El naufragio de un género Con el escenario de un majestuoso crucero que parte de Buenos Aires y recorre distintas ciudades europeas, se construye esta película que a partir de los equívocos pretende despertar la risa del espectador. Amores a mares tenía todo para ser una comedia entretenida, alimentada por los cruces disparatados de personajes y las sorpresas a bordo, pero en su desarrollo peca de aburrida en su intento por emular comedias del estilo de Billy Wilder. Javier (Luciano Castro), un escritor de novelas que atraviesa un bloqueo creativo, es impulsado por su agente literario (Miguel Angel Rodríguez, que parece salido de La jaula de las locas) para embarcarse en el lujoso transatlántico y encontrar allí diversas historias que lo inspiren. Las cosas se complican más de lo debido durante la travesía, cuando Javier aparece en el camarote de Paloma (Luisa Kuliok) y se ve inmerso en engaños, romances y mentiras. En su camino aparecerá su compañero de viajes, Larry (Gabriel "Puma" Goity), un marido inescrupuloso (Nacho Gadano) y una mujer en problemas (Paula Morales). El director Ezequiel Crupnicoff recurre a gags reiterativos y estereotipados (la pareja gay del barco que mira a Larry, el personaje de M. A. Rodríguez o también Matesutti, encarnado por Pompeyo Audivert) que no causan gracia; diálogos poco felices en boca del personaje central, Javier, y situaciones que se estiran más de lo debido. Amor a mares no es El crucero del amor y los roles secundarios poco aportan a una trama que no se sostiene dentro un género que pide diversión a gritos y se reserva los momentos hilarantes (los errores de filmación) para los creditos finales. Si el objetivo era mostrar las bondades y servicios del barco (Capitán incluído y el baile de disfraces) la tarea está cumplida, pero al terminar la proyección uno siente que ha sido defraudado por una película que podría haberse mantenido a flote y que sólo es una sucesión de momentos poco felices.
Escritores a bordo Amor a mares, una historia ENcubierta (2012) toma un argumento tan difícil para el cine como la crisis creativa de un escritor. En este caso, en lugar de sumergirse en un drama marcado por dicha crisis, trabaja bajo el género de la comedia y hace que la situación transcurra deliberadamente dentro de un crucero plagado de personajes e interpretaciones cerca del cliché. Sin embargo, la película sale casi a flote, al lograr su objetivo principal: entretener. Javier (Luciano Castro) era un escritor exitoso hasta que fue abandonado por su mujer. Eso lo ha hecho caer en la ruina completa, llevándolo a vivir recluido en una enorme casa y entregado a la bebida. Su editor Andrés (Miguel Ángel Rodriguez) enloquecido por sus dificultades económicas, lo visita para decirle que lo enviará de viaje por un crucero donde escribirá la novela que los saque a los dos del hoyo en el que están metidos. En ese crucero; además, estará su fiel competidor, un escritor llamado Matesutti (Pompeyo Audivert) quien parece que tiene las ideas más frescas. Javier sin más remedio tendrá que aceptar y subirse al crucero. En el viaje conocerá a Larry (Gabriel Goity) quien será su ayudante para terminar la novela la cual se va se va convirtiendo en la historia de Julieta (Paula Robles) una mujer desconocida, que también viaja a bordo junto a su marido infiel. La película pone mucha intensidad sobre las interpretaciones homosexuales, pues algunos de los personajes secundarios juegan todo el tiempo a la doble cara, entre amanerados y entregados completamente a la mariconeria, y aunque son actuaciones clichés, algunos logran mantenerse a tono e infundir ritmo y cierta dinámica. Pero parece ser el único recurso para divertir y generar la comedia. Tal vez el que maneja mejor la doble cara, aunque también cumple otra función, es el personaje interpretado por Gabriel Goity porque empuja todo e inclusive al mismo Javier. Por otro lado, la cuestión literaria se da de manera muy rápida y vuelve todo previsible. Javier está escribiendo lo que ya se vio y quizá eso le juega en contra a la película. La trama secundaria (que viene a ser todo lo que le ocurre a Julieta y a su esposo) se sostiene únicamente por el interés de Javier y por Larry, pero todo termina convertido en una comedia romántica, y en sí las dificultades para un escritor cuando tiene que sumergirse en su propia historia y los problemas que eso arrastra son tratados con cierta liviandad que hacen que el argumento solo recurra a momentos graciosos y a vueltas de tuerca para no perder la tensión. Al final se tiene la sensación de que la película resulta divertida, pues tiene buenos momentos como las presentaciones de los personajes. Además, se le puede agregar un punto extra por el despliegue visual, que revela su intención de atrapar al espectador con una imagen bien cuidada y encuadres que deslumbren con los paisajes exóticos.
Un crucero que hace agua Javier Fink (Luciano Castro), nombre artístico de Jacinto Finkiarelli, es un promisorio escritor sumido en la depresión y el alcohol tras el abandono de su novia. Andrés (Miguel Ángel Rodríguez) es su agente, quien lo obliga a embarcarse en un crucero para escribir una novela que los saque de la malaria económica en la que el último fracaso de Fink los sumió. Si lo hubiera subido al Expreso de Oriente, o a un barco por el Nilo tal vez el resultado habría sido más satisfactorio. Pero no, elige en cambio un buque de una reconocida naviera italiana, donde lo más interesante que hay es un triángulo amoroso. Con la idea de recolectar material para su novela se hace pasar por psicólogo, y comienza a hablar con los protagonistas, hasta terminar involucrándose en la situación más allá de lo planeado. El más grave de los problemas de este intento de comedia son los inverosímiles (empezando por el físico de Castro, a quien cuesta ver como alguien que se encierra a escribir), y las situaciones forzadas. El tipo de humor utilizado busca emular recursos de comicidad añejos, pero que hoy resultan fallidos, como el gay “mariposón”, el volcado de bandejas con comida para huir, y otras que no vale la pena citar. Hay un par de momentos simpáticos, pero ni uno que genere risas. Falla el guión, falla la química entre los protagonistas, falla la banda de sonido que atosiga al espectador, no dejando ni un minuto de silencio, o de sonido ambiente. En lugar de oir el ruido de las olas al golpear contra la nave, se utiliza una suerte de música funcional cual ascensor, que para colmo de males pretende señalar los estados anímicos que tendrían que acompañar cada escena. La película apenas se salva por los escenarios (el viaje termina en Venecia), y la pericia de los pocos que saben manejar el género (o que al menos tienen personajes que se lo permiten) y hacen lo que pueden desde sus roles, como Rodríguez y el Puma Goity. En cuanto al resto, Castro se ve rígido cual principiante, y no puede omitirse el desperdicio de actores como Pompeyo Audivert en un papel que parecía prometer desde su descripción inicial, pero que termina siendo poco más que una caricatura. Sin pretender disimularlo, "Amor a Mares" es un producto meramente publicitario, en el que lo único que se luce es el barco.
Terror a bordo Vi esta película instantes después de enterarme de la muerte de Leonardo Favio. Todavía impactado y consternado por la noticia, me dispuse a ver lo que creía podía ser una comedia de enredos leve y rendidora. A los pocos minutos (segundos diría) me di cuenta de que esa presunción era completamente errónea. Así, me pasé toda la proyección preguntándome qué hacía allí, padeciendo uno de los peores subproductos del año cuando acaba de morir uno de los directores más importantes de la historia del cine argentino. Este film de Ezequiel Crupnicoff (Erreway: cuatro caminos) tiene el extraño “mérito” de que nada funcione, de que ningún chiste resulte mínimamente inspirado. Los “conflictos”, los diálogos, las actuaciones… todo es tan pobre, tan elemental, que cae a un subsuelo artístico que uno ya creía superado por el cine argentino. Una pena, sobre todo, por la presencia de un elenco pletórico de figuras reconocidas (Luciano Castro, Gabriel Goity, Paula Morales, Miguel Ángel Rodríguez, Pompeyo Audivert, Luisa Kuliok, Nacho Gadano, Agustina Córdova, Vanesa Weinberg y Germán Kraus). Si el punto de partida ya es un cliché (un escritor en pleno bloqueo creativo luego de ser abandonado por su mujer es presionado por su editor para entregar su nueva novela y se embarca en un lujoso crucero rumbo a Europa para buscar inspiración en las historias que allí sucedan), lo que sigue es todavía peor: una acumulación de subtramas románticas y policiales a bordo del transatlántico (hay algo de infomercial allí) y un poco de regodeo turístico en las ciudades en las que van parando y bajando. Si el guión es torpe y la factura técnica correcta pero bastante convencional, ni qué hablar de las pinceladas homofóbicas (¡ay, el retrato de la pareja gay!) que recuerdan a lo peor de la factoría de Argentina Sono Film.
Para crucero de amor, faltan química y ritmo El título es ingenioso, los protagonistas son atractivos para el público que ya los conoce y quiere por la TV, el reparto está encabezado por el Puma Goity, que tiene un personaje regocijante, la ambientación en un crucero rumbo a Venecia es tentadora y original, Málaga es una ciudad preciosa que se aprecia bastante, el conjunto de comedia de fuga, amores, turismo y enredos tiene su gancho, cada tanto hay diálogos inspirados, en fin, lástima que hay algo que no va, y no va, por más que el crucero se vaya. Puede ser el libreto, y/o la edición. O lo que se llama falta de química y de timing. Alguien cercano a esta producción ha dicho que «recuerda aquellas típicas comedias de género de Billy Wilder o Howard Hawks. Comedia de personajes que corren tras su destino, desatando todo tipo de equívocos y situaciones inesperadas». Tiene razón en eso de los personajes, pero se queda lejos de los dos grandes referentes mencionados. Más bien recuerda, y no por su bien, un pasatiempo de viejos tiempos, «Crucero de placer», 1980, de Borcosque hijo, con García Satur, Altavista, Carnaghi, Contreras, que no salía del Tigre, ni lucía demasiadas luces argumentales, pero, sin siquiera desvestirlas, hacía lucir debidamente a la deliciosa Ana María Cores. Y por si esto fuera poco, por ahí también andaba Katja Aleman. Ahí había química, física, ciencias naturales, lo necesario para pasar el rato. Igualmente era un placer culposo. Todavía no hemos tenido suerte con estos barcos.
Romance a bordo Una historia ENcubierta reza parte del título de este filme. Y ya el chiste forzado es para levantar la guardia. Amor a mares se embarca en una historia donde Javier, un exitoso escritor de novelas, cae en crisis creativa al separarse de su mujer. Y Andrés, su agente literario (a cargo de Miguel Angel Rodríguez) tiene la “brillante” idea de subirlo a un crucero trasatlántico para que se relaje, inspire y de forma a una novela que lo libere de las deudas y los intimidantes acreedores. El deprimido escritor, que demuestra exageradamente su pesar a fuerza de frases hechas, refleja un opaco papel protagónico de Luciano Castro, a quien se lo ve poco suelto, atado a los diálogos. Un dato: el actor reconoció en un principio que no quedó del todo conforme con su actuación en su segundo largometraje (el anterior fue Toda la gente sola de 2009). No es una salida original que un escritor quede enredado en su novela y forme parte del relato como protagonista tácito. Lo colorido de la película es el ámbito en que se desarrolla la trama: un majestuoso crucero (con una fachada fastuosa que contrasta con la simpleza de algunos ambientes interiores) con escenas en Río de Janeiro (Brasil), Málaga (España), la Isla de Malta, y Venecia (Italia). Para el calorcito que se viene, Amor a mares es un folleto turístico en versión cinematográfica donde los paisajes te distraen de un argumento que navega entre lo irrisorio y predecible. Una vez a bordo, Javier se verá atrapado por la belleza y carisma de Julieta, una bella abogada (Paula Morales, de buen papel) quien deberá lidiar con Tomás, su marido infiel (Nacho Gadano) y dos eventuales contendientes, Analía (Agustina Córdova), la joven amante, y Paloma (Luisa Kuliok) responsable legal del crucero. Como testigo de esa triste situación de infidelidad, serrucho en mano, el protagonista seducirá a Julieta desde el desamparo y caerá en el terreno conocido del actor: el del galán infalible. Las palmas de la película se las lleva Larry, el casual ayudante para que el escritor complete su historia, quien arranca algunas risas gracias a una gran actuación de Goity, compañero de Castro en Sos mi hombre . El raid de engaños, mentiras y malos entendidos (con escasos gags) que copan el film le dan algo de vértigo a una película que intenta llegar a buen puerto.
Una comedia apenas vistosa En Amor a mares, toda la inventiva ha sido puesta en una idea de producción que, aunque escasamente novedosa, puede ser atractiva: filmar a bordo de un crucero (casi todo) y detenerse un poco en algunos de los puertos que se visitan -Río de Janeiro, Málaga, la isla de Malta, Venecia- y desarrollar una muy liviana historia que funcione como excusa para una comedia humorístico-sentimental. En el centro de tal relato está un joven y exitoso escritor (Luciano Castro) que tras el abandono de su esposa ha caído en una profunda depresión y en una mucho más profunda parálisis creativa, no obstante la cual se ve obligado por su agente literario (Miguel Ángel Rodríguez) a embarcar en el crucero e inspirarse en sus experiencias a bordo para escribir una novela que lo saque del letargo y lo devuelva al triunfo de una buena vez. Pero las musas siguen ausentes y para colmo todo lo que el hombre puede observar en el pequeño mundo de viajeros que se mueve a su alrededor no ayuda. Hay un tambaleante matrimonio de abogados (Paula Morales y Nacho Gadano), que intenta recomponer su unión al mismo tiempo que anda a la caza de la representación jurídica de la flamante línea naviera, apetecible negocio que también tiene otros aspirantes y por eso todos revolotean en torno de la dueña (Luisa Kuliok). Hay unos cuantos personajes pintorescos, unos cuantos equívocos (el primero, todo un clásico, es el que obliga al protagonista a compartir su camarote con un tipo bastante estrafalario, animado por el Puma Goity), bastantes mentiras que no llegan a entretejer algún enredo gracioso, un romance que se ve venir entre el escritor y la abogada que padece las continuas infidelidades de su marido, y por supuesto, una novela que, a la larga, el escritor extraerá de los pequeños episodios que suceden en el viaje y de su experiencia personal, que se titulará, por supuesto, Amor a mares , y obviamente tendrá mucho éxito. En la ficción, claro. El héroe de ésta, puede inferirse, no es en este caso la única víctima de la falta de inspiración. Las aspiraciones del film son modestas y los logros, esporádicos y más bien exiguos; tienen que ver no tanto con la muy endeble comedia, sino con los escenarios en que transcurre la acción: sobre todo el lujoso barco de MSC Cruceros (en realidad, son dos) y algunas vistas de Málaga, Venecia y la isla de Malta. El elenco, hay que reconocerlo, pone bastante buena voluntad.
Un crucero de personajes que nunca zarpan La secuencia de títulos iniciales realizada con dibujos animados, adscribiendo a una estética muy de finales de los ’60 y un aire lejano a los títulos de ciertas películas de Blake Edwards no puede ser más promisoria. Desde allí, con sugerente música, se adelanta con eficiencia cuáles serán las líneas que articularán el relato de Amor a mares, una historia En cubierta, debut del director Ezequiel Crupnicoff. Hay un escritor atribulado, un lujoso crucero con exóticos destinos, mujeres hermosas, hombres de dudosas intenciones, escarceos furtivos entre unos y otros, y un beso final que da comienzo a la película propiamente dicha. Que arranca cumpliendo lo prometido. Luciano Castro (el bombero boxeador de Sos mi hombre) es Javier, un famoso escritor de novelas, algo fóbico luego de un desengaño amoroso, en plena crisis creativa. Andrés (Miguel Angel Rodríguez), su agente, desesperado por la demora de su estrella en entregar el boceto de una novela decente, busca rescatarlo del alcohol y la carencia de musas embarcándolo en un transatlántico a todo trapo, convencido de que rodeándolo de lujo y exotismo conseguirá despertar el talento dormido. Y si no, al menos hacer que le robe alguna idea a Matesutti (Pompeyo Audivert), un escritorsucho, suerte de Salieri de Javier, pero que esta vez le ha ganado de mano con la idea del crucero. Es sabido que el cine da changüí, que no hace falta ser muy original para de todas formas hacer una buena película, y que no hay que ser Peter Sellers (o Francella, para establecer un estándar más o menos alto, pero aún accesible) para hacer reír a la platea. Y con un elenco eficiente, dos o tres ideas reescritas con astucia y un poco de oficio, se puede hacer una comedia digna. Casi nada de eso ocurre en Amor a mares. Y si en algún sitio puede ubicarse el epicentro de sus problemas, es en la pretensión de escribir una comedia de personajes donde no funcionan los personajes. Porque el elenco mayormente está, pero a Rodríguez no le queda más que sobreactuar un puto fino para tratar de hacer reír desde el exceso. Pompeyo Audivert, talentoso hombre de teatro y probadas dotes para la farsa, debe minimizarse a mohínes y morisquetas para ni redondear algo parecido a un personaje. Y Castro, a cargo del rol de galán, apenas aporta su galanura, porque no alcanza con un par de anteojos, una mirada huidiza y un tartamudeo para hacer de Woody Allen. Ni hablar de los dos trolos (no hay otra forma de describirlos) que interpretan Germán Krauss y Santiago Ríos, que no tienen ninguna razón para estar en esta película. Apenas Gabriel Goity y Nacho Gadano consiguen darles algo de carne a sus creaciones, más por conocer de antes los papeles que les han tocado en suerte que por aciertos de la película. Amor a mares quiere aportar al cine argentino una comedia de intención popular, pero desde una mirada cinematográfica perimida. Alcanza como prueba una apabullante banda sonora que no deja un solo segundo sin musicalizar, con melodías que sobrecargan el sentido obvio de las escenas y algunas hasta desvían la atención. Si en algo es eficiente la película es en promocionar los lujosos servicios de la MSC (Mediterranean Shipping Company), conocida compañía de cruceros.
Una película con pretensiones de comedia El personaje central es Javier (Luciano Castro) con todos los clichés de un escritor en crisis: borracho, encerrado en su bunker y sin idea alguna sobre una novela que debe entregar lo antes posible a su agente (Miguel Ángel Rodríguez). Es decir, el tipo anda falto de inspiración, motivo que lo llevará a un crucero por el mundo con el propósito de encontrar esas historias y personajes para el maldito libro. De allí en adelante el resto, o casi todo, sucede en el barco, los disparates, los bailes, la aparición de una pareja que no está bien (Morales, Gadano), el compañero de camarote (Goity) opuesto al escritor, la súbita y casual incorporación del personaje que encarna Luisa Kuliok. Y algunos tipismos más: una novia despechada (Córdova), parejas de gays cincuentones y, también, el protagonismo principal de marchas, chivos, publicidades directas y subliminales que, ya de por sí, ostentan todos los cruceros pero que, incorporados a la imagen, resultan invasivas. Pero el problema mayor no es que Amor a mares, en forma obscena, despliega una artillería de marcas. La película pretende ser una comedia en (casi) un espacio único, pero no funciona como tal. Los gags (no es tan complicado escribir un par de chistes medianamente felices) en ningún momento se destacan por la novedad. Los diálogos y la química actoral trastabilla cada dos o tres minutos (lo más livianito que podría decirse sobre la interpretación de Luciano Castro es que “no da el papel”). En tanto, el rol protagónico del barco, mostrado con lujo de detalles, incluyendo a su capitán y al baile de disfraces recurrente y obvio (ay, ay, ay), se asemeja a aquellas berretadas del cine de los '70, especialmente el de los años de la dictadura, donde el nivel de exigencia y de talento, por lo general, se calificaba con un cero. Sí, la película remite en cuanto a la supuesta alegría que transmitirían historia y personajes a la serie El crucero del amor, pero si aquella ya pecaba por ingenua e inverosímil, esta travesía por el mundo, jamás puede ocultar su guión paupérrimo, unas actuaciones que no superan la mediocridad y la exhibición de gags que ya habían tenido su fecha de vencimiento hace bastante tiempo. Mala eres, Amor a mares.
Una comedia pasada por agua Javier (Luciano Castro), el personaje principal, es un joven escritor de novelas que tiene un problema para retomar la escritura, afectado por el abandono de su mujer. Por supuesto que su agente literario se preocupa y decide embarcarlo en un crucero de placer rumbo a Europa para que se inspire y pueda escribir alguna de las historias de sus compañeros de viaje. Arriba, pasa de todo, desde la aparición de Larry (Gabriel Goity) un ambiguo aventurero, su compañero de camarote que lo ayudará durante el viaje, hasta la presencia de otro escritor, Matesutti (Pompeyo Audivert), que está en plena producción y una linda turista, Julieta (Paula Morales), una abogada, casada con Tomás (Nacho Gadano) un señor bastante Don Juan. También hay otros personajes como una española en busca del amor y dos gays al acecho de nuevas aventuras. La película fue filmada en un crucero que habitualmente realiza un recorrido por distintas ciudades: Rio de Janeiro, Málaga, la isla de Malta y Venecia. RICO ITINERARIO Se trata de una clásica comedia de enredos, con toques románticos, disparates, equívocos, con una figura central, que con su compañero de camarote, va metiéndose en un lío detrás de otro. El problema es la total previsibilidad de todo lo que ocurre, la serie de lugares y personajes comunes, totalmente ‘amachietados’. Cierto énfasis en estereotipos gay de turistas a bordo, recuerda viejas historias televisivas con los mismos excesos. Es bueno el nivel de producción. Intervienen conocidas figuras como Luciano Castro (Javier), la atractiva modelo Paula Morales (‘Herederos de una venganza’), en el papel de Julieta y la reaparecida Luisa Kuliok (Paloma), protagonista del recordado teleteatro ‘La extraña dama’. La dirección estuvo a a cargo de Ezequiel Crupnicoff, director de ‘Erreway: 4 caminos’ (2004).
La comedia romántica siempre ha sido un género difícil para el cine argentino, por lo menos en el sentido que EE.UU. le impuso al género. En un principio era encarado de un modo teatral, folletinesco; después se giró hacia lo picaresco, la comedia cuasi erótica pero con trasfondo amoroso; para finalmente recaer en los últimos años en una suerte de telecomedia compactada y reducida a la duración de una película promedio, es más o menos lo mismo ver una tira diaria de Pol-Ka que cualquiera de los films producidos por Adrián Suar. "Amor a mares" no es nada de esto, es un híbrido, y es que comedia romántica que pretende ser no es ni lo uno ni lotro, no es romántica y mucho menos cómica. En su segundo film como director Ezequiel Crupnicoff (Erreway, Cuatro Caminos) desde el vamos no pretende ser original, y eso de por sí no está mal, pareciera querer lograr una película romántica común a la época, o sea televisiva, y esto se evidencia en el elenco más que nada; pero la impericia y/o falta de experiencia hace que el producto esté bajo aún para esos estándares. Luciano Castro interpreta a Javier, un escritor que supo tener algo de fama, pero que ahora se encuentra bloqueado tras haberse separado de su mujer. Para sacarlo de ese lugar, su agente literario (Miguel Ángel Rodríguez) lo sube a un crucero en el que supuestamente se relajará y se inspirará. Lo cierto es que esto último lo logra, arriba del crucero, Javier va a vivir historias supuestamente inesperadas, divertidas, alocadas, descontracturantes, o algo así, la cuestión es que esto irá inspirando a escribir sus propios relatos en una suerte de relato dentro del relato que no termina de definirse muy bien. El primer problema que tenemos es que pese a que el guion es muy básico y poco original, está mal resuelto, no hay otra forma de explicarlo. Las pequeñas complicaciones (necesarias para que una comedia de enredos sea mínimamente entretenida) son presentadas de manera confusa, lo mismo que el estilo de narración indefinido; presentando todo un desafío para el espectador en saber qué es lo que sucede ( alo que hay que sumarle una pronta baja en el interés). Arriba del crucero Javier se va a relacionar con su compañero de camarote (Gabriel Goity); a una pareja quebrada (Paula Moralres y Nacho Gadano) él infiel y con pocas luces, ella, abogada, linda, e interés romántico del protagonista; y también a una veterana, Paloma (Luisa Kuliok) responsable del crucero, presentada como una mujer de armas tomar. A estos habría que sumarles el rol de Agustina Córdova como novia inquieta y demandante. Sí, los roles son de manual, esquemáticos, pero lo peor es la forma en la que son presentados, a las apuradas, sin ninguna lógica (en especial el inentendible papel de Kuliok). Luciano Castro reconoció semanas atrás estar muy a disgusto con su actuación en la película; un gesto de autocrítica no muy común sobre todo en época de promoción; lo importante es que parece que tiene buen ojo clínico, su interpretación es lo único gracioso del film (lleno de chistes fallidos hasta la vergüenza ajena). El resto del elenco, a pesar de no haber cometido el sincericidio de Castro, está más o menos en el mismo registro, y si se disimula un poco es por la menor presencia en pantalla. En definitiva, "Amor a mares", demuestra que tenemos que seguir trabajando en el género para ofrecer al público buenas comedias románticas. A nuestra industria local eso le cuesta, y éste es un claro exponente de nuestra falta de decisión para abordarlo como se debe.
Corazón en agua salada Amor a mares, la segunda película (después de Erreway: Cuatro caminos) de Ezequiel Crupnicoff como director, tiene buena fotografía, buena música y buen sonido. También la ayudan algunas buenas actuaciones como las de Gabriel Goity, Luisa Kuliok, Miguel Ángel Rodríguez y Paula Morales. Pero pierde peso en cuanto a su historia y guión. Javier (Luciano Castro) es un escritor en la mala. Lo dejó la pareja. Sus últimas tres novelas fracasaron en las librerías. Y tiene una crisis creativa. Casi nada queda de la joven promesa que supo ser y se la pasa encerrado, lidiando con los recuerdos y aferrado al vaso de whisky con hielo. Entonces aparece su representante, Andrés (Miguel Ángel Rodríguez), apurándolo con el cumplimiento de un contrato con una editorial. Como no hay nada que a Javier lo inspire, le ofrece un boleto para un crucero. Allí tendrá la oportunidad de encontrar una o varias historias, y convertirlas en un buen relato. Contra su voluntad casi, Javier termina encima del barco, donde conocerá a una serie de personajes, entre ellos a Julieta (Paula Morales), una abogada a la que le están tendiendo una trampa que podría dejarla fuera de un negocio importante con la compañía naviera. Lo dicho. Amor a mares está bien filmada, pero es incompleta en su contenido. Es una comedia que tiene las paredes, las columnas y el contrapiso, pero que todavía no funciona como una casa. Tiene unas cuantas incoherencias en su desarrollo y deja algunos cabos sueltos. Una misma historia puede ser contada de miles de maneras, sin caer en el aburrimiento o en la chatura, y es por eso que hay que ser cuidadoso para hablar negativamente de los lugares comunes. Pero aquí sucede lo que nadie quiere. Se dialoga sobre la base del sentido común y esto no deja volar al espectador. Los diálogos, elemento fundamental del género en la actualidad, tienen una chispa muy pequeña, cuando en esta clase de películas suelen ser estocadas elegantes y sorprendentes. Sin embargo, Amor a mares es una película que se mantiene a nivel, a flote, por las cualidades al principio mencionadas, por el atractivo de mostrar en pantalla gigante a un crucero por dentro, y sus distintas estaciones a lo largo del mundo.
“Pero hoy las musas han pasao de mi, andarán de vacaciones”. (Gracias Nano). Este verso de la canción “No hago otra cosa que pensar en ti”, del gran cantautor catalán Joan Manuel Serrat, sería toda una definición critica para esta película, incluyendo el titulo de la canción, desde todo punto de vista. Uno puede tomar el título en general, o el verso en particular, y trasladarlo al personaje principal del filme. Javier (Luciano Castro) es un escritor famoso por una sola novela que, en estado depresivo, ha caído en el alcoholismo victima de la imposibilidad de elaborar el duelo por el abandono de su mujer, aquí entra “No hago otras cosa…..”. Pero como esto sólo no precisaría totalmente al personaje había que agregarle que habiendo sido contratado por una editorial para que escriba una nueva novela no ha podido ni empezar a esbozarla pues “hoy las musas han pasao de mi,,,”. Formulación y presentación del personaje, que ya más que un lugar común es un gran cliché. Pero el uso de la rima de Serrat no se delimita en la idea del personaje, toda la producción va comandada por ese verso, dicho esto en sentido literario y no coloquial porteño (“hacer le verso”). Todos los demás personajes están trabajados desde el mismo lugar. Su agente Andrés (Miguel Ángel Rodríguez) como un homosexual peleado con su elección de placer sexual, también es parte de ese catálogo. En ambos casos entra en juego la actuación de los actores que no dan con el personaje, al igual que la mayoría de los actores, y no es culpa de ellos sino del guión y la dirección Andrés con el afán de ayudar a su escritor estrella lo fuerza a embarcarse en un “Crucero del Amor”, parafraseando aquella serie, bastante tonta por cierto, de TV que tuvo su “esplendor” por los años 80, para allí poder encontrar la ausente inspiración (aquí podría agregar otro verso de la misma canción, pero ya lo sentiría como un abuso de parte mía). En ese crucero, que realmente existe y pertenece a la empresa MSC, pasan cosas, circulan personajes, se arman historias, desde otro autor peor que mediocre, Matesutti (Pompeyo Audivert), acusado de robarle las ideas a otros, como la incógnita que produce la aparición sin justificación primaria del compañero de cuarto de Javier, Larry (Gabriel Goity), a la postre el único que con su oficio se salva del incendio, o en este caso del hundimiento. La película, para llamarla de alguna manera, podríamos decir esa sucesión interminable de imágenes con sonido, todo sin sentido, interminable pues los 90 minutos que dura la proyección se hacen interminables y por ende insoportables. No hay en ningún momento un chiste que pueda producir aunque más no sea una mueca parecida a una sonrisa de algún espectador. El guión es paupérrimo, los diálogos insufribles, las acciones de los personajes ya más perimidas que anticuadas. Algo hace como una maquina del tiempo en el que la producción ha entrado y el resultado es algo similar a lo que se realizaba hace 60 años. Sumémosle la posibilidad de lectura de algún aire homofóbico, demostrado en la pareja de turistas, uno de ellos interpretado por German Kraus, o la intención de “vender” el producto, léase el crucero, o la banda musical que no deja de taladrar el ánimo de los espectadores, sino por momentos los oídos. El resto de los rubros técnicos son correctos. Sin demasiadas pretensiones la dirección de fotografía y la iluminación hacen hincapié en las bondades de la embarcación, sin otra búsqueda o necesidad que mostrar el barco. La trama principal se hunde desde que comienza, entre lo inverosímil y la previsibilidad, tanto las subtramas de amores furtivos, encontrados, engañados, desencantados, o la forzada subtrama policial, hacen que esta pretendida comedia de personajes y/o de situaciones que esta más cercana al género del espanto, (si es que no lo hay, acaban de inventarlo). Todo demuestra que las musas que aludí al principio han “pasao” de largo de la mayoría de los responsables del producto. Si la encuentra en un canal de TV abierta, a eso de las 3 de la mañana, no estaría mal, ya que lo único que perfila como resultado es que es una producción infomercial, mi consejo es que igualmente cambie de canal.
Una historia que cuenta con actores muy convocantes en un impactante crucero, pero su relato se hunde a los pocos minutos de zarpar. Todo comienza presentando a un escritor de best sellers en plena crisis creativa, Javier Fink (Luciano Castro) se encuentra lleno de deudas, su casa esta tan desordenada al igual que su vida en general, su pareja lo acaba de dejar. Muy preocupado, a su agente literario Andrés (Miguel Ángel Rodríguez) se le ocurre embarcarlo en un transatlántico rumbo a Europa, no piensa seguir perdiendo dinero y aunque este no desea viajar, su agente se las ingenia para que aborde el crucero. Una vez a bordo notamos la primera casualidad, este tiene que compartir su camarote con Larry (Gabriel “El Puma” Goity), un personaje inquieto, metido y ridículo, es evidente que no es casual que deban acompañarse. Todos los escritores necesitan un lugar donde inspirarse o una musa inspiradora, en este caso es un crucero donde a sus clientes se les ofrece diversas actividades y entretenimientos abordo para que pasen un momento agradable Según la idea de su editor en este viaje puede encontrar miles de historias, allí habitan distintos personajes que puede utilizar en su novedad, esto se nota desde un principio. Allí viajan un matrimonio de abogados Julieta y Tomás (Paula Morales y Nacho Gadano), ellos quieren hacer negocios cada uno a su estilo con Paloma (Luisa Kulliok) es una importante empresario; por otra parte existen otras historias Analía (Agustina Cordova) amante de Tomás; otro escritor Matesutti (Pompeyo Audivert) rival de Javier; José (Germán Kraus); Ignacio (Santiago Ríos); entre otros, estos personajes algo atractivos, y con todos ellos la trama se colorea de engaños, mentiras, enredos, secretos, romances y infidelidades. De esta forma este escritor puede escribir su próxima novela que se titula “Amor a mares”. La película es bastante previsible, y a lo largo de setenta minutos, recorre bellos lugares: Río de Janeiro (en Brasil), Málaga (España), la Isla de Malta, y Venecia (Italia). Es una pena, ya que intenta ser una buena comedia que solo queda en el intento porque tiende a aburrir, con varios gags reiterativos, con actuaciones y un guión flojos.
Naufragio de ideas y actores a la deriva “Amor a Mares” se inicia con una prometedora secuencia de dibujos animados que parece un homenaje a las comedias de Blake Edwards que mezclaban exitosamente trama de suspenso y humor. Una aspiración a la cual infructuosamente aspira la resolución de esta película publicitada como comedia romántica. La trama gira precisamente sobre el problema del film: la falta de inspiración. Un escritor de best-sellers ha caído en una depresión creativa, por lo que su representante literario lo embarcará en un lujoso crucero de puertos turísticos para que encuentre allí las aventuras que despierten a las musas para salvarse de apremios económicos. Pero, a pesar de que los ingredientes están, la trama no funciona como divertimento ni como historia de amor. Las complicaciones indispensables para que una comedia de enredos sea mínimamente entretenida son presentadas de manera confusa, lo mismo que el estilo de narración indefinido y los roles esquemáticos de secundarios y protagónicos. Apenas Goity o Miguel Angel Rodríguez salen del paso a fuerza de oficio propio, más que por mérito de una dirección de actores ausente. Pudo haber sido una comedia de enredos leve pero entretenida y sin embargo a los pocos minutos “Amor a mares” emprende un viaje sin retorno. Todo por la borda Sin pretender disimularlo, estamos ante un producto donde lo único que se luce es el barco, con sus comodidades y servicios muy bien promocionados. La factura técnica es correcta y prolija pero convencional, plano tras plano no sale de los parámetros de una estética publicitaria. En realidad, todo apunta a un lucimiento del crucero y los puertos pero los conflictos, los diálogos y las actuaciones caen en un subsuelo artístico que parecía superado en el cine argentino. Todo es esquemático, previsible y anticuado, sin lugar para la sorpresa, plagado de frases hechas como las muletillas que repite el escritor, donde abusa de adjetivos fosilizados y frases al estilo de: “Esto estaba matemática y cósmicamente premeditado”, por no hablar de los chistes homofóbicos, decadentes y anticuados. Si el director quiso aportar al cine nacional una comedia de intención popular, lo hace por el peor de los caminos, el de una mirada cinematográfica perimida que utiliza una banda sonora que no deja un solo segundo sin musicalizar, con melodías que sobrecargan el sentido de las escenas y llega a ser tan molesta como una música funcional. Igualmente, los gags reiterativos y estereotipados, chistes que no causan gracia y situaciones que se estiran más de lo debido. Ni siquiera funciona el costado romántico, porque pocas veces se encuentra tan poca química como en la pareja de Castro y Morales. Si el objetivo era mostrar las bondades y servicios del barco el objetivo está cumplido, pero la película hace agua por los cuatro costados, engrosando la penosa lista que caracterizó otras épocas del cine argentino carentes de exigencia y talento.
Una comedia un poco alocada (un poco, y eso es una lástima) que transcurre en un transatlántico, sobre un escritor popular en crisis (Castro) envuelto en amores y peligros más o menos a reglamento. La búsqueda de la comicidad o del momento “mainstream” hace que la posibilidad de micromundo kitsch del barco se disuelva. Todo se vuelve una historia a reglamento que se parece a mucho cine ya demasiado visto.
¿Qué pasa cuando uno sube a un crucero?, ¿cuántas cosas se experimentan en ese universo paralelo, donde la comodidad y el lujo son todo y donde el anonimato está a la orden del día?. Amor a Mares (2012) de Ezequiel Crupnicoff es una película de esas en las que puede pasar cualquier cosa y donde todo se conecta con todo sin que sus protagonistas sean concientes de ello. En este contexto aparece Javier Fink (Luciano Castro), un escritor que alguna vez fue exitoso, pero que ahora atraviesa una profunda depresión por amor que ahoga con el alcohol. Necesita concentrarse en su próxima novela pero resulta que no está inspirado. Andrés (Miguel Ángel Rodríguez), su histriónico agente literario, lo embarca en un transatlántico para que cambie de aire y comience a escribir la novela que lo llevará al éxito y a saldar sus deudas monetarias. A pesar de ser un galán de telenovelas con un cuerpo tatuado y escultural, Luciano Castro sabe cómo ponerse en la piel de un escritor frustrado. Ni siquiera se le ve un tobillo, se dejó crecer la barba, usa lentes y es tímido; la antítesis de su personaje actual en Sos mi hombre (Canal Trece). El film comienza de forma dinámica y está lleno de música y color, con atractivas animaciones que ya anticipan lo que se verá en esta historia. Una película que no decae en su ritmo y que es tan vertiginosa que resulta imposible aburrirse. Esta es una comedia romántica que parecería inspirada en las alocadas películas norteamericanas de los años ’70, donde todo se conecta con todo, donde el suspenso se convierte en humor y sátira, y donde los personajes tienen diálogos frescos y están inmersos en una maraña de situaciones impredecibles que ellos mismos desconocen. A pesar de toda frescura, hay cosas que le juegan en contra a Amor a Mares. En primer lugar, el trabajo con el sonido en la combinación del diálogo con la música en las escenas románticas de Javier y Julieta (Paula Morales): canciones a volúmenes descomunales y conversaciones susurradas. Por otro lado, la banda sonora está presente todo el tiempo, lo que no propicia que el espectador llegue a concentrarse en lo que está viendo y que los silencios justos, propios y necesarios en determinadas situaciones no existan, hecho que les resta realismo. Por todo lo demás, el relato transcurre fluidamente con sus momentos de tranquilidad y sus instantes descontracturantes, sumado a la cuota de humor que llevan en la sangre Gabriel “El Puma” Goity y Miguel Ángel Rodríguez, que se “roban” la película. Una comedia con sorpresas que deja algunos cabos sueltos en el relato, pero con buen ritmo, actuaciones convincentes y, como reza su slogan, “una historia encubierta” que se resuelve bien. Una película para distraerse y pasarla bien. 3/5 SI Ficha técnica: Dirección: Ezequiel Crupnicoff Guión: Nicolás Lidijover Estreno (Argentina): 15 Noviembre 2012 Género: Comedia Origen: Argentina Distribuidora: Primer Plano Reparto: Luciano Castro, Paula Morales, Gabriel Goity, Miguel Ángel Rodriguez, Pompeyo Audivert, Nacho Gadano, Luisa Kuliok, Germán Krauss, Agustina Córdova Web: http://www.amoramares.com/