De vuelta al ruedo. Arnold Schwarzenegger acepta el desafío de volver a la saga de las máquinas asesinas en “Terminator Génesis” (USA, 2015) con la clara intención de disfrutar y hasta de reírse de sí mismo. Y ese es uno de los puntos más altos de una película que va encontrando el rumbo a medida que avanza la narración y por momentos pierde su norte. Nuevamente Sarah Connor (Emilia Clarke) y su hijo John Connor (Jason Clarke) se encontrarán en diferentes momentos de su vida en un viaje de ida y vuelta en el que no sólo sus vidas, sino la de la humanidad, se ponga en juego cuando un misterioso sistema operativo llamado Génesis posibilite la extinción total de la vida en la tierra. “Todo el que me quiere se muere” dice una triste Sarah en un momento del filme, porque sabe que tras sí pende una daga que si el movimiento que da es en falso la eliminará. Pero ¿cómo saber si la decisión que toma es la correcta? Y ¿cuándo debe dudar de cada persona que se presente ante ella como John, Kyle Reese (Jai Courtney) o hasta el propio T-800, si todos son posibles sospechosos? “Terminator Génesis” aprovecha el mito de la saga y toma algo de cada una de las entregas anteriores para evocarlo y trabajarlo de otra manera, principalmente desde los efectos especiales, potenciados con el 3D (muy efectivo por cierto) y con una búsqueda del espíritu y la tensión que mantenga en vilo a los espectadores en cada huída que se presente. Sarah recibe a Kyle, quien a su vez fue enviado por John desde el futuro al año 1984 para impedir que Génesis destruya a la humanidad. Pero luego aparece John, que en realidad es una versión mejorada del T-1000 y los persigue para asesinarlos. Pero Sarah y Kyle no estarán solos, allí también estará el T-800, o el Terminator, para asistirlos y poder también salvar a la tierra de su extinción. Alan Taylor dirige la película con algunos problemas, porque el guión escrito por un equipo encabezado por James Cameron termina por generar una multiplicidad de líneas que terminan confundiendo, por un lado, y estereotipando, por el otro. Pese a algunos baches y algunas exageraciones, Taylor aprovecha al máximo la participación de Schwarzenegger, ridiculizándolo, tomándolo en solfa y hasta jugando con los aspectos del actor (joven/viejo) gracias a la posibilidad que le brinda la tecnología para poder ubicar en un mismo momento al T-800 de 1984 y al del 2029. Pero esto no es lo único con lo que juega Taylor, porque también se permite, gracias a la entrega del inmenso Arnold, de poder exponer las ganas de volver al cine que tiene, haciendo chistes, poniendo el cuerpo, muy a pesar que, al igual que su personaje, el paso de los años le ha dejado marcas en su físico y en su andar. “Terminator Génesis” reflexiona, en paralelo a la fuga de los protagonistas, de un fenómeno universal relacionado a la hiperconectividad y dependencia de los celulares/tablets/etc., algo curioso y no menor, ya que cuando la primera “Terminator” se desarrolló hablaba del dominio de las máquinas desde una impronta apocalíptica relacionada a la fuerza y a la amenaza sobre lo desconocido de la tecnología, mientras que esta habla sobre la pérdida de los vínculos, la soledad y el egocentrismo de cada puesta en las redes de la personalidad de cada uno. “Terminator Génesis” podría haber explorado aún más este punto y jugado más con los viajes en el tiempo, pensando principalmente en aquellos espectadores más jóvenes que desconocen la saga original, que, básicamente en la época del receso invernal que llega a los cines, serán los que en primera instancia determinarán el éxito o fracaso de los filmes y de esta nueva entrega de una saga que parece aún no encontrar su límite.
Con la llegada de las vacaciones, tanto de invierno como de verano, un sinfín de productos arriban para completar la oferta cinematográfica que intenta aprovechar el pico de asistencia a las salas. En algunas oportunidades las películas pueden salir mejor que otras y en el caso de “Locos Sueltos en el Zoo” (Argentina, 2015) de Luis Barros, que intenta retomar la tradición de comedia familiar, el resultado es dispar pero con algunas ideas que potencian la propuesta. La trama del filme es simple, un grupo de contrabandistas de animales liderado por Matías Alé necesita especies exóticas para exportarlas a Las Vegas. Con las claras intenciones de ir por el camino fácil contrata a los hermanos Bielsa (Pachu Peña y Álvaro Navia) para que lo ayuden en la búsqueda. El Zoológico de la Ciudad de Buenos Aires se muestra como la posibilidad ideal para conseguirlos, más cuando su cuidador (Alberto Fernández De Rosa) deje su puesto y llegue en su lugar una malviviente (Gladys Florimonte) con más ganas de hacer el mal que cuidar. Desde un primer momento del filme sabemos que por una misteriosa “educación” del cuidador, los animales hablan, pero como en “Toy Story” sólo cuando nadie los puede ver u oír. Utilizando unos efectos muy rudimentarios, las voces de los animales servirán para rematar situaciones o para completar escenas inconexas con chistes. Además en el parque estará Fabián Gianola dirigiendo las actividades secundado por Luciana Salazar, Nazareno Mottola, Noelia Marzol y Marley, en puestos de comida/regalos/atención, completando al equipo que intentará evitar a toda costa el robo de las especies. Barros dirige todo con una puesta televisiva y diálogos en los que claramente no abundan frases inteligentes o siquiera algún gag efectivo, todo está depositado en la habilidad de cada uno de los intérpretes de poder defender o no la propuesta sin más que contemplar el resultado final. Así, otra de las protagonistas, Karina Jelinek, quien hará de secretaria del personaje de Alé, se muestra como la participación más fresca del filme, en la que se pone en juego lo metadiscursivo con otras tecnologías y hasta con su propia vida privada, el “lo dejo a tu criterio” llevado a la enésima potencia. Los hermanos Bielsa serán los motores de la narración al intentar, infructuosamente, y luego con la suma del personaje de Florimonte, todo se hará más cuesta arriba, principalmente para los malos, porque a los buenos todo le sale bien. El personaje de Gianola de sufrir a su novia (Loly Antoniale), una niña bien caprichosa y controladora, termina con el personaje de Salazar (que hace de niña estudiosa y educada) y siendo elevado a la máxima categoría en el Zoo por su director (Emilio Disi). El otro malo del filme, Alé, también termina mal, amenazado por la mafia, perdiendo todo lo que había conseguido y llorando para que alguien le dé un lugar en la fiesta final (con Karaoke incluido) con la que rápidamente se cierra la propuesta, tan aceleradamente como los 85 minutos que duró el filme, en los que la risa se acaba tan rápido como el pochoclo. Mucho ruido y pocas nueces.
Travis Cluff y Chris Lofing imaginan en “La Horca” (USA, 2015) la vida de un grupo de adolescentes en los días previos al estreno de la obra que da el nombre al filme y que 20 años atrás, en una representación, tuvo un final inesperado para un joven llamado Charlie. Pfeifer, una popular chica del colegio, llevará adelante con el profesor XX la nueva puesta, obsesionándose casi hasta puntos increíbles y queriendo recrearla casi a la perfección. Para ella esta obra no es una actividad estudiantil más, es la posibilidad de mostrarle a sus amigos que ella y los demás protagonistas pueden hacer un producto digno a pesar de las limitaciones de sus compañeros. Justamente, esas limitaciones se encarnarán en Reese (Reese Mishler), un joven deportista, que enamorado secretamente de Pfeifer (Pfeifer Brown), decidirá tomar el papel protagónico para ver si de esa manera, con la trágica historia de amor que culmina con August, su papel, en la horca, quizás tenga una posibilidad de conquistarla. Pero Reese no está solo, sus amigos, principalmente Ryan (Ryan Shoos), que registra todo el tiempo todo en cámara, lo acompañará en esta aventura de ser actor por un día, y apoyarlo en su tarea, ya que muchos no desean que lo haga y mucho menos el padre de Reese que hasta el último momento desea impedirle la participación. Cuando deciden ir al colegio para arruinar el estreno, luego que Ryan es burlado por uno de los asistentes del profesor, inexplicablemente quedarán encerrados en el lugar siendo acosados por algo o alguien quien jugará con ellos hasta niveles insospechados y llevándolos al límite de la tensión y el miedo. Cluff y Lofing toman de la reciente producción cinematográfica del género todos los lugares comunes habidos y por haber y explota el recurso de la cámara en mano y la imagen mediatizada para potenciar una historia que a pocos minutos de planteado el conflicto termina sin convencer. Las pésimas actuaciones del elenco protagónico, inexperto, por mencionar por ejemplo sólo a Pfeifer que salió del Got’s Talent de USA, sumado a la exageración de sus llantos, gritos y demás, hacen que cualquier situación planteada termine generando más risa que otra cosa. “La horca” tenía un planteo interesante, y una premisa con la que podría haber generado alguna situación más efectiva de terror. Pero no, el guión cae en lugares comunes de los que no puede volver, y si bien el trabajo sobre el fuera de campo es correcto, se vacía la posibilidad de sumar tensión cuando el efectismo es más grande que la sugestión. Hay un trabajo interesante con el color, siendo el rojo aquel que predomina en la oscuridad y en momento clave de cierta resolución necesaria de algunos planteos, pero cuando ya casi está todo por finalizar se resuelve todo tan rápidamente que ni siquiera la utilización del escenario como recurso narrativo, dotándolo de una entidad casi tan importante como la de los papeles protagónicos, sirve para terminar de convencer con una propuesta que atrasa hasta los tiempos ya lejanos de “La bruja de Blair Witch”.
Una comedia "diferente" y redonda Lo primero que llama la atención de "Ocho apellidos vascos" (España, 2014) es que a pesar de sus localismos, Emilio Martínez-Lázaro, su director, cosntruye una historia de amor universal basada en las diferencias entre varias personas. Mucho de pinta tu aldea y pintarás tu mundo hay en esta comedia que viene con el antecedente de ser una de las películas más taquilleras de la madre patria. La historia es sencilla, Rafa (Dani Rovira), es un ejemplar machista de la raza "española" que se topa por casualidad con Amaia (Clara Lago), una vasca, que por casualidad se encuentra en Sevilla celebrando su despedida de soltera. Entre copas, muchas, ambos se conocen y se dan cuenta de a poco que las diferencias abismales que los distancian, en realidad los unen más que separarlos. Pero mientras se recuperan de sus borracheras, y tras la huida de Amaia, sin saberlo, y al dejarse ella la cartera en la casa de Rafa, éste llama al padre de ella (Karra Elejalde), quien se entusiasma tanto con la comunicación que decide regresar al país vasco para verla. Pero Rafa no se da por vencido con Amaia, y pese al rechazo de ésta, y de saber que la joven está a punto de casarse con otro, decide ir a su casa para convencerla de que él es lo mejor que le puede pasar en su vida. En el proceso, Amaia es abandonada en el altar y para evitar que su recién llegado padre se entere de su fracaso personal, decide aceptar la visita de Rafa como una oportunidad para engañar al padre. Pero de acerrimo enemigo de los vascos, Rafa deberá de un instante para el otro, transformarse en un vasco más, para así engañar al padre y también intentar ganarse el corazón de Amaia. El gag efectivo, el cuerpo como escenario de la comedia, la simpleza de los diálogos, y la exacerbación de las características de los vascos versus los republicanos hacen que "Ocho Apellidos Vascos" funcione de principio a fin, porque Martínez-Lázaro sabe el material que posee para generar una de las comedias más entretenidas y entrañables de los últimos tiempos. Rovira, Ejalde, Lago y Carmen Machi, como la madre "vasca" de Rafa, hacen de sus papeles una fiesta que despierta una empatía inmediata en cada escena en la que aparecen. "Ocho Apellidos Vascos" hace todo bien en un momento en el que la abulia, el formulismo y, claro está, la universalización de los discursos, terminan generando comedias aburridas y lavadas. Desopilante. Puntaje: 9/10
Mucha gente puede pensar que José Celestino Campusano finalmente se ha traicionado a sí mismo al generar un filme que posee muchos convencionalismos y temáticas que, a diferencia de sus propuestas anteriores, ya han sido trabajadas por directores nacionales y foráneos de manera comercial. Pero no es con “Placer y Martirio” (Argentina, 2015), el explícito título que eligió para su propia “50 sombras de Grey” con el que Campusano comenzó a desarrollar un cine mucho más convencional, al contrario, en la transición de “Fango” y “Fantasmas de la ruta” (que puede verse por INCAA TV como miniserie) y antes de esta película estuvo “El Perro Molina” (Argentina, 2014), con muchos más acercamientos a la narrativa tradicional y un nivel actoral superior al de las anteriores. En “Placer y Martirio” hay una reflexión sobre un estado de cosas que pocas veces se ha profundizado. Muchos matrimonios y parejas del cine y la tv han sido presentados en crisis y con situaciones que analizaban, más desde la forma que desde la estructura narrativa la problemática. Acá hay una mujer entrando casi en los 50 llamada Delfina (Natacha Mendez), que entiende que a pesar de tener todo lo que se pueda desear materialmente hay algo que todavía le falta. No sabe bien qué es, porque su marido la consiente en todo, su hija quizás le reclame algo y le plantee situaciones un poco complicadas, pero más allá de eso no hay nada que la tenga que colocar en un presente lleno de depresión y dolor inexplicable. Tiene algunas amigas, pero a las que ve esporádicamente, y en el último tiempo sólo comparten algunas “fiestas” ocasionales en las que el “todo vale” le abren un mundo diferente al del tedio rutinario de sus días. Pero un día conoce a Kamil (Rodolfo Avalos) un misterioso empresario multimillonario con el que comenzará una relación en primera instancia sólo sexual, pero luego terminará ella confundiéndola y llevando la tensión a un lugar en el que desde un primer momento había quedado claro que nunca se iba a llegar. Campusano pone en la mesa una temática dura sobre la exposición a situaciones humillantes de seres perdidos. Su cine siempre ha hablado de eso, de personas con buenos sentimientos pero que terminan acomodándose a los deseos del otro a pesar de sus propias y verdaderas intenciones y se traicionan Delfina no podrá soportar la humillación de tener que esperar a que suene el teléfono, o que algún paquete o regalo le llegue con una indicación específica con un plan, porque en realidad no llega a comprender que Kamil sólo necesita de ella algo y sólo cuando él lo desee, esa es la clave. Con el correr de los días Delfina tropieza una y otra vez con la misma situación y pese al consejo de algunas amigas, seguirá avanzando en un círculo vicioso en el que sólo su propia voluntad de querer algo mejor la puede ayudar y salvar. Con un nivel de producción importante y un cuidado manejo de las cámaras, Campusano propone en “Placer y Martirio” una historia de amor y desamor como sólo él lo puede hacer. No hay otro director argentino en la actualidad que pueda narrar esta telenovela o melodrama fílmico sin caer en los lugares comunes y la pacatería de la autocensura. Ninguno. El director reposa su cámara y deja que Delfina y Kamil se amen, se peleen, se nieguen, se flagelen, se expongan, se consuman, siempre con la intención de ir más allá en el cuento y de provocar en el espectador cierta incomodidad ante algunas situaciones en las que deberá juzgar y acompañar a la protagonista en su camino de búsqueda de respuestas. Potente mirada sobre el universo femenino de la clase acomodada y la incompatibilidad del placer con lo cotidiano.
Mucha gente puede pensar que José Celestino Campusano finalmente se ha traicionado a sí mismo al generar un filme que posee muchos convencionalismos y temáticas que, a diferencia de sus propuestas anteriores, ya han sido trabajadas por directores nacionales y foráneos de manera comercial. Pero no es con “Placer y Martirio” (Argentina, 2015), el explícito título que eligió para su propia “50 sombras de Grey” con el que Campusano comenzó a desarrollar un cine mucho más convencional, al contrario, en la transición de “Fango” y “Fantasmas de la ruta” (que puede verse por INCAA TV como miniserie) y antes de esta película estuvo “El Perro Molina” (Argentina, 2014), con muchos más acercamientos a la narrativa tradicional y un nivel actoral superior al de las anteriores. En “Placer y Martirio” hay una reflexión sobre un estado de cosas que pocas veces se ha profundizado. Muchos matrimonios y parejas del cine y la tv han sido presentados en crisis y con situaciones que analizaban, más desde la forma que desde la estructura narrativa la problemática. Acá hay una mujer entrando casi en los 50 llamada Delfina (Natacha Mendez), que entiende que a pesar de tener todo lo que se pueda desear materialmente hay algo que todavía le falta. No sabe bien qué es, porque su marido la consiente en todo, su hija quizás le reclame algo y le plantee situaciones un poco complicadas, pero más allá de eso no hay nada que la tenga que colocar en un presente lleno de depresión y dolor inexplicable. Tiene algunas amigas, pero a las que ve esporádicamente, y en el último tiempo sólo comparten algunas “fiestas” ocasionales en las que el “todo vale” le abren un mundo diferente al del tedio rutinario de sus días. Pero un día conoce a Kamil (Rodolfo Avalos) un misterioso empresario multimillonario con el que comenzará una relación en primera instancia sólo sexual, pero luego terminará ella confundiéndola y llevando la tensión a un lugar en el que desde un primer momento había quedado claro que nunca se iba a llegar. Campusano pone en la mesa una temática dura sobre la exposición a situaciones humillantes de seres perdidos. Su cine siempre ha hablado de eso, de personas con buenos sentimientos pero que terminan acomodándose a los deseos del otro a pesar de sus propias y verdaderas intenciones y se traicionan Delfina no podrá soportar la humillación de tener que esperar a que suene el teléfono, o que algún paquete o regalo le llegue con una indicación específica con un plan, porque en realidad no llega a comprender que Kamil sólo necesita de ella algo y sólo cuando él lo desee, esa es la clave. Con el correr de los días Delfina tropieza una y otra vez con la misma situación y pese al consejo de algunas amigas, seguirá avanzando en un círculo vicioso en el que sólo su propia voluntad de querer algo mejor la puede ayudar y salvar. Con un nivel de producción importante y un cuidado manejo de las cámaras, Campusano propone en “Placer y Martirio” una historia de amor y desamor como sólo él lo puede hacer. No hay otro director argentino en la actualidad que pueda narrar esta telenovela o melodrama fílmico sin caer en los lugares comunes y la pacatería de la autocensura. Ninguno.
En “Solo” (Argentina, Uruguay, Holanda, 2013) el protagonista Nelson (Enrique Bastos) deambula en su rutina cansino y apocado. Busca algún indicio que pueda ofrecerle un cariz diferente a sus días, y más allá que la música, y en particular la trompeta le permiten algún escape, el entorno en el que desarrolla su profesión no es el más adecuado para poder explorar muchas opciones. Será por eso que el director Guillermo Rocamora en su ópera prima se permite detenerse en la vida de Nelson para hablar de algunas instituciones en decadencia y que han erigido su poder desde una impronta que ya casi ni posee razón de ser. La posibilidad de contemplar los días de este músico que sobrevive gracias a su aporte a una banda militar mientras sueña, nostálgico, con poder vivir como un exitoso músico en la vida real, generan una empatía con el protagonista de manera inmediata. Y justamente esta conexión que se produce con el personaje posibilita la superación de algunas situaciones que no hablan bien de él, como para el caso el desapego que mantiene con algunos vínculos cercanos a él. En la relación que tiene con Nelly (Claudia Cantero), en su eterna indefinición ante el vínculo que desea mantener con ella hay algo maniqueo que además permite comprender aún más la psicología de este personaje. Porque si así se mantiene alejado con la persona que más desea estar con él, que le cocina, lo espera, lo escucha, los otros acercamientos, con su madre (Marilú Marini) o la empleada de ésta (Rita Terranova) también hablan de cómo la vida le presenta personas y él va descartándolas sin siquiera reparar en la pérdida. Pero cuando una posibilidad se presenta, la de participar en un certamen de canciones inéditas, con su propio material, su vida se ilumina, y de esa primera parte contemplativa y bucólica, pasamos a una etapa luminosa en donde la música le abre los ojos intempestivamente hacia un mundo nuevo. Claro está que para poder cumplir con las leyes narrativas, Nelson deberá tomar una decisión que lo acerque a su sueño o que lo aleje, porque al mismo tiempo que la suerte comienza a girar el tablero a su favor el guión le pondrá un obstáculo que quizás le coarte su capacidad creativa o no. “Solo” es una película íntima y contemplativa sobre la vida de una persona que sólo quiere vivir para lo que viene haciendo desde niño, pero que además intenta superarse y no quedarse sólo con lo malo y lo negativo que hasta el momento se le vino presentando. Interesante coproducción que reposa en un personaje para hablar de un micro universo particular. La habilidad de Rocamora radica en crear una inmensa historia desde una anécdota, que termina, además, universalizando su propuesta.
Nueva incursión de la exitosa dupla conformada por el animador José María Listorti y el ex productor Pedro Alfonso en la comedia. Nueva entrega de “Socios por Accidente 2” (Argentina, 2015), aunque en esta oportunidad el guión ha querido que la asociación no sea por accidente sino por decisión de uno de ellos para poder de esta manera recuperar su puesto de trabajo perdido. Nicanor Loreti y Fabián Forte retoman la historia de Rody (Alfonso) y Matías (Listorti) un tiempo después de donde se la dejó la primera entrega, potenciando en esta oportunidad al personaje de Listorti, más empoderado y con mayor protagonismo. Con una novia hueca (Luz Cipriota), su ex (Anita Martinez) como encargada de una empresa de eventos, su hija que ha avanzado en la relación con su novio, y las mismas ganas de superarse como traductor, todo se desencadena cuando justamente en una presentación del embajador Ruso (Mario Pasik) se comienza a idear un complot para asesinarlo. Rody volverá a la vida de Matías para alertarlo del peligro que corre e intentando resolver y desenmascarar a quien está detrás del plan para asesinar al embajador, también buscará poder regresar a INTERPOL luego de ser expulsado en la misión anterior. Loreti y Forte narran con pocas ganas esta parodia de las clásicas comedias norteamericanas de espionaje, en una versión de cabotaje en la que aún se notan las hilvanadas y los trazos gruesos y estereotipos, es por eso que “Socios por accidente 2” demuestra el apuro con el que fue realizada para su estreno. En ese apuro es que muchos puntos que se sugieren en una primera etapa del film terminan resolviéndose de manera apresurada y resienten aún más a una trama que no consigue levantar más sonrisas que las que la dupla conseguía en la serie de cámaras ocultas que presentaban hace tiempo en el programa Showmatch. Algunos giros y participaciones especiales de Campi, Christian Sancho y Nicolás Vazquez tampoco logran superar todas las falencias anteriores, al contrario, todo esto no hace más que compartimentar la narración generando la sensación de proliferación de sketches estancos y aislados del resto de la historia. Hay que destacar el trabajo de Luz Cipriota como la novia tonta de Matías, con una hiperbolización de características negativas sobre la belleza y el estereotipo de acompañantes de protagonistas masculinos hasta que se revela su verdadera identidad y nacionalidad. En síntesis “Socios por Accidente 2” es una reentré de la primera entrega con menos despligue y con menos ideas y con la clara intención de explorar el romance para potenciar la venta de entradas durante el receso invernal sin otra intención más que la de presentar un producto ya probado y sin variaciones.
Fiesta Amarilla Son entrañables. Nos enamoramos de ellos desde un primer momento. Tenemos en algún rincón de nuestras viviendas algún merchandaising evocándolos. Era lógico el paso a la pantalla grande en su propia película y no falto tanto desde la primera vez que los vimos hasta que "Minions" (USA, 2015) de Pierre Coffin y Kyle Balda ocurriese. Es que era cantado que el spin off de "Mi villano favorito" iba a construirse apelando a la gracia de los ¿huevos? ¿Tic Tacs? ¿Chizitos? amarillos. A su ingenuidad, torpeza, valentía y tezón. ¿Pero con eso alcanza? Veamos. "Minions" arranca su acción con la historia, narrada oralmente sobre imágenes, de la historia de estos peculiares personajes y de cómo fueron construyendo su propia "aldea" sometiendose a amos que sólo sacaban redito y provecho de su bondad. Siempre necesitaron un amo, al que lo ubicaban una y otra vez en la categoría de deidad y por la cual vivian. Sin ellos los minions se sentían vacíos, huecos, perdidos, desesperanzados. Al perder al enesimopialcuadrado amo y pese a poder haber armado un espacio de dispersión propio, tres de ellos Kevin, Stuart y Bob (cada uno con su particularidad) deciden ir en busca de un lider para su "manada". Y así es como recaen en NY, en el año 1968, para ser precisos, y por un accidente con la TV se enteran de una convención de Villanos a la que decidirán asistir para conocer a Scarlett, una bella y malvada mujer, a quien ven como su proxima ama. Pero los minions desconocen la realidad de esta mujer, y más allá de que en la convención pudieron superar a todos los seres más malignos del mundo para estar con ella, se verán envueltos en una serie de sucesos que terminarán coronando a Bob como nuevo rey de inglaterra y destronando a la reina vigente. Luego no hay mucho más que Scarlett tratandose de vengar de los minions, del resto de los minions tratando de llegar al trío "salvador" y de una representación de un estado de época interesante que se apoya en una elocuente banda sonora. Pero los minions no necesitaban de esta trama de recontraespionaje internacional. En la ambición por querer narrar algo superior quizás que hasta las dos entregas de "Mi villano..." se pierde el espíritu ideal y casi infantil de los minions, que por momentos vuelve en manera de gag breve y eficaz. "Minions" es una película bien narrada, con un potente conflicto central, pero que en la ambición de contar algo más que la vida de los adorables seres amarillos termina perdiendo el objeto disparador. Menos es más dice un viejo refrán, y en este caso, para estos hermosos personajes, queda muy bien recordarlo. Imperdible la escena de apertura con los minions cantando la canción de Universal. Puntaje: 6/10
La voz que nunca calla Es inevitable durante la proyección no mover la cabeza con el típico gesto de quien escucha Heavy metal, porque principalmente esto es lo que generan en la pantalla Germán Fernández y Pablo Montllau al narrar la historia del cantante del grupo V8, Alberto Zamarbide en Relámpago en la oscuridad (2014). Película documental sobre la carrera del solista dentro y fuera de los grupos, Relámpago en la oscuridad habla de la incomodidad del trabajo en equipo y de decisiones que son tomadas más allá de medir a largo plazo las consecuencias. Zamarbide, que actualmente reside en Miami, fue uno de los impulsores de la música “pesada” en el país, junto a los otros miembros del grupo V8, y es considerado "La Voz" de este tipo de sonido, que no sólo se nutrió de un negocio relacionado a la venta de vinilos y casetes (allá en el tiempo), sino que principalmente pudo dirigir las energías de un grupo de personas que se identificaron con su mensaje más allá de las canciones. V8 surgió cuando aún la dictadura mantenía el control sobre qué y cómo se decía, y la industria musical era una de las ramas de la cultura que más se intentaba coaccionar para evitar que algún mensaje sea traspapelado a la sociedad. Pero el principal problema de la banda no fue la censura o la veta de las radios de su música, porque el público, ya cautivo ante tamaña banda, nunca los dejó, al contrario, el enemigo fueron los egos y el acercamiento de Zamarbide a la religión evangelista. “Iorio me dijo si seguís cantando relacionado a la religión te vas” afirma en una de las entrevistas el cantante, y así fue como se retiró en lo más alto para poder seguir un proceso de sanación necesario para rescatarse de las drogas y excesos. El dúo de realizadores arma la historia del solista a través de un acompañamiento por ciudades del interior y el exterior y en el que la cámara busca frecuentemente reposar sobre momentos en los que Zamarbide deja de lado su “función” para mostrarlo, por ejemplo, con su hija. Un hallazgo es el esperar para colocar imágenes de recitales en vivo, y cuando se lo hace es a través de imágenes de archivo, con mala calidad, pero que permiten contextualizar la historia dentro de su propio envase. Relámpago en la oscuridad habla de la música y sus laberintos, del ascenso y caída y de una postura general que atenta contra la propia industria sobre la que se para. Pero también se habla de un país que aun atravesando períodos oscuros, posibilitó la generación de un movimiento crítico, a través de canciones, claro está, que abrieron la cabeza a varias generaciones. La historia se completa con una serie de entrevistas a célebres artistas de personalidades quecomo Ricardo Iorio, Walter Giardino, Gustavo Rowek, Miguel Roldán, Viticus, Pil Trafa, Norberto “Ruso” Verea, Eduardo de la Puente, César Fuentes Rodríguez, Marcelo Tommy, entre otros, que afirman el film como un exponente logrado del género documental.