, y que va de la mano con la tecnología. Los directores de fotografía son aquí unos gourmets de la imagen. Gente que después de tantas postales, todavía es capaz de encontrar la esencia de una captura del atardecer. Que puede mostrar de manera especial un establo lleno de aparatos electrónicos. Que sabe cómo ponerle el cascabel (por un rato) al imaginario colectivo, en pocas palabras. También funciona muy bien la parte didáctica. En Parque Jurásico, por ejemplo, Spielberg explicaba a través del mosquito fosilizado la supervivencia de los dinosaurios hasta el día de hoy, con pasión, poder de síntesis y creatividad. En Transformes 4, la ciencia vuelve a estar en primer plano, la muestran por dentro y de forma amena, como en Argentina lo hacen Adrián Paenza con Matemática estás ahí, o como es el estilo de la colección de libros Ciencia que ladra. Y para los amantes de la ficción científica hay una idea bellísima que hará trabajar sus mentes: la tesis de la "materia programable". Fascinante.
Es complicado decir si esta película es literalmente excelente. Pero si se hicieran más filmes de este tipo, el mundo sería un lugar mejor. Es que es tremenda. La muerte está presenta constantemente en esta historia. Pero también mucha vida. Es difícil sobrellevarla, porque es triste y lo que muestra le puede pasar a cualquiera. Es fácil de tolerar porque es luminosa, espontánea y hasta divertida. Un consejo para el espectador podría ser: vaya a verla, va a sufrir, pero se va a sentir mejor. Hazel, una jovencita con cáncer en los pulmones, cuenta su experiencia como si se tratara de un diario íntimo. Vivir casi confinada en su casa, probar medicamentos como un conejo de Indias, superar cada tanto una hospitalización y agradecer al cielo por tener unos padres amorosos y dedicados exclusivamente a ella. Al fin y al cabo, lo único que tiene es su rutina. De la que ni siquiera el mundo tal y como es hoy, poblado con la tecnología de teléfonos, ordenadores, videojuegos y vehículos de alta gama, puede rescatarla. "Bajo la misma estrella": Lágrimas garantizadas Una día, su mamá, Frannie empieza a convencer a Hazel de que sería bueno sumarse a un grupo de ayuda para enfermos como ella. Hazel acepta ir, aunque montada en el mismo escepticismo que la existencia le ha hecho sentir, y que cada tanto la hace ver al mundo como algo ridículo, al borde del humor negro. Un sentimiento parecido al que cargaba la jovencita embarazada que quería una adopción compartida en La joven vida de Juno. Vaya uno a saber cómo son las emociones que manejan los que pueden ver de cerca la frontera de sus vidas. Hazel conoce en el grupo a un muchacho que le encanta. Y se enamoran. Impresionante encuentro de dos sentimientos tan poderosos, la muerte y el amor, que en esos dos jovencitos disparan las ganas de vivir, unas ganas furiosas de vivir. Bajo la misma estrella tiene esa simpleza única que ayuda a llegar un poco más lejos en el conocimiento de nuestro infinito ser. Es lúcida. Hace muchas preguntas, quizá demasiadas, pero también responde más que otras películas. Al fin y al cabo, como dice un director francés sin idealizar, el cine nos entrena para soportar algunas emociones que después llegan en la vida real. Una obra valiente que probablemente tenga como destino la circulación en una franja muy reducida de personas: enfermos, parientes, médicos, psicólogos, estudiantes. Ojalá que no. En Estados Unidos no sucedió. A pesar de su frontalidad, ya la vieron decenas de miles de espectadores.
Mejor por las buenas Cómo entrenar a tu dragón 2 supera a la primera parte del filme, con un guion sólido y una estética de animación que sorprende. Fueron cuatro años de espera para ver la segunda parte de una de las mejores películas animadas de los últimos tiempos. Demasiado tal vez para quienes teman perder la rueda del éxito. Felicitaciones, DreamWorks. El estudio "de Spielberg" dominó los nervios e hizo otra gran producción, en la que la llama sagrada del cuento bien contado sigue encendida, y en la que sentimientos y emociones de todo tipo siguen pareciendo sorpresas en el orden de la animación. La sensación de volar es algo que el ser humano desea conocer y el filme dirigido por Dean DeBlois juega una y otra vez con ese anhelo. En los sueños muchas veces volamos. Aquí el espectador lo hace a través de los dragones, en especial de Chimuelo y su amo Hiccup, quien se ha especializado en esos bichos y ha cambiado el rumbo de la vida en su aldea vikinga. Así es. Hiccup, hijo del líder, demostró -desobedeciendo a su padre en un comienzo- que esos seres que eran el terror de su pueblo podían convertirse en dóciles y útiles aliados. Y así es como encontramos a los nórdicos en el comienzo de este nuevo relato. Viviendo en paz y armonía con los tirafuegos. Con Hiccup explorando los confines de los dominios, convertido en cartógrafo, dibujando en mapas los territorios descubiertos. Pero descubrimos que no lejos de allí vive alguien que puede romper ese idilio. Alguien que también sabe cómo tratar a los dragones, pero que está usando esa habilidad para formar un ejército, con el que planea dominar el reino entero. La anécdota es sencilla, profunda o simple según los ojos que miren, y la magia visual desplegada vuelve a sorprender. Aparecen nuevos tipos de dragones, con sus pieles, cuernos, colores, colmillos crestas y personalidades originales. Impresionante la estampa de la más grande de las bestias conocidas. Imperdibles los paisajes, las vistas desde el aire de acantilados, fiordos, bosques y mar. Placentero ver funcionar los aparatos inventados por los vikingos, a medio camino entre la Edad de Piedra y la de Hierro, con una tecnología que probablemente hayan desarrollado verdaderos ingenieros para que luego el director la adapte a la animación.