Ariel Winograd toma como punto de partida, y radicaliza, un tópico que muchas veces se ha afirmado y discutido con un fervor extremo entre algunos, y que divide las aguas entre aquellos que poseen hijos y quiénes no. Con la habilidad y el timming que lo caracteriza, toma este debate para construir una de las comedias argentinas más sólidas y entretenidas que la pantalla haya ofrecido en los últimos tiempos. Entre los dos polos es que "Sin hijos" (Argentina, 2015) ubica a sus protagonistas, dos amigos de la juventud (Diego Peretti y Maribel Verdú) que se reencuentran luego de varios años (y que como en un raid a lo “Cuando Harry conoció a Sally” se verán varias veces antes de “concretar”) y que se dan cuenta que la pasión que nunca llegaron a concretar sigue vigente. Gabriel (Peretti) es un padre separado que intenta continuar con un negocio familiar (tienda de instrumentos) y mantener el orden en su vida. Haciendo malabares, pecando de obsesivo, logra equilibrar su vida personal y profesional con su hija (Guadalupe Manent), pero sabe que algo le falta. Mientras su exmujer (Marina Belatti) rehízo su vida con un profesor de taekwondo al que le dicen Bruce Lee (Pablo Rago), el aún espera que su “princesa” llegue nuevamente a su vida, y así, sin pensarlo, un día, sucede. Vicky (Verdú) llega al negocio y luego de rememorar el pasado lo invita a una fiesta privada. Cuando él arriba detecta ciertas características de los personajes que la pueblan, un pin con una inscripción que le llama la atención y que luego en palabras de la propia Vicky le resuenan y lo incitan a impulsar la mentira que funda la historia: oculta a su hija. Desde ahí la película nunca para de crecer. En la decisión de Gabriel de negar a su hija para poder finalmente estar con Vicky, la comedia estalla en cada escena, desde la redecoración de su departamento, las mentiras de sus familiares (cómplices) y hasta de la propia Sofía (Manent), lo involucrarán en una especie de “doble vida” en la que los niños son olvidados y negados. Winograd compacta en poco menos de dos horas una serie de gags y de humor físico que acompañan la confusión y la mentira del protagonista disparadora de la trama, generando una narración correcta para la propuesta. Cada uno de los personajes secundarios, además, y más allá del trío protagónico, permiten armar un universo bien particular en el que los niños, para unos, y la negación de estos, para otros, terminan generando el motor de la historia. Es que Gabriel es una persona opuesta a Vicky, pero a pesar de eso, sabe que con ella podrá ser feliz, independientemente que en su vida personal su hija sea lo más importante de todo. El tema se instala de manera superficial, abre el debate sobre la crianza de los hijos y el crecimiento de éstos, permitiendo por lo aceitado del guión, la honestidad de la propuesta, las actuaciones y el gran oficio del director, que se superen trivialidades y logrando que cualquier lugar común y situación previsible se siga disfrutando igual con la misma sonrisa que despierta toda la película.
Nada hacía suponer que detrás de la nueva visita al universo de “Mad Max”, que el propio realizador Geroge Miller hace en “Mad Max: Furia en el camino” (USA, 2015), se iba a esconder uno de los productos comerciales más sólidos y brillantes que el cine ha brindado en los últimos años. Con el prejuicio de querer seguir creyendo que nada puede superar a un clásico, Miller nos tapa la boca a todos y convierte en un espectador al borde del infarto aún al más escéptico con su particular visión del mundo apocalíptico que creó para esta nueva entrega de la saga. Esta entrega es entretenimiento puro. Donde la luz en algún momento suavizó las miserias y en un lugar donde la esperanza terminó sembrando algún vestigio de humanidad, una sociedad completamente partida y quebrada, con recursos naturales escasos, y en las que las diferencias son dictadas por Immortan Joe (Hugh Keays-Byrne), un déspota que a fuerza de engaños y sometimiento lidera los destinos del pueblo, se convierten en el escenario ideal para la aventura. Del otro lado estará Max (Tom Hardy), un ex policía, que acosado por las pesadillas que su propia mente le genera, y habiendo perdido a los suyos, deambula por las desoladas y polvorientas carreteras en busca de la esperanza que le permita volver a su eje. Pero en el camino es apresado por un grupo de secuaces de Inmortan, que para utilizar su sangre en uno de los fanáticos extremos de él, lo torturaran y serán capaces de dejar su vida por el intento de mantener el status quo y el orden dentro del pueblo sometido. Mientras es utilizado, Max aprovecha un descuido y se une a Furiosa (Charlize Theron), una de las líderes preferidas de Inmortan, que decidirá traicionarlo, y en vez de salir a la ruta a buscar petróleo para su jefe, tratará de llegar a una ciudad “verde” en la que ella alguna vez fue feliz. El raid en el que ambos se envuelven, con un claro confrontamiento de intereses inicial, es sólo superado por el intenso climax que se mantiene de inicio a fin en una increíble persecución y vorágine violenta que sólo suma delirio en cada paso que avanzan. Con un despliegue visual, que suma, además de los áridos paisajes de los caminos, el trabajo sobre cada uno de los personajes, el desborde presentado, único, impactante, es superado escena a escena por cada integrante que se va sumando a la historia. Furiosa alberga en el interior del camión en el que iría a buscar insumos a un grupo de mujeres que no son otras que las diferentes “esposas” de Inmortan, de hecho una de ellas está embarazada y a punto de parir en cualquier momento por el nivel de stress en el que se verá involucrada. También a ellos se sumará un secuaz del déspota (Nicholas Hoult) quien decidirá cambiarse de bando al comprender que con Furiosa y Max podrán finalmente hacerlo encontrar su propio destino. Con un inicio arrollador, y un guión que va depositando tensión a lo largo de cada indicio de información que se va brindando, si bien su propuesta por momentos desborda, es en el todo de “Mad Max: Furia en el camino”, en su amor por el slasher, el cine clase B, y principalmente por una utilización del 3D inteligente (que termina hasta agobiando) es en donde George Miller disipa prejuicios con un discurso apocalíptico desesperanzador, pero que a la vez genera un espectáculo único e irrepetible para ser disfrutado en la pantalla grande. Increíble. Impactante. Grandiosa.
Sin enanos no hay paraíso Cuando la película Shrek (2001) tomo en solfa los clásicos cuentos infantiles, todo un universo se abrió para una línea de películas que vislumbraron la posibilidad de un negocio que no solo sería para niños y niñas, sino que también apuntarían a un público adulto, ávido por poder reírse por primera vez de las fábulas con las que se educaron. El séptimo enanito (Der 7bte Zwerg, 2014), animación alemana dirigida por Harald Siepermann y Boris Aljinovic, llega en este contexto y con el agregado de ser una de las películas más taquilleras de su país. Todo se inicia cuando una malvada bruja (Dellamorte) se obsesiona con la bella princesa Rose (con un parecido a Elsa de Frozen, una aventura congelada muy notorio) a quien desde su nacimiento se la protege para evitar caer en la amenaza que pende sobre ella. Encerrada en lo alto de un castillo y provista de una armadura, Rose debe evitar ser pinchada por una aguja antes de cumplir sus 18 años. Si eso sucede caería en un sueño eterno. Enamorada de Jack, a quien cree el único capaz de “sacarla” de su sueño. Si llegase a pasar, el joven la pretende pero ante la reticencia del rey a que se relacione libremente con sus amigos, la pareja decide que la guarida de los enanos funcione como refugio para poder preservarse de cualquier ataque de Dellamorte. Pero todo se complica cuando uno de los siete enanos, llamado Bobo, torpe por naturaleza pero en el fondo muy noble, durante la fiesta de cumpleaños número 18 de Rose y casi a punto que se termine la amenaza de la malvada bruja, se termina congelando y finalmente Rose cae en el letargo tan temido. Jack, secuestrado por el oscuro dragón de Dellamorta, intentará cambiar los hechos. El séptimo enanito peca de ingenua en algunos momentos en los que, con mucha más ironía, la resolución de algunas situaciones planteadas podría haberla ayudado a ser más original y divertida. Sus 87 minutos son una eterna tortura. Todo en ella suena a ya visto, pero no porque tome a clásicos de la literatura universal para inspirarse, todo lo contrario, en su base hay una falla: intentar hacer algo ya visto pero sin pasarlo antes por un nuevo tamiz y reinventar su universo. Hay dragones que cuidan oscuros tesoros (igual que en Shrek), hay una mala que posee más que una similitud con La catrina de El libro de la vida (2014), pero principalmente hay una trama que la emparenta con Frozen, una aventura congelada de la que no pudo obtener su ambición por recuperar el melodrama y termina convirtiéndose en un producto kitsch, con una animación en 3D primitiva, canciones desafortunadas y pocas imágenes atractivas visualmente. Es una lástima que no llegue al país, al menos en alguna de sus funciones, su versión original con subtítulos, porque quizás al poder escuchar la interpretación vocal de Nina Hagen como Dellamorte, hubiese sumado a una película tan monótona, tediosa y sin razón de ser.
Billetera mata infancia Stephen Daldry (Billy Elliot, The Reader (El lector)) es uno de los grandes adaptadores a la pantalla de best sellers, que terminan convirtiéndose en épicas historias inspiradoras y generadoras de debate por su fuerte contenido social, todo lo que traspone en sus películas. En Trash, Desechos y Esperanza (Trash, 2014) el experimento de trasladar al cine la novela de Andy Mulligan nuevamente le sale bien, con esta historia de corrupción política, económica y social que se dispara cuando un niño, llamado Rafa (Rickson Tevez), encuentra en el basurero en el que “trabaja” la billetera del asistente José Angelo (Wagner Moura) de un importante político, Antonio Santos (Stepan Nercessian). Dentro de la billetera hay algunas claves que llevan al niño a involucrar a conocidos –e involucrarse él mismo- dentro de una compleja serie de sucesos, que desencadenarán una búsqueda frenética de verdad y justicia, con la finalidad de desenmascarar a Santos como el inescrupuloso y enviciado político que es. Pero Rafa no tendrá que desandar mucho camino, ya que la corrupta policía y una serie de matones de Santos se encargarán de perseguirlos, acosarlos, extorsionarlos, vejarlos y lastimarlos, con el claro objetivo de mantener velada la verdad. Rafa no estará solo, además de Gardo (Eduardo Luis) y Rata (Gabriel Weinstein), lo acompañarán Olivia (Rooney Mara), una profesora de inglés que trabaja con niños carenciados en la favela, y un cura (Martin Sheen) que aprovecha la prédica bíblica para asistir y ayudar a los más desvalidos. Stephen Daldry va tejiendo la compleja trama policial sobre la que el hallazgo inicial va sembrando las premisas de una denuncia que debe salir a la superficie. Narrada de manera dinámica y visualmente cercana a Ciudad de Dios (Ciudade de Deus, 2002) o Estación Central (1998), el principal aporte de Daldry a este fresco del Brasil actual, es su extrañamiento ante algunos fenómenos (el basurero, la favela, el hacinamiento, etc.) y su mirada honesta la que realza la propuesta de la película. El director se aleja del documental anecdótico y contemplativo sobre la pobreza, para generar una reflexión mucho más profunda sobre la pérdida de la inocencia en los niños, las exigencias del entorno social, y la imposibilidad de escaparse del contexto.
Como un pequeño relato contemplativo, pero que va sumando tensión dramática a medida que los protagonistas terminan por demostrar su verdadera identidad e intenciones es que “Choele” (Argentina, 2013) de Juan Siasaín, con el protagonismo excluyente de un joven actor (Lautaro Murray), va generando empatía con el espectador hasta el punto de envolverlo completamente en la historia. Coco (Murray) llega a Choele Choel para pasar unos días con su padre (Leonardo Sbaraglia), entusiasmado, feliz, con todo el futuro de los días porvenir y sabiendo que en ese lugar la libertad es uno de sus principales armas para disfrutar. Pero cuando llega se encuentra con la novedad que su padre, recientemente separado de la madre de Coco, introdujo en la vivienda a una joven (Guadalupe Docampo), desestructurada, simple, espontánea, algo a lo que él no estuvo nunca acostumbrado. El primer encuentro entre ambos será de contrastes, Coco le reclama el estar en su habitación, el usar su ropa, el leer sus libros, pero la joven no se da por aludida, todo lo contrario, y se muestra más cómoda que nunca en la casa. Coco comenzará a deambular por el pueblo con sus amigos para ver si de alguna manera puede superar esa intrusión en su domicilio y también para definirse amorosamente. Porque si bien candidatas no le faltan, en la extraña que invadió el espacio ocupado hasta hace muy poco por su madre, encontrará su objeto de deseo y proyección. Siasaín maneja con gran holgura la creación de espacios y atmósferas que trabajan sobre algunos tópicos ya vistos en el cine que toma como protagonista a un niño en su transición a la adultez. Coco decidirá conquistar a la joven, sin saber que en realidad ella ya está en una relación con su padre. En el fondo lo sabe, pero decide hacer lo que sus sentimientos le mandan hasta, claro está, que la revelación de la verdad llegue. Además de narrar con oficio la historia de Coco y su viaje iniciático lleno de alegría, sorpresas y también decepciones, “Choele” trabaja con una tragedia que ocurrió hace tiempo y que nos es presentada desde la anécdota simple, pero que en el fondo marcó a fuego a cada uno de los protagonistas. Película que busca a través de un gran trabajo actoral, principalmente de Murray, una revelación y un hallazgo, pero también de Sbaraglia como ese padre de pocas palabras, pero de mucho conocimiento originado en la experiencia, es también una oportunidad para disfrutar de un relato simple y lineal que no busca más que contar una historia y eso es ya un logro. En momentos donde la ampuloso, la exageración, y los relatos inmensos que terminan siendo recortados todos desde la misma factoría “Choele” es una brisa fresca que renueva la esperanza en la mirada de un niño que tiene todo un mundo por descubrir.
En su segundo largometraje, los realizadores Franco Verdoia y Pablo Bardauil, (“Chile 627”, Argentina 2006) construyen una película de separación, si, de separación, porque si hay un género romántico meloso para contar los idilios y pasiones, también hay uno sobre “desromances”, que termina virando hacia un universo de tensión y misterio impensado para los climas con los que había iniciado. En “La vida después” (Argentina, 2015) hay dos historias que se cuentan desde el momento en que Juana (María Onetto) le pide a Juan (Carlos Belloso) la separación. Después de muchísimos años de casados, de poder congeniar su vida profesional y amorosa juntos, han llegado a un momento de relacionarse entre sí más por inercia que por otra cosa, y que aparentemente este dato, no menor, es omitido por Juan (Belloso). Después del pedido de separación inicia la película 1, la centrada en Juan y en su proceso de duelo, mudanza, y de larga agonía tras encontrarse comenzando de nuevo su vida, casi sin dinero y con una necesidad corporal y sexual que le urge y que lo lleva a cometer algunos actos que ni el mismo pensaba. Esta “película” sobre el amor después del amor, es una película oscura, silenciosa, con largos planos en los que nada pasa, pero que sirven de cimiento para el torbellino que sucederá en la segunda parte. Un acontecimiento hará que Juana, inicie la segunda historia dentro de “La vida después”, una en la que la ausencia de Juan le duele mucho, quizás más de lo que ella imaginaba y pensaba, pero también una en la que la información que comienza a llegarle sobre su expareja le resiente el presente. ¿Con quién estuvo casada? ¿Qué hacía a sus espaldas? ¿Con quién pasaba el tiempo que no estaban juntos? Pero curiosamente, y allí radica la habilidad de los directores, estas preguntas también son sentenciadas por Juan al vacío, cuando detecta, o cree en su interior, muy profundamente, que su mujer tiene un amante y que por este lo ha dejado.La muerte como bisagra, la separación inesperada como punto de partida para narrar algo que se viene ocultando entre dos seres que en el fondo nunca terminaron de conocerse. Hay personajes secundarios, la mucama, de ambos, el amigo de la universidad que vuelve para seducirlos, y un fuera de campo ominoso en el que el pecado y la noche, los vicios, y la sexualidad a flor de piel necesita cristalizarse en la pareja. “La vida después” abruma, y también duele, porque habla de un estado de absoluto desconocimiento entre seres. Entre personas que se aman profundamente, porque del amor que se tienen y tendrán nadie duda. Hay un trabajo también sobre los protagonistas hacia afuera de la pareja que permite reflexionar justamente en cómo en el retraimiento familiar algunos son de una manera y hacia afuera son otra cosa completamente diferente. Juana, así, para el afuera, y particularmente en su trabajo en la TV es una déspota intolerante. Juan un hombre que necesita constantemente la aprobación del otro para hacer las cosas, y en la sinergia entre ambos sale perdiendo. O es ella la que pierde. Vean la película para decidirlo.
Puede parecer un dato menor, pero cuando todavía se produzcan películas que analicen el desarrollo humano desde su vocación por dañar al otro, someterlo, vejarlo, podremos seguir vislumbrando la esperanza de esclarecer hechos oscuros que nos siguen repercutiendo a pesar del correr de los años para saber hacia qué lugar no hay que volver. “Crimenes Ocultos” (USA, 2015), de Daniel Espinosa, adapta el best seller de Tom Rob Smith y enmarca la acción en la Rusia comunista a principios de los años cincuenta en la que la muerte, el hambre y la desidia eran cosa común para aquellos alejados al régimen. Cuando el agente Leo Demidov (un impresionante Tom Hardy) decide dejar de colaborar con el gobierno y desatender a la última misión de búsqueda y persecución que le asignan, el filme comienza con una vorágine de violencia en la que el escape y la búsqueda de un misterioso asesino de niños solitarios serán el vector de una narración a la vieja usanza que prima los climas y las atmósferas por sobre la acción. No es que en este drama bélico el combate esté ausente, todo lo contrario, la primera escena es una recreación vívida y verosímil de uno de los últimos enfrentamientos, con sangre, armas, tiros y toda la parafernalia que el cine actual puede utilizar, pero rápidamente Espinosa decide virar el filme hacia los conflictos personales y particulares de los protagonistas, que más allá de intentar seguir en el buen camino, serán amenazados por el ejército constantemente y verán cómo sus decisiones pueden afectarse aún sabiendo qué es lo que deben hacer. Leo (Hardy) recibe la indicación del Mayor Kuzmin (Vincent Cassel) de entregar a una espía, una mujer, que no termina siendo otra que la propia mujer del agente (Noomi Rapace). Al negarse a hacerlo, a investigarla, a dudar de ella, y menos cuando se entera que está embarazada, es expulsado de las fuerzas y enviado a una lejana localidad en la que el rango militar que le otorgarán es el menor. Así Leo y Raisa (Rapace) verán como todo el mundo le da vuelta la cara, aún sabiendo que el siempre fue uno de los pilares de la comunidad. Pero además del sufrimiento de la pareja habrá el regodeo con su caída por parte de Wasilij (Joel Kinnaman), un agente que siempre compitió con Leo y que de su derrota sabe que puede hacer su propio triunfo. Exiliado, expulsado, abandonado, deberá rearmarse bajo las órdenes del General Nesterov (Gary Oldman), a quien expondrá un misterioso caso de desapariciones y muertes de niños solitarios, en su anterior lugar de vivienda y en el actual. Así, y realizando un pacto con su mujer, de quien desconfía, más luego de la sombra que el ejército dejó sobre ella, decidirán volver a su vieja ciudad para descubrir el paradero del asesino y así intentar, de alguna manera, recuperar el status que poseía él y liberarla a ella. Espinosa narra de una manera épica, con sublimes tomas aéreas (que otorgan amplitud a la cada vez más cerrada y claustrofóbica trama), gran recreación de epoca y una dirección actoral en la que cada uno de los personajes es una oportunidad para otorgar una clase de actuación. Hay escenas que impactan, peleas que duelen, y sobre todo hay una empatía con Leo instantánea, principalmente gracias a la interpretación de Hardy, un camaleón que se mete de lleno en Leo, un huérfano que pudo superar sus miserias y que necesita, o cree, del poder para afirmar su verdadera identidad. “Crímenes Ocultos” analiza la sociedad desde una visión cosmogénica en la que la banalidad del mal permite y posibilita que un ser totalmente inofensivo termine dañando a otro, o en este caso a 44, en una época en la que la traición y la honestidad no eran moneda frecuente. De visión imprescindible, detrás de su venta como blockbuster de época, hay mucho más que lo que se pueda imaginar, logrando captar la atención del espectador desde el primero al último de los minutos de metraje.
Es curioso que pese a un cast con grandes nombres provenientes del cine y la tv como Jennifer Carpenter, Rufus Sewell y Colm Meaney, o el relevo de jóvenes actrices y actores en papeles protagónicos nada logre levantar el interés de una cinta como “Donde se esconde el diablo” (USA, 2014). Hay algo de ya visto, ya temido, ya pensado, ya expuesto, que pese a que claro está que “todo ya fue dicho, filmado, escrito” bien se podría haber pensado en alguna vuelta de tuerca para generar el interés en un producto, que pese a las intenciones de su director Christian E. Christiansen (con el antecedente de haber sido nominado al Oscar en el rubro mejor corto de acción, y una larga trayectoria en diferentes posiciones en la realización y producción) nunca se puede construir un verosímil que pueda sostener la propuesta. devil_2_ew Claro que se puede decir que nada más inverosímil que un filme de terror, pero cuando las premisas de la historia son claras, y luego la narración acompaña la idea, nada sería tan difícil como contar el “cuento” que se decidió desde un inicio. En “Donde se esconde el diablo” la historia comienza con un flashback en el que seis niñas nacen el sexto día del sexto mes de diferentes madres en una pequeña y devota aldea Amish. Aparentemente en la anécdota del múltiple y simultáneo nacimiento hay una vieja profecía que indica que en su cumpleaños número 18 una de las niñas se convertirá en la ayudante del demonio y arrasará con quien se acerque a ella. En el presente las jóvenes se muestran con ganas de superar la barrera que les impone la religión y tradición menonita, pero nadie igualmente, excepto Mary (Alycia Debnam-Carey) seguirá creyendo en la maldición que supuestamente pende sobre ella y sus amigas, a pesar que es la única del grupo que constantemente posee alucinaciones que no hacen otra cosa más que indicarla como la “elegida” por el diablo. devil_3_ew Su padre (Sewell) es condescendiente con ella, pero su madrastra (Carpenter) intenta a pesar de todo seguir controlándola y mantenerla dentro de las tradiciones y cultura amish. El reverendo del pueblo (Meaney) hostigará a las jóvenes, y se convertirá, para el espectador, en el principal sospechoso de las muertes de cada una de las jóvenes que se sucederán en los días previos a que cumplan 18. Todos es predecible, todo es filmado de manual, hay un aire a telefilme clase B de los años ochenta del siglo pasado que atraviesa y trasciende la propuesta, y que nunca puede separarse del producto barato en el que termina convirtiéndose. “Donde se esconde el diablo” es una película mala, olvidable, una de esas que ni aún no habiendo nada para ver merece un minuto de atención, y eso que con el elenco, premisa y lugar en el que se eligió desarrollar la acción podría haber terminado en algo mucho mejor que lo que finalmente se muestra
Pocas veces una figura del deporte argentino despertó tanto interés y generó tanto revuelo en la prensa y los medios de comunicación como Oscar Natalio Bonavena, más conocido como Ringo Bonavena. El boxeador fue un adelantado a su época, que trabajo el concepto de “mediático” cuando aún no existían programas de “chimento” ni realitys para exponerse y generar fama inmediata y efímera y salir en la prensa amarilla a fuerza de escándalos. En “Soy Ringo” (Argentina, 2014) de José Luis Nacci el mito del boxeador argentino es revisitado a partir de los testimonios de gente que lo conoció, familiares, cronistas y fanáticos que hablan de su figura y lucha dentro y fuera del ring, su trascendencia más allá de nunca haber ganado un título mundial. El director incorpora a partir de imágenes gráficas, grotescas, muchas de ellas en blanco y negro, el relato cronológico de su auge, sus peleas y hasta la participación dentro de la cultura popular, con archivo mediatizado de programas cómicos y también de sus combates, pero también le brinda gran parte del metraje a su sorpresiva muerte. Verborrágico, provocador, calentón, Ringo pasó gran parte de su vida dedicándose al profesionalismo de su lugar como estrella. Nada hacía suponer, mucho menos a sus conocidos, que un día siniestro de 1976, en un burdel de Reno, Nevada, Estados Unidos, la carrera se truncara imprevistamente. Tan sorpresiva, traumática y contundente que cuando la noticia llegó muchos se pensaron que era una nueva estrategia de prensa e impacto. Nacci bucea en esas sensaciones, que a partir de la oralidad del relato se construye una imagen sobre el momento muy contundente. Quizás con una narración en off que no transmite mucho, el peso de la fuerza de la narración. “Soy Ringo” funciona como relato de archivo documental para recuperar el mito. Cada escena que se incorpora a la narración, episódica, dramática, emotiva, suma a la fuerza y a la totalidad de la propuesta. Pero cuando se comienza excesivamente a narrar en off (uno de los principales errores de la película) algunos detalles, como los relacionados a su muerte, que supuestamente son la apuesta de la película, peca de ingenua. Si bien se sabe que el asesino de Bonavena fue un agente de seguridad llamado Brymer, que funcionó como sicario de Joe Conforte, dueño del prostíbulo (por la relación del boxeador con Sally, la esposa del mafioso), la riqueza de la propuesta está más relacionada a lo que no tiene que ver con la muerte que con lo que sí, sus intervenciones con Pepe Biondi en la tele, sus conferencias de prensa, sus bromas a Muhammad Alí. “Soy Ringo” es un acercamiento a la figura del boxeador que atrapará la atención de los que aún no conocían su mito, pero que pecará de excesos para aquellos que buscan respuestas profundas sobre el misterio de su muerte y su figura.
La mujer bicentenaria Adaline (Blake Lively) tiene un secreto, y para evitar entrar en detalles, vamos solo a decir que por un milagro “natural” ella quedó tal cual a sus 25 años y nunca más envejeció. Pero en realidad, Adaline en la actualidad es una mujer de casi 100 años, que sigue desandando sus pasos para evitar ser descubierta por la gente que la rodea y ser tratada como un fenómeno de feria. Este es el plot de El secreto de Adaline (The Age of Adaline, 2015), de Lee Toland Krieger, un film romántico que explota su lado fantasioso para llegar a un público más amplio, y que se regodea con las peripecias de su protagonista por seguir manteniendo oculto el misterio que la ha mantenido intacta físicamente a pesar del paso del tiempo. “Tenés que decirle a la gente”, “tenés que amar a alguien nuevamente”, son algunas de las frases que llamado tras llamado de su hija (Ellen Burstyn) se reiteran en los oídos de Adaline, pero ella está cansada, tal vez ese detalle por el que miles de mujeres pagarían millones de dólares la retrae y angustia cada vez más. El secreto de Adaline es una película correcta, bien actuada y filmada con sobriedad y estilo (tomas aéreas, planos generales, etc.) que pudiendo potenciar el “realismo mágico” que la funda (como lo hizo, por ejemplo El curioso caso de Benjamin Button), decide transitar seguro por el camino del drama romántico, deteniéndose en aquellos detalles más ricos y perturbadores sobre el pasado de la muchacha y no sobre su extraño padecer. Historia que bucea en los giros del destino y las decisiones que marcan a fuego la supervivencia de los más débiles (inteligente la explicación de la fortuna de Adaline como inversora), El secreto de Adaline es una intensa historia que narra las desventuras de una mujer que sólo intenta superar un misterio que la envuelve y que la obliga a ser una prófuga pese a su deseos de amar y mostrarse tal cual es al mundo entero.