Pasiones domesticadas La Inglaterra de posguerra, asociada a la herencia puritana y a las tradiciones políticas y religiosas, son el marco para recrear la historia de una adolescente con aspiraciones de independencia. Fanática de la cultura francesa, a la que asocia a la sofisticación y el refinamiento, sueña con superar la monotonía familiar. Lo consigue cuando conoce a David, un hombre mayor que con su encanto la conquista a ella y a su familia. Pero la relación amenaza con acabar con su brillante futuro cuando deja sus estudios para vivir una vida más excitante. La película, de muy buena factura estética, con excelentes actuaciones y tres candidaturas al Oscar, resulta por momentos aleccionadora sobre las inconveniencias del desatino y pinta un fresco sobre el paso de la adolescencia a la vida adulta.
La directora Katryn Bigelow rodó hace unos años “K-19”. La acción transcurría en el espacio acotado y hermético de un submarino militar. En “Vivir al límite”, seis años más tarde, acercó un poco más la cámara e hizo foco sobre las relaciones humanas bajo presión hasta llevarlas a un plano detalle. Bigelow contó con un material invaluable para rodar este filme que la ubicó en primera línea en la carrera por el Oscar. El punto de partida fue el guión del periodista Mark Boal, quien realizó un reportaje sobre las brigadas encargadas de desactivar bombas durante la guerra de Irak. A través de tres soldados, cuyo líder puede explotar junto con cada carga que intenta neutralizar, Bigelow se acerca de manera respetuosa a ese mundo en el cual cada auto, hombre, mujer o bulto en el piso es un sospechoso. William James, el líder de la brigada interpretado por Jeremy Renner y uno de los candidatos al Oscar, prefiere resolver las cosas de un modo temerario, saltándose los protocolos más elementales: “Trabajar juntos es que yo pregunto y vos respondés” le reprocha el personaje encargado de cuidarle la espalda, harto de ese comportamiento que él califica como “irresponsable”. Hay innumerables formas de representar la guerra y sus daños colaterales en el cine. Bigelow lo hace sin estridencias, lentamente hasta penetrar en el corazón de horror. Utiliza los recursos técnicos con moderación, consigue un montaje impecable, sugiere más de lo que muestra, no se priva de exhibir lo truculento cuando es necesario y limita al mínimo la manifestación de sentimientos como la compasión y la camaradería, sin por eso dejar de hablar de la solidaridad y el coraje, pero también del miedo. En uno de los escasos momentos de intimidad entre los personajes protagónicos James le pregunta a su compañero que está al borde del colapso: “¿Sabés porqué soy como soy?”. Pero el interrogante queda sin respuesta. Más adelante se podrían rastrear las razones. De regreso a su país, con su mujer y su hijo, primero en su casa de suburbio donde destapa un caño de desagüe después de una lluvia, y más tarde en el pasillo de un supermercado tapizado de cientos de opciones de cajas de cereales, James parece a punto de ser devorado por la cotidianeidad. En uno de los extremos de esa dinámica de la normalidad James encuentra las razones para hacer su trabajo: jugar permanentemente con la muerte que, paradójicamente, resulta una experiencia vital, como si prefiriese el estruendo de una buena explosión a la narcótica musiquita de los supermercados.
Evocar a Federico Fellini y a su película “8 y 1/2” es una tarea riesgosa de la cual “Nine” y su director, Rob Marshall, salen indemnes. El acierto radicó en no imitar al director italiano sino en hacer su camino. Para eso eligió como referente la comedia musical estrenada en Broadway en la década del 80 y apeló a canciones, coreografías y un elenco integrado por algunos grandes actores a los que sometió a una dirección rigurosa. La trama gira en torno a un director de cine bastante inmaduro, presionado para que comience a rodar un nuevo filme. Pero el hombre no tiene una sola idea. Lo rodean un grupo de mujeres, reales e imaginarias, que él supone que le complican la vida con celos, culpas e insinuaciones de sexo, mientras evita asumir la responsabilidad que le corresponde por sus decisiones.
Una decisión trágica puede cambiar la vida. Así lo plantea el director de “Goodbye Solo” quien pone al frente del relato a dos personajes opuestos, un optimista empedernido y un candidato a suicida. El director intentó acentuar el perfil positivo de un inmigrante que intenta superarse en la vida y un anciano harto de su existencia. Sin golpes bajos, el director rescata el valor de los afectos y la natural propensión humana a la solidaridad en los momentos extremos.
En “Fantasma de la noche” hay dosis de los géneros fantástico, suspenso, comedia y policial, todas bien administradas por el director Guillermo Grillo. El realizador narra la historia de un fantasma convocado por tres adolescentes después del juego de la copa. El espíritu pertenece a un malevo que murió a principios del siglo XX y vuelve para saldar una deuda. Después del susto inicial, el más escéptico de los chicos se hace cargo de la situación y aprovecha para disipar sus dudas sobre qué ocurre después de la muerte, un tema que lo inquieta a raíz de que su madre falleciera cuando él era todavía un niño. El director desarrolla esas dos líneas narrativas con sutileza y con un adecuado diseño de producción que requiere tres escenarios: la Buenos Aires actual, los arrabales porteños de la década del 20 y una suerte de limbo donde el malevo y el adolescente negocian los términos del acuerdo que le permitirá al muerto usar el cuerpo del chico para cumplir su objetivo y, como contraparte, al muchacho averiguar algo de su pasado. Lo que comienza con el horror ante lo inexplicable se transforma en una amistad improbable en el marco de un filme con referencias a la iconografía tanguera, con actuaciones correctas y una trama que toma hechos conocidos y los conjunga de forma original.
Disney volvió al ruedo con un cuento clásico, pero con imagen renovada. Para esta producción pensada íntegramente en 3D eligió un referente de la literatura inglesa dedicada a niños y adolescentes. Sin embargo “Los fantasmas de Scrooge”, adaptación casi fiel del relato de “Un cuento de Navidad” escrito por Charles Dickens en 1843, no agota su potencial en ese segmento de espectadores. Detrás del impecable soporte técnico llamado “captura de imagen”, que permite tomar como modelo el trabajo de actores reales y traducirlo en imágenes digitales, hay un texto al que no lo afecta el paso del tiempo, y que además está encolumnado en la tradición narrativa inglesa con fantasmas, desde “Hamlet” hasta los de Oscar Wilde. El filme cuenta también con un elenco de muy buenos actores (Jim Carrey, Gary Oldman, Bob Hoskins, Colin Firth) que dan vida a los personajes cuyos padecimientos hoy son similares a los de la Inglaterra victoriana. El eje del relato es el anciano Ebenezer Scrooge, un prestamista avaro, solitario y amargado. Después de un tiempo de muerto su socio, sigue conduciendo su negocio y maltratando a su empleado, un hombre con una familia numerosa, un hijo enfermo y un sueldo miserable. Pero sobre todo el viejo no tolera la Navidad, los villancicos, ni las reuniones familiares. Sólo después de la visita de los fantasmas de las navidades pasada, presente y futura se sabrán las razones de su resentimiento. Las revelaciones para Scrooge comenzarán la Nochebuena, con la visita del fantasma de su socio para advertirle cuál será su destino si persiste en su actitud. La escena, una de las que podrían asustar a los más chicos, da inicio a una serie de viajes a través del tiempo con los cuales el hombre comprenderá por qué se transformó en lo que es. “Cuídate de la ignorancia y la necesidad”, le dice uno de los espíritus, palabras que le darán una clave sobre algunas decisiones desgraciadas. El director Robert Zemeckis, quien ya había experimentado con la tecnología usada en este filme en “Beowulf” y “El expreso polar”, se mantiene fiel al relato original con excepción de las posibilidades que aporta ese recurso. Y aprovecha los destellos de humor del trabajo de Carrey en medio de un relato oscuro y conmovedor en su mayor parte pero luminoso en sus intenciones.
“Luna nueva” tiene lo necesario para seducir a la platea adolescente: amores imposibles, amantes separados y promesas eternas. Si todo lo bueno sucediese fácilmente, la saga hoy no sería un fenómeno que llena las salas de suspiros por el protagonista Robert Pattinson. El joven actor interpreta al vampiro enamorado de la humana a cargo de Kristen Stewart que decide tomar distancia para protegerla. En el medio quedan enfrentamientos entre vampiros y sus enemigos jurados, los hombres lobo, y el desarrollo de una peligrosa amistad entre la heroína y un joven licántropo, todo con un aire de tragedia inminente. No es casualidad que en una de las primeras escenas se ve una vieja filmación de las últimas escenas de Romeo y Julieta ni que el protagonista sepa las líneas de esa historia de memoria.
“Sangre del Pacífico” tiene la cualidad de los sueños. El director Boy Olmi juega con el carácter aleatorio de algunas escenas de su ópera prima que gira en torno a una chica peruana que llega a Buenos Aires para trabajar como mucama y un director de cine que quiere rodar una película sobre las guerras de independencia. Y además le hace lugar en el guión, también responsabilidad de Olmi, a la naturaleza caprichosa de lo onírico. Desde los primeros minutos queda claro hacia dónde apunta el relato de esas dos historias contrastantes. Charito, en una cabaña en medio de la selva, se despide de su hijo. El cineasta, en un suntuoso ambiente de Buenos Aires, intenta comenzar a escribir el guión de su, quizás, último filme. Pero lo único que cae de su lapicera es sangre. Es que la película es también la historia de varias conquistas: la de la dignidad de los personajes femeninos centrales y la de las batallas contra el pasado y el presente del protagonista masculino. Olmi eligió un camino difícil para narrar su historia y escribió un guión que intenta desafiar al espectador. El actor y director mueve sus piezas con precisión, pero las contextualiza con escenas extrañas a un relato lineal, que además lo obligó a un exigente proceso de montaje y a la utilización de diversos recursos técnicos. Así, los sueños, que irrumpen no como una explicación de la realidad sino como un complemento de los personajes, aparecen en blanco y negro, o las imágenes se superponen para mostrar el desgarro del desarraigo, o los abruptos cambios de escenario donde la nostalgia puede transformar una cama en una canoa. Detrás de lo formal —que incluye una muy lograda factura técnica y un cuidado diseño de arte— y la elección de las locaciones, se trasluce un complejo proceso intelectual, aunque la multiplicidad de temas que Olmi encara no siempre suman al relato. Algunas digresiones por momentos lo atomizan y le quitan impulso a un filme construido en base a la potencia de una idea arriesgada como lo es hablar de la forma en que lo onírico y el pasado pueden determinar el presente.
En busca del tiempo perdido “Tres deseos” está impregnada de melancolía, del desasosiego de una pareja en crisis que intenta restaurar su relación pasando unos días en Colonia, la misma atmósfera que rodea a una mujer recién separada que completa el relato. Con ritmo pausado, más silencios que revelaciones y más información sugerida que datos concretos, el guión va delineando los personajes, en medio de reacciones crispadas y frases breves que intentan revelar las razones de un fracaso y de las relaciones inconclusas.
Envidias, traiciones, avaricia, soberbia. Si hasta un gordito es obligado a rebanarse la barriga para pagar sus culpas, que sumarían la gula a los anteriores pecados capitales. Esto último es lo que ocurre en la primera escena de “El juego del miedo VI” y es un aporte más al perfil moralizante del filme, que se filtra entre los cortes, hachazos, puntazos y automutilaciones de esta nueva entrega de la saga. Todo mezclado con frituras, ácidos y balazos que denotan el sadismo extremo de la serie. Tanto es así que por momentos la redundancia obtiene el efecto opuesto al buscado. Si bien los excesos son gratuitos, aunque funcionales al género y estilo de la película, no es casual la ensalada de actualidad, morbosidad, dogmatismo y pretensiones culturales. Tampoco el aderezo con algo bastante conocido y mucho más profano como la justicia por mano propia y el juicio y castigo sumario a quienes hayan sucumbido a la mezquindad humana ya no delinquiendo sino cometiendo actos como la usura, la delación o la negligencia que puede costar vidas inocentes. La idea de que “el que las hace las paga” y la ley del Talión están latentes durante toda la película. Como complemento aparece una mención con aspiraciones intelectuales ya que “El juego del miedo” apela también a una cita de Shakespeare. Así lo hace Jigsaw cuando les pide a los primeros torturados su “libra de carne”, tal como lo hace Shylock en “El mercader de Venecia” a su cliente como retribución por su deuda. El enorme esfuerzo de imaginación del guionista y el director para superar en cada escena el ingenio puesto en la intrincada elaboración de ese sistema de premios y castigos que establece el asesino justiciero, sorprende en los primeros tramos pero se diluye con el tiempo a pesar del impacto de las imágenes. La reiteración se impone en la estructura narrativa y entonces habrá que esperar a ver en qué consistirá la nueva y macabra prueba que tendrá que pasar el protagonista, que en este caso se trata del más alto directivo de una empresa de seguros que tiene que “pagar” por las consecuencias de sus decisiones y que costaron la vida de varios personajes. Jigsaw/John Kramer sigue lucrubrando sus malignas estrategias. Con ellas logra hacer recorrer a sus personajes “culpables” por un purgatorio y un infierno terrenales, y reserva la salvación para los puros y su regreso a un mundo, que, está claro, para él no es ningún paraíso.