La mirada que acompaña Mariano Galperín reposa su cámara con habilidad en Su realidad (2014), film que se inmiscuye en la gira que Daniel Melingo junto a su grupo de tango realiza por algunos países europeos. Melingo supo ganarse su lugar en la escena musical argentina, principalmente durante la década del ochenta del siglo pasado y desde ese momento, con mayor o menor trascendencia, pudo forjar una carrera ecléctica y variada y un reconocimiento en el exterior. El Melingo que muestra Galperín es un artista que sigue queriendo imponer su particular punto de vista para, así, logar sus propósitos. Creador constante, una película, un instante frente al río, todo puede ser fuente de inspiración. En una escena la pared blanca de un hotel boutique lo llama a querer plasmar en ella su estado de ánimo, y sin importar las consecuencias, mientras una asistente mira atónita la situación, y Mariano Galperín no aclara si la sorpresa es por la pared "redecorada" o porque lo ve a Melingo "poseído" y en acción. La postura rockera nunca se abandona, o al menos eso demuestra el director en esta película con una mirada que acompaña, y nunca juzga. Y que además apoya la creación y el surrealismo a través de la utilización de figuras retóricas que realzan la narración. De una estación del metro de París, Melingo llega a Buenos Aires. La ciudad lo envuelve. Nunca lo abandona. De hecho en Europa sueña con este lugar y son su mujer e hijo.. Miles de alfajores para compartir con su familia mientras en la pantalla compañeros y músicos (Andrés Calamaro, Jaime Torres, Iván González, etc.) le afirman su espíritu artaudiano, le hablan, lo secundan en las improvisaciones, que con su espíritu transgresor, lo lleva, por ejemplo, a cantar “Canción para mi muerte” al ritmo de la marcha peronista. Galperín espía, en cada presentación está detrás de los músicos y nos regala las performances. Estamos allí con ellos, nada imposibilita el viajar a París, Viena o nuevamente Buenos Aires para poder comprender la cristalización del trabajo de Melingo. En la calle ambos juegan, saben que entre los dos el discurso creado es potente y liberador, con el plus de los planos cercanos y detalles en blanco y negro como para evitar la disipación. Porque queda claro, que además, Melingo es una persona muy fácil de distraerse, y por eso el manager lo persigue constantemente por todos los lugares para que pueda llegar a tiempo a las presentaciones y viajes. Pero por suerte está Galperín para documentar todo y construir, además, una mirada particular que todo el tiempo reafirma la libertad del artista.
Para su segundo largometraje el realizado Diego Corsini decidió apelar a su historia familiar y narrar una época oscura de la historia argentina en “Pasaje de vida” (Argentina, España, 2015), thriller dramático que aborda la etapa previa a la instalación de la maquinaria represiva militar. Todo comienza cuando en la actualidad Mario (Javier Godino) recibe un llamado en el que le informan el grave estado de su padre (Miguel Angel Solá). A partir del encuentro con este, con el que no tenía contacto hace años, el hombre intentará de alguna manera reconstruir una parte de su vida de la que no tiene idea y posee muchas dudas. “Pasaje de vida” se inaugura con el flashback y termina generando una metonimia de su propia estructura narrativa, al contar la fundación de una célula montonera en la que Miguel (Solá) conoció a Diana (Carla Quevedo), con la que quedó instantáneamente enamorado, principalmente, por su vocación hacia la política. De mundos opuestos, pero con la convicción que a partir de la acción se podían cambiar de base algunas cuestiones relacionadas a la opresión y explotación laboral, en la reconstrucción de una época convulsionada, pero al mismo tiempo rica y esperanzadora, el romance entre Miguel joven (Chino Darín) y Diana avanza a pesar de las trabas que día a día encuentran. Hay un esmero en la puesta en escena y en la reconstrucción de época a partir de un cuidado proceso de selección del vestuario y los lugares de acción que suman. Este artificio le permite recrear el espíritu, o mejor dicho el aura militante, aunque en algunos trazos gruesos, o en la exageración de algunas actuaciones secundarias la narración se resienta. La película posee dos partes bien marcadas, una en la que Mario (Godino) busca desesperadamente claves para cerrar su historia y poder, por ejemplo, conocer más de su pasado a partir de un misterioso manuscrito, algunas claves que en momentos de lucidez le dice su padre, y el encuentro posterior con una mujer que tuvo que ver con ellos que le dará los indicios para terminar de aclarar todo. En la otra, la historia de amor entre Miguel y Diana, se narrará el encuentro, apogeo y caída de una pasión que en marco de la ilegalidad deberá forjar sus cimientos para poder así mantenerse sólida ante los avatares que se les presentan. El guión provee de algunas palabras solemnes, afectadas y obvias a los personajes, como así también una rigidez y simpleza narrativa, con planos y escenas armadas clásicas que le restan fuerza al mensaje de esfuerzo por luchar por ideales. Pero en las interpretaciones de la pareja protagónica referida al pasado (Darín y Quevedo), como también en las participaciones de Solá y Charo Lopez (como un personaje que ayuda a Mario a esclarecer su identidad) es en donde el ralentí de la historia se desvanece y genera interés en la propuesta. Para conocer una parte de la historia que aún no se había trabajado en la pantalla grande, con algunas fallas, pero con muchas intenciones, “Pasaje de vida” viene a ocupar un lugar necesario, eso sí, sin pretender más que la información que se muestra y no mucho más que eso.
Cuando Hollywood busca impactar con un género como el de catástrofes, al que siempre vuelve cuando anda rezagado de ideas y de taquilla, sabe que debe sumar recursos que superen a predecesores que sentaron las bases narrativas de este tipo de filmes, como una posible salida. En el caso de “Terremoto: La Falla de San Andrés” (USA, 2015) de Brad Peyton, el 3D llega para aumentar la tensión de una película con muchos estereotipos y lugares comunes, pero que supera algunos baches gracias a una puesta contundente y específica y unos efectos especiales que impactan y estremecen. En la historia de un rescatista (Dwayne Johnson), muy exitoso, pero con una situación familiar y sentimental complicada, que intentará proteger a los suyos y a quien sea ante la inesperada actividad sísmica de la falla de San Andrés, hay una búsqueda de acercarse no sólo al género de catástrofe, sino que también se busca llegar a películas como “Riesgo Total” en la que una persona por sí sola podrá asistir a los demás ante eventualidades. Pero como también sucedía en esa cinta protagonizada por Silvester Stallone, con una fuerte impronta personalista, acá a Johnson le pasó algo en el pasado por lo que intentará, primero no hablar mucho de ello y segundo, tratar que ante la eminente repetición del suceso trate a toda costa de evitarlo. El filme arranca bien arriba, con una torpe adolescente a punto de ser arrollada y embestida en su auto por las miles de distracciones que ella misma se genera en el automóvil que maneja, pero que finalmente es la naturaleza, a partir de un desprendimiento rocoso en la ruta, la que termina haciéndola caer al vacío. Allí entrará en acción Ray (The Rock) dirigiendo a una elite de rescatistas que buscará poder sacar a la joven del auto sin siquiera correr riesgo alguno. Pero claramente esto es sólo el mecanismo para presentar el accionar del personaje que ante los obstáculos que le irán poniendo presentará batalla Claro está que al ser “La Roca” todo lo que le pase será superado y potenciado y si uno puede entender esa veta de “superhombre” con sentimientos que le endilgan, podrá disfrutar de un espectáculo que merece ser visto en el cine. “Terremoto: La Falla de San Andrés” es la película de un eterna fuga, una carrera contra reloj en la que la naturaleza se lleva las de ganar, pero en la que sus protagonistas buscarán lograr llegar con vida a poder terminar de concretar sus sueños. Y cuáles son esos sueños, pues nada más ni nada menos que poder estar con la persona que eligieron pasar el resto de su vida, con aquellos que los acompañaron en el camino para llegar a ser quiénes son y con los que desean pronto poder volver a su hogar, aunque este no exista más. Los malos son los que peor se las llevan en la película, a la nueva pareja de la ex de Ray (Carla Gugino) por haber abandonado en medio del caos a la hija de éstos lo aplasta un contenedor transatlántico, mejor se los trata a los que pudieron prevenir a través de la ciencia los sismos (Paul Giamatti), porque en el nuevo orden que se organizará tras el terremoto no hay lugar para los desalmados, oportunistas y todos aquellos que creen que en el desastre está la oportunidad de crecer y avanzar sin mirar con quien se lo hace. ¿Es “Terremoto: La Falla de San Andrés” la mejor película del género catástrofe? No, pero sí es la que trabaja mejor la dicotomía entre actuar rápidamente o dejarse influenciar por los sentimientos y esperar para tomar decisiones y plasmarlo en una cinta que es puro entretenimiento.
Caso curioso el de Maximiliano Gutiérrez, que de dirigir “El Vagoneta en el mundo del cine” (2012) se atreve con esta comedia romántica y trabajar con dos pesos pesados de la historia del espectáculo nacional como Graciela Borges y Luis Brandoni. Si bien el resultado es dispar, “Tokio” (Argentina, 2015) resulta un interesante producto justamente por las actuaciones de sus protagonistas. El poder ver una vez más a Graciela Borges, interpretando a Nina/María, en la pantalla grande, bien vale el valor de la entrada. “Tokio” bucea en, principalmente, el encuentro entre una mujer sola, que llega a la ciudad de Córdoba justo el día de su cumpleaños y así, vulnerable como está (por su arribo intempestivo de Italia, del que nunca sabremos por qué), se dirige a un bar a pasar junto a un amigo la noche. Pero su amigo nunca llega, y ella, se expone vulnerable ante un verborrágico pianista encargado de amenizar la noche. Goodman/Ángel (Brandoni) la envolverá con sus palabras y se convertirá en lo que ella necesitaba para poder terminar el día y cerrar su anterior historia. Después de convencerla de ir a tomar un café a su casa, que curiosamente queda al lado del lugar, entre ambos se iniciará un juego de seducción y de “histeriqueo” en el que ninguno de los dos quiere ceder. Gutiérrez filma de manera estilizada, con poco distanciamiento de los objetos y personajes este encuentro. Apasionado de la luz, los destellos provocan una atmósfera de ensoñamiento, en el cual los actores van desplegando su historia de “una” noche. Los primero planos, y los detalles, como así también los enlaces de las primeras escenas a través de fundidos en negros, permiten que la acción se dinamice y la elipsis sea la figura más importante en la narración. La luz se corta en la ciudad y brinda el espacio romántico más ideal para estos desconocidos que ante la iluminación de las velas desnudarán sus almas y se quedarán expuestos ante el otro sin más que la verdad que emite sus oraciones. Pero la acción es durante una noche, y en ella, casi como un “Antes del Amanecer” pero en un lugar cerrado, la química, que la hay, entre los personajes es decisiva para poder seguir adelante con la propuesta. Y finalmente la mañana llega, y el volver a sus vidas también, razón por la cual deberán enfrentarse a una realidad que quizás no querían conocer. El día después los envuelve con las mismas miserias que todo los días de su vida, y más allá que el anonimato, el café, el champagne y la piel sigan latiendo, de ninguna manera les será posible escaparse del otro. “Tokio” tiene un acercamiento a sus personajes muy contemplativo, abrumador, exigente, necesario, porque de ninguna otra manera estos dos amantes casuales podrían seguir contándonos su historia. Hay intervenciones de personajes secundarios, desafortunadas (como el caso de Guillermina Valdés), pero nada hace opacar a la potencia de la historia entre Nina y Goodman, a la que Gutierrez les regala el filme y saca lo mejor de sus interpretaciones.
¿Sería demasiado loco o ambicioso querer ubicar a Asia Argento al lado de Xavier Dolan? ¿Para poder entender a ambos como exponentes de un cine que busca impactar a fuerza de imágenes? ¿Y de esta manera armar un panorama actual sobre el cine que intenta explorar emociones y sensaciones a través de la pantalla y las imágenes? ¿Es muy descabellado plantear un paralelo entre “Mommy” (Canadá, 2014) e “Incomprendida” (Italia, 2014)? ¿Si ambas películas se enfocan en un personaje particular y a partir de allí narran las desventuras familiares del resto, esto es viable? Basta de hipótesis, “Incomprendida” es un filme libre y desprejuiciado que habla de la niñez como lugar de conocimiento, pero también de la posibilidad de crecimiento desde la fuerza interior de cada persona. Todo lo que Asia Argento quiere mostrar sobre Aria (Giulia Salerno), una niña que intenta encontrar su lugar en el mundo luego de la separación de sus padres (Charlotte Gainsbourg y Gabriel Garko), y desde antes también, tiene que ver con lo lúdico del juego y la inexperiencia de la niñez como lugar pretérito. Desde los títulos, con un recorrido por un diario íntimo y la impactante melodía de una caja musical, la elección de la porosidad y granulado de la imagen, que a través de filtros y ralenties para enfatizar los deseos y anhelos de la joven, se genera una empatía directa e inmediata con la historia y su protagonista. A Aria le gusta la música, los chicles, los colores, también le gusta Adriano (Andrea Pittorino) y tiene una sola amiga (Alice Pea), a quien le confía todos sus secretos y con quien mantiene una relación casi simbiótica, llegando a odiar a la misma gente. Hija de una estrella del cine, la crianza que le ha dado su madre no escapa de un mero capricho que termina transformando a los hijos en objeto de lucha. Si su mundo infantil hace que sueñe y que intente progresar y avanzar, a través de diversas “travesuras” acceder al conocimiento necesario como para poder encarar las rutinas que diariamente comparte, el desmoronamiento de los cimientos familiares la hace retroceder y generar inseguridad en su persona. Por eso a Aria todo se le hace difícil, más cuando comienza a deambular como una pelota de ping pong de un lado a otro entre la casa materna y la paterna. En ninguna encuentra su lugar y quizás en la espontaneidad del cariño que puede recibir durante una noche por parte de una prostituta o un proxeneta es en donde Argento nos habla de una problemática que excede al envoltorio que ella armó para la presentación. Los hijos como botín de guerra, el bullying como manera de vida, el pecado como lugar en donde la rebeldía busca una oportunidad, expresados con crudeza y naturalidad y el imaginario popular que produce el rechazo de los intentos de Aria por conseguir amor. Que su “mejor amigo” sea un gato negro es el justo ejemplo de necesidad de amor de una niña, que se ve envuelta en un espiral de violencia familiar, de desidia filial, de una madre que prefiere irse de viaje y un padre cocainómano que sólo quiere más exposición mediática, y que ante los embates de la vida decide seguir viviendo tal como lo sueña, escapando de mandatos y sólo tratando de ser de una vez por todas comprendida y amada.
No se puede negar la intención del realizador Brad Bird y el guionista Damon Lindelof de crear para “Tomorrowland” (USA, 2015) un universo visualmente atractivo y que se convirtiera en la sólida base para la historia que quieren contar. Pero en ocasiones, sólo con un concepto visual no alcanza para mantener durante 2 horas la atención en la pantalla. Esto es lo que pasa con “Tomorrowland” un filme que deambula entre la ambición y el sueño de sus protagonistas, pero a quienes termina censurado y expulsando rápidamente. La historia de la película gira en torno a dos personajes: Frank (George Clooney) y Casey (la ascendente Britt Robertson), dos soñadores que tuvieron la oportunidad de acercarse a Tomorrowland, una tierra en la que el empeño de todos sus habitantes está en crear un mundo mejor, en el que la tecnología ayude a superar barreras e ideologías y homogenice las intenciones egocéntricas, eliminando aquellas trabas que van en contra del bien común. Pero cuando ambos, en cada momento y período de su vida, son convocados para participar del proyecto comandado por el “Gobernador Nix” (Hugh Laurie) y entienden la verdadera magnitud e intenciones del mismo, se bajarán, o los bajarán y deberán luchar para salir ilesos de esa pesadilla en la que primero quisieron estar. Hay robots y animatronics que ayudaran al Gobernador a mantener el status quo, y también a que todo siga su curso en secreto y sin que trascienda más allá de las personas involucradas. Hay una bajada política, como ya es clásica en todas las películas de Disney, en las que a aquellos que piensan diferente les comienza a ir mal. Pero principalmente hay una necesidad imperiosa durante toda la película por tratar de explicar las cosas que culmina en una larga moraleja y final feliz que termina por tirar todo el proyecto a la borda. “Tomorrowland” es una película correcta, con buenas actuaciones (ojo, no Clooney, que viene repitiendo hace 20 películas el mismo papel, podría dejar de robar), y un afán por entretener que termina superando la lógica interna de la narración y produce todo lo contrario. La habilidad de Lindelof en sus intervenciones anteriores en películas y series de TV, en las que la distopía y la épica apocalíptica le proporcionaban el material ideal para desarrollar guiones con ambiciosas producciones de aventura y ciencia ficción, acá terminan generando tedio y aburrimiento. Al unir sus esfuerzos con Bird, claramente el resultado final iba a ser esperado con ansiedad, pero lamentablemente para sus seguidores, en esta oportunidad la prueba no fue superada. “Tomorrowland” explica todo el tiempo todo, y desaprovecha cada oportunidad que se le presenta para seguir jugando con el material que presenta. Si a un joven Frank (el personaje de Clooney), con su iniciativa y empuje de niño se lo deja que termine creando un dispositivo para volar, luego se le coarta su accionar cuando este mismo mecanismo se presenta al ingresar Casey a Tomorrowland y decirle al espectador: pasó tiempo y acá esto se mejoró. La nostalgia se supera con rapidez. Disney tamiza la cinta, y a todo creador que se presenta en la película se lo termina coartando y expulsando de su mundo ideal, tan parecido al castillo de la productora, para así imposibilitar que haya más “soñadores” que el propio Walt. Todos los demás no tienen lugar en la historia ni en “Tomorrowland”.
Voces del más allá En un momento en el que se sigue debatiendo si se justifican o no las remakes de películas que marcaron a fuego el imaginario de una época, llega Poltergeist (2015) de Gil Kenan (Monster House, City of Ember) para demostrar que aún hay esperanzas en las reversiones del cine de género. Claro que en esta oportunidad no estará la ingenuidad de Heather O'Rourke, ni el oficio de Craig T. Nelson o la maestría de Zelda Rubinstein para componer un personaje de antología, pero está Sam Rockwell como la cabeza de una familia que, en medio de una mudanza, descubre que su nuevo hogar no será el ideal. Cuando la familia Powell se muda a los suburbios para aprovechar una oportunidad inmobiliaria, nada los haría suponer que quizás esa casa sea la última vivienda que habiten. Es que cuando la pequeña Maddy (Kennedi Clemments) comienza a hablar sola con el placard de su habitación o con un televisor sin señal, nada haría pensar que ese mismo clóset la llevaría al más allá manteniéndola entre los vivos y los muertos. Desesperados por encontrar a Maddy contratarán a un grupo de expertos paranormales, encabezados por el exmatrimonio Carrigan (Jared Harris) y la doctora Brooke (Jane Adams), que intentarán dar con el paradero de la niña y poder explicar qué es lo que realmente está sucediendo. Esta nueva versión busca acercarse al original con la repetición de la trama, linealmente, pero se aleja cuando incorpora una definición mucho más rica de sus personajes principales. Si de sus predecesoras nos quedamos con la imagen excluyente de la niña, en esta oportunidad el trabajo de guión permite rescatar no sólo a sus protagonistas, sino que también posibilita una lectura de la vida en los Estado Unidos actual, con la recesión y el desempleo que avanza y obliga a aceptar la primera oportunidad habitacional a pesar de todo. Poltergeist funciona como película de género porque además refuerza el oscuro significado detrás de los espíritus que acechan a los Powell, profundizando en los miedos de cada uno de los miembros de la familia y enfatizando -con logrados recursos y efectos especiales- una pesadilla que nunca termina para mantener la atención en la pantalla. Además, gana al sumar toda una imaginería popular relacionada a los payasos, que si bien ha sido explotada hasta el hartazgo, potencia algunas escenas (sobre todo las iniciales), necesarias para ir sembrando el contexto en el que se desatará la tragedia. ¿Es necesario este nuevo acercamiento al clásico de Tobe Hooper?, muchos podrán decir que no, pero es su afán por agregar detalles que subrayan las características mencionadas, en el generar tensión con una lograda banda sonora, y su fuerte impronta visual; Poltergeist encuentra el tono ideal para contar su tragedia, acercándose a El conjuro (The Conjuring, 2013) y trayendo el terror más clásico para las nuevas generaciones que desconocían la historia.
Todo queda en familia En el arranque de "Cenizas del pasado" (USA, 2013) de Jeremy Saulnier, con la contemplación de la rutina diaria de un vagabundo, nada hará suponer el desastre y la tragedia que finalmente se desatará. En ese anunciar del título nacional, que explica algo de la trama, hay un deseo de acaparar la atención que finalmente logra Saulnier más allá de cualquier título que le ponga a su historia. Dwight (Macon Blair) es un hombre que en el pasado lo han marcado a fuego, tanto como para olvidar su historia y dejarse llevar por la vida, deambulando cual vagabundo (que lo es) sin una meta clara y específica para sus días. Pero cuando es alertado de un hecho que seguramente modificará su manera de percibir la realidad, su presente, su futuro y principalmente rememorar su pasado, es cuando "Blue Ruin", tal es el título original, comienza a urdir una lenta pero intensa historia de traición y pasiones encontradas en la que la ley del más fuerte, obviamente, es la que permitirá que se pueda volver a un estado de calma inicial, aunque todo indica que eso es ya una utopía. PUNTAJE: 7/10
Aire fresco Coincidiendo en cartelera con la comedia argentina de Ariel Winograd Sin Hijos (2015), Mientras somos jóvenes (While We're Young, 2014), dirigida por Noah Baumbach (Frances Ha, Greenberg) profundiza sobre la decisión de no traer hijos al mundo, así como también la relación de una pareja que necesita buscar un cambio. Cruza de Bienvenido a los 40 (This is 40, 2012) con la película anteriormente mencionada, la trama deambulará entre la crónica superficial de las rutinas de un matrimonio que necesita de alguna manera “renovarse” para poder seguir juntos, y los impedimentos profesionales para conseguir alcanzar metas por parte de uno de ellos. Josh (Ben Stiller) y Cornelia (Naomi Watts) son una pareja de cuarenta y tantos que atraviesa una crisis cuando conocen a Jamie (Adam Driver) y Darby (Amanda Seyfried), dos jóvenes que les harán conocer otra manera de relacionarse con el mundo y consigo mismo. Contraponiéndose a los intereses y maneras de disfrutar que hasta el momento tienen, Josh y Cornelia comenzarán a sentirse rejuvenecidos por la inyección de espontaneidad que Jamie y Darby les brindan. Y esto no sólo en el nivel social y afectivo, sino también en el profesional haciendo que, por ejemplo, Josh se replantee un documental que hace 10 años viene realizando y que nunca encuentra cierre a pesar que todos le indican que ya no tiene casi sentido terminarlo. Mientras Josh y Cornelia se muestran híper conectados, sometidos a la misma tecnología que suman a su cotidianeidad, Jamie y Darby se pondrán desde el lugar opuesto, recuperando espacios y momentos perdidos por los dispositivos. Lo nuevo y lo viejo se enfrenta. Josh y Cornelia buscan en lo más nuevo, aquello que –saben- nunca recuperarán, mientras que los jóvenes entre tragos y una impronta ecológica, los sorprenderán con su casi nula experiencia con la tecnología. Noah Baumbach hace que Mientras somos jóvenes se convierta en la expresión de la vida actual en la ciudad, un espacio retraído en el que todo se resume a “ME GUSTA” y “RT” sin buscar una experiencia real que termine completando la individualidad de las personas.
Pintando Sueños Nuevamente Mike Leigh sorprende con una historia que podría haberse detenido en detalles más luminosos de la vida del pintor J.M.W. Turner, pero fiel a su estilo, prefirió narrar de manera detallada la parte más oscura en "Mr.Turner" (Inglaterra, Alemania, Francia, 2014). Y es en esa propuesta cansina, ominosa, pesada, digresiva, en la que la empatía con el personaje es directa gracias a la impecable performance de Timothy Spall como el atribulado pintor. "Mr. Turner" deambula entre el retrato contemplativo del pintor y el reflejo de una época convulsionada por el ingreso de nuevos talentos y estilos al arte pictórico. En la obsesión de Turner por intentar reflejar el amanecer como el ocaso y en la exageración, con trazos gruesos, del desprendimiento absoluto del artista para poder conseguir su tan lograda obra, es en donde Leigh prefiere ubicar a su personaje. No hay una mirada limpia sobre éste. Todo lo contrario. El director prefiere que el juzgamiento provenga por parte del espectador, quien además de conocer detalles de la vida de Turner, también podrá comprender su esfuerzo denodado por encajar dentro de los cánones artísticos, sociales, familiares y políticos de la época. "Mr. Turner" funciona porque se separa del objeto que plasma y porque logra mantener la atención desde el primer momento en la pantalla, un lienzo infinito en el que Leigh despliega su arte acompañando la impecable creación de Spall y los personajes secundarios. PUNTAJE: 6/10