Tener dinero para gastar a rolete, buen gusto, y el beneplácito de grandes productoras, solo debería dar como resultado que Amapola sea una buena película, ¿no? ¡NO! LOS PELIGROS DE ARMAR PELÍCULAS COMO LISTAS DE SUPERMERCADO Así parece que fue "ensamblada" esta película... - Director debutante pero dos veces nominado y una vez ganador del oscar: Eugenio Zanetti √ - Acriz de renombre internacional: Geraldine Chaplin √ - Actriz y actor norteamericanos en roles principales para poder vender la película afuera: Camilla Belle y Francois Arnaud (Los Borgias) √ - Grandes actores argentinos en el resto de los roles para darle vuelo en la taquilla nacional: Lito Cruz, Leonor Benedetto, Elena Roger, Juan Acosta, Nicolas Scarpino, Nicolas Pauls, Luciano Castro, Liz Solari. √ - Menciones al peronismo, golpe de estado y guerra de Malvinas: √ - Mención a pueblo pequeño del interior de Estados Unidos: √ - Canción de la 2da Guerra Mundial, famosa mundialmente: "We'll meet Again" √ - Canción latina (pero también muy conocida en Estados Unidos) de los años 40s: Amapola √ - Toda la película rondando a una obra de Shakespeare: Sueño de una noche de verano √ Todo para ganar, nada para fallar. Pero si en vez de hacerlo bien y con paciencia, lo metes en la minipimer, te sale el bodrio que me toco ver y me toca contarles hoy a ustedes. PESADILLA DE UNA MAÑANA DE INVIERNO Nada mas sentarme en la sala, supe que el camino iba a estar lleno de baches, cuando a 4 minutos de comenzada la película senti mi primer vergüenza ajena. A ver, saquémonos lo bueno de encima primero. La película se ve MUY bien. Pero cuando digo MUY bien, es MUY bien. (Mas allá de algunas "pantallas verdes" muy desafortunadas, que parecen salidas de Todo por dos pesos). Visualmente el espectáculo que Zanetti brinda es realmente espectacular. Manejando a la perfección los tonos, la iluminación y los colores. El Gran Hotel Amapola se ve realmente de ensueño. No podíamos esperar menos de un Diseñador de Producción ganador del Oscar. Obviamente los minutitos al aire de Geraldine son deliciosos. Scarpino y Acosta, a pesar de la dirección, dan buenos momentos dentro de sus personajes. Pero hasta ahí llegamos, eso es todo lo encomiable. La trama es simple, Ama (diminutivo de Amapola), vuelve a con su familia quien tiene el Hotel Amapola, a orillas del Paraná. Allí se enamora (en 15 minutos) y tras una serie de desventurados sucesos, es transportada a 1982, donde al mejor estilo Días del futuro pasado, ve un futuro espantoso. Cuando vuelve, cambia todo y vive feliz para siempre. Fin. Eso es todo lo que hay que contar de la trama. Lo que se ve en la pantalla no es una historia, es un acontecer de escenas, pegadas sin ningún tipo de solución de continuidad, y editadas por lo que parece un niño 5 años. Todos los personajes están doblados, argentinos o no argentinos, y por alguna horrible y perturbadora razón, NADIE le pega al lipsync. Lo cual hace que TODOS parezcan Muppets moviendo la boca como marionetas donde la voz sale desde otro lado. Las actuaciones están deslucidas por lo pobre de la dirección. Tipos que conocemos bien como Lito Cruz o Leonor Benedetto se los nota fuera de eje. Sobreactuados. A ver, es gente que SABEMOS que actúa bien. Basta nomas ir al teatro a ver 33 Variaciones pasa saber lo que Lito Cruz es capaz de hacer. Entonces si un tipo como Lito Cruz que en vivo LA DESCOSE, esta tan deslucido en una pantalla, es porque el error esta en otro lado. amapola2 NO PREGUNTES POR QUE Si bien la película esta ambientada en cierto halo de fantasía, habría que recordarle a Zanetti que sigue existiendo algo llamado Coherencia en el mundo. Por mas que sea fantástico. Pocas cosas tienen coherencia en Amapola. Simplemente porque adolece de un guion malo y deficiente. Amapola se desvanece frente a un perfecto extraño. Este la invita a sentarse y le dice que es común que gente como ella vea mundos paralelos. ¿WTF? No preguntes por que. Amapola conoce a un muchacho que viene acompañado de su novia, aparentemente se enamoran perdidamente (no se ve en la pantalla, por eso pongo "aparentemente"), él no solo no le dice de su pareja, si no que ella al enterarse, confía en un tipo que le mete los cuernos a su pareja por la primer mujer que se le cruza. No preguntes por que. En la ida y vuelta al pasado, Amapola, que interpretaba un personaje en la obra Sueño de una noche de verano, cambia de personaje. No preguntes por que. Nicolas Pauls vuelve de viaje con un grupo de 20 amigos, todos vestidos de colores como salidos de una tira de Cris Morena y bailan CALYPSO en el muelle del Hotel, al son de una música EXTRADIEGETICA, que nadie puede escuchar dentro de la película. No preguntes por que. Cuando Amapola "viaja al futuro", la recibe Ana Maria Picchio, en uno de los cameos mas inexplicables y curiosos de la historia del cine. No preguntes por que. Cuando vuelve de su sueño, el mismo tipo desconocido, que resulta ser amigo de Geraldin Chaplin, le vuelve a explicar cosas de los universos paralelos. No preguntes por que. Amapola, una vez vuelta del futuro y sabiendo todo, planifica de manera perfecta como sacarle el novio a otra mujer. Parece que la onda Wandita pego duro. No preguntes por que. BÁJALE QUE ATURDE / APAGA QUE NO HACE FALTA amapola1Otro apartado a destacar, es el sonoro. TODO el tiempo, la película te tortura con "Amapola" o "We'll meet again". Y cuando no son esas dos canciones las que sueñan, son las de Sueño de una Noche de Verano, que aturden y lastiman a los ojos cuando uno ve el espantoso lipsync. Es tanto el empalago y repetición de Amapola, que aun ahora mientras escribo esta review no puedo sacarla de mi cabeza. Let it go, volvé, te perdono. Por otro lado, tanto la radio como la TV sirven para situarnos en contexto. La muerte de Evita, el golpe del 66, el bombardeo a Bs As, la guerra de Malvinas. Como si hiciera falta, ya que cada etapa comienza con el AÑO ESCRITO EN LA PANTALLA, lo cual hace de las menciones radiales y televisivas no solo algo redundante, sino tendencioso. Alguno podrá pensar que ataco el cine argentino, pero lejos de eso, defender lo indefendible, no hace mas que perjudicarlo. Porque como espectadores, enviamos la señal equivocada de que esta bien lo que se esta haciendo. Como espectadores, si llenamos salas viendo este tipo de películas, fallamos a nuestra responsabilidad de exigir un mejor cine. Ademas, tampoco nos confundamos, que en el póster de Amapola, ninguno de los tres actores que aparecen son nacidos en Mataderos o Barracas. Pero bueno, todo sea por venderla a fuera. CONCLUSIÓN Amapola representa TODO lo que no hay que hacer con un presupuesto gigante y actores de renombre. Si no hay un buen guion, no hay película. Es simple. El hábito no hace al monje. Y aquí esta el mejor ejemplo. Ni siquiera puedo, como en otros casos, recomendar que la vean por alguna razón en especial. Alguna actuación descollante, la banda sonora, algún cameo divertido. Nada es recomendable en Amapola. Ni el insoportable acento yanqui/brasilero de Camille Belle, ni Francoise Arnaud hablando de su Idaho natal. Como dije Geraldine, esta muy bien, como siempre, pero no justifica 75$ de entrada. Nada en esta película lo hacen. Están avisados.
Detrás de “Amapola”(Argentina, 2014) de Eugenio Zanetti está el sueño de uno de los mejores “artistas” que tenemos en este país y su película es un homenaje a la historia argentina, en la que, a través de la ficción y dentro de un hotel se van narrando de manera episódica algunos hitos con los que Zanetti inevitablemente se sintió marcado personalmente. A saber: la muerte de Eva Perón, el Golpe de Estado de 1962 y la Guerra de Malvinas. El primer hecho, la muerte de Eva, es el que da inicio a la historia. La célebre grabación en la que se menciona su fallecimiento, nos introduce dentro de las paredes del Gran Hotel Amapola y lo asocia directamente a la época de bonanza económica del peronismo (aunque del Hotel sólo veamos dos habitaciones). A orillas del río Paraná el Hotel recibe periódicamente a turistas extranjeros para poder descansar y además disfrutar de arte y música. De la mano de Amapola (Camilla Belle), una jóven que de pequeña dejó en el río su “fonola”, con la clara intención que esas mismas aguas que le quitan su bien más preciado le devuelvan en algún momento la alegría que le producía la música encarnada en un hombre, iremos conociendo las particularidades de los habitantes del hospedaje y de aquellos que, como Luke (Francois Arnaud) y su novia Sissy (Esmeralda Mitre), visitarán momentáneamente. Ama (Belle) tendrá un flechazo instantáneo con Luke (Arnaud) e intentará entablar un vínculo inmediato para poder así conocer el amor, ese que espero siempre a orillas del río. Pero los sucesos harán que el siguiente hecho, el Golpe de Estado, atraviese ese encuentro y determine que una representación de “Sueño de una noche de verano”, termine en un caos al ser alcanzada por un bombardeo militar. Rápidamente llegará el siguiente hecho, la Guerra de Malvinas, con Galtieri en la pantalla de la cocina del hotel gritando “si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla” y Amapola asistiendo al funeral de su abuela Meme (Geraldine Chaplin), con quien la joven no sólo compartía vínculo sino, principalmente, la posibilidad de “ver” más allá del aquí y ahora. Enmarcada dentro del realismo mágico, la historia de Amapola y su amor imposible, verá como gracias a la revelación de que todo es un “sueño” podrá una vez más vislumbrar un cambio en su presente/futuro. Así viajará en el tiempo (resuelto de manera simple) y por la magia de la edición, Zanetti hará que Amapola vuelva a 1962, a la noche de la representación teatral y pueda ir atando uno por uno los nudos que se fueron desatando de su historia y los suyos para evitar que todo culmine en tragedia (Amapola sería el revés de “Volver al Futuro”). Al rescate de valores familiares, y el amor como principal vector, es que Zanetti saldrá con un enorme despliegue visual, de vestuario y escenografía, y con el que una vez más se afirmará como el gran artista que es. En cuanto a la historia y la dirección, aún le falta mucho para lograr transmitir la pasión que se intenta contar en la pantalla (sólo dos besos y una escena púdica de amor), con algunas situaciones que pueden llegar a causar mucho más risa que empatía (como la elección de escenas de baile y canto para generar transición entre las acciones). El elenco, además de las estrellas internacionales, se compone por actores de la talla de Lito Cruz, Leonor Benedetto, Elena Roger y Juan Acosta, que intentan hacer lo que pueden con algunos diálogos ilusorios y hasta pasos de baile (el mambo de Benedetto). Eugenio Zanetti se embarcó en un proyecto personal, barroco, arriesgado del que por momentos puede salir, apenas, airoso. Fallida.
La ópera prima de Eugenio Zanetti tiene la particularidad de poder ser analizada desde diferentes ángulos, entregarle miradas divergentes; pero también es cierto que sea cuál sea el camino que se tome, el final del camino será el mismo. Zanetti adquirió cierto renombre en nuestro país cuando allá por 1996 ganó un Oscar por la Dirección de arte de Restauración, film hollywoodense olvidado con el tiempo. A partir de ahí se ha seguido aquí su carrera con atención en otros films de Hollywood como “La Maldición”. Estos antecedentes nos auguraban un desembarco en la dirección cinemaográfica de alto impacto; y en cierto modo, “Amapola” apunta a ello. Estructurada en tres tiempos, 1952, 1966 (fundamentalmente), y 1982; asistimos a la histoia de una familia dueña de un hotel de lujo ubicado en una isla indefinida (podría ser El Tigre) de Buenos Aires, hotel que da nombre a una de las hijas de la familia (Camilla Belle) y que a su vez ella da título al film. En 1952, luego de la muerte de Evita, Amapola emigra con parte de su familia a los EE.UU., regresa en 1966 para nuevamente presenciar tiempos convulsivos del país, la caída de Illia. Pero hay un hecho trascendental, Amapola, al igual que su abuela Meme (Geraldine Chaplin) sufre de desvaríos que le permiten ir y venir en el tiempo, así se adelanta hasta el año 1982, otro año histórico trascendental, en donde el brillo del lugar se ve opacado por la tragedia familiar. Claro, todo esto estará atravesado por una historia de amor que Amapola intentará vivir con Luke (François Arnaud), un fotógrafo desertor de la guerra de Vietnam. Decíamos que “Amapola” puede ser vista desde diferentes puntos, el argumental, el estético y técnico, y el foco histórico. Atiborrada de realismo mágico, “Amapola” se presenta como un cuento de hadas, en el que a los quince minutos parecemos asistir a un film de cantor popular de los años ’60, con coreografías porque sí y ritmo de mambo fuera de época. Los personajes, aislados en ese hotel, en esa isla, parecen vivir ajenos a todo, por más que allá un trasfondo histórico muy lavado. Ampulosamente llevan a cabo una versión “familiar” de ‘Sueño de una noche de verano’ de Shakespeare, se divierten, bailan, cantan, se maquillan y viven rodeados de vestidos y joyas caras. Claro, se muestran a los súbditos también, pero como personajes pintorescos, medio brutos, grotescos, y por supuesto felices. En 1946, Disney estrenó el luego controvertido film Canción del Sur, Amapola debe mucho a su estilo y tipo, quienes conozcan su trasfondo sabrán de qué hablo. Con un elenco lujoso en el que a los mencionados debemos sumar a Leonor Benedetto, Lito Cruz, Nicolás Scarpino, Elena Roger, Juan Acosta, Esmeralda Mitre, Liz Soilari, entre otros; todos se encuentran fuera de eje, sobreactuados y ante un falta de marcación que los hace pisarse entre ellos y luchar contra diálogos “complicados”. Podríamos pensar que algunos tienen problemas idiomáticos (mezcla el castellano con el inglés indefinidamente), pero aún cuando hablan en su idioma falta naturalidad. Tanto la fotografía como la puesta artística o dirección de arte lucen sobrecargada, algo oscura, y sobre todo anacrónica como un envase fino para un interior seco. Errores de edición (sobreutilización del fundido a negro), baches en el argumento, y algún párrafo que lleva a la risa involuntaria, resultan detalles menores que en otros casos serían de mayor atención. Imaginen una potencial mezcla del cine de Teresa Constantini, algo de Enrique Carreras, y un Pasolini devaluado, ahí estaríamos frente a una aproximación de lo que esta fallida ópera prima de Zanetti ofrece al espectador.
El teatro dentro del cine Inscripta en el realismo mágico, la película escrita y dirigida por Eugenio Zanetti atraviesa tres épocas claves en la historia argentina pero su historia trasciende las barreras del tiempo para hablar de la niñez, la adolescencia y del pasado perdido. Amapola, del ganador del Oscar por Restauración, tiene un inspirado clima de cuento de hadas, en el que los personajes juegan al "teatro dentro del cine" en el majestuoso hotel -que da título al film- enmarcado en El Tigre. El cineasta reunió a un elenco de actores nacionales e internacionales como Camilla Belle (vista en la segunda parte de Jurassic Park y en la remake de Cuando llama un extraño), Geraldine Chaplin y Francois Arnaud. Los padres de Amapola, el personaje central, están encarnados por Lito Cruz y Leonor Benedetto, a los que se suman Elena Roger, Nicolás Pauls, Luciano Cáceres, Nicolás Scarpino, Juan Acosta y Esmeralda Mitre. El gran hotel prepara las funciones de Sueño de una noche de Verano, de Shakespeare, en el marco de turbulentos hechos: la muerte de Eva en los 50, el golpe de estado del 66 y la Guerra de Malvinas en 1982. La joven Amapola es transportada al futuro para ver su propia decadencia y la de su familia en una travesía en la que deberá también encontrar a su verdadero amor. Amapola es una película que seduce desde sus imágenes (los atardeceres o el marco estético que envuelve a los integrandes del elenco de la obra Sueño de una noche...), y su atmósfera casi ingenua donde se fusiona la ficción con lo que ocurre en ese lugar casi idílico (donde también se comete un robo). La trama queda desdibujada, en medio de la mezcla de idiomas y nacionalidades, y devorada por la fotografía, la verdadera estrella del film.
El caso de Amapola es el de aquellos films que incitan a la risa pero que no pretendían hacerlo. Zanetti se toma en serio una película de aspecto visual de cuento de hadas solemne e incoherente, pero el efecto es el contrario al buscado por el director. Es que no hay ni una sola cosa que esté bien en Amapola. Ni una que funcione. Nadie le dijo a Zanetti que en los cuentos de hadas también existe algo que se llama coherencia y/ o verosimilitud dentro del relato. Ya en los primeros minutos de la película es posible detectar el -intento- de realismo mágico y ver a Amapola como una prima de Un Cuento de Invierno. Como ella, tiene saltos temporales, reconstrucción de época y una serie de situaciones ridículas tomadas seriamente una tras otra sin ningún tipo de criterio narrativo. Ok, sin ningún tipo de criterio a secas. El desastre es tal que en medio de la lamentable exposición de una historia de ¿amor? entre Amapola (Camilla Belle) y un chongo que llega a las orillas del río, remando y sin remera (después vestirá una camisa leñadora), está Shakesperare dando vueltas con Sueño de una Noche de Verano (para que quede claro que se está hablando de magia y fantasía); y para colmo vemos sucesos histórico-políticos como la muerte de Eva Perón, el golpe de 1962 y la Guerra de Malvinas mostrados de la manera menos ingeniosa de la historia del cine: a través de un televisor. Sí, todos a través de un televisor. Ni hablar de las horribles pestañas postizas de Belle y su delineado hecho por una maquilladora con Parkinson o de las escenas ridículas e innecesarias de transición, las sobreactuaciones o la participación de Geraldine Chaplin en una película de este nivel de grasada. Esos son solo detalles. Ahora, hablemos de una película que costó alrededor de 10 millones de pesos en la que absolutamente todos los actores -argentinos o no- están horrorosamente doblados, con una falta de sincro en los labios que es lastimosa a los ojos, sobre todo en las escenas en las que los personajes cantan ópera. Una buena película no necesita de una conferencia post proyección que explique cuán buenos son los actores que vimos en pantalla. Señor Zanetti, haber tenido el privilegio de trabajar con gigantes de la industria cinematográfica no significa ser uno. Estamos ante una narración que divaga, que no tiene claro de qué habla y que carece de un clímax, que no cuenta ningún cuento: un director que afirma haber visto toda la historia del cine en un cineclub debería poder llevar a cabo la tarea de contar un cuento. Pero, ¿qué se puede esperar en pantalla de un director que en la conferencia de prensa -más bizarra aún que la película- afirmó que “Amapola no es una ópera prima, porque una ópera prima la hace alguien de 25”? Pues Amapola solamente puede verse como una comedia inconsciente y totalmente ridícula de principio a fin, realizada de manera torpe. Sin duda, el peor estreno del año.
Amapola es la película de un eximio diseñador de producción, pero también el debut de un director sin experiencia. Ambos aspectos quedan plasmados de forma contundente (para bien y para mal) en los poco más de 80 minutos de un film deslumbrante en lo visual, pero fallido en cuanto a su fluidez narrativa y solidez actoral. El cordobés Eugenio Zanetti ganó el Oscar por su aporte a Restauración (1995) y fue nominado tres años después al mismo premio por Más allá de los sueños. Se trata, por lo tanto, de un artista de prestigio internacional, pero que debió luchar durante mucho tiempo para concretar en la Argentina su ópera prima como realizador. Y lo hizo finalmente a partir de un guión propio que recorre tres décadas (arranca con la muerte de Evita, en 1952; tiene su pico dramático durante el golpe militar de 1966, y cierra durante la guerra de Malvinas, en 1982) de la Argentina. De todas maneras, y más allá de ciertas alegorías políticas, Amapola no pretende ser un fresco histórico, sino una fábula, un tragicómico cuento de hadas, un musical con elementos fantásticos. El film está narrado desde el punto de vista de Ama (la californiana Camilla Belle, con serios inconvenientes para trabajar en castellano y mucho más suelta cuando tiene que afrontar diálogos en inglés), una niña que es testigo de los cambios que se producen en el Gran Hotel Amapola, ubicado en Tigre, a orillas del Paraná. La protagonista va y viene (se habla de que posee una percepción del tiempo y el espacio diferente del resto) para intentar cambiar los destinos del imponente lugar (abandonado a su suerte fruto de constantes desmanejos económicos), de sus parientes y hasta de su amante Luke (el galán canadiense François Arnaud), un desertor de Vietnam que viaja sacando fotos por el mundo. Más allá de la apuntada subtrama romántica, de las sucesivas internas familiares, de las múltiples secuencias musicales (coreografiadas por Ricky Pashkus) a puro mambo o de una puesta de la shakespeareana Sueño de una noche de verano que se hace en el lugar, el film luce bastante caótico y deshilachado, con un abuso de la omnipresente banda de sonido de Emilio Kauderer (como si el director no confiara en la posibilidad de generar climas y sensaciones sólo con las imágenes), con una utilización muchas veces torpe e innecesaria del montaje paralelo, con personajes secundarios que desfilan por la pantalla casi sin desarrollo, carnadura ni profundidad y, en muchos casos, con diálogos ampulosos y con llamativos desniveles interpretativos en un mar de sobreactuaciones. Está claro que Amapola está jugada siempre al artificio, pero incluso una propuesta de esta índole debe generar algún rasgo de identificación y empatía con el espectador que el film no logra. Queda, por lo tanto, admirar el aporte del director de fotografía suizo Ueli Steiger (habitual colaborador de Roland Emmerich), que utiliza sobre todo tonos sepias para dar una pátina nostálgica al relato, y el exquisito trabajo de dirección de arte, supervisado, por supuesto, por el propio Zanetti. Un gran despliegue de producción que enriquece la forma, pero que no alcanza a salvar el contenido.
Postales de otros tiempos Barroca por donde se la mire, la opera prima del cordobés ganador de un Oscar no escatima en recursos. Y luce sobrecargada. Una opera prima es una apuesta fuerte, a todo o nada. Pensada durante años y, varias veces, finiquitada al filo del cierre en la isla de edición. La promocionada Amapola es artesanal, consistente en su puesta en escena, con un ambicioso guión (lo que no quiere decir efectivo sino efectista) y con cambios temporales (presente y futuro) que buscan darle agilidad. Este es un filme que navega entre la ostentación, lo paradisíaco y -a pesar de tener varios condimentos para llevarlo a cabo con éxito- lo sensual, elemento que queda anclado a un guión teatral, poco arriesgado y conservador. El debut como realizador de Eugenio Zanetti, ganador del premio Oscar en dirección de arte por Restauración, no escatimó en recursos. Al contrario, sobrecargó. Amapola luce barroca por donde se la mire y la luz encandila las actuaciones de una nutrida familia de artistas. Todo es una brillante postal: del paisaje, el decorado, la arquitectura y hasta el fastuoso vestuario de los actores. La historia se ensambla alrededor del Gran Hotel Amapola (el Tigre Hotel, ahora Museo de Arte de Tigre) que bordea el Río Paraná. Este filme se puede enlazar tanto estéticamente al Gran Hotel Budapest hollywoodense como a su cast estelar. La hipnotizante Geraldine Chaplin, Leonor Benedetto, Lito Cruz (lo más creíble), un sobreactuado Nicolás Scarpino, Elena Roger, entre otros, tienen un mejor desempeño actoral que la pareja protagonista: Amapola (la estadounidense Camilla Belle) quien se esfuerza por castellanizar, pero suena como la sueca Alexandra Larsson, mientras Luke (el canadiense François Arnaud) se muestra tan ingenuo como los papeles de ambos, presos de un cuento de hadas y embebidos dentro de un limbo temporal que los mantiene vulnerables y ajenos a lo que sucede en la sociedad. El guión se fuerza en timonear el amargo destino de Amapola, que viaja mental y físicamente hacia tres puntos: la muerte de Eva Perón (26/7/1952), el golpe de estado liderado por Juan Carlos Onganía (28/6/1966) y un país al borde de la guerra de Malvinas en 1982. Tanto en los años ‘50 y ‘60, la época de esplendor familiar, se refleja con un dorado otoñal que contrasta con los agrios años ‘80, donde predomina el tono azulado y la oscuridad teñida de traiciones y desgracias familiares. Amapola buscará torcer ese camino a través del tiempo, intercediendo en la versión musical de Sueño de una noche de verano, la obra de Shakespeare que la familia Guerrero hace año tras año para agasajar a sus invitados: el marco musical y teatral del filme. Un último punto llamativo son los diálogos, con un enredado cruce del inglés al castellano, que suena poco natural, y hasta donde los nativos parecen extranjeros.
Pestañas postizas de la historia argentina. La historia argentina es una narración sobre hombres y mujeres que intentaron construir una nación a partir de la imposición de unos ideales emancipatorios europeos a los pobladores de un virreinato a la deriva debido a las guerras napoleónicas. El mito de la independencia es el leitmotiv de una historia que se rompe con los golpes de estado, generándose así una dialéctica negativa que deja al descubierto todas las contradicciones de la edificación del ser nacional. En esta construcción, la aristocracia que miraba hacia Europa fue la que estuvo a cargo del proyecto y sucumbió ahogada en la sangre que ella misma había contribuido a derramar. Amapola, la ópera prima de Eugenio Zanetti, un conocido vestuarista argentino de Hollywood, relata el devenir de una familia aristocrática argentina de artistas de ópera, cine y teatro, dueños de un hotel de lujo en el Tigre. La película comienza con un mensaje radial anunciando la muerte de Eva Duarte de Perón para contextualizar la vida de Amapola, una inocente niña con vocación de artista que vive en el hotel y le regala su fonógrafo al río para que le devuelva un amor, como cuentan las leyendas populares. Durante el golpe de Juan Carlos Onganía, el hotel vive días apacibles, pero la realidad amenaza con agitar las aguas del fastuoso establecimiento. Con saltos temporales sin sentido y una pretensión absurda de trazar un recorrido por la historia argentina a partir de varios sucesos que marcaron la identidad del país, Amapola intenta recrear el apogeo y la caída de la aristocracia argentina. El esplendor de la época dorada sucumbe ante la corrupción, el pillaje, la desunión, la desidia y el desamor. El guión de Zanetti falla en su propuesta estética de reconstrucción histórica y de creación ficcional de un mundo señorial que queda a mitad de camino entre una historia anodina sobre el amor verdadero y la representación de la idiosincrasia popular a partir de pequeñas dosis de humor. A pesar de los pocos momentos logrados y de las buenas actuaciones de algunos actores secundarios, el primer largometraje de Zanetti carece de profundidad y nunca indaga en las ideas que pone en juego, cayendo de esta manera en el aburrimiento y la intrascendencia. Sin encontrar el rumbo en ningún momento, el guión se convierte en una parodia no buscada de su pretensión de ofrecer una cálida y amena historia de amor en medio de un contexto histórico convulsionado con el trasfondo del hermoso Museo de Arte de Tigre.
Amor joven en Kitschlandia La opera prima de Eugenio Zanetti es un grandilocuente ensayo para escenógrafos. Imposible discutir los conocimientos de Eugenio Zanetti como escenógrafo, diseñador y vestuarista. El Oscar que obtuvo por el prestigioso y académico film Restauration (1995), debido a su dirección de arte, sirve como ejemplo irrebatible sobre el tema. Pero dirigir cine, colocarse detrás de cámaras y encargarse de la escritura del guión representan otra clase de desafíos que su opera prima Amapola no puede subsanar en la interminable hora y media de duración. O en todo caso, con la presentación de una historia de amor que cuenta un viaje al futuro y luego un retorno al presente que en cada una de sus imágenes se ve invadida por una avalancha de colores, tonalidades, filtros y un apabullante diseño de producción que convierten a la cinta en una extensa instalación de vidrieras kitsch. Jamás en una película. Los riesgos bien valen tomarlos en una película inicial y desde allí se narra la historia de amor entre Ama (Camilla Belle, bella y actoralmente gélida como un témpano) y Luke (Francois Arnaud) pero eso es poco y nada en relación a la descripción del contexto familiar que rodea a la protagonista. Amapola elige determinados hechos políticos de la historia argentina como si fueran "separadores" del relato, en tanto, la argumento central exhibe a los Guerrero, una familia que vive en una isla del Río Paraná, un clan particular que todos los años representa Sueño de una noche de verano de Shakespeare en versión musical, bailada, coreografiada, o un poco de las tres cosas al mismo tiempo. Entonces, en la exposición visual y sonora de Amapola habrá lugar para canciones y bailes que oscilan entre la pasión por la "teatralidad", las variedades que mostraban las viejas kermeses y el afán por cargar el plano con objetos, personajes y decorados como si eso intentara convertirse, aun dentro de lo posible, en una película. Amapola no lo es por varios motivos: las actuaciones, los diálogos, las situaciones en general suenan pomposas, grandilocuentes, revestidas de importancia, como si aquel Romeo y Julieta de Zeffirelli de los '60, ya de por sí un film insoportable, hubiera sido invadido por un modelo de realismo mágico reñido con lo cursi y empalagoso, transmitiendo una extraña sensación de estar viendo una instalación particular que transcurre en un hotel familiar y una apuesta que toma al cine rehén, remplazándolo por la amplitud de los decorados, las grietas del guión y la solemnidad de la propuesta que hasta puede provocar alguna carcajada no tan inesperada. Cine de y para escenógrafos y diseñadores de producción –como Un cuento de invierno, estrenada a comienzos de este año– donde el sueño shakespeareano se convierte en algo muy cercano a una pesadilla.
Fantasía, romance y esplendor visual Debuta como realizador cinematográfico el consagrado director de arte, puestista y artista plástico Eugenio Zanetti. Y lo hace con todo su bagaje, con una de esas obras que se aman o se rechazan sin términos medios. Almitas de juvenil sabihondez la despreciarán a pleno, y gente habituada a las convenciones del teatro, la opera, el espectáculo en general y el cine de fantasía romántica en particular, la disfrutará a pleno, por encima de algunas irregularidades bastante comprensibles. Ante todo, es un trabajo digno de verse en pantalla grande, y un entretenimiento que dibuja en su público una sonrisa de simpatía. Detrás de esto surge el andamiaje del "Sueño de una noche de verano". Una familia de artistas -con todo lo que eso significa en materia de exaltados y lunáticos- representa anualmente esa obra en puestas a todo trapo. Esa gente vive literal y felizmente aislada en el esplendor de un regio hotel de su propiedad, ignorando los robos del gerente y otros hechos propios del mundo terreno, que podrían ser la pesadilla del futuro. Cada tanto, la radio y la televisión traen noticias penosas o inquietantes. Eso no puede cambiarse. Pero algo puede surgir, a favor del amor y la armonía de quienes por allí habitan, o siquiera están de visita. Personaje principal, es una una jovencita hermosa, dulce y sensible, que empieza a revelar dotes de "sensitiva", como llaman algunos estudiosos de fenómenos paranormales a las personas capaces de percibir visiones. Al comienzo ella no sabe interpretarlas, pero quizá con el transcurso de los acontecimientos puede aprovechar esas dotes para revertir ciertos hechos nefastos y hasta agendarse un novio. Su inefable abuela, reina de la noche, habrá de orientarla en esos asuntos. Es fantasía, ya lo dijimos, y romántica. Para envolvernos en ese mundo hay un apabullante trabajo visual, encabezado por Zanetti y su amigo de largos años, el director de fotografía Ueli Steiger. Lo que se ve es admirable, muchas veces delicioso (y, detalle harto plausible, se hizo con mucho menos presupuesto del que aparenta). Hay también un amplio elenco donde destacan Camille Belle, Geraldine Chaplin y el carilindo François Arnaud, pero casi todo el resto tiene su momento, y hasta aparecen algunos cameos, y dos cordobeses sintetizan graciosamente un argumento de Shakespeare. Se anotan asimismo la música casi constante de Emilio Kauderer y de Pablo Borghi, el dúo de "La Africana", un mambo de Pérez Prado que unos chicos bailan alegremente, el "We'll meet again" cantado por Elena Roger (que también actúa), y, lógico, el clásico tema que da nombre al film y al personaje principal. La trama es simultáneamente hábil e ingenua, como tantas otras del género. Eso es parte de su encanto, aunque pueda parecer uno de sus puntos débiles. Más objetable quizá sea cierto aire de imponencia, medio inhabitual en esta clase de historias. Hay algo de arrebatado en el conjunto, lo que hace a su carácter, que incluye algunos toques de comedia, y, como corresponde, hay un final feliz. Detalle final, para buscadores de datos. Geraldine Chaplin ya hizo cuatro films en Argentina: "Un amor de película" ("¡Hostias!", en España), "Entre dragones", de Roland Joffe, donde Zanetti fue director de arte, este "Amapola" y un documental sobre las mujeres de El Bolsón. Y Camille Belle, dos: la anterior fue otra fantasía, "El secreto de los Andes".
Un cuento estético “Amapola (2014) debe ser entendida como un cuento” dijo Eugenio Zanetti en las tantas notas que dio para promocionar su primera película como director, y cuanta razón tiene. El tratamiento visual del film tiene ese aire onírico de los cuentos de hadas, recreando escenarios y temporalidades que exceden cualquier relación con la realidad. Sin embargo, la película comete un par de pecados que traicionan sus intenciones. Amapola es la historia de una niña del mismo nombre, que vive en el Delta (el Tigre) con su familia de artistas en el Gran Hotel Amapola en 1952. En ese palacio, aislado de la realidad, los conflictos sociales pasan por arriba –literalmente- mientras que la historia se centra en la relación amorosa de Ama (pola) (Camilla Belle) con el extranjero Luke (François Arnaud) que llega a la isla en el año 1966. El relato da otro salto temporal al oscuro –también literalmente- 1982. Pero como en los cuentos de hadas el destino podrá torcerse y habrá posibilidad de segundas oportunidades. La dirección de fotografía de Ueli Steiger le da una luminosidad especial al momento de felicidad de la familia, donde la alegría más allá de alguna pena pasajera invade al bohemio grupo de artistas. Ellos representan la obra de teatro Sueño de una noche de verano de William Shakespeare, que denota con los acontecimientos transcurridos. Pero la representación también estará presente en otros elementos a nivel semántico de la historia: las obras de arte esbozadas en las paredes, pinturas en cuadros o coreográficos bailes; se suceden en el fondo del plano para graficar relaciones pasionales entre los personajes. Pero Eugenio Zanetti, ganador de un Oscar por la Dirección de Arte de Restauración (Restoration, 1995), comete el error del "operaprimista": quiere abarcar demasiado, se torna ambicioso y pierde así las riendas de la narración. Primero, las marcas temporales con hechos históricos de la Argentina (la muerte de Eva Perón, el golpe militar que derroca a Illia y la guerra de Malvinas), son más un dato de color -en todo sentido- que un aporte dramático al relato: ¿Si es un cuento de hadas cuál es la necesidad de relacionar la historia con la realidad? En segundo lugar, tanto el innumerable desfile de actores reconocibles como el fastuoso despliegue escenográfico (donde Zanetti demuestra mayor dominio) vislumbran visualmente pero tampoco suman a lo narrado. Al comienzo del film hay hechos conflictivos pero no hay un problema claro que articule la narración. Recién en la segunda mitad de la película cuando el componente fantástico se ponga definitivamente de manifiesto (la historia dentro de la historia), se hará visible el punto de giro que guíe al argumento con fluidez hasta el desenlace. Amapola es una película despareja. Una mega producción preciosista en cuanto despliegue escenográfico y virtuosismo escénico (sobre todo por el presupuesto medio de una producción nacional), donde Zanetti expresa su maestría para recrear monumentales decorados, majestuosos vestuarios y un uso polisémico de la imagen. La prioridad por contar una historia, que hace a la fábula, quedará para otra película.
La ópera prima del artista cordobés Eugenio Zanetti, prestigioso pintor, escenógrafo, dramaturgo, y ahora director de cine (ganador de un premio Oscar por el diseño de producción del film “Restauración”, en 1995, y nominado una segunda vez por “Más Allá de los Sueños”, en 1998) nos invita a adentrarnos en un cuento de hadas ambientado en una Buenos Aires que va transitando distintos acontecimientos históricos como la muerte de Eva Perón en 1952, el Golpe de Estado de 1966 y la guerra de Malvinas de 1982. La trama, que reinventa la clásica obra “Sueño de una noche de Verano”, gira en torno a una bella joven llamada Amapola (interpretada por Camilla Belle, conocida por su trabajo en los filmes “La Balada de Jack y Rose”, “Cuando un Extraño Llama” y “10,000 A.C.”), hija de cantantes de ópera retirados (papeles a cargo de Leonor Benedetto y Lito Cruz), quienes regentean el Gran Hotel Amapola a orillas del Río Paraná (en una Isla del Tigre), donde todos los años llegan turistas extranjeros para poder descansar y disfrutar del arte, especialmente de la versión libre que la familia Guerrero y empleados realizan de la mencionada tragedia de William Shakespeare, en versión musical. Ama, cuyo nombre proviene del hotel -como ella misma explica en la introducción cuando era tan sólo una niña-, comparte con su abuela Meme (Geraldine Chaplin) el don de ver el futuro como así también la creencia de mágicas historias que solía contarle de pequeña; una de ellas señalaba que si alguien le ofrenda al río algo que aprecia mucho, éste -en algún momento- le da algo a cambio. La niña, que se desprende de la cosa que más quiere en el mundo – su fonógrafo-, lo hace con la esperanza de encontrar algo que le de tanta felicidad como eso que cedió. En este caso es el verdadero amor. Con casi 25 años, conoce a un muchacho norteamericano llamado Luke (encarnado por el canadiense François Arnaud, visto en la serie “Los Borgia”), quien arriba al establecimiento junto a su novia Sissy (Esmeralda Mitre), tras desertar de la Guerra de Vietnam para dedicarse a viajar por el mundo y a la fotografía. En medio del flechazo, Ama interactúa con todos los habitantes del lugar, su familia, los empleados que la vieron crecer y los huéspedes, mientras se preparan para una nueva representación de “Sueño…”, la cual termina en un caos debido a un posible bombardeo de la fuerza aérea argentina. Es en ese punto que la protagonista es mágicamente transportada al futuro pudiendo ver la decadencia de ella y de su familia. Momento en que las esperanzas de amar se ven frustradas por sus propios errores, y por la interferencia de otros. Cuando vuelve a su presente, ella pone todo de sí para modificar sus actos, mantener la unión de su familia, salvar su felicidad y evitar que los demás cometan esos errores que hicieron que el futuro sea tan trágico y, por supuesto, encontrar su verdadero amor, aquel que traspasa la barrera del tiempo. Enmarcada en el realismo mágico, con “Amapola” Zanetti nos habla de la niñez, la adolescencia y del pasado perdido, pero también de hechos muy significativos que lo han marcado a lo largo de su vida. Si bien al comienzo cuesta digerirla, rápidamente esta historia tan metafórica, que por momentos parece descolgada, va fluyendo, así como también las interpretaciones de algunos integrantes del elenco que también está compuesto, entre otros, por Nicolás Pauls, Luciano Cáceres, Nicolás Scarpino, Liz Solari, Elena Roger y Juan Acosta. Estos últimos dos, de los más naturales junto con Arnaud y Belle (aunque le haya costado, una merecida felicitación de la actriz estadounidense de origen brasileño por su esfuerzo de hablar el castellano argentinizado). En cuanto a lo técnico, hay algunos errores que no deberían haberse cometido, pero no por eso podemos destrozar a esta cinta, que es una auténtica obra de arte, por no haber contado con el presupuesto holgado que se merece el cine argentino. Eso sí, si lo miramos desde el punto de vista visual y estético (fotografía, puesta en escena), es excelente, logrando de manera muy artesanal y con colores cálidos. El encargado de la tarea fue el reconocido director de fotografía suizo Ueli Steiger (“Godzilla”, “El Día Después de Mañana”, “10.000 A.C”).
Sobrepasada por los excesos Eugenio Zanetti se ha ganado un lugar destacado en el universo del cine como director de arte. Se lo considera un artista versátil y su trabajo es reconocido en todo el mundo. Su currículum da sobrada cuenta de eso. El mismo incluye un catálogo de películas con puestas en escena sumamente disímiles, que comienzan con La tregua, de Sergio Renán, primera película argentina nominada al Oscar en 1975; que va de ahí hasta la muy subvalorada comedia fantástica de acción El último gran héroe (John McTiernan, 1993) y tiene su punto más alto en las nominaciones al Oscar por Más allá de los sueños (Vincent Ward, 1998) y Restauración, de Michael Hoffman, por la que además recibió dicho premio en 1996. Es indiscutible que Zanetti es un director de arte de enorme talento pero, lamentablemente, todos esos antecedentes no sirven de nada a la hora de hablar de Amapola, su debut como director y guionista. Se trata de una película emparentada con ciertos trabajos de Giuseppe Tornatore como Cinema Paradiso o Baaria, con los que comparte algunas características. Un tono nostálgico, romántico, de algún modo operístico y con tendencia al desborde sentimental; la pretensión de usar el relato como excusa para atravesar un determinado período de la historia de un pueblo o un país; las idas y venidas en el tiempo; la mixtura entre costumbrismo y lirismo, y sobre todo una producción desmesurada. Amapola introduce además un importante elemento de realismo mágico que las películas de Tornatore no tienen, pero que tranquilamente podrían haber tenido. Como se ve, se trata de una película que tiene en el exceso una de sus matrices. Excesos de un guión que pretende ser poético a partir de diálogos sobrecargados de un lirismo artificial y pomposo. Excesos musicales que se manifiestan en la compulsión de interrumpir la continuidad cada diez minutos con intermezzos coreográficos y números de canto o danza. Excesos de contexto histórico, intercalando transmisiones radiales o televisivas que refieren a momentos claves de la historia argentina, pero sin incidencia real sobre la trama. Excesos en las actuaciones, que van sin balance de una solemnidad impostada al folletín, muchas veces superponiéndose, sin conseguir nunca que lo que se actúa resulte verosímil. Excesos fotográficos, filmando todo con una empalagosa luz anaranjada que induce a creer que la película completa transcurre en los 30 minutos que dura la hora mágica del amanecer o el ocaso. O con un tono azul metálico cuando la cosa deviene tragedia. Excesos de diseño que se hacen evidentes en el barroquismo con que Zanetti recarga todo, como queriendo mostrar en cada escena que es capaz de pintar cuadros visuales. Y los excesos narrativos, los más graves, que hacen de Amapola una versión melosa, mística y kitsch de la cada vez más revisitada Hechizo del tiempo. Excesos que prueban que los talentos de un director de arte no siempre son análogos a los del director de cine.
EUGENIO ZANETTI, presenta esta su ópera prima, apostando fuerte por la estética, la luz y la dirección de arte, onírica, recargada, kitsch. Su homenaje personal a la Ópera, Shakespeare y la pintura clásica, tiene mucho más de filme experimental que de historia de género. El elenco es desparejó, y el guión un tanto confuso. CAMILLA BELLE, la AMAPOLA del título es bellísima y GERALDINE CHAPLIN llena el cuadro con su presencia. Pero no alcanza. Es una película que parece más destinada a los festivales que a las salas comerciales.
Si Wes Anderson tiene su Gran Hotel Budapest, nosotros tenemos a nuestro Gran Hotel Amapola, a orillas del Delta. En el Museo de Arte Tigre, Eugenio Zanetti rodó su primera película bajo un gran elenco local e internacional. A esto me refiero que desde Leonor Benedetto, Lito Cruz y Elena Roger -solo por nombrar algunos- incorporó en su casting a la californiana con acento portugués, Camile Belle; al canadiense François Arnaud (véase en Yo Maté a mi Madre) y la queridísima Geraldine Chaplin. Estos tres últimos, como los protagonistas de Amapola. A modo de un hermoso cuento con tintes sepia, la historia comienza a desarrollarse a principios de los cincuenta, donde la pequeña Amapola nos introduce en la historia y su deseo de encontrar el amor, algún ser amado que llegue desde esas aguas calmas. Diez años después, la joven Amapola lista para actuar en un gran espectáculo que brindan en el hotel, conoce a un apuesto muchacho e inmediatamente se enamoran. Una espantosa tragedia los acecha por aire y tierra, lo cual obliga a los amantes a separarse. Un cuento de hadas y sueños románticos a orillas en el Tigre. Mucho tiempo después, Amapola se encuentra nuevamente en lo que antes era su hogar, ahora destruido y a punto de rematarse. Mientras llora a los pies de su abuela, escucha los consejos desde el más allá que la impulsan a volver el tiempo atrás y cambiar los errores del pasado. La historia se repite pero esta vez tendrá un final feliz… Si la película no hubiera tenido inconvenientes en su narración y montaje principalmente, hubiera sido mucho más placentera. No se puede discutir sobre los excesos de escenografías, vestuarios, banda sonora, arte, ya que estamos ante un film de Eugenio Zanetti; pero tampoco se controló con el desfile de actores que solo al verlos lo primero que uno piensa es: “¡también está acá!”, que pasan sin pena ni gloria. Y ni qué hablar de las escenas coreográficas comandadas en la ficción por Nicolás Pauls ya que tras de cámara fueron diagramadas por Ricky Pashkus. Es una pena que con semejante producción no se haya utilizado de una manera más ordenada y eficiente. Así como también se desaprovechó la figura de Geraldine Chaplin que solo aparece en un par de escenas. … y colorín colorado, este cuento se ha terminado.
Un film que seguramente provocara polémicas. Es que su director y guionista es el ganador del Oscar como director de arte por “Restauración”, Eugenio Zanetti. Y en este film lo estético es su gran tesoro, todo el arsenal de lujo y despliegue está ante los ojos del espectador para encantarlo. Un elenco que reúne a grandes actores argentinos y extranjeros. Pero su déficit esta en el guión, que toma tres momentos cruciales de nuestra historia -la muerte de Eva Perón, el golpe que derrocó a Illia y la guerra de Malvinas- para acolchonarlos con una visión de elementos fantásticos, idas y vueltas en el tiempo, como un cuento de hadas no del todo logrado.
Amapola del 66 El apellido Zanetti es, en general, asociado al éxito en Argentina: tenemos al Pupi, jugador de fútbol un tanto sobrevalorado pero de carrera respetable y con un sentido de la caridad similar al de Facundo Arana (sí, es el Facundo Arana del fútbol); también tenemos una distribuidora de golosinas de gran éxito en Mar del Plata y Miramar con ese nombre; y cómo no, a Eugenio Zanetti, diseñador de producción ganador del Oscar por Restauración en 1995 y también nominado por su labor en Más allá de los sueños. También trabajó en la maravillosa El último gran héroe y ahora dirige Amapola. Digamos que las críticas argentinas han sido, con toda justicia, duras con Amapola. Sin embargo, varios de esos críticos trataron con demasiada benevolencia a Metegol, de otro ganador del Oscar argentino, el omnipresente Campanella. Y digamos que Amapola es mala y fallida, pero Metegol es un desastre indignante y sobrevalorado. Con tan sólo ver el tráiler cualquiera podría sospechar que algo anda mal en la película de Eugenio Zanetti, y luego de verla completa podemos confirmar las sospechas. Hay una larga lista de elementos malogrados en el film. Espero poder recordar los más importantes. Principalmente, lo desastroso del film es el guión, que en principio cuenta con una estructura simple: Amapola (Interpretada por Camilla Belle, que tiene la cualidad de elegir días clave en la historia Argentina reciente para contar sus historia) pide un deseo el 26 de julio de 1952, día de la muerte de Eva Perón. Su deseo se cumple el día del golpe de Onganía en 1966, pero justo suceden algunas arbitrariedades que poco tienen que ver con ella y el día termina en tragedia, ella se desmaya y su conciencia viaja en el tiempo a 1982 cuando estalla la guerra de Malvinas y puede ver las consecuencias de aquel día trágico de 1966. Hay un obvio esfuerzo por hacer un paralelismo entre la historia argentina y la vida de Amapola, pero se nota lo forzado de la situación y queda en evidencia que no tienen nada que ver. Además, el principal drama que sufre Amapola en 1982 es la muerte de su abuela Meme (Geraldine Chaplin), que poco tiene que ver con lo que sucede en 1966. ¡La vieja murió de vieja! En fin, Amapola vuelve en el tiempo y arregla todas las cosas que sucedieron ese día que tendrán consecuencias en el futuro y todo termina en una gran pijamada general que parece el fin de una orgía producida para Disney. Así de caótico es el guión, al cual le podemos sumar fallas más pequeñas pero que suman al desastre, como por ejemplo el esfuerzo de la bonita de Belle por hablar en español con acento argentino que distrae durante toda la película. De hecho, el romance que tiene con el personaje de François Arnaud esta “hablado” en inglés porque sino la falta de fluidez sería insostenible, pero se nota el horror cuando habla con Lito Cruz o con Leonor Benedetto. La actriz hace lo que puede y si se fijan bien, en algunos instantes podemos ver en su cara cierta expresión, como si pensara “debo cambiar de representante”. Si hablamos de las actuaciones es evidente que Arnaud y Chaplin provienen de cierta escuela de actuación que les permite salir más o menos bien ante la cámara de cine. Digamos lo obvio de las actuaciones de argentinos: Leonor Benedetto hace de mujer que está muy bien para su edad (aunque eso ya no es así); Lito Cruz, como siempre, sobra su papel porque alguien le dijo que es el mejor actor de su generación; Nicolás Scarpino exagera; Juan Acosta exagera y se emborracha todo el tiempo sin que nadie le haga notar su grave alcoholismo; Nicolás Pauls hace de “soy el Pauls más inofensivo, el menos pretencioso y el absolutamente olvidable”; Elena Roger canta; Esmeralda Mitre es injustamente despreciada por los protagonistas; y por alguna razón la cámara esquiva la evidente fotogenia de Liz Solari por lo cual es difícil descubrirla hasta los créditos. No recuerdo si hay algún agradecimiento para el museo de arte de Tigre ya que allí sucede toda la historia, de todas formas vale la pena visitarlo, ya que es muy bonito, aunque puede llegar a provocar que sus visitantes voten por Massa. Por último, dado que me aburrí bastante viendo esta película, sintiéndome desconcertado durante la mayor parte del metraje me premio dándome el lujo de titular esta crítica como lo hacen en el suplemento cultural de Pagina/12, es decir, haciendo referencia a otra manifestación cultural que poco o nada tiene que ver con la que se está reseñando.
"Un absurdo capricho estético". Escuchá el comentario. (ver link).
Fantasías del corazón Amapola es el primer filme escrito y dirigido por Eugenio Zanetti, el consagrado director de arte cordobés que ganó un Oscar de la Academia de Hollywood. Podía pasar y pasa. Amapola, la ópera prima como director de Eugenio Zanetti, paga tributo a la fama bien ganada de su creador como diseñador de arte premiado en Hollywood con un Oscar. Amapola es una película en la que el paisaje y la atmósfera dominan al argumento y a los personajes. Como si los escenarios magistralmente imaginados por Zanetti a lo largo de su carrera cobraran entidad propia y se rindieran un auto homenaje de una hora y media de duración. Una pena, porque el cordobés demuestra alguna capacidad para decir lo suyo sobre el amor, el paso del tiempo, los sueños y la defensa de la libertad, que son algunos de los temas de su película. Temas que se deshilachan un poco en un relato que va y vuelve entre el pasado y el presente, vinculando algunos hechos de la historia argentina como el gobierno de Eva Perón, la dictadura de Alejando Lanusse y la guerra de Malvinas, con la búsqueda de una joven mujer –llamada Amapola– que pretende despertar de una pesadilla donde perdió a un amante y el esplendor de la época en que su familia regenteaba un bello hotel en la zona del Tigre en Buenos Aires. Sobra inspiración en los decorados, donde lámparas parecidas a rascacielos iluminan los grandes salones del hotel, o partes de los inmensos retratos pintados en las paredes son puertas que se abren para dar paso a otras habitaciones. Por las galerías del edificio se encuentran actores que bailan el mambo como en los dorados años de la década de 1950, o representan una obra de Shakespeare como agasajo a los invitados. Con todo ese material, uno puede fantasear con el hotel que en la vida real Zanetti posee en Traslasierra. Pero cuesta un poco más meterse en los sentimientos de los personajes. Tal vez por el particular formato que tiene el relato. Tal vez por cómo fueron dirigidos los actores. Tal vez por los obstáculos idiomáticos con que se enfrenta el elenco internacional. Muchos tal vez. Se puede hablar de un filme más sensorial que emotivo, donde lo barroco y lo romántico adornan un cuento de amor que no quiere ser clásico. Zanetti es único y se la jugó en hacer una película tan original como él.
Sueño permanente y ruinas circulares; ópera en decadencia y aires circenses son las cualidades que presenta Amapola, un filme coral en donde la protagonista es la excelente fotografía. Mezcla de sueño y realidad, el Hotel ubicado en una isla anónima es el impreciso espacio geográfico donde ocurre el drama de una familia de artistas. Ama (Camila Belle) es una viajera del tiempo que, sin saber que posee ese don, afronta su destino sin temor al fracaso o al dolor. En su periplo casi mágico o irreal su objetivo es encontrar el amor verdadero. Y es en ese momento cuando por obra de la causalidad aparece Luke (François Arnaud). Un chico muy guapo que sin rumbo ni destino brota del río como la ofrenda que alguna vez Ama le pidió al agua en su infancia. De estructura envolvente, lo que la película pretende transmitir es una constante sensación de reminiscencia. La cual intenta evocar a través de movimientos de cámara circulares o personajes, que en el rol de voces autorizadas de la ciencia cuentan (en un tono híper maniqueo) cómo es posible vivir en dos tiempos y espacios distintos al mismo tiempo. Ante la presencia de tanto elenco estelar, las actuaciones quedan desdibujadas, como por ejemplo el papel de Meme (Geraldine Chaplin) quien, con suerte, aparece siete minutos a lo largo de toda la cinta. Se entiende que aunque aparezca en escena tan poco tiempo su rol es vital para el funcionamiento de la trama aún en su ausencia. Pero la realidad es que, muchas veces, la película quiere sostenerse en su figura pero no logra alcanzar un buen resultado. Lo más destacado es la composición pictórica de los planos que recuerdan el pasado dedicado a las artes visuales de Eugenio Zanetti, quien no duda en declarar que su opera prima es una “obra de arte”. En escenas rodadas en el inventado “salón de los tapices” es en donde ésta característica se desarrolla con mayor importancia. Y para reforzar esta idea de la potencia visual de las imágenes, un plano final de una de esas escenas muestra como los cuerpos de los amantes se asemeja a cierta pintura renacentista. Para su realizador Amapola es un cuento fantástico en el que sólo se narran eventos felices de un grupo familiar que vive en un lujoso hotel isleño. Lo cierto es que el filme recrea una ambiente de ensoñación constante el cual se ve reflejado en su cuidada fotografía, pero con aires de grandes pretensiones, el relato queda fragmentario e inconexo. Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar
A fantasy world better left unexplored “Why is it that there are people who get what they want, and others who strive hard and don’t get anything? — I don’t know, it must be destiny — Do you believe in destiny? — I don’t know, when I was little I believed in love.” This is one of the many verbal exchanges that go for big meanings in Amapola, the debut film as a director of US-based Argentine production designer Eugenio Zanetti, who’s worked extensively in many formulaic Hollywood films such as There Be Dragons, The Haunting, What Dreams May Come, and Last Action Hero. According to the press release, Amapola is a romantic comedy narrated in the vein of magic realism, featuring a musical version of Shakespeare’s A Midsummer’s Night Dream (and some other musical numbers which include mambo), and with a lead, Amapola, who has a gift for seeing the future and time travelling, so she can make amends for her mistakes (and those of others) and dream of a better world where she can be happy and win back a long-lost love. As a background, are the 1976-1983 Argentine military dictatorship and the Malvinas War (including some lines from a speech by ex-president Leopoldo Galtieri). Unfortunately, the press release is right as Amapola is all these things — but put together in a contrived, senseless manner. Not that it could have been something different, for it’s the type of film doomed from the very start. It’s very clear that Amapola takes place in a universe far away from reality, but even a fantastic environment calls for some originality and a sense of real magic instead of having pretentious characters, plots, subplots, occurrences and dramatic turning points that are corny, trite, and arbitrary. A fantasy world needs a personality of its own, not a constant explanation of what the movie wants to convey. As for the casting, Ana María Picchio and Adriana Aizemberg only appear in one shot each. Why bother having good actresses if they don’t get to act? Same thing with Nicolás Pauls, who doesn’t utter a single line — although considering his limited acting ability, maybe it’s better off like this. Then there’s Geraldine Chaplin, who hasn’t had a decent role in a decent movie for ages. Needless to say, Amapola is no exception. As for Luciano Cáceres, he does his best, but there’s always so much he can do. François Arnaud, the good looking long-lost love of Amapola, comes across as more of a model than an actor Last but not least, there’s the glossy, polished cinematography typical of a certain kind of advertising cinema, which is ok for commercials of expensive cars, fine clothing or pricey summer resorts, but it’s quite tacky and formulaic here — all the more so because it pretends to be refined and elegant. Just picture golden, yellowish surfaces and reflections covering it all — literally — as though there were sunsets and sunrises left, right, below and above. For the sequences taking place in the future, the palette is bluish and greyish since the future is cold and bleak. Such a tacky, unimaginative set of aesthetics is hard to digest. But there are two good things about Amapola: first, in terms of technique, it’s professionally shot — like a Hollywood movie, if you will. Secondly, it only runs for 84 minutes. Yet, it wouldn’t be a surprise if it still feels too long.
Deslumbrante estética visual en un universo de ensueño A semejanza de la estética de Eugene Delacroix (1798-1863) , pintor romántico por excelencia, Eugenio Zanetti, en “Amapola”, fue desvelando ante el espectador bellísimas imágenes, con exquisito manejo de la luz, sensualidad y misterio, y con ellas coloreó paisajes, actores y objetos. La historia es como la de los cuentos sufís, no poseen la linealidad de una narrativa, sino que algunos siguen las aventuras de Rasnudín, una especie de antihéroe, cuyos desenlaces a veces son absurdos, pero en los cuales, tras su lectura, podemos considerar entre tres y siete niveles de meta-mensajes implícitos. Como ellos la realización posee un concepto del tiempo que no es el occidental sino que se emparenta con estados hipnagógicos (del griego: hypn "sueño" + ag?gos "inducir"), es una alucinación auditiva, visual o táctil que se produce poco antes del inicio del sueño y cuyo investigador en occidente fue John Willam Dunne (1875-1949). J. W. Dunne, al igual que el teósofo ruso Uspensky, postula que nuestra experiencia del tiempo es como algo lineal, es una ilusión producida por la conciencia humana. Dunne argumentó que pasado, presente y futuro son hechos simultáneos y sólo experimentados secuencialmente debido a nuestra percepción mental de ellos. Era su creencia, de que en el estado de sueño la mente no estaba encadenada de esta manera y que era capaz de percibir acontecimientos del pasado y del futuro con la misma facilidad. Dunne, “An Experiment with the Time” - Un experimento con el tiempo” - 1927), en “The Serial Universe” - “El universo en serie”- 1934), “The New Immortality” - “La nueva inmortalidad” - 1938), “Nothing Dies” (“Nadie muere” - 1940) y otras obras, profundizó en el concepto de "serialismo", donde postuló que una regresión infinita, o series de dimensiones existen dentro del tiempo, permitiendo a algún instante presente extensiones en el pasado y el futuro. El trabajo de Dunne proporcionó una explicación científica para las ideas sobre la conciencia, siendo exploradas a gran escala en su momento. Figuras tales como Aldous Huxley y J. B. Priestley abrazaron entusiastamente sus ideas. Priestley basó sus obras “Time and the Conways” (“El tiempo y los Conway”, 1937), “An inspector calls” (“Ha llegado un inspector”, 1945) y “Dangerous Corner” (“Esquina peligrosa,, 1932) en ellas. Existen también paralelismos entre la teoría del tiempo de Dunne y la que propone T. S. Eliot en “Four Quartets” (1943) Jorge Luis Borges era admirador de Dunne, por él conocí ese extraño manejo del tiempo, en una entrevista que le realicé me dijo: “El libro de Dunne tiene un título lindísimo, quizá, el más hermoso de todos los títulos ¨An experiment whit time¨, está basado en sueños. Dunne tenía la idea de que los sueños no son sucesivos. Por ejemplo: en la realidad, nuestra realidad, nuestra vigilia es sucesiva, pasamos de un momento a otro y el primer momento se convierte en pasado y el que viene es futuro. Pero, Dunne llegó a la conclusión, y la basó en una suerte de estadísticas de sueños, que cuando soñamos no lo hacemos suficientemente, sino que en una especie de modesta eternidad personal, somos sensibles del pasado inmediato y del futuro inmediato, y esto vendría a ser lo mágico. Es decir: hoy es sábado entonces esta noche tal vez sueñe con el día de hoy, con el de mañana, con el de ayer y, quizás, con el de pasado mañana también. Todo eso se ve como una suerte de eternidad, se ve simultáneamente, pero como estamos acostumbrados a vivir sucesivamente, cuando nos despertamos le damos un orden sucesivo, de igual manera que si nos muestran una página, y no estamos leyendo hebreo, desde luego, tendemos a leer de izquierda a derecha y empezando por la parte de arriba. Dunne, sostenía que nuestro recuerdo de los sueños no corresponde a nuestra experiencia personal de los sueños, que le damos un falso orden sucesivo a las cosas, como si le colocáramos una pequeña fábula que no corresponde al sueño. Por otra parte Uspensky sustentaba la idea de que si el tiempo fluye, tiene que fluir dentro de otro tiempo, y que ese a su vez tiene que fluir dentro de otro tiempo y, así tiene que haber un número infinito de tiempos…” Si Eugenio Zanetti pensó, o no, en Dunne o Uspnesky no lo sabemos, pero si su filme posee todas las características de ese tiempo dentro del tiempo y la sucesión de tiempos que planteaban ambos filósofos. Y es precisamente ese manejo del tiempo lo que hace interesante al filme, que a su vez se plantea crear atmósferas más que desarrollar una historia lineal y contar “el cuentito” tal y como se nos ha acostumbrado. La línea actual de la cinematográfica es contar situaciones en las cuales el conflicto no está en los personajes sino en la realidad. Y la realidad marca porque en ella se desarrolla la vida de cada uno, en el caso de “Amapola” está ligada a tres momentos trágicos (entre los tantos que hubo) de la historia argentina: la muerte de Eva Perón (26 de julio de 1952), el golpe de estado liderado por Juan Carlos Onganía (28 de junio de1966), que provocó el derrocamiento del Dr.Arturo H. Illia, y el de un país gobernado por un alcohólico que declara la guerra a los ingleses por las Malvinas en 2 de abril de 1982. Las décadas de esplendor familiar, se refleja con una luminosidad de ocres y rojos vivos o apastelados, mientras que en lúgubres años ‘80, (como los de la Argentina) predomina el tono frío de negros azulados y una oscuridad que esconde traiciones y escabrosos enredos familiares. El filme es la historia de la familia Guerrero, dueña de un hotel “Amapola” que una vez al año se convierte en teatro lírico, y durante unas horas será el espacio que albergará a todo el grupo familiar incluidos los sirvientes y en él se representará la ópera de: “Sueño de una noche de verano”, de Shakesteare, para los invitados que llegan desde diferentes partes del mundo. La música incidental, o extradiégetica o subjetiva, señala no sólo estados de ánimos, sino situaciones y extrapolaciones del argumento especialmente muy bien elegida estuvo “We’ll meet again” (“Nos volveremos a vernos”, última canción inglesa de la Segunda Guerra Mundial) y el clásico “Amapola” interpretadas por la magnífica voz de Elena Roger y “Amidsummer Nights Dream” compuesto por el talentoso Emilio Kauderer, quien también creara la música de otro filme dirigido por Zanetti, “Quantum Proyect”, en el año 2000. Tal vez la única deficiencia, en éste bello filme, fueron los actores cuyas interpretaciones crearon un desequilibrio en el concepto general de la puesta. Elaborar un canavá de teatro dentro del cine requiere que también estén ajustados los ritmos de cada actor o actriz, y estos resultaron ser los que dispararon la descompensación. Las sobreactuaciones de Lito Cruz y Leonor Benedetto fueron las más notables, en cambio una vez más Geraldine Chaplin cautiva con su histrionismo, Elena Roger a pesar de no tener un rol muy lucido supo extraerle su mejor veta, Camilla Belle y François Arnaud poseen el tipo ideal que requiere el cuento oriental entre ingenuo y pícaro. El resto del elenco, incluyendo los cameos de Adriana Aizemberg y Ana María Picio, juegan con sus habilidades sin grandes esfuerzos, y logran una mayor uniformidad en su conjunto. “Amapola” es una obra onírica y poética, de atmósferas e imágenes que sirven de pivote al ensueño transformador que devuelve a la imaginación toda su flexibilidad. Un realizador soñador como Eugenio Zanetti permite a su memoria conservar los rostros de antaño para consentir que el plástico universo familiar cobre nuevas dimensiones.
"Amapola" es la opera prima de Eugenio Zanetti, un director que viene trabajando en cine hace muuuuchos años, y que hasta inclusive ha ganado un Oscar por la película "Restauración". En esta oportunidad, y hace bastante que venimos esperando el debut como director, vas a poder disfrutar, como bien dice él: "de un cuento para vivir en pantalla grande". Y sí, eso es lo que es. Hablando del elenco, Juan Acosta y Geraldine Chaplin son los actores a los que más les creí, inclusive a Esmeralda Mitre, quien habla al 100% en inglés, sin sucederme lo mismo con la pareja protagónica, sobre todo con Camilla Belle, que "intenta" hablar spanglish-indio toda la película. Ahora, sí te gusta ver escenas espectacularmente diseñadas a nivel fotografía (color), está es tu película. Ya sabes, cine argentino, muuuy diferente a lo que estás acostumbrado a ver.
AMORES DECORATIVOS Ambientada los turbulentos acontecimientos históricos entre el Golpe de Estado de 1966 y la Guerra de Malvinas en el 82, una joven es mágicamente transportada al futuro donde descubrirá la verdadera esencia de su flojo presente. Además, la excursión le permitirá saldar una vieja cuenta con un amor que había quedado injustamente allá atrás. Melodrama vacío y lujoso, repleto de personajes que ni llegan a ser extravagantes. Eugenio Zanetti es un consagrado decorador. Y se nota. El film es puro adorno y en ese juego no se distingue entre el drama, la reconstrucción, el amor y el juego con el tiempo. La historia entra por la ventana. Todo es forzado. Entre gasas, lindos atardeceres, imaginaciones, personajes imposibles, diálogos artificiosos y bellos planos fotográficos transcurre la historia de esta Amapola que tuvo que viajar de apuro al futuro para salvar un novio que se había ido a pique.
Para conocer el verdadero amor se pueden hacer cambios en el futuro y alcanzar la felicidad. Esta es la ópera prima del argentino Eugenio Zanetti (ganador del Oscar a la mejor dirección de arte por el filme "Restauración" de 1995), protagonizada por la norteamericana Camilla Belle (“10,000 B.C.”; "El mundo perdido: Jurassic Park"), como Amapola, con un excepcional elenco de actores argentinos entre los que se encuentran: Leonor Benedetto, Lito Cruz, Elena Roger, Nicolás Pauls, Luciano Cáceres, Nicolás Scarpino, Santiago Caamaño, Esmeralda Mitre, Liz Solari y otras grandes figuras internacionales como Geraldine Chaplin y el canadiense Francois Arnaud (“The Borgias” TV Series), entre otros. Su narración transcurre en tres etapas que fueron importantes en la vida del director. En 1952 el fallecimiento de Eva Perón, el golpe de estado que derrocó al presidente Arturo Illia en 1966 y la Guerra de Malvinas de 1982. A través de un relato de ficción se hace un homenaje a una parte de la historia argentina, como así también a aquellas películas que marcaron su infancia: “Las zapatillas rojas", "Fanny y Alexander", “Los cuentos de Hoffmann”, entre otras. Como un cuento de hadas, todo comienza en el Gran Hotel Amapola a orillas del Río Paraná, lo primero que se menciona es la famosa grabación donde se anuncia el fallecimiento de Eva Perón y se van presentando los personajes. En ese lugar se hospedan distintos turistas extranjeros que buscan descansar, divertirse, disfrutar del arte, la música y la representación cada noche en versión musical de la clásica obra “Sueño de una noche de Verano” de William Shakespeare. La protagonista del relato es Amapola Guerrero cuyo sobrenombre es Ama (Camilla Belle), y a quien su abuela Meme (Geraldine Chaplin) le dice que: si le regala al Río algo que es importante para ella este le concederá su deseo, entonces ella le entrega un fonógrafo. Nos introducimos en 1966 mediante el canto, el baile, los colores, las buenas coreografías, al ritmo del mambo, con representaciones artísticas y que nos permite ir conociendo más de cerca a personajes como: Tincho , el hermano menor de Ama, Ariel (Nicolás Pauls), Titi (Elena Roger) su hermana, esta última en un principio está enamorada del rufián Lalo (Nicolás Scarpino), Saporitti (Juan Acosta, en una buena actuación como aquella del Inspector Saporiti, el famoso personaje que inmortalizó la frase “Saporitti nunca se equivoca”), Roque (Juan Sorini) y sus padres Clara (Leonor Benedetto) y Ramiro (Lito Cruz) que se encuentran atravesando una crisis. El Río trae a Luke (François Arnaud) y será el primer flechazo, él es un joven fotógrafo muy apuesto que estuvo en la Guerra de Vietnam y se encuentra acompañado por Sisy (Esmeralda Mitre). Todo se irá desarrollando entre encuentros y desencuentros, pasiones, traiciones, noches mágicas, romanticismo, un encuentro con Samirof (Ricardo Merkin) y Meme donde se conjuran las energías, tiempo, espacio y como una viajera en el tiempo Ama se encuentra en 1982 inmersa en la decadencia familiar y de un país enfrentándose a la guerra de Las Malvinas, pero que mediante una lluvia constante que se ve en pantalla nos da la idea que todo se puede purificar y perdonar, que con el amor se puede rescatar la familia y hasta soñar algo mejor. Llena de elementos mágicos, visualmente impactante, con un gran vestuario, escenografía, fotografía, dirección de arte y banda sonora (“We’ll meet Again”, "Amapola”, entre otras), mezcla de idiomas y nacionalidades, bien barroca, un gran romanticismo a lo largo de esta fábula estilo shakesperiano y llena de metáforas cinematográficas. La actriz Belle en un gran trabajo con su rostro y sus miradas. Estupendo los momentos de Geraldine Chaplin que llena la pantalla, correctas las actuaciones de Lito Cruz y Leonor Benedetto aunque por momentos están un poco sobreactuadas.
Mucho se ha dicho durante las últimas semanas sobre Amapola, la ópera prima de Eugenio Zanetti que tiene todo a su favor para ser considerada como la epifanía de cualquier crítico mediocre. Sin embargo, alegando sin mucho ingenio que un director de arte, cuando juega a hacer una película naturalmente focaliza en la imagen, como si se tratara de un mandato o, peor aún, como si esto fuera necesariamente negativo, se profundizó poco en las falencias sustanciales que la película presenta. Por otro lado, si bien son bastante perceptibles, las fallas de Amapola trascienden el recalcado cambio de rol del director. Comenzando por un elenco plagado de celebridades que deambulan por el film sin otro propósito más que el de figurar, los personajes no son presentados con la profundidad a la que parecen aspirar, y uno termina buscando caras conocidas como si fuera un libro de ¿Donde está Wally? En este sentido, el lenguaje también representa un problema. La protagonista, Ama (Camilla Belle), maneja un pésimo e irritante español que cede momentáneamente cuando habla en francés o inglés con Luke (François Arnaud) o Meme (Geraldine Chaplin). Pero este despliegue de lenguas no hace más que reforzar la confusión en una trama construida a partir del continuo desplazamiento por distintos géneros y la yuxtaposición de posibles tramas que se esbozan sin llegar nunca a ser realmente explotados. Atravesando tres décadas, se presentan hechos relevantes de la historia argentina como la muerte da de Eva Perón, el golpe militar del 66 y la guerra de Malvinas. Sin embargo, cada anclaje temporal radicalmente sesgado no aporta nada y queda relegado a una mera referencia. Por momentos el relato se torna oscuro insinuando un misterio que exige una resolución a la que no solo nunca se arriba sino que incluso llega a quedar súbitamente olvidada. De repente todo se torna un cuento de hadas en el que la bellísima Camille Belle, que parecía una pitonisa con poderes mágicos jugando a ser detective, se transforma en una suerte de diosa mitológica correteando por praderas. Pero los excesos no terminan ahí, porque de manera abrupta, pasando por unos coloridos deslices por la comedia musical, el film deviene en una tradicional historia rosa de amor, y es entonces donde se torna insensato. Aún así, es cierto que la permanente ruptura de sentido que deriva en un completo vacío argumental queda en ocasiones subordinada a la belleza que las imágenes muestran. Por más aires de grandilocuencia que emane, la sobrecargada puesta en escena no tiene nada que envidiarle a una mega producción hollywoodense. Desde la representación de Sueño de una noche de verano, la elección musical, hasta la sutil reproducción de varios cuadros renacentistas, abundan las citas a la historia del arte, mientras que la construcción de los espacios es planteada como un juego entro lo onírico y lo real, tanto en los exteriores de una isla a la que jamás se le asigna un nombre como en el interior del despampanante hotel en el que se sitúa la historia. Es que Amapola es una fiesta dionisiaca llevada a la pantalla: cada uno de los elementos que la componen aporta confusión, pero no se trata de un error de cálculo si no de un gesto intencional de su director. Las tomas circulares, los cortes bruscos y cambios de dirección reafirman permanentemente que el film está fundado en la desmesura y el desborde. Es por eso que, si se intenta culpar de algo a Zanetti en su nuevo rol como director, debe ser justamente de evidenciar todos los recursos y el talento con el que cuenta en una narración que no está a la altura de sus intenciones.
Una melosa historia de amor con envase deslumbrante “Amapola” es una película anómala en el cine nacional: es la ópera prima del experimentado y eximio escenógrafo Eugenio Zanetti, nacido en Córdoba pero que desarrolló su trayectoria artística fuera del país, ganando el Oscar en 1995 por su aporte al diseño de producción del film “Restauración”. Entonces, se da la infrecuente paradoja de un cineasta novato, que ya arribó desde otro rubro a lo más alto del oficio interdisciplinario del cine. Esto explica la coexistencia de errores y virtuosismos que son la marca constante de la película. “Amapola” es barroca por donde se la mire, sobrecargada hasta el exceso. También es rotundamente posmoderna en su mezcla a todos los niveles, entre el mundo de Shakespeare y sus registros televisivos de la historia argentina. El film está narrado desde el punto de vista de una niña que es testigo de los cambios que se producen desde 1952 a 1982 en el Gran Hotel Amapola, ubicado a orillas del Paraná. Ella pertenece a una nutrida y bohemia familia de artistas que durante años han representado “Sueño de una noche de verano”, la comedia satírica de William Shakespeare, en donde el mundo mágico de las hadas y el mundo de los humanos se entrelazan en absurdas dificultades siempre gobernadas por el capricho del amor. Esas vicisitudes amorosas de la obra dentro de la obra, repercuten e interactúan a su vez con los personajes más allá de la representación interna. Entre la ostentación y la superficialidad En un cine viciado de efectos especiales, juega a favor de “Amapola” su eximia construcción artesanal (en todo lo referente a la puesta en escena); del lado contrario, tiene el contrapeso de un guión tan ambicioso que se vuelve efectista y afectado. En “Amapola”, todo es una brillante postal: el paisaje, el decorado, la arquitectura y el fastuoso vestuario de los actores. Rodada en el hotel Saint Souci (actual Museo de Arte de Tigre) que bordea el río Paraná. Deslumbrante en lo visual, la película falla en su fluidez narrativa y solidez actoral. El film tiene saltos temporales, reconstrucción de época, despliegue de vestuario, peinados vintage, coreografias de danza y teatro pero también una serie de situaciones ridículas, bañadas de un romanticismo deformado. El ingenuo guión vacila tanto como la protagonista que va y viene en el tiempo al poseer una percepción extrasensorial del futuro. Como los años por venir son negros a nivel individual y social, ella buscará cambiar el destino. Así, lo que se rompe puede reconstruirse y mejorarse. Este derroche de optimismo y algunas pequeñas dosis de humor sólo aciertan cuando dan voz a los actores secundarios que intentan explicar a su modo la obra que representan y logran algunas sonrisas. Las marcas temporales del argumento referidas a hechos históricos del país (la muerte de Eva Perón, el golpe militar que derroca a Illia y la guerra de Malvinas) son más que nada un dato anecdótico para enmarcar y dinamizar el relato. El film luce bastante caótico con diálogos que se cruzan del inglés al castellano y con un abuso de la empalagosa banda de sonido de Emilio Kauderer saturada de violines que cubren los silencios en el característico miedo al vacío que caracteriza a una visión barroca del mundo. Finalmente, la multitud de personajes que desfilan por la pantalla no tienen desarrollo, carnadura ni profundidad, con desniveles interpretativos y un mar de sobreactuaciones. Queda, por lo tanto, admirar el aporte de la preciosa fotografía del suizo Ueli Steiger y el exquisito trabajo de dirección de arte, supervisado por el propio Zanetti. Un gran despliegue de producción que enriquece la forma, pero que no alcanza a justificar el contenido.
Amapola: sueños y magia de una noche de verano "Dejemos a los amantes y a esas imaginaciones ardientes, a esas extravagantes fantasías que van más allá de lo que la razón puede percibir. El loco, el amante y el poeta son todo imaginación: el loco ve más demonios de los que el infierno puede contener; el amante, no menos insensato, ve la belleza de Helena en la frente de una gitana; la mirada del ardiente poeta, en su hermoso delirio, va alternativamente de los cielos a la tierra y de la tierra a los cielos". William Shakespeare, "Sueño de una noche de verano", acto V escena 1. Amapola (Camilla Belle) vive con su familia en un Gran Hotel en una isla a orillas del Paraná. Todos los años montan una obra de teatro de la obra de Shakespeare "Sueño de una noche de verano". Amapola cree en el poder del amor, y, a pesar de haber viajado con su abuela Memé (Geraldine Chaplin) por todo el mundo, regresa a "su lugar en el mundo", en la aislada isla de la que no puede separarse. El film Amapola, ópera prima del ganador del Oscar por dirección artística Eugenio Zanetti, es casi una obra de arte. Pero no una obra de arte del cine –la credibilidad de los personajes está en juego constantemente-, sino que es, literalmente, una pintura; un conjunto de pinceladas que crean un ambiente de ensueño con una fotografía nostálgica, con luces cálidas y ambientación casi mágica. Es un cuento de hadas. Los personajes deambulan por la isla en sus disfraces, ensayando para la obra a la que asisten turistas de todo el mundo. Entre coreografías, salones de tapices, candelabros y escenografía salida de una operetta, Amapola se enamora de un estadounidense desertor –interpretado por el canadiense François Arnaud-, que escapa de su país para evitar ir a la guerra de Vietnam, y cuyo destino lo empuja hacia el sur; hacia Amapola. La película toma tres fechas como base para su historia: la primera, 26 de julio de 1952, día de la muerte de Evita y cuando Amapola, apenas una niña, comienza a contar su historia; 26 de junio del '66, infame fecha del golpe de Onganía y día en el que transcurre la mayor parte de la trama, en un ensueño surreal en el que se refugian del mundo; y en 1982, cuando comienza la Guerra de Malvinas, y día al que Amapola es transportada en el tiempo desde 1966. El transcurrir del tiempo, las dobles realidades entre la tragedia y el paraíso, y las segundas oportunidades para amar y ser feliz son algunos de los temas que explora Amapola, una historia que mantiene que es posible cambiar nuestro destino y el curso de nuestras vidas, a través de la óptica del realismo mágico y de una joven que se niega a dejar de creer en la familia y en el verdadero amor.