Con una estructura de saltos temporales a-lo-Tarantino y una potencia que recuerda a Gomorra, esta película que compitió con El secreto de sus ojos por el Oscar extranjero es una desgarradora, trágica historia coral sobre el odio religioso entre musulmanes, cristianos y judíos, policías descontrolados, vendedores de droga y niños a la deriva en la que confluyen una historia de amor imposible, el machismo, la venganza del ojo por ojo, las traiciones cruzadas y la desesperación por salir pozo a cualquier precio.
Esta es otra de las candidatas al Oscar en el rubro Mejor Película Extranjera, además de "Un Prophéte", "La Teta Asustada" y "The White Ribbon", que compitió (y perdió) contra "El Secreto de sus Ojos". El debut como directores/guionistas de Scandar Copti y Yaron Shani presenta cinco historias separadas en capítulos que se entrecruzan al mejor estilo "Crash". El título del film se refiere al nombre del barrio donde arranca la primer historia. Omar es un israelí que trata de evitar el asesinato de los integrantes de su familia, luego de que su tío hiere a un importante miembro de una banda y su familia se convierte en blanco de venganza. Malek es un palestino refugiado trabajando ilegalmente en Israel que quiere conseguir plata para una operación de su madre y termina involucrado en el tráfico de drogas. Dando es un policía judío en busca de su hermano desaparecido. Binj es un palestino que intenta mantener una relación con una chica judía. Cada capítulo se enfoca en un personaje, el cual está relacionado con algunos participantes de las restantes historias. Cada uno de estos relatos van hacia adelante y atrás en el tiempo a través de "flashbacks" y "flash-forwards", debiendo uno estar atento al ida y vuelta para no confundirse. Igual algún dato seguro se escapa, resultando una película ideal para ver más de una vez. Los directores eligieron mayoría de actores no profesionales y muchas de las escenas fueron improvisadas, logrando así darle más realismo a este film israelí. Luego de ver las cinco candidatas a Mejor Película Extranjera, considero que el Oscar ganado por "El Secreto de sus Ojos" fue muy merecido.
Un territorio complejo Ajami (2009) es un drama en donde varias historias se cruzan y dan cuenta de la complejísima realidad del Medio Oriente. Claro ejemplo de un realismo duro, más bien árido, la película parte de conflictos familiares para sumergirse en una realidad multicultural mucho más amplia. El título remite a un barrio de Jaffa, en donde convergen problemáticamente judíos, musulmanes y cristianos. Con un notable dominio del suspenso y los tiempos cinematográficos, los realizadores hacen foco en las vivencias de un chico que vive el horror familiar refugiándose en el dibujo, las desventuras de un refugiado palestino que trabaja ilegalmente en Israel, otro que no trabaja ilegalmente pero debe ocultar su romance con una chica católica, y un policía judío que busca sin consuelo a su hermano desaparecido. Los personajes desarrollas sus vidas cotidianas y refieren a sus dioses y creencias. Es elogiable que el relato no sobre-explicite tales contenidos. Porque si bien el espectador occidental puede sentirse aún más enajenado de esos códigos (ya de por sí poco aprensibles), el efecto pone al descubierto la multiplicidad de filosofías de vida y la fallida convivencia de las mismas. Dirigida por el árabe Scandar Copti y el israelí Yaron Shani, Ajami puede ser pensada como un estudio de la conciencia en un territorio complejo. Se trata de una película eminentemente política que sabe eludir los trazos gruesos del cine mainstream (Babel o Slumdog Millonaire). En definitiva, se trata de un relato que deja abierto varios interrogantes en la mente de los espectadores.
Comprometido alegato contra la intolerancia Finalmente llega a las carteleras comerciales esta excelente película que fuera presentada en la edición anterior del Bafici, además de haber sido consagrada con numerosas distinciones, entre ellas la nominación al Oscar en la categoría película extranjera año 2009. Nada es lo que parece en este apasionante relato que va hilvanando tres historias que se van ampliando y complementando a medida que avanza el metraje. Es así que asistimos a la presentación de Omar en primer término, un árabe israelí que intenta salvar a su familia de una muerte segura por parte de una secta que está intentando vengar la muerte de un familiar a manos de su tío. Malek, es un inmigrante ilegal palestino que trabaja en un restaurante y su preocupación es poder pagar la operación de su madre enferma. Finalmente Dando, un policía israelí busca a su hermano desaparecido que podría haber sido asesinado por Palestinos. El propósito de esta dupla de directores es retratar el ominoso clima que transcurre en Ajami, un area de Jaffa en la cual conviven palestinos, judíos y cristianos y la carga de prejuicios que esto trae aparejado. Afortunadamente, las historias han sido tan ajustadamente elaboradas que la imprevisibilidad corona cada una de estas situaciones con una gran riqueza narrativa. El guión es de una consistencia dramática muy apreciable y las actuaciones son excelentes. Para recomendar.
Un barrio particular A un año de su exhibición en la pasada edición del BAFICI [12], galardonada en Cannes, Venecia, Londres, Jerusalén y tras competir con El secreto de tus ojos en los Oscar 2010 por Mejor Película Extranjera, estrena finalmente en nuestro país este film dirigido por la dupla de directores Palestino-Israelí Scandar Copti y Yaron Shani. Ajami2 Todo el mundo sabe como el Oscar repercute comercialmente sobre un film, pero no siempre la película valida dicha nominación. A diferencia de otros films, Ajami justifica muy bien los premios y nominaciones conseguidos. Con una estructura narrativa interesante que combina características del registro documental con las del género policial, Ajami va conformando un estilo propio que no se queda en el conflicto Israel-palestino, la idea de víctimas y victimarios y lecturas meramente políticas.Ajami3 Una de las virtudes más importantes de este film radica en la capacidad de transmitir una mirada sobre la pluralidad de la sociedad israelí contemporánea a partir de dos visiones del mundo tan disímiles como el origen de sus directores. El Israelí Yaron Shani y el árabe Scandar Copti se unen para contarnos un policial que integra ambos mundos a la perfección. La película entrelaza con fluidez y contundencia narrativa diversas historias que ocurren en el conflictivo barrio de Ajami, un suburbio situado en la ciudad israelí de Jaffa, donde conviven judíos, cristianos y musulmanes. Ajami4 Dos hermanos objetivo de la venganza de un clan criminal, un trabajador ilegal y un policía israelita obsesionado por la desaparición de su hermano soldado, son algunos de los personajes cuyas historias se entrecruzan hábilmente para construir un relato que en su comienzo nos recuerda a Amores perros, La virgen de los sicarios o Ciudad de Dios, y que en su progresión logra conformar un estilo narrativo y estético propio. Una excelente película cuya historia, actuaciones y factura técnica se aúnan para mostrarnos a través de los ojos de varios personajes una sociedad donde enemigos históricos deben convivir como vecinos.
Un film político centrado en los conflictos humanos en Israel De principio a fin, durante todo su desarrollo -dividido en cuatro capítulos y un epílogo-, Ajami transmite una inmediatez, una sensación de cercanía frente a las historias que cuenta que la emparenta con el documental pero sin descuidar sus efectos dramáticos argumentales. Todo transcurre en el Ajami del título, un barrio en la ciudad israelí de Jaffa (parte de Tel Aviv) en el que conviven, o más bien comparten el espacio, árabes musulmanes, cristianos y judíos. Un polvorín a punto de estallar que de hecho lo hace cotidianamente, cuando los hechos de violencia callejera se acumulan hasta volverse la norma. En el medio de tanto conflicto, los directores cuentan fragmentos -presentados en forma no lineal ni cronológica- de las vidas de Omar (Shahir Kabaha), Malek (Ibrahim Frege), Binj (interpretado por uno de los directores del film, Scandar Copti) y Dando (Eran Naim). El primero es un muchacho de 19 años al que una disputa familiar lo obliga a huir del lugar. Pero él se niega un poco porque como dice "el miedo es la mayor vergüenza" y otro poco por Hadir, la hija del dueño del restaurante en el que trabaja y al que le debe mucho por haber intercedido por él en un juicio que constituye una de las escenas más interesantes de un film repleto de ellas. En el mismo restaurant trabaja Malek, un adolescente palestino desesperado por conseguir dinero para pagar una operación que necesita su madre. El actor no profesional que lo intepreta -verdadero habitante de la zona retratada-, consigue en un par de escenas establecer una empatía sin adoptar el punto de vista de la víctima. De hecho, uno de los más notables logros del film es mantener el equilibrio entre los diferentes grupos culturales que explora. No hay aquí buenos ni malos, sino personas caminando, viviendo en la cornisa, en la delgada línea -literal y metafórica-, que los divide. Allí se cruzan rateros callejeros con policías tan familiarizados con el crimen como los hombres que persiguen. Entre los perseguidores aparece Dando, un agente policial tan violento en las calles como sensible puertas adentro con su hija, y sus padres, desesperados por la desaparición de su hijo menor. Desgarradora sin recurrir al golpe bajo, Ajami tiene una estructura formal similar a Amores perros , 21 gramos y Babel de Alejandro González Iñárritu,pero donde el mexicano se regodea en acumular miserias en la pantalla, en este caso los directores-ambos nacidos en Israel, uno judío y el otro palestino-, pintan su convulcionada y compleja aldea.
Vecinos que se miran de reojo Con un relato coral y una intensidad extrema que recuerdan a la trilogía de Alejandro González Iñárritu y Guillermo Arriaga, la ópera prima de Scandar Copti y Yaron Shani es un interesante paneo por la violencia, el sometimiento y la marginalidad que caracterizan al barrio del título, un distrito suburbial de Tel Aviv en el que conviven musulmanes y cristianos a pura reticencia mutua. Quizás con media hora menos y una estructura narrativa un poco más pulida, el film no caería en algunas escenas inconducentes y podría superar a su modelo norteamericano Vidas Cruzadas (Crash, 2004). Aún así la propuesta mantiene el interés, construye personajes maravillosos a partir de actores no profesionales y definitivamente merecía la nominación al Oscar a mejor película extranjera…
Anexo de crítica: Ajami (2009) -codirigida por Scandar Copti y Yaron Shani- se introduce desde la periferia de los suburbios de Palestina e Israel en el conflicto político entre los dos países. La complejidad narrativa del relato (que muestra la idea de que la violencia genera violencia en un enfrentamiento constante entre vecinos) es sin ninguna especulación la mayor virtud de esta obra coral que trae reminiscencias por su estructura episódica a Amores perros, de Alejandro González Iñarritu…
El círculo del odio Varias historias paralelas dan vida a este intenso drama, nominado al Oscar. Algo en la estructura de Ajami hace sospechar lo peor. Al rato de comenzar el filme, cuando vemos que su estructura va por el camino del relato coral, con muchas subtramas paralelas que casi no se tocan al principio pero luego comienzan a encontrarse, tememos por uno de esos mazazos simbólicos al estilo Crash , en el que todo un universo de personajes (nacionalidades, religiones, clases sociales, etc.) se cruzan para que el director (en este caso, los directores) pueda decir algo sobre “el mundo”. Y si bien algo de eso hay en este filme, varias particularidades lo hacen distinguible y recomendable. Por un lado, el hecho de que sea codirigido por un israelí y un palestino lo transforma en un caso político peculiar. Y, por otro, la trama corre por zonas inesperadas, casi más cercanas al policial scorseseano que al discurso político. El filme empieza con un intento de asesinato equivocado y sigue con sus consecuencias. Omar es un joven metido en una guerra mafiosa entre beduinos que empezó cuando su tío mató a un miembro de otra familia y ahora debe conseguir mucho de dinero para parar el derramamiento de sangre. Por otro lado está Malek, un inmigrante palestino que trabaja en el mismo restaurante que Omar y también necesita dinero, pero para pagar una operación de su madre. A Dando también lo corre la de- sesperación: es un policía israelí que trata de saber qué pasó con su hermano, soldado, que ha desaparecido dejando a la familia deshecha. Y hay un cuarto actor de esta trama: Bin (interpretado por Scandar Copti, codirector, con el israelí Yaron Shani), un palestino de clase media que tiene una novia judía, algo que le trae bastantes problemas con sus amistades y que también se suma al ciclo de violencia. Las historias se tocan unas con otras, pero más allá de intentar hacer una conexión dramática a sangre y fuego, lo que Copti y Shani intentan hacer es describir vidas y conflictos posibles en Ajami, un barrio israelí que da título al filme, en el que se cruzan etnias, nacionalidades y religiones. Son escenas específicas, más que el todo interconectado, lo que resalta: cómo se maneja un juicio entre familias beduinas, cómo la desconfianza termina en una discusión y cómo se pasa a la acción. Ajami es una película violenta sobre un territorio violento. La metáfora obvia está servida, pero los directores tienen el nervio y el talento suficiente como para que la(s) historia(s) siempre ocupen el primer plano.
Original visión de tema difícil Ajami es una zona de Jaffa donde conviven todo tipo de culturas, y se mezclan judíos, cristianos, árabes y palestinos, lamentablemente no de la manera más grata ni armónica. El film comienza con una serie de tensas situaciones ultracviolentas, muchas veces relacionadas con delitos comunes y no con violencia étnica -aunque en este contexto todo se mezcla- y poco a poco va contando distitnas historias personales que suceden en forma paralela. Un policía judío busca a su hermano, un palestino trata de trabajar ilegalmente para pagar la operación de su madre, varios protagonistas de amores prohibidos por pertenecer a las distintas etnias la pasan mal y luchan por no estar separados. Hay momentos de gran intensidad dramática, y otros en los que las diferentes historias se entremezclan de forma un poco confusa. La voz en off de una narradora con tonos poéticos -al menos así lo hace sentir el subtitulado- le da un tono pretencioso a todo el conjunto, lo que no ayuda al espectador a tratar de concentrarse en cada relato policial, algunos realmente interesantes y casi suficientes para recomendar una película más extraña e interesante que realmente lograda, grabada en tape con buen pulso de dirección (el film estuvo nominado al Oscar a la mejor película extranjera) que en sus mejores momentos consigue sacarle un tono especialmente realista a las imágenes, mientras que en los más flojos hace caer todo el asunto en un estilo televisivo demasiado dialogado. Con sus pros y contras, «Ajami» es un film original sobre un tema difícil, y está lleno de detalles auténticos, genuinos (por ejemplo, la musica pop érabe e israelí) que ayuda a recomendarlo más allá de sus altibajos.
La caldera del diablo Ganadora de la Cámara de Oro del Festival de Cannes, Ajami refleja la violencia cotidiana en un barrio de Haifa que no hace sino replicar el conflicto armado que tiene en llamas desde hace décadas a Medio Oriente. Parece por lo menos un sinsentido que esta película israelí, que participó el año pasado de la Competencia Internacional del Bafici, llegue ahora a su estreno en salas cuando una nueva edición del festival porteño todavía tiene acaparado por todo este fin de semana al mismo público al que se supone está dirigido Ajami. Ganadora de la Cámara de Oro del Festival de Cannes, entre muchos otros premios y reconocimientos (fue competidora de El secreto de sus ojos por el Oscar al mejor film extranjero), la ópera prima realizada a cuatro manos por el palestino Scandar Copti y el israelí Yaron Shani es esa clase de películas que no siempre consigue estar a la altura de sus ambiciones, que son muchas. El título del film remite a una barriada de Haifa, no muy lejos de Tel Aviv, donde conviven israelíes, palestinos y cristianos, todos revolcados en el mismo lodo: el de la violencia cotidiana, que parece bastante más que el mero reflejo del conflicto armado que tiene en llamas desde hace décadas a Medio Oriente. Según expone Ajami ya desde su primera secuencia, en ese barrio –como en Calles peligrosas, de Martin Scorsese, que da la impresión de ser uno de los modelos sobre el cual está construido el film–- cualquier diferendo se resuelve de la peor manera posible: a los tiros, o incluso a las cuchilladas. Es lo que le sucede, por caso, al bueno de Malek, un adolescente palestino que ve cómo se disgrega toda su familia cuando su tío se convierte en víctima de una venganza entre clanes beduinos que puede cobrar la vida de cualquiera, incluso la suya, aunque sea un perfecto inocente. Las deudas allí se pagan con sangre, o se saldan con mucho dinero, demasiado para esa familia humilde, que apenas si puede vivir de su trabajo. Que el mediador entre beduinos y palestinos sea una suerte de “padrino” cristiano habla del espeso caldo de cultivo que es ese barrio. Que la hija del mediador –también cristiana, claro– sea en secreto la novia de un palestino, a la sazón el hermano de Malek, da una idea del denso entretejido que va elaborando Ajami a lo largo de sus dos horas de trabajoso relato. Dividido en cinco capítulos, que tienen todos finalmente los mismos personajes enfrentados a situaciones cada vez más difíciles, como si esa espiral de violencia sólo pudiera profundizarse, Ajami expresa de una manera muy visceral lo que sucede no sólo en las calles sino también puertas adentro en ese barrio, convertido en un campo de batalla no oficializado como tal. El problema es que todo aquello que a priori parece verdadero y espontáneo (por el uso de locaciones reales, por la participación de actores no profesionales) poco a poco se va volviendo mecánico y artificioso por culpa de un guión que se empeña en manipular situaciones y personajes, a la manera del repetido mosaico de Amores perros, otro de los modelos de Ajami, y no precisamente el mejor.
Intenso drama étnico, Ajami atraviesa conflictos milenarios entre judios, musulmanes y cristianos a través de personajes desesperados por sus tragedias y enceguecidos en sus odios, en medio de evidentes fragilidades. El título hace referencia a un barrio árabe llamado Jaffa Ajami, escenario de ataques y revanchas entre jóvenes enfrentados, pequeñas piezas de un gran tablero sangriento en el que están en juego el resentimiento, los clanes familiares, las mafias, las armas ilegales y la droga. La historia se va narrando a través de varios personajes, testigos y partícipes de una situación siempre insostenible, al borde del drama y de la muerte. Un niño israelí que es capaz de predestinar y un adolescente palestino que busca financiar una operación vital para su madre enferma son sólo un par de ejes narrativos de una trama compleja pero lineal, en la que la vida rara vez se impone. Sin proponer un derrotero sin salida ni una densidad asfixiante, los directores Scandar Copti y Yaron Shani, palestino y hebreo respectivamente, construyen con destreza, convicción y espíritu documentalista un film implacable y a la vez repleto de humanidad. Un notable grupo de actores no profesionales otorga una sorprendente verosimilitud dramática al conjunto.
Ajami retrata la difícil convivencia de judíos, musulmanes y cristianos en el barrio que da título al film. Una cinta codirigida por el palestino Scandar Copti y el judío Yaron Shani. Un ejercicio fílmico sobre un ambiente de tensión continua y de lucha por la supervivencia, registrado con una camara nerviosa de corte documental que acentúa el tono dramatico. La historia de un musulmán perseguido por un clan beduino, de un trabajador ilegal intentando ganar dinero para salvar a su madre enferma, o de una cristiana enamorada conforman este rompecabezas fílmico cautivante de vision obligatoria.
Ni buenos ni malos, personas en conflicto “Para los palestinos, la creación del Estado de Israel fue un desastre. Para los judíos, una salvación”, explica en una entrevista el israelí Yaron Shani, coguionista y codirector con el árabe Scandar Copti de la película “Ajami”, un drama que transcurre en un conflictivo barrio de Jaffa. El film, si bien es una ficción, tiene características compatibles con un documental, dado que los escenarios son los propios de la barriada mencionada y los actores son no profesionales, habitantes de ese lugar, quienes prácticamente hablan de ellos mismos, se muestran como son. Por lo tanto, “Ajami” ofrece una mirada bastante fiel y cercana sobre las condiciones en que transcurren las vidas de familias judías, musulmanas y cristianas en uno de los lugares más turbulentos del planeta. Cada grupo humano, diferenciado fundamentalmente por sus creencias religiosas, está obligado a interactuar con los otros en un territorio que no se caracteriza por su generosidad natural y que de alguna manera impone condiciones violentas e inestables para todos. Basta un entredicho, un encontronazo cualquiera entre personas de distintos sectores para que se desencadene una reacción en cadena de hechos virulentos, en donde las agresiones mutuas entre bandos enfrentados provocan casi siempre derramamiento de sangre, muertos y heridos, que van dejando huellas y marcas difíciles de sobrellevar. Se trata de la ópera prima de Copti y Shani, quienes con cámara en mano, improvisación y audacia, se adentran en esa maraña compleja donde se entrecruzan cuestiones religiosas con conductas tribales, el problema de la falta de trabajo, las fronteras más o menos sutiles pero siempre peligrosas, el crimen y el narcotráfico. Un escenario donde pese a todo aflora el amor a cada paso, aunque eso también puede ser la chispa que desencadene una tragedia si las personas que se aman pertenecen a bandos diferentes. “Ajami” narra varias historias que se entrelazan de manera no cronológica y como un mosaico ofrece distintos puntos de vista de los mismos sucesos en los que todos los personajes se ven involucrados de algún modo. Cada grupo familiar, con sus problemas de subsistencia, de salud y también de códigos, es protagonista a su manera de cada circunstancia que trasciende los límites de la intimidad. Todos están atravesados por la amenaza constante que implica esa coexistencia territorial entre grupos humanos que piensan y viven de manera diferente y donde es difícil encontrar un orden y una ley que conforme a todos. Imposible tomar partido por unos u otros. Los hechos que se narran son tan dolorosos y tan humanos que los personajes despiertan en el espectador una compasión indiscriminada. Ninguno merece de modo absoluto ni la condena total ni el perdón total. Y como corolario, queda la sensación amarga de que ese lugar del mundo no conoce, no digamos la paz (lo que es obvio), no conoce la alegría, la gracia de vivir. ¿Duro? Sí, el film de estos jóvenes realizadores exhuma dureza, amargura, angustia, desconsuelo, impotencia también. ¿Desesperanza?, ellos dicen que no, que contar lo que pasa es una manera de exorcizar la tragedia y quizás contribuir a una toma de conciencia que tal vez permita algún cambio positivo. De cualquier manera, se trata de un trabajo digno, serio, profundo y muy conmovedor, que a nadie puede dejar indiferente.
Como barril de pólvora Luego de un año de haber hecho furor con su presencia durante el festival de cine independiente de Buenos Aires (BAFICI), se estrena este film, coproducción palestino/israelí, codirigida por el palestino Scandar Copti y el israelí Yaron Shani, debutantes con esta producción en el largometraje. Esta doble mirada es una de las patas más fuertes en donde se sostiene el texto. No es casual que no haya en ningún momento una toma de partido o posición unilateral, su mirada es bastante general sobre un problema particular y al mismo tiempo universal. Asimismo, tiene otro plus en beneficio, ya que viene precedido por haber estado nominado al “Oscar 2010” de la Academia de Hollywood, en el rubro mejor película en idioma extranjero, donde la triunfadora resulto la argentina “El secreto de sus Ojos”, realización de Juan José Campanella. Recibió entre otros muchos premios el de la “Cámara de oro” en el festival de Cannes del año 2009, con todos los merecimientos ya que es poseedora de una mirada y un decir de discurso apocalíptico sin concesiones, centrado en el conflicto árabe/israelí, pero no se queda ahí, lo extiende, lo abre, lo anticipa, lo proyecta. No es un círculo cerrado, es una historia de violencia cotidiana en espiral descendente. La discriminación, la religión, la amistad, el amor, el futuro, la guerra, la paz, la corrupción, los fanatismos, el dinero fácil, la droga, todo expuesto, narrado y construido a partir de un guión perfecto. La estructura tiene algunos antecedentes muy claros. En principio al puesto de moda por Tarantino, esto es, con saltos temporales, contada en cinco capítulos, donde las cosas que suceden al principio no parecen tener justificación, pero que al final va cerrando una por una cada historia, dándole al texto una coherencia interna increíble. Por otro lado, también se puede equiparar con otro ya clásico moderno como “Amores Perros” (2000) del director Alejandro González Iñarritu, en el cual un hecho es disparador o cierre de varias historias. Lo mismo sucede en el film que nos convoca. Los relatos transcurren casi exclusivamente en el barrio Ajami, de la ciudad de Jaffo, al sur de Tel Aviv, barrio en el que conviven, perdón sobreviven, conjuntamente palestinos, cristianos, israelíes, judíos laicos y ortodoxos, árabes. Las tres, o las cinco (o las miles de historias) que se van construyendo alrededor de sendos personajes. Un joven palestino, Omar, ve como esa violencia cotidiana y circular sólo genera más violencia, un sinfín de intolerancia de todo tipo con consecuencias casi imposibles de suprimir, el intento de tratar de entender por parte de éste joven tampoco hace de esta situación, que lleva ya demasiado tiempo, algún tipo de prevención. Por su parte Malek es palestino, inmigrante ilegal, que trabaja en Israel con el sólo fin de juntar dinero para la operación de su madre. Su primo es el novio secreto de la hija cristiana del patrón de bar en el cual trabaja Malek. Dando es un policía israelí que busca a su hermano, un soldado desaparecido en circunstancias no muy claras, quien como parte de una investigación por drogas llega a la casa de Bin, un palestino de novio con una joven israelí de religión judía, quien debe dar explicaciones constantes a sus familiares. Tal cual ese gran film Serbio con un titulo más que alegórico, “Como Barril de Pólvora” (1999) de Goran Paskajlevic, estamos también aquí en presencia constante de un estallido mayor e incontrolable, merced a la calidad del guión, la realización integral y la presencia de un elenco sin fisuras asumiendo personajes en conflicto, moviéndose en un universo complejo y conflictivo.
El film multicultural desde varios ángulos revela una realidad insoslayable, una convivencia precaria y múltiple. Ajami, que da título al film, es un barrio muy humilde dentro de Jaffa (localidad que depende de Tel Aviv). Y es además un film que intenta mostrar sin concesiones la convivencia en un lugar que antiguamente habitado sólo por palestinos es hoy un espacio donde convergen judíos, musulmanes y cristianos. Si además agregamos que sus directores son Yaron Shani, judío de origen y Scandar Copti, palestino de pura cepa, no queda más que asumir que Ajami es un film polifónico en el mejor sentido. Con mucho de estética documental pero con el dramatismo de una ficción, Ajami muestra sucesos sin conexión cronológica o lineal pero en los que el estallido siempre a punto de ocurrir, el peligro de la explosión y la dificultad propia de una zona en litigio permanente, van narrando las vidas de Malek (Ibrahim Frege), Dando (Eran Naim), Binj (en la piel de uno de sus los directores, Scandar Copti) y Omar (Shahir Kabaha). Omar y Malek tienen deudas, el primero por asunto de drogas, el segundo porque su madre está seriamente enferma. Nasri el hermano menor de Omar descubre que la vida no es una promesa allí sino más bien una misión que se cumple si llegas a la noche o despiertas a la mañana siguiente. Mientras que Dando es un policía cuyo hermano ha caído en la pelea a manos de un palestino. Si el telón de fondo es lo básicamente territorial y étnico, no es usado aquí como condición única de narrar esta historia, sino como un dispositivo que permite un enfoque más de lo que las mafias que se encuentran enquistadas a lo largo y ancho de todo el mundo pueden hacer también allí, mientras un misil es disparado. Porque la película de Shani y Copti va asumiendo en sus secuencias, el tono de un thriller de esos que se pueden desarrollar en El Paso o Ciudad Juárez. Y porque su mayor logro es usar la etnicidad, lo cultural y lo religioso no como condición de posibilidad sino como fondo. Su estructura de cuatro secuencias y un desenlace ordena para el espectador ese formato que ya ha sido dado en otras “vidas cruzadas” pero en un contexto que de por sí difícil, muestra cómo el dolor de una coexistencia convulsa se suma a las miserias cotidianas.
Ajami es un barrio de Jaffa, al sur de Tel Aviv, sitio poblado por árabes musulmanes, cristianos, judíos observantes e israelitas ecuménicos. Hay tensión, hay odio, y el amor se ocuta y se teme; la vida no tiene valor y en esa lucha por el poder da lo mismo ser culpable que inocente. Si, claro, todo esto que dijimos recién es un pequeño sumario de lugares comunes de los que AJAMI escapa pero sin salir indemne. En el metraje de AJAMI (largo metraje) la tirantez está puesta en el texto y sus anécdotas pero no tanto en la realización y el montaje, de pasmosa seguridad técnica que no siempre está al servicio de las necesidades narrativas. Es posible que la estructura del guión sea más potente que su diseño audiovisual, tal vez por eso de pretender hacer política y no denuncia. Si marcamos esto como un defecto se debe a que los personajes principales tienen entre 10 y 19 años y no alcanzan a medir o comprender la dimensión de sus actos; quizás la desprolijidad en la imagen hubiera contribuido a darle una visceralidad que en balance final AJAMI no tiene. Y esa desprolijidad visual ausente oculta al verdadero protagonista de la película de Copti y Shani: el tiempo. La importancia de un reloj de bolsillo, tanto como representación del tiempo escindido como también del tiempo que corre y no avanza, se descubre cuando AJAMI cierra con una tranquilizadora y previsible dureza sin haberse abismado nunca en suelos movedizos.
Cruda y bella fotografía del ser Ajami es una producción palestina / israelí que recién se estrena en Córdoba en Mayo de este año, siendo que compitió en 2010 contra El Secreto de sus Ojos, por lo que llega con muchísimo delay, además de que sólo se está exhibiendo en 1 sala de la ciudad, el Cine Teatro Córdoba (bien por ellos), una lástima la verdad. La cinta se centra en la historia de 5 jóvenes, 2 hermanos, 1 policía, 1 cocinero y 1 que busca juntar dinero para su madre que se encuentra en el hospital, que deberán vivir día a día la tristeza de pertenecer a una zona de eterno conflicto racial, religioso, político y económico. Ajami es violenta, dramática, reflexiva, enternecedora, de suspenso, política, uff.... es mucho. La película está dirigida por Scandar Copti, que también actúa en el film en el papel del cocinero Binj, y por Yaron Shani, 2 caras nuevas pero ascendentes del cine independiente mundial. El retrato que se ofrece es tan, pero tan duro como magnífico, es la belleza en la dualidad del ser humano, la espectacularidad de la vida misma. ¿Ya hemos visto otras producciones de este estilo? Sí, pero el reflejo durísimo de lo que somos capaces de hacer en nuestra complejidad, nunca va a ser obsoleto en mi opinión. Los personajes que cobran vida en esta película, son algunos de nuestros familiares, el flaco de la vuelta, nuestro mejor amigo o nosotros mismos, en definitiva son nosotros, con la diferencia de que a ellos les toca vivir día a día en el infierno de las diferencias irreconciliables y del odio acumulado durante miles de años en un territorio que no tiene paz. Las interpretaciones y las historias, colocan al espectador en una situación en la que resulta extremadamente difícil no sentirse afectado y desolado por la crudeza de la vida, por las tradiciones o creencias que en vez de surtir un efecto de unión, nos separan cada vez más. Quizás el único inconveniente que veo en este film, es la duración un poco exagerada, que creo que en vez de mostrarse en 120 minutos, se podría haber hecho tranquilamente en 95 o 100 minutos a lo sumo, imprimiéndole un poco más de ritmo a ciertas escenas que se tornaron por momentos un poco densas. Finalmente cierro con una invitación a que vean este trabajo, que despliega arte y pericia en la fotografía fuerte y dura de una sociedad, que a través de pequeños gestos cinematográficos como Ajami, trata de cerrar heridas y encontrar puentes de comunión.