Eli Roth prueba con el cine infantil en la adaptación del best seller del mismo nombre construyendo una lavada versión que sólo se rescata por la interpretación de los protagonistas. Hay un universo potente y una narración que maneja un tono entre el humor y el drama que termina debilitando las premisas con las que arrancaba.
Agustina Macri debuta en el cine con la adaptación, nada menos, del libro de Martín Caparrós sobre Soledad Ramos, la joven anarquista que revolucionó los medios de comunicación en los noventa. Hay una búsqueda visual y una construcción sólida de los personajes, también una potente actuación de Vera Spinetta como Soledad, tal vez los cabos sueltos que deja sobre su pasado en Argentina, como la no explicación del porqué del viaje a Italia resientan una narración que bucea en la biografía personal para hacer una reflexión más universal.
El terror inglés de calidad se hace presente en esta historia que en realidad reúne varias historias hasta el final. Su episódica estructura termina por consolidar un relato que recuerda a los especiales de Alfred Hitchcock para televisión pero que busca encuentra su propia narratividad.
Innecesaria puesta al día de la historia de este alienígena capaz de arrasar con todo a su alrededor. Inexplicablemente un gran elenco es convocado para una propuesta que linda con lo ridículo, lo irrisorio y que desaprovecha su potencial como franquicia.
La otredad como punto de partida para revisar una vez más un momento clave en la humanidad. La llegada de dos extraños a un pueblo despierta la peor de las miserias entre los lugareños, un grupo de seres detestables que lo imposible para salir bien pasados de la situación que les toca vivir.
Oscar Frenkel adapta la primera parte de la trilogía creada por Pablo Ramos en el que el fin de la niñez posibilita la construcción de un relato sobre lo inasible, fugaz y efímero del crecimiento. Lamentablemente Frenkel decide ser tan literal que la narración en off quiebra la poesía de algunas bellas imágenes que otorgaban vuelo a un relato fallido.
El regreso al cine de Juan José Jusid es un “inesperado viaje” pero para el espectador, que debe soportar un relato desorganizado, aburrido, básico y que espera que con algunos giros de guion se superen sus falencias. Situaciones inverosímiles, actuaciones forzadas, una factura que atrasa, la propuesta es un paso en falso para aquellos que decidan acercarse a las salas a verla.
Puro cine Ambiciosa. Arriesgada. Épica. Inclasificable. Acto de amor puro al cine. La Flor (2018), con sus 840 minutos de duración, es una experiencia cinematográfica única, un manifiesto, y una propuesta que debe ser vivida en una sala para perderse y encontrarse en la multiplicidad de historias y sentimientos que Mariano Llinás y el grupo Piel de Lava provocan. Seis historias que no siempre tienen interrelación entre sí, presentadas en tres segmentos diferentes, para facilitar su visionado, conteniendo cada uno en sí mismo la clave y la locura que encierra esta obra sublime, exagerada, que destila ingenio en cada uno de los planos que propone y, principalmente, cine y mucho más cine en cada historia separada que dispara. Mariano Llinás apuesta a la forma, y también a la exploración del soporte y el dispositivo para provocar y estimular a su espectador. El sonido que va y viene, el sonido que desaparece, las texturas que configuran la consistencia pictórica de las imágenes, todos datos a tener en cuenta para comprender el sentido final de la obra y su función dentro de cada microrrelato. La desmesura como estandarte para ir sembrando la necesidad de continuar avanzando en la experiencia propuesta, un juego casi masoquista, en el que a pesar de saber la duración, en la multiplicidad de sentido, poesía, solvencia, precisión y seguridad, la película, como ya pasaba en Historias Extraordinarias (2008), supera ese dato temporal transformándolo rápidamente en una anécdota. Llinás juega con el espectador, narra con su voz áspera en off, grita, se enoja, y, cuaderno de anotaciones mediante, lo interpela y le exige que esté atento a todo, nada es menor en la configuración de la obra que presenta, y se lo hace saber, y hasta le agradece el acompañamiento. La duración es un dato superado por la inmensidad de la obra que se propone porque La Flor es superior al espacio y el tiempo que necesita para resolverse. La cuarta pared se suma como uno de los elementos más significativos dentro de ella, y como el director lo sabe, juega con él, lo espabila, lo llama, le dice que falta cada vez menos, utiliza su cuerpo y por momentos lo intercambia con el de Walter Jakob, alterna con Verónica Llinás la narración, descansa de la épica, corre a Piel de Lava del centro de la historia, y se prepara para el acto siguiente. La Flor es una historia de empoderamiento para sus protagonistas, con rasgos notoria y predominantemente feministas, superando cualquier encasillamiento que se le quiera hacer. La conexión y cercanía con los actores y personajes, principalmente con el grupo Piel de Lava (Elisa Carricajo, Pilar Gamboa, Laura Paredes, Valeria Correa) como la proliferación de géneros que van pasando (western, fantasía, suspenso, acción, drama, comedia, etc.), que atropellan a los actores, construyendo en la reinvención de estos y La Flor nuevos relatos que exigen atención, pero que también, al compartir la pasión por ellos, trascienden su origen y su progresión dramática. Mujeres que luchan por su lugar en el mundo, asesinas, luchadoras, épicas, campestres, el misterio tras un escorpión, falsos gauchos que enamoran a visitantes, la mosca tse tse y su efecto, la guerra fría, espías, una dupla de asesinos que se aman en secreto, el comunismo, el frío, la nieve, las investigaciones, las conspiraciones, los trenes, sólo algunas ideas que el guion va desarrollando y los trabaja de manera completamente diferente para también sorprender al espectador. La autorreferencia, la exposición del trasfondo del rodaje, la distancia con el soporte, el acercamiento al dispositivo técnico, la expulsión de las protagonistas en algún momento, su crecimiento, en todo sentido, sus transformaciones, convocan a la reflexión y a la necesidad de asir, al menos por un instante, la posibilidad de perpetuar los 840 minutos en anécdotas que trascienden ya la obra y que reafirman a Mariano Llinás como un monstruo del cine argentino y mundial.
El descubrimiento Como sucedía en su película anterior, Diego Lublinsky (Hortensia) propone en Amor urgente (2018) un coming of age movie diferente, en el que la forma que contiene a la historia (escenarios construidos a partir de retroproyecciones), el tono de la acción y movimientos de los protagonistas, configuran el espacio ideal para que el humor y la delgada línea entre el ridículo y lo ingenuo, se impregnen con potencia en la propuesta. Agustina (Paula Hertzog) es una joven que sigue los pasos de su excéntrica y extrovertida madre (Paola Barrientos), con quien convive tras la desaparición de su padre. Yendo de pueblo en pueblo, siempre le toca ser la nueva, aunque ya el tiempo la ha acostumbrado a los vaivenes y mudanzas. El nuevo lugar, la ciudad de Resignación la recibirá con una diferencia a los espacios anteriores: llegará al pueblo justo en el mayor momento de descubrimiento sexual por parte de los habitantes más jóvenes. Desde la ingenuidad, y siguiendo algunos comentarios que realizarán las chicas más “experimentadas” (Miranda de la Serna), Agustina se dejará llevar por la inocente seducción de Pablo (Martín Covini) para convertirse también en una adolescente madura a partir de su primera experiencia sexual. La mentira como impulsor narrativo, y la confusión como disparador de la acción, consolidan un guion aparentemente simple, pero que va tejiendo -lentamente- el sentido necesario para que la lectura del relato vaya hacia donde tiene que ir: Caminatas de mentira, escenarios que avanzan sin siquiera pedir permiso a los protagonistas, una época histórica indefinida que subraya el desborde y la explosión del afuera en la vida cotidiana. Con diálogos simples pero con una precisión milimétrica para construir el sentido necesario para el relato, Diego Lublinsky no busca traicionar al universo que crea para su película, al contrario, lo potencia y alimenta. Como una suerte de complemento sobre la mirada de la transformación de los jóvenes, que ya había iniciado en Hortensia, en Amor urgente la falsedad de los escenarios, sumado a la solemnidad de algunos tratos entre protagonistas, configuran la verdad de esta historia. Se puede ubicar la pelicula a medio camino entre relatos televisivos de la vieja escuela, como La Familia Falcón, La nena, etc., y algunos sketchs de programas que revisaban ese material. La principal virtud de Amor urgente es contar, a su manera y con sus reglas, una historia ya vista muchas veces, pero que en la falsedad del dispositivo que utiliza para narrar, como así también en la claridad con la que el humor se introduce en los diálogos y acciones de los protagonistas, se consolida una frescura e inocencia, que impregna el sentido final de la película.
Pablo Zubizarreta nos traslada física y emocionalmente en el tiempo en el apasionante relato de la vida de Blanca Luz Brum, una de las primeras mujeres empoderadas que supo alzar su voz ante todo. Recreaciones, archivo, y la narración de Mercedes Morán, potencian una película que escapa a canones y lugares establecidos para encontrar, como Brum, su lugar en el mundo.