SUEÑO DE LIBERTAD Revolución. El Cruce de Los Andes forma parte de un proyecto cinematográfico de ocho títulos que homenajean a grandes personajes de la historia latinoamericana. Lejos del acartonamiento y los lugares comunes, la película construye una interesante mirada sobre una figura histórica y, a la vez, sobre la de un héroe olvidado. Ya pasaron más de cuarenta años desde el estreno de El Santo de la espada (1970) de Leopoldo Torre Nilsson. Este film, de inevitable evocación cuando de cine histórico se trata, tuvo una popularidad gigantesca que formó –e impulsó- una larga serie de biopics de figuras históricas y momentos claves de nuestra historia. Pero el éxito del film fue directamente proporcional al desprecio que ha recibido la película desde el comentario de los expertos. Fue a partir de esa película que se crearon varios lugares comunes poco felices, que los críticos –los malos críticos- repiten como latiguillo. Entre ellos, el más común es comparar al film de Torre Nilsson con una reconstrucción de los hechos al estilo de la revista para chicos Billiken. Que un crítico argentino sea hoy capaz de repetir eso frente a un film como Revolución denigra a toda la profesión. Pero lo irónico es que, aunque lavado y mediocre, aquel film de Torre Nilsson (¿Los críticos lo han vuelto a ver? ¿Se tomaron el trabajo?) tenía elementos curiosos y personales. Sí, es verdad, naufragaba en situaciones acartonadas dignas de un trabajo didáctico de manual, y, luego, las escenas del Cruce eran particularmente pobres, a excepción de un brillante momento casi documental en el que caía por la ladera de una montaña parte del ejército. Pero lo más curioso del film radicaba en los instantes entre San Martín y Remedios de Escalada. Allí, ella era un arquetípico personaje de Nilsson, abrumado por un entorno opresivo y bordeando la locura, como las heroínas jóvenes de otros films del director. El film estaba basado en el libro de Ricardo Rojas, adaptado por, entre otros, por Ulyses Petit de Murat, guionista de La guerra gaucha, película cuya sobrevaloración ha ido mermando con los años. Este antecedente es imposible de no mencionar frente a cualquier producción que quiera narrar el Cruce de Los Andes, pero hasta acá han llegado las comparaciones. Porque Revolución es un film más ambicioso, mucho más sofisticado y lleno de hallazgos que lo colocan en un lugar completamente diferente. Revolución. El Cruce de Los Andes, dirigida por Leandro Ipiña, con guión de él y Andrés Maino, es una nueva mirada sobre San Martín y su gigantesca epopeya en pos de un ideal de libertad. ¿Cómo se puede encarar un hecho tan conocido y protagonizado por el máximo prócer de nuestro país? Sin duda es difícil, sin duda todos serán más sanmartinianos que San Martín y las exposición a las críticas históricas será extrema. Sin embargo, Revolución hace lo mejor que puede hacer una película de estas características: jugar su propio juego, elegir su propio camino y buscar que sus temas no partan exclusivamente del rigor histórico, sino del sentido final de los hechos que la historia narra. Y así es que la película comienza con el relato de un anciano militar a un joven periodista. Punto de partida de muchos films, pero aquí, como ocurre con los buenos films, sirve para generar una metáfora final, un significado que será lo más emocionante de todo el film. La historia entonces no estará narrada desde San Martín, sino desde el punto de vista de uno de sus colaboradores. Ese anciano llamado Manuel Corvalán -un personaje ficticio- es entrevistado por un periodista que desea que le cuente algunas cosas sobre el General San Martín. Este viejo pobre, abandonado al recuerdo de viejas épocas gloriosas, es un personaje interesante por su condición de haber sido testigo de la historia grande y aun así haber quedado en el olvido. La idea del héroe olvidado es una clave que abre y cierra el film. El resto es la epopeya del Cruce, con la figura de ese héroe histórico que la película intenta mostrar tanto en su grandeza como en su humanidad. El paisaje incomparable de la Cordillera ayuda a transmitir esa grandeza. Sólo algunas cosas atentan un poco contra el film. Una cierta timidez en la dirección de actores, fuera del gran talento de Rodrigo De la Serna, que compone un carismático y complejo San Martín, los demás personajes parecen no tener la misma intensidad y plenitud. En algunas escenas de batalla también se percibe una falta de lucimiento de la puesta en escena. Aunque finalmente esto último se dé vuelta en el crudo clímax de Corvalán peleando cuerpo a cuerpo con un “realista”. Lo que, sin embargo, es imposible de reclamarle al film es que sea didáctico o infantil, porque no lo es en ningún momento de todo su metraje. Por ejemplo: no se explica que San Martín tiene una úlcera ni tampoco qué es lo que toma. Estos elementos muestran clara ausencia de intencionalidad didáctica y un genuino interés en confiar en la historia y en la inteligencia de los espectadores. Tampoco parece comparable a una representación de revista infantil la imagen de un niño empalado o la mirada desencantada sobre el campo de batalla. También hay toques de humor brillantes, como el momento en el que San Martín se pone de pie de golpe cuando le avisan que, contrario a lo que parecía, los ejércitos están llegando al punto de encuentro. En un instante recupera toda la fuerza que parecía perdida y la simpatía de los espectadores. Siguiendo con el carisma del personaje de San Martín –extensión del carisma del actor- cada una de las escenas lo encuentra como una persona inteligente, apasionada, sufriendo físicamente, preocupado por las constantes traiciones, pero a la vez convencido de la gigantesca aventura que estaba llevando adelante. San Martín sigue siendo el máximo héroe de la historia argentina. Es un gran personaje cinematográfico, no una figura de bronce. El cine, un espacio tan rico para forjar imágenes que movilicen el imaginario popular, no había podido hasta ahora encontrar el rumbo para recrear su imagen, para mostrarlo creíble y a la vez inmenso. El cine argentino posterior al período clásico no ha sabido –o no ha querido- trabajar la figura del héroe. Revolución lo hace en dos niveles distintos: por un lado la figura del máximo prócer nacional y por el otro la de un héroe olvidado. Por eso la película termina con dos planos brillantes igualmente emocionantes. Por un lado la foto con la cara borrosa de Corvalán. Un anciano orgulloso de su participación en el Cruce, pero a la vez completamente alejado del afán de gloria. Él no ha sido un héroe “para la foto” y su rostro jamás será inmortalizado. Pero por el otro, la película le concede la inmortalidad y la grandeza a San Martín en un bello plano final digno de un héroe. Es un hallazgo de la película hacer convivir ambos finales, donde queda muy claro que detrás de la figura inmensa, de la historia grande, hay otra historia. La de aquellos que creyeron que la libertad era un valor lo suficientemente valioso como para arriesgar su vida y entregarlo todo por ella.
Pobre propuesta de cine fantástico Nicolas Cage encarna a un caballero medieval que, a pesar de sus diferencias con la Iglesia, acepta la misión de transportar a una prisionera acusada de bruja. Una producción sin estilo ni fuerza, que resulta interminable. Cacería de brujas no es la peor película del año, pero poco importa que no lo sea, porque debe estar cerca. Esta combinación de cine de terror, fantasía y aventuras tiene todo el estilo visual y la lógica de una película de esas que no podríamos ni tomarnos en serio viendo en cable. En cine, claro, se vuelve aun más molesta. En la Europa medieval, un caballero llamado Behmen (Nicolas Cage) renuncia a la Iglesia por las matanzas que esta impulsó durante Las Cruzadas. Asqueado por los crímenes que él mismo cometió, decide no servir más al poder religioso. Pero es por poco tiempo. Porque Behmen cambia de parecer y acepta una nueva misión con el afán de expiar sus culpas. Esa misión es transportar una prisionera acusada de bruja, a la que culpan por causar la peste por donde pasa. Behmen no cree que esto sea así, aunque en el viaje las cosas se volverán mucho más ambiguas, generando dudas en él y todo el grupo que lo acompaña. Este viaje no es un mal punto de partida. La historia de un grupo de personajes que debe llevar a un prisionero y eso ha servido para westerns, policiales y películas de aventuras. Pero acá la precariedad del trabajo del director, sumado a unos pobres efectos especiales (pobres en su resultado, al menos) y un guión que no tiene ni un solo instante de interés, hacen que cualquier fórmula o plan inicial se conviertan en nada. Una breve aparición del legendario actor Christopher Lee (famoso por hacer de Drácula a fines de los ’50) y un genuino momento de tensión al cruzar un puente colgante, son todo lo que se puede decir a favor de la experiencia de ver Cacería de brujas. El resto es un largo derrotero que, a pesar de lo corto que es el film, parece no tener fin. Todo el aspecto es de producción barata, fea, sin estilo ni fuerza. Parece un film clase B europeo, de esos que intentan emular a Hollywood pero no lo consiguen. Sin embargo, es importante aclarar que no es así. Que esta película se hizo realmente dentro del cine industrial estadounidense. Y que, confiados en recuperar algo más de dinero en base a su estrella, decidieron que era buena idea de estrenarla ahora acá. ¿Valdrá la pena hacerlo? Sabiendo la cantidad de películas comerciales hechas en aquel país que jamás logran estrenarse en la Argentina, produce un malestar extra pensar que algo como esto ocupará tantas salas de cine. Por lo pronto, la mejor decisión es dejarla pasar.
BAILARINA EN LA OSCURIDAD La nueva propuesta del director Zack Snyder es una gigantesca aventura visual, cuyas ambiciones estéticas no están respaldadas en ningún momento por una complejidad narrativa o un sentido coherente. Un espectáculo deslumbrante y superficial por partes iguales. Estamos aquí frente a una película cuyo despliegue visual nos confirma lo que ya veníamos sospechando: el cine de hoy es capaz de crear universos ilimitados, con un nivel de detalle que no hay que hacer ni el más mínimo esfuerzo para creer que estos universos realmente existen. Hay varias escenas en Sucker Punch que ponen el pie en el acelerador y combinan las más disparadas iconografías logrando asombrar y deslumbrar al más indiferente de los espectadores. Zack Snyder, el realizador de una obra maestra llamada El amanecer de los muertos y de las más famosas 300 y Watchmen aquí se vuelve a lanzar de lleno a un esteticismo extremo, un recargado y descomunal mundo audiovisual de altísimo impacto. Una secuencia inicial demuestra que, sin diálogos, el director puede entrar bien alto a la historia y narrar y movilizar al espectador con herramientas nobles. Incluyendo ya, desde el comienzo, la intertextualidad, las referencias y la multiplicidad de herencias estéticas que aquí se entrecruzan. Por lo dicho aquí, Sucker Punch podría ser una de las más memorables películas de la historia del cine. Pero la verdad es que difícilmente llegue a figurar entre lo mejor de este primer semestre del año, ni hablar de su lugar en la historia del cine. Porque la ambición visual de Snyder parece ser de una vacuidad y una inutilidad que por momentos resulta simplemente increíble. Uno no puede creer que quien es capaz de crear universos visuales tan complejos no sea capaz de darle algo de coherencia y sentido a una película de dos horas. Y no es que el no sentido sea el sentido del film, no. Es simplemente que la película se detiene una y otra vez a crear escenas de acción memorables, maravillosas, pero muertas en tanto no vienen de ninguna parte y no intentan arribar a ningún lugar. Aun así, habría que asumir que no puede ser todo tan gratuito y vacío, por lo que debería haber al menos un intento para darle sentido a todo. Cuando la tragedia golpea a las puertas de la vida de Baby Doll (sí, así viene toda la intertextualidad, las referencias, las ambigüedades y hasta los trazos gruesos), su padrastro abusador la ingresa en un psiquiátrico llamado Lennox, en el final de la escena inicial donde justamente, se escucha un cover de Sweet Dreams (are made of this) escrito por Annie Lennox. Esta escena, un poco recargada pero igualmente efectiva, muestra una camino de ida y vuelta, en el cual la película entra y sale de la realidad. Abandona su clasicismo para decirnos: soy una película, si no lo fuera no podría tener cierta información. ¿Cuál información? Qué el nombre de la clínica se vincule con la canción que acompaña el comienzo del film. Que después de toda la música del film sea posterior en cronología a la época en la que transcurren los hechos. Y por supuesto mucho más: que la fantasía en la que se sumerge contenga elementos claramente posteriores también al período en el que ella vive. Asumiendo esto podríamos decir que Sucker Punch es un film sobre cómo las fantasías nos permiten afrontar un contexto atroz y, a la vez, pensar en un futuro mejor o un motivo para seguir. ¿Una nueva versión de Alicia en el país de las maravillas? ¿Una relectura del film Brazil? Sí a todo, no a todo. También podría pensarse en las películas de Vincente Minnelli, en Moulin Rouge, en Cabaret, en Bailarina en la oscuridad y, por supuesto, en la iconografía de distintas películas a partir de cada una de las fantasías de la protagonista. ¿Pero aportan, realmente, esta suma de referencias? Sí, y solo sí, como manifestación de que toda la película habla de las fantasías, de las ficciones. Pero lo que tal vez incline la balanza hacia una mirada no tan positiva del film tiene que ver con la iconografía explotation, heredada de las películas de cárceles de mujeres, así como también del manga. Estas jóvenes con minifaldas y bombachas a la vista podrán ser mostradas como las víctimas de una explotación sexual, pero la película abusa demasiado de sus imágenes como para no ser parte de dicha explotación. Toda la trama con el cabaret –claramente heredada del explotation- no es una denuncia, las veinteañeras –en la trama posiblemente menos- se muestran sexys en cada escena y su uso de armas, lencería erótica y violencia parece más una fantasía adolescente que un discurso sobre la libertad y la fuerza de las mujeres. Pero la verdad es que aunque en lo visual no lo respalde, en el guión algo de eso es lo que intenta Sucker Punch. Mientras ellas son unas bailarinas que danzan para el placer masculino, interiormente habita en ellas un universo complejo, rico, ansias de libertad, valentía, solidaridad y la fuerza para salir adelante. Pero algo me dice que esta lectura está mostrada en la película como otra capa más de irresponsabilidad estética e ideológica. Si las mejores escenas del film son aquellas que están en la mente de la protagonista (nunca sabremos cómo baila, aunque en teoría es brillante) es digno de desconfianza, porque por más vueltas que uno le de, son mayormente gratuitas y sin ningún asidero. Ahora sí, entonces, estaríamos llegando al meollo de la cuestión. Zack Snyder –cuyo film más narrativo y más logrado fue El amanecer de los muertos- es uno de los mejores representantes de una de las tendencias del cine industrial actual. Su esteticismo exacerbado, su barroquismo, sus espectaculares comienzos donde se promete el espectáculo más grande del mundo… Pero fundamentalmente una tendencia a la irresponsabilidad, al vacío de ideas, a no tener una sola mirada sobre el mundo o el ser humano. Los géneros, la intertextualidad, las mezclas y los cruces, todo hecho sin un sentido, todo por lo lindo que queda, todo por la superficie, todo por cómo se ve. La banalidad total. Y no es porque no haya opciones. Quedan muchos directores que saben hacer grandes espectáculos y contar grandes historias. Snyder mismo, pudo hacerlo. Y me doy cuenta de que aunque Sucker Punch entretiene y deslumbra, molesta que no crean que contar una buena historia y darle sentido a las imágenes sea algo que vale la pena.
EL AZAR Y LA NECESIDAD Un cuento chino es una comedia agridulce acerca del encuentro entre un amargado y solitario ferretero y un joven chino que busca a su tío en Buenos Aires. De la relación entre ambos surge la tensión, el humor y los diferentes temas que el film intenta abordar. Sin duda, el primer gran éxito del cine argentino 2011. Ricardo Darín convoca multitudes. Ser estrella de cine en Argentina no es cosa fácil, más aun para un actor que hace tiempo no hace televisión y que, difícilmente, se lo pueda asociar a este medio. Darín protagonizó en los últimos quinces años unas veinte películas entre las cuales figuran varios resonantes éxitos de taquilla, como Nueve reinas, El hijo de la novia y El secreto de sus ojos. Pero su presencia fue lo que permitió también que grandes films de difícil consumo, como El aura y Carancho, también lograran volverse masivos. Su nombre es sinónimo de trabajo profesional y las estrellas, ya se sabe, no se imponen, existen porque el público las elige. Al ser Darín un actor fundamentalmente cinematográfico, es posible que muchos no logren captar la variedad de matices y la efectividad con la que él como actor y como estrella puede ir agregando poco a poco nuevos detalles. Cuando empieza una película “de Darín” uno no se olvida que es él quien actúa, pero esto lejos de ser una distracción es un camino llano hacia la identificación y el interés del espectador. Por eso Un cuento chino es la película “de Darín” antes que nada. “Darín y una vaca” o “Darín y un chino”, dependiendo de si tomamos el afiche, el título o la sinopsis para acercarnos al título. Lamentablemente el surrealista afiche no está en la película, es sólo un truco de marketing para anunciar la comedia –no estamos frente a un film de Buster Keaton, digamos de alguna manera- y no es el tono general de la película. Como sea: de la mano de Ricardo Darín, sin dudas el mejor actor del cine argentino de los últimos quince años, los espectadores entramos a la historia que narra Un cuento chino. La película cuenta la historia de Roberto, un ferretero, bastante obsesivo y huraño, que vive sumido en rutinas, enojado con el mundo, ajeno a cualquier sentimiento, a pesar de los intentos de varias personas, en particular, Mari (Muriel Santa Ana), quien está enamorada de él. El azar (¿el azar? se preguntará uno al final del film nuevamente) hace que se encargue de Jun (Ignacio Huang) cuando éste sea tirado de un taxi luego de haber sido asaltado. Jun no habla una palabra de castellano y Roberto no conoce un solo término en mandarín. Pero en Roberto hay nobleza, entonces, cuando descubre que ni las autoridades argentinas –representadas por el policía, por lejos, el peor y más ridículo personaje de la película– ni los miembros de la embajada China –que trabajan pero a su tiempo– lo van a ayudar a Jun a resolver el problema, él decide convivir con el joven hasta conseguir que éste encuentre a su tío, objetivo de su viaje a Argentina desde un comienzo. La comedia está servida con estos ingredientes, y la película no ahorra todos los chistes fáciles y demagógicos posibles, que si bien nunca son ofensivos, no alcanzan a levantar mucho vuelo y trasmiten, tal vez, sin quererlo cierto paternalismo que podría llevar a lecturas ya no tan simpáticas del film. A su vez, la insistente y siempre bien intencionada Mari, persiguiendo a Roberto, es un personaje que se agota rápido y que no produce el más mínimo afecto o simpatía, casi lo contrario. Más allá del trío protagónico cabría preguntarse qué es lo que busca contar realmente Un cuento chino y cuáles son los motivos por los cuales falla. El tono de la película coquetea con el humor absurdo, con el comienzo donde una joven china, la novia de Jun, muere justo antes de que él pueda proponerle casamiento, víctima de una vaca que cae del cielo. Habrá luego otras de estas viñetas tragicómicas con las cuales Roberto logrará elaborar sus propios temores y angustias. Pero la primera está fuera de la narración principal y no es una noticia leída por él. Este absurdo podría justificar que la comisaría y el policía sean ofensivamente inverosímiles o que la embajada de China no parezca muy real. No pedimos verosimilitud a ultranza, cada película crea la propia, pero Un cuento chino se mete en terrenos de costumbrismo naturalista en tantos momentos que, de alguna manera, comienza a hacer ruido, ya sea en una dirección o en otra. Y tampoco hay que confundir el sin sentido con la justificación de cualquier arbitrariedad. Las escenas dramáticas en general son las peores y la explicación de la oscuridad de Roberto arruina en gran parte el encanto de su personaje. Pero yendo al centro de la trama –y quienes no quieran saber más sobre el final del film deberían dejar de leer acá hasta verlo– se podría decir que lo que se cuenta es la historia de cómo Roberto salió del pozo en el cual se sumergió a partir de la muerte de su padre. Jun le permite, a veces por azar, a veces intencionalmente, cortar con el pasado muerto y vislumbrar un futuro. Jun rompe una colección inútil de objetos que Roberto compra para una madre que no conoció y está en uno de los recortes que marcan la obsesión de Roberto por la muerte de su padre. “La vida es un gran sin sentido, un absurdo” dice el huraño ferretero justo antes de que frente a sus propios ojos se le muestre lo contrario. Roberto no sabe qué es lo que lo une con Jun, pero está claro que necesita algo que lo mueva de su rutina pesadillesca y le permita salir a vivir nuevamente. El vínculo entre ambos, en donde se luce tanto Darín como Ignacio Huang, es el corazón de la película. Los demás personajes no funcionan y a la energía del guión se le interpone una puesta en escena carente de todo brío. No son pocos los momentos de guión en donde la emoción podría haber surgido, así como la sorpresa o el suspenso, pero la elección de una dirección apagada y triste hace que se pierdan casi todos. Con virtudes y defectos, y a medida de que pasen los días, Un cuento chino irá ingresando en la lista de los films más exitosos del cine nacional y, por lo tanto, será tema de discusión, alegrías y decepciones. Pero es difícil que algún espectador no tenga ganas de averiguar de qué trata este cuento.
Oscura y poco interesante De Robert Zemeckis, director de El expreso polar y Los fantasmas de Scrooge, llega esta historia que se centra en la abducción de madres terrícolas por parte de naves marcianas. Hay películas que se descubren mediocres o directamente malas desde el comienzo. Otras, claro, parecen iluminadas desde la primera escena. Pero otras, como Marte necesita mamás, generan confusión, sentimientos encontrados, y finalmente bastante decepción. En primer lugar se trata de una película que apunta a tener un costado bastante oscuro y perturbador. El comienzo es claro: luego de una discusión entre un niño y su madre –y sin ninguna relación directa– la madre es secuestrada por extraterrestres. Podríamos entonces asumir que se trata de un film con esas características y listo. Pero la película no consigue luego de esa escena, tan poco simpática, conmover al espectador, movilizarnos a través de personajes que posean algún tipo de encanto. La ausencia de humor en la mayoría de las escenas y la casi inexistente presencia de un cómic relief hace que la película no entre tampoco por ese lado. No sólo no parece decidir un camino, sino que en los que transita tampoco funciona. Sí, es verdad que el dramatismo está más logrado que el humor, pero curiosamente carece de simpatía, algo que las películas de Disney no suelen descuidar. No es un film malo ni mucho menos, pero es un caso muy raro de falta de rumbo. Más curiosa todavía es la tesis que la película parece querer imponer con mucha fuerza, pero que a pesar de ser pesada, también resulta confusa. A primera vista parece ser una crítica a la sociedad contemporánea y su falta de familias tradicionales, algo que –según el film– lleva al desastre. Pero lo que podría ser un argumento anti progresista esconde también algo más: la idea de que los machos de la especie son tan inferiores e inservibles que han sido ellos los que demolieron a la familia. Como sea, es la primera de las dos ideas la que suena más fuerte y es insólito el peso que esto tiene en la trama del film. La suma de todo esto da una película grave, cuyas mejores escenas son para un público adulto, pero que no mantiene coherencia con el resto del material. Quedará como un misterio el que un film tan caro y con tanta gente haciéndolo, no haya podido encontrar en todo su proceso un tono, un estilo y una dirección definida. <
DETRAS DE LAS NOTICIAS Del director de Notting Hill, Un amanecer glorioso es una comedia ambientada en el mundo de la televisión, que si bien incluye ingredientes de comedia romántica, basa su fuerza en la historia de una productora que intenta salvar un programa contratando a un prestigioso pero poco amable periodista. Para saber de qué trata Un despertar glorioso es necesario ver cuál es el clímax del film. Cuando ese momento llega, queda claro que de lo que trata es del vínculo entre una joven productora de televisión (Rachel McAdams) y una leyenda del periodismo venido a menos (Harrison Ford). Ella contrata a su ídolo para un programa de televisión matutino en crisis. Todo lo que se desvíe de este tema –por ejemplo, la historia de amor con otro joven productor- atenta contra el humor, la coherencia y la emoción del film. No es raro que hasta que no aparezca Ford, la película resulte irrelevante y aburrida. El personaje que interpreta McAdams, Becky Fuller, es una insufrible hiperquinética e insegura joven, que es contratada para levantar un programa en crisis en el que los productores duran muy poco. Becky demuestra inteligencia y coraje, pero no le alcanza para conseguir que el show levante. Por eso se le ocurre la locura de contratar a Mike Pomeroy, un periodista serio y ermitaño, interpretado por Harrison Ford. De este vínculo surge lo mejor del film, a lo que hay que sumarle también a la co-conductora del show Colleen Peck (Diane Keaton), con quien Mike se llevará terriblemente mal. A estos actores de lujo, deberá sumársele una pequeña pero impecable participación de Jeff Goldblum, interpretando a Jerry Barnes, el jefe de Becky. Emoción, humor, mucho profesionalismo y un elenco que no falla parecen ingredientes más que suficientes para lograr una excelente película. Pero la historia de amor mencionada es demasiado esquemática y se la adivina incorporada al guión luego del plan original, ya que no aporta nada a lo que realmente importa en el film. Por otro lado, existe una película llamada El reportero: La leyenda de Ron Burgundy (Anchorman: The Legend of Ron Burgundy, 2004), de Adam McKay, con Will Ferrell, escrita por ambos. Esta película transcurre en el mundo de las noticias pero es una comedia absurda en estado puro que hace que Un despertar glorioso llegue un poco tarde a ciertos gags. Aun así, sigue siendo recomendable como película en tanto aporta entretenimiento y brillo con un material pequeño y efectivo.
PASION POR LA AVENTURA Sanctum 3D es un film de aventuras que nos sumerge en un universo deslumbrante, pero también, en la vida apasionada de quienes hacen de sus incursiones arriesgadas una forma de vida. Espeleología: ciencia cuyo objeto es la exploración y estudio de las cuevas subterráneas. Aunque también se puede practicar como deporte, no existe una denominación diferente para quienes se abocan a esa práctica. De todas las ramas de la espeleología, la principal es la que aparece inicialmente en el film Sanctum. A esta rama se la llama espeleología kárstica. La exploración a la que se dedica esta variable es a la de las cuevas más profundas y con mayores desniveles del planeta. Dichas cuevas poseen corrientes de agua permanentes en su interior, que suelen tener temperaturas muy bajas y que además corren el riesgo de elevar su nivel rápidamente, dejando atrapados a quienes las están explorando. Más peligroso aun es el espeleobuceo, la variable que incluye buceo en la exploración de las cavernas. Ahí el riesgo es mucho mayor y es común que un error cueste la vida. En Sanctum se suman ambas variables y queda comprobado hasta qué punto el riesgo es real. A pesar de que la trama transcurre en Oceanía, la entrada a las cuevas que exploran los protagonistas se ve inspirada mayormente en los cenotes de la Península de Yucatán, en México. Y los hechos que narran están basados en la experiencia de Andrew Wight, coguionista y coproductor del film, quien, estando en Australia, quedó atrapado en una cueva junto con otras tantas personas y debió seguir explorando para encontrar una salida alternativa. Si una película parte de una actividad tan apasionante como arriesgada, si su coguionista y coproductor es, además, un experto en la materia, esto ya le otorga algunos elementos a favor que, por suerte, han sido plasmados en la pantalla. El excelente uso del 3D aumenta aun más la belleza visual de unas imágenes arrebatadoras. Pero eso no es todo en esta película. Quien desconoce la pasión en cualquiera de sus formas se verá empujado a menospreciar la pasión cuando la vea en las actividades de los protagonistas de un film. El profesionalismo, el conocimiento y el manejo de una ciencia, un arte o un deporte que brindan los años y la forma intensa en la que algunas personas se dedican a ellos, son valores que quizás carezcan de gran valor para un film actual, pero resultan conmovedores cuando se pueden ver. Cada vez que los personajes de Sanctum hablan de su trabajo y de su pasión por explorar se vuelven grandes, complejos, interesantes. La naturaleza humana se ve en las circunstancias difíciles y las personas pueden ser retratada por la forma en que encaran su trabajo. Por eso la primera mitad del film es realmente apasionante, adictiva, llena de interés. Con escenas memorables, en donde reinan la sorpresa, la emoción, la claustrofobia y el dolor. El último tercio del film posee varios momentos memorables, como el del tanque japonés, sin embargo, busca armar algo más melodramático y se pierde en escenas que ya no tienen que ver con el marco elegido para narrar la historia. Aun así, si Sanctum tiene fallas, está muy lejos de ser un producto malo o irrelevante. Tal vez en su clara forma de describir una pasión se haya equivocado de época. Aunque siempre habrá gente hambrienta de conocimiento, apasionada del deporte y enamorada de su oficio o profesión.
TODO POR AMOR Paul Haggis, director de films serios y solemnes, decidió esta vez pasarse a un drama de acción, cuyo mayor mérito es proporcionar una narración atrapante dentro del marco de un historia bastante inverosímil. Un gran logro de Solo tres días consiste en exponer, tal vez sin saberlo, cómo se ha perdido hoy la posibilidad de que críticos y espectadores disfruten y entiendan las búsquedas de un film que le da prioridad al drama y al espectáculo y no al realismo o a la lógica procedente del mismo. Gracias a que la apuesta es clara y sin vueltas, lo mejor para entender esta película es respetar su juego y sus propios códigos. Lara Brennan (Elizabeth Banks), mujer, esposa y madre, es encarcelada por un crimen que dice no haber cometido. Su marido John (Russell Crowe), desesperado, hace lo imposible para que la justicia revise su caso. Frente al fracaso de tales esfuerzos comienza a crecer en él una idea osada y peligrosa: planificar la fuga de su mujer de la cárcel. Solo tres días combina en esta idea una fuerte dosis de drama, con un –muy bien– logrado suspenso y memorables escenas de acción. Justamente la habilidad del realizador Paul Haggis (La conspiración, Vidas cruzadas) consiste en hacer que el compromiso emocional con el protagonista y su drama vuelva mucho más impactantes los momentos de suspenso y acción. Es necesario decir que a medida que avanza la trama, cualquier espectador descubrirá sin esfuerzo alguno que las situaciones se van volviendo cada vez más inverosímiles. Pero inverosímil debe tomarse aquí como sinónimo de no plausible, y no como equivalente a no creer en lo que vemos en el film. Varias –no solo una– de las escenas del film son de una tensión tal que cualquier lógica debe ser dejada de lado enseguida. No importa si es creíble o no, nosotros vivimos junto al protagonista su sufrimiento y angustia. Y para que esto ocurra, el film no solo cuenta con el trabajo de su director, sino también, con varios actores de lujo que acompañan a los protagonistas. La breve presencia de Olivia Wilde, como la madre de una amiga del hijo del matrimonio; los nombres de Daniel Stern, como el abogado del protagonista, Brian Dennehy, como el padre, y, nada menos que, Liam Neeson, como un experto en fugas de cárceles. Todo esto sumado parece dar como resulado una película memorable, pero lo cierto es que el guión decae por momentos y el afán de cierre pierda clima en los últimos minutos, en donde la historia se alarga –aunque solo sea un poco– de manera innecesaria. El problema, cuando una historia tan absurda falla en el ritmo, es que el espectador comienza a cuestionarse la lógica de los eventos, pero estos son momentos aislados dentro de un film que nunca pretende ser realista y que halla en la exageración su forma de ser. Los amigos de la lógica y la verosimilitud se verán en problemas a la hora de evaluar Solo tres días, y hasta sentirán rechazo. Por otro lado, los que quieran un film de acción emocionante, que combine escenas de alto suspenso con una gran carga dramática, encontrarán en esta película una excelente opción, que seguro no los defraudará.
SOLO LOS ANGELES TIENE HÉROES Estamos aquí frente otra de las muchas fusiones entre la ciencia ficción y el cine bélico. La invitación a la lectura política del film es tan obvia como errónea. La película habla de valores mucho más allá de los personajes que los detentan. Invasión del mundo. Batalla: Los Angeles posee, desde su título, una ambición bélica que la enmarca dentro de un género con reglas propias, fáciles de emparentar con otros títulos famosos de la historia del cine. Las películas bélicas siempre han quedado asociadas a ideas políticas, pero lo cierto es que analizadas desde el género, estas ideas se descubren como secundarias o confusas en relación al peso que los códigos genéricos poseen. Por eso, independientemente de las ambiguas y hasta contradictorias lecturas políticas que se puedan hacer del film, Batalla: Los Angeles persigue a la vez un objetivo más universal. Es la historia de alguien que tiene una cuenta pendiente, de su culpa y de su coraje. Este personaje, el sargento Michael Nantz (muy convincente Aaron Heckhart en el papel), tiene una sorpresiva misión frente a una descomunal invasión alienígena. La ciudad en la que él y su grupo deben actuar para rescatar a los últimos civiles es, obviamente, Los Angeles. La película combina entonces la estética que imita el registro documental de algunos films de género fantástico recientes, como Sector 9, y también del cine bélico contemporáneo, como Rescatando al soldado Ryan o Vivir al límite. Pero sería demasiado comparar Batalla con el film de Spielberg o el de Bigelow, ambos cargados de una sofisticación y ambición muy distintas. Acá estamos frente a una película que intenta generar adrenalina todo el tiempo –algo que casi siempre consigue– y que se sostiene en emociones genuinas pero también elementales. No hay un gran mapa filosófico aquí, tan solo un grupo de personas que van volviéndose cada vez más unidas y cuya lealtad crece a la vez que el sargento comienza a mostrar su verdadero valor como líder y como persona. No hay sorpresas en la trama, pero sí potencia en las imágenes. Quedará solo como un problema más complicado resolver el excesivo elogio a los marines como tales –podrían ser marines, pero no es necesario que se lo recalque en cada escena-, que puede, comprensiblemente, distraer a los espectadores. Pero el cine de Hollywood se las ingenia para complicar las lecturas. El film, después de todo, narra un intento de colonización, y el lugar que ocupan estos marines y los civiles junto a ellos es el de defensores de un país invadido por un ejército poderoso en busca de combustible. Los villanos colonizan para quedarse con un recurso natural. ¿El film es entonces una historia pro-marines o anti-colonialista? Tal vez sea ambas cosas. Lo cierto es que el énfasis no está ahí, sino en este grupo leal y valiente, cuyo compromiso con el deber resulta, hasta el final, conmovedor.
Un humor todo viejo y repetitivo Desde el debut de la saga en 2000, cada cinco o seis años aparece una nueva entrega de esta comedia protagonizada por Martin Lawrence, ahora menos escatológico y sexista. Mi abuela es un peligro 3 es, como su nombre lo indica, la tercera parte de una serie de comedias donde un agente del FBI (Martin Lawrence) se disfraza de mujer mayor gorda para resolver diferentes casos en los que se ve envuelto. Tan conocida es la historia que en esta ocasión él y su hijo aparecen ya disfrazados ante el primer giro de guión, sin que nadie explique nada más. Con algún préstamo de la recordada –y extraordinaria– comedia Una Eva y dos Adanes, los protagonistas se disfrazan de mujer para ocultarse de unos asesinos. Juntos van a una escuela de arte exclusiva para mujeres, donde al parecer está la resolución del caso. Quienes hayan visto las dos películas anteriores podrían imaginar a partir de esto que se repiten los mismos chistes sexistas, el humor escatológico y la burla hacia la gente gorda. Pero no, parece que en estos años los realizadores asumieron que eso ya no vende e intentaron bajar el humor de mal gusto, erradicar el humor sexista y generar un discurso a favor de la gente con sobrepeso. Para que el cambio sea total, le agregaron suficientes canciones que hacen que la película esté más cerca de Glee que de los filmes previos. Aun así, el humor es todo viejo y repetitivo, y los números musicales son tan livianos y poco elaborados que tienden a generar incomodidad. Sin embargo, y para ser justos, se trata en este caso de una película más mediocre que ofensiva, más trillada que desagradable y eso demuestra que los paradigmas van cambiando. Sólo resta pensar los motivos por los cuales se hace una tercera parte que no sigue la línea de las posteriores. Todo parece señalar que la idea era explotar la franquicia, manteniendo al público cautivo desde antes y tratando de sumar nuevos adeptos. La ecuación sólo resultará efectiva para quienes sin desearlo se crucen con este filme. Lo mejor que se puede decir de Mi abuela es un peligro 3 es que resulta indiferente y que desde ahí hace menos daño al buen gusto que los otros dos títulos. Para los admiradores de los dos primeros filmes –hay gente para todo, como se suele decir– este no tiene nada que ver, y a quienes amen el musical estilo Glee o High School Musical, esta película no le aportará nada. El consejo es obvio pero valioso: ver Una Eva y dos Adanes y disfrutar de Tony Curtis, Jack Lemmon y Marilyn Monroe. No sólo es mejor comedia, sino que allí los hombres disfrazados de mujeres aprendían a entender y respetar el mundo femenino, a diferencia de lo que ocurre acá, donde son las mujeres las que deben aprender de ellos.