Una propuesta diferente es la que acercan a las pantallas Marcela Silva y Carlos Jaureguialzo con “El prisionero Irlandés” (Argentina, 2014), drama romántico de época, algo poco visto en nuestro cine. Surgido el guión por un concurso realizado por San Luis Cine, en el que la idea de “cómo sería la vida cotidiana en la época de la colonia” era el disparador de los guiones, Silva y Jaureguialzo, imaginaron un romance prohibido desde la propia investigación de Silva sobre su pasado Irlandés. Cuenta la historia que cuando se produjeron las primeras invasiones inglesas, estos no sólo eran ingleses, sino que venían acompañados por miembros del ejército perteneciente a algún otro país sobre los cuales ellos mantenían soberanía. En este caso un prisionero irlandés llamado Connor (Tom Harris) cruza, en el momento de ser trasladado al interior luego del primer intento fallido de invadir, una mirada con Luisa (Alexia Moyano), una viuda de carácter fuerte, y algo entre ellos se dispara. Será por eso que desde ese plano, el derrotero amoroso de ambos, totalmente inaceptable para la época, será el objeto de narración de una cuidada y bien ambientada producción de época en la que además se narrará un trasfondo político particular que favorece la tensión sexual de los protagonistas. La fotografía árida y sombría, más el hecho de ser rodada en exteriores en casi el cien por ciento del filme, favorecen la pasión que entre ambos comienza a crecer cuando Connor es enviado a la hacienda de Luisa para ayudarla en las tareas de campo. Compartiendo actividades, y principalmente contemplándose, es como el interés del uno por el otro termina por generar una de las historias de amor más interesantes de los últimos tiempos. El dato curioso es que recién pasada la hora es que ambos concretan, por lo que la habilidad de Jaureguialzo y Silva radica en mantener en vilo a los espectadores con las idas y venidas de ambos y con la incorporación de personajes secundarios que no hacen otra cosa que fortalecer la tensión entre ambos. Destaca a nivel actoral la capacidad de Moyano para poder transmitir con solo una mirada o un gesto la impronta heroica de una mujer que pese a quien le pese siguió luchando por sus ideales y por su patria. Otro punto a favor del producto es la naturalidad con la que se representan las actividades de la época, el lenguaje simple y sin adornos y principalmente una puesta en escena que sorprende por los espacios y paisajes seleccionados para contextualizar la historia. Son pocas las oportunidades en la que el cine nacional permite un acercamiento al pasado, y hay que celebrar, como en esta ocasión, que se lo haga con una ambición desmesurada que permite una historia interesante y además ofrece una pasión cinematográfica como las que siempre quisimos ver.
Es curioso como la industria del cine intenta aprovechar al máximo un fenómeno literario reciente para poder acercar al público masivo historias que de otra manera no llegarían a tantas personas. Esto es en esencia el negocio del cine. Pero cuando esto sucede de manera muy rápida, hay que tener cuidado, porque quizás en el apuro se terminan construyendo adaptaciones sin sentido que terminan no solo resintiendo a el autor/a del libro original sino también a los involucrados en la puesta cinematográfica. Esto pasa con “Lugares Oscuros” (2015) otra historia de Gillian Flynn que llega a los cines luego del arrollador suceso de “Perdida”, pero que no termina por encontrar el tono exacto para relatar la épica historia de Libby (Charlize Theron), una huérfana desde pequeña, en la que los trágicos hechos del pasado le determinaron un presente complicado y sin rumbo. Pero cuando debe tomar una decisión para poder re direccionar su vida, de golpe esa amenaza latente de su historia vuelve sin pedirle permiso, por lo que deberá tratar de investigar cuàles fueron las causas del asesinato de su madre y hermana, como así también encontrar al verdadero culpable del hecho. Con una estructura que a través de flashbacks reconstruye su historia, el realizador Gilles Paquet-Brenner intenta construir suspenso a partir de indicios relacionados a cómo alguno de los hechos pasados se relaciona directamente con el presente, pero también se esboza un fresco de la América profunda, aquella que en el solapar sucesos y mantener rutinas innecesarias doblega a los más débiles. La misma intención que en “Perdida” de develar de a poco la narración había, acá también está vigente, pero con un nivel de confusión y desorden en el que todos los actores que participan de la historia terminan desluciéndose y resintiendo el producto. La ascendente Chloë Grace Moretz como la joven novia de su hermano, un ser desbordado y oscuro que tendrá injerencia clave en los hechos, es sólo el ejemplo de cómo una producción errada termina afectando a todos. Theron se termina esforzando por demás para darle credibilidad y verosimilitud, caso contrario el de Christina Hendrick, quien desde la ingenuidad y naturalidad de su interpretación puede ofrecer un registro completamente diferente al que venía ofreciendo en Mad Men. En “Lugares Oscuros” las subtramas se complican, la atención que exige por parte del espectador es total, pero en el fondo no hay un interés logrado por seguir conociendo detalles de Libby, su hermano y determinar qué pasó con la familia y cómo esta mujer podrá seguir adelante teniendo toda la información que su empeño le termina por brindar.
Hubo una época en la que los thrillers para la TV y las películas protagonizadas por mujeres sólo hablaban de pasiones desenfrenadas que terminaban generalmente mal para la mujer. Cientos de películas se generaron con el solo objetivo de canalizar la libido de las espectadoras en canales como Hallmark, Lifetime y sucedáneos. No es raro que en la actualidad un producto como “Cercana Obsesión” (USA, 2014) parezca tan fuera de época como la resolución final al conflicto disparador de la historia, y mucho menos que su protagonista absoluta, Jennifer Lopez, demuestre también el poco olfato para seguir generando participaciones en películas que sólo pueden interesar a incautos que ingresan a último momento a la sala a falta de otra opción en el cine. La historia de “Cercana Obsesión” es la de una maestra llamada Claire (Lopez), recientemente separada de su marido (John Corbett) y con un hijo adolescente que aún no entiende la decisión de sus padres. Mientras ella se dedica a dar sofisticadas clases de literatura, claro, porque el guión de Barbara Curry además de incurrir en los cientos de miles de clichés que cae deja en claro un status cultural de la protagonista por encima de la media, un día su rutina cambia. Un nuevo vecino (Ray Guzman) llegará al vecindario, el boy de la siguiente puerta, tal el título original en inglés, y con su arribo toda la pasión y pulsión sexual contenida de los últimos tiempo de Claire se desatará en cada vez que ella espía por la ventana al joven recién llegado. Una noche de lluvia, el mirar avanza hacia el contacto físico, e inevitablemente, cual historia de Lolita, todo lo que hasta el momento eran insinuaciones terminan en una noche de lujuria en la que Claire no podrá dimensionar qué pasará después. Pero claro está que Curry no es Vladimir Nabokov, y Rob Cohen tampoco es Stanley Kubrick, por lo que la película terminará cayendo en el lugar común del vecino joven obsesionado con la mujer madura hasta el punto de acosarla y atormentarla con revelar el secreto a todo el mundo. Hace unos años las películas “The Crush” con Alicia Silverstone o “Angel y Demonio” con Mark Wahlberg actualizaron este mito de jóvenes enamorando perdidamente a personas mayores, y lo hicieron dentro de un contexto en el que quedaba claro que lo prohibido era la posibilidad de escapar de algo pero terminaban aggiornando la narración. Pero acá, y con una moralina rancia, a Claire se la castiga primero por haber cedido a la pasión, justificando todo lo malo que el vecino le hará para volver a estar con ella, pero también por ceder en medio del proceso de reconstrucción del matrimonio que se estaba por disolver a la tentación carnal. Así es como “Cercana Obsesión” sale perdiendo en todas las comparaciones que se hagan con sus predecesoras, y mucho más cuando desde la dirección y el guión no se innova para poder reconstruir el mito primigenio de desear bajo posibilidad de prohibición y jugar con eso. Lopez se sobreexige, en un papel que desde la caracterización la ridiculiza, es profesora, ok, pero ¿hace falta que lea los libros en su casa siempre en bombacha y al lado de una ventana? Claramente no, pero justamente en esa construcción torpe y de trazo grueso es en donde la película cree encontrar el fundamento para que se comprenda la irresistible atracción que siente por el vecino y por el que arriesgará todo en una noche sin saber realmente quién es.
Homenaje y búsqueda Curioso es el caso de Yarará (2014), película homenaje que termina siendo un camino de búsqueda personal de Sebastián Sarquís, su director, y que siguiendo la línea de films que desnudan el artificio y el armado del soporte cinematográfico, potencia su propuesta al incluir una ficción dentro de ella. Sarquís emprende junto a un camarógrafo (Rudy Chernicoff) y un especialista en serpientes, un viaje hacia los pagos en donde su padre, Nicolás Sarquís, filmó hace años una de las películas fundadoras del cine militante Palo y Hueso (1968). En ese volver al lugar de filmación, de desandar los pasos de su padre, y principalmente de acercarse al pasado de la película, hay un intento de homenajear, pero también de poder expresar por sí mismo, lo que siente él con respecto al cine, a su progenitor, a su entorno, y ver si puede contar alguna historia con la cual identificarse. Y qué mejor que hacerlo a partir de la historia de un regreso. En el relato fragmentado de la vuelta de un ex presidiario a su lugar de origen, en donde casi asesinó a su padrastro, hay una sensibilidad por parte de Juan Palomino, que interpreta al preso, que sólo con su actuación -austera, minimalista, de pocos recursos- puede transmitir una sensación de sosiego a pesar del oscuro pasado que lo persigue y lo acecha. A partir de estos dos momentos que trascurren en paralelo (el director homenajeando a su padre, y el realizador intentando adaptar también una historia y ponerla en imágenes), la pasión por el cine desborda en cada fotograma y esa es la principal virtud del film. Muchas veces se ha debatido acerca del cine como posibilidad de resguardo de la memoria colectiva, y también como lugar en el que el paso del tiempo se esconde. Sarquís sabe esto y por eso en un momento uno de los protagonistas de Palo y Hueso, Héctor da Rosa, se para en el mismo umbral en el que su padre registró una de las escenas más emblemáticas de su film, y allí la magia del cine, la pasión por la cámara, y la historia de la narración fílmica, trasciende ese momento armado para transformarse en poesía y a la vez en homenaje sentido de un hijo a su padre. Más allá de cualquier error técnico, desprolijidad y hasta abuso de algunos recursos, Yarará funciona por la humildad con la que puede recuperar el pasado, acompañando en su largo andar a aquellos que su propio padre escoltó para conformar uno de los documentos más importantes del cine argentino. Sarquís conmueve y además ofrece una visión sobre el río y sus costumbres desde la misma ficción que incluye el homenaje de construcción mesurada, que reflexiona sobre el cine y la identidad como nunca antes otra película pudo hacerlo.
Thelma y Luisa Qué lástima cuando se desaprovechan grandes actrices para convertir una idea -que podría funcionar- en un pastiche que sólo genera algunas leves sonrisas y que termina confirmando el mal gusto de una industria que ya no sabe cómo atraer a la gente a los cines con productos menores. Dos locas en fuga (Hot Pursuit, 2015) podría haberse transformado en una gran comedia pero lamentablemente con un guión que atrasa años, y que toma los peores estereotipos del género, termina volviendo predecible, aburrida y cuesta arriba, una trama que tenía todo para ganar, principalmente en el carisma de sus protagonistas. En la historia de Rose Cooper (Reese Witherspoon), una policía que fue relegada al escritorio de objetos perdidos luego de un incidente en la vía pública, y que de un día para otro es trasladada hacia un caso de custodia de protección de testigos, había una premisa que en el contraste facilitaría el humor y el gag. Porque en vez de potenciarse el humor se suma el tedio y el lugar común hasta niveles insospechados: Rose es nerd, exagerada, sabihonda, con poca calle y mucho por aprender, mientras que Daniela Riva (Sofía Vergara) es una de las damas del narco, hueca, materialista, obsesiva de los detalles. Rose debe acompañar a Daniela para que llegue a testificar contra uno de los capos de la mafia latina. Claramente Cooper contrastará con Riva, pero a pesar de que ésta le falte el respeto, la ningunee y la desatienda, ella sigue con su misión de protegerla hasta las últimas consecuencias sin percibir las verdaderas intenciones de la latina. Ni cuando se den cuenta que serán víctimas de los allegados al capo mafia, que intenta a través de sus secuaces liquidarlas antes que lleguen a testificar. Ambas escapan en busca de un lugar tranquilo sin saber que no deben confiar en nada ni en nadie con el fin de salvarse el pellejo. La trama es simple, pero con el aditamento de información exagerada sobre la cultura latina, y con el estereotipo y el trazo grueso. Ningún chiste termina de redondear una idea que atrasa y que con una dirección de cámaras tradicional no suma nada a la propuesta. Cuando una dupla no funciona, pero no por un tema del guión sino porque la química exagerada y construida cae de maduro, es cuando un producto como Dos locas en fuga termina por convertirse en un film menor, muy menor y que no genera risas, sino todo lo contrario. La directora Anne Fletcher lamentablemente se ocupa más de intentar contener a la sobreactuada Sofía Vergara (quien termina repitiendo más clichés en su interpretación de la mafiosa reconvertida), que en aprovechar las ganas de Reese Witherspoon de sobresalir en las pocas oportunidades que le dan a su personaje (el gag Justin Bieber es lo mejor del film). Película olvidable que busca un rumbo que pierde a los pocos minutos de iniciada la acción. Hay que dejar pasar a estas dos locas para que sigan en fuga hacia otros lugares.
Se le exige tanto a este director quizás porque en sus inicios brindó comedias entrañables desde su lugar de periodista, logrando una narración afable y sintética, con una impronta generacional que logró seducir tanto a público como a espectadores. Y en “Bajo el mismo cielo” (USA, 2015) título local para “Aloha”, si bien repite algunos esquemas y fórmulas de trabajos anteriores hay algo atractivo que radica, principalmente, en el convencimiento con que los actores principales pueden enfrentar la historia y sus personajes. Brian Gilcrest (Bradley Cooper) uno de los más prometedores miembros del ejército vuelve a misión luego de haber sido víctima de un estallido en combate. Con su cuerpo repleto de secuelas, que hacen que su anterior aspecto sea completamente diferente, llega a Hawai como parte de la comitiva que acompaña al multimillonario Carson Welch (Bill Murray) para el establecimiento de torres de comunicación y satélites en el lugar. Encomendando el equipo que intentará convencer a los nativos de las maravillas del progreso, aún a expensas de ceder terrenos sagrados para ellos, el hombre no sólo se encontrará con una realidad que pensaba oculta en su pasado, sino que reflota y es una pasión irrefrenable por una ex novia, Tracy (Rachel McAdams), a quien abandonó y pudo rehacer su vida con un amigo de él (John Krasinski). Y si bien el lugar no le es ajeno, si le es totalmente extraño el relacionamiento con Tracy y con una militar nativa del lugar (Emma Stone), hiperquinética, verborrágica, que embestirá con él desde el primer momento. Crowe imagina una historia de amor entre tres que se potencia por el exotismo del país y que con una serie de diálogos ingeniosos, y escenas filmadas con gran estilo y pasión, van, lentamente, configurando esta historia épica de regreso cargada de revelaciones y sentimientos. Porque “Bajo el mismo cielo” es una historia principalmente de amor, de amor al trabajo, de amor filial y fraternal, de pasión y esmero en las tareas diarias, pero principalmente de amor, desamor y de volver a amar. Hay una serie de personajes secundarios que además brindan la tensión necesaria para poder también potenciar el conflicto, que con una estructura narrativa clásica, más un cierre agridulce, busca imponer un estilo diferente dentro del panorama del cine romántico. Porque justamente lo que menos es “Bajo el mismo cielo” es eso, una comedia romántica màs, al contrario. El filme es un fresco de relaciones en las que el amor se introduce pero sin interferir en cada uno de los vínculos que se van desplegando sobre ellos. Así, si Brian en algún momento debe determinar con quién de las dos mujeres por las cuales siente atracción, quizás termine por definirse por un tercer elemento que lo distraiga de la imperiosa necesidad de concluir los ciclos iniciados con una de ellas. Allí está la principal virtud de Crowe, en el poder presentar a sus personajes, rodearlos con la cámara, brindarles una banda sonora impecable para que bailen, sonrían y se seduzcan, y además caracterizarlos fuera de los estereotipos. Atentos a una escena de antología entre Cooper y Krasinski, el baile y ácido humor de Murray y a la intensidad de McAdams y Stone para debatirse sin enfrentamientos por el amor de Brian.
La franquicia imaginada por James Wan avanza con un nuevo capítulo en “La noche del demonio 3” (USA, 2015), con un acercamiento hacia el mundo de la médium Elise Renai (Lyn Shaye) y sus ayudantes los Spectral Sightings (Leigh Whannell y Angus Sampson), el trío que permitió que la familia Lambert se “liberara” de los espíritus que la acechaban en las dos primeras entregas. Conscientes de la riqueza del personaje de Elise, los productores avanzaron con una trama que nuevamente involucra a una joven acechada por fantasmas llamada Quinn (Stefanie Scott) y que pese a los esfuerzos de su padre por tratar de ayudarla (Dermot Mulroney), será necesario acudir a la señora que habla con el más allá para poder acompañarla hacia la luz. Todo comienza cuando Quinn visita a Elise con intenciones de dialogar con su madre, recientemente fallecida luego de un largo proceso de enfermedad. Elise detecta algo que la perturba, y como ella también está atravesando un profundo dolor por la muerte de su marido, decide aconsejarle a la joven que visite a otra persona, que ella en este momento no se siente con la fuerza necesaria para otra vez invocar espíritus. Pero lo que acecha a Quinn avanza sobre ella. En la noche (como pasaba en las anteriores entregas) y cada vez que ella duerme la contacta, y va por más, cuando en medio de la calle la distrae y la hace tener una accidente de tránsito (es embestida por un automóvil) del que tendrá varias secuelas, y justamente una de ellas es poder conectarse con el más allá y quedar entre la vida y la muerte. Para condimentar la historia el director Leigh Whannell (que también actúa en ella) retoma algunos índices de las entregas anteriores, pero a diferencia de “La noche del demonio 1 y 2”, y más precisamente en la 2, en donde la trama de puzzle favorecía el suspenso y el horror y terminaba por configurar una cosmogenia épica en la que todos los involucrados de las historias tenían que ver con todos. Acá hay algo de eso, pero todo se resuelve muy rápido, y si en las anteriores se podía vislumbrar un cuidado proceso de guión y narración, en esta oportunidad todo es más precipitado, y algunas de las respuestas ante la división de la protagonista entre ambos mundos es irrisoria. Pero esto es un dato menor, porque Whannell desarrolla en profundidad a Elise, que termina convirtiéndose en la verdadera protagonista del filme, enfrentando a cada una de las terribles amenazas con las que se enfrenta, y superando sus propios medios. En esto de poder superar el suicidio de su marido y de intentar salir adelante a fuerza de trabajo y de poder pararse frente al precipicio que divide la vida de la muerte hay una suerte de parábola que demuestra que con la intención de ayudar todo se puede cambiar. Whannell utiliza el efecto sorpresa como principal recurso para asustar, y lo logra, pero más logra cuando detalla con una precisión increíble cada una de las alegorías de la muerte y cada uno de los crímenes que detrás de una aparición se esconde. “Si llamas a un muerto todos te pueden oír” dice Elise, la luchadora que logrará combatir al mal y poner a Quinn en el lugar que tiene que estar, a pesar que los muertos la seguirán acosando, como ya sabemos, mucho más adelante.
Es difícil hablar de “La Patota” (Argentina, 2015) como película y no como objeto político que invita a un debate posterior. Santiago Mitre en su segunda película consigue algo que pocos realizadores han logrado y con una carrera tan corta, la de provocar, sugerir e invitar a un análisis post proyección que excede la propuesta cinematográfica. Porque en la historia de Paulina (Dolores Fonzi), una joven abogada, que decide escapar de su zona de confort para dedicarse a una práctica mucho más enriquecedora para ella, la de formar ciudadanos en un lugar marginado, hay un estado de época emergente tan vigente que escapa de los cánones con los que el cine nacional trabaja con recurrencia. Paulina conoce a otro, se introduce en su mundo, es casi una antropóloga en un viaje de conocimiento que buscará darle respuestas a las que hasta el momento ha intentado darle la sociedad, su entorno, su clase económica, su padre (Oscar Martinez), su novio (Esteban Lamothe) y cada persona con la que se relacionó en su corta vida. Ella es un ejemplo de cómo nada puede determinar algo, rompiendo esquemas y fórmulas, alejándose de teorías que, para citar sólo a Pierre Bourdieu, hablaban de una pertenencia inamovible a un grupo con el consiguiente consumo de sus bienes y productos. Paulina busca otra cosa. Quiere, al igual que en el pasado lo hizo su padre, trabajar en las bases, para poder así empoderar a los más débiles y crecer ella como formadora, escapándole al estereotipo de abogada de estudio que sólo lucra a fuerza de determinar la inocencia o culpabilidad ajena. Y Mitre va contando este proceso lentamente. Con mucho plano detalle. Con mucho silencio. Con mucho de contemplar sin juzgar. Porque para eso estará el espectador. Capaz de juzgar desde la primera escena a Paulina, su entorno, y su nuevo grupo social. Una primera parte del filme explorará a Paulina y su nuevo entorno. Sin extrañamiento, al contrario, con una cercanía que sorprende y deslumbra. Con una capacidad de relatar la cotidianeidad del grupo al que ella se acerca a enseñar impactante. La tensión irá in crescendo cuando conoceremos a algunos miembros del grupo, que a través de ejercer su poder coercitivo va conformando un espacio de violencia contenida en el que Paulina caerá sin quererlo ni imaginarlo. El segundo tramo del filme es más introspectivo y bucea en el después de Paulina. Un después lleno de incertidumbres, principalmente de quienes la rodean ante la inesperada decisión, o no, de ella ante lo sucedido, y del hacerse cargo de algo que nadie esperaba que fuera de esa manera. La película a través del racconto y el flashback cuenta desde diferentes puntos de vista los hechos, a partir de Paulina, del padre, de algún miembro de la patota, para concluir con imágenes sobre qué pasó antes y después del encuentro violento entre la abogada y el grupo. Dolores Fonzi es la estrella de la película, con una interpretación que deslumbra desde el primer momento que aparece en escena, porque a través de la contención con la que enuncia cada uno de los diálogos va conformando el espacio ideal para que la propuesta del film, política, emotiva, necesaria, compasiva, nos hable de una urgencia frente a la violencia y una posible vía de escape y de comprensión frente a la misma.
Daño colateral del nazismo, apropiación ilegal de obras de arte que a pesar de los esfuerzos de sus reales dueños siguen en algunas galerías privadas y museos alejados de las paredes o los espacios en los que realmente deberían estar. En la historia de “La dama de oro” (Inglaterra, Usa, 2015), de Maria Altmann (Helen Mirren/ Tatiana Maslany) hay un intento por reflejar varias de estas historias y que desde una lógica de apropiación mercenaria y sangrienta lo único que hizo fue manchar con sangre cada obra de arte que se exhibe con orgullo en un museo. Cuando Maria tuvo que exiliarse, y dejar su Austria natal, muy a su pesar, para evitar de esa manera ser asesinada, puedo armar a la distancia un camino en el que la nostalgia y el recuerdo amoroso le permitieron seguir adelante a pesar del dolor. Pero cuando ya adulta, y con su vida hecha en California, contacta a Randy (Ryan Reynolds), un abogado al que cree con todas las capacidades para poder ayudarla en la recuperación de su patrimonio, su mundo cambiará de un día para otro al verse envuelta en un conflicto que de lo privado pasará a ser una cuestión de estados y en el que no está muy segura de entrar “La dama de oro” se pone al lado de “Operación monumento” (USA, 2014) para reflexionar sobre los crímenes del nazismo, su modus operandi y su intransigencia ante lo que pensaban, siendo el robo de obras de artes un hecho tangencial y tan doloroso como los anteriores. La película de Simon Curtis (“Mi semana con Marilyn”) deambula entre el drama casuístico, con lugares comunes, y el film histórico que intenta narrar un hecho verídico con algunas libertades y licencias. El flashback como estructura cinematográfica posibilita el ir y venir en el tiempo, y profundizar en el pasado de Maria para comprender muchas de las actitudes que toma y asume en el presente, principalmente sus recelos a la hora de exponer su caso ante tribunales internacionales para que la tomen en cuenta. Las interpretaciones de Maslany (la revelación de Orphan Black) como así también la de Mirren contrasta con el intento de Reynolds por construir un verosímil de abogado aguerrido que pese a todos los obstáculos intentará por cumplir con su tarea cueste lo que cueste, pero nunca termina de convencer. Hay una serie de secundarios como Jonathan Pryce, en el papel de un juez, Katie Holmes, como la mujer de Randy, y la recuperación para la pantalla grande de una estrella de los años ochenta del siglo pasado como Elizabeth McGovern que refuerzan la calidad de la propuesta. Pero la principal falencia de “La dama de oro” es su repetición de fórmulas, el poco vuelo en las imágenes que hablan del presente de Altmann y el innecesario “explicar todo” con el que se avanza en la narración. Mirren se pone en la piel de Maria como solo ella puede interpretar con naturalidad cada uno de los papeles que viene regalándonos en el cine, ella es la verdadera mujer de oro de esta propuesta basada en hechos reales.
Voces en mi cabeza Lúdica y expeditiva es Intensa-Mente (Inside-Out, 2015), la nueva propuesta de los creativos de Disney/Pixar, y principalmente de su director y guionista, Pete Docter. El mismo Pete Docter comentó que la idea surgió al tratar de comprender los repentinos cambios de estado de ánimo de su pequeña hija. De intentar ver cómo podía pasar de la alegría total a la tristeza más profunda, encontró material para una ingeniosa película. El plot de Intensa-Mente acompaña a Riley, una niña que deja su feliz vida al mudarse con su familia a San Francisco. Nueva casa, nueva escuela, nuevos compañeros, una montaña rusa de emociones en su cabeza, y justamente dentro de su mente es donde la acción se desarrolla. En ella predomina el liderazgo de “Alegría”, que entiende que la mejor manera de superar los obstáculos es con una palabra de agradecimiento y una sonrisa. Pero ella no estará sola comandando las emociones de la niña, también estará “Tristeza”, “Furia” y “Desagrado”, que a medida que la niña se relacione con su nuevo entorno intentan predominar y mantener el orden dentro de la cabecita de Riley. Además, habrá una serie de recuerdos primordiales que deben ser custodiados, ya que si son “tocados” por alguno de los cuatro estados, corren el peligro de cambiar para siempre. Intensa-Mente tiene una primera parte de presentación grandiosa, con mucho de Monsters, Inc (Monsters, Inc., 2001) en la creación de un universo propio con reglas, leyes y un estado inicial inquebrantable (o casi), para luego bucear en las emociones que van cambiando, transformando a cada uno de los personajes. Reflexión sobre la infancia, sobre la motivación y posibilidades de disfrutar de los niños, la película es una buena iniciativa para que entre padres e hijos se genere una sinergia capaz de superar obstáculos y conocer más del otro, y entender qué es lo que pasa en la cabeza de los más pequeños. En la versión original la película cuenta con las voces de grandes comediantes como Amy Poehler y Mindy Kaling.