El cine indie produce algunas de las mejores películas cada año. Su problema es cuando no tienen personalidad: cuando hacen mal y barato lo que el mainstream hace bien y con grandes presupuestos. Last Seen Alive (Vista Por Última Vez) es la puesta en escena de una metamorfosis: la de un tipo normal convertido en un vengador solitario tras la desaparición de esposa.
The Cellar (Escalera al Infierno) es una película demasiado esquemática, que explora los viejos tropos sin sublevarlos, y que no quiere tomar los riesgos mitológicos y cuánticos que insinúa, permaneciendo como un catálogo de clichés del género, un déjà vu gótico en su viaje al fin de la noche.
David O. Russell encuentra poesía en la marginalidad. Su filmografía está llena de freaks que tienen estilo en su extravagancia: estafadores, yonquis, desocupados y sociópatas que habitan los bordes astillados del american dream y nos muestran el lado kitsch que todos llevamos adentro. Amsterdam continúa esa épica de los pobres, buscas, excluidos y silenciados que el cineasta trata como una especie exquisita y moribunda, una fauna involucrada esta vez en un misterio de asesinato, una historia de amor prohibido y un intento de golpe fascista en la década de 1930.
"La Historia no la escriben tipos como yo”, dice Julio Strassera, el hombre a punto de construir la Memoria de un país donde muchos preferían la comodidad de la ignorancia, la unidad sin justicia, el ansiolítico ético de la versión oficial que los medios habían difundido durante los 7 años que duró la dictadura: que fue una guerra sucia. Argentina, 1985 es el reverso de esa frase, la demostración de cómo el fiscal y su equipo de trabajo pusieron en escena el dolor, la humillación y el daño que habían sufrido las víctimas en un juicio que se volvería parte del inconsciente colectivo del país.
See How They Run (Mira Cómo Corren) es una película y su comentario, un intento de deconstruir la narración a través de la parodia, que asume las limitaciones del género al mismo tiempo que lo critica. Es en la tensión entre el discurso y la puesta en escena de ese discurso que busca el efecto cómico, un juego de espejos en el que los personajes son actores de una obra policial y sospechosos de un crimen.
Nunca miramos sólo una cosa: miramos la relación entre las cosas y nosotros mismos. Lo que sabemos o creemos saber afecta el modo en que vemos esas cosas. El problema de Javier (Julio Chávez) es que no sabe a su madre (Marilú Marini), para él “siempre fue un misterio”, un enigma fascinante, una mezcla de mito, amor y realidad. Por eso decide filmarla en una serie de entrevistas en las que ella le irá contando historias conocidas, secretos, confesiones.
Signo de los Tiempos: el hombre es el lobo de la mujer. Con Barbarian (Bárbaro), Zach Cregger no intenta reescribir el género terror, pero le toma el pulso al zeitgeist de la época para poner en escena el síntoma más visible de lo contemporáneo. Pero para el director la política de género es un punto de partida, un estado de ánimo que usa para crear la atmósfera enrarecida, de amenaza latente, de una casa de los suburbios de Detroit que esconde en sus pasajes secretos un miedo más vulgar, edípico y freak.
Fall (Vértigo) tiene a dos personajes débiles en un entorno fuerte y hostil: chicas saludables y estúpidamente imprudentes que suben a una torre de 600 metros de altura como una forma de terapia alternativa. Pero la película es lo que busca ser: una experiencia de shock cinematográfico, sostenido por un tratamiento visual inmersivo de ansiedad acrofóbica.
El desamor como principio de realidad: una pareja que se rompe y hace del mundo un infierno de ansiedades y manías, un lugar en el que no queda espacio para nada que no sea lo que ya no está. Le Discours (El Brindis) es una comedia lúdica y psicodélica, que le toma el pulso a las relaciones fallidas a través del monólogo interior de Adrien (Benjamin Lavernhe), un loser neurótico e hipocondríaco atrapado en una interminable cena familiar, mientras espera que su ex le conteste el puto mensaje que le mandó esa tarde. Pasaron 38 días desde que ella se fue sin dar explicaciones. La película es demasiado cínica como para caer en cualquier sentimentalismo barato de comedia romántica: usa la angustia como un estado de lucidez para deconstruir el discurso amoroso, la familia y los pequeños dramas cotidianos.
Alguien que decide ver una película sobre un juguete asesino no espera Lacan aplicado a la psicología de los personajes o ver la influencia de Tarkovski en la construcción dramática del tiempo en el plano: busca sentir un miedo atávico, disfrutar de un ritual gore, de una aceptable representación de la cercanía de la muerte. El problema con The Jack in the Box: Awakening (Jack en la Caja Maldita 2: El Despertar) no es que sólo sea un insulto intelectual, sino que también es una estafa slasher, en la que la violencia asesina permanece fuera de campo mientras intenta sostener la trama en una tensión de elementos góticos que nunca funcionan.