Podría haber resultado mal. Podría haber sido otra inesperada remake que intenta emular a una película original y se queda a medio camino entre justamente la loa y el no poder encontrar su propio rumbo. Por suerte “Vacaciones” (USA; 2015) de John Francis Daley, Jonathan M. Goldstein pasa la prueba con una nota elevada. De hecho han convocado los directores para que sean los encargados del nuevo reboot de Spiderman, así de confiada la industria está con ellos. “Vacaciones” es una remake/secuela que puede aggiornarse al nuevo siglo sin temerle al ridículo y justamente en el ridículo encuentra su materia prima. Un matrimonio complicado por la rutina, con dos hijos que no se llevan para nada bien, deciden, por indicación del “hombre de la casa” emprender un viaje diferente al que todos los años hacen por sus vacaciones. Este “hombre de la casa”, piloto de una de las líneas aéreas económicas de peor reputación, al escuchar en una cena de amigos algunos comentarios poco afortunados de su mujer sobre las vacaciones, el sexo y otras cuestiones, decide virar el viaje hacia uno de los parques temáticos más bizarros del país. Mientras su mujer sueña con París, con el amor y el romanticismo, el sueña con poder regresar a un lugar mágico y nostálgico para él, el parque Walley World, meta final de sus vacaciones de niño junto a su padre. Para recuperar esas travesías decide alquilar un automóvil y llenarlo de todo lo imprescindible para pasar varios días en la ruta. Este hombre de familia no es otro que Russel (Ed Helms) el hijo de Clark Griswold (Chevy Chase) y un experto en todos los desastres que pueden llegar a pasar, los pensados y los impensados, y principalmente los que en el siglo XXI pueden llegar a pasar. Así, la película virará su timón hacia una serie de eventos desafortunados que minuto a minuto perseguirán a los protagonistas del viaje, desde baños en aguas termales con materia fecal, persecución de camiones con violadores, robo de absolutamente todas las pertenencias, bullyng entre hermanos y visitantes ocasionales de la ruta. El viaje terminará transformándose en una inmensa moraleja en la que el aprendizaje y la cohesión familiar sólo será la única responsable de la continuidad en la ruta a pesar de todos los inconvenientes que se presentan. Helms ofrece un sinfín de facetas a su personaje, pero también Christina Applegate como su mujer y cada una de las participaciones especiales (Chase, D’angelo, Chris Hemsworth, Leslie Mann, etc.) que brindan el contexto ideal para que el slapstick, el gag y el punchline exploten. “Vacaciones” es una comedia corrosiva, no apta para todo el mundo, pero que recupera el espíritu familiar de sus predecesoras y las adapta al nuevo siglo, con una estructura dinámica, simil sitcom, que potencia el chiste y la ironía para erigir un gran entretenimiento.
Volvió Ethan Hunt (Tom Cruise) y de la mejor manera, porque más allá de que la saga avanzaba, en las últimas entregas no encontraba el tono justo con el cual sorprender al espectador. Igualmente “Misión Imposible: Nación Secreta” (USA, 2015) de Christopher McQuarrie, mantiene en vilo al espectador a fuerza de la nostalgia de las primeras entregas y de la serie que fue furor allá en el siglo pasado. Hoy en día sería increíble pensar que algo fuese imposible, si hasta una ong ambientalista fue capaz de colar en la cumbre de los presidentes a una bailarina de comparsa para manifestarse, ¿qué sería imposible de hacer en la actualidad? Sobre esa pregunta trabaja “Misión Imposible: Nación Secreta” y decide armar un contexto mundial en el que la FMI, a la que pertenece Ethan, es puesta en duda por la CIA al no lograr conseguir pruebas de un Sindicato oculto de ex agentes y que intentará comenzar con una serie de atentados que pongan en vilo la seguridad universal. Ethan sabe que el Sindicato existe y decidirá junto a sus compañeros (Simon Pegg, Jeremy Renner y Ving Rhames) avanzar en el descubrimiento de la red de maleantes que bajo la dirección del misterioso Lean (Simon Harris) mantiene a una miembro de su grupo a la expectativa de todos (Rebecca Ferguson). Las idas y venidas, la visita a ciudades cosmopolitas y exóticas, las armas sofisticadas y la tecnología puesta a la hora del día para, de alguna manera, enmarcar a Ethan dentro de un contexto de espionaje internacional, necesario para avanzar la narración. Pero McQuarrie y el guión de Drew Pearce y Will Staples caprichosamente, y al igual que sucedía en la segunda entrega con Tandie Newton, Ethan está bajo el “hechizo” de la misteriosa agente Ilsen, a quien aún no puede lograr determinar ubicarla en alguno de los bandos, por lo que todo lo que puede hacer es únicamente brindarse a ella para desbaratar los planes de Lean. Para darle un poco más de verosímil, mientras Ethan salta de país en país para encontrar a Lean y su sindicato, en tierra, y más precisamente en Estados Unidos, el debate sobre la continuidad o no del FMI entre el congreso, el jefe de la CIA (Alec Baldwin) y el del FMI (Renner), no hacen otra cosa que ofrecer la dosis de dramatismo necesaria para que los intentos por desbaratar la nación secreta lleguen a buen destino. McQuarrie bucea en los orígenes de la saga, y apoyándose en Cruise, como protagonista excluyente, logra una combinación exacta entre suspenso/acción/espionaje y hasta humor que elevan la propuesta. Con una narración clásica, pocos efectos especiales (se agradece) que brindan más realismo a la acción (a pesar que Ethan salte de un avión con cientos de ojivas de armas nucleares, o que se mantenga intacto ante el despegue del aeroplano agarrado sólo de sus manos, etc.) y la clara intención de recuperar el cine de espionaje como la base de un entretenimiento sólido “Misión Imposible: Nación Secreta”, llega para recuperar una saga que venía en clara decadencia.
La novel realizador Mayra Bottero apunta con “La lluvia es también no verte” (Argentina, 2015) a los sentimientos cercanos sobre una herida abierta que sigue doliendo cada vez que se la menciona. Porque la tragedia de República de Cromañon aun permanece en el imaginario como una daga que nos hace replantear no sólo la pérdida de 194 vidas y más de 700 seres que padecieron desde esa noche una amenaza sobre ellos, sino que nos abre una vez más la necesidad imperiosa de exigirnos una respuesta, que más allá de la que la justicia ha dado, sobre cuál es el rol que hemos decidido tener ante tamaña situación. Bottero resignifica imágenes de noticieros y envíos especiales sobre el tema para contextualizar un poco el panorama del desastre, cada declaración que elige dispara una pregunta que sigue sin tener respuestas. También Bottero relata en off sobre las imágenes de diarios, recortes, marchas, y demás, porque necesita ser ella también quien narre el lento e innecesario proceso porque el que cada una de las víctimas, familiares, amigos e involucrados han padecido. “La lluvia es también no verte” duele porque sabemos que nada de lo que se ha realizado en materia de justicia ha saneado la situación. Porque en pantalla escuchamos hablar a funcionarios que inescrupulosamente siguen defendiendo una situación indefendible, y porque en cada uno de los relatos con los que decidió ella contar la historia de esa trágica noche, testigos directos, sobrevivientes, familiares, miembros de ong’s, revivimos el dolor y la necesidad de justificación sobre qué es lo que realmente sucedió allí. Es interesante también cómo la directora cuenta esto, en “La lluvia es también no verte” no hay música incidental, al contrario, el silencio y la voz en off son sólo los aditamentos de un documental necesario que exige que al verlo uno se pare en algún lugar de la vereda. Y claro está que la decisión sobre en qué lugar pararse es fácil, porque aún hoy algunos sobrevivientes tengan que romper el estigma creado sobre la imagen de jóvenes drogados, descuidados que en el recital no supieron cómo salir de un lugar que les impedía justamente salir, sabemos que cualquiera podría haber estado allí, para ver esa banda u otra. Bottero transmite verdad con las imágenes. Bottero hurga en la herida para plantearnos un estado de las cosas inevitable. Bottero nos habla de un dolor que no cesa, y evita el lugar común del relato catártico o la exposición casuística, ella busca una voz para poder así hablar de otras problemáticas, como la inexperiencia de los bomberos, la corrupción política y policial, el acostumbramiento a establecimientos en malas condiciones, y demás. “La lluvia es también no verte” posee algunos momentos demás, y algunas secuencias que, efectistas, buscan impactar, pero ¿habría otra manera de hacerlo al hablar del tema? A diez años de la tragedia de Cromañón el filme vuelve a la agenda mediática al tema y exige que la indiferencia y la estigmatización sean erradicadas para poder comprender, mucho más globalmente, una problemática asociada a problemas de raíz, que como sociedad, aún siguen invisibles.
En una nueva colaboración, el matrimonio de Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas producen su primera historia de ficción con proyección internacional en “Dólares de Arena” (Argentina, México, República Dominicana, 2014), una historia dolorosa sobre el drama del turismo sexual y el poder del dinero sobre los cuerpos. Hay una señora entrada en años que llega a un pueblo de República Dominicana en busca de amor. Esta mujer, llamada Anne (Geraldine Chaplin), luego de errabundear por pequeños y sórdidos lugares de baile, comienza una relación “amorosa” con una lugareña llamada Noelí (Yanet Mojica). Entregada totalmente a ella, no importa ya si en un plano sexual o espiritual, Anne ve cómo día a día comienza a cegarse aún más sobre las verdaderas intenciones de la joven. Noelí le pide dinero todo el tiempo, y ella accede, porque sabe también que en ese dar, el recibir, a esta altura de su vida, será mucho más que una circunstancial pérdida monetaria. Pero Noelí tiene otras intenciones con su verdadera pareja, y entre engaños va ocultando sus deseos reales a Anne, abusándose del control que ejerce sobre ella desde el sexo que le ofrece. Y por eso cuando los intereses de ambas comiencen a chocar, es en donde el microuniverso de “Dólares de Arena” comienza a eclosionar. Guzmán y Cárdenas aprovechan la anécdota de la relación circunstancial entre Anne y Noelí para hablar de algo mucho más profundo de la realidad de su país, un turismo que avanza sobre cuerpos y no sobre paisajes, como bien tendría que ser. En la decisión de Anne de liberarse en esas tierras ajenas a su patria, en el asumir el rol de benefactora de una joven que cree que lo mejor que le puede pasar es huir de la tierra en la que vive, los directores hablan también de un estado de las cosas actual y que otras ficciones como “Paraíso: Amor” o “Bienvenidas al paraíso”, en donde también mujeres tomaban sus deseos como brújulas en tierras extrañas, ya han trabajado. Pero la diferencia de “Dólares de Arena” es que prioriza las emociones de las protagonistas por sobre el extrañamiento de los cuerpos, dotando de fuerza y empoderando el punto de vista de la lugareña, para evitar así estigmatizar la otredad. Que Guzmán sea de República Dominicana, y que conozca el pueblo de la ficción desde pequeña, además, permite un acercamiento con la realidad del lugar que abruma. Porque si bien en una primera instancia todo es gozo y placer, al avanzar la narración y al conocer los planes de Noelí para con Anne, algo que seguramente ésta conoce, pero no quiere ver, la tensión lograda en pantalla es única. Otro hallazgo son la utilización de los escenarios, porque el exotismo deja el lugar a la realidad, evitando mostrar el paraíso hecho playa para, conscientemente, mostrar una realidad mucho más dura desde locaciones más neutras y sin muchos lujos. La actuación de Geraldine Chaplin es sublime, brindando un papel único que la distancia y aleja de sus interpretaciones anteriores, logrando una compenetración total con esta Anne que bucea en su sexualidad para poder enfrentar la última etapa de su vida, y que aún mintiéndose sobre los verdaderos sentimientos de la joven hacia ella, disfruta de una plenitud muy a pesar de los demás.
Cuando un filme puede “sumergirse” en una realidad ajena, observarla detenidamente, visualizar una rutina de personas que intentan superar algunas dificultades a partir del esfuerzo y el empeño, sin juzgar ni intervenir en ella, es cuando la empatía con la historia y con los protagonistas sucede desde el primer momento. “Aguas Abiertas” (Argentina, 2014) de Marcia Paradiso experimentada documentalista y docente, trabaja desde la contemplación sobre un grupo de personas con capacidades diferentes que han encontrado en la natación profesional la posibilidad de liberarse, al menos en el agua, de las limitaciones de sus cuerpos. El primer punto interesante de la película es que nunca sabemos por qué los protagonistas tienen su discapacidad, y esto es porque justamente Paradiso se enfoca en el presente de los jóvenes, el pasado y cómo llegaron allí es descartado estratégicamente para ahondar en un presente prometedor, el que le interesa al filme. Por esto es que “Aguas Abiertas”, centrada en un grupo de jóvenes, con ideales, ganas, ideas, proyectos, sueños y anhelos por cumplir, van desandando los pasos hasta poder participar de una maratón en el río Paraná, logra generar el interés en el devenir de las acciones. Paradiso de a poco, va narrando cómo la preparación va conformando el marco para que los nadadores logren llegar en plena forma a la competencia, pero también relata en el día a día la complicidad y el buen feedback entre docentes y alumnos para poder sortear los obstáculos que los mismos cuerpos de los protagonistas les imponen. Justamente a través de planos bajo agua, el contraste entre la realidad diaria y las limitaciones, hacen que la libertad de los cuerpos nadando sea el testimonio más fuerte que plasma la idea principal del filme. “Aguas Abiertas” se acerca a los jóvenes para demostrar, desde ellos mismos, la necesidad de poder, desde la compasión, el comprender una realidad que desde el dolor o la falta de comprensión y acompañamiento podría resultar de otra manera. Pero justamente en el relato en primera persona, en el demostrar con imágenes el fuerte trabajo que diariamente realiza y se realizan con ellos, cualquier prejuicio o preconcepto se desvanece hacia un lugar donde la emoción y la potencia de los logros elevan la calidad del filme. Paradiso cae en algunos lugares comunes, pero la fuerza del testimonio de cada uno de los protagonistas y de la felicidad ante cada obstáculo que se supera, con aplausos, medallas y palabras afectuosas, refuerza su propuesta. “Aguas Abiertas” quiere desestigmatizar y romper mitos sobre las personas con capacidades diferentes, y lo hace trabajando desde un punto de vista concreto, en el que se prefiere mostrar en pantalla la fuerza de las acciones en vez de caer en una sensiblería efectista en la que caen muchos documentales. Porque cuando se prefiere potenciar el costado “lastimoso” para así generar una empatía que en general termina produciendo rechazo, es en donde la mirada del realizador se resiente. Todo lo contrario sucede en esta propuesta, que lo único que busca es abrir los ojos sobre aquellos que podrían elegir no hacer nada ante la realidad que les tocó vivir.
¿Puede el amor romper un paradigma en el que se está inmerso por elección ajena? ¿Es amor lo que se siente ante el sexo opuesto cuando nunca se sintió nada por prohibición? ¿Hasta qué punto se puede seguir con una ideología religiosa cuando no se está convencido realmente sobre la misma? ¿Cuánto tiempo se puede dudar sobre ser feliz y amar cuando con sólo tomar una decisión se lo puede ser en instantes? Algunas respuestas a estos interrogantes son las que intenta brindar el realizador Maxime Giroux en “Felix y Meira” (Canadá, 2014), un filme que profundiza sobre los vínculos sociales, religiosos y humanos de los protagonistas con sus entornos y la irrefrenable fuerza de la pasión entre seres de mundos completamente diferentes. En “Felix y Meira” hay dos protagonistas excluyentes; por un lado estará Felix (Martin Dubreil), quien se encuentra abrumado luego del fallecimiento de su anciano padre, con quien hacía 10 años que no tenía contacto, y debe decidir cómo continuar con su vida mientras se deciden algunos temas relacionados a la sucesión y venta de los inmuebles de éste. Por otro lado estará Meira (Hada Yaron), una joven mujer judía ortodoxa, quien está sometida a un matrimonio por obligación en el que no encuentra ya razón de ser y estar inmersa en el, pero por cuestiones de religión no puede cambiar su estado. Pero estos dos no son los únicos personajes principales. El tercer protagonista es el judaísmo ortodoxo, lleno de leyes y obligaciones a los que Meira debe someterse diariamente sin su consentimiento. Entre los tres, el escenario para la historia se arma y así, un día por casualidad, mientras Meira realiza sus compras diarias, se topa con Felix, un ser completamente diferente a los que está acostumbrada a relacionarse y distinto a su mundo, ese lleno de obligaciones y quehaceres, se desmorona. Meira vuelve a su casa, atónita por el encuentro, y no sabe qué hacer. Su marido la juzga, sus parientes también y Giroux aprovecha la oportunidad para continuar retratando la realidad de la joven como un mundo oscuro, opresivo, que le imposibilita ser ella misma hasta que hace que en otro encuentro en la calle despierte desde la inocencia y la curiosidad una tormenta sobre Meira y su marido. “Felix y Meira” reflexiona sobre aquellas personas que se ven inmersas en una realidad que los supera y sobre la que no pueden, por cuestiones religiosas, políticas y sociales, tomar una decisión que cambie su realidad. Giroux narra digresivamente el lento proceso a través del cual Felix y Meira se van conociendo y acercando, sin juzgar las decisiones que, principalmente Meira, va a ir tomando a lo largo del largometraje. Algunas imágenes poéticas, que potencian el arte como posibilidad de expresar la pasión, van además a reforzar la idea principal del filme, en el que, con dos claras divisiones, conforma el arco narrativo. Una primera etapa antropológica de mostrar costumbres religiosas, y una segunda mucho más “pasional”, en la que los opuestos comienzan a alinearse, van conformando el contexto ideal para que esta historia de amor sorpresivo, de eliminar obstáculos y principalmente, de evitar la postergación para concretar sueños, inspire profundamente sobre el amor y sus derivaciones.
Insert More Coins Fundando su legitimidad y verosímil en la nostalgia, Pixeles (Pixels, 2015) de Chris Columbus, es una película sobre los sueños y cómo, de un momento a otro, éstos se pueden hacer realidad. Pero también sobre la eterna frustración de aquellos que permanecen en un estadío pasado, que creen mejor, y que al no poder avanzar en otros ámbitos de su vida, se encuentran estancados en una realidad que los abruma. Sam Brenner (Adam Sandler), un ex prodigio de los videojuegos, quien vio como su posibilidad de convertirse en el número uno de los fichines se coartó al quedar relegado a un segundo puesto en el campeonato mundial de la disciplina. Sin un rumbo claro, y pese a ser un especialista en encontrar patrones en esos entretenimientos, lo que le posibilitó subir en cada uno de los niveles de juegos clásicos como Galaga, Space Invaders, Donkey Kong, Pac Man, Centipode y otros, su madurez hoy lo encuentra como técnico de una empresa colocadora de artefactos electrónicos llamada, vaya ironía, NERD. Mientras instala en un domicilio particular un sistema de entretenimiento, se relaciona ocasionalmente con Violeta (Michelle Monaghan), quien, abandonada por su marido, encuentra en Sam una válvula de escape para poder canalizar su ira y enojo sobre su actual situación. De pronto todo se confunde. Ella lo rechaza, y mientras él decide irse del domicilio recibe una llamada urgente, de su amigo el presidente de Estados Unidos (Kevin James), quien no es otro también que uno de esos niños adictos a los juegos y la tecnología de antaño. El presidente está en peligro y Sam es convocado para asistirlo junto a la junta de seguridad para encontrar una solución. Violeta también acudirá al llamado, ya que las vueltas del guión querrán que ésta se convierta en una de las tenientes de alto rango con un papel determinante en el cuidado de la seguridad nacional. Y a ellos luego se sumará Ludlow (Josh Gad), conocido también como el niño maravilla, un prodigio y paranoico amante de las teorías de conspiración, que agregará al equipo la dosis de humor y catástrofe necesarias para poder así enfrentar a los misteriosos seres que atacan desde el espacio exterior a EE.UU. Más adelante se sumará Lanzallamas (Peter Dinklage), un presumido ser que fue el que le arrebató a Sam el título de campeón mundial de los videojuegos, y quien, recién salido de la cárcel, también intentará con Sam, Ludlow y Wiliam (James) combatir a los enemigos. ¿Y qué son estos enemigos? Nada más ni nada menos que réplicas destructoras de cada uno de los juegos con los que estos maduros niños jugaban horas y horas en los locales de video, y que por un mensaje enviado por la NASA, en una cápsula al espacio exterior sobre esa competencia en la que participaron, seres del espacio exterior decidieron atacar la tierra. Lo más interesante de Pixeles, más allá de su despliegue visual y efectos realistas que sumergen a los protagonistas en un inmenso campo de juego y enfrentamiento, es el humor con el que resuelve cada una de las situaciones y el espíritu nostálgico que se revela en cada aparición de las amenazas. Las actuaciones protagónicas, además le posibilitan un nivel de interpretación único, el que, sumado a la maestría en la dirección del hábil Columbus, posibilitan un disfrute total de un producto, que si bien es pensado para toda la familia, hará las delicias de aquellos nostálgicos de los años ochenta que pasaron horas y horas delante de un videojuego.
En su primer largometraje “Los Besos” (Argentina, 2015) la realizadora cordobesa Jazmín Carballo impulsa desde su título la incertidumbre con la que acompañará a sus personajes en el deambular y el regreso a su lugar de origen. La cámara ubicada estratégicamente en lugares en los que no afecten el punto de vista y la narración, además, posibilitan un acercamiento profundo e íntimo con los protagonistas. Resulta curioso que estos aspectos puedan ser visibles en la ópera prima de esta novel realizadora, pero hay que aclarar que Carballo no es una improvisada, y hace tiempo que incursiona en el arte a través de diferentes tipos de expresiones. Será por eso que “Los Besos” posee una particular manera de encarar la acción dentro de lo simple del planteo que involucra a dos personajes: Jerónimo y Lisa, quienes en el pasado tuvieron “algo” y por la demora en el vuelo del primero, circunstancialmente se volverán a encontrar. En ese “volverse a ver” es en donde Carballo encuentra el material ideal para además prolongue su estadía en la ciudad donde está de visita. Allí se reencuentra con Lisa. Tiempo atrás fueron pareja y tras la inesperada decisión de Lisa de invitarlo a esperar el vuelo con ella esa estadía puede determinar o no el futuro de ambos. La narración, digresiva, avanza con indicios del pasado de la pareja, quienes no estarán solos, ya que Lisa, además de ofrecerle albergue también le brindará la posibilidad de reencontrarse con sus amigos. Los diálogos casuales, los abrazos furtivos, las recorridas de la naturaleza, vuelven a conectar al grupo, pero en cada uno, principalmente en Lisa y Jerónimo, quienes saben que donde hubo fuego cenizas quedan. Una cuidada fotografía otorga al filme, además, un aura especial que profundiza los sentimientos interpretados por los actores, y la naturalidad de las actuaciones generan un involucramiento inmediato con lo que la pantalla muestra. Hay algunas escenas de más, y otras con las que hubiésemos esperado mucho más metraje, porque en aquellas charlas de amigos, que entre música y alcohol se van mostrando, también está el punto más interesante de un filme minimalista que potencia los recursos con los que cuenta. Otro punto interesante es la sugerencia desde el título que hace Carballo, porque en “Los Besos” no hay óculos, al contrario, hay una tensión in crescendo sobre una expareja y los amigos, pero principalmente está la expectativa sobre esos besos que al menos en el transcurso de la película, nunca llegan. Un debut promisorio para una directora que sabe hacia dónde quiere ir y levar a sus personajes.
Entretenimiento puro, sostenido en actuaciones sólidas y bien intencionadas, ese puede ser el resumen a simple vista de “Ant-Man” (USA, 2015) que viene a sumar un héroe más a la larga lista de adaptaciones que Marvel viene haciendo de sus comics. En esta oportunidad gracias al oficio de Peyton Reed (“Bring i ton”, “Down with love”, “The Break-Up”, etc.) el comic va dejando lugar a la narración más clásica con todas sus etapas, para construir una profunda y potente historia de redención. Scott Lang (Paul Rudd) es un exconvicto que intenta superar su pasado de robnin Hood a partir del esfuerzo y el trabajo. Sin oportunidades en lo próximo que lo rediman, acepta empleos de poca monta con el objetivo de, al menos, poder tener algo de dinero para ofrecerle a su hija algún regalo. Pero mientras intenta salir adelante, y pese a toda la resistencia que su exmujer y su actual pareja (Judy Greer y Bobby Cannavale) le ponen, y a los consejos que recibe para alejarse del “lado oscuro”, se verá involucrado una vez más en un robo en el que finalmente él será el que caerá en las redes de una conspiración para torcer el destino de la humanidad. Siendo reclutado por el científico retirado Hank Pym (Michael Douglas) y su hija Hope (Evangeline Lilly) para utilizar un misterioso traje que reduce el tamaño de la persona que lo usa, y así poder desenmascarar a un inescrupuloso empresario llamado Darren Cross (Corey Stoll), Scott verá como su mundo cambiará de un momento para otro. La película está dividida en dos grandes etapas, una primera de adaptación, aprendizaje, entrenamiento y conocimiento por parte de Scott. Esta primera parte es entrañable y genera una empatía tan cercana con los personajes que sorprende. Luego sucede una segunda etapa del filme en el que la búsqueda de la verdad y el develamiento de la verdadera identidad de Cross serán esenciales para generar la tensión en la historia. Reed va dosificando la acción, generando climas y escenas tranquilas que van presentando los rasgos principales de cada uno de los personajes, otorgándole humor e ironía para contrarrestar la poca acción de la primera parte. En la segunda, y luego del conocimiento de Scott del mundo debajo de los pies, la acción se presenta en su justa medida, principalmente para que los fanáticos de Marvel no reclamen la ausencia de efectos especiales (la lucha en la habitación de la hija de Scott es de antología). Pero “Ant-Man” posee una virtud por encima de otros productos de la factoría de Stan Lee, y es su capacidad para poder reírse de sí misma y contar con unas actuaciones de primer nivel que posibilitan la identificación inmediata con cada uno de los personajes. Paul Rudd no necesita músculos para ser Ant-Man, como tampoco Corey Stoll para ser el megavillano de turno, y quizás en esas figuras más cercanas al común de la gente, y también en las soberbias actuaciones de Douglas y Lilly, como un padre y una hija con reproches y secretos que los distancian, está la habilidad de Reed para generar un filme en el que todo está calculado para el efecto y la sorpresa. Algunas escenas con Ant-Man en el jardín recuerdan a “Querida encogí a los niños” y subsiguientes, introduciéndonos una vez más en un mundo de fantasía en el que “Ant-Man” juega para poder redimirse y conseguir al menos, acercarse a su hija, y nosotros disfrutamos como niños como las primeras proyecciones que vimos en una sala.
En busca del amor Nueva adaptación cinematográfica del universo de John Green, en este caso Ciudades de papel (Paper Towns, 2015), que bucea en la importancia del amor y la amistad en momentos claves de la vida de los adolescentes en la llamada “generación de la identidad”. Con una estructura narrativa que reposa la cámara en momentos claves de los protagonistas, el director Jake Schreir va desentrañando la historia de Quentin (Nat Wolff) y Margo (Cara Delevinge), amigos y vecinos desde la infancia, quienes por las vueltas de la vida dejaron un día de hablarse. Un día, casi sin imaginárselo, Margo vuelve a la vida de Quentin, pidiéndole que la acompañe en un plan descabellado de venganza. En esa noche en la que las bromas proliferan, Margo y Quentin se vuelven a conectar, y él entiende una vez más el por qué del amor profundo que siente por su vecina. Pero al otro día, después de la venganza, la joven una vez más ha desaparecido de su casa, y, aparentemente, esta vez para no regresar. Hilando cabos e indicios, Quentin decide recorrer grandes territorios para poder así, y de una vez por todas, determinar si es Margo la mujer de su vida o si directamente debe dirigir su atención hacia otro lugar. Quentin no estará solo, lo acompañarán Radar (Jesse Smith, Jr.) y Ben (Austin Abrams), deciden ayudarlo en su cruzada de rastrear en los mapas a Margo hasta llegar a alguna de las “ciudades de papel” (pueblos ficticios creados con el fin de evitar las copias de mapas) en las que la joven espera, o no, a Quentin. También se sumará al trío Lacey (Halston Sage) y la novia de Radar, Ángela (Jaz Sinclair), quienes conforman el universo para este viaje iniciático donde la música brinda el marco ideal para la aventura y la amistad. A simple vista Ciudades de papel puede ser leída como una comedia estudiantil más, pero posee una estructura narrativa tan sólida, como las de las grandes comedias de John Hughes de los años ochenta, que termina elevando de superficial a entrañable a una película que por su espíritu nostálgico y old fashioned style genera un disfrute inesperado. Cara Delevinge posee un carisma y una atracción a la pantalla únicos, que aún estando durante pocos minutos expuesta a la cámara, porque lo demás son evocaciones o menciones mientras la buscan, genera una contundencia en su interpretación única, al igual que Nat Wolff (quien ya había demostrado en papeles anteriores su potencia), dos jóvenes a los que tendremos que estar atentos en sus próximos trabajos luego de este film.