Marcos tiene sesenta y cinco años y trabaja en una estación de servicio, aunque su verdadera vocación y pasión son las artes plásticas. Pinta para él mismo en su humilde casa, con lo que tiene y como puede. Este personaje solitario y ermitaño se encuentra con un pequeño ladrón de trece años y juntos terminan conformando una original amistad. Un vínculo padre e hijo o de maestro y discípulo es el centro de la película construida en medio de la miseria y la desesperación. La directora los observa con ternura y humanidad, observando como encuentran luz en medio de tanta oscuridad. Estos méritos no necesariamente la convierten en una gran película, porque se necesita más que buenas intenciones y genuino amor por el material tratado.
El género documental se nutre de muchos elementos que pueden convertir un título común y corriente en algo más interesante. Alfred Hitchcock decía “En la ficción el director es Dios y en el documental Dios es el director”. La lección de Anatomía es un ejemplo perfecto de esto. Como el título de la película anuncia, se trata de un documental sobre la legendaria obra de teatro del mismo nombre que Carlos Mathus estrenó en el año 1972 en Buenos Aires. La obra, considera una provocadora obra de arte, fue representada durante décadas no solo en Argentina sino también en el mundo. En esta película vemos a Carlos Mathus, de 77 años, decide hacer una nueva puesta en escena para saber hasta qué punto los temas y el espíritu joven y rebelde de la obra se mantiene vivo. El documental cuenta el proceso de la elección de los actores, los ensayos y todo lo que gira alrededor del mundo del teatro. Lo que en un principio es un documental interesante con una mirada sensible y atenta, sufre un giro en la trama y se eleva por encima de lo que uno podría imaginar al comenzar a ver la película. Los directores lograron lidiar con lo inesperado y con coraje llevar al siguiente nivel su proyecto. Emocionante en muchos momentos, en particular con la fuerza de Antonio Leiva, compañero de Carlos Mathus y artífice también de esta obra, quien es la voz principal de esta documental que es un homenaje al teatro y su espíritu.
El cuento de las comadrejas es una versión del clásico del cine argentino Los muchachos de antes no usaban arsénico (1976) de José Martínez Suárez. Tomando la estructura central de aquel film, el guión de la película de Juan José Campanella realiza una serie de cambios que sin alterar gran parte del material recibido produce suficientes cambios como para evitar toda clase de comparaciones. El cuento de las comadrejas es un título con vida propia. Esta comedia negra protagonizada por cuatro grandes figuras de extensa trayectoria justamente tiene como personajes principales a cuatro figuras del pasado del cine argentino. La gran actriz de enorme fama y prestigio Mara Ordaz (Graciela Borges), su esposo y actor de poca fama Pedro De Córdova (Luis Brandoni), el director de las principales películas de Mara Norberto Imbert (Oscar Martínez) y el guionista de sus films Martín Saravia (Marcos Mundstock). Con cuentas pendientes, humor ácido, reclamos y peleas, los cuatro viven en una vieja mansión venida a menos, pasando su vejez con las pocas cosas que tienen para hacer. Recordar la gloria pasada (con un premio que es igual al Oscar) en el caso de Mara, cazando comadrejas a los escopetazos para Norberto, matando ratas para Martín y pintando paisajes en el caso de Pedro, desde hace años en una silla de ruedas. Pero entonces llegan dos jóvenes a ese espacio olvidado, dicen necesitar un teléfono pero queda claro que buscan algo más. Y ese algo más desatará el conflicto de la película. A mi primera vista la película parece lo que Alfred Hitchcock llamaba un run for cover lo que significaba ir a lo seguro en términos cinematográficos. Pero si Hitchcock era capaz de hacer grandes películas bajo ese término que parece peyorativo, lo mismo hace aquí Campanella. Sin la ambición de El secreto de sus ojos esta película está fabricada para generar una simpatía casi instantánea y duradera por sus personajes. Esto es, la historia del cine lo demuestra, más complicado de lo que parece, más aun en el cine argentino, muy pocas veces preocupado por la gente que va a ver las películas. Una comedia negra que se parece al film de Martínez Suárez, pero también a otras cinematografías –lo haya buscado Campanella o no- como por ejemplo la británica. Como El quinteto de la muerte o aquellos clásicos de ese período del cine inglés. En el año 2019 hacer una comedia negra es también un arte delicado, en un momento donde todo ofende y todo es evaluado de forma policial con el tamiz ideológico y casi nunca con ideas artísticas. Que alguien dirija una comedia donde un lejano premio “Oscar” forma parte de la trama siendo a su vez ganador de ese premio hace diez años es el primero de muchos guiños que muestran un permanente juego de autoconciencia. Los personajes son de cine y la trama va y viene con juegos con respecto a eso. El cine forma parte de la trama, todo el tiempo se hace referencia al cine. No solo con las citas más variadas, desde la ópera prima de Campanella The Boy Who Cried Bitch (1991) a diferentes nombres y títulos de la historia del cine argentino. En una cinematografía sin memoria, por momentos emociona saber que hay alguien en el cine argentino que conoce nuestra historia y la valora. La película tiene un arranque en el cual hay que entrar en el código de sus personajes. Sus diálogos parecen guionados al comienzo, poco naturales, las actuaciones se ven raras durante unos minutos, pero luego –posiblemente todo esto es intencional, claro- todo comienza a cobrar vida. Como dicen ellos, la llegada del conflicto, la aparición del villano los despierta y, como en un teatro de muñecos mecánicos, vuelven a cobrar vida para una nueva última gran función. Juan José Campanella demuestra acá ser un extraordinario director de actores, porque los cuatro protagonistas alcanzan puntos muy altos, aun para su propio estándar de calidad. El guión lleva a que el centro de la trama sea Mara Ordaz y en consecuencia la actriz que la interpreta. Aunque Martínez, Brandoni y Mundstock están impecables, lo de Graciela Borges está más allá. Arranca ausente, en un estado de ensueño, y luego empieza a desplegar, cuando alguien se acerca a su castillo, todos los matices de la actriz y estrella gigantesca que interpreta en la película y que además es en la vida real como actriz. El guión le brinda la oportunidad de tocar las más variadas cuerdas y ella pasea por ellas con seguridad y profesionalismo, desde la comedia hasta el drama, desde la risa a la lágrima de su personaje y también de los espectadores. La emoción que esta comedia inesperadamente logra gira en torno a ella. Sería injusto no decir lo mismo de Brandoni y Martínez, pero tienen menos escenas y registros para desplegar por la historia. La escena de Graciela Borges con su propio rostro proyecto sobre su cara es de una belleza y una emoción inolvidables. La película es un homenaje a ella en muchos momentos. Tal vez por extensión al cine argentino, pero a través de su rostro de puro cine. Ir a lo seguro decía yo hace un rato pero insisto en que esto no es peyorativo. Ir a lo seguro y dar perfectamente en el blanco. Con algún chiste menos efectivo que otro, con alguna situación menos lograda que otra, pero con una calidad profesional que pocos consiguen tener en el cine argentino. Muchos son talentosos, pero no tantos consiguen hacer cine profesional. No es fácil, como dice un personaje, pero justamente por eso lo hacen los profesionales. El cuento de las comadrejas es una comedia de humor negro completamente adorable.
Dóberman es la adaptación cinematográfica de la obra de teatro del mismo nombre. Sin esta información igual queda claro su vínculo con el teatro, en particular por la ausencia de un personaje que es el centro de gran parte de la trama. A medida que pasan los minutos se nota como está forzado el guión para desarrollarse como una larga escena con dos protagonistas. Es una tarde de siesta en las afueras de la ciudad, una mujer llamada Mercedes habla por teléfono mientras prepara una salsa para las pastas que comerá junto con su hijo. El joven está viniendo y el dóberman del título es su perro. Por el mismo barrio otra mujer llamada Mirna anda en bicicleta, pronto sabremos hacia donde se dirige. Cada escena de la película se alarga mucho, intencionalmente, claro. Pero esa extensión produce irritación más que interés. Sabemos que se intenta describir un mundo cotidiano a la vez que se nos va a dando información que conduzca al anunciadísimo final de la película. Pero el exceso en la duración de las escenas en tiempo real termina jugándole en contra a una película tan teatral en su guión que agota. Más allá de la utilización de toda clase de trucos para darle aire cinematográfico, la historia no solo se sigue viendo teatral, sino que además representa un teatro que tampoco es interesante.
Remake de Dos pícaros sinvergüenzas (1988) que a su vez era remake de Los seductores (1964). Dos maestras del engaño terminan formando equipo para estafar hombres ricos. Al principio son competencia y luego socias, aunque la competencia sigue siendo una amenaza a la lealtad entre ambas. La distinguida y millonaria Josephine Chesterfield (Anne Hathaway) y la rústica Penny Rust (Rebel Wilson) son la pareja despareja que logra buena química en la pantalla, con el lucimiento puramente físico de Wilson y la fineza de Hathaway. Los gags funcionan bastante bien pero en las últimas escenas la energía de la comedia desaparece y las actuaciones no pueden hacer nada para salvarla.
El pequeño Kun, hijo único, disfruta de su feliz infancia hasta la llegada de su pequeña hermana Mirai. La pequeña bebé se convierte en el centro de atención de sus padres y Kun se siente abandonado y celoso de su hermana. Poco a poco Kun se encierra en sí mismo y en el jardín de su casa dónde la magia lo llevará a un mundo dónde el presente y el pasado se juntan. Kun conocerá a sus parientes de diferentes épocas, su madre cuando era pequeña, su tatarabuelo como un joven y su hermana Mirai en el futuro. Solo el cine de animación de Japón, el animé, es capaz de mezclar los tonos de forma brillante como lo hace esta película. El más sutil drama familiar, lleno de detalles, con apuntes psicológicos tan precisos como tiernos, donde los personajes, tanto el pequeño protagonista como sus padres, tienen un retrato de una absoluta humanidad, con sus grandes y pequeñas cosas. Pero no es solo eso lo que se destaca de Mirai. La película se lanza a la fantasía más bella y delirante, pasando por momentos de hermosa poesía a otros (breves) de terror y muchos otros de sobrio retrato social. Todo eso a través de los ojos de un niño, nunca sintiendo los límites de un retrato psicológico estándar, ni tampoco perdiendo el eje de su tema principal: la aceptación de un niño de la llegada de su pequeña hermana y la transformación de la familia.
Un romance entre dos personajes perdidos en la vida, solitarios, que se cruzan una y otra vez frente a la playa. La historia comienza cuando la adolescente Beatriz se fascina con Rogério -de más de treinta años y líder de una banda- durante un concierto. Compartirán a lo largo de los años una relación de angustias y dolores que nunca terminará de encontrar tierra firme. El estilo opaco y melancólico de los personajes, su oscuridad y su angustia intentan ser plasmados con un tono contemplativo, por momentos intencionalmente frío, siempre buscando un tiempo de largos planos para mostrar cada situación. No hay emoción alguna en la película, independientemente de sus intenciones, y poco a poco el interés por los personajes se va apagando. No hay, más allá de algunos detalles, nada que le dé a la película un sentido final o un encantado que le termine de dar forma.
Marcelo Di Marco (Pablo Rago) es un escritor frustrado convertido en periodista, que debe rastrear los hechos ocurridos alrededor de la muerte de su padre, Tonio Di Marco (Roberto Carnaghi) en circunstancias extrañas. Este policial negro decide, desde un comienzo, mezclar géneros, pasando de los tópicos del film noir al film político, mezclando bajadas de líneas confusas con situaciones casi nunca logradas, ya sea por el guión, por la puesta en escena, por las actuaciones o por la suma de todo eso. Si quisiéramos olvidarnos del costado político el policial negro queda muy corto, casi cómico, demasiado forzado y poco creíble aun para los poco verosímiles códigos del género. Si nos quisiéramos aferrar a la trama política estaríamos en un terreno un peor, con referencias a la realidad que fluctúan entre lo obvio y tonto y lo contradictorio y accidental. Si hay algo claro en la película es que no se logró el objetivo, posiblemente mucho más ambicioso que otros films nacionales, pero aun así sin nada para destacar.
Pokémon Detective Pikachu tiene que servir a tres amos al mismo tiempo. A los fans que siguen los videojuegos, la serie, el manga y las películas, a los que se conectaron con la franquicia desde la aparición de Pokémon Go y finalmente a los que no tenga idea acerca de todo el universo. De estas tres categorías la única que importa es la última, es decir la que habla de los méritos cinematográficos independientemente del material en el que se basa. Detective Pikachu es una buddy movie al estilo de la década del noventa. Sencilla, acotada a su tema, con un despliegue visual que nunca se apodera de la trama, con dos grandes personajes y un buen puñado de secundarios, tanto humanos como pokemones. Esto le permite jugar al drama, al film de acción y finalmente –y mucho- a la comedia. El detective privada Harry Goodman desaparece misteriosamente y su hijo Tim investigará que ocurrió con su padre. Para eso deberá ir a Ryme City (una mezcla entre Londres y Tokio), donde los pokemones y los humanos conviven libremente. Tim es un humano sin compañero Pokémon, lo que es una rareza que llamará la atención a todos en la ciudad. Cuando está investigando en la casa de su padre aparece un Pikachu escondido. Sin explicación y sin demasiada lógica, Tim es capaz de entender a Pikachu, lo que primero le produce pánico y luego lo transformará en su compañero de equipo para buscar al padre desaparecido. La película funciona como un policial negro en clave absurda al estilo de ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (Who Framed Roger Rabbit, 1988) la película de Robert Zemeckis donde los humanos convivían los dibujos. Tim desconfía de los pokemones y no tiene suerte a la hora de elegir un compañero, pero eso le permite estar junto al más famoso de los todos pokemones que existen. Luego se verá, con muchas vueltas de tuerca, que es lo que realmente está pasando. Si la simpleza y el absurdo son las dos características más destacables de la película, sin duda su humor es lo que la coloca por encima de las expectativas previas. Gracias a la voz de Ryan Reynolds como Pikachu, los diálogos son memorables. Sin que los chistes sean subidos de tono, pero sin caer nunca en lo infantil, la película logra un gran equilibrio entre lo simpático y lo inteligente. Hay un puñado de escenas de comedia memorables, en particular cuando interrogan a Mr. Mime, donde el humor absurdo alcanza niveles de surrealismo. Al amor infinito que despierta Pikachu por su voz y por el guión, sin duda hay que darle mérito a una animación increíble, donde los pokemones se ven como nunca. Cualquier seguidor de Pokémon no podrá dejar de asombrarse cuando vea a los personajes. Difícilmente podamos seguir viendo de la misma manera a un Kubone o a Psyduck, protagonista también de varios momentos de alta comedia. Pequeña y efectiva, Pokémon Detective Pikachu encuentra un espacio propio coherente y sólido dentro del terreno peligroso de las adaptaciones de franquicias exitosas. Si no tienen idea de donde viene Pokémon y si nunca antes en su vida vieron a Pikachu igual pueden disfrutar de la película. Y sí, tiene una gorra como la del más famoso de los detectives de todos los tiempos: Sherlock Holmes.
En el año 2019 mirar una película como Entre la razón y la locura (The Professor and the Madman) es un viaje hacia otro mundo que hoy parece lejano, pero que comparte con cualquier otra época de la humanidad la pasión por el conocimiento. Siempre ha habido, aun hoy, personas cuyo deseo de abarcar y entender el conocimiento humano los lanzó a tareas titánicas que iban incluso más allá de lo que podían abarcar con su propia vida. Esta película cuenta una de esas historias y no debería ser ignorada por los amantes del conocimiento. La película cuenta un momento clave de lo que en un futuro formaría el Diccionario Oxford (Oxford English Dictionary) considerado el más erudito y completo diccionario de la lengua inglesa, así como el principal punto de referencia para su estudio etimológico. Cuando en 1878 el profesor James Murray fue contactado por los delegados de Oxford University Press y le propusieron ser el editor del descomunal proyecto. El proceso titánico tuvo varios momentos de zozobra pero el otro personaje clave destacado por la película es el Dr William C. Minor, quien estaba en una institución para criminales con trastornos mentales y que por sí solo creo más de diez mil entradas para el diccionario. Ambos personajes, obsesivos, obstinados y brillantes, consiguieron llevar adelante uno de los momentos más importantes en el registro del conocimiento de un idioma. A lo largo de la película es simplemente abrumado observar no solo lo difícil del proyecto sino además las dificultades de un mundo sin la tecnología con la que contamos hoy o se contó en la segunda mitad del siglo XX. A una reconstrucción de época impecable a la película se le debe sumar un elenco notable, encabezado por Mel Gibson como el profesor Jame Murray y Sean Penn como el doctor William C. Minor. En dos tonos diferentes, ambos sostienen la película y le aportan drama a una trama no tan sencilla de contar. Conseguir que se entienda lo que se está contando depende no solo del guión en este caso, sino también de ambos actores. Lo primero que querrá hacer el espectador al terminar de ver la película es saber más sobre estos personajes y sobre la realización del diccionario. La misma pasión que animó a estos hombres inunda a quien vea la película. El amor por el conocimiento y los libros es festejado aquí como pocas veces se ve en el cine actual.