Aventuras Animadas de Ayer y Hoy Allá muy lejos… por los años 80, la serie de Indiana Jones recuperó el amor por el serial y provocó un genuino interés por la arqueología, especialmente entre el público infantil, generando una serie de imitaciones, empezando por las dos mediocres adaptaciones de las aventuras de Allan Quatermain creadas por H. Rider Haggard. Con Richard “Shogun” Chamberlain y una joven Sharon Stone, las películas Las Minas del Rey Salomón y especialmente La Ciudad Perdida del Oro fueron rotundos fracasos a comparación de la saga de Spielberg y Lucas. Sin embargo, en materia de animación derivó a una excepcional serie de Disney llamada Patoaventuras o Duck Tales, donde el Pato Donald, sus sobrinos y especialmente el Tío Rico, emprendían aventuras por todo el mundo buscando tesoros perdidos. Una serie bastante inteligente que merece una revisión dado que tenía muy buenos guiones, y mejoraba acaso, el espíritu de aventuras que tenía Scooby Doo, por ejemplo. Las Patoaventuras sirven hoy en día como principal referencia posiblemente junto a las originales Indiana Jones de Tadeo, el Explorador Perdido, una película de animación española con bastante historia. Su director Enrique Gato, ya había filmado dos cortometrajes con el personaje Tadeo Jones, un torpe aspirante a arqueólogo que se metí en problemas debido a sus aspiraciones. El largometraje intenta mostrar la historia de Tadeo – Stones, cambió el apellido para no someterse a juicio con Lucas seguramente – que desde niño sueña con ser arqueólogo, pero en cambio termina siendo albañil de una obra de construcción. Tadeo intenta colaborar con el Museo con piezas que encuentra en las obras, pero ninguna realmente vale algo. Por una serie de confusiones, Tadeo se hace pasar por el director del Museo y termina yendo a Perú en busca de una ciudad perdida oculta bajo Machu Pichu y el tesoro de los Incas. En el medio se encuentra con la hija de otro arqueólogo que busca lo mismo, y ambos deberán encontrar la ciudad perdida antes que una empresa rival, que solo se quiere apoderar del oro. La historia del oro oculto de los Incas es remanida: La Ciudad Perdida del Oro justamente abarcaba ese tema, Indiana Jones y El Reino de la Calavera de Cristal también, así como el episodio piloto de las Patoaventuras dividido en cinco partes. O sea, no hay nada novedoso en el guión, pero Gato no lo intenta ocultar, de hecho el film se convierte en un homenaje puro a esas películas sumando referencias de la saga de La Momia de Stephen Sommers (especialmente la secuela) e incluso de Tintín . Los cinéfilos se van a deleitar con los miles de detalles que tienen co relación con dichos films e historias Sin embargo, al mismo tiempo, esto le juega un poco en contra al film, porque lo convierte en estructuralmente previsible. A pesar de tener un tono didáctico y estar apuntada a un público infantil, Tadeo es una película muy entretenida para adultos con algunos efectivos toques de humor. Hay dos personajes en particular: un loro mudo y un guía peruano, que remiten directamente al sarcasmo y la ironía de los Looney Tunes. Al no emitir palabras, el loro se comunica a través de carteles, lo cuál nos lleva a pensar directamente al Coyote y el Correcaminos, y por otro lado el estereotipado guía peruano – que puede resultar ofensivo, pero es simpático – tiene la magia y la chantería de Bugs Bunny o el Pato Lucas. Enrique Gato logra un producto visualmente muy digno con un elaborado trabajo de fondos tridimensionales – apenas por debajo de Pixar - atractivos personajes, y más allá de los clisés, una narración entretenida. El espíritu del cine de aventuras ochentonas sigue vivo en Tadeo, El Explorador Perdido.
Equipo Efectivo Con su sonrisita carismática, su mirada “penetrante”, sus esforzadas expresiones para escapar de explosiones o sorprenderse ante la idea de que acaba de descubrir el secreto de un complot internacional para destruir el mundo, Tom “Ethan Hunt” Cruise regresa para salvar el planeta. Esta vez no es Jack Reacher, sino Jack Harper, pero algo guarda del agente paramilitar que nos divirtió en el verano: una gorra de beisball de las yanquees, que aún en un futuro devastado, guarda en una cabaña junto al lago. Lo que más bronca me da de Tom Cruise no es el hecho de que es un MAL ACTOR, que no importa lo que pretenda hacer tiene un número limitado de expresiones faciales a las que acude ante cada situación porque no sabe como conectarse con cada personaje en forma interna, sino el hecho que las películas que elige, y los directores con los que trabaja no son malos. Está bien, lo admito, en los últimos años, Tommy ha mejorado un poco. La calidad de los films termina por conseguir que valoremos sus interpretaciones, o quizás los realizadores entendieron como debían dirigirlo para que no se note que es un MAL ACTOR y que pueda rendirles en la taquilla. Irónicamente, en los últimos tiempos, sus mejores actuaciones fueron aquellas en las que era una caricatura de sí mismo, donde el chiste estaba en verlo a Cruise “transformado” como son los casos de Una Guerra de Película o La Era del Rock. Pero viendo Oblivion, realmente no puedo entender como puede haber un grupo selecto de críticos que entienden que es un buen actor. Como sucede con De Niro o Pacino, que hoy en día son solamente una suma de tics y expresiones que nos sabemos de memoria – a veces igualmente nos sorprenden - Cruise sigue apelando a los mismos rostros… pero lo hace desde sus primeros films. Es posible, que con otro intérprete, Oblivion, segundo trabajo de Joseph Kosinski – quizás con Ryan Gosling – este trabajo de ciencia ficción que se nutre de diversas fuentes como 2001, Odisea del Espacio, Wall E o La Guerra de las Galaxias, tendría un tono menos solemne, menos romántico y optimista, y sobretodo pretencioso. Pero el hecho es que Cruise roba toda la atención, tiene dos mujeres peleándose por él, y la trama termina siendo secundaria, por detrás de su figura, de su personaje, que no tiene la profundidad que el mismo amerita. Aún así es una interpretación más contenida y austera que otras, lo que demuestra que Kosinski no es solamente un visionario audiovisual, capaz de crear universos y mundos propios, con códigos que cierran completamente, sino también un buen director de actores. Le saca incluso una verosímil interpretación a Olga Kurylengo, algo que hace pocos años creíamos imposible. Pero la verdaderamente destacada es Andrea Risebourgh con sutiles expresiones y sensualidad, tiene el personaje más difícil y consigue una notable interpretación. Ahora bien. Poco importan las actuaciones en una obra que pretende sobretodo entretener con la magia de los efectos visuales. Entre persecuciones y momentos más reflexivos sobre el cuidado del planeta, la ecología y la crítica armamentista, transcurre un film que respeta las reglas del género y tiene un par de sorpresas rondando alrededor de esta tierra deshabitada. La utilización del Empire State como núcleo de la relación de Jack y Julia (Kurylenko) es un factor interesante, así como el diseño de los diferentes espacios, elección de colores – otro interesante trabajo del chileno Claudio Miranda como director de fotografía en film con muchos efectos como Una Aventura Extraordinaria – y sutiles elecciones musicales, que le aportan una identidad retro a la obra. Quizás esta idea new age y la música tecno sean lo único que vincula a Oblivion con Tron: El Legado, pero hay que aceptar la idea, de que Kosinski consigue hacernos creer que este universo paralelo, este futuro apocalíptico esta ahí. El mito de la invasión y las guerras nucleares tiene cierta lógica hasta los últimos minutos del film, donde se deja llevar por un enfrentamiento digno de Ronald Emmerich o Paul W. Anderson. Y esto lo digo en forma peyorativa. Sobre la segunda parte del film, cuando empiezan a develarse los “secretos” del film, aparece un mundo subterráneo liderado por Morgan Freeman, que carece de desarrollo y profundidad dramática. Termina siendo parte del decorado del film. Aún así, termina siendo un producto aceptable, menor en calidad a Tron: El Legado, pero que los fanáticos de la ciencia ficción apreciamos debido a los homenajes – literales – a los innovadores films de Kubrick de 1969 y Lucas en 1977 (hablando en términos técnicos). Oblivion no será recordada como una obra innovadora, pero tampoco merece ser olvidada. Lástima que está Tom Cruise…
El hombre y su lucha A pocos días de que se dicte la sentencia en contra de José Pedraza y su patota de matones, el grupo Ojo Obrero estrena el segundo film relacionado con el asesinato de Mariano Ferreyra. En noviembre, la misma productora presentó en Mar del Plata – y ahora en UNCIPAR – Videominutos por Mariano Ferreyra. Un compilado de cortos que no superan los dos minutos de duración, compuesto por trabajos experimentales, documentales y de animación que exigían justicia por el joven militante del partido obrero explicando brevemente los motivos de su lucha, y como se sucedió el crimen. En ¿Quién Mató a Mariano Ferreyra? se redobla la apuesta con una obra que mezcla ficcionalización con documental. El proyecto es ambicioso y sigue varias líneas narrativas simultáneas. Por un lado tenemos a un periodista, Andrés – Martín Caparrós, bastante convincente como actor – que debe presentar un informe sobre el asesinato de Ferreyra para la revista en la que trabaja. Esta misma línea narrativa se divide en la investigación que realiza – donde entrevista personajes reales involucrados en la tercerización de las empresas ferroviarias, analistas sociales y periodistas – y en una línea más personal – la relación con su hija, con su jefe que tiene la voz de Enrique Piñeyro y con un empleado de limpieza. Por otro lado, con un registro netamente documental los directores entrevistan a la familia y amigos de la víctima, y por último, se recrea el día y el momento en que se cometió el crimen contra Mariano con algunos de los personajes que estuvieron presentes ese día, interpretándose a sí mismos. Ante tanta complejidad narrativa, vale destacar el dinamismo del film, la forma en que los directores consiguen que la información, el mensaje y el pedido de justicia por Mariano, queden claros. Dividida en capítulos, uno puede entender la implicancia de Pedraza, como funcionan las empresas tercerizadoras, quién era Mariano como ser humano. Al igual que Whisky Romeo Zulu, de Enrique Piñeyro, la mezcla de ficción y realidad sirve para separar un poco al film de todos los trabajos documentales que se estrenan en el año, permitiendo que sea más accesible acaso para el público no afín al documental. Las sutiles pinceladas de humor para aligerar la solemnidad del relato, breves momentos de tensión le dan un tono puramente cinematográfico. Aún cuando ciertos momentos ficcionalizados y la relación entre los personajes no reales están un poco forzados, la historia es atractiva y conmemora un poco el cine de Raymundo Gleyser, especialmente Los Traidores, o de Jorge Cedrón con Operación Masacre. De hecho este último film aparece brevemente en pantalla, y el personaje de Caparrós toma de referecia ¿Quién Mató a Rosendo? escrito por Rodolfo Walsh como referencia de su investigación. Concreta, impecable a nivel estético, con un planteo socio político que invita a la reflexión, y una función visiblemente didáctica, pero sin didacticismo, ¿Quién Mató a Mariano Ferreyra? pretende informar, influir sobre el dictamen final, y conseguir recapacitar acerca de uno de lo crímenes que desnudó la corrupción del estado y de los sindicatos ferroviarios.
Un Satélite de Amor Hace 26 años el gran Ettore Scola lograba una brillante pintura de una típica familia italiana a través de tres generaciones. La película justamente se llamaba La Familia. Se trataba de una obra personal, divertida, dramática que concentraba los diversos puntos de vista de un emblema social y servía para mostrar la sociedad italiana en el siglo XX al mismo tiempo. Con muchas menos pretensiones y en un breve lapso de tiempo, la actriz devenida en directora, Julie Delpy, decide mostrar las historia de lo que se supone que es su propia familia y a la vez, un poco los enfrentamientos sociales y políticos que existían en la sociedad francesa en el verano del 79. Precisamente ella se enfoca en el enfrentamiento de la burguesía conservadora de derecha contra los bohemios artistas ambulantes de pensamiento más ligado a la izquierda en un contexto más cercano a la aristocracia campesina que a un ambiente urbano de clase media. Con la excusa del cumpleaños de la matriarca una familia reúne a tíos y primos para celebrar un fin de semana en una típica campiña. Viejos rencores, enfrentamientos ideológicos, recuerdos y primeros amores se concentran en esta casa. Julie Delpy decide poner la cámara en el personaje de Albertine, una niña que está descubriendo su sexualidad, y a la vez, empieza a demostrar su faceta artística, influida por los padres. Esta decisión consigue darle una mirada un poco más inocente al relato y encasillar al film como una narración iniciática. Además la directora le da una estética intimista, apelando a la cámara en mano y varios planos secuencia que enfatizan la sensación de estar dentro de un núcleo familiar real. El guión evita caer en un único conflicto fuerte que atraviese el relato, y en una posición más obsecuente, manifiesta micro conflictos que vive esta familia, que podría ser la de cualquiera. En ese sentido el film es efectista consiguiendo empatía con el espectador, que se remite a su propia infancia o crianza acaso. Hay sutiles pinceladas políticas, un total cuidado de la época en detalles de peinados, vestuario, música e iluminación. La sensación es que bien podría haber sido filmado en el año que sucede la historia. Es imposible no relacionarla con obras clásicas como Melody o Verano del ’42. Pero Delpy decide no emitir un juicio sobre sus personajes ni darle un nivel emocional, sentimental recargado. Ni siquiera en los momentos más románticos de los personajes infantiles hay una intención de generar algo cursi o caer en un lugar común. El sexo es presentado con naturalidad e incluso frialdad. Más cercano de Jean Marc- Vallé en Mis Gloriosos Hermanos, Delpy demuestra mucha calidez en el diseño de personajes. El casting es más que acertado y hay interpretaciones notables. Especialmente de los actores más jóvenes. Es una sorpresa encontrar a la nominada al Oscar, Emmanuelle Riva – Amour – entre el elenco, en un personaje bastante distinto al que la vimos en la película de Haneke. Irónicamente, la más artificial de todas es la propia Delpy en piloto automático, representando a su propia madre, y por el contrario el verdadero padre de la directora tiene uno de los personajes más notables. Simpática, tierna, verosimil, Verano del ’79 es una película dinámica, que más allá de contener algunas situaciones forzadas y que el único conflicto que atraviesa el relato sea anecdotario – el temor a la caída del skylab sobre la campina francesa – se suma a una serie de retratos autobiográficos que sirven para contextualizar una época y reflejarse en la pantalla…
Chistes Viejos Aquellos que nos criamos en los años 80 aún recordamos una gran comedia episódica dirigida entre otros por John Landis y Joe Dante llamada Mujeres Amazonas en la Luna. Un título delirante para una comedia que satirizaba y criticaba la televisión estadounidense, buscando un perfil absurdo, grotesco y sexista, no llevándolo a un terreno escatológico, sino más bien hacia la sátira social, la comedia que ironizaba la mirada conservadora del estadounidense medio confrontando con la necesidad de darle un perfil provocadoramente sexual a todo. Era una película inteligente e ingeniosa, con algunos episodios realmente inspirados y otros no tanto, como sucede siempre, interpretada por grandes comediantes y algunos actores serios parodiándose a sí mismos. 25 años después llega Proyecto 43, acaso una especie de remake de aquello obra de 1987, pero con un humor puramente escatológico que si bien es zarpado, al mismo tiempo se basa únicamente en el chiste sexual, al punto que lo provocador de la propuesta, termina siendo banalizado por un humor demasiado superficial, que busca lo escatológico por ser nomás escatológico. Mientras que Mujeres Amazonas, se podía filtrar una crítica, acá lo que vemos es un episodio de Saturday Night Live con todos actores de primer nivel, la mayoría de ellos nunca relacionados con este tipo de propuestas, y mostrando todo aquello que para la televisión abierta estadounidense, sería tabú o de mal gusto. Llámese excrementos, violencia gráfica y/o desnudos. Nuevamente, acá vemos actores parodiándose a sí mismos. Algunos tienen mejor suerte que otros, como es el caso de la pareja Naomi Watts / Liev Schreiber en el episodio dirigido por Will Graham que incluye escenas incestuosas promovidas con bastante ingenio y humor negro. Dentro de todo, se trata del episodio más sutil. Otros dan vueltas únicamente alrededor del chiste como el que protagonizan Hugh Jackman y Kate Winslet, que solo da vueltas sobre el mismo gag hasta que se agota. La historia que une todas, es una de las más estúpidas. Esta vez, no es el control remoto sino el Internet y los videos sexuales los que comprimen todas las historias. Brett Ratner no queda tan mal parado con el segmento más violento de todos, que tiene a un Gerard Butler irreconocible como un duende. Al igual que Saturday Night Live, hay tres falsos comerciales, que no están tan mal y tienen su crudeza provocada por golpe de efecto final. Pero la mayoría decepcionan: Steve Carr, Steven Brill (director de las comedias de Adam Sandler), el veterano Griffin Dunne, Elizabeth Banks brindan episodios con chistes viejos, ávidos de humor. Las pobres interpretaciones y la falta de ideas a la hora de poner la cámara del segmento de Banks, terminan decepcionando e incluso aburriendo. Podría haber sido mejor aprovechado y no llevado hasta agotamiento, la idea de las Citas Rápidas de Super Héroes. Peter Farrelly logra con Verdad o Consecuencia, un episodio simpático, pero eso se debe al talento del comediante británico Stephen Merchant (socio de Ricky Gervais) y de Halle Berry en su mejor personaje en años. Para el final, queda sin dudas el episodio más enfermo, morboso, genuinamente divertido, personal y grotesco que es Beezell, dirigido por James Gunn. El realizador le aporta su talento y transgresión a esta historia que mezcla animación con actores. Pero es acaso, demasiado humor para cultos, para un producto total, tan desalmado, que muestra lo peor de la nueva comedia estadounidense. El resto de los episodios ni siquiera valen mencionarlos. La comedia pícara está pasada de moda. Esto demuestra Proyecto 43. No causa gracia, es anticuada. Y habría que debatir seriamente como recuperarla.
Lo admito, no soy un fanático del cine de terror argentino. Me parece que muchas veces se busca el golpe de efecto, se le presta demasiada atención al maquillaje, a impresionar con efectos digitales, pero se le presta poca atención a la historias, los personajes, las actuaciones. Y eso resta. Es verdad, que hacer cine de género acá representa un doble esfuerzo. Llevar gente, recuperar la inversión. Recién en los últimos tres años el INCAA empezó a aprobar guiones que retraten un género maldito que ha dado grandes obras maestras en los años ’50, por ejemplo con Narciso Ibáñez Menta como protagonista (y muchas veces como director)...
Las Vidas Posibles Tras conseguir un auspicioso debut con tres comedias románticas, con algunos tintes melodramáticos, Juan Taratuto ha regresado en voz baja al cine con un drama hecho y derecho, con sutiles toques de humor. No voy a decir que tanto No sos vos, soy o ¿Quién Dijo que es Fácil? sean películas que me desagradan, pero cierta sensación de querer hacer comedias efectistas con remates televisivos, nunca termina por convencerme. Admito que los guiones son bastante interesantes y Taratuto trata de darle un giro a la visión de la vida en pareja, especialmente cuando se trata de segundas oportunidades amorosas, acaso el eje de toda su filmografía – incluso Un Novio para mi Mujer o La Reconstrucción – pero quedaba latente esa perspectiva, de que sus historias parecían apuntar a un público más acostumbrado a la televisión que al cine. Esta perspectiva cambia por completo en La Reconstrucción, donde el realizador demuestra con guión propio esta vez, una visión más personal e introspectiva de la vida, en un tono más sobrio y dramático que confirman, que este cuarto opus, sea acaso el mejor de su carrera. Desde un comienzo, la geografía patagónica nos recibe con la visión de un desierto, y en ese desierto encontramos a Eduardo – Diego Peretti – un personaje callado, austero; un ingeniero hidráulico, que fuera de su trabajo, vive como un completo ermitaño, casi como un salvaje, un hombre incivilizado que ha escapado de la sociedad, y disfruta, en cierta forma de la condena que se impuso. La llamada de un amigo, Mario – Alfredo Casero, nuevamente en el fin del mundo, como con Todas las Azafatas van al Cielo – provocará en Eduardo un cambio radical en su rutina, encontrando la oportunidad de redimirse, reconciliarse con su pasado, explorar sus sentimientos y reinsertarse en la sociedad. La evolutiva forma que tiene el director de ir mostrándonos al protagonista con sus conflictos internos y el admirable trabajo – sin duda la mejor actuación de su carrera – de Peretti, son los pilares de esta película que decide expresarse mejor en imágenes y sensaciones que en palabras. Durante la primera media hora, el director va construyendo lentamente el panorama, para que cuando suceda el principal golpe bajo, no caiga de sorpresa a fin de causar una sorpresa. Taratuto juega con la previsibilidad. No tiene la intención de sorprender. Es un relato que de por sí se vuelve sentimentalista, pero a través de la mirada de este personaje lacónico logra evitar hasta los últimos 15 minutos caer en el efecto lacrimógeno y emotivo. La Patagonia nuevamente se convierte en una geografía ideal para personajes solitarios que andan en una búsqueda interna de descubrimiento. Ya sea el personaje de Alejandro Awada en Días de Pesca, de Carlos Sorín, o Ana Celentano en Las Vidas Posibles de Sandra Gugliotta, o el taxidermista epiléptico de El Aura, De Bielinsky. La áridez y el frío no solamente son parte del arte, sino tiene que ver con el tono del film y del corazón del protagonista. Taratuto logra, que ninguna acción que toma el protagonista sea imprevisible, porque hay un armado muy sólido, basado en las mínimas acciones y las repercusiones que dichas acciones del protagonista tienen en el desarrollo de la trama. Sí, es un film soul food, pero no cae mal. Por lo menos hasta los últimos 15 minutos, en los cuáles el director tiene una búsqueda simbólica y un incremento del volumen de la banda sonora completamente forzada. Los diferentes signos que aparecen de fondo de las situaciones adquieren protagonismo por la banalidad y obviedad que tienen en el plano visual. Sin embargo, este film consigue un resultado equilibrado más allá de todo. El drama no se hace pesado, el humor aparece en los momentos justos para romper la tensión y la solemnidad, las actuaciones superan la corrección. A Peretti lo acompaña Claudia Fontán, que consigue una interpretación verosimil, y Alfredo Casero que le aporta comicidad a sus diálogos. El resto proviene de la propia sensibilidad que transmite el film. Situaciones que generan empatía: el duelo, la ausencia, la figura paternal, la madurez, la adolescencia, y una forma identificable de ver estas mismas escenas. Todo trabajado en forma sutil, apreciando los silencios y momentos de contemplación. Acompañado por un factoría técnica notable, y gracias a una tremenda interpretación de Peretti, La Reconstrucción es un film lento, pero que atrapa a pesar de todo, que no pretende gustar inmediatamente al espectador medio, acostumbrado a productos superficiales. Taratuto logra evitar los clisés y aunque cae en algunos lugares comunes y dispersa piezas del rompecabezas en ciertas escenas que era un poco innecesario agregarlas, consigue un relato fluido y honesto.
El juego de los “engaños” “El mejor truco que el diablo inventó fue convencer al mundo de que no existía” – Verbal Kint ¿Realmente piensan que Steven Soderbergh se va a retirar de la pantalla grande? O sea, habiendo conseguido una prolífica carrera de films personales, comerciales, experimentales, oscarizables, cuesta creer que Steven Soderbergh diga “Adiós” con un thriller tan convencional; que el tipo que se creyó el rey del mundo con la sobrevalorada Traffic, y que fue completamente obviado por Vengar la Sangre, que se animó a realizar una adaptación estadounidense de la novela Solaris, compitiendo ni más ni menos con Tarkovsky, que puso a los galanes y figuras más rutilantes de Hollywood a reírse de sí mismos – y un poco del público – con la saga de Danny Ocean, se vaya a retirar del mundo del cine con un producto que solamente se deja ver un sábado a la noche en el cable cuando no hay ninguna otra opción decente para entretenerse. El pretencioso Soderbergh se retira. Claro, queda la supuestamente polémica biopic sobre la vida del pianista Liberace con Michael Douglas en la piel del controversial músico y Matt Damon como su pareja. Pero es para HBO. Efectos Colaterales confirma la mediocridad y falta de imaginación del realizador. No es que se trate de un producto malo, sino que se trata de un thriller “que ya se hizo antes”, que pretende sorprender con el truco más viejo de todos: las vueltas de tuerca, engañar los ojos del espectador que se “enamora” de un personaje y después lo va revelando como un mentiroso, un fabulador, que va en pos de una meta concreta: ganar dinero y poder. Quizás, Efecto Colaterales, sea la declaración de Soderbergh, confirmar que él, al igual que su protagonista son personajes engañosos, capaces de hacernos creer cualquier cosa gracias a la manipulación que produce el montaje. Porque el guión de Scott Z. Burns tiene lo suyo. En principio parece que estamos ante un film político, de denuncia contra las empresas farmacológicas, pero no, a medida que el protagonista masculino, el psiquiatra que interpreta con bastante soberbia Jude Law, va revelando el misterio de la paciente que le tocó en suerte analizar, nos vamos encontrando con un clásico thriller psicológico… sobre psicólogos dicho sea de paso. Los efectos colaterales de una droga, no solo repercuten en el cuerpo de la protagonista, sino en la vida de todos los que están a su alrededor. Y así, combinando elementos de Cuéntame tu Vida de Hitchcock, La Verdad Desnuda, de Gregory Hoblit – film donde descubrimos el talento de un joven Edward Norton – o cierta sensualidad de Brian De Palma – obsesiones que parecen calcadas de Hermanas Diabólicas o Femme Fatale – este último film se convierte en una caja de sorpresas, donde nada es lo que parece… excepto el personaje de la psiquiatra interpretada bastante fallidamente por Catherine Zeta Jones, que revela su personalidad desde un principio. Y aún así, aunque el truco sea viejo, aunque las mentiras terminen teniendo una explicación forzada, hay que admitir que también se trata de uno de los films menos pretenciosos de su director. O sea, no se trata de una obra que ande buscando un Oscar, ni que busque el éxito de taquilla. Sus figuras, más allá de ser bastante reconocidas, no consigue un status de “estrellas” que garanticen un rotundo éxito de taquilla. Visualmente la foto y cámara de Peter Andrews (seudónimo del propio realizador) ayudan a crear una atmósfera extraña, sostenida por un clima tan oscuro como las nubes que constantemente están sobre la cabeza de los protagonistas. La música, también enfatiza esta densidad, y el suspenso está bien dosificado. Como guión de David Mamet, lo que pensamos que puede tratar de una historia de amor, deriva en un crimen, que deriva en una estafa, donde la bolsa de valores y la crisis del 2008 están también involucradas a modo de excusa. Puede ser que muchos espectadores se sientan estafados, con algunas de las vueltas de tuercas, sin embargo el guión está bien estructurado. El problema, la mayor falla es el tono. Si Soderbergh no hubiese querido hacer algo tan “correcto” y “serio”. Si se lo hubiese tomado en forma más lúdica, pensando en el espectador, en el efecto colateral que produce en la psiquis del espectador el engaño, aludiendo al género negro – un poco en la línea de Hitchcock, De Palma, Mamet o el Bryan Singer de Los Sospechosos de Siempre - y no prestando tanta atención a lo discursivo, a explicar el argumento al espectador en forma lenta para que nadie se quede afuera, posiblemente estaríamos ante un producto más trascendente. Pero a Soderbergh el humor no le sale en forma natural, y en su pretenciosidad consigue… esto. Un film medianamente entretenido que podría haber firmado cualquier director con un poco de oficio. Sí, en este caso, el guión de Burns se destaca sobre la dirección y aporta mucho la participación de Rooney Mara, el maravilloso descubrimiento que hizo David Fincher en La Red Social y que consiguió atención con su sensible Lisbeth Salander de La Chica del Dragón Tatuado (versión USA). La joven actriz consigue con éxito seducir a los intérpretes y a espectador con su inocencia, carisma y belleza. Esos ojos que ocultan todo un mundo, pero que proporcionan convencernos que estamos ante una joven inocente, son parte esencial del “engaño Soderbergh”. Y así, este thriller que combina psicólogos jugando a los detectives – digamos que Jude Law interpreta una variante contemporánea de su Dr, Watson – denuncia económica y juegos de espejos, se deja ver. Sin embargo, el mayor engaño no pasa tanto por el argumento, sino por una sensación final, de que no estamos frente al último film de Soderbergh y todo se trata de un efecto secundario de una droga llamada Hollywood, que nos obliga a creernos cualquier chimento que ande dando vueltas. Lamentablemente, tenemos Soderbergh para rato.
Patéticos Hombrecillos Es muy difícil que una película coral funcione en su totalidad, y mucho menos una que además sea episódica. El nivel generalmente es desparejo, tanto por sus interpretaciones, como por sus argumentos. No es el caso de Una Pistola en Cada Mano. Acaso se trate de una especie de Woody Allen español, el realizador Cesc Gay ha conseguido en su breve trayectoria consolidarse como un director de actores y guionista excepcional. Desde Krampack hasta su última obra ha logrado trabajos cuyo peso recae especialmente en sus intérpretes, y en la inteligencia de los diálogos, la veracidad y calidez de sus personajes, la sensibilidad y credibilidad de sus historias. Una Pistola en Cada Mano es atravesada por 6 encuentros de parejas, cuyo eje es la dificultad de llevar a cabo una relación amorosa, hombres que atravesaron, atraviesan o están por atravesar una separación o divorcio, la incomunicación en la pareja, los celos y la infidelidad. Se trata de 6 encuentros en lugares únicos, ya sea entre dos amigos que no se ven hace mucho tiempo – Sbaraglia y Fernández – una pareja divorciada que se reencuentra – Segura y Cámara – un hombre que descubre que su mujer le es infiel y un vecino de su casa de verano – Darín y Tosar – un oficinista casado y un compañera de trabajo – Noriega y Peña – y dos parejas amigas, que en diferentes espacios se van contando intimidades – San Juan y Waitling por un lado, Molla y Guillén Cuervo por otro. Apelando a un brillante timing humorístico, cierta ridiculez y parodia al patetismo masculino, Cesc Gay, consigue al igual que Allen, reírse de conflictos domésticos gracias a inteligentes diálogos que no caen en lo burdo o vulgar, sino que capturan el cotidiano y lo lleva, por momentos al remate absurdo. Cada episodio tiene una duración exacta, y algo muy difícil, consigue que ninguna situación se parezca a la anterior. Hay varios giros narrativos que pecan de ser un poco previsibles, pero esto no logran aminorar el interés de las historias. Y si cada episodio logra mantener su encanto, aún con una puesta en escena básica, es gracias a la potentes y creíbles actuaciones, especialmente del elenco masculino, que consigue, en su ridiculez convertir sus personajes en atractivos y queribles. Situaciones dramáticas que no son llevadas al sentimentalismo ni al golpe bajo. El elenco, como puede verse está compuesto por una selección de actores españoles, muchos de ellos que han trabajado en Hollywood incluso – caso de Mollá y Noriega – y de reconocidos argentinos como Sbaraglia y Darin, que seguramente permitirán que el film funcione – merecidamente – muy bien comercialmente en nuestro país. Si bien el tono interpretativo de los españoles y los argentinos es diferente – los ibéricos están más contenidos que los nacionales – los trabajos de Sbaraglia y Darín son superiores a muchos de los que hicieron últimamente en el cine nacional, más creíbles e identificables. Si bien Sbaraglia interpreta a un español y su personaje contrasta con el de su opuesto, Eduard Fernández – el mejor del elenco, aunque los trabajos de Tosar y Cámara son notables – lo de Darín es más parecido al argentino chanta que tan bien viene interpretando hace bastantes años, pero esta vez, en un contexto ideal, y muy bien dirigido. La elección es perfecta. Por otro lado, el elenco femenino no se queda atrás y también tiene algunas interpretaciones para destacar como las de Candela Peña – ganadora del Goya – y Leonor Waitling, soberbia como de costumbre. Una Pistola en Cada Mano es irónica, honesta, negra, simpática y da pie a la reflexión sobre las relaciones en pareja y las motivaciones de los hombres, específicamente, a la hora de encarar una relación con una mujer. Fluida y dinámica, falla únicamente en los últimos minutos, cuando el director decide agregar un innecesario epílogo. Pero el desarrollo es tan agradable, la narración se deja seguir tan bien, el guión está tan bien escrito – a la altura de Ficció o V.O.S. – que las pequeñas cosas que se le pueden criticar, terminan siendo nimiedades. Cesc Gay vuelve a demostrar que es uno de los realizadores más interesantes del cine español actual.
Ideas o Narración Si una misma novela es adaptada ya sea para cine o televisión, año tras año, infinidad de veces, con el mismo tono, con la misma estética una y otra vez, ¿cómo se logra trascender con una nueva versión? Tratando de hacer algo nuevo, implementar nuevas ideas a viejos conceptos sin perder la esencia. Acaso ¿el secreto está en llevar una misma historia a nuestros tiempo o agregarle un elaborado paquete, para que quede más lindo, y notable? Esto no significa que en el fondo, siga siendo el mismo film que venimos viendo todos los años con otros actores. En el caso del quinto film del británico Joe Wright, las ambiciones e ideas sobran en una visión ampulosa y pretenciosa de la clásica novela de Leon Tolstoi. Amante de los clásicos, Wright ha sorprendido con su adaptación de Orgullo y Prejuicio, y dividido aguas con Expiación. Probó dejar a Keira Knightley y los trajes de época a un lado, consiguiendo resultados más acordes a sus pretensiones con las subestimadas El Solista y Hanna. Anna Karenina, es definitivamente su peor y más ambiciosa obra hasta el momento, dado que en su obsesión por darle otra imagen, más modernosa, y menos cinema du qualité, descuidó la narración. Enamorado del teatro ruso, Wright le pidió al dramaturgo y guionista checo, responsable del guión de Shakespeare Apasionado y la adaptación de El Imperio del Sol, Tom Stoppard, que elabore una versión de Anna Karenina, en un ritmo similar al de los contemporáneos dramaturgos rusos de Tolstoi como Anton Chejov. El resultado es bastante dispar aún cuando tiene numerosas ideas. En primer lugar sitúa la acción en un teatro, en cada recoveco del teatro: escenario, camarines, pasillos, etc. No se trata de un cambio espacio/temporal literal, ya que los personajes no son partícipes de este artificio, sino que todo apuesta a que el público se enganche con la falsedad del proyecto. Imaginemos que lo logra. Cuando la estética y el escenario, y los objetos que gráficamente son maquetas se hacen palpables, pasamos al lado narrativo, que emula al ritmo de diálogos cortos y cortantes del teatro soviético y actuaciones, completamente excesivas, que parecen provenir del mundo de la exclamación dramático de las tablas que del plano cinematográfico. Sin embargo, existe en todo esto, una coherencia visual y literaria que acopla a la idea general. Por lo tanto, el concepto estético / narrativo es prodigioso y muy interesante, tanto a niveles técnicos como plásticos, dado que el impresionismo está presente en cada decorado del film. Este meticulosidad de la puesta en escena, consigue que se reconozca a Wright como un hombre de gran imaginación para dar un giro a esta adaptación y recortarla de otras versiones. El problema es que, distraído en cada detalle de época, en cada mecanismo que queda transparente a cada momento, y no aporta ningún misterio a la trama, Wright se corre del eje central de la historia. O sea, ante tanto brillo visual al estilo Moulin Rouge! coreografías que parecen salidas de un musical que no tiene canciones, tanta cáscara, el interior de esta historia, la novela original de Tolstoi no genera empatía alguna, no transmite emoción, identificación o algún tipo de sentimiento autónomo por los personajes. Y cuanto más forzosas son las interpretaciones para adecuarse a este tono teatral, menos conseguidas terminan siendo. Por juego de artificio, todo parece un decorado de cartón pintado. Sí, es admirable la fotografía, la dirección de arte, el vestuario (bien merecido el Oscar), la banda sonora hermosa de Darío Marianelli, emulando a Maurice Jarré en Doctor Zhivago, película de la cuál roba más de una escena. Pero tantas ideas, terminan distrayendo, y entre tantos conflictos, personajes, subtramas amorosas similares, nombres de personajes y sitos, el espectador termina más perdido que Anna Karenina en laberinto de ligustrina. Cuando, estéticamente, Wright se calma un poco, y empieza a atenuar su concepción estética / narrativa para no reiterarse ni repetirse o que el espectador se empieza a acostumbrar, el ritmo, que inicialmente era bastante dinámico, comienza a depurarse, y la obra cae en diálogos densos, demasiado melodramáticos, escenas extensas y lagrimógenas. No hay nada peor que aburrir al espectador, decía Hitchcock, y cuando las ideas se agotan, Wrigth no logra sostener el relato durante la última hora diez, cayendo en un pozo del que no logra salir, ni siquiera por efecto de alguna pintura que cobra vida, al mejor estilo los Sueños de Kurosawa. Pero Wright y Stoppard no consiguen que sus sueños se transformen naturalmente en imágenes. Caen en las peores situaciones, con la cruda intención de trascender, de hacerse notar, de demostrar cuan ingeniosos son, y en cambio perpetuan lo contrario. Se ponen en una posición snob. Keira Knghtley repitiendo el mismo rol de siempre, víctima de la sociedad y la época, no logra conseguir un momento de honesta interpretación, algo genuino que no haya hecho en otros films similares. Peor es lo de Aaron Taylor - Johnson que no consigue ser verosimil en ningún sentido, y mejor parado queda Jude Law con su contenido y más austero ministro Karenin, alejado de sus típicos estereotipos y tics. Desperdiciadas están Olivia Williams y Emily Watson en roles menores. La afición de Wright por los planos secuencia, le terminan jugando en contra, entre tanto falso decorado. Podés hacer uno lindo, donde demuestres tu virtuosismo como en Expiación, pero no intentes hacerlo constantemente. Eso es cancherear. Es una lástima, que si no fuera por la gran cantidad de ideas e imaginación y fanatismo por incorporar a Keira Knghtley incansablemente, Wright no consiguiera que esta versión de Anna Karenina, se viera como una historia épica más natural, menos artificial. Y todo es culpa de que se olvidó mostrarnos, lo más esencial: justamente la historia. Porque demasiado amor puede matar, dice un dicho. Y en este caso, hay un desborde de escenas románticas que dejan afuera, acaso, lo más intenso y criticado de la novela: su perfil revolucionario, su mirada social, su contexto pre bolchevique. Los anarquista y el socialismo ocupan un lugar relativamente tan chico, que la esencia del mensaje y crítica aristocrática / gubernamental / religiosa, queda completamente obsoleta y tapada por un banal relato amoroso que ya vimos hasta el cansancio, porque seamos honestos, el triángulo amoroso es lo menos original de la obra de Tolstoi. Tremendo desperdicio de talento. Si Wright, hubiese exhibido, este film a Einsenstein, seguro lo mandaba a trabajos forzados a Siberia.