ESE OSCURO OBJETO DEL DESEO Este filme tiene un doble origen muy singular, por una parte es la adaptación de la novela A painted devil, del escritor americano Thomas Cullinan (1966) y al mismo tiempo es una suerte de libre remake del filme de Don Siegel, The beguiled (1971), que protagonizó el icónico Clint Eastwood. Tanto la obra de Siegel como la de Sofía Coppola en su labor de adaptación respetan el núcleo dramático de la trama y sus acontecimientos centrales, aunque claramente no comparten una misma perspectiva. La trama se sitúa en el contexto de la guerra de la secesión (1860), en el sur de los Estados Unidos. Un soldado yanqui malherido aparece en los vastos jardines de un internado de señoritas, y es rescatado por una niña de la escuela que lo encuentra moribundo. Frente a la llegada del soldado las mujeres entran en pánico, aterrorizadas por la idea de tener al enemigo escondido en su morada. Pero la directora del lugar decide que como “buenas cristianas” deben auxiliarlo para que no muera. Por lo que lo curan quitándole la bala que lleva en la pierna y finalmente le salvan la vida. Casi inmóvil en su lecho, podría parecer un simple convaleciente, pero la presencia de un hombre en el lugar no deja de provocar inquietudes, deseos y fantasías entre las mujeres del aislado internado. Cuando finalmente el joven empieza a recuperarse, irá seduciendo una a una desplegando sus diversos encantos de conquista, y el ambiente se irá enrareciendo cuando la tensión sexual entre ellas crezca y estalle un desenlace oscuro y perturbador. Si me focalizara en la versión actual de Sofía Coppola debería destacar que la impronta de “cuento de hadas siniestro” es la marca más lograda y distintiva del filme. Las razones son dos: primero, en el proceso de adaptación de la novela que la misma directora realizó, la narración se sitúa desde el punto de vista femenino para construir el relato y sus identificaciones. El espectador, como las protagonistas, se siente invadido por este sujeto ajeno a nuestro mundo (el soldado/Colin Farrel) y percibimos su presencia desde la mirada emocional femenina que traza un camino desde el temor hacia el deseo, y desde el rencor hacia el castigo. No es posible ver objetivamente “quién es este hombre”, solo lo dimensionamos a través de las distintas subjetividades de las figuras centrales de esta historia: la directora (Nicole Kidman), la maestra (Kirsten Dunst) y la alumna (Ellen Fanning). Aunque el rol de la mirada de la niña que lo descubre (Oona Laurence) y su inicial percepción naif del soldado nos instala en una narración casi fantástica, como de cuento de hadas, luego en manos de las mujeres adultas se transformará en algo siniestro. Abordando el segundo aspecto que refuerza la impronta fairy tale del filme, se encuentra el tratamiento de la luz y el espacio. El enorme caserón tan solo para unas pocas internas, el bosque inconmensurable de un verdor irreal y con detalles singulares como la imagen de la niña que con su canasta junta hongos de la tierra húmeda. Y sin duda la iluminación creada por el director de fotografía francés Philippe Le Sourd que es oscurantista y gótica en los interiores nocturnos a la luz de las velas, y en los exteriores a través del permanente de los cielos nublados o las reiteradas lluvias, genera una textura difusa y agrisada que desnaturaliza el espacio exterior haciendo de éste un decorado casi irreal. Estos tópicos claves difieren mucho de la versión de Don Siegel, no menos potente pero sin duda focalizada en la mirada masculina y el efecto dramático que esta produce. Tal vez la debilidad del último filme de Sofía Coppola es la morosidad con la que se desatan los niveles más intensos del conflicto, generando cierto desequilibrio en el crescendo del relato. No puedo dejar de dar cuenta que la directora ganó por la película la Palma de Oro a la mejor dirección, y aunque no podemos negar su destreza, su gusto exquisito y la precisión narrativa y visual que va desplegando obra a obra, aún en este relato que parecería muy ajeno a su universo diegético, no creo que El Seductor sea digna representante de semejante reconocimiento internacional. Es el segundo filme en su carrera que pone un pie en las tinieblas de la femineidad y sus tensiones ocultas, el deseo y la represión, el goce imposible y el castigo; como lo hiciera años antes con otro tipo de argumento en Las vírgenes suicidas (1999). Ojalá en el mundo de “este oscuro objeto del deseo” esta intensa autora nos traiga de su mano más y mejores historias. Por Victoria Leven @victorialeven
YO RECUERDO Esta película se presenta como la ópera prima de ficción del dueto de directores Virna Molina y Ernesto Ardito, realizadores de varios documentales de repercusión internacional como el reconocido Raymundo (2003), y las series Memoria iluminada y El futuro es nuestro, entre otras obras. El filme es la adaptación de la novela homónima de Gabriela Meik que captura de manera autobiográfica sus vivencias adolescentes en el Nacional Buenos Aires, en aquellos tiempos en los que la sombra de la dictadura se instalaba en nuestra historia nacional. Hoy muchos de sus personajes, amigos de su época de estudiante, han desaparecido o aún se encuentran exiliados. En el año 2004 la autora publica y presenta la novela como homenaje a su mejor amiga, Magdalena Gallardo, quien fue la alumna desaparecida más joven del Nacional Buenos Aires con tan solo 15 años. Esta novela de corte documental capturó la atención de Molina-Ardito que trabajaron durante dos años para realizar la transposición al formato cinematográfico. La historia narra la vida juvenil de Ana (Isadora Ardito), estudiante del Nacional Buenos Aires y su amiga Isa (Rocío Palacín), en esos años 70 que eran para ellas momentos de amor y rebeldía. Dos situaciones serán los motores de un cambio esencial en la vida de Ana: la aparición de Lito (Rafael Federman) que hace real la llegada del primer amor y la militancia política que se transforma en su otra gran pasión. Entre esos dos amores, los miedos, y la realidad sociopolítica que se va complejizando día a día, Ana deberá apostar entre la lucha por sus ideales y ese romance de idilio juvenil. Aún cuando su vida se pone en riesgo, ella apuesta, y ya no habrá forma de detenerse. Este filme que aborda nuevamente el tema de la época de la represión, ajustando el punto de vista al de una joven adolescente y su universo, no logra plantear una mirada renovadora a este asunto de interés sociopolítico y humano. Ni la mirada de la joven, ni el mundo de la estudiantina con sus deseos de libertad logran revelarnos nuevas dimensiones emocionales o conceptuales. El guion se ahoga en varios estereotipos que anulan la identificación con los personajes y sus padecimientos. Por fuera de las figuras protagónicas Ana, Isa, Lito y otros personajes que configuran el mundo de la militancia escolar, se presentan las figuras parentales con una debilidad dramática notoria. Vera Fogwill (madre de Ana) y su padre (Javier Urondo), conforman un dueto que oscila entre la preocupación desesperada al bode del melodrama televisivo, o pasan a una suerte de pasividad en grado cero. En su casa hay un poster del Che y un libro de Paco Urondo que no entendemos si decoran el lugar o si realmente funciona como símbolo ideológico del núcleo familiar. Porque la carga ideológica de estos elementos, entre otros, nunca se ponen en juego en una escena inquietante o un diálogo. Por otro lado, Ana se debate entre perder o no la virginidad con Lito, tema que que parece preocuparla al punto tal de tener el mismo valor de conflicto que ser o no ser una futura montonera. Es realmente inverosímil que este hecho se presente en estos términos. Si en la novela esto tenía un nivel de protagonismo central, las decisiones de adaptación fueron desgraciadamente erradas, pues no hay empatía ni verosímil que sostenga el contraste entre un tópico tan naif para el espectador actual cuando lo contrastás con algo tan trascendental como la militancia y sus riesgos. Y si nos tiene que conmover el contraste por su ingenuidad, definitivamente no lo logra. El trabajo en el tratamiento visual es realmente destacable, especialmente en el uso mixto de material de archivo, del falso archivo, de las imágenes como recuerdos unidas a las cuidadas secuencias del presente del relato que se hilan con una claridad narrativa sin grietas y con una fineza estética destacable. Esa mixtura de los diversos planos discursivos, los documentales y los ficcionales, es claramente un terreno de dominio absoluto de ambos realizadores. Un logro impecable el abordaje de “la estética del recuerdo”. Pero cuando se filma para volver a terrenos temáticos como estos, el espectador exige sin duda alguna apuesta de otro riesgo y otras capas de revelación en el contenido que produzcan una reflexión resignificadora. Sino lo que nos queda es un sabor a “todo esto ya lo he visto, y hasta lo he visto mejor”. Por Victoria Leven @victorialeven
Una máscara atroz en primer plano es la primera imagen del filme. Una sesión de fotos se desarrolla en la escena… “Este país está lleno de monstruos”, es una frase que escucharemos mucho después de este instante y cobrará por eso varios sentidos. Los monstruos imaginarios, los reales. Mariana (Antonia Zergers) es una mujer (niña) hija de ricos, caprichosa y consentida, casada con un empresario Argentino, Pedro (Rafael Spregelbud) con quien tiene un vinculo mediocre y apático. La rutina de Mariana es vivir en el tedio y la monotonía, pero entre sus “pocas” actividades toma clases de equitación su nuevo hobbie favorito. Entre sus berretines no están solo los caballos, sino su profesor de equitación “El Coronel” con quien va entablando una relación más cercana en cada encuentro. Aunque se entera de que este hombre ha estado involucrado en las desapariciones de la dictadura Pinochetista, para Mariana eso no es algo “ajeno” a su vida. La relación con su padre, Francisco, es otro eje vincular central dentro de la trama que se revelará en el filme, junto con Pedro marcan los roles de poder masculino hegemónicos, ubicándose ella en el lugar de la descalificación y la improductividad absoluta, típico de ciertos modelos sociales. Francisco, el gran hombre poderoso, es otra figura clave en ese pasado oscuro de la historia chilena, algo que tal vez Mariana se niega a aceptar. Ese monstruo que puede ser tu propio padre… Los diálogos que ponen a la luz los estereotípicos cuestionamientos éticos de una clase alta hipócrita son un rasgo distintivo dentro este universo narrativo. La mentira, y el ocultamiento de la historia de vida de ciertos personajes crean una telaraña que esconde la verdadera relación de cada uno con aquellos tiempos ahora innombrables de dictadura. “Ahora, hay que hacerse los demócratas, antes era otra historia…” Mariana lleva adelante junto con Pedro un tratamiento de fertilidad, y es interesante ver como el doble discurso del deseo maternal (más bien el deber social de ser madre) se contrapone a infinitas indicaciones clínicas que ella desoye de manera indiferente, dejando a la vista otra cara de la falsa moneda. Hacer que quiere ser madre… es lo que corresponde. Pero ¿cuánto puede sostenerse otro engaño? La relación del Coronel y Mariana es la de dos sujetos casi idénticos, que se miran como quien observa a un espejo y del otro lado, cuando ves al otro solamente te ves vos. Los une a la vez algo servil y tortuoso, con acciones fallidas como son sus almas, perdidas. Algo que parece menor es que Mariana es fanática de la música romántica más melosa y le da eso un toque singular a esta mujer que genera muy poca empatía como personaje, no por su fallida construcción sino por los filosos y oscuros lados que la componen. Este es el segundo largometraje de ficción de la directora chilena Marcela Said, donde vuelve a temas ya abordados desde otros ángulos en algunos de sus documentales (I love Pinochet), esta vez la apuesta se focaliza en la negación como poder absoluto, más grande que cualquiera de todas las atrocidades del mundo. La película es de tiempos pausados y escenas incómodas, personajes de difícil potencia empática pero de inquietante complejidad. La cámara y la puesta en escena fluyen de manera silenciosa, omnisciente, no haciendo señales distintivas de una mirada explícita. Este es un filme de esos que se atreve a volver una vez más sobre un tema revisitado, atina a buscar otros conectores hacia esa historia cruenta aún latente. Y más que dar nuevas respuestas intenta generar alguna nueva reflexión. Por Victoria Leven @victorialeven
UNA COMEDIA FIRMADA POR BARTHES Todos los espectadores nos creamos preconceptos acerca de lo que un director puede o no puede filmar. Si somos más descarnados hasta podemos decir que “sabe o no sabe” filmar ciertos géneros, ciertos temas o que ciertos argumentos no son aptos para su estilo. Pero – por suerte – la magia del acto creativo cada tanto nos da una buena lección anti prejuicios y nos encontramos nadando en aguas que considerábamos imposibles para ciertos autores. En este último relato de la consagrada septuagenaria directora francesa Claire Denis (Chocolate, Bella tarea, White Material), el cambio de paradigma se impone con una triada devastadora de la moralina cinéfila: “Claire Denis + Roland Barthes + Comedia Romántica”. La trama elegida se presenta con simpleza y hasta podríamos pensarla como (engañosamente) trillada: Isabelle es una artista plástica parisina, divorciada y con una hija de 10 años, que transita un momento de intensa búsqueda amorosa en su vida. Su deseo circula tras la huella del objeto del amor por lo que se entrega a diversas relaciones afectivas que la sumergen en un remolino de emociones polarizadas. Suspendida entre la ilusión del amor ideal y la angustia de la vida real, la bella Isabelle anda y desanda los caminos que espera la conduzcan al hombre de sus sueños. La clave para entrar al universo de esta bella historia y sus reglas anti prejuicios es la palabra “juego”, pues todo se presenta como un gran artificio. Lejos de la intención realista asistimos a la representación en su estado ideal de “hacer como que” las cosas pasan sin que pasen del todo. Pero el punto de base es sin duda la inteligente y audaz transposición del mítico ensayo del pensador francés Roland Barthes, “Fragmentos de un discurso amoroso”. Un texto inolvidable de los años 70, con 80 capítulos que abordan la retórica del amor en sus múltiples sentidos citando a grandes pensadores como si dialogaran de estos temas que hacen al discurso: abismarse, abrazo, adorable, angustia, demonios, celos, carta, compasión, dependencia, encuentro, corazón, ausencia, espera, exilio, mágica, languidez, obsceno, signos, solo, ternura, unión, verdad, te amo. La chispa de la adaptación realizada es la libertad que logran Claire Denis y Christine Angot en la lectura del ensayo germen. Este trabajo recibido por encargo se sale de la seriedad protocolar que puede producirse al adaptar un texto filosófico haciendo en su interpretación un pasaje de lo abstracto a lo vital, lo lúdico, emoción en acción. Sin dejar de ser desmitificante, el abordaje deja sobre la mesa la idea de que la espera de amor perfecto, romántico, pasional e idealizado no existe. Isabelle vive en la piel de la hipnótica Juliete Binoche, en uno de los mejores papeles de su carrera. Salta de la angustia y la ansiedad, a la euforia y el goce con un pase digno de las mejores bailarinas. Sublime, seductora, infantil, erótica e insoportable, recorre con un brillo vital todos los estadios del personaje en su búsqueda de forma tal que es imposible dejar de mirarla y hasta sentirla tangible. La realización visual lleva la marca de una artista que madura en su discurso y no titubea detrás de ningún género. Se presenta filosa, precisa, contundente. Sus encuadres de sintética belleza van de la mano de la labor fotográfica de Agnés Godard que envuelve a los personajes con una luz que los acaricia en sus vaivenes de colores e intensidades. Algunos datos son importantes para apreciar esta singular película de autor: no es filme de carcajadas ni gags americanos, no intentar esperar resoluciones ya que el amor no aparece como un hallazgo sino como el “ir hacia” entregados al derrotero del deseo, y quedarse hasta el final de los títulos cuando discurre una escena entre Juliete Binoche y Gerard Depardieu que es una gran ironía , sellando por un lado la comicidad del filme y jugando por otro con la connotación que genera que sean estos los actores que la representan. Si hay algo que se transmite es el abanico completo de la discursiva del amor, y entre tantas de sus facetas está “En la calma tierna de tus brazos”, como diría Barthes. “El gesto del abrazo amoroso parece cumplir por un momento, para el sujeto, el sueño de unión total con el ser amado”. Y ver a “La” Binoche perdida en un abrazo, es definitivamente un placer inolvidable. Por Victoria Leven @victorialeven
DIÁLOGOS SOBRE UNA TELA Cuatro grandes artistas plásticos argentinos deciden experimentar sobre un lienzo como pocas veces se ha hecho en la historia, pintando “a cuatro manos”. “Yuyo” Noé pone manos a la obra junto con las de Eduardo Stupía y por otro lado dialogan sobre una tela Guillermo Roux con Carlos Alonso, haciendo de esta experiencia compartida una excusa brillante para recorrer varios temas centrales en la vida personal y artística de cada uno. Su relación con el mundo expresivo del otro es el puente eficaz que nos lleva a escuchar a estos cuatro grandes maestros hablando de su relación con la pintura, sus convicciones, sus ideas, sus conceptos, sus valores ético – estéticos y ante todo sobre el mágico acto de crear. Este documental se transforma así en un fresco donde descubrimos la sinergia que se produce cuando dos artistas se encuentran a dialogar en una misma tela. Danzan con la armonía o el contrapunto, generando geniales momentos donde juegan a ser amigos o enemigos trazo contra trazo, idea sobre idea, color sobre color, figura sobre fondo. Algunos de los pasajes centrales son las recorridas por dos exposiciones en las que vemos como en “Mano a mano” y en “¡Me arruinaste el dibujo!” se arma el íntimo vínculo plástico y humano en estos duetos tan icónicos. Para crear la muestra “Mano a mano” Carlos Alonso y Guillermo Roux hacen circular un mismo dibujo que viaja de Córdoba a Buenos Aires – o viceversa – donde uno completa la propuesta del otro como quienes se escriben una carta de amor, pero aquí las palabras están hechas de colores y las emociones terminan siendo la obra. Mientras que en “¡Me arruinaste el dibujo!” “Yuyo” Noé y Stupía abren cancha y batalla en una misma tela donde crean universos caóticos y poderosos, donde se hablan de un rincón al otro del lienzo como una cancha de fútbol o un ring. Donde construyen un caos “que encierra un camino cifrado para acceder a lo sublime”, parafraseando al mismísimo Noé. A 4 manos es una coproducción de UNTREF MEDIA con la Maestría en Periodismo documental de la Universidad de Tres de Febrero. A partir de una idea de Osvaldo Tcherkaski, director de la maestría, el documental se realizó con un equipo conformado por la gente de UNTREF MEDIA, docentes y alumnos, junto a otros profesionales del cine nacional. Es más que destacable la simpleza y la fina precisión de la cámara que junto a la envolvente suavidad de la iluminación despliegan en armonía este relato. Plano tras plano logran poner en el podio el trabajo de observación de estos artistas en acción, dejándolos fluir en la imagen sin interferencias que les quiten protagonismo. El trabajo de realización echa por tierra cualquier preciosismo vano en búsqueda de una puesta que se luzca más que los mismos artistas retratados. Lo que hace de estos 65 minutos un paseo transparente y cuidado, circulando entre salas de exposición, estudios de pintura, pequeñas entrevistas y las imágenes de las obras como eje del filme. Un pequeño homenaje a la pintura y, ante todo, al encuentro a través del arte. Por Victoria Leven @victorialeven
EL MONO EN EL REMOLINO “Salí de la ciudad, ribera abajo, al encuentro solitario del barco que aguardaba, sin saber cuándo vendría. Llegué hasta el muelle viejo, esa construcción inexplicable, puesto que la ciudad y su puerto siempre estuvieron donde están, un cuarto de legua arriba. Entreverada entre sus palos, se menea la porción de agua del río que entre ellos recae. Con su pequeña ola y sus remolinos sin salida, iba y venía, con precisión, un mono muerto todavía completo y no descompuesto. El agua, ante el bosque, fue siempre una invitación al viaje, que él no hizo hasta no ser mono, sino cadáver de mono. El agua quería llevárselo y lo llevaba, pero se le enredó en los palos del muelle decrépito y ahí estaba él, por irse y no, y ahí estábamos. Ahí estábamos por irnos y no” “ZAMA” Antonio de Benedetto (1956). Para muchos espectadores Zama no es simplemente un nuevo filme argentino, sino el reencuentro después de una larga espera con Lucrecia Martel y su cine. Casi diez años pasaron desde el estreno de su tercera y última película La mujer sin cabeza (2008), controvertida en su recepción internacional, amada para unos, incomprendida por otros, pero sin duda alguna con el sello de su voz narrativa y la mirada única de esta directora irrepetible. Brillante en su dominio discursivo, intelectualmente profunda, estéticamente sólida y audaz en cada una de sus propuestas (La Ciénaga 1998, La niña santa 2004), trajo desde su primer filme fuertes vientos de un cine de puro lenguaje contemporáneo despegándose de todo clasicismo local. En esta década de silencio cinematográfico, Martel pasó por tantos proyectos posibles como no realizados. Desde la potencial transposición de la gran historieta argentina “El Eternauta” de Oesterheld jamás producida, a otros varios proyectos no concluidos. Finalmente viajamos hasta arribar a las aguas de Antonio Di Benedetto y la adaptación de su novela homónima (“Zama” 1956) a través de la mirada de Martel. Ella leyó esta novela navegando un mes y medio por el río Paraná, allá por el año 2010, y quedó embuída por la obra en un estado febril. El texto la atrapó físicamente y la empujó tiempo después a una lucha de varios años para conseguir los recursos que hicieran de esta experiencia literaria una película. ”La forma de escritura de Di Benedetto te obliga al remolino. El comienzo –el mono que gira en el remolino en el río– está en su prosa. A veces te obliga físicamente a leer una cosa, unas sentencias, y a veces sencillamente el pensamiento es espiralado. Eso que produce es como la fiebre, te modifica” El estilo de la novela –que leí atentamente antes de ver el filme – es fuertemente instrospectivo y descriptivo. Los acontecimientos son pocos y todos atravesados por la fuerza subjetiva del narrador que desde la acción de “la espera” activa algo mayor a la aparente inacción misma, hay una suerte de reflexión existencial permanente donde cuestiona valores como la esperanza, la memoria, la pertenencia y la identidad, dejando ver al sesgo consideraciones filosóficas que anuncian la llegada de nuevos pensadores: los existencialistas de la modernidad. El argumento podría resumirse drásticamente en pocas líneas si nos centramos en el núcleo duro del relato: Allí por el siglo XVIII Don Diego de Zama, un corregidor de la corona española, habita en tierras lejanas y extranjeras a la espera de una carta del rey que permita su traslado a España. Pero la espera es en vano y en su derrotero desesperado va perdiendo su prestigio, su autoridad y su cordura. La osada adaptación que hace Martel de la obra habla muy bien del trabajo libre y reflexivo que implica esta tarea lejana de cánones rígidos sobre lo que cuenta la obra literaria, en términos más modernos la de no respetar necesariamente la literalidad del argumento sino ir en busca de una interpretación genuina y caminar hacia el alma de la obra, que Martel la encontró en una palabra motivacional: “la mutación de la identidad”. El personaje en el filme pasa por “tres estadíos narrativos” sin hiatos de enlace. Martel no se preocupa porque podamos sentir el crescendo organizado hacia cada una de sus etapas. Es un viaje estético donde cada fragmento brilla por distintas razones. Las dos primeras etapas parecen más relacionadas a un argumento más minimalista “la acción más abstracta de la espera”. En la que nuestro protagonista desde lo formal hace contrapunto con un tipo de imagen más bien obscena y cargada de elementos en un mismo plano, donde todo sucede a la vez como si no hubiera censura compositiva y todo fuera posible. Al mismo tiempo el sonido deja una huella en cada plano: la huella que crea los climas. Expresiva y sintética, hace de cada sonoridad una descripción y a su vez una subjetivación. Un mecanismo muy representativo del universo auditivo Marteliano. En la tercer etapa del filme hay dos aspectos distintivos: la imagen parece organizarse y dar una perspectiva pictórica de los espacios, los personajes, y los planos se hacen pintorescos, algo totalmente ajeno a lo que conocemos como su mirada vanguardista; por otra parte hay una intención argumental más cargada de acciones y situaciones a partir de que el personaje de Don Diego Zama comienza a soltar lo que lo aferra a su lugar y su espera. Es realmente diferente a los estadíos anteriores y, sin duda alguna, para nada audaz ni renovador. Sino que más bien es bello a la vista y distante en todo sentido narrativo. Es inquietante a lo largo de toda la película la imposibilidad por parte del espectador de detectar los espacios reales, no es Paraguay como en la novela, no es solo la Mesopotamia, es Brasil pero no es, parece la selva chaqueña, pero tampoco se filmó en ese lugar. Un logro extraño e incómodo a la vez. El trabajo de los actores es preciso y transparente en algunos casos (Daniel Giménez Cacho, Lola Dueñas, Mariana Nunes) y en otros en cambio la diferencia de tonos y estilos genera una fisura en la sinergia escénica. El contraste del mundo pseudo hispano frente al mundo aborigen sufre desequilibrios o por exceso de textos o por una intención actoral muy distinta al resto del elenco, como el caso de Daniel Veronese como Gobernador de Buenos Aires. Zama, la cuarta obra de Lucrecia Martel, es una interesante búsqueda atravesada por 10 años de silencio, pero, no por eso es su obra más lograda. Creo que Martel ha sido la imaginaria figura a la que Di Benedetto dedica la novela: “A las víctimas de la espera”. Esperamos que filme a la brevedad. “Lucrecia Martel viste ropas claras. Una camisa de mangas largas con los puños enrollados hasta el codo, que deja ver las manos huesudas, las muñecas finas y los brazos pecosos. Un pantalón cargo todo embarrado y botas de caucho, de caña alta. Un sombrero de paja le echa un poco de sombra en la cara, sobre los anteojos, sobre el pelo suelto, ondulado, rubión y largo. Nunca levanta la voz, pero cuando habla todos la escuchan. De a ratos prende un cigarro y fuma, soltando un humo espeso que tarda en terminar de salir de la boca y perderse en el aire. Los qom la respetan. El equipo técnico y los actores la aman. Ella se mueve en ese arco de amor y respeto con delicadeza y cuidado. Parece una exploradora del siglo XIX. O un ave rara del siglo XXI” “El mono en el remolino” (Diario del rodaje de Zama) Selva Almada 2017. Por Victoria Leven @victorialeven
EL VOLCÁN Y LA PÓLVORA Un 5 de Julio de 1980, dos leyendas del tenis definieron un encuentro histórico en la final de Wimbledon. Un partido que jamás se olvidará, donde Björn Borg y John McEnroe se enfrentaron en un binomio antagónico radical, “el hombre de hielo” vs “el joven rebelde”, y pusieron allí mucho más de lo que se define en un juego de alta competencia, porque este partido cambiaría sus vidas, y esos instantes quedarían sellados por siempre entre los muros del All England Club. Este filme de Janus Metz, apunta a revelarnos las intimidades emocionales de estos dos titanes del tenis, a comprender sus más grandes temores, sus historias familiares, sus vínculos, sus fortalezas, sus debilidades y el desafío cotidiano durante el presente de aquella final. En esta suerte de biopic de ambos tenistas, y partiendo del acontecimiento de la final en Wimbledon, la película pone a la luz desde el punto de vista de los dos personajes, fragmentos de sus pasados iniciales y vivencias de sus presentes cotidianos, organizando en idas y vueltas temporales la estructura del relato. La mirada Borg se define como la más protagónica a la hora de la construcción del filme y nos permite ahondar en la complejidad del conflicto que representa este enfrentamiento para nuestro personaje. El sueco cuatro veces consecutivas campeón del mundo, tambalea frente al fantasma del fracaso. Perder es algo impensable para Borg, batir el record de obtener 5 copas consecutivas lo obsesiona. Su identidad se derrumba frente al horror de verse como un pusilánime perdedor, pues allí solo ve el fin de su carrera, de su vida y el sinsentido absoluto de las cosas. El joven John Mc Enroe se debate ante otros monstruos internos. El “joven rebelde” es el americano conocido por actitud impulsiva, agresiva y fuera de los protocolos. Se presenta como odiado por el público de Inglaterra, sin apoyo de su núcleo familiar y con la desesperada necesidad de comprobar que es alguien especial, capaz de ser reconocido como único para poder salir de las sombras de sus progenitores y de los fantasmas internos que lo acosan día a día. El volcán de Borg y la pólvora del Mc Enroe, así aparecen delineados sus caracteres y tumultuosos mundos emocionales en sus veintitantos años de edad. Encarnados por Sverrir Gudnaso (Borg) y Shia LaBeouf (Mc Enroe), junto a la figura esencial del entrenador de Borg en la piel de Stellan Skarsgård, todos están impecables en su composición actoral. La reconstrucción de época es cuidadosa y muy lograda definiendo con claridad visual la estética de los años 80. Entre el vestuario y la escenografía reconstruyen el momento con precisión y esto le suma una cuota de verosímil esencial a un hecho reciente y de carácter popular. Janus Metz que ha dirigido muchos documentales, varios capítulos de la conocida serie True detective y otros trabajos televisión, logra golpes de efecto con el uso de una cámara móvil, encuadres dinámicos y una estética muy contemporánea pseudo documental. A su vez el trabajo de un montaje ágil y rítmico mantiene en el relato un tono de tensión constante como si no conociéramos el resultado de aquella final y quisiéramos revivir la ansiedad del encuentro, haciendo de los 100 minutos del filme un ir y venir en el tiempo con cortes enérgicos y una edición de los momentos de juego algo móvil y elíptica. En una escena clave (ya verán cuál) una frase aparece inscripta sobre la pantalla “Si te puedes encontrar con el triunfo o con el fracaso, trata a estos dos impostores de la misma manera”, una cita del poeta inglés del siglo IXX Rudyard Kypling. Sin duda una reflexión potente para un filme donde ganar o perder pareciera definir la vida de los hombres. Por Victoria Leven @victorialeven
En el universo genérico de la comedia hay temas más picantes que otros, las comedias que contienen romance liviano se oponen a las que tratan de ampliar su mirada y hacer del humor un recurso para hablar de alguna problemática social más o menos coyuntural. Este segundo modelo sería el caso, o al menos la intención, del segundo largometraje del joven director español Lucas Figueroa que se inmiscuye en el funcionamiento de las multinacionales y de los personajes que hacen de estas máquinas de ganar dinero un monstruo maquiavélico. El relato (adaptación de un cuento literario) nos presenta la vida de Javier (Imanol Arias) un cincuentón que oficia como gerente del call center de una mega telefónica instalada en Argentina. Hoy, Javier, está a la espera de su inminente ascenso a la presidencia y frente a la llegada del momento tan ansiado decide casarse con su joven novia Cristina (Paula Cancio) y mudarse al country para forjar una familia, por decirlo de alguna manera. Pero dos acontecimientos imprevistos le dan un giro rotundo a sus planes: la empresa anuncia un ajuste urgente que implica “una pequeña ola de despidos” entre otros detalles varios y a su vez se le presenta como si el azar maldito lo acechara un tal Rubén (Darío Grandinetti) que a partir de un equívoco estúpido – le pregunta dónde queda una calle y Javier erróneamente le marca la dirección contraria – comienza a acosar al español de manera extorsiva y persecutoria pidiéndole dinero a cambio de desaparecer. Parece un loco suelto, un lumpen de esos que la vida te pone adelante sin razón alguna, pero la verdadera historia de Rubén y su misión es otra mucho más compleja, solo que Javier no podrá dilucidar el entretejido que se está armando a sus espaldas hasta que “las papas hiervan” y sea demasiado tarde. El relato en su entramado argumental nos remonta a los 90 en la Argentina, a la época de las privatizaciones y los despidos masivos, el uno a uno y el curro a la orden del día, por lo que inevitablemente el filme me trajo aquellos aires a tránsfugas, engaños y comedia de la genial Nueve reinas, de Fabián Bielinsky. Parece una época llena de personajes que buscaban venganza, desesperación inmoral por el dinero y ante todo el inolvidable e inaugural evento de esa década: “el retiro voluntario”. Una simple hojita para firmal al pie parecía ser el salvoconducto ante el desastre inevitable, algo que cada empleado aceptó con la fantasiosa necesidad de creer que era la mejor de todas las salidas posibles. En este filme el juego del “retiro voluntario” es un punto en la trama a la que se deberá enfrentar el protagonista, y es un dato nada menor para asociar esta historia con aquellas otras narraciones de una década de transacciones truchas, estafas y engaños que quedarán siempre en nuestra memoria, ante todo porque las padecimos, pero también porque el cine se ocupó de recordarnos que aquello vivido no fue nada más que “el cuento del tío”. La película de Figueroa despliega un elenco de primera línea, donde Imanol Arias alias “el idiota” de la historia o Darío Grandinetti “el acosador” junto con sus secundarios secuaces como Luis Luque “el vendido” y Miguel Angel Solá “el capo” están por arriba de la altura de los personajes, o sea, los personajes les quedan un poco chicos y algo estereotipados, sobre todo para una trama pretenciosa que busca ser más enrevesada de lo que puede sostener con ingenio. Tarea nada fácil es la que ambiciona el guión, construir un tejido que esté lleno de sorpresas sin perder la eficiencia y el humor, meta que no logra alcanzar ni aún con las mejores intenciones. Una cuota de la chispa del filme está en ciertos gags de los diálogos donde la gracia está puesta en el juego entre nuestro argot porteño y el decir hispano, algo que nos saca algunas risas fugaces pero efectivas. Más algunos momentos desopilantes de Luque o Grandinetti en la hiper ridiculización de sus personajes. El resultado final es un intento liviano de hacer humor con temas sociales y actuales. Lástima que solo se quede en intento. Por Victoria Leven @victorialeven
Primera imagen del filme: Vemos un plano corto de Malena (Bárbara Lennie) a través del vidrio del auto empañado, detrás del parabrisas, y su imagen inquietante se impone entre las luces del exterior que la rodean como manchas envolviéndola en una noche lluviosa y solitaria. Segundos después maneja hacia una dirección desconocida mientras comienza a sonar una versión moderna e intimista del concierto en Do mayor de Vivaldi, el mismo que Leonardo Favio versionó en su inolvidable filme El romance del Aniceto y la Francisca, un intertexto para nada accidental. El inicio es tan impecable en su factura cinematográfica que el clima de extrañeza, inquietud y tensión crecientes ya se instala en el minuto cero. A lo largo del relato toda la carga dramática crecerá sobre el rostro de Lennie con su precisa expresividad, haciendo de ella la piedra fundamental sobre la que se talla la narración entera. Diego Lerman en su quinta película avanza a pasos agigantados en su efectividad narrativa, en su capacidad de retratar el mundo femenino y presenta una creciente destreza en el uso del lenguaje con signos visuales y sonoros dignos de observar y escuchar con suma atención. Malena, una mujer de mediana edad, es una médica porteña que viaja sola a un pueblo humilde de la provincia de Misiones a la espera del nacimiento del tercer hijo de la joven Marcela (Yanina Ávila) que se ha comprometido a entregárselo sin fines de lucro, ya que no tiene recursos económicos para criar un hijo más. Concretar este proyecto de adopción algo casero y “agarrado con alfileres” se va a transformar en la mayor obsesión y la peor pesadilla de Malena, que con tal de concretar su maternidad parece capaz de hacer cualquier cosa. Pero el plan comienza a tomar otros matices cuando el niño nace y la familia de la parturienta plantea por una aparente y dudosa situación de emergencia la necesidad de recibir un dinero a cambio de la criatura. Nadie quiere hablar directamente de “venta de niños”, pero la escena idílica de una entrega desinteresada se transforma en un trueque ilegal sin salida. Ahora para tener al pequeño “aún sin madre definitiva”, hacen falta 10.000 dólares y la presencia del esposo de Malena en la escena. Desde ese instante el drama realista se carga de tensión y queda minado de todos los obstáculos esenciales de un intenso thriller psicológico, creando en la trama un giro narrativo tras otro hasta la última escena del filme. El tema de la adopción ilegal alimentada por la ineficiencia de la ley y el negocio sucio en medios de escasos recursos, no es un tema nuevo ni desconocido, pero no todos los filmes logran evitar los lugares comunes, los clichés moralistas, los personajes maniqueos y arriban al debate ético-moral desde distintos ángulos y sin golpes bajos como lo logra el guion de Lerman/Meira. Dos mujeres, la que quiere ser madre en términos non santos y la que entrega a su hijo en medio de otros tantos actos altamente cuestionables. Malena y Marcela son tan contradictorias como humanas, ni perdonables ni salvadas, dos mujeres/madres absolutamente desesperadas que han perdido más de lo que han ganado en esta vida y a las que el destino une a través de la llegada de un niño a este mundo complejo y perturbador. Como diría Paul Schader “Los personajes más interesantes son aquellos que actúan en contra de sus propios intereses”, y así es que nuestra protagonista se mueve con la fuerza del deseo irrefrenable que la motiva a que querer alcanzar lo inalcanzable, generándose más angustias que alegrías, pero es ese anhelo lo que la mantiene en pie, la que la hace vibrar hasta la médula y nos moviliza a nosotros al mismo tiempo en cada instante de la historia. Una escena muy metafórica e intensa describe a la perfección el estado emocional de Malena y la percepción del mundo que la rodea. Deambulando desesperada en su auto por el pueblo (el auto es otro personaje de la historia) en pos de conseguir la manera de obtener al niño en cuestión, queda varada en esas tierras rojas y anegadas de un camino perdido en el campo. Luego de pedir ayuda, retorna perturbada al lugar y una lluvia de insectos o animales, indefinible para el espectador en los primeros instantes, la azota en la escena. Con un zumbido atroz y como una imagen del filme Los pájaros de Alfred Hitchcok, centenares de langostas caen sobre ella amenazantes. Aterrada logra refugiarse en su auto hasta verlas desaparecer dejando en el aire la señal del peligro inminente. Esta escena es una clara metáfora de la relación entre el hombre y el entorno, lo que incluye la idea de una suerte de castigo divino. Por otra parte en cuanto al equipo de la película, sin duda nos tenemos que adentrar en el trabajo de Fotografía, y la fuente directa e indudable que está en el talento superlativo de Wojtek Staron y su equipo. Este director de documentales y de fotografía polaco, que ya había trabajado con Lerman en la impecable factura de Refugiado, despliega un abanico de recursos visuales de claro sello estético y narrativo. Tanto en el trabajo del uso de la cámara en su dinámica móvil/estática, como en la composición del cuadro y el uso de los climas lumínicos poblados de días grises, lluviosos, noches profundas y la permanente mirada hacia la protagonista a través del vidrio del auto jugando con sus diversos efectos y texturas posibles. Colores nítidos, negros profundos y cielos plomizos sellan el estilo. El trabajo de la banda sonora no es menor en su nivel de resultado. Una excelente elaboración capa por capa, nos da todas las herramientas para que el drama y el thriller se sostengan con solvencia y densidad. El combo imagen sonido sellan un pacto indisoluble de principio a fin. Incluyendo la versión de José Villalobos del concierto de Vivaldi, intimista y triste, clásica y moderna, el espejo perfecto del alma de nuestro personaje central. Bárbara Lennie se impone potente y magnética, es tal su relevancia expresiva que de momentos, al verla, se me venía a la mente los primeros planos de Monica Vitti en El desierto rojo de M. Antonioni, donde el primer plano de una mujer y unos pocos gestos, nos pueden dejar entrar a su universo emocional. El elenco que acompaña es altamente destacable: la revelación indiscutida de Yanina Ávila, el muy acertado Daniel Aráoz en el papel de médico local, Claudio Tolcachir como esposo de Malena cálido y preciso, más los personajes secundarios que parecen mezclar la impronta del no actor con la aceitada resolución del oficio. Un filme contundente que merece ser visto en cine. Por Victoria Leven @victorialeven
ARQUEOLOGÍA DE LA IMAGEN “Cuando una obra maestra nos conmueve escuchamos en nuestro interior la misma llamada a la verdad que impulsó al artista a crearla”. Estas palabras del cineasta ruso Andrei Tarkovsky impresas en la pantalla, dan apertura al documental de José Luis López Linares, un reconocido documentalista español (Sorolla, la emoción al natural , Últimos testigos, El pollo, el pez y el cangrejo real, A propósito de Buñuel, Asaltar los cielos, etc) que en este caso aborda a uno de los más paradigmáticos, misteriosos y controversiales artistas plásticos flamencos: Jeroen Van Acker , quien se apodó el mismo Hieronymus Bosch y al que todos conocemos como “El Bosco”. Decenas de rostros observan “algo” fuera de campo, son espectadores de una imagen que nos es negada en los primeros minutos del filme. Esa imagen que será el epicentro del relato, de la que se abrirán como un abanico decenas de sensaciones, análisis, teorías y disquisiciones que nos permitirán acercarnos al universo de El Bosco. Esa imagen que es negada al inicio y será la reina del documental después, se hace materia en su famoso tríptico hoy llamado “El jardín de las delicias” que se encuentra expuesto hace décadas en el Museo de El Prado. “¿De dónde salió esta fantasía dionisíaca?”, “Y estalla el caos, el inicio de todas las cosas”, “Verlo abrirse es un acto teatral”, éstos son algunos de los primeros pensamientos que hacen palabra los espectadores del enigmático cuadro. Más de 30 personajes diferentes se detendrán a observar esta obra y desde sus distintos puntos de vista, José Luis López Linares intentará contestar estas dos preguntas claves: ¿Quién era El Bosco? ¿Qué significa lo que ha representado en esta obra? Hay tantos ojos como profesiones que entregan su mirada y comparten sus impresiones: artistas plásticos, cantantes, músicos, historiadores, un filósofo, escritores, un dramaturgo, una restauradora, el director del museo y otras figuras más, a través de las cuales escudriñamos una y otra vez la tela inmensa y mágica que se despliega ante nosotros: espectadores de los espectadores. ¿Quién era El Bosco?, ¿Qué significa lo que ha representado en esta obra? Responder estas preguntas con certeza absoluta es casi un imposible. Este tríptico es un cuadro del año 1500 -aunque nunca se pueden dar fechas exactas, pues los cuadros jamás eran fechados por el artista– que presenta en la estructura de sus tres tablas: el génesis (a la izquierda), el mundo terrenal (al centro) y el infierno (a la izquierda). Pero quienes hayan observado un instante esta obra, sabrán que en esas imágenes se esconden tantos símbolos arcanos, algunos más accesible y otros aún no revelados, que hacen de Hieronymus Bosch un artista de vanguardia. Un hombre enormemente religioso que fue capaz de pintar los pecados más tabúes de manera perturbadora retratando en “El Jardín de las delicias” la lujuria como algo bello y atroz al mismo tiempo, donde un pájaro es más grande que un humano, donde el deseo es un desborde sin límites y pasa como una fruta roja de boca en boca hasta llevarte al infierno. Sus objetos y personajes, sus escenarios y colores parecen oníricos, pero este sueño de liberación termina siendo la peor pesadilla. Impregnado de objetos cargados de simbología: el búho, el pez, el conejo, la frutilla, el pájaro y otros, cada uno contiene un pequeño secreto detrás de su apariencia. Es grotesco y paródico, pareciera reírse de aquello mismo que representa, pero a su vez es moralizante, como si quisiera advertirnos del final que nos espera si nos entregamos a la engañosa seducción del pecado. Un surrealista antes de que existiera el surrealismo, un dibujante supremo de imaginación infinita, provocador, inquietante que narra cuando dibuja como quien escribe un libro sobre una tela, mientras que a la vez se impone un pintor excelso que crea mundos increíbles de colores imposibles. De El Bosco podríamos hablar tanto que agotaríamos las hojas, tal vez no se hayan creado las palabras para describir son exactitud su obra, por eso el documental busca la diversidad de miradas, y desde la perspectiva del “ojo de nuestra época” busca adentrarnos una vez más en estas preguntas, atravesando con la lente de la cámara la pluralidad de las percepciones. Volver a ver, es volver a reflexionar sobre una obra que habla del universo y su origen, del universo y el hombre, del mal, del bien, de la vida y de la muerte. “El jardín de las delicias” es el protagonista de esta historia, y su análisis reivindica su atemporalidad. El tiempo no lo envejece, sino que lo resignifica como lo hace una vez más este atractivo relato documental a través de la mirada de los otros y de nosotros. Por Victoria Leven @victorialeven