Las historias de iniciación siempre funcionan. “Karate Kid” apela a eso y a varios de los tópicos de esa especie de subgénero. El protagonista de esta remake de una exitosa película de acción de los 80 es un niño, Dre Parker, interpretado por Jaden Smith, que tiene que mudarse a China cuando su madre recibe una oferta laboral. Solo y en un medio que le resulta desconocido y extraño, el chico además tiene que padecer la hostilidad de un grupo de compañeros de la escuela. Todo marcha mal entre sus compañeros hasta que tiene que intervenir el portero, que resulta ser un maestro de kung fu. Este hombre, interpretado por Jackie Chan, intentará transmitirle la filosofía y el sentido de la defensa que implica ese arte marcial, una enseñanza que le servirá para ganar confianza en sí mismo y confirmar el valor de los afectos.
Los sueños incumplidos. El director Gary Winick demostró su dominio de la comedia. Y ahora vuelve al ruedo con “Cartas a Julieta”. Sophie, la protagonista, visita en Verona (Italia) la casa de la heroína de Shakespeare en cuyas paredes los enamorados dejan esquelas para canalizar sus dudas amorosas. Así descubre una carta escrita hace 50 años por Claire, hoy una mujer sexagenaria interpretada por Vanessa Redgrave, en la que se lamenta por haber hace mucho dejado plantado a su gran amor. Claire hoy tiene un nieto que parece que simpatiza con Sophie, personaje a cargo de Amanda Seyfried. El filme de Winick se ubica entre su tan tierna como divertida “La telaraña de Charlotte” y la más descarada “Guerra de bodas”, como un producto con emociones serenas y un final un poco previsible que no invalida su naturaleza romántica.
La infancia en Seúl, como en cualquier lugar del mundo, es una etapa complicada. Más aún cuando se trata de dos nenas con una familia deshecha. Primero las abandona el padre y después la madre. Así, las chicas terminan viviendo primero con una tía que las acepta a desgana en su casa. La mujer termina hartándose y las lleva a la casa de campo de sus abuelos. En esos dos cortos tramos de su vida las niñas, Bin y Jin, conocerán la dura experiencia del abandono, y el significado de las palabras mentira y maltrato. Hasta que su abuela, una anciana campesina que vive de su trabajo en una pequeña granja les enseñará a su manera simple y profunda una nueva forma de cariño y de vivir que va más allá de egoísmos y carencias materiales. Con pocos elementos la directora construye un pequeño filme bien narrado y contundente en su simplicidad
El director Brian De Palma rodó hace unos años “Samarra” en la cual intenta transmitir el horror de la guerra. Para este filme, cuyo título original es “Recacted” y con el cual el director ganó el León de Plata en el Festival de Venecia en 2007, se valió del recurso del falso documental para contar la historia de un grupo de soldados perdidos en el medio de la nada durante la guerra de Irak. El realizador intenta transmitir los estragos sicológicos de esos soldados sometidos a la presión sostenida y a la degradación insalvable de la violencia. Con recursos técnicos acertados, como un soldado que decide filmar lo que ocurre en el terreno o registros de internet entre otros múltiples soportes audiovisuales De Palma construye un relato revulsivo sobre los efectos de la guerra.
Una película sobre el dolor de las pérdidas con fuerte sello estético Una apacible y próspera comunidad de un exclusivo barrio de Los Angeles de 1962 es el contexto en el cual transcurre “Sólo un hombre”. El protagonista es George, un profesor inglés, con una relación cordial y distante con sus vecinos. En su bella casa racionalista convivió durante 16 años con Jim, su pareja. Pero de pronto todo ese equilibrio se derrumba después de un accidente fatal. El director y diseñador de modas Tom Ford eligió para su debut en cine una historia de amor trágica basada en una novela de Christopher Isherwood que tiene como trasfondo, aunque de forma muy secundaria, la crisis de los misiles. Que los protagonistas sean homosexuales, es anecdótico. Y si bien queda claro desde el principio, Ford prefiere las ambigüedades visuales y de un guión del cual también fue responsable, antes que la obviedad. El mismo tratamiento le da al personaje de Charley, en una extraordinaria actuación de Julianne Moore , quien interpreta a una hermosa mujer al borde de los 50, divorciada varias veces y con un hijo que cada día la ignora más. Los años le pesan, pero sobre todo la soledad. Sólo encuentra refugio a su vacío en el alcohol y en su amigo George, con quien tuvo un romance mucho tiempo atrás. El director debutante organizó su película como un rompecabezas en el cual a cada pieza le sucede otra con la forma de flashback, con la cual va narrando los momentos felices o dolorosos de la relación de los dos hombres y una posterior pérdida que nunca superó. Ford prefirió focalizar en el dolor y la degradación que pueden suceder a la pérdida de un ser querido antes que en la relación homosexual. Ford es un esteta. Así se puede advertir desde el diseño de arte, que tuvo en cuenta hasta el último detalle de colores y diseños de la época, tanto en exteriores como en los interiores, así como también la iluminación y el vestuario. Tanto despliegue de preciosismo y formalidad sería un obstáculo a los fines dramáticos si sólo se detuviera en detalles de estilo y de recreación de la época. Pero el hallazgo de Ford fue Colin Firth, el intérprete de George, pareja de Jim, a cargo de Matthew Goode. Firth compone un personaje con aristas, dobleces y claroscuros. Sin embargo, el desempeño del intérprete es siempre medido. George no pierde nunca la compostura, ni en los momentos de felicidad ni en los de la angustia, como cuando le avisan que Jim murió, y por eso mismo es la máscara perfecta de la desolación y el intento de reponerse a la adversidad que quiso transmitir el director.
“Nuevamente amor” puede dar lugar a un malentendido. Es que no es totalmente una comedia romántica, aunque tiene varios de los tics de ese género; tampoco es un drama, pese a lo cual podría formar parte de ese segmento, aunque se filtren a veces de manera forzada algunos momentos que intentan descomprimir el clima denso. La trama del romance va paralela al tema de la pérdida de los seres queridos y las distintas formas de asumir las ausencias. Esa es la ocupación del protagonista, autor de un exitoso libro de autoayuda y testigo de la muerte de su esposa, un hecho que no puede superar. En el medio conoce a una mujer recién separada de su pareja con pocas ganas de reincidir. Entre citas frustrantes e intentos fallidos de la pareja, el filme no es la clásica historia rosa sino una especie de reflexión sobre el dolor.
“La mosca en la ceniza” hace un recorrido por una de las miserias sociales más persistentes: la trata de personas y la prostitución en condiciones de esclavitud. La directora Gabriela David eligió acercarse a un tema complejo y urticante desde un punto de vista respetuoso, pero a la vez con una mirada impiadosa y lo hizo a partir de una información tomada de la realidad a la que dio forma de ficción en su segunda película. Todo gira en torno a dos amigas de un pueblo. Las chicas, con una familia pobre y numerosa, son tentadas con la oferta hecha por una vecina para ir a trabajar como empleadas domésticas en Buenos Aires. Después de la ilusión y la posterior e inmediata decepción, apenas llegan, las espera una vida de prostitutas, recluidas en un antro y sin posibilidades de protestar. La diferencia entre hacerlo y callar puede ser elegir entre la vida y la muerte. Una lo sabe y acepta su parte; la otra se niega y es golpeada y atada hasta que cambie de opinión. Es que tienen una deuda que saldar: los mil pesos que la entregadora recibió por cada una de ellas. La película transcurre en un noventa por ciento en ese ambiente claustrofóbico que la directora supo transmitir sin subrayados, sólo con referencias a ese exterior que se sospecha a través de los vidrios sucios y los ruidos que llegan desde el exterior. El único nexo real que tienen es José, el mozo de un bar, una muy precisa interpretación a cargo del rosarino Luis Machín, el cual introduce en ese ambiente enrarecido un poco de esperanza. David se acerca con delicadeza a la fragilidad del destino de las dos chicas, entre las que se destaca el trabajo de Paloma Contreras, pero es realista a la hora de mostrar la crueldad de la que son objeto a través de un muy buen desempeño de Cecilia Rosetto como la encargada del lugar. La directora delimita claramente el exterior del interior. Sin embargo no hace una diferenciación visual entre un ambiente interno lúgubre y un afuera luminoso donde debería estar la solución a los padecimientos de las protagonistas. Lo que ocurre en la calle, en la vereda o en el bar donde trabaja José parece ser tan siniestro como lo que se desarrolla en prostíbulo. Allí afuera nadie parece ser solidario con la desgracia ajena. Sin llegar a convertirse en una película testimonial, el filme ofrece un fresco descarnado de un aspecto oscuro de la realidad, aunque con una pequeña y necesaria dosis de optimismo ante las injusticias atroces.
“Amante accidental” funciona como muchas comedias románticas con ingredientes similares: una pareja de mediana edad, una vida perfecta que desbarranca, un marido infiel y una mujer despechada que cambia su vida tranquila por la independencia. Cuando por casualidad descubre que su marido la engaña, la madura y atractiva Sandy, interpretada por Catherine Zeta-Jones, abandona su confortable casa de los suburbios junto con sus hijos y se instala en Nueva York. Las cosas no son fáciles al principio con los hombres hasta que conoce a un joven casi veinte años menor, con todas las previsiones que supone esa diferencia de edad, y al cual ella contrata para que cuide a sus hijos. La película transcurre sin muchas sorpresas y se sostiene hasta el final gracias el empeño de los actores.
Las novias desdichadas En principio, las novias que retrata la directora Karin Albou no tienen motivos para cantar en el Túnez de 1942, año en el cual se desarrolla la película. Aun las más afortunadas dentro de esa sociedad machista encuentran desdicha en el casamiento. Las protagonistas son dos amigas, una musulmana, Nour, y otra judía, Myriam. La trama transcurre durante el avance de la ideología nazi en el territorio ocupado por Francia. Nour, pobre y analfabeta, está de novia con alguien que ama, pero vetado por su padre porque no tiene trabajo. Myriam, educada y con una madre pobre y acosada por las presiones del régimen, obliga a su hija a casarse con un médico rico. El filme expone de manera sutil las diferencias de clase, los recelos entre las amigas y muestra para las mujeres un panorama desolador todavía hoy identificable.
“¿Qué hiciste para estar acá?”, le pregunta el compañero de celda a Clyde Shelton, el personaje que encarna Gerard Butler en “Días de ira”. “Lo que tenía que hacer”, le responde, lacónico. Esto es: hacer justicia por mano propia. En “Días de ira” la acción comienza cuando Shelton comprueba que la Justicia en la que siempre confió lo traiciona y deja libre a uno de los delincuentes que violó y mató a su mujer y a su pequeña hija enfrente suyo. El otro criminal es condenado a muerte después de que el autor material decide colaborar y declarar en contra de su cómplice para salvarse de la pena de muerte. La película se propone como un desafío, aunque el director esquiva cierta lógica en los procedimientos que le permiten a Shelton ejecutar desde la cárcel sus propios crímenes. El hombre la emprende contra los integrantes “del sistema” que consiente que un asesino quede en libertad y lo hace con suspenso sostenido y un guión efectivo. El desafío sucede cuando opone lo políticamente correcto a la necesidad de justicia (“no es venganza, es una lección”, dice Shelton sobre sus acciones); aquella necesidad a la polémica por la pena de muerte y la falibilidad de la justicia, y la posibilidad de que enfrentar con violencia a la violencia puede empeorar lo que ya está mal.