A veces es muy fácil pensar un producto para la pantalla grande utilizando recursos, temas y estrellas de la TV. No siempre el resultado no es el mejor. En el caso de “No se aceptan devoluciones” (USA, 2013), de y protagonizada por Eugenio Derbez, la ecuación es positiva, siempre y cuando uno busque sólo unos momentos de entretenimiento y una reflexión sobre la exposición de los inmigrantes en Estados Unidos. En “No se aceptan…” a Valentín (Derbez) un mujeriego patológico ya ni se le ocurren mentiras para engañar a cada una de las mujeres con las que flirtea. Su accionar lo ha llevado no sólo a vestirse ridículamente sino también a comportarse como un eterno adolescente sin importar el mal que le haga a cada una de sus conquistas. Todas sus “víctimas” caen en la red de falacias con las que siempre consigue lo que quiere, y luego de eso, pues todo a la basura y al olvido. El “yo te llamo” como motor de vida e impulso de toda acción marcan una primera etapa de la película. Todo es risas hasta que un día algo cambia esta improvisación eterna, una mujer norteamericana, Julie (Jessica Lindsey) se le aparece luego de unos años con una niña en los brazos asegurándole que es su hija y que debe hacerse cargo de ella. Luego de la fuga de la mujer se irá a pie a buscarla al país vecino para “devolvérsela”. Si bien el planteo ya ha sido probado y consumido en muchas oportunidades (“Tres hombres y un bebé”, “Igualita a mí”, etc.) lo interesante de esta nueva propuesta es la inteligencia del cómico para utilizar una comedia como mecanismo de construcción de verosímil de una realidad que cada día suma más personas, la de los ilegales en Estados Unidos. La cinta vira en varias oportunidades de registro, pero es en el impulso encontrado a través de la explicación de la situación personal de Valentín como ilegal en USA y de los esfuerzos sobrehumanos en su intento de poder ofrecerle a su hija (Loreto Peralta, toda una revelación) lo mejor de este nuevo mundo en donde se apoya su directa identificación con el público (no por nada “No se aceptan devoluciones” es la comedia de habla hispana más taquillera de los Estados Unidos). Trabajando como STUNT arriesgará diariamente su vida, todo por poder armarle un universo mejor a Maggie (Peralta) hasta el punto de inventarle una realidad paralela sobre su madre y sobre cómo ella sigue presente, a través de ficticias cartas en las que Julie (Lindsey) se convertirá en la mujer más aguerrida y aventurera de todos los tiempos. Predicción que se completará cuando Julie reclame la tenencia de su hija luego de varios años de ausencia. Derbez trabaja con tópicos como la crianza, la educación, la vida de una familia monoparental, en algunos momentos de manera estereotipada y con muchos clichés, pero que en el combo total de la apuesta suman, no restan. Si bien el resultado final no es el mejor, hay que reconocer que en la apuesta a una comedia clásica, en cuanto a narración y dirección, es interesante el poder asistir a un espectáculo fílmico que siempre estamos acostumbrados a verlo hablado en inglés y que en esta oportunidad brinda la opción de un producto industrial con identidad propia.
En aquellos lugares en los que no pasa nada, generalmente, termina pasando mucho, mucho. Y sino ahí tienen a los protagonistas de “La ley del más fuerte”(USA, 2014), de Scott Cooper, en uno de los dramas intimistas más logrados de los últimos tiempos y que sin respiro ahogan todos los anhelos de posibilidad de algo mejor que alguna vez tuvieron. Russel (Christian Bale), es un luchador en todos los sentidos, día a día se esfuerza por progresar y llevar adelante su familia, pero todo se le hace cuesta arriba con un padre a punto de morir, un tío que lo acompaña en lo que puede (Sam Shepard), una novia (Zoë Saldana ) que le aliviana su existencia en parte (pero que en un momento clave de su vida lo abandonará) y un hermano menor, Rodney (Casey Affleck), que es todo un problema, ya no puede con todo. En su trabajo rutinario, básico, en una fundición, pone su pasión, porque en ningún otro lugar puede demostrar su verdadero valor, y pese a esto, el desorden de su cabeza hace que esté fuera del lugar, no porque intente escaparse o evadirse, sino porque el peso del grupo familiar lo supera. A pesar que sus actos son nobles y que nunca se ha inmiscuido en nada turbio, salvo para negociar las deudas que Rodney contrae con un usurero (Willem Dafoe), un día su destino cambia al ser encarcelado por la muerte de dos personas en un accidente automovilístico. Pese a esto, estoico, asume su culpa y logra que su entereza lo mantenga en la cárcel a fuerza de bajar la cabeza y de la esperanza que las visitas de su hermano le dan. Al salir luego de un par de años, y con algunos cambios como el fallecimiento de su padre y el abandono de su mujer (se va a vivir con el comisario del pueblo, interpretado por Forest Whitaker), su ausencia provocó que Rodney se entremezclara con Harlan DeGroat (Woody Harrelson), un mafioso dealer que organiza peleas callejeras y vende drogas en los suburbios del pueblo. Y hasta allí irán Petty (Dafoe) y Rodney para lograr en una última contienda saldar deudas siderales que contrajo el joven, pero nunca regresarán, por lo que Russel iniciará una búsqueda desesperada inmiscuyéndose en los turbios escenarios en los que DeGroat (Harrelson) construye su imperio de miserias. La construcción de los personajes, los escasos diálogos, como así también la elección de las locaciones, áridas, despojadas, casi minimalistas, generan una empatía a fuerza de pena que interpela rotundamente a los espectadores. El ritmo, lento, con digresiones que van preparando el camino para esa suerte de venganza irracional que Ruseel intentará llevar a cabo junto a su tío (Shepard), habla de la habilidad de Cooper por construir un discurso potente acerca de la imposibilidad de desarrollo en un pueblo fantasma y las determinaciones de acción sobre esto. De esos lugares en los que todos se conocen y a pesar de eso se intentan esconder verdades que duelen, que marcan a fuego las repercusiones (generalmente negativas) en los demás y que corrompen aquellas esperanzas de poder cambiar de vida y emigrar hacia un lugar mejor habla este filme, erigiendo un contundente relato sobre la América profunda, esa que no se muestra en el cine comercial y que apoyada en las majestuosas interpretaciones de sus protagonistas (todos ellos, no hay uno solo que desentone) hacen de “La ley del más fuerte” uno de los estrenos del año.
El disparador de “Mujeres con Pelotas” (Argentina, 2014) fue el trabajo que el grupo “Las Aliadas de la 31” venían realizando en el potrero de la Villa 31, y es por esto que Ginger Gentile y Gabriel Balanovsky, directores del filme, a través del registro de este grupo pueden hablar de la discriminación y disparar no sólo temas obvios de género, sino también otras cuestiones como la misoginia y el racismo, presentes en esta actividad deportiva. A través de imágenes capturadas con una cámara que contempla, en vez de juzgar, y de la utilización de entrevistas a especialistas (periodistas, sociólogos, entrenadores, etc.) se va hilvanando una historia que refleja las miserias y luchas constantes detrás del fútbol femenino, un deporte que, más allá que en otros países con menos tradición y pasión por la redonda ha alcanzado un grado de profesionalismo inusitado, acá aún depende de la voluntad y ganas de sus miembros. En el contraste entre la palabra y la acción (en el potrero), el discurso que se va logrando es verdaderamente intenso, porque más allá que, por ejemplo, voces autorizadas como las de Víctor Hugo Morales y Gastón Recondo puedan ofrecer su visión sobre este deporte (antagónica por cierto), en las habilidades que van demostrando en la pantalla algunas de las jugadoras y en la lucha constante por lograr respeto dentro y fuera de la cancha se va armando una verdad indiscutible. “Las Aliadas de la 31” practican todos los días, pero deben pelear para poder utilizar la cancha. Mientras ejercitan son “invadidas” por los hombres, que más allá que las ven a diario jugando partidos, aún no las reconocen como pares. El potrero es un campo de batalla y la guerra de sexos se pone al día entre vestuarios y camisetas coloridas. Y en algunas ocasiones también puede transformarse en un cuadrilátero de contienda entre punteros y organizadores sociales. Laura, una de las integrantes del grupo afirma que lo más difícil de la actividad es derribar prejuicios: “no respetan a las mujeres” y esto no sólo en su ámbito, si hasta Recondo dice algunas frases sobre la superioridad del hombre por la mujer que dan vergüenza: “no lo dice el fútbol, lo dice cualquier disciplina” ó “se acercan pero nunca igualan”. Quizás al ver la película, y luego de entender que hay determinadas exigencias con las que deben cumplir las mujeres (principalmente relacionadas a la crianza de los hijos y tareas domésticas) y aun así y todo se esfuerzan diariamente para lograr las metas dentro del espacio de juego esos prejuicios sean superados. La película es un espacio de debate casi tan importante como el de la práctica, pero quizá algunas limitaciones de producción o su esquema narrativo simil documental de televisión le juegue en contra. Lo que sí es interesante es la utilización de algunas imágenes de archivo que refuerzan el sentido de denuncia de “Mujeres…”. En algunos tapes antiguos del programa de Gerardo Sofovich en el que mujeres hacen jueguitos en vivo el conductor dice: “acá la mujer no será tratada como objeto” y a continuación un pequeño recuadro en el margen superior derecho de la imagen mediatizada que muestra un inmenso trasero femenino. “Mujeres con Pelotas” derriba algunos mitos y prejuicios en cada pelotazo, a fuerza de imágenes detalles de las gambeteadas y los cuerpos que recorren los espacios en los que diariamente se intenta que el fútbol femenino sea reconocido y remunerado como corresponde.
Mujeres al borde de un ataque de nervios Algo de lo ya visto y que intenta ponerse al día con algunas de las más probadas fórmulas de la nueva comedia americana, es lo que intentó hacer Nick Cassavetes en ¡Mujeres al ataque! (The Other Woman, 2014), que por momentos funciona y por momentos no. El problema principal del film radica en partir de una premisa misógina para terminar construyendo una película machista y con un mensaje retrógrado: apliquemos la ley del talión. La idea de tres mujeres engañadas por un mismo hombre (Nikolaj Coster-Waldau) que terminan conociéndose entre sí, que se aceptan y luego arman un plan de venganza contra éste, es no sólo cavernícola sino que contradice el feminismo y desprejuicio con el que se intenta venderla. Todo comienza cuando Carly (Cameron Diaz) comienza a sospechar sobre su novio Mark (Nikolaj Coster-Waldau). Hay algo que le huele mal en cada una de las excusas que le pone para no verla, y esto a pesar que su secretaria (Nicki Minaj) y su padre (Don Johnson) la persuaden a que no haga nada y que deje de pensar en boicotear la relación. Sin escuchar a nadie, un día se presenta en el domicilio de Mark y descubre que está casado con Kate (Leslie Mann) hace muchos años y si bien le pone alguna excusa, intentando regresar a su vida normal, con su ego bien por el piso, y tratando de olvidarse de aquel hombre por el que estaba apostando en una relación más que avanzada, le será imposible porque Kate (Mann) intentará a toda costa entablar una relación de amistad con ella, más allá del odio en primera instancia. Hasta ese momento asistiremos a algunos gags dignos de la mejor comedia física (Kate resistiéndose a ingresar al automóvil es desopilante), con una impecable actuación de Mann, que le roba a Díaz el protagonismo, y una dirección simple que esboza la diferencia de mundos escogidos por Mark en el caso de las mujeres. Por un lado Kate será la personificación de la sumisa ama de casa, que dice que sí a todo y que encuentra en el comprar alimentos su objetivo de vida. Por el otro lado estará la ambiciosa abogada Carly, capaz de competir directamente con Mark en cuestiones de dinero y de llevarse el mundo por delante con el eslogan “las personas egoístas viven más” como caballito de batalla. Pero Cassavetes fue más allá, y en vez de enfocarse en la interacción de opuestos (entre Carly y Kate), que hasta el momento funcionaba -una suerte de El insoportable (The Cable Guy, 1996) de hace algunos años- redobló la apuesta con la incorporación de Amber (Kate Upton), una voluptuosa joven a la que sólo le interesa el sol y el alcohol y con quien Mark engaña a Carly y Kate. Allí comienza otra película, una centrada en una venganza tan ridícula que desembocará en el descubrimiento de ciertos desfalcos económicos que Mark viene haciendo en nombre de Kate en las empresas fantasmas puntocom que maneja. La exposición de las mentiras de Mark a quien haga falta y un plan que incluye laxantes y cepillos de dientes babeados por un perro para ridiculizarlo hacen que un arranque prometedor termine en tedio. Es que estas mujeres al borde de un ataque de nervios engañadas, con una apertura mental que permite que se acepten entre sí cambian el registro de una comedia que podría haber sido más que “El club de las engañadas” para protagonizar una comedia sobre la amistad de tres seres completamente diferentes que sólo buscaban un poco de amor y el adúltero nunca se los había dado.
En la secuela de la nueva era Muppets/Disney bien se podría haber buscado una continuidad en la historia iniciada por Jason Segel, pero prefirieron, bajo la tutela de James Bobin, homenajear no sólo a clásicos musicales de la era de oro Hollywoodense, sino también, a las principales ciudades del mundo en medio de una historia de intriga y misterio, y salen ganando. “Muppets 2: Los más buscados” (USA, 2014), una bizarra adaptación de Príncipe y Mendigo forzada, hace que Kermit sea reemplazado por el villano Constantine, una rana que difiere sólo en la bondadosa rana por una horrible verruga en su cara, y a partir de ese “cambio” arma toda la dinámica de la acción. Alentados por Dominic Maloruin (Ricky Gervais) el grupo de Muppets aceptará realizar una gira mundial que en realidad tendrá como objetivo robar los museos aledaños a los teatros en los que actuarán y reemplazar a las ranas luego que Constantine (rana mala, muy mala) se escape de prisión. Y en esa simple confusión, y el saber y no saber de los personajes, se construye una comedia entretenida y ágil que se detiene en detalles musicales sobre algunas acciones con la participación de estrellas de renombre (muchos cameos) que legitiman el discurso. “Muppets 2…” es una película sobre la amistad y la pasión, pero también sobre el control y como éste se termina flexibilizando. Kermit estará en un Gulag ruso, con la déspota Nadya (Tina Fey) a la cabeza, y mientras el recibe órdenes por parte de ella el grupo verá con buenos ojos la no intervención de parte de Constantine en las decisiones del espectáculo. Si anteriormente Kermit ponía límites a las actuaciones, dentro de la anarquía que viven en el presente, cada entrañable personaje podrá cumplir sus sueños y anhelos más profundos dentro del mundo del espectáculo: Peggy cantará con Celine Dion, Animal realizará un solo de batería de más de dos horas, y hasta Gonzo podrá terminar su acto con toros en escena, entre otros. Y mientras asistimos a números musicales y a imágenes de las ciudades, todo comenzará a cambiar cuando Águila comience a hilvanar la extraña coincidencia entre los actos de los Muppets y los robos. Águila no estará sólo, al ser una gira mundial, la interpol también tendrá injerencia, haciendo entrar en escena a Jean Pierre Napoleón (Ty Burrel) construyendo entre ambos una dinámica que se plasmará en bromas al mejor estilo slapstick y gags que ridiculizarán el accionar de los investigadores (de antología el interrogatorio cantado que protagonizan). La polarización de la bondad/maldad entre los grupos (los malos son muy malos, o al menos intentan serlo, terminando por ser ridículos), el reconocimiento de particularidades y estereotipos, como así también la continuidad de historias que hacen a cada uno de los Muppets (el romance eterno entre Peggy y Kermit) hacen de esta aventura un entretenimiento universal, aunque eso sí, más para grandes que para chicos. A cantar y bailar con nostalgia.
Hay algo de mucho goce desde el arranque en “Tres días para Matar” (USA/Francia, 2014), en eso de descubrir la faceta ruda de un actor que hace tiempo que quiere volver al estrellato, y también en la parte de descubrir estereotipos que en el placer de género siempre nos atrae. Detrás del cóctel de acción, humor, romance y dinamismo está McG, alguien que desde que puso por primera vez un pie en el mundo del cine supo llamar la atención; y en “Tres días…” no hará omisión a su capacidad de innovar y llevará a Kevin Costner hasta un lugar extremo, algo que no vimos en el veterano actor desde los tiempos de “Danza con Lobos”. Si bien en su trama es similar a muchos recientes filmes de acción, en esto de la épica búsqueda desesperada de un objetivo: “Taken”, “Escondido en Brujas”, la inédita “Erased” y más allá en el tiempo en filmes como “Búsqueda Frenética”, su manera de contar nuevamente la historia con un tratamiento particular de la imagen y una explosión de música, es uno de los rasgos que destacan y que hacen que su propuesta sobresalga. Con guión y producción de Luc Besson, la película se centra en Ethan Renner (Costner) un agente de la CIA, de esos con peligrosas y ultrasecretas misiones, que al detectársele un cáncer terminal realiza un balance sobre su vida personal (desastrosa por cierto). Mientras piensa en cómo solucionar sus problemas con su esposa (Connie Nielsen, alejada de la frialdad de Meredith Kane de “Boss”, el antecedente a HOC) y su hija adolescente (Hailee Steinfeld) y transmitirles de la mejor manera su pronto y rápido deceso (obviamente Besson no le iba a otorgar más de cinco meses de vida) aparecerá una misteriosa miembro de la CIA que lo contratará para que asesine a Lobo (Richard Sammel) y su secuaz Albino (Tómas Lemarquis). El anzuelo para aceptar este último trabajo será no sólo el dinero, sino, una droga experimental que podrá cambiar su destino, pero hasta que la “salvación” de ese factor externo que lo vulnerabiliza y que impide que termine de “atrapar” a los malos (siempre que está a punto de agarrarlos una recaída lo pone en una condición de inferioridad) deberá pasar por estados que McG narra con cámara en mano, movimientos apresurados de escena y deformación de los márgenes. En la promesa de salvación además estará la afirmación que Ethan necesita sobre su “mortalidad”, porque hasta entonces se veía como un ser invencible, una suerte de superhéroe solitario, que a fuerza de balas conseguía sus metas. Enfermedad mediante y situaciones particulares con su hija y mujer, como así también con aliados temporales que conseguirá, pienso en Mitát (Marc Andreóni), un hombre sometido por su mujer, que ayudará a Ethan principalmente en temas relacionados a Zoey (Steinfeld), su inmortalidad se desvanecerá. La paternidad, el matrimonio, la tentación, la transformación, algunos temas que Besson trabaja con digresión y calidad a los largo de los 115 minutos que dura “Tres días…”, y que con humor y guiños hacen mucho más dinámica esta sangrienta persecución, a pie y en automóviles, en un París lleno de lugares comunes (la noche, la torre Eiffel, las pequeñas calles), tantos como ya había desparramado en “Una Familia Peligrosa” pero con Italia como escenario. También sobre el multiculturalismo se habla en esta cinta de acción, porque si vamos a hablar de ciudades, nada más multiétnico que el París actual, representado en aquella familia de origen senegalés que ocupa su departamento mientras el no está, y que terminan ablandando dura caparazón anti relaciones humanas de Ethan y estructuran en episodios la película. Una cinta de género para disfrutar y estar atentos a los miles de guiños cinéfilos (adoración absoluta por esa “recreación” de la escena triunfal de “The Bodyguard”) y referencias a la cultura popular (el “I don’t care” de Icona Pop como ringtone quebrando la tención y marcando el punchline) que no hacen más que demostrar el buen momento del cine de acción y de Besson como tutor de productos, que en directores como McG y actores como Kevin Costner, elevan la apuesta bien alto. Vertiginosa
La amenaza de lo siniestro Algo que se gesta lentamente y que atrapa a sus protagonistas (y al espectador) es lo que logra Martín Desalvo en "El día trajo la oscuridad"(Argentina, 2013), un perturbador filme que en sus silencios construye una entidad y universalización de su historia como pocas veces pasó con el cine de género nacional. En una localidad del Sur Argentino, sin identificar (otro rasgo más de su universalidad), los rumores sobre una epidemia que afecta a jóvenes mujeres se propagan tan rápido como el mal. Sobre aquello que no se dice, eso que sólo los adultos de la película hablaran, aunque permanezcan ocultos y fuera de plano, se irán tejiendo suposiciones que sólo harán que Virginia (Mora Recalde) sea atraida aún más a su prima recién llegada (Romina Paula) y a las alucinaciones que le genera. Aprovechando, como ya lo hizo Lucía Puenzo en Wakolda, la majestuosidad de los paisajes sureños, con profundos bosques de largos y eternos árboles, Desalvo creará atmósferas y climas enrarecidos, con tonalidades azulinas, que acompañarán la sugestión de algo ominoso que se gesta fuera de plano. En ese no saber qué pasa y en el acompasamiento de las acciones a través de una banda sonora ideal para el filme "El día trajo la oscuridad" erige un discurso enérgico y realista sobre la posible amenaza de un mal. Ese mal está latente, en aquellos planos que detrás de una puerta muestran pequeñas acciones cotidianas, pero que en cualqueir momento puede hacer explotar la enfermiza e histérica relación entre primas. La elección de encuadres y composición de las escenas, como así también la simpleza de algunos guiños al género, hacen de esta película un oportunidad para profundizar una vez más sobre lo siniestro. PUNTAJE: 8/10
De policías infiltrados y ladrones/narcotraficantes de medio pelo, en medio de una guerra campal, en un abandonado complejo habitacional, habla el filme “Brick Mansions” (Canadá/Francia, 2014), de Camille Dellamarre, remake del filme francés “Distrito 13” y que con mismo protagonista (David Belle) más Paul Walker arriba a los cines. La adaptación del guion corrió por cuenta de Luc Besson, un hábil hacedor de vertiginosas historias en medio de tramas policiales, y que en esta oportunidad se enfocó en los claroscuros que entre los bandos participantes siempre pueden entreverse, es decir, si bien hay un policía honesto, adiestrado, apasionado por su tarea, llamado Damien (Walker), en su personalidad la trampa como accionar para sacar provecho de algunas situaciones, también estará presente, de hecho, por algo se encuentra infiltrado en una organización mafiosa que trabaja dentro del derruido complejo estatal BrickMansions. En la vereda de enfrente estarán Lino (Belle) y Tremaine (RzA), uno más poderoso que el otro, pero que en el fondo sienten la necesidad de hacer algo por el lugar en el que viven, un abandonado fuerte en el que todas las promesas de lujo, confort y progreso se desvanecieron con el cierre de las cuentas gubernamentales que apoyaban el proyecto. El control de la violencia y la buena vida que prometía BrickMansions fue cambiado por inseguridad, miedo, delincuencia y marginalidad. Así y todo, algunos tienen proyectos, como Lino, que quiere erradicar el consumo de drogas duras, intentando crear una estructura que elimine por completo ese flagelo de la zona y el dominio de Tremaine de la actividad. Pero si para alguien desde dentro del lugar, como Lino, es difícil, peor se las verá Damien, cuando intente cumplir una indicación de sus superiores (desactivar una bomba) y que si bien se aliará con Lino para lograrlo, el objetivo final del policía rubio y de ojos claros (atención al trabajo sobre la otredad en la película) será uno muy personal, vengar la muerte de su padre en manos de Tremaine. Dellamarre narra con ampulosidad la simple trama enfocándose en dotar a las escenas de peleas, más allá de una coreografía específica, de grandiosidad a través de ralentíes y aceleramientos. Además de rápidos movimientos con los que refleja algunas acciones y que provocan un cinetismo que sólo afirma el espectáculo visual que Belle nos regala. Experto en Parkour, el actor posee una agilidad y adiestramiento que hacen que cada una de las situaciones en las que muestra su habilidad sea un espectáculo visual. Obviamente como toda película de acción habrá buenos buenos y malos malos, pero el trío protagonista escapará a esta clasificación, excepto los secuaces de Tremaine, que responderán a estereotipos bien marcados del género, y que claramente en su reconocimiento estará la entretención. Película de momentos visuales impactantes, más allá de la linealidad y lo básico de la trama, hacen de “Brick Mansions” un espectáculo que logrará mantener en vilo a aquellos que busquen un discurso claro y efectista. Si la idea es pasar un momento trepidante y vertiginoso, esta es la película.
¿Cuantas veces podemos asistir a ver una adaptación del clásico infantil de los hermanos Grimm Blancanieves? Las que sean necesarias, y más cuando en la búsqueda de una narrativa particular y específica un director intenta construir un discurso diferente y renovador. Esto es lo que pasa con “Blancanieves” (España, 2012) de Pablo Berger, película en la que el mito de la niña que termina salvándose al convivir con seres diminutos de las garras de su madrastra. El hallazgo del director es centrarse en los detalles que llevaron a la niña Carmen/Blancanieves (Sofía Oria/Macarena García) a escaparse de la mansión en la que vivía diarias torturas por parte de su malvada madre postiza (Maribel Verdú). Pero antes no era así. Todo cambió desde el momento en el que Encarna (Verdú) puso un pie en ella y engañó a todos. Aprovechándose de la invalidez de su padre (Daniel Gimenez Cacho), otrora uno de los mejores torero., y de la muerte de su abuela (Angela Molina), Encarna (Verdú) trata a Carmen/Blancanieves como a una sierva. Todos los quehaceres domésticos son realizados por la niña, y que a pesar de todo los realiza con la alegría que siempre la ha caracterizado. Carmen/Blancanieves posee un anhelo muy profundo y siempre sueña con que algún día su padre se recupere, razón por la que comienza a visitarlo a hurtadillas en su habitación. En una de las visitas, Encarna descubre lo que Carmen/Blancanieves está realizando y obliga a su amante a que la asesine, pero la niña logra escapar de sus brazos y huye hacia el bosque. Uno de los días es encontrada por unos enanos toreros en plena gira circense y se suma al grupo. A Carmen/Blancanieves le corre el taurismo por la sangre. Es algo innato en ella, por lo que rápidamente pasará de acompañante prófuga a ser la principal atracción del espectáculo. Pero un día Encarna percibe quién es la bella Blancanieves que toreará en la plaza mayor y ahí se desplegará su sangrienta venganza. En una manzana, tan amarga como el veneno que le colocó, Carmen/Blancanieves caerá en un profundo sueño, del que por más que intenten despertarla nada pasa. Lo novedoso del enfoque propuesto por Berger es narrar una vez más el clásico cuento incorporando la imaginería popular española relacionada a su música y al espectáculo de las corridas de toros. Además la elección de filmar en blanco y negro, con una bellísima fotografía, como así también de contar todo sin diálogos, a modo de old movie, en sus primerísimos planos detalles y una banda sonora plagada de coplas y flamenco, potenciarán la transgresión de la propuesta. Una nueva oportunidad para perderse en un filme mágico e hipnotizante.
Viviendo el sueño que nunca llega El mayor logro de El otro Maradona (2013) de Ezequiel Luka y Gabriel Amiel, es poder plasmar finalmente en la pantalla grande un homenaje a Goyo Carrizo, conocido como el segundo Maradona dentro del ambiente futbolístico, y desarrollar temáticamente la pasión por el fútbol. De origen humilde, como Diego, ambos se desempeñaron en ese semillero que fue Cebollitas y luego por algunos giros del destino Carrizo terminó siendo el que desde la TV vio cómo su compañero de equipo llegó al estrellato. Pero Goyo Carrizo nunca bajó los brazos, y a pesar que la suerte le robó la oportunidad que se merecía, la siguió peleando construyendo una estrategia en la que sobrevive buscando talentos futbolísticos y sosteniendo a la familia que armó. En El otro Maradona el anhelo de una persona es expresado con primeros planos de un rostro que sigue soñando, y en el detalle de ojos que miran lo que podría haber sido su vida pero no lo fue. Si bien en el arranque algunos clichés, como musicalizar el lugar en donde habita Carrizo con cumbia, pueden alejar al espectador, a medida que la narración avanza, y en primera persona, con el off de anécdotas y vivencias, todo cambia. En el film hay valores presentes que intentan pintar de cuerpo entero a Carrizo. Los tópicos como amistad, familia, religión, reunión, trabajo en equipo, liderazgo, luchar por lo sueños, son encarnados en cada una de las imágenes que los directores muestran. Esto se potencia con el relato nostálgico que el protagonista del documental realiza, y que en cada recorte de revista y diario que es guardado como un tesoro, y repasado por la cámara con pasión, hay una puesta en escena que intenta desentrañar algo más, el poder intentar, al menos, determinar si su carrera no logró despegar sólo por una cuestión médica (lesión en los meniscos) o si hubo algo más. Acompañando a Goyo Carrizo en cada una de sus acciones diarias es imposible que Ezequiel Luka y Gabriel Amiel no logren transmitir una pasión tan entrañable y popular como el amor por el fútbol. Carrizo vive para él y en cada gesto y tarea que emprende también se despliega otra historia dentro del documental: la de los sueños de miles de niños que intentarán lograr movilidad social con sus habilidades futbolísticas. Entonces El otro Maradona puede ser vista como un díptico, que por un lado muestra la vida y presente de un personaje que no pudo lograr su meta en el deporte y por otro la de miles de niños y jóvenes que intentarán meterse de lleno en el negocio del fútbol. Son pocos los “iluminados” con la habilidad de manejar la pelota como un Dios, pero esta historia demuestra que no sólo basta esa “virtud” para poder encarar una carrera futbolística dentro de las grandes ligas. Detrás de la historia de Carrizo hay millones de sueños, no sólo el suyo, de poder alcanzar objetivos, sea con la pelota, las artes, los cálculos y cualquier disciplina. En el añorar el progreso por encima de todo hace de El otro Maradona una historia universal, nostálgica y melancólica, que cala hondo principalmente por la profundidad de un relato entrañable por parte de su protagonista con el trasfondo de la pasión irracional e incondicional por el fútbol. Para ver antes del mundial.