LA RAZÓN QUE TE IMPULSA Nada mal para una ópera prima lo del brasilero Joe Penna, más conocido por ser uno de los youtubers más influyentes de su país, ya que parece saber manejar con solvencia todos los ámbitos del arte audiovisual y El Ártico así lo demuestra. Esta historia sencilla y lineal -en el buen sentido- de supervivencia, pero con toda la complejidad que significa sortear la situación de estar varado por accidente en tal clima hostil, nos presenta a un brillante Mads Mikkelsen que parece haberse acostumbrado a vivir dentro de un destruido avión, que lo tuvo tiempo atrás como piloto. No es que afirmemos que ama estar allí, pero prefiere la cautela, lo pragmático y metódico sin dejar de añorar ayuda, “pareciendo” moverse más a gusto dentro de ese circuito que lo resguarda. Un perfil psicológico que el film expone de lleno cuando en los primeros minutos del relato observamos cómo este hombre decide guardar ceremoniosamente la pesca del día en una heladerita de plástico o buscar a fuerza de movimientos de manivela una frecuencia de comunicación radial que lo auxilie. Ese comienzo manifiesta y justifica todo el accionar de su protagonista sin la necesidad de flashback alguno. Sin embargo, el desencadenamiento de una situación fortuita dentro de ese contexto, hará cambiar la perspectiva de este solitario y calculador sobreviviente que gana responsabilidad y un objetivo más apremiante, que lo determina a elegir un camino más ligero aunque esté lleno de dificultades. Y esto lo podemos afirmar en todos los sentidos del concepto. Aunque será precisamente ese halo de esperanza y lucha lo que hace replantearse y tomar coraje para romper esos metódicos parámetros que el personaje tenía, hallando la cuota necesaria para salir paradójicamente a la aventura de los peligros del exterior. El Ártico no cuenta con extenso lenguaje verbal porque tanto la gestualidad del cuerpo activo como el inhóspito paisaje ya hablan por sí solos y se agradece a Penna que pueda sostener esta concepción a lo largo de su relato que se afianza con el transcurrir del metraje. Aquí la crudeza es el testimonio principal, por eso vivimos las dificultades que atraviesa el personaje y sentimos ese cuadro gélido y polar que torna cualquier accionar como imposible. Pero el realizador, a través de su protagonista, nos incentiva a nunca bajar los brazos ante las adversidades, aunque guste de hacernos sufrir hasta los últimos minutos de su desenlace. Desde ese posicionamiento, la película ofrece el dramatismo necesario sin pecar de excesos y banalidades. Juega con un sinfín de emociones donde prevalece la voluntad y la solidaridad por sobre todos los momentos amargos y desafortunados. Por ello tal vez no sea una historia original dentro del subgénero de lucha, donde encontramos ciertas similitudes con el drama de los alpinistas en Everest (2015) o la trágica y famosa Viven (1993), pero se destaca a partir de la cuidadosa forma técnica y argumentativa que va hilvanando. Su fotografía, su puesta narrativa, así como la actuación de Mikkelsen -una de las más duras de su carrera, según el propio actor- que se pone el proyecto al hombro y nunca nos deja indiferentes.
EL AMOR DESPUÉS DEL AMOR Similar a la relación que mantuvieron Ana Bolena y Enrique VIII, un efímero amor mutuo que sostuvieron a lo largo de un año de los miles de días vividos en matrimonio, Boni bonita también -sin volcarse a ese extremismo histórico- mantiene algo de ese génesis de idas y vueltas e idolatrías platónicas o desamores vividos en el ocaso de una relación. Este primer proyecto del graduado en la Universidad del Cine de Buenos Aires Daniel Barosa, nacionalizado en Brasil pero de origen estadounidense, expone correctamente un drama atravesado por una década y dividido en cuatro capítulos situados en una misma locación veraniega: un caserón con pileta frente al río. Beatriz, interpretada por la siempre fresca Ailín Salas -cuyo portugués fluido hace referencia de sus orígenes brasileros-, aparece en el primer episodio como una adolescente de 16 años que vive en San Pablo, huérfana de madre y despreocupada de la vida. Beatriz es mostrada como una groupie musical que seduce a un cantante de rock treintañero casi famoso en esta coproducción argentina/brasileña. El primer relato es contado en un formato de 16 milímetros con las características típicas de estos dispositivos con manchas de emulsión y rayas. Tal vez para buscar cierto sentido del pasado y la nostalgia que marca el primer encuentro entre Beatriz y un Rogelio, más paternalista ante la diferencia de edad dentro de esa naciente “relación”. Estamos ante la unión de dos almas solitarias que comienzan desde lo prohibido al estilo Lolita, para desembocar en una evolución dual de reencuentros a lo largo de los años al estilo la trilogía de Antes del amanecer (1995-2013). Aunque en Boni bonita abunda más el tono intimista latino de los cuerpos, el silencio y las miradas que el romanticismo formal. La sigue una segunda parte con dos veranos de posteridad donde empiezan las primeras crisis, celos y engaños como, a la vez, un creciente “compañerismo” producto de los años compartidos. Un compañerismo insustituible y tóxico a la vez. Sin embargo el tercer acto, situado en un invierno lleno de melancolía, cuatro años después (y en contraposición a ese mismo escenario que estallaba de calidez y vibración liberadora tiempo atrás), encuentra a un Rogelio cada vez más avejentado y sin rumbo en la música. Un declive relacionado a la muerte de su abuelo y mentor musical como el abismo irreversible que atraviesa la pareja. Vemos cómo los protagonistas evolucionan de formas distintas con un quedado y solitario Rogelio que busca contención en el alcohol y otras mujeres que recuerdan el desenfado original de la Beatriz púber. Y por el otro extremo, Beatriz más madura con proyectos establecidos y sin la necesidad de auto-infligirse dolor como parte existencialista de su juventud. La autoflagelación da paso ahora a la aparición de múltiples tatuajes en la vida adulta de ella, como otra forma de recordar lo vivido. Una postura evolutiva que prosigue hacia la última entrega de este drama donde su director eligió diferenciar esta etapa con una filmación en formato digital para centrarnos a un presente más cercano. Con todos estos recursos, el director Daniel Barosa construye un drama simple pero interesante exponiendo los cambios internos de las personas con el pasar del tiempo y su exteriorización para con el otro, donde el tiempo tirano pesa más que los sentimientos atesorados. Aunque como dicen por ahí, el tiempo todo lo cura.
LA NUEVA ACADEMIA DE SEÑORITAS Con todo el prejuicio que conlleva analizar una remake de un clásico de culto, y encima de terror, como lo fue una de las propuestas más siniestras, exquisitas y psicodélicas del maestro Darío Argento, Suspiria, al tano Luca Guadagnino no le tembló el pulso en hacer propia -nunca mejor dicho- esta recreación. Algo similar a cuando Rob Zombie tomó entre sus manos la increíble Halloween de Carpenter para hacer un drama autoral de terror con una fascinante perspectiva. Señalar al director de la preciosa Llámame por tu nombre como un artista que “ama más que le digan cineasta” (como ha dicho el compañero Colantonio) que por su entrega en esta película, sólo es quedarse con una visión un tanto peyorativa y equívoca si sólo buscamos comparar esta remake con la carga simbólica y estridente de Argento. Claro que este último, no sé si por celos -algo que recuerda a George Romero- a quienes retoman sus obras cumbres, se refirió a Guadagnino como un buen muchacho que pese a todo había traicionado el espíritu de Suspiria. ¿Acaso los cineastas deben copiar plano por plano las antiguas obras? ¿Qué mejor que inspirarse libremente pero con resultados sostenibles como con esta Suspiria? Desde ya el film vino a instalarse para sembrar detractores y amantes ante una remake que presenta un cambio de registro sofisticado, y mucho más cercano a lo onírico que su antecesora de 1977. Y con esto no estoy diciendo que una sea mejor que otra; todo lo contrario, las dos son obras autorales diferentes que se valen por sí mismas. En esta oportunidad se deja de lado el giallo tan característico del estilo de Argento y la magia tétrica del Technicolor, que teñía las paredes con luces rojizas llamativas, y se ofrecen a cambio más oscuridad y espacios tenebrosos dentro de una prestigiosa academia de baile alemana. Guadagnino elige ubicar su película a mediados de los 70’s para contextualizar la historia en medio de una Alemania dividida y acechada por el terrorismo de la Fracción del Ejército Rojo. Nuevamente una joven bailarina americana (interpretada por una destacada y concentrada Dakota Jonhnson) viaja para estudiar técnicas modernas en el Viejo Continente. Guadagnino se encarga de profundizar un poco más en las distintas facetas pasadas de esta protagonista, oprimida en su seno familiar, y utiliza el recurso con algunos saltos de tiempo. Un personaje que parece no sospechar lo que ocurre a su alrededor a comparación de la Suzy de Jessica Harper, siempre asustadiza y en guardia que aquí tiene su merecido cameo. La nueva Suzy parece estar más interesada en resaltar y pulir su performance, hasta de confrontar su “visión técnica” a su experta profesora. Con este lúgubre clima perteneciente a la trilogía de las Tres Madres, Guadagnino establece de entrada quiénes son las víctimas y las malvadas para dar un giro inesperado y poco efectista en su tramo final. Un final que llega tarde y cansino, por el recorrido de sus extensas dos horas y media de duración, aunque la atmósfera creada es misteriosa y mágica durante el trayecto. Esta Suspiria es asfixiante a su estilo. Sabe exponer muy bien esos zoom y algunos travellings en 360 tan característicos del mejor cine de terror de la segunda década de oro: los 70’s. Algo que el español Paco Plaza supo hacer suyo con la excelente La posesión de Verónica. Y volviendo a Suspiria, entre las pocas y sorpresivas muertes en tiempo y forma -a comparación de la sabida ola de asesinatos de su predecesora, bien del patrón giallo-, se destaca una de las mejores escenas que guarda conexión con la belleza coreográfica de nuestra protagonista. Guadagnino guarda un subtexto en este film de empoderamiento femenino y político que necesita florecer en aquella Alemania oprimida. Como si aquella academia no sólo impartiera un saber artístico, sino de identidad donde lo sexual está muy arraigado en las danzas contraculturales. Además, el director sabe sacar jugo del reparto, no sólo de una “encasillada” Johnson sino también de la sublime Tilda Swinton, que ejerce con asombrosa naturalidad los papeles que representa, sumado a una naif pero complementaria Mia Goth y una poco explotada Chloe Moretz. En clave psicológica, pero un peldaño más oscuro que El cisne negro, la nueva Suspiria vino a plantar bandera para mostrar elitismo narrativo, climas lúgubres y bailarinas que gritan al unísono “aquí estamos nosotras empoderadas”. Bienvenidos a los espectadores si saben apreciar una mutación autoral que no busca comparaciones, sólo la entrega al disfrute a un nuevo terror refinado y evolucionado que busca reflotar al género. Y bienvenido sea el nacimiento de una trilogía que promete.
CINEMA PARADISO LOCAL Este documental pasional y de amor cinéfilo nos trae a Omar, un ex albañil devenido en comerciante de zapatillas que también maneja en paralelo su propio cine barrial en el tranquilo pueblito de Villa Elisa, Entre Ríos. Una humilde sala edificada con mucho amor, en primera instancia en parte del terreno materno del protagonista, es fruto del esfuerzo de casi cuatro años. Para Omar nada fue imposible. Bastaron sus propias manos, un entusiasmo admirable y el cariño que infunde en cada decisión con respecto a su proyecto personal: la construcción de su gran sala de cine. Ese cariño que traspasa la pantalla y emociona al más duro espectador por esa ternura y sencillez de un hombre ordinario y noble dispuesto a “crear cultura”. Lo que se diría una verdadera y disparatada gesta cinéfila. En Un cine en concreto, la realizadora Luz Ruciello logra con creces retratar a este personaje amante del séptimo arte y el cine argentino de los 60′. Un soñador que defiende estos espacios culturales para el pueblo y, en especial, para el disfrute visual de los niños; y que elige con amoroso cuidado y criterio las obras a proyectar en su especial cinemateca. Relatos, memorias, momentos simpáticos de la cotidianidad de Omar y su mujer quedan impregnados bajo la lente de la cámara de su realizadora en esta pequeña gran obra testimonial que sigue a Omar día a día. La sencillez, la honestidad y el factor emotivo son parte del microclima intimista que se percibe en el film con la naturalidad espontánea de sus personajes. Tal vez este producto sufra un cambio de formato y calidad de la imagen -meramente técnico y de salto temporal- a mitad de sus últimos 20 minutos, pero amalgama muy bien ese antes y después en la vida de Omar y el destino de su cine. Le otorga esa sensación casera -en el buen sentido- a un relato de un hermoso personaje a la altura del Alfredo de Cinema Paradiso, donde los obstáculos económicos no existen para desarrollar una pasión.
DRAMA POR SANGRE Un suceso basado en hechos reales hace 126 años puede aún seguir siendo un interesante relato contado desde otra perspectiva más dramática, opresiva y, por qué no, cuasi justificativa de eventos a posteriori. Este es el eje central de El asesinato de la familia Borden, que aprovecha para desglosar una historia criminalística cuya principal culpable quedó absuelta más por su status social de época que por falta de evidencias. Un evento que marcó a la opinión pública de Estados Unidos de finales del Siglo XIX pero que, sin embargo, en este film es resuelto a través de un drama dentro de una sociedad ultraconservadora y de autoritarismo masculino. Lizzie Borden -interpretada soberbiamente por Chloe Sevigny- es la hija menor y “solterona” con una hermana en las mismas condiciones de una familia acomodada, cuyo padre patriarcal se rehúsa a utilizar los avances de la tecnología del momento más por un perfil tacaño que por adherir a una filosofía romántica del pasado. También rondan por allí una vieja madrastra que tiene una relación chocante con Lizzie y un muy siniestro y codicioso tío que sueña con hacerse de la gran fortuna de los Borden. A esa casa llega una joven (Kirsten Stewart) como empleada doméstica, siendo explotada por su patrón en contraposición a un interesante y tal vez enriquecedor lazo de amistad con Lizzie. En medio de esa opresión y hermetismo latente en ese caserón, Lizzie desafía en toda ocasión social a su padre, al mismo tiempo que le muestra la mayor amabilidad a Lizzi, enseñándole que las mujeres deben ser respetadas en sus derechos. El film de Craig William Macneill opta por dos historias paralelas que se entrelazan y van y vuelven en el tiempo. Por una parte, la amistad entre estas dos mujeres de diferentes estratos sociales, y por otra, el clima de hostigamiento infundado por el jefe de hogar hacia las féminas que habitan en ese hogar, con conductas que abarcan el autoritarismo, engaños y violaciones. Un ambiente asfixiante propicio para que este drama con mezcla de thriller pida a gritos una heroína que traiga justicia a esa agravante situación. El realizador logra con su perspectiva mantener el suspenso aún para el público conocedor de esta historia, que queda distraído en la primera etapa dramática de sufrimiento hogareño para luego sorprenderse -una vez más- junto a quienes desconocen este caso histórico con lo mayor crudeza posible. Y opta por humanizar a Lizzie Borden como una mujer de una fuerza y entereza que a pesar de su enfermedad epiléptica se desborda a una resolución inteligentemente premeditada. De esta forma, le quita todo ese halo psico-killer que caracterizó a la figura de Borden como parte de la cultura folklórica de Estados Unidos. El asesinato de la familia Borden -un título que no simboliza auténticamente al film- es un claro ejemplo de otras visiones más humanizadas que se contraponen a mitos de personajes seriales conceptuados como bestias aborrecibles. Con ello, el director no busca tomar una postura sino otorgar una visión creativa y diferente, con una vuelta de tuerca más productiva y madura.
LOS AMANTES IMPOSIBLES Desde El insulto de Ziad Doueiri, el cine palestino/libanés e israelita utiliza dramas cotidianos aprovechando el contexto sociopolítico presente entre la persistente intolerancia y confrontación de estos dos pueblos para amalgamarlo con total naturalidad. Esta vez no sólo saldrá a la luz la relación extramatrimonial por partida doble de un repartidor de panadería llamado Saleem y la dueña de un café de Jersualén, Sarah, sino también los contrastes que acarrea un malentendido policial que los afectará negativamente a nuestros enamorados. El affaire de Sarah y Saleem comienza como una superficial exposición entre el mundo clandestino de estos dos apasionados y escondidos de las miradas ajenas, para develar una trama más interesante y profunda como si de extirpar gajos de mandarina y saborearlos se tratara. Así, otras aristas empiezan a salir a la luz. Los protagonistas se ven envueltos en una espiral de graves consecuencias por no revelar la sencillez de los actos de un adulterio. Espiral que acarrea a personajes secundarios que van tomando relevancia total como las parejas traicionadas por las dos partes, compañeros laborales y un contexto social como consecuencia del injusto encarcelamiento de Saleem por “espionaje político con cómplice externo”. Si bien Muayad Alayan se explaya en una duración un poco excedida de minutos y con un comienzo tibio, logra encajar todas la piezas necesarias para que la casualidad enganche de forma natural durante el desarrollo potente de este infierno dantesco. Por ello es que no ha escapado a la mirada del público que la hizo ganadora en el Festival de Rottedam. Temas como el honor, la patria, la violencia y las mentiras toman vital importancia en la película para exponer una realidad actual tan lejana a la nuestra. Alayan logra ser lo más objetivo posible, dejando que las historias particulares continúen su rumbo sin tomar partido por ninguna. Y esto puede verse con claridad en el personaje de la mujer de Saleem, que embarazada logra reconstruirse y fortalecerse desde la humillación propiciada por su compañero.
MOCKUMENTARY BERRETA Qué complicado hablar de un film que nada tiene para ofrecer: ni sustos, ni trama original y menos que menos calidad. De eso se trata la surcoreana Gojiam: Hospital maldito, de Beom-Sik Jeong, que utiliza como escenario real el abandonado y ruinoso edificio psiquiátrico en Gwangju, considerado por la CNN travel como uno de los siete sitios más extraños del mundo. Nada novedoso tienen estos films mockumentarys con cámara en mano, que exploran sitios deplorables para hallar actividad paranormal o quién sabe qué monstruo, como la sobrevalorada y también de hospital olvidado Grave Encounters; la más lograda Así en la Tierra, como en el Infierno; la siempre recomendada australiana El túnel; y la vedette aclamada de la lista, El proyecto Blair Witch. Pero en Gojiam, un portal de terror que transmite un reality en vivo involucra a cuatro jóvenes -seleccionados para esta proeza- con todos los estereotipos infumables de siempre, más el líder del show y su equipo técnico, quienes sortearán la experiencia de saber qué esconde aquel macabro sitio, que en el siglo pasado fue epicentro de masivo suicidios y la desaparición de su directora. Lástima que esta historia principal que se expone con pompa al principio del film comienza a desdibujarse en el medio del trayecto, quedando en la superficialidad de las experiencias personales y sosas del grupo experimental. Un grupo que irrita, molesta y hacen demasiado ruido para “generar” un clima de alarma inexistente y muy forzado. Aquí Jeong quiso utilizar no solo la tecnología de las cámaras Go Pro sino el empleo de drones como un condimento que le da cierta dimensión al espectador de la magnitud de aquel oscuro sitio, pero que es solo un detalle “bonito” que no hace ni siquiera cosquillas a la historia. Y tal vez la inclusión de la transmisión en vivo para otorgar cierto “frenesí” de vivir el momento, algo frecuente en los youtubers interesados en captar usuarios en sus canales para popularidad y posterior dinero fácil por estas entradas al sitio. Gojiam no tiene clima ni narración, es terror pochoclero barato con buena taquilla, que sin embargo defrauda al fanático esperanzado con alta o mínima expectativa. No solo el subgénero está sobreexplotado y manoseado, sino que ya se torna berreta: un ejemplo logrado como Terror en Chernobyl fue estrenado hace seis años. Pero esto es una verdadera pena, ya que existen mejores obras cinematográficas provenientes de Corea del Sur, que sin embargo no son tomadas en cuenta por los distribuidores y no llegan a las grandes pantallas. En lo personal, creo que es el peor estreno de terror del año, por encima de propuestas americanas como La maldición de la casa Winchester o Slenderman.
RIDICULIZAR LA FÁBULA El mito Slender man surgido de una creepypasta o leyenda urbana generada por usuarios comunes dentro de diversos portales y llevados al canal Youtube, fue el folklore de esta década. La verdadera fuente moderna interesante de relatos de terror que arrojaron miles de personajes nuevos, y Slender man -o el hombre sin rostro delgado y monstruosamente altísimo con traje y corbata- fue el que recibió mayor popularidad. Su historia fue llevada al cine directo a dvd en varias oportunidades sin buen resultado como Entity: the Slender Man o Always watching: a marble hornest story y otras más indies subidas al canal Youtube que ni vale la pena mencionar. Todas ellas de pocos recursos y un terror miserable. Sin embargo, existieron dos excelentes opciones dentro del mundo del misterioso personaje que superan a la floja película del creador de la serie Castlevania, Sylvain White. Ellas son, la efectiva y muy amateur webserie que continuó alimentando el mito de la figura fantasmal en Marble hornest. Súper recomendadísima y alarmante que demuestra que con ínfimas herramientas puede hacerse un producto elogiable. Y el real y siniestro documental -también híper recomendado- de HBO, Beware the Slender man, donde dos niñas en aquel entonces de 12 años entre “inocencia” y serios problemas psicológicos intentan asesinar a otra amiguita a “pedido” de la esbelta entidad. Sin embargo y ya dejando de lado las referencias con todo este buen material, la película de White que supo “venderla” en un excelente tráiler con gancho y que recordaba el estilo visual y videoclipero de La llamada -film japonés acorde a su época de estreno y adaptada al mundo occidental-, aquí termina por desilusionar a todos los espectadores. White sobrestima a su público apuntado a mayores de 13 años, según su clasificación. Un público que ha mutado y que detesta la banalidad ofrecida en su trama donde un grupo de amigas adolescentes invocan a la maldita figura. Lo que traerá sólo más y serios problemas. En fin, un público que exige consistencia y contenido sin por ello que le ofrezcan algo demasiado sesudo o aburrido. Slender man solo resulta un acto fallido, una nueva desilusión del terror comercial de este año que se agrupa junto a La monja y La casa Winchester para acrecentar la montaña de películas malas. Una obra que tenía todas las de ganar y fue esperada con expectativas por todo el folklore que el personaje trae consigo. Sólo cae en la ridiculización del villano, en la falta de clima atemorizante y en una nula empatía con sus protagonistas, a las que daría gusto que las aniquile de un plumazo y sin tanto metraje derrochado. Si White intentó hacer la nueva La llamada, no lo logró por mala inspiración y no saber adaptarse a los nuevos tiempos del género que más muta en la historia junto a su sociedad. Y si intentó ese clima de desapariciones o enigmas que a mediados de los 90’s supieron conseguir (adaptándose y haciendo una relectura socio/política del público joven del momento) Craven con Scream o Gillespie con Sé lo que hicieron…, tampoco. Este producto recuerda más bien a toda esa parafernalia innecesaria y poco seria con personajes salidos del mundo de El conjuro como Anabelle, La monja y la que está por desembarcar, The crooked man. Por eso, para recordar el mito de The Slender man volvemos a sugerir su serie amateur de Internet y la tenebrosa vida real de las chicas “asesinas” documentada por HBO. Tal vez allí residía un buen guión ficcional pero por los derechos y garantías -y las familias de las víctimas- sería imposible de llevarlo a cabo.
POCO COLORÍN Y COLORADO No es que se trate de una bocanada de aire fresco, sino del tímido reflote de un subgénero como la antología de cuentos de terror que cada tanto sale como homenaje dentro del cine comercial. Este es el caso de Historias de ultratumba, una propuesta británica basada en una obra teatral de sus mismos directores, Andy Nyman y Jeremy Dyson, quienes aquí intentan ofrecer historias de miedo al estilo vieja escuela. En Historias de ultratumba un profesor escéptico de los fenómenos paranormales se encarga de desenmascarar a cuanto chanta ande circulando, hasta que se topa con su autor de libros favoritos -otro investigador de más renombre-, quien le asigna la ardua tarea de resolver tres casos inexplicables donde el terreno de lo fantasmal es totalmente real. Así comienza a deambular por estas experiencias entrevistando a sus protagonistas. No sin antes perder un poco el tiempo para introducir al espectador a lo que sería la primera historia. Realmente da un poco de vueltas antes de meterse de lleno con el clima tenso y oscuro. Y esto, por supuesto, baja algunos puntos. Aquí las historias son tradicionales -ya se han visto miles de veces- pero logran cautivar al espectador con ese clima siniestro junto al humor típico con moraleja incluida que recuerda a la nostálgica serie Cuentos de la cripta de William Gaines, cierto tufillo a The frighteners de Peter Jackson y el espiral de locura de la última temporada de la experimental Twin Peaks. Historias de ultratumba tiene en su haber la narración del sereno de un psiquiátrico abandonado, interpretado por el secundario Paul Whitehouse (The fast show), cuyo relato termina de una forma muy abrupta y pobre en cuanto al clímax que supo labrar. Luego vendrá la segunda etapa con un accidente automovilístico en medio de una carretera perdida en el bosque, una propuesta más efectista con el joven Alex Lawther (The end of a F***ing World) que recuerda cuentos de Stephen King llevados a la pantalla chica o En la boca del miedo de John Carpenter. Y finalmente el relato que involucra al fantasma de un no nacido que tortura a su padre con un Martín Freeman (El señor de los anillos) -que siempre incluye sus muecas, tal vez un poco referencial a nuestro Guillermo Francella- y que aunque desentone con el estilo narrativo, cae en gracia y “vende” todo. Por ende, en todos los casos con buenas actuaciones, aunque lo que falla son ciertas resoluciones de la narrativa. Un formato en el que sus directores aún no cuentan con la maduración que sí supieron llevar con creces al terreno teatral. Y claro, no olvidemos el relato propio del profesor escéptico que sirve para continuar el hilo argumental en sus casi veinte minutos finales, lo que constituye también una historia personal relacionada directamente con todos estos extraños sucesos. Algo típico de este tipo de narraciones que buscan demostrar en primera persona el elemento fantástico en carne propia y que cierra a modo de broche. En resumidas cuentas, The frighteneres es un tibio paquete británicamente elitista que se desarrolla de manera correcta y entretiene con moderación pero que, sin embargo, no alcanza el nivel de otras obras mencionadas de los 80 ó 90, o la frescura narrativa más reciente de Trick’r Treat, ABC de la muerte o los formatos de historias encontradas en cintas como VHS.
DESESPERANZA MÍA: ENTRE MONJAS Y CURAS ABURRIDOS Así como con los políticos siempre nos esperanzamos, con los spin off en torno al mundo Warren hay esperanzas que sin embrago no tardan en traicionarse y es que, por el momento, no existe film -y ya sucedió con la penosa franquicia de la muñeca Anabelle con quien La monja comparte al guionista Gary Dauberman- que se desprenda de la familia de la imponente El conjuro y que logre estar medianamente a su altura. Guiones pobres que se reducen a un perfil multitarget sólo con ánimo de taquilleras recaudaciones. De más está decir la imperante necesidad de hacer expandir esta máquina creada por James Wan, que no sólo no aporta al género sino que lo ridiculiza y le falta el respeto al fanático del terror. Pero claro, hablamos siempre de esperanzas que en La monja quedan inmediatamente dinamitadas. En esta oportunidad es la primera propuesta narrativa de este universo que no está basada en “hechos reales” como las anteriores películas mencionadas, aunque el demonio en cuestión llamado Valak es reconocido en las esferas del ocultismo y sectas satánicas como un poderoso ser con apariencia opuesta a una diabólica monja, que gobierna a otros demonios del Infierno. Su director Corin Hardy, que ya tiene a sus espaladas otro film infumable de terror Los hijos del diablo (2015) en la que una familia mudada a los bosques de Irlanda se ve amenazada por seres extraños, en esta ocasión no ajusticia la figura femenina de la devota maldita de Cristo que sí supo espeluznar con su presencia en El conjuro 2. Tal vez resultó difícil hacer una historia alarmante que se sostenga alrededor del mítico personaje. La monja sólo se queda en la superficialidad de sus locaciones y en las limitadas actuaciones de la novicia de turno Taissa Farmiga -hermana de Vera, quien encarna a Lorraine Warren- y el cura “exorcista” Demián Bichir -un actor que parece que agarra cualquier propuesta en cine que se le ofrece, de ahí su filmografía tan incongruente como este presente ejemplo-. Tampoco vamos a acusar a La monja de ser una total basura en las arcas del género, al menos la salvan los pequeños pasajes que enganchan los estudios que realizaban los Warren en El conjuro o cierta tipografía en los créditos que recuerdan a pelis de terror de los 70’s. Sin embargo, la narración resulta tibia, llena de lugares comunes y sustos predecibles. No se anima a apostar por más y nada tiene que ver a tener a James Wan como “guionista” o falso productor ejecutivo. Lo que lleva a pensar a estas alturas al director asiático como alguien desinteresado, sin una pizquita de corazón que prefiere sólo poner su firma o participar de mala gana. ¿Por celos a que le quiten su corona? Ese sí que es un enigma Warren. Tal vez los paisajes boscosos de la rural Rumania y una abadía ruinosa ayuden a darle un puntito más al misterio que encierra la historia, pero no alcanza a esta versión que busca homenajear de alguna forma a Drácula según las palabras de Hardy. La monja pasa por los cines dejando un mal sabor que no contenta ni al espectador menos exigente, y a Hardy con la presión del público que busca que su próximo film, la remake de El cuervo, sea más interesante.