Contexto. Esta vez la proyección no tenía el clima habitual. En la puerta del Teatro Colón de Mar del Plata muchos flashes y cronistas trataban de tener la palabra o la imagen de la protagonista real de esta historia. Y Estela de Carlotto, Estela a secas, no es un nombre más. Es un emblema, es la bandera de una lucha, porque representa a todas las Abuelas de Plaza de Mayo y porque lo que ellas buscan es tan esperanzador como siniestro el origen de la búsqueda: los niños apropiados a sus hijos por parte de los genocidas de la última dictadura militar de la Argentina. Una vez dentro del recinto el aplauso cerrado, la ovación de pié habla por sí misma. Su heroína, la de la realidad, está allí y yo que me siento justo delante de ella no sé cómo ver este film que está teñido de todos los sentimientos que mi generación y otras tienen sobre la dictadura. Cada tanto giro la cabeza para mirarla, una curiosidad me impulsa a ver cómo soporta su propia historia si yo no puedo, si perdí el objetivo desbordada de angustia, pero ella seca disimuladamente las lágrimas que brotan porque a escasos centímetros hay otras Abuelas que la admiran y saben de su coraje porque no sólo busco a su hija sino que además de enterrar a Laura tuvo el coraje de exhumarla para saber cómo había muerto y allí tuvo la confirmación más sublime de todas: era abuela y debía comenzar una búsqueda que lleva más de 3 décadas. La película. Una Susú Pecoraro, notablemente parecida a Estela, cuando joven y ahora, inicia entre luces tenues un juego repetido, Laura la mayor de las hijas, se esconde y Estela la busca hasta hallarla. El juego cotidiano representa lo que era su familia, su esposo, el tano querido, padre de sus cuatro hijos y desde allí todo es cuesta arriba. Porque Pecoraro hace un trabajo brillante entre el pasado y el futuro, porque Alejandro Awada como el tano, es un padre que resiste la tortura y lleva en la mirada un saber que el resto no tiene, la cosa se pone brava en la Argentina de los genocidas, porque Inés Efrón siempre tan efectiva es Laura, aquella que fue detenida, asesinada y a cuyo hijo, Guido, busca su abuela desde hace muchos años. Efrón compone a una chica tan 70’ que me recuerda a mí, a mis amigas... nos lleva allí, aunque ese sea un tiempo de cólera. Gil Lavedra es un joven cineasta que semeja un avezado realizador porque usa su cámara con la pericia de un cineasta avezado y maduro. No recurre jamás al melodrama, no es necesario, el drama mayúsculo llena los sueltos de diarios, revistas y libros. No registra gestos ampulosos, sólo lo preciso para contar los tiempos previos al infierno y los que siguieron. Casi como un cronista de indias maneja a sus criaturas y los hace seres orgánicos, creíbles, miméticos con esos que padecieron la desaparición de sus familiares y el robo de sus nietos. Idéntico a lo que uno imagina que, debe ser, el calvario de padres y hermanos entre la búsqueda y el miedo, entre la esperanza y la angustia, abriéndose paso entre los caballos de la montada con el corazón latiendo hasta salirse de cauce y con el amor sosteniendo esos latidos para que no estalle. Las noticias sobre que Laura aún vive y está embarazada, el mensaje que dice: busquen a mi hijo que se llamará Guido en la Casa Cuna hacia fines de junio de 1978 y la corroboración de que efectivamente fue madre, son los pilares sobre los que se edifica este personaje que Pecoraro encarna en espejo con la real. Días previos, desaparición, búsqueda y hallazgo son una cadena en la que su actriz principal se mueve como pez en el agua y logra plasmar en cámara eso tan difícil de lograr cuando hay un icono con quien contrastar, logra el cambio. La mujer que se pondrá el pañuelo, la que corrobore que tiene un nieto que debe buscar ya no será nunca más la maestra de escuela salvo por la ternura y su compañero tampoco, pues se irá apagando con sutileza como se apagan las luces de la ciudades enormes conforme amanece. Pero en esta historia de búsquedas, no amanece fácil y el tiempo, medida de todo dolor, pasa para que vayan apareciendo 100 de los 500 niños apropiados durante el cautiverio de sus padres. Nicolás Gil Lavedra hizo un gran trabajo mixturando presente, pasado y futuro, dando las señales justas para que una de nuestras máximas actrices se parezca a Estela de un modo estremecedor pero no por la mimesis, sino por el rictus, el gesto y el modo orgánico de plasmarla en la pantalla. Y porque el resto del elenco acompaña de manera formidable y Carlos Portaluppi juega una escena que difícilmente olvidaremos. Datos, fechas, entrevistas, son parte de una totalidad que repone la Historia no el cine. En ella hay que buscar lo que Lavedra deja como indicio. Epílogo. Al finalizar el film, Estela, la real, narró su resistencia a que su vida sea filmada, no quería dijo, ser "la Abuela", porque todas son insoslayables y buscan sin descanso y sin venganza al fruto de sus hijos. Confesó estar deshecha pero consciente de que al cabo de un rato estaría mejor, y mañana mejor y dentro de unos días como siempre. La mujer que escuchó las peores atrocidades de boca de los captores de su hija, de la voz de los ladrones de su nieto, seguirá andando y este film que merece ser visto por su estética y la labor de guión y de actuación de todos sus actores, le gritará a los Guidos que andan por allí que si tienen todavía alguna duda, la despejen porque estas abuelas que todos querríamos tener cuando ya pasamos la mitad de nuestra vida, han dedicado la mitad de la de ellas a buscarlos, no para apropiarlos, sino para entregarles una verdad. Vamos pibe, pasaste los 30 años, un sólo gesto resignificaría el sentido que le dieron a su vida las Abuelas más conocidas del mundo, esa asociación lícita del amor. Si tenés la más mínima duda, acercarte y conocé quién sos, después podés regresar pero dejalas mirarte y ver en tu rostro, algunas de las huellas de los rostros de sus hijos.
Una bandera a la Victoria Esa Mujer, el cuento de Rodolfo Walsh, fue el hipotexto de muchos otras ficciones en torno a Evita y sus significancias. La potencia textual de la ficción de Walsh radica en varias cuestiones: la investigación periodística, la búsqueda de un cuerpo como un enigma policial, la cuestión política y la fuerza de lo puramente literario. Por eso no resulta extraño que María Seoane, que conoce muy bien su obra, lo haya elegido como el narrador de la historia que fragmentada pero reponiendo un todo, se suma a las figuraciones y representaciones de Eva Perón que nos asedian desde siempre. El film mixtura los logrados dibujos animados de Francisco Solano López con imágenes de archivo y fotografías. De ese modo, produce un extrañamiento respecto de la figura femenina más mítica y emblemática de nuestra Historia. La música de Gustavo Santaolalla tiene un sello de argentinidad que acompaña el relato sin desentonar nunca. Su síntesis argumental nos devuelve a ámbitos conocidos, la infancia en Los Toldos, la muerte de ese padre que ni un apellido dejó y la decisión inquebrantable de tomar el tren y venir a Buenos Aires. Pero como el narrador y personaje Rodolfo Walsh es un testigo privilegiado de lo ocurrido, los fragmentos se unen y encajan perfectamente aún cuando su orden cronológico se vea alterado. Y aquí reside otro acierto del film. Porque pasa de 1926 a 1976 cuando los militares se encontraron de nuevo con el cadáver de Evita y tuvieron que volver a decidir su destino en una suerte de tensión entre la vida y la muerte que tiene un hilo conductor, la persistencia. Si lo habían robado, vejado y ocultado en el 57 por qué no lo harían de nuevo. Exactamente un año después desaparecerían a Rodolfo Walsh que como personaje sabe muy bien de qué se trata la barbarie de esas bestias. “Hay un fusilado que vive”, le habían dicho en 1956. Los puntos de inflexión se dan en distintas secuencias como en 1945 cuando parece que todo comienza y la huelga que deriva en el grito por todos conocido “Queremos a Perón” y el narrador dice de manera contundente observando a los miles de la plaza: “era el subsuelo de la patria sublevado”. En distintos tramos la voz de Eva en sus discursos ya cristalizados en la memoria colectiva de su pueblo peronista aparece para reforzar esas imágenes que desde la animación en 2 y 3 D muestran, icónicos a oligarcas y obreros, el enojo y la tristeza, la gloria y la muerte. Y los cuervos que Favio usó magistralmente en Perón, Sinfonía del Sentimiento sobrevuelan siempre agazapados para dar su zarpazo. Buitres de ayer, de hoy y de siempre. Porque el Peronismo es, fue y será un movimiento amenazado de muerte por poderes que cambian de mano pero tienen un denominador común: el odio hacia la otredad. Ese magma, a veces informe, en el que se mezclan la derecha y la izquierda adjudicándose una pertenencia, en el que la disidencia deja paso, a veces, a la conspiración sangrienta, tiene una bandera a la victoria, Evita. Eva de la Argentina. Nadie está a salvo de su influjo, aunque sea para hacerse el popular y días después reprimir a un militante barrial. Ella no murió, pasó a la inmortalidad ha dicho Martín Kohan y esa cuestión en torno a lo sublime de la persona devenida en mito ha servido para fines diversos. Esa Eva que el enajenado Coronel Moori Koenig quiso para sí, la que le fue arrebatada, la que fue enterrada con otro nombre en Milán, que fue devuelta y ahora yace en Recoleta bajo un pesado bloque de acero como ordenó la dictadura más nefasta de la noche oscura de la Patria. La misma que trabajaba muchas horas para darle a sus descamisados, sus grasitas, como ella los llamaba, tiene en el film de Seoane una estatura que por su factura la acerca a todos, como ella quería, porque el mismo montaje del film le otorga esa pluralidad. La exhibición de Eva de la Argentina, a partir del 13 de octubre, sin dudas ocasionará más debates de esos que tan saludablemente en muchos casos vienen teniendo los que retornados a la militancia, encontraron una grieta de participación y dejaron el terror de otras generaciones detrás. Pero la historia de Esa Mujer da un paso más, ya que Walsh se enuncia como desaparecido y el dilema de los cuerpos en la Argentina retoma una significancia nueva. ¿Qué pasa con los cuerpos? ¿Qué perversión fatal nos azota desde tiempos remotos? No lo sé, pero en este film señalando que su cuerpo aún no fue hallado, hay un desaparecido que habla.
Muchos han sido los sucesos acaecidos desde el 25 de mayo de 2003. Un país devastado consiguió ir a elecciones luego del más profundo default del que se tenga memoria en estos lares y 38 muertos que nadie ha pagado aún. Los días aciagos del diciembre 2001, son inenarrables porque en ellos se mezcla la impotencia de quiénes hasta ese momento no eran colectivos participativos del debate político y de los desgraciados de siempre: los “excluidos” que 10 años de neoliberalismo profundizando las recetas más siniestras de la dictadura, en materia económica, dejaron como un reguero de llanto a lo largo de esta castigada Nación. El 2003 con sus elecciones plagadas de debates sobre legitimidad versus legalidad, dio paso a la llegada de un Presidente, Néstor Kirchner, que venido de muy lejos dejó claro que “iría por todo”. Las acusaciones de clientelismo, populismo, demagogia y tantas otras cosas abrieron grietas por las que se filtraban otras cuestiones. ¿Qué es el poder? ¿Quién lo detenta? ¿Para qué sirve? Y por último como se construye desde la nada. Ese ir por todo supuso la apertura de muchos frentes de tormenta contra los pesos pesados de siempre. Si, tal cual sus palabras, “no iba a dejar sus convicciones en la puerta de la Rosada” la tarea que se proponía era titánica: reformar la Corte Suprema, tener por fin una política de DDHH que deviniera de la derogación de las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final, renegociar una deuda espuria que desangraba al país y como si eso no fuera suficiente enfrentar a los dueños del poder: monopolios y sectores de concentración de la riqueza, conservadores y concentradores de la riqueza. Mucho ocurrió, hubo traiciones, pérdidas temporarias de poder o mejor, hubo traiciones pero hubo una invisibilización ostensible y macabra de mostrar quiénes no querían soltar el poder para seguir manejando los destinos de un país que los tenía acostumbrados a la tranza. Hemos visto tapas de diarios que avergonzarían a Satanás. Luego de las Legislativas del 2008 durante la gestión de la Presidente Cristina Fernández de Kirchner, que suponían un duro revés para el oficialismo, se envío al Congreso de la Nación la Ley Medios de Comunicación Audiovisual que había sido ingresada por primera vez en marzo con cierto beneplácito de la oposición, para su debate. La Ley desató un sinnúmero de ofensivas y contraofensivas toda vez que lo que estaba en juego para los dueños del poder no era cómo y qué comunicar sino tener la exclusividad de la comunicación. Ser Su Majestad y mantener para siempre la concentración de medios que les permitiera decidir que vemos, cuándo y dónde. La manipulación de la opinión pública llegó a extremos tan oprobiosos como los de La Guerra de Malvinas. Se mintió, tergiversó y omitió, apelando a la invisibilidad el verdadero meollo del asunto. Se habló de venganzas, vendettas, negociados, etc., etc., etc., pero lo cierto es que en el año 2009 la Ley finalmente se promulgó y aunque miles de trabas y recursos con jueces dudosos impidieron su puesta en ejecución provocando dilaciones varias, dicha Ley ha comenzado a implementarse. El film de David Blaustein y Osvaldo Daicich fue estrenado ayer en el cine Gaumont y su narrativa sigue el mismo derrotero que el de la Ley, su generación, sus debates, sus contramarchas y su promulgación final. El film ha sido considerado como “un hecho colectivo” por sus hacedores y por todos los que nos manifestamos en abril de 2010 contra el desacato a la voluntad popular. Por ello el sábado 7 de octubre a la medianoche se podrá por ver por Canal 7, la Televisión Pública, ya que es el marco ideal para una democratización que debe alcanzar a muchas otras manifestaciones. En la página de la película La Cocina, el film se podrá descargar gratuita y libremente desde el día 8 de octubre próximo. Esta es una batalla que ganamos todos, forma parte de la totalidad cultural, pero que nadie se llame a engaño. Épica Cultural es aquella gesta en la que los ganadores acceden a bienes simbólicos antes reservados a unos pocos privilegiados, es aquella Cruzada que cambia el paradigma de todos, no de algunos, y que permite el acceso a esos bienes y la igualdad de oportunidades a todos los habitantes de una Nación. Un cambio de paradigma que al cabo permita que en cada habitante haya un líder posible de lo que sea posible y no sólo en las rancias cunas del poder como diría García.
Una buena historia de amor, odios y revolución La película de Paula de Luque muestra el comienzo y desarrollo de un amor que más tarde será Historia Argentina, pero que en el principio es sólo amor Dedicada a Leonardo Favio como homenaje tal vez a Perón, Sinfonía de un Sentimiento, cuya remasterización de imágenes permitió a cineastas, documentalistas y espectadores tener por fin buen sonido e imagen de una Historia que nos pertenece, la película de Paula de Luque, narra una historia de amor. No es una historia más si consideramos que ambos sujetos se convirtieron en los íconos históricos más representados y cuyas figuraciones se rastrean fácilmente en el cine, la literatura, el teatro y la plástica. De hecho, en este mismo instante diversas Evas circulan por teatros, textos y debates. Siempre que aparece una nueva Eva no faltan voces que se alzan para hablar de oportunismo y parecen desconocer que desde La mujer del Látigo (Mary Main), desafortunada y mal escrita biografía de Evita hasta hoy, sujetos tan disímiles como el propio Favio, Desanzo, Parker, Héctor Olivera (Ay Juancito), Copi, Santoro, Sebreli, Sarlo, Tomás Eloy Martínez sin dejar de mencionar al enorme Rodolfo Walsh, Borges, Viñas, Carlos Gamerro, Cristina Escofet, Marta Avellaneda y otros que se han ocupado y se seguirán ocupando del mito proliferante de nuestra historia, de hecho en octubre próximo se estrenará el largometraje de animación titulado Eva de la Argentina dirigido por María Seoane. Lo ha dicho Daniel Santoro, Eva posee una iconicidad única y resulta que Perón fue el fundador del movimiento político más importante de nuestros lares. Si la película cita, apropia o dialoga con otros actores sociales o con otras figuraciones, no es una cuestión que deba ser evaluada en su crítica sino en un ámbito más amplio como es el de los capitales simbólicos que poseemos y en los que se materializan los rostros de la Historia Argentina. Coincide con el año eleccionario pero es claramente más cercana y seria que esa Evita interpretada por una Madonna regordeta por su embarazo de cinco meses, cuando debía representar a una mujer abatida por el cáncer. Un oprobio cinematográfico más a los que “los de afuera” nos tienen acostumbrados y hasta les prestamos el balcón… Es cierto, el presidente de entonces era cholulo y las rubias lo podían. Aclarada esta cuestión que me permitió la distancia de no asistir al estreno pero que vi reflejada en ciertas críticas vamos al film. La película de Paula de Luque se centra en el momento exacto en que el entonces Coronel Juan Domingo Perón, conoce a quien luego será simplemente Evita. Este segmento que trata sobre el amor y que no había sido abordado antes con detalle permite un acercamiento a estos íconos de la Nación con su dosis de humanidad justa. Y digo justa porque no hay ademán ni forzamiento en la construcción de ellos y porque si uno fuera somalí no intuiría nada del destino de esa pareja. Las plazas posteriores a la de octubre de 1945, plenas de los diversos colectivos que idolatraban a ambos, están fuera de esta discusión y sin un corolario politico final. La Eva construida por Julieta Díaz es sumamente original y orgánica porque es una Eva dubitativa, asustada de perder ese amor que consiguió, una María Eva que de a poco toma conciencia de lo limitante de su condición de “bastarda” para el ámbito castrense, de cuántas mujeres quieren tener a ese hombre y de cómo todo está por aprenderse. Y así ella se acerca, conoce, fisgonea, escucha lo dicho en voz baja. Encontró al amor y no lo quiere dejar escapar, pero, hay mucho enemigo suelto. Mucha cuestión de clase que en la Argentina de los 40’ y aún hoy sigue queriendo tallar en las camas, amores y sexo de los demás. Sin embargo, en un segmento en que espera noticias de su amor encarcelado, Eva fuma un cigarrilo sentada en su cama y le convida uno a la mucama, y la invita a sentarse junto a ella, esa imagen breve en la que el plano las muestras paralelas y juntas permite avizorar de algún modo, quiénes serán los destinatarios de sus esfuerzos futuros, a quiénes ella considerará sus iguales. Es cierto que muchos adscriben a representaciones de Eva más miméticas (no sé con respecto a qué Eva si no la han conocido) y hay quiénes la trataron cuando ya era primera dama, pocos son, ya que pasaron muchos años y los recuerdos se encuentran tan impregandos del espesor de signos que es hoy Evita que es difícil asir la realidad de esos relatos. Es verdad también que las representaciones de La Abanderada de los Humildes han pasado a formar parte del ícono Evita pero creer fehacientemente en ellas, salvo por gusto estético, es como creer que el Che Guevara real puede estar en una remera Lacoste. Pero lo cierto es que en este film no hay maniqueísmo en la composición de los personajes. Él, en una muy buena composición de Osmar Nuñez, es un Coronel en franco ascenso y el terremoto acaecido en San Juan en enero de 1944 que enterró a la provincia bajo un manto de escombros, es el hecho histórico real en que el acercamiento entre Eva Duarte y el emblemático líder se produce. Después, la Historia no cuenta porque estamos ya en la ficción y por suerte ésta narra como se le da la gana una historia de amor, de odio o de guerra. Un tratamiento de imágenes cuidadoso, como mimesis de una época en la que los prejuicios son la base del conflicto más serio que afrontó esa pareja a lo largo de su escasa vida, permite obtener imágenes de encuentros amorosos que en planos y contraplanos exhiben una pasión que no se llama amor hasta el final, cuando el Coronel preso en Martín García finalmente descubre qué es lo quiere. Cuenta un ex secretario del general en el exilio, cuyo nombre no delataré, que Perón jamás se mostró en calzoncillos delante de nadie que no fuera de su entorno íntimo, su mujer y la película de De Luque deja al general en su uniforme tal y como el imaginario lo ha concebido y desviste a los amantes en la cama sin caer en chabacanerías inútiles. El elenco compuesto por nombres de peso cumple sus roles de modo eficaz en todos los casos, sobresaliendo además de los nombrados: Fernán Mirás, Pompeyo Audivert, Alberto Ajaka y Alfredo Casero. Las secuencias que representan a la familia de Eva también están logradas porque son verosímiles. Para los que conozcan la vida de estos personajes, no es ninguna novedad que existían reticencias al principio y entrega absoluta después. Perón era irresistible para las mujeres de su entorno laboral y para los muchos otros que veían en él al sujeto capaz de levantar las banderas de la justicia social. Amor a hurtadillas primero, amor público después, amor con casamiento para legitimar una situación que tanto fastidiaba a los ámbitos clerical y castrense, tal vez las esferas más hipócritas de ese momento (y otros). Con una música que acompaña sin manipular la emoción, el film de De Luque podría decirse de PH Neutro no porque no se juegue sino porque cuenta esta historia sin fanatismos, sin aspiraciones de bustos ni bronces porque eso fue al principio, un amor, como cualquier otro entre dos amantes que no estaban destinados a ser como cualquiera de los otros. Dividida en tres segmentos: Amor, Odio y Revolución, el film contiene un in crescendo dramático y sentimental que sin melodramas da cuenta de una pasión que se multiplicó en años y en millones. ¿Hay otros amores parecidos? No lo sé, especular sobre eso, seria ser mezquino con esta creación.
La batala por la recuperación de los horrocruxes ha llegado, al ganador sólo lo conocen los lectores fervientes de Rowling y los que se acerquen al cine a ver el final de la historia del niño mago más taquillero del cine. Seguir las experiencias del mago niño, huérfano y desdeñado por sus pacatos tíos muggles ha sido tarea de niños y grandes. De niños porque la magia siempre ha sido su privilegio y de grandes porque los padres que veíamos a nuestros hijos, hoy de 20 años, no poder dejar de leer, sentimos curiosidad por saber qué leían nuestros pibes y caímos atrapados por la magia. El éxito fue tan rotundo que no podía no ser un film y como había una saga no podía no ser una saga de films. Lo inteligente, lo verdaderamente inteligente ha sido ponerle magia a un mundo que la ha perdido hace rato, hacer de cada edición o avant premiere una ocasión única y no perder de vista que sus seguidores, adolescentes en su gran mayoría o niños entrando a la pubertad, se veían reflejados en ese ser flacucho, desgarbado y miope que con su estigma en la frente debía enfrentar a la suma de todos los males. Sumando a este héroe todos los condimentos que la imaginación de J.R.Rowling le puso a cada edición que era cada vez más opulenta en páginas. Entones ver la estación de King’s Cross y entrar por la plataforma 9 y 3 cuartos, comerse una gragea Bertie Bott’s o usar una capa que te volviera invisible, se convirtió en una necesidad que debía sí o sí devenir en imagen. Pero había algo más, y el retrato del crecimiento, los cambios, las hermandades, las traiciones y la noción del bien y el mal en código mágico fueron poblando un mundo en el que el castillo del Hogwarts era un sitio donde todos querían desayunar alguna vez. Llegó el fin y un dejo de tristeza que tiene más que ver con infancia lejana que con nostalgia del héroe se apoderó de todos los que en el cine se despidieron de su mago preferido. La historia se ha cerrado, la batalla final entre el ejército formado por Dumbledore y La Orden del Fénix, contra un devastador escuadrón de mortífagos será decisiva, la niebla espesa de los dementores que custodian el colegio debe ser disipada. La dirección de David Yates demostró en esta última entrega que fue un acierto hacerla en dos partes, no sólo por las cuestiones de mercado que ya conocemos de sobra sino porque este segmento final pone toda la carne al asador que es lo que un final necesita para ser un cierre verdadero. Un guión bien adaptado, efectos especiales y música acorde a esa batalla que supone recobrar las reliquias de la muerte de las manos de “quien ya tú sabes” Lord Voldemort y Harry ya no pueden escapar a su encuentro. Habrá homenaje a todos aquellos que formaron parte de de esta historia que comenzó y terminará con la misma profecía: Neither can live while the other survives.* Consejo: si no ha visto Las Reliquias de la muerte parte 1, hágalo antes de concurrir a su cine favorito.
Mundialito, un documental sobre dos gestas Dos gestas en un mismo año. Ganar la Copa de oro en el Cincuenta Aniversario del Mundial del 30' y decirle NO en el plesbicito a la perpetuaciòn de la dictadura en uruguay. Una marcha militar con ecos deportivos da inicio al documental de Sebastián Bednarik que indaga un período oscuro, uno más de los que nuestra América latina atravesó durante sus dictaduras militares. En 1980 y en ocasión de cumplirse los 50 años del Mundial del 30’ que Uruguay ganó para la Historia, surge la idea de organizar un Mundialito que se llamaría Copa de oro. Así, la dictadura al frente de Aparicio Méndez, proponía un mes después con la venia de la FIFA (en los archivos se puede ver a un sempiterno Havelange y al enquistado Julio Grondona) dar el OK para que el evento se lleve a cabo. Mientras las obras tendientes a dejar en condiciones para recibir a las delegaciones europeas se llevaba a cabo, la dictadura preparaba el plebiscito que de ganar el Si, le daría el plafond suficiente para reformar la Constitución uruguaya y quedarse en el poder de manera indefinida. Una gran tarea de montaje de Guzmán García permite apreciar los matices en los que se mecen los diferentes actores sociales de ese segmento temporal, presos políticos, exiliados, militares, civiles, deportistas, políticos, etc. El film da cuenta de cómo se recaudaron los fondos que Uruguay necesitaba y cómo se consiguieron los primero equipos de transmisión de TV Color que serían para afuera y no para el país rioplatense, evidenciando el detalle de la entrada de Berlusconi en el juego de las grandes ligas al adquirir los derechos primero para desembarcar en el TV 5 de Italia y luego en la RAI. Si el lector piensa en monopolios o corporaciones, es mera coincidencia… Lo que no es coincidencia es que un hecho como el fútbol esté aportando valor agregado a un gobierno de facto que necesitaba como el de Argentina, un hecho de movilización popular que llevara fervor y agradecimiento aunque en las cárceles, los presos se apilaran de a cientos (estos son los que tuvieron suerte de sobrevivir a la tortura y la muerte) y aunque la propaganda del régimen tratara de manera infructuosa de mostrar hacia fuera de sus fronteras una paz de un silencio sepulcral. El fútbol como bien señala el historiador Gerardo Gaetano, en distintos segmentos del documental es un gran escenario de construcción de mitos en torno a los cuales se fabulan ciertas historias que luego proyectan distintas consecuencias sobre el imaginario de los pueblos. Durante la hora y diez minutos del film, se pueden contrastar no sólo los testimonios, y regresaré sobre esto, de los actores locales, sino una muy interesante reflexión de Sócrates de la Selección Brasileña de Fútbol que indica que al comprar el periódico y llevarlo a la concentración lo dividía en dos partes, por un lado el suplemento deportivo y por el otro el resto del diario ¿qué cree usted que leían los jugadores? Abogar por una formación política integral es un hecho destacable toda vez que el fútbol mueve no sólo billones de dólares sino también millones de almas. Decía que el film permite contrastar los testimonios de militares, presos, y hasta del hoy presidente de Uruguay Mujica, que escuchó por radio y de lejos desde su celda de preso, los avatares de la copa. El testimonio tiene un valor fundamental porque desde su origen (testigo) da cuenta de sucesos que suponen un valor de verdad sagrado. Establecer un paralelo con nuestro mundial es fácil pero no es el motivo de esta nota. Usar de modo peyorativo el término populismo para caracterizar las maniobras de los dictadores argentinos en el 78’ y uruguayos en el 80’ cuando 30 días antes del comienzo del mismo se haría el referéndum por la reforma constitucional es una cita obligada. Demagogia para la perpetración. Sólo que Uruguay cumple muy bien aquí con sus dos causas, gana el Mundialito y revive la gesta del Maracaná pero antes le dice NO a la dictadura de Méndez y el gol de Victorino que le da el triunfo final es el disparador para que 60 mil gargantas calladas puedan gritar ¡Uruguay, Uruguay! Seguido de “Se va a acabar, se va a acabar la dictadura militar!... el verdadero golazo, los uruguayos lo hicieron antes que Victorino venciera la valla de Brasil, la verdadera gesta, fue el NO. La que levantó la copa, consecuencia de la segunda, es una más pequeña, tanto que los protagonistas no encuentran archivos de ella en la Web, como si hubiera sido invisibilizada, como si también fuera mentira que ese fue el único día que prisioneros políticos y soldados festejaron por lo mismo y como si no siguieran existiendo y actuando en connivencia con macabros poderes actores conocidos por todos que aún manejan los destinos del fútbol en estas latitudes, porque como menciona Víctor Hugo Morales el fútbol es fundante para los pueblos pobres como los nuestros porque con cualquier trapo se puede hacer una pelota y soñar que se es Maradona. Goles de película, testimonios que desandan tramas de poder y dinero, olvidos de la dictadura, recuerdos del triunfo en un gran trabajo documental que permite pensar qué es el fútbol cuando no hay construcción ciudadana que ayude a pensar cuáles son las reglas de oro de cualquier democracia o la consecución de ella.
“Escorpiones y patriotas están atrás de cualquier piedra...” Corre 1880 y Manuel Esteban de Corvalán recuerda frente a un periodista entre curioso e incrédulo los sucesos heroicos de los que fue protagonista junto al General San Martín hace poco más de 60 años. Su uniforme gastado y la austeridad de su cuarto podrían contar una historia de frustración pero este no es el caso. Entre copa y copa va apurar el relato de una pasión llamada libertad. Flash back mediante, el tiempo regresa al día en el que un adolescente Corvalán desaira las órdenes de su padre y decide ponerse a disposición del Libertador como su amanuense. Corren tiempos en que el saber leer y escribir son un plus para cualquier sujeto y si es hijo de godos y decide defender el suelo que pisa, el plus es mucho mayor. He aquí una pequeña épica individual. José de San Martín encarnado en un excelente Rodrigo de la Serna se dispone a cruzar la cordillera más alta y ardua del continente. Es mucho lo que dejará detrás de sí pero sin renuncia no hay héroe y entonces la gesta comienza de manos del relato del amanuense y a partir de ese momento todo se vuelve empatía en el espectador, no sólo por la organicidad de las actuaciones que de la Serna encabeza con una dignidad enorme, sino porque no hay afanes desmesurados ni en el guión ni en el modo de narrar esos sucesos. Lo que sí abunda es una factura que todo el tiempo desde el montaje, la fotografía y la música, muestra, exhibe y señala la dificultad sin grandilocuencia. La verdadera dificultad de libertar un país, una zona, un continente, no acaece sólo en lo escarpado del terreno, ni en lo magro del abrigo de esos uniformes ni en la posible inferioridad numérica. Tampoco en actitudes estridentes ni basadas en un autoritarismo propio de un hombre de las fuerzas armadas. No, la dificultad se halla en la entraña misma de la traición, en la desconfianza ineludible porque es mucho lo que hay en juego, en la posible disparidad de fuerzas y por sobre todo porque creer que es posible es lo más difícil de creer y regar con entusiasmo a la tropa mucho más. Revolución, el cruce los Andes, hace honor a su título no sólo porque es revolucionario querer acometer esa empresa de locos, sino porque su propia factura visual es revolucionaria. Muchas veces nos han mostrado a los héroes hermosamente acicalados, peinados, lustrados, opíparamente comidos como si en eso reposara la estatura de un héroe de una nación. Pero ocurre que después de haber corrido tanta agua debajo del puente, después de haber asistido a la caída de los héroes que no fueron, de los titanes de su propio beneficio, de la bochornosa masacre de Malvinas que nos hizo sentir perdedores a todos cuando el Estado ocultó como a leprosos a nuestros colosos de 18 o 20 años, recuperar una épica de un solo hecho, el cruce de los Andes, nos devuelve algo de lo mejor para atesorar. En los años 70’ los colegios nos llevaban a ver “El Santo de la Espada” dirigida por Torre Nilson y adaptación de éste y Ulises Petit de Murat de la novela de Ricardo Rojas quién le puso ese apodo a San Martín. Aún recuerdo que Alfredo Alcón brillaba en esa película como un héroe inmaculado, casi un semidios. Menciono este antecedente porque Revolución será proyectada masivamente e irá acompañada por un texto especialmente diseñado para una didáctica de la enseñanza de un retazo de nuestra Historia que se implementará en las escuelas con trabajos de discusión a cargo de docentes y alumnos. Hemos avanzado mucho y hoy es posible debatir con los jóvenes aquellos hechos que como relatos nos constituyen como Nación pero son pasibles de ser articulados en torno a otras cuestiones históricas conexas que es necesario aprehender y no de memoria, aprehender para comprender. Este es un excelente film para pensar en cómo un hecho casi fantástico en esa época y en esas condiciones, funda o re funda un punto de apoyo para pensar cómo, tanto en la memoria del amanuense Corvalán que guarda celosamente una libreta del Libertador, como en la memoria que podemos re construir, existe una posibilidad cierta de sentir que una patria es la suma de voluntades y traiciones, de héroes y cobardes, de verdades y mentiras (hoy a la orden del día en muchos medios) y por sobre todo de hombres cuya simplicidad sólo dispara destellos de heroísmo cuando los tiempos ameritan esos gestos. Ipiña con su acertada dirección logra mixturar en acertadas dosis todos los elementos cinematográficos logrando una película sólida y atractiva. Las imágenes por sí solas conforman un relato que por momentos puede prescindir de otros signos logrando captar lo esencial de cada segmento. Rodrigo de la Serna, en un comprometido trabajo actoral, aporta características de su personalidad al personaje que lo hacen más cercano a lo humano que al bronce. Logradas actuaciones en general entre las que se destacan las de León Dogodny (Corvalán-adulto)y Juan Ciancio (Corvalán-niño) entre otros. 5 años de investigaciones, 4 meses de preproducción, 6 meses de postproducción, 45 días de rodaje, 500 extras, 225 personas haciendo la producción, más de 300 caballos, mulas y vacas, 1000 kilos de pólvora para 40 fusiles y otras armas, un cuidadoso vestuario que muestra puños de camisa sucios por el combate y las condiciones topográficas del cruce, una confección carente de lujo resultado de una suma de voluntades que creyeron en la gesta, coronan un film que apela al realismo sólo en los pequeños y numerosos detalles que construyen su narración visual y acierta a mostrar seres posibles sin la pretensión de encumbrarlos antes de sus acciones. Sin grandilocuencias, estridencias ni discursos de una retórica rebuscada que una tropa no entendería y los interlocutores de hoy considerarían de una solemnidad irreal, hay un “Viva la Patria” que para muchos sigue teniendo el mismo significado y no necesita explicación ni debate, sólo y nada más que quien lo diga soporte un archivo. Todos los pueblos necesitan una épica, no importa si enorme o pequeña. Recuerdo ahora el escándalo de Seva (1984), el relato de Luis López Nieves que durante unos días hizo que los habitantes de Puerto Rico creyeran que de verdad habían resistido la invasión norteamericana hasta casi salir airosos. Fue muy dificultoso hacerles comprender que ese verosímil era sólo un constructo ficcional y que esa épica heroica no estaba ni estaría nunca inscripta en los anales de su Historia, porque nunca había ocurrido. Pero la creencia no obedecía a la imposibilidad del pacto que el lector entabla con una ficción, la creencia residía en la necesidad de una épica. Nosotros la tenemos y ella con sus imágenes de picos inalcanzables, con el perfil de un General como San Martín junto a sus soldados convencidos y también con sus traidores, nos permite hacer pié en un pasado en el que la palabra tenía un correlato en la acción y era capaz de proyectar futuro. Proyectemos futuro desde esa Historia que nos merecemos mucho más que las iniquidades de la década pasada.
El cine argentino no es un "Un cuento Chino" A despecho de los decires de los amantes de Kim Ki-duk, los hermanos Coen, Tim Burton que se está repitiendo sólo un poquito, el bueno de Eastwood y tantos directores de fama extra fronteras, confieso aquí que el cine argentino es mi preferido entre todos. Disfruto muchos a los anteriormente nombrados, gozo muchas veces con el viejo Woody y todavía Almodóvar me da escenas memorables como así también el nuevo gran ganador Tom Hooper (El discurso del Rey ) pero ninguno de ellos habla mi lengua. Y no me he vuelto fundamentalista del español rioplatense, ni me salió un nacionalismo desesperado por intoxicación de pochoclos de films made in USA. No, los prefiero, los disfruto cuando son buenos y los amo si son muy buenos. Los otros no me cuentan esa fábula que sólo cobra mayor sentido cuando un graffiti de Floresta, o un flash back me lleva a mi historia que es, en definitiva la Historia nuestra. Y no hablo de color local, otra confusión enorme, hablo del contenido del grafitti, del significante “local de flores” frente al cementerio de Chacarita o a la cicatriz de la derrota. Porque nada de lo que ocurre en Un Cuento Chino es posible sin el pasado, y entonces tan tragicómico como es nuestro derrotero histórico, el film de Sebastián Borenztein (Guión-Dirección) al que Ricardo Darín, aquí Roberto el ferretero, Ignacio Huang, el chino del cuento más sorprendente y conmovedor y Muriel Santa Ana la vecina que viene del campo y busca amor, no sería posible si entre otras cosas no hubiera un proyecto pensado desde aquí para que esta historia universal, llegue a donde sea, pero con un sello claro, Argentina. Porque la neurosis de Roberto tiene un marca tremenda, porque sólo aquí todo se arregla o se discute como en Platón, pero con caracú, falda y zapallo y porque sólo nosotros sabemos lo que es parir historias que además de lograr pasar miles de burocracias para recibir ayuda o subsidios, lleguen al receptor con la delicadeza necesaria para que la cuota de comedia sea desopilante y lo trágico, enmascarado y sombrío descienda con levedad y sutileza para que los cambios de clima sostengan la empatía del público. Un cuento chino es una película cómica, dramática, romántica, sensible, trágica y por sobre todo bien contada. Con actuaciones de gran eficacia sin estridencias ni grandilocuencias superfluas, con una gran tarea de montaje y un descubrimiento: Ignacio Huang que sólo con un movimiento de sus púpilas conmueve o hace reír a carcajadas en una dupla de equilibro magnifico con nuestro actor más visible y galardonado de los últimos tiempos, aquí y extramuros, porque Darín no sólo es un gran actor sino que es uno de esos sujetos que se saca el traje del personaje pero siempre se deja el de argentino, y eso mis queridos lectores, eso hay que agradecerlo y aplaudirlo porque nadie criticó jamás a John Wayne por querer ir al Oeste, ni al magnifico Jeremy Irons o al superlativo Dany Day Lewis por ser más London que el Big Ben ni a Bardem porque se le escapa aún en Sin lugar para los débiles, una vena hispana que estremece. Ellos son americanos, británicos o españoles y “los nuestros” son argentinos hasta los huesos. Y eso, vamos, eso me llena de orgullo. Porque con un presupuesto exiguo siempre, con los tiempos a contramano de todo y con los obstáculos perennes que significa la priorización del cine extranjero en nuestro país, saben contar historias, montarlas, dirigirlas, actuarlas y si después los cronistas se hacen los snobs y no aplauden al final, no hay problema, esta cronista los escuchó descostillarse de risa toda la función y sabe que, tal vez no sea cool alabar mucho nuestros productos pero que esta película vale la pena, vale la pena. Salud Cine Argentino, sos un cuento y también una realidad!