Película trepidante, con un old fashioned style que no defrauda, y que indaga, más allá de su búsqueda por dar respuestas al pasado de algunos personajes, en vínculos y personajes para, además, presentar al villano Kang y abrir la fase 5 del MCU.
La sentida película, Además de homenajear a los caídos durante el incendio de los depósitos de Iron Mountain y las tareas de prevención, ocho en ese momento, y dos más después, el relato denuncia la connivencia entre Gobierno, empresariado, Justicia, para mantener en silencio lo que se sabe a viva voz, la intencionalidad del incendio para ocultar pruebas e información confidencial de grandes multinacionales. La narración en off de Cecilia Roth suma potencia, a los materiales de archivo, entrevistas a familiares de las víctimas y a bomberos que estuvieron ese día. De visión imprescindible.
La destrucción de una saga que, en busca de nuevos espectadores, principalmente jóvenes conectados a redes sociales todo el tiempo, construye un relato que no se sabe si es un chiste o una película de verdad. En vez de asustar causa risa.
Dolorosa hisotria de sororidad y resiliencia, en cada uno de los obstáculos que les aparecen a las dos protagonistas, hay un intento de fortalecer su fuerza para seguir adelante a pesar de las adversidades. Marina Merlino y Ailín Salas brillan en una película que demuestra el amor desconsiderado por el prójimo.
¿Puede la actuación de una actriz salvar una película solemne, aburrida y soporífera? No. En sólo algunos momentos, cuando se muestra la verdadera y descarnada naturaleza de Lydia Tár, personaje central, hay alguna idea que sirve para repensar el rol de aquellos faros culturales que a fuerza de prepotencia, caprichos y maltratos, se mantuvieron en la cima.
La herencia pesa. Vaya si esto lo sabía Whitney Houston, con una madre cantante, exigente, que deseaba que su hija se dedicase también al arte. Pero ella quiso hacer su propio camino. Transitando espacios diferentes, y en los que realmente encontrase su voz y no una ajena. En “Quiero bailar con alguien”, de Kasi Lemmons, todo está representado con trazo grueso, demasiado, y un aire almibarado, casi de bronce, tiñe cada una de las escenas, y a pesar de esto, la vida de la cantante que murió muy joven, trasciende las viñetas elegidas para recorrer sus luces y tinieblas. “Voy a estar para vos musicalmente, no personalmente”, le dice Clive Davis (Stanle Tucci), el descubridor y representante de Houston (Naomie Ackie) en una de las primeras escenas, sin saber que, luego, claro, la ayuda ante las adicciones de la artista cambiaría esa sentencia. “Quiero bailar con alguien” es demasiado condescendiente con la cantante, evita profundizar, reflexivamente, sobre los hechos más dramáticos de la vida de ella, mostrando cuasi telefilm de Hallmark, solo algunos trazos oscuros pero dejando mucho más fuera de la pantalla que dentro. Cuando comienza a cuestionarla, o a mostrar los cuestionamientos hacia su carrera y canciones, como en esa escena de la entrevista radial en donde el conductor la acusa de ser “demasiado blanca”, o presentar casi de manera telenovelesca las peleas con Bobby Brown (Ashton Sanders), la estructura narrativa se resiente, y no hay número musical que incorpore que sirva para levantar esos sucesos. El ascenso meteórico, la manera en la que elegía sus canciones junto a Davis, su interés por incursionar en el mundo del cine, la pelea con su padre (que le robó todo su dinero) y el ocaso y resurgimiento, también son parte de la propuesta, que no logra, sostener durante toda la narración su fuerza. Sirve para recupera los clásicos hits de Houston, pero no aporta nada nuevo, al contrario, deja por fuera sucesos de los últimos tiempos y muchas más preguntas que respuestas. Una biopic desabrida que no está a la altura de la figura que retrata.
Con la bandera de la independencia en alto, Laura Citarella, productora y realizadora, vuelve al ruedo con una épica película de cuatro horas, dividida en 12 capítulos, rodada en plena pandemia, que la puso, una vez más, frente a un personaje clave de sus relatos, Laura, a quien vimos en su ópera prima Ostende, y a quien veremos seguramente en otras ocasiones. El disparador de Trenque Lauquen es una desaparición, pero, como siempre en el cine de Citarella, se nos invita a la acción, y a partir de allí esa deambularemos con inteligencia en los caminos del séptimo arte mezclando géneros y desarmando las posibilidades concretas de una expectación pasiva.
En la resistencia de una familia, que tiene por sabido la desaparición de su lugar de trabajo y supervivencia, se construye un fresco sobre la vida de aquellos que han dedicado gran parte de su vida a la perpetuidad de tradiciones que saben que inevitablemente desaparecerán, a pesar de los esfuerzos.
Con momentos logrados, esta nueva propuesta de M. Night Shyamalan, se mete de lleno en una historia que trasciende su género para tomar la posta en cuestiones que tienen que ver con discriminación, homofobia, a partir de la llegada de cuatro personajes siniestros, pero amigable, a la cabaña de una familia. Intensa y con logrados pasajes, pierde fuerza cuando quiere explicar absolutamente todo para cerrar el relato.
En esta tercera, y aburrida, entrega, nuestro héroe se suma a un programa de talent show televisivo denunciando aquellos que todos sabemos sobre la construcción de ídolos musicales. Muchas similitudes con SING y la pérdida del buen rumbo que se había iniciado con la primera entrega, sólo algunos de los puntos negativos de esta olvidable nueva parte de la saga.