Mi primer beso Esta opera prima del uruguayo Fernando Veiroj -que tuvo su première mundial en la Quincena de Realizadores de Cannes 2008 y desde entonces se convirtió en una favorita del circuito de festivales- propone una simpática, lúcida y sensible mirada sobre el despertar sexual y sobre los miedos y contradicciones de la preadolescencia. Con algunos puntos en común con la comedia argentina Cara de queso, Acné describe la vida cotidiana, las experiencias íntimas y las inseguridades de Rafael Bregman, un chico judío de 13 años traumado por los granos de su cara y enamorado de una atractiva compañera de secundaria llamada Nicole. En medio del divorcio de sus padres, de la partida a Israel de su mejor amigo y de varias desventuras amorosas (pierde la virginidad gracias a una iniciativa de su hermano mayor), el querible antihéroe se obsesiona con un gran objetivo: su primer beso. La película evita los extremos (el patetismo, la demagogia o la comedia absurda) y mantiene una puesta en escena muy cuidada, que le permite entregar lúcidas observaciones sobre la vida adolescente en una Montevideo bastante atemporal con una mirada no exenta de ironía y de un humor lacónico.
Todo por un beso El premiado filme uruguayo aborda los traumas de cualquier adolescente. No deja de llamar la atención que los realizadores jóvenes de éste y del otro lado del Río de la Plata tengan recuerdos más traumáticos que felices de su adolescencia. Al menos eso es lo que testimonian en sus películas. Suelen ser comedias dramáticas -una sonrisita por aquí, algún clisé por allá para garantizar empatía con el espectador-, pero el sabor en la boca que queda al final de las proyecciones por lo general es amargo. Acné es la opera prima del uruguayo Federico Veiroj, quien se desempeñó como continuista en 25 Watts y Whisky, las dos películas que marcaron el nacimiento del nuevo cine uruguayo, parangonándolo con el argentino. A la hora de lanzarse solo, Veiroj es menos críptico y más lineal. Montevideano, Rafa fuma y juega al póker a escondidas con sus amigos, se trata el acné que lo avergüenza, toca el piano y juega al tenis horrible, y debuta en lo sexual pero no en el amor, ya que no se anima a hablarle a Nicole, la compañera del cole de la que está enamorado. Hijo de padres que se separan, el joven Bregman vive momentos cruciales de su vida sin saber, en verdad, qué hacer. Como a tantos adolescentes, las cosas le pasan, no es él el que decide el curso de su vida. La baja autoestima de Rafa, claro, no le facilita nada, y menos en sus ansias por conseguir el primer beso de amor. Tomando al protagonista como centro de una mirada más global, Acné aborda tal vez no demasiadas cuestiones, pero sí muchas. La iniciación sexual, la timidez, la relación de Rafa con su padre, sus hermanos, sus amigos y las chicas, el adoctrinamiento en su colegio religioso judío -Veiroj se permite una saludable ironía-, todo conforma una viñeta colorida, que le ha permitido a esta coproducción con la Argentina pasearse y ganarse el respeto en varios festivales internacionales -estuvo en la Quincena de realizadores en Cannes 2008-. Así, Acné es, sino un híbrido, un filme entre cierto lacónico cine, llamémosle rioplatense, y otro más abierto, sin ser popular, pero que demuestra las raíces -en sus obsesiones, en su puesta en escena y en su deseo de alejarse del relato costumbrista y patético- de un cine de autor, que seguramente explotará a futuro. La adolescencia pasa, el talento permanece o crece.
Ensayo sobre la explosión hormonal Aunque responda a los clásicos códigos de la comedia de iniciación, poco hay de previsible en el film protagonizado por Alejandro Tocar, en el que el deseo sexual se convierte en motor de la existencia de un chico judío. Presentada en 2007 en la prestigiosa Quincena de Realizadores de Cannes, nominada más tarde al Goya al Mejor Film Extranjero, Acné, ópera prima de Federico Veiroj (Montevideo, 1976), tal vez sea el eslabón perdido que conduce de Rapado a Verano del 42. O de Nadar solo a El mal de Portnoy, si se prefiere. Coproducida por la compañía argentina Rizoma, la primera película de Veiroj narra la adolescencia –como las óperas primas de Martín Rejtman y Ezequiel Acuña– desde una cierta parquedad expositiva y un marcado control sobre cada uno de sus planos. No por ello deja de responder –como el film de Robert Mulligan o la casi contemporánea novela de Philip Roth– a los códigos más clásicos del género “comedia de iniciación”. Comenzando por el más básico de ellos: la humorística complicidad con la ansiedad sexual del protagonista (judío, para más datos, como Alexander Portnoy). Alumno de tercer año en un colegio privado en el que se enseña hebreo y se aprende la Torá, mientras el profesor de Historia diserta sobre la Francia del siglo XVII Rafa Bregman (el enrulado Alejandro Tocar) juega al ta-te-ti con sus compañeros, dibuja penes en su cuaderno o se abstrae observando a la bella Nicole, a la que los chicos más grandes miran con ganas. En ese lugar que está entre el ta-te-ti, la genitalidad y el deseo primaveral parece encajada la vida de Rafa, a quien su hermano mayor le consiguió un debut con la shikse. Las máscaras de apio que le aplica la cosmiatra no logran frenar la invasión de granitos en la cara, y eso no hace más que incrementar su natural timidez. Tampoco sirven de mucho las instrucciones para el levante perfecto dadas por el más experimentado de sus amigos. Rafa toma puntillosa nota de ellas en una libretita, y no dudará en consultarlas en presencia de Nicole. Pero Nicole es casi tan tímida como él, y se va. La atenta observación del detalle, el buen oído coloquial (aunque el habla de Rafa y sus amigos derive a veces en dicciones trabadas) y un rigor estético no tan férreo como para ahogar el humor son algunas de las virtudes más evidentes de Veiroj, ex asistente de la dupla Stoll-Rebella y autor ya de una segunda película, La vida útil, que confirma y consolida todo lo mostrado aquí. Llevada por la talentosa Bárbara Alvarez (25 watts, Whisky, El custodio, La mujer sin cabeza), la cámara se mantiene a distancia justa, se mueve sólo cuando es imprescindible y corta lo menos posible. Repartida de modo difuso y parejo, la luz es bella y funcional. El poder de síntesis, el pudor expositivo, alcanzan, en ocasiones, elocuencia máxima. Sobre todo en el plano único en el que tres chicos espían, desde detrás de la puerta, un trámite de divorcio, con la cámara espiándolos a su vez desde lejos. Tan aguda como para sugerir, mediante el parecido de las actrices, que a Rafa la mucama, la puta y la cosmetóloga le dan más o menos lo mismo, la mirada de Veiroj no condesciende a prejuicios y encasillamientos. Rafa será tímido, pero eso no le impide escaparse de casa a la noche, fumar, tomar whisky y jugar al poker con los amigos o pedir favores especiales en un prostíbulo. Tampoco que lo manden a dirección, de-sentumecerse escuchando The Clash al mango o extremar, a fuerza de imaginación, un vasto e instructivo repertorio masturbatorio. Repertorio heredado quizás a la distancia, vaya a saber, de un congénere neoyorquino llamado Alexander. Cuarenta años atrás, este tal Alexander desplegaba un catálogo parecido al de Rafa Bregman, en una novela en la que, como aquí, el deseo y la curiosidad sexual eran tan fuertes que hasta lograban traspasar la mismísima culpa judía.
El primer beso Cuando en el cine sobre adolescentes todo parecía girar únicamente sobre la abulia de sus personajes, aparece en la escena cinematográfica Acné (2007) del uruguayo Federico Veiroj. El film sigue la línea marcada anteriormente, pero acompañado de un humor corrosivo y mordaz que lo conducirán por un camino poco transitado, llegando airoso a la recta final. Un brillante Alejando Tocar interpreta a Rafael Bregman (13 años) que pierde su virginidad, gracias a la ayuda de su hermano, ni bien comienza la película. Aunque lo que no podrá lograr, durante el transcurso de la misma, es darle el primer beso a la chica que le gusta. Acné no centra el relato en la iniciación sexual, sino que lo hace en la búsqueda del amor -no solo de pareja- y de cómo enfrentar los miedos internos para conseguir lo que se desea. Si hay algo que aporta Acné es un relato cargado de ironía que se asemeja a la comedia americana típica sobre adolescentes ansiosos por dejar la virginidad, pero mezclado con la idiosincrasia rioplatense y cierto minimalismo característico del NCA (Nuevo Cine Argentino). Esto se nota en la “morosidad” de la estructura narrativa o la despojada construcción de sus planos, contrapuesto con la ironía que reina en los diálogos. Rafael Bregman se asemeja al típico estudiante nerd de films como Supercool (2007) o Porky's (1982). Sus personalidad es políticamente incorrecta, es decir, fuma, le gusta la timba y frecuenta prostitutas; pero a diferencia de las mencionadas películas, no está estereotipado ni marcado en un exceso que lo llevaría al ridículo. Contrariamente se lo muestra con la naturalidad de un adolescente conflictuado, proveniente de una familia disfuncional de clase media alta, capaz de salir airoso, gracias a su inteligencia, de la más ridícula de las situaciones, pero omnibularse hasta quedarse sin palabras cuando está frente a la chica que le gusta. El humor que maneja el film también es políticamente incorrecto. Pero no se ríe de otros sino de los mismos involucrados. Como un ejemplo de esto podemos mencionar el chiste sobre el holocausto proveniente de los propios judíos. Sin duda, una forma inteligente de reírse de sí mismo. Como ese ejemplo hay millones que circulan durante todo el metraje sin, por ello, herir susceptibilidades, ni provocar discordias. Algo que sí se ve, reiteradas veces, en la comedia americana. Otro de los puntos altos de Acné es el de no hacer foco en el tema sexual, como así tampoco en los problemas de los adultos; estos son puesto como desencadenantes de los conflictos, siempre en un segundo plano, manteniendo el objetivo principal de la búsqueda del amor. De ésta forma se evita que a partir de situaciones secundarias se pierda el eje del relato con temas que no aportarían nada y que llevarían la historia por cauces innecesarios, desvirtuándola de lo propuesto en un principio. Películas con la inteligencia que está realizada Acné no son de las que se pueden encontrar todos los días. Sin caer en pretensiones absurdas, presenta una historia, desarrolla un conflicto y lo resuelve inteligentemente. Un film que confirma el gran momento que vive el cine uruguayo. Destellos de ironía dentro lo profundo de una historia cautivante de principio a final.
Olvidable drama adolescente Acné no logra despertar interés por su breve historia de iniciación sentimental La adolescencia es esa edad en que todo parece nuevo y, a veces, inalcanzable. Es esa edad, en definitiva, en la que el amor comienza a despertar en sus variadas formas y para Rafa, sus 13 años son ya la puerta por la que debe dejar entrar sus deseos más escondidos. A iniciativa de su hermano, el muchacho pierde su virginidad con una prostituta, pero lo que él realmente desea es que Nicole, su compañera de aula, se fije en él a pesar de ese molesto acné que le brota cada día. Entre esos granos, la próxima separación de sus padres y las obligaciones diarias, Rafa trata de sobrellevar este difícil momento. El realizador uruguayo Federico Veiroj elaboró con estos elementos una historia que por momentos se pierde en sus reiteraciones y en esa inmovilidad que pretende ser una fuerza dramática y queda sólo como una por momentos molesta monotonía. Veiroj quiso, sin duda, radiografiar los primeros pasos amatorios de un adolescente, pero su guión cae en repeticiones que lo obligan a descansar en tiempos muertos, en breves diálogos y en un clima que lentamente pierde el interés que demostraba el principio de la historia. El elenco, encabezado por Alejandro Tocar y Yoel Bercovici, apenas logra dar la suficiente vitalidad a sus respectivos personajes, en tanto que la música y la fotografía no se apartan de una mediocridad, elemento que planea por la totalidad de esta trama que, pese al esfuerzo de su director, quedará como una olvidable pieza cinematográfica.
Los cazadores del primer beso perdido La vida de Rafa, de 13 años, discurre entre lecciones de piano y tenis, el colegio de educación judía, escapadas con los amigos para fumar y jugar póker, visitas a un prostíbulo y sesiones masturbatorias. Acné cuenta el momento acotado en la vida de este chico judío cuyas aventuras juveniles por su ciudad, Montevideo, lo conectan con el personaje truffutiano (hay un momento que especialmente recuerda a Los 400 golpes, aquel film donde el protagonista le dice al profesor que no tiene madre). Es inevitable pensar en un Antoine Doinel uruguayo, pero con otras obsesiones: sus días se estructuran alrededor del sexo, que no tiene problema en conseguir, aunque su gran curiosidad es la del primer beso. Está un poco enamorado de una compañera, Nicole, pero él es muy tímido para conseguir eso de ella. Pero aunque Veiroj retrata muy bien a su pequeño Doinel rioplatense con gestos, palabras y comportamientos que le dan un enorme aire de verdad a la historia que está narrando, también cae con frecuencia en el tic estético más recurrente del cine independiente de los últimos timpos: el plano estático y de corta duración y el poco movimiento de cámara. Es decir, cierta recurrencia a un uso del aparato cinematográfico que remeda formalmente la abulia. No sería un problema absoluto, dada la precisión que ejerce a la hora de pintar su mundo y de crear sus personajes. Se transforma en un problema cuando todo el film gira alrededor de un único misterio, el de ese beso que Rafa busca y que no sabe cómo conseguir. Prima hermana de las primeras películas de Ezequiel Acuña –que, casualmente, también estrena este fin de semana su tercer largometraje– y de dos de las mejores películas uruguayas de los últimos años, 25 watts y Whisky, de Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella –en las que Veiroj trabajó–, Acné logra ser una buena película, aunque la falta de decisión entre mantener la tensión de su fugaz misterio o retratar un ambiente en particular, ciertos comportamientos y cierta clase de personajes le termina jugando en contra. La fuerza estética del film queda así, en última instancia, resentida, fugaz como un primer beso furtivo.
Vientos ya lejanos Cuando en 2001 25 Watts, de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll nos deslumbró a todos, por su uruguayosidad con toda la inocencia y picardía de ese pueblo, respiramos tranquilos, por fin Uruguay empezaba a hacer cine uruguayo, sin influencias externas donde las situaciones dramáticas se solucionaban a la uruguaya. Después nos dimos cuenta que no era tan así y solo recién con la aparición de El baño del Papa (2006) de Enrique Fernández y César Charlone, volvimos a tener un pequeño espacio para la esperanza de que 25 Watts, hubiera sido el inició de algo, pero si lo fue, Acné no está en esa senda. El director Federico Veiroj trabaja sobre una historia de esas en que no pasa nada nunca, el reino de la insinuación y la amenaza, de lo que esta por llega y nunca llega, algo tan peligrosamente parecido, por no decir igual, al obsoleto Nuevo Cine Argentino, donde adolescentes y no tanto (pero que adolecen igual) transitan por el mundo tal cual fue siempre, donde su mirada la rige lo generacional y punto. Acné, al igual que sus primas del otro lado del estuario, aburre desde el principio al final. Durante la hora y media de sus penosa existencia la cámara seguirá en detalle la vida ordinaria de un chico ordinario. Un montevideanito, de unos trece años, donde su mayor problema pasa por el acné de su cara, poder asaltar a la mucama de su casa a alguna hora deshonesta y encontrar al amor de su vida, cuestiones que los adultos sabemos que pasan, al acné me refiero. Que el muchachito del cuento sea judío, no aporta nada all “drama” y lo mismo pasaría si el protagonista fuera jamaiquino, chiprota o camboyano, por lo del acné se entiende. Nada que el viento esperanzador de 25 Watts y El baño… sopla ya lejano y para aquellos que conocemos a los uruguayos, sabemos muy bien que tienen otra manera muchos más uruguaya de hacer las cosas.
Apuntes sobre la edad del pavo Tan trabada y monótona suena la vida de Rafa Bregman (Alejandro Tocar, sensacional) como esos acordes atropellados que digita a desgano en la sonata de Mozart, leit-motiv de esta ópera prima de Federico Veiroj llamada Acné (2007). Si fuesen válidos los términos musicales para definir aquel conflictivo período conocido bajo el sugestivo título de adolescencia encajaría la concepción de sonata disonante. Una ligera explicación para ilustrarlo nos lleva a pensar que esa etapa atravesada por el vértigo, la confusión y el irrefrenable deseo sexual se compone de distintos estadios como las partes de una composición musical que arranca suave y melódica para terminar en un estribillo de acordes redentores y explosivos. Sin embargo, esa disonancia o incerteza es la que sintetiza el derrotero de cualquier adolescente, ya sea argentino, uruguayo, o japonés, sin duda una de las virtudes del film por tratarse de una temática universal pero que no aprovecha –como podría ser el caso en Nadar solo de Ezequiel Acuña- lo coyuntural porque los protagonistas de este relato son pre-adolescentes de clase media alta que concurren al tercer año de un liceo privado donde hablan en hebreo y enseñan la Torá. Rafa es uno de esos exponentes, quien pese a la timidez típica de todo adolescente también sufre de una invasión de granos en su rostro. Además, juega a ser adulto por las noches entre partidas de póker, visitas a prostíbulos y comentarios sobre sus hazañas sexuales con sus congéneres. Veiroj concibe a modo de pequeñas viñetas, que los planos trabajados en el detalle se encargan de mostrar con absoluta precisión, una serie de apuntes intuitivos y experienciales acerca de este micro universo plagado de códigos y coloquialismos reconocibles. Con una cámara que encuentra la distancia necesaria para despojarse de la intimidad asfixiante, dispuesta a esperar a sus personajes sin la prisa habitual de este tipo de propuestas que no pueden negar ciertos vicios contemplativos, sumándole una economía en la exposición que resulta a los ojos del espectador vivificante y tranquilizadora. La lejanía con el mundo adulto; la falta de rumbo y horizonte y el estallido hormonal son los elementos centrales desarrollados en esta coproducción argentino-uruguayo, prolijamente, revestidos por diminutas grageas de humor y una constante autorreflexión y autoconciencia sobre los alcances y los límites de un registro cinematográfico que busca la elocuencia sin caer en solemnidades ni prejuicios ni caricaturas.
Acné es una comedia fresca y ligera sobre la iniciación que responde a la tradición más pura del género. En este caso nos cuenta las tribulaciones de un adolescente judío de Montevideo en busca de su primer beso. Sin embargo, el planteo no es tan inocente como aparenta. A pesar de su corta edad, Rafa Bregman ya tuvo su primera relación sexual con una prostituta. Pero el primer beso en la boca se revela más difícil de obtener porque su hermosa compañera, la rubia Nicole, no se manifiesta sensible a sus avances. El protagonista tiene dos obsesiones con las que ocupa todo su tiempo: eliminar las pequeñas erupciones que aparecen en su rostro y dan título a la película, y ensayar el ansiado beso que provoca su desvelo y lo lleva a hacer un borrador con todo lo que cae bajo sus labios. En su afán, Rafa descuida los cursos de piano y otras responsabilidades pero, sobre todo, disipa la posibilidad de descubrir parte de su propia historia familiar, que la película insinúa con pequeños comentarios sobre la vida cotidiana de la comunidad judía de Montevideo. La mirada del director es por momentos fría y distante, pero los esfuerzos del protagonista, sus torpezas, incluso su extrema indolencia aportan la cuota de ternura necesaria a una película modesta e inteligente, formalmente rigurosa, que entrega un desenlace honesto y efectivo para los sinsabores del adolescente.
Pequeña película, realizada con humildad, que merece ser vista y disfrutada. Rafa es un adolescente reciente, deseoso de realizar su primera conquista amorosa, de dar su primer beso a una chica. Si bien ya tiene relaciones sexuales, sea con la mucama que trabaja en su casa o en algún prostíbulo típico montevideano, Rafa está ansioso por lograr su primer encuentro amoroso genuino. Él pertenece a la comunidad judía de la alta burguesía uruguaya. Este es un dato clave, especialmente para comprender el modo de socialización con el que Rafa se integra al mundo adolescente. La escuela, la comunidad, las prácticas de poder y segregación, todas ellas de algún modo son eficaces a la hora de constituir la subjetividad del joven. La película cuenta con sencillez los días de este chico en busca del amor (o algo que se le parezca bastante) en tanto sus padres se separan y su mejor amigo se va a vivir definitivamente a Israel. Con recursos muy legítimos el director cuenta con precisión las situaciones de la vida del Rafa, sin ningún momento estridente, ni tampoco ninguna dramatización de aquello que podría serlo. Esta es una más de las “pequeñas” películas que el cine uruguayo actual nos está entregando. Hecha con la humildad propia de quien cuenta una vida que no se diferencia de muchas otras pero que, como todas esas, vale la pena vivir y experimentar. Especialmente en el momento de gloria que representa el mítico primer beso.
Con deseo y sin ganas “No son pecas, son granos” asegura Rafael Bregman, el adolescente de 13 años que lleva adelante esta historia rodada en Montevideo. Lo que más llama la atención de este film es la ausencia de hormonas, narrativas y de las otras, en una época de cambios extremos. Parado frente al espejo, lleno de granitos y con muchas ganas, empieza un periplo que lo lleva a debutar sexualmente con una prostituta. Y a visitarla asiduamente, aunque el beso del amor todavía no le llega... El director Federico Veiroj centra la trama en un ámbito estudiantil y familiar de padres separados, pero lo transmite con tan poco entusiasmo en cada una de las escenas, que es capaz de bajar la libido del espectador más desprevenido. Acné supone una sucesión de experiencias íntimas e intransferibles como la masturbación, la primera vez y el primer enamoramiento. Pero nada de eso sucede a lo largo de una hora y media. Entre Percután, diálogos vacíos (propios de los adolescentes, pero poco funcionales en este relato) y lecciones de piano, la película muestra personajes apáticos, inmersos en un híbrido que no convence. Y que tampoco estimula las hormonas del público. ¿Dónde quedaron títulos conmovedores como El año del arco iris o la reciente película nacional El último verano de la boyita?...
La adolescencia es un periodo difícil de nuestras vidas. La madurez y el crecimiento. Dejar atrás la infancia, la exploración del sexo. Que hacer con los padres. Que lugar ocupan los amigos. Son varias las incertidumbres de Rafa. Acaba de hacer su Bar Mitzva, y cree que ya debería tener actitudes adultas. De hecho las tiene. Por un lado sufre porque la chica que le gusta no le presta atención, sufre porque sus padres se están divorciando, porque su mejor amigo se va a Israel, porque no puede ocupar su cabeza en estudiar o prestar atención a la clase. Busca su primer beso, tiene relaciones con prostitutas, siente curiosidad por la atracción hacia el sexo opuesto, ya sea con la sirvienta que trabaja en la casa como por la chica que atiende el kiosco de la esquina. Se siente solo. Y además sufre un serio caso de acné. La búsqueda del primer amor, es el tema central de la ópera prima de Federico Veiroj, quien ya ganó varios premios por su cortometraje, Bregman, el siguiente (apellido compartido con el protagonista de Acné) Con austeridad, y un humor negro que remite al estilo de incertidumbre con que filmaban sus co patriotas Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella en Whisky y 25 Watts (donde fue actor y continuista), toma seriamente pero sin solemnidad el tema de iniciación. A diferencia de la comedia pícara estadounidense (nada que ver con Porkys o American Pie), el humor de Veiroj apunta hacia el patetismo y la desolación, pero nunca llegando al melodrama existencialista de Gus Van Sant. En este sentido, las reflexiones acerca de la madurez y el judaísmo se asemejan más al hijo del protagonista de Un Hombre Serio de los Coen o reminiscencias a Cara de Queso de Ariel Winograd. Para no perder los hilos de la historia, Veiroj se ata a su protagonista, y la cámara nunca se separa de su punto de vista, lo cual es un acierto, porque podemos identificarnos con lo que le pasa al protagonista. Saber distinguir el sexo del amor, lo efímero de lo perdurable. Reflexiones sobre el tiempo. Los silencios y las palabras son fundamentales. Diálogos consistentes, inteligentes. Acné es un pequeño ensayo que seguramente debe tener algo autobiográfico, se siente íntimo, respira realismo. Filmado con sutileza, apostando por lo justo y preciso en cada plano fijo, aprovechando cada milímetro del cuadro, como si fueran postales con conciencia pictórica o recuerdos de un momento perdido. El elenco adolescente, especialmente Alejandro Tocar, su protagonista, es soberbio. También el uso de colores (naranjas, blancos) y los encuadres a cargo de la experimentada fotógrafa Bárbara Álvarez (Whisky, El Custodio, La Mujer sin Cabeza). Federico Veiroj demuestra gran personalidad, y talento de autor en su ópera prima. Una apuesta a futuro.
De origen uruguayo y con un amplio recorrido por festivales, Acné es otra película sobre los adolescentes y el sexo, con una variante que parecería ubicarla en un lugar más tierno que osado: más que las voluptuosidades y la pornografía, lo que inquieta al protagonista es la posibilidad de un beso. Rafa cumple el ritual de rigor y debuta con la meretriz del barrio, aunque sin contacto boca a boca. Tampoco sabe cómo encarar a la compañerita rubia de la que está enamorado. Tímido, acomplejado, un tanto alienado, Rafael Bregman acata la rutina del colegio, las clases de tenis y piano, las costumbres de la comunidad judía, y cada tanto visita a alguna prostituta o se divierte con sus amigos, entre póker y tragos. Vive en Montevideo, con sus dos hermanos y sus padres opacos y pudientes. Rafa solo quiere un beso, uno real, de una mujer, en los labios. Toda la trama consistirá en conseguirlo, y no habrá mucho más que eso. Para comprender las dificultades del protagonista, evidentemente fue necesario trasladar la anécdota a los años 80, antes de que Internet y la promiscuidad cool de nuestros tiempos licuaran los tabúes del sexo. Tal vez la intención era demostrar que aquella adolescencia -¿más ingenua?- ofrecía misterios para el cine que no pueden hallarse en la actualidad. Pero ni siquiera el marco de época es aprovechado por el director Federico Veiroj, que no logra ver más allá de Rafa para alumbrar su contexto vital (un buen ejemplo es el retrato de los padres, que lucen como dos espectros sin peso alguno). Acné se queda en el molde, en la repetición, en lo seguro. Lo curioso es que el actor principal, Alejandro Tocar, es lo suficientemente enrulado como para remitir al protagonista de Cara de queso, film del argentino Ariel Winograd estrenado hace un par de años, centrado en un country de los '90 habitado por familias judías. Cara de queso es una película chiquita y por momentos muy divertida, que se recuerda con cariño aun con sus flaquezas, simplemente porque tiene aquello que a Acné le falta: riesgo.
El debut sexual, el primer beso y los cambios corporales siempre ha sido un tema tocado por el cine. Incluso hace unos años “Cara de queso” fue un filme que si bien tenía sus falencias termina redondeando algo. Aquí en esta producción de Uruguay, Argentina, México y España (falta algún país) la cosa atrasa y se nota. En primer lugar la dirección de actores no se hace presente, los chicos actúan sin rumbo y eso hace decaer lo que podría haber sido más que interesante. Rafael Bregman de 13 años pierde la virginidad con una prostituta, pero lo que no logra es llegar al primer beso. El otro problema de éste adolescente son los granos, su inseguridad y la separación de los padres. Aquí lo que no logra el director es modernizar esta historia que por momentos hace recordar la moralina de la ”Familia Falcón”.
El cine uruguayo viene manteniendo una producción interesante a lo largo de los últimos años no olvidar que debe ser una de las cinematografías latinoamericanas que más nacimientos ha tenido, o podríamos decir la que más abortos ha tenido. En este caso una obra (“Acné”, opera prima, comedia dramática, coproducción entre Uruguay, Argentina, México y España) del uruguayo Federico Veiroj, quien trabajó en “25 Watts” y, “Whisky” como continuista (se nota la influencia de esas películas), los antecedentes los podemos encontrar en el cortometraje “Bregman el siguiente· (2004) en el cual narra la historia de un chico de 15 años que prepara su bar mitzvah. “Acné” es la historia (pequeña) de Rafael Bregman (Alejandro Tocar), un chico montevideano de 13 años (adolescencia), que fuma, juega al poker y a la quiniela; toca piano, juega al tenis -por cumplir-, estudia en un colegio religioso judío, integrante de una familia disfuncional, como se dice ahora, por padres separados, que sufre de acné y lo trata pues lo avergüenza frente a las muchachas, sobre todo con Nicole Weis (la argentina Belén Poucham) de la cual siente estar enamorado. Pero ese no es su problema mayor, ya ha debutado sexualmente con una prostituta conseguida por su hermano, pero no ha conseguido su primer beso de “amor”, es decir pasa por los traumas/problemas propios de la adolescencia, que pierde su mejor amigo, quien se va a Israel a vivir en un Kibutz, por lo tanto la soledad lo acompaña en sus paseos por un Montevideo cotidiano. Una historia pequeña (el termino no es desmerecedor), sin grandes pretensiones, centrada en la historia del Rafa, aún cuando coexisten muchas historias más, la va desarrollando pausadamente, tanto que a veces da la sensación de no avanzar (ya parece una característica de Nuevo Cine Rioplatense), con una resolución esperada pero no por ello irreal. Los chicos vienen de un casting (sin experiencia actoral), y la verdad es que el trabajo no desmerece en nada con un buen logro de la dirección de actores y un muy buen trabajo de su primer papel cinematográfico de Alejandro Tocar. Buena fotografía y diálogos reales, lo que no deja de ser para una Opera Prima, da la sensación de fallas en el guión, pero creo, se debe a la nueva técnica de estos jóvenes directores uruguayos. La obra ha tenido un recorrido por diversos festivales, Nominada al Goya como mejor Película Extranjera, Mejor Opera Prima en el festival de La Habana y participo de la Quincena de realizadores del Festival de Cannes. Algo bueno, Federico Veiroj ha terminado su segunda película “La vida útil”, que fuera premiada en la Sección Cine en Construcción del Festival de San Sebastián. Esperemos verla para dar nuestra opinión sobre el realizador, si es una promesa, o algo más
La temprana adolescencia masculina en manos del director uruguayo Federico Veiroj tratada a través de uno de los tópicos que desde los albores de la pubertad (y antes) nos aturde a nosotros, los hombres: la "primera vez". Para el treceañero Rafa Bregman (Alejandro Tocar) esta parte es más bien un trámite, facilitado por su hermano mayor. Pero la inexperiencia y la carencia de lo que hace al sexo mucho mejor (no, dinero no, tontuelos, ¡amor!), representado por la jerarquía superior del "primer beso". El sexo lo consigue Rafa fácil: su padre es un comerciante judío, apostador y poco preocupado por el destino de los pedidos de su hijo. Así, se aventura en un prostíbulo de su preferencia junto a sus amigos Rony (Yoel Bercovici) y Andy (Igal Label), del mismo modo que fuman cigarrillos a escondidas. Aún con esto, su compañerita de banco Nicole (Belén Pouchan), es su más grande anhelo. El retrato propuesto por el director tiene al realismo y al apartado técnico de la fotografía como sus mejores aliados, aunque, por otra parte, posee dos aspectos ciertamente negativos, uno externo al filme, y otro demasiado interno como para que pueda obviárselo. En cuanto a lo primero, me refiero al hecho de que la película fue calificada como "apta para mayores de 16 años". No pienso atacar esta decisión -aun cuando la obra muestra poco más que un seno-, aunque definitivamente encierra al filme dentro de los límites de un público que mira su objeto de estudio, los adolescentes. Si un joven de trece pudiera ver Acné se sentiría, probablemente, identificado con ese personaje. Podría incorporar las vivencias de Rafa y discutirlas, apreciarlas o rechazarlas. Esta posibilidad es vedada por esta calificación para "grandes": hay muchas maneras de cercenar una obra, y dudo que el director se haya manifestado en contra (invito a Veiroj a que conteste esto). Ahora podemos pasar a lo segundo, a la falla interna. Un filme con buen guión puede sostenerse, pero un filme con pocos "turning points" y un guión flaco, carece, pasada la mitad de la obra, de un interés real. No deberíamos guiarnos siempre por la predictibilidad de los hechos de una película, pero sin duda el "factor sorpresa" no tiene en Acné ningún peso, no obstante pretende iniciar ciertas situaciones misteriosas. Un relato de experiencias, limitado a la adolescencia masculina y definitivamente no universalizable, es lo que nos da la película de Veiroj. Los trazos de la historia son delicados, pero no siempre está uno dispuesto a escuchar cualquier historia.