Pasajeros de una pesadilla (El regreso de los muertos vivos) La saga integrada por Los bañeros más locos del mundo (1987), Bañeros II, la playa loca (1989) y Bañeros III, todopoderosos (2006), las dos primeras entregas dirigidas por Carlos Galettini y la tercera, por Rodolfo Ledo, generó un sorprendente éxito comercial y hasta se convirtió con el tiempo en objeto de culto por parte de ese sector de la cinefilia siempre dispuesto a exaltar el cine clase B más berreta. A 27 años del estreno de la película original y a 8 de la última, llega Bañeros 4: Los rompeolas, otra vez con Ledo al frente, y el resultado (en todos los sentidos, rubros y ámbitos) no podría ser peor. Un subproducto hecho a las apuradas, con desgano, con piloto automático, con chivos horribles, sin rigor, sin gracia (ni media sonrisa genera) y que, en definitiva, termina siendo una burla al espectador que paga la entrada. No tiene sentido explicar uno por uno los errores (horrores) de Bañeros 4, que incluyen desde las más básicas cuestiones narrativas (ni siquiera se respeta el eje de cámara o se cuida mínimamente la continuidad) hasta actuaciones dejadas a su suerte (léase gesticulaciones desmedidas, gritos y diversión fingida) por un no-guión con una pseudo trama policial sobre un mafioso que quiere quedarse con los terrenos y el balneario del Aquarium (los animales marinos son lo “mejor” del film). Nada en Bañeros 4 funciona: ni el humor físico (el peor slapstick que pueda imaginarse queda lejos de la torpeza de esta realización) ni la vulgaridad ni la misoginia de un film en el que Karina Jelinek y Luciana Salazar sólo están en cuadro para exhibir sus curvas y Fátima Flórez, para ofrecer imitaciones a Moria Casán, Susana Giménez (también aparecen, no se sabe por qué, émulos de Jorge Lanata y Juan Román Riquelme). Todo es tan feo y tan descuidado que quienes asistimos a la privada de prensa no podíamos creer lo que veíamos. Cruzábamos miradas para preguntarnos si en verdad no se trataba de una pesadilla porque eso que estaba en pantalla no podía ser verdad. Pero es verdad: el cine argentino vuelve, así, a los peores momentos del cine ochentista. Una pena inmensa porque justamente uno de los hechos más destacados de los últimos años fue que la producción industrial de nuestro sector audiovisual había alcanzado un estándar de calidad y solidez incuestionable. Bañeros 4, con su absoluta desprolijidad, su vulgaridad, su carencia de ideas, su nula capacidad de sorpresa, nos remite a los peores fantasmas, nos retrotrae a los momentos más oscuros de una historia que ya creíamos enterrada. El regreso de los muertos vivos.
Guste o no, las películas de Los Bañeros forman parte de la cultura popular argentina. No son obras maestras, nunca pretendieron alcanzar esa estatura, pero sí fueron hechas con el fin de divertir, y muchas veces lograron su cometido. Los Bañeros más Locos del Mundo, en 1987, alegró a una generación post dictadura, de la mano de los protagonistas Emilio Disi, Berugo Carámbula, Alberto Fernández de Rosa y Gino Renni. La fórmula era sencilla: Mar del Plata como lugar de acción, antihéroes simpáticos, humor que mezcla gags físicos y chistes tontos pero efectivos (para entretener a los niños), figuras femeninas de interesante silueta (para cautivar a los padres), cameos de celebridades de la época, los delirios de Paolo El Roquero, un tiburón de goma… Bañeros 2: La Playa Loca seguía el mismo camino, esta vez con Disi y Guillermo Francella. Dos películas hijas de su época, con cierto encanto, que también servían para hacer una venta de la ciudad turística. En 2006, apelando a la nostalgia que generaron aquellos films (hoy se sostienen como placeres culpables), y con el propósito de atraer a un público nuevo, los responsables apostaron por un tercer film. Bañeros 3: Todopoderosos reunió a Disi con Pablo Granados, Pachu Peña y Freddy Villarreal. Pese al éxito económico, fue evidente que la vieja ecuación había quedado obsoleta en el siglo XXI. Sin embargo, hoy tenemos Bañeros 4: Los Rompeolas. En esta oportunidad, el grupo de perdedores entrañables debe evitar que el balneario y el Aquarium (el parque marino marplatense) sean demolidos por un villano que pretende construir allí un megacasino. Como Emilio y los suyos no son precisamente unos genios, se producirán situaciones de pretendida comicidad. Todo es una acumulación de anacronismos, desde los pasos de comedia -que incluyen participaciones de animales del Aquarium- hasta la puesta en escena. En estas películas, el guión no suele emular al de El Ciudadano, por ejemplo, pero aquí tampoco hay jamás intenciones de darle una forma apenas coherente. Por el lado de los efectos especiales de explosiones, están hechos por computadora, pero no son precisamente de la mejor calidad. Granados, Peña y Villarreal tienen química, pero nunca están a la altura de los bañeros originales y sus recursos para hacer reír son algo arcaicos. El director Rodolfo Ledo, además, desaprovecha a Fátima Florez (si bien hace tres de sus acostumbradas imitaciones, la cámara se limita a enfocarle los pechos) y a Gladis Florimonte, en un pequeño rol que daba para un poco más. Disi demuestra que su sola presencia puede sacar sonrisas, pero ya no alcanza. Paolo aparece una vez, y apenas dos minutos. Bañeros 4: Los Rompeolas carece de la magia de antaño. No se sostiene en 2014 y, al contrario que los dos primeros films de la saga, tampoco será festejado en el futuro como consumo irónico ni como elemento de nostalgia de la juventud. Por otro lado, es una señal de que incluso los productos pasatistas necesitan una mirada novedosa, acorde con el mundo actual. La producción independiente 2 Locos en Mar del Plata, de Pablo Marini y Matías Lojo, homenajeaba a Los Bañeros, pero con una impronta más fresca y delirante. Y es esa la posible dirección que deberían tomar estos films para que, al menos, puedan surgir nuevos placeres culpables del cine argentino.
Antes que nada es conveniente aclarar que quien escribe estas líneas es fan de las películas originales de los Bañeros. El ver fragmentos en la tele o buscar escenas específicas en youtube me produce mucha gracia, y cuando hace unos meses se estrenó la versión remasterizada del hito de la década del 80 la disfruté y me reí muchísimo aun conociendo los diálogos de memoria. Esto me sucede a mí y a muchos porque esas películas tocan una fibra sensible de una parte determinada de nuestras vidas y nos conectan con ella, y el problema principal que tiene este estreno es que nos damos cuenta que no se puede emular esa sensación aún utilizando la misma fórmula y temática. Bañeros 4: los rompeolas es verdaderamente mala y no por estar mal editada y mal actuada ni tampoco porque se ven los micrófonos, así como tampoco porque tiene miles de errores de continuidad. En este caso lo berreta está bien. La película es mala porque no hace reír, o mejor dicho, a mi no me hizo reír. Y aquí es donde me doy cuenta que claramente la cinta no está dirigida hacia mi (aún siendo fan de los bañeros) sino al televidente del prime time. Aquel que hace zapping entre Telefe y Canal 13 consumiendo Peligro Sin Codificar y los personajes que desfilan en Showmatch. A lo mejor esas personas encuentras graciosas las situaciones (ya muy quemadas) en las cuales encontramos a Pablo Granados, Pachu Peña, Freddy Villareal, Nazareno Motola y el impresentable de Mariano Iudica. (Perdonamos a Emilio Disi, quien seguramente recibió una oferta que no pudo rechazar). Los que no sean de ese palo la van a pasar verdaderamente mal porque lo mejor del film (si merece ser llamado de esa manera) es Karina Jellinek, y decir eso es algo tan triste como brasileño en San Pablo tras el siete a uno. Dentro de las imperfecciones que tiene el cine argentino, que por suerte van disminuyendo y cada vez hay mejores y más diversas películas (más allá de los gustos) se podría decir tranquilamente que Bañeros 4 es el grano lleno de pus dentro de la nueva cara del cine nacional. Así que esperemos que cuando reviente no manche.
Regreso con pocas ideas y menos humor En 1987, y con Los bañeros más locos del mundo, se inició una serie de películas en la que un grupo de salvavidas vivían alocadas aventuras. Debido al éxito de público, sus productores realizaron dos films más (Bañeros 2: la playa loca, de 1989, y Bañeros 3: todopoderosos, de 2006). El tema, sin embargo, pareció no agotarse y así llega ahora a las pantallas la cuarta producción que, con distintos intérpretes (salvo Emilio Disi) vuelve a tener a las playas de Mar del Plata como escenario. La historia (o, más bien, la historieta) se centra esta vez en cuatro empleados de un restaurante convocados por el encargado de un balneario marplatense para trabajar con él, ya que la propietaria lo amenaza con despedirlo si no lograba el favor de los turistas. Los amigos aceptan el encargo, aunque no saben nadar ni estuvieron jamás cerca del mar, mientras que un ambicioso empresario tratará de apoderarse del lugar para construir allí un gran casino. El director Rodolfo Ledo construyó su film apoyado en figuras humorísticas de la TV, pero el proyecto se ve malogrado por un guión carente de originalidad, en el que gags tan antiguos como el cine sirven de apoyatura para que los cómicos intenten con gestos, sonidos escatológicos y un llamativo nerviosismo arrancar alguna tímida sonrisa a los espectadores.
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Primero, un reestreno; ahora, una remake. Cuando uno ve la película parece que todo atrasa. Unos leves efectos especiales, supuestas situaciones graciosas atadas con alambre, muchas figuras con pequeños momentos de lucimiento, un argumento mínimo. Fátima Florez al natural y con imitaciones, una leve aparición de Luciana Salazar, Karina Jelinek… Los protagonistas, mal dirigidos, una banda de forzudos con vincha y apariciones de animalitos siempre bienvenidas. Poca cosa más. Cine popular, bienvenido sea; cine hecho a las apuradas, es otra cosa. Sólo si es nostalgioso.
Llegó finalmente lo que esperábamos a más de 200 salas! El nuevo éxito de las vacaciones de invierno, “Bañeros 4, Los Rompeolas”, con Emilio Disi, Mariano Iudica, Pachu Peña, Pablo Granados, Freddy Villarreal, Fátima Flores y GRAN elenco. Los Bañeros vs. El Mal Si realmente lucharan contra el mal, los bañeros deberían quemar las más de 200 copias que salen hoy de esta película en nuestros cines. En fin, voy a tratar de esbozar una sinopsis de esto y perdón que esté escrita como si fuera un punteo pero las secuencias están más separadas que los cantos de Sasha Grey. Fátima Flores es la dueña del Aquarium de Mar del Plata y de un balneario el cual está a cargo de Emilio Disi, el problema es que las playas están descuidadas por éste último y no va nadie. Debido a esto su jefa lo reprende y le dice que contrate personal necesario para que comience a funcionar a pleno. Pablo, Pachu y Mariano trabajan en un restaurante chino (cuya dueña es una “china” interpretada por Gladys Florimonte) pero por su torpeza lo terminan destruyendo y justo los llama Emilio para contratarlos en el balneario, lo que aceptan sin dudar. Un empresario -que es EL MAL, según el trailer- quiere comprar a un precio ridículo el Aquarium y el balneario y lo manda a su hijo, Nazareno Mottola, a negociar con Fátima la venta. Ante la resistencia de la dueña a vender, EL MAL decide atacar todo con dinamita y tipos vestidos de jogging y casco de samurai que corren por todos lados sin armas, pero no cuentan que los bañeros defenderán a toda costa el lugar. Ah! y Karina Olga Jelinek anda medio empelotada toda la película. “Decadencias del Olimpo” vendió 40 ejemplares, “Hay que Bañar esta Morsa” 15 millones de ejemplares Tengo un gran afecto por las primeras dos películas de Bañeros, de hecho el reestreno en 3D de la primera puse 90% en su calificación porque pese a todos sus defectos fue parte de mi niñez y contenía cierta coherencia dentro de lo bizarro. En esta parte debería analizar la película pero ante un guión TAN pésimo, actuaciones nefastas donde la foca del Aquarium es Marlon Brando al lado de Mariano Iudica y una composición de planos borgeana (lo digo por la ceguera), es imposible realizar cualquier análisis así que pasaré a dejar este espacio en blanco: . . . . . . Conclusión “Bañeros 4, Los Rompeolas” atrasa en el cine, pero no 25 años de cuando son las originales, sino que nos lleva a los inicios del cine cuando no era un lenguaje. Es una concatenación de escenas casi inconexas que dan vergüenza a niveles nunca antes vistos , sin gracia y de una basicidad tal que espero que fracase y dure tan sólo una semana, no merece el espacio que tiene y debería quedar en el olvido. Perdón la forma en la que escribí pero para una película de mierda como esta, se merece una review de mierda.
Bañeros 4: Los rompe(*)olas La Selección pasa a la final en el Mundial el día de nuestra independencia. Un día después se estrena Bañeros 4: Los Rompeolas. Baneros_4_EntradaNo voy hablar de futbol porque Función Agotada es una página dedicada al cine, a los estrenos cinematográficos que todos los jueves renuevan nuestra cartelera local. Pero les puedo asegurar que me encantaría poder escribir con orgullo y pasión sobre esta película ya que su primera versión coronó una época. Hace unos meses atrás cuando se reestrenó Los Bañeros más Locos del Mundo, digitalizada y con algunas escenas en 3D, fui con la emoción de revivir el cine de ese momento. Todos los gags funcionaban a la perfección y la sala completa de gente seguía divirtiéndose a carcajadas adelantándose a los remates de cada chiste. No quiero justificarla porque también tiene sus errores técnicos pero es una película que nunca decae, porque verlo a Berugo vestido de He Man no tiene desperdicio. En esta cuarta entrega nada se parece a su original -si éramos ocho en la proyección éramos muchos-. Bañeros 4 formada por Iudica, en su mala imitación a Los Tres Chiflados (palabras mayores); Peña, agua; Granados, se la pasa comiendo fruta durante toda la película (si es un chiste no remata nunca); Freddy, más agua. Podría seguir así con el resto de las “participaciones especiales” como la de Karina Jelinek que intenta -claro que no le sale- imitar a Adriana Brodsky en el papel de La Bebota de Olmedo. ¿O esta chica siempre es así? Bañeros 4: La decadencia Futbolísticamente hablando, Bañeros 4 no tiene en su reparto a ningún Mascherano que logre una buena escena. En su versión del ´87 se notaba el cartón, la peluca corrida, el cable cruzado; en esta nueva todo es berreta. Estoy en contra de los acuarios y las piruetas que deben hacer los animales para ganarse un trozo de atún y lamento muchísimo que hayan expuesto a los animales del Aquarium a modo de relleno. Pero cuando ellos aparecen son lo mejor de la película, los verdaderos artistas que “actúan”. Bañeros 4: Los Rompeolas, tiene la habilidad de no respetar nada ni la continuidad ni la posición de la cámara, con una desprolijidad absoluta los planos le cortan los sesos a los que aparecen como si fuera un bloque del programa Sin Codificar. Para televisión… que siga el Mundial!
Nuevos bañeros con algunos chispazos de humor elemental El fenómeno de los "Bañeros más locos del mundo" permite que el público se divierta en el cine viendo los disparates de las mismas figuras que lo divierten por televisión. Uno de los misterios más grandes es que el primer film de la saga, que data de 1987, haya vuelto a ser un éxito de taquilla el año pasado en versión restaurada digitalmente y en 3D de las saga. Con ese antecedente, no queda dudas del buen ojo de los productores al continuar con la serie mezclando esta vez al venerable Emilio Disi con un elenco de una nueva generación televisiva, especialmente del riñón de Tinelli y del programa cómico "Peligro sin codificar". Más allá de este buen ojo en lo comercial, la verdad es que "Bañeros 4: los rompeolas" es un simulacro de película con momentos simpáticos de comedia que casi la terminan por redimir. El argumento es apenas una anécdota minimalista, con un villano decidido a destruir todo lo que se interponga en su construcción de edificios, poniendo en riesgo la playa de los bañeros que está ubicada al lado de un acuario (lo que da lugar a muy bonitas escenas con delfines amaestrados). Uno de los aportes más importantes del film son las presencias sexies de beldades como Karina Jelinek (una de las bañeras, discreta en malla enteriza), y la más atrevida Luciana Salazar. Entre lo más destacable están las escenas con dos buenos imitadores como Fátima Florez y Freddy Villareal, y algunos momentos de humor elemental pero efectivo con Disi, Pachu Peña y Pablo Granados. La realización también es bastante minimalista, pero al menos está llena de explosiones digitales.
Los bañeros más tontos del mundo Después del desastre fílmico que fue Bañeros 3: Todopoderosos (2006) nadie podía imaginarse que habría una cuarta parte. Pero hay un detalle no menor: la tercera versión de Los bañeros más locos del mundo (1986) recaudó un millón y medio de espectadores, cifra sideral para una producción argentina y que justifica cualquier secuela. Los bañeros más locos del mundo se reestrenó en enero pasado autodenominándose clásico del cine nacional. No es una gran película, ni siquiera buena (Tonto y retonto tampoco y se espera con ansias su secuela) pero tenía algo que la hacía funcionar: el chiste tonto consciente. Algo que no volvió a repetirse en sus secuelas que fueron de mal en peor. La original era mala pero a propósito, que no es lo mismo que ser mala por defecto. Paradójicamente ese fue el elemento que fomentó la horda de seguidores que formaron clubes de fans. En Bañeros 4: Los rompeolas (2014) se busca volver al chiste tonto consciente, infantil y burlón: la presencia de Karina Jelinek haciendo de tonta es un ejemplo. Ése mismo que enaltecen Los tres chiflados o cualquier dibujo animado para chicos. Y hay que reconocer que no es tan mala como la anterior. A Pablo Granados, Pachu Peña y Freddy Villarreal se los ve más cómodos en el rol de los bañeros, los cómicos e imitadores funcionan mejor esta vez, mientras que Emilio Disi se parece un poco más al Emilio original. Los chistes tontos (muy tontos por cierto) tienen la intención de recuperar la gracia de la película de los años ochenta. Todo parece estar sumergido en un histrionismo eléctrico de videojuego que licua cualquier relación con la realidad. El problema es la falta de gracia. Salvador Valverde Calvo, guionista de la película y de todas las anteriores, nació en 1924 (saquen la cuenta de su edad) para entender que los chistes sean exactamente los mismos desde la original hasta ahora. Y sumado a esto, la dirección de Rodolfo Ledo es tan falta de imaginación que arruina hasta secuencias que podrían estar mejor logradas. ¡Ah la historia! Pablo, Pachu, Freddy y Mariano (Iúdica) entran a trabajar a un balneario con acuario marino incluido, que quiere ser comprado por un empresario muy malo con el fin de desbaratarlo y convertirlo en un Casino. Tanto ellos como la bañera Karina (Jelinek), el gerente Emilio y la dueña (Fátima Flórez), tratan de impedirlo junto al hijo -tonto pero bueno- (Nazareno Mottola) del villano de turno. Por ahí andan las intenciones de esta película cuya mayor virtud es que dura poco y termina rápido. La pregunta es: ¿Si hay cuarta parte de Transformers por qué no puede haber de Los bañeros? Dato que no justifica absolutamente nada, sino que explica que dos películas sin argumento se estrenen el mismo día y con el único fin de recaudar dinero para sus hacedores.
"Che, me sobró un subsidio del INCAA, ¿Qué hacemos? Hagamos Bañeros 4". En una hipotética reunión de producción, claramente podría haber sido el puntapié inicial. Pésima película. Cuando me planteé ir al cine a ver esta nueva entrega de la clásica Bañeros, no sé que estaba pensando realmente. O si. Pensaba que quizás me podía reír de algunos gags, que algunas imitaciones podían ser interesantes o que simplemente algún que otro chiste me iba a hacer gracia. Nada de eso pasó, ¡Qué iluso! Los créditos iniciales nos recuerdan a las clásicas películas y meten un poco de emoción, pero la sacan al instante con la aparición de ¿ninjas? malvados que asaltan una fábrica y la hacen explotar con unos efectos que atrasan 50 años. Nada bueno tiene esta nueva entrega. Escenas inconexas, pésimas actuaciones, chistes gastados y más que obvios y mucha pero mucha improvisación (hasta en la dirección y filmación). Gasto de tiempo, eso implica esta película que, de haberla querido hacerla mal, hubiese salido mejor.
Un circo sin magia Bañeros 4: los rompeolas es menos grosera y xenofóbica que los filmes anteriores de esta franquicia, pero tampoco logra erigirse como una comedia popular. En la nueva película de los bañeros todos los personajes coquetean con la subnormalidad. Todos tienen alguna secuencia en la que exhiben una tara intelectual, como si el humor pasara por una disminución voluntaria de la motricidad y la cognición. Karina Jelinek, por ejemplo, aparece por primera vez corriendo en una playa como Bo Derek en 10, la mujer perfecta. El filme revelará que su voluptuosidad es inversamente proporcional a su sagacidad; de hecho, se terminará casando con el hijo del malvado del filme, cuyo papel se sostiene íntegramente en la estupidez. Se dirá que se trata de un filme familiar, una comedia pícara para chicos y grandes. Es un producto sostenido por un par de planos de culos femeninos para los padres, unas seis explosiones (digitales) de edificios y autos para los chicos, un par de notas de color en torno a ciertos animales exóticos (en especial los delfines, a los que se les atribuye inteligencia) y ciertos pasajes que pretenden ser gags propios del slapstick (el modelo preferencial es Los tres chiflados) pero que remiten más al universo televisivo, del que proceden la mayoría de los actores. En estas coordenadas, predicar lo cómico de la inteligencia es casi una interdicción, y hay un menosprecio, acaso involuntario, respecto del público: los presuntos espectadores populares (o los consumidores de televisión). La trama no se caracteriza por la complejidad. Menos aún por el ingenio para sintonizar una sensibilidad auténticamente popular. En síntesis: el villano de la película está dispuesto a todo para convertir en un casino un balneario de Mar del Plata, pero decide mandar primero a su hijo a negociar con la dueña. A su vez, Emilio, un holgazán por naturaleza y el viejo bañero de siempre, ya no puede garantizar el mínimo funcionamiento del balneario. Convocará entonces a cuatro conocidos, ninguno bañero pero todos dispuestos a mudarse a Mar del Plata y a abandonar el restaurante chino en el que trabajan en Buenos Aires. Inverosímiles héroes, plausibles payasos, los bañeros defenderán el balneario apelando a todos los trucos posibles. La xenofobia está más contenida que en la película anterior: alcanza con convertir en cenizas un local de comida china y maltratar graciosamente a su dueña oriental (interpretada por una actriz que no tiene los ojos rasgados). La homofobia parece haber quedado erradicada. No así el erotismo primitivo: un par de poses seductoras de las actrices y una imitación puntillosa de Moria Casán. Pero esta desaceleración homeopática de la grosería y el humor reaccionario no se traduce en ninguna mejoría cinematográfica. Todo se ve horrible: los efectos especiales, los interiores, los exteriores, las decisiones de montaje, la vetusta musicalización de las escenas. Bañeros 4 es en el fondo un circo sin magia en el que pasan los números sin mucha lógica de continuidad. Sería hipócrita proclamarlo como una especie de cine para todos. En el cine popular no se olvidan algunas escenas y se ama a los personajes. De este filme ni siquiera recordaremos la simpatía de los lobos marinos.
El problema es el problema Voy a tomar como ejemplo la comedia norteamericana. Desde la aparición de la televisión, el vínculo entre ese aparato y el cine ha sido más que determinante en la comedia que se ha visto en la pantalla grande: desde Mel Brooks hasta Will Ferrell, la gran mayoría tuvo una experiencia previa en la TV. Pareciera como que esa cotidianeidad del aparato televisivo permite un vínculo mayor entre el comediante y el espectador, la cual redundaría en una mayor posibilidad de empatía, algo que se entiende como fundamental en el género. A eso sumemos el carácter repetitivo del humor televisivo, sostenido básicamente en el carisma del comediante de turno y una necesaria recurrencia a latiguillos que instalen un concepto. Sin embargo, no todo debiera ser tan estanco: mucho de ese humor televisivo tenía una fuerte impronta satírica o paródica de géneros cinematográficos: pensemos en El superagente 86 de Mel Brooks o en muchos de los sketches del Saturday Nigth Live. En la cultura norteamericana el cine -industria imperativa- es una estructura ineludible, y si bien existe también el gesto inverso (el cine que se nutre del muestrario de fauna televisiva clase B), esto se da muchas veces en subproductos como la saga de Scary Movie o similares. En la recientemente estrenada Buenos vecinos, por ejemplo, hay una gran secuencia en la que los chicos de la fraternidad de al lado hacen una fiesta temática sobre Robert DeNiro. Sí, aparece el DeNiro de La familia de mi novia, pero también el de El rey de la comedia, una película no tan referenciada de Martin Scorsese y estrenada en 1982, cuando Zac Efron y Dave Franco (los actores encargados de recrear la parodia) ni siquiera habían nacido. Es decir, hay una conciencia de trabajar los géneros a partir de una historia audiovisual y de una memoria emotiva universal. Eso, en definitiva es lo que ensancha el género hasta convertirlo en algo mucho más interesante que una sucesión de chistes. Si hasta en las parodias ochentosas de los ZAZ había una relectura ingeniosa y cariñosa de los géneros y subgéneros del cine. Tal vez el brillo formal no reluzca demasiado en estas comedias, especialmente las paridas a partir de los 90’s, y eso lleve al error de acusarlas de televisivas pero indudablemente tipos como Ben Stiller, Adam Sandler, Mike Myers, Jason Segel, Will Ferrell (y muchos más) son grandes conocedores y consumidores de cultura popular contemporánea, y construyen su obra a partir de la referencialidad contextual constante. En este amplio núcleo hay registro de pop, de kitsch, de comedia romántica, de absurdo, hasta de dadaísmo en buena parte de la filmografía del lánguido, hedonista y superlativo Adam McKay. Si el nivel de la comedia norteamericana actual (salvo horrorosas excepciones) es tan interesante como variado en su registro, esto se debe básicamente a una idea interesante de los géneros, de aprovechar el espacio cinematográfico para la sorpresa constante y de respetar al público con una producción profesional y seria. Todo esto nos lleva a Bañeros 4: los rompeolas, una película que no sólo atrasa un siglo en materia de humor sino que carece de cualquier criterio estético para sostener una propuesta que se presume absurda e infantil, en el buen sentido. Sin embargo, lo interesante es remarcar que aquí -como en la comedia norteamericana- todos y cada uno de los que aparecen en pantalla tienen una fuerte esencia televisiva en el origen de sus carreras. Es decir, el problema no es el dispositivo donde se genera el humor sino una cuestión idiosincrática -a esta altura seguir discutiendo a la televisión desde un lugar tan básico es bastante de señor reaccionario-: ¿de qué y con qué nos reímos los argentinos? ¿Cómo y para qué se hace comicidad? A saber, las referencias culturales que aparecen en la película de Rodolfo Ledo son: Jorge Lanata, Escobar Gaviria, Juan Román Riquelme, Susana Giménez, Moria Casán, Charlotte Caniggia. ¡¡¿Charlotte Caniggia?!! En todos los casos, ni siquiera hay un chiste que funcione con esas menciones: es el bufón de turno cumpliendo con una especie de contrato de imitaciones. Es lo que el espectador de Marcelo Tinelli (no se me ocurre nada más alejado del cine en la cultura popular argentina actual) está esperando. La pobreza discursiva es igual que la pobreza formal de esta sucesión de malas decisiones: no se sabe de qué se está hablando mientras pasa todo lo que pasa en la película, ni -mucho menos- cómo registrarlo dentro de un plano. Los problemas de eje, a esta altura, ya ni deberían preocuparnos, y hasta sería ilógico hacer hincapié en eso dentro de un producto (y con un público) que celebra la berretada, mientras se gastan millones de dólares en publicidad. Incluso, esta Bañeros ha reducido bastante su cuota de homofobia, racismo y misoginia, pero ni eso alcanza cuando hay gente totalmente inepta a la hora de filmar o construir un chiste. Sin embargo, el cine está repleto, y una comunidad erige en ídolo de culto a Emilio Disi, un tipo que ha venido sosteniendo su carrera en un solo gesto: esa mirada, acompañada de un movimiento de manos brusco, que va desde la nuca hasta el culo de la vedette de turno. Creo fervientemente que si la próxima generación de mujeres nace sin culo, se termina buena parte de la comedia televisiva, gráfica, radial, cinematográfica de la Argentina. Muchos se preguntarán -y están en todo su derecho a hacerlo- para qué demonios se cubren estrenos como Bañeros 4. Hay una serie de respuestas a mano: primero, porque no podemos ser prejuiciosos; segundo, porque es necesario remarcar lo mala que es; y tercero, porque viene bien para dejar todo y recuperar cosas como Anchorman, Tropic Thunder, Austin Powers, Happy Gilmore, Cómo sobrevivir a mi novia y un largo etcétera.
La disyuntiva que se plantea desde el principio es cómo hacer una crítica de algo que no es, pues esos casi noventa minutos que dura la proyección de imágenes y sonidos cuyo responsable primero, al igual que en la tercer entrega en el año 2006, es Rodolfo Ledo, es cualquier cosa menos una película. En orden de definirlo como tal debería decir que estamos frente a la mayor afrenta que se le puede hacer a un espectador, no porque haya pagado una entrada al cine, ni siquiera cuando en un par de semanas alquile o compre el dvd, sino a la perdida del tiempo que acarrea el estar frente a la pantalla de lo que sea que no se recupera nunca. En esta ocasión la excusa que debiera ser el puntapié inicial para el desarrollo de la trama, o sea el conflicto propiamente dicho, es de tan poca originalidad, presentación y construcción que terminan lastimando los ojos, los oídos y el cerebro de los que están en la sala observando. Un malvado e inescrupuloso empresario y su hijo intentando apropiarse de un balneario y un aquarium, a fuerza de amenazas y atentados a la propietaria, con el fin de construir en ese predio un casino de proporciones internacionales, tal es el eje de la historia. Mientras el aquarium rinde dividendos, el balneario esta vacío, su encargado (Emilio Disi) ya esta viejo para encargarse de esos menesteres, por lo que debe contratar nuevos bañeros, personajes a cargo de Peña, Villarreal y Granados, a los que se sumará Karina Jelinek, quien sólo a sido incorporada como figura decorativa por su escultural cuerpo, que de seguro no lo hizo lavando ropa, como decíamos en el barrio allá por los años ‘80, década en la que se estreno la primera de la saga, pero que en realidad cada una es una daga en el estomago. Todo es muy malo, particularmente los efectos especiales, de una calidad paupérrima, los objetos y las locaciones que explotan en el plano siguientes se los ve intactos, los intentos de gags, mayormente físicos, no mueven a nada, muy mal realizados, torpeza que quiere ser mostrado como lo que no es. El montaje es otro rubro al que se le puede endilgar el ser lo peor del filme, pero en realidad, éste responde a la ausencia lisa y clara de un guión aunque más no sea esbozado, donde los diálogos están en ese mismo orden, pues intentan ser graciosos y son meras vulgaridades. Llegando al rubro de las actuaciones, para llamarlas de alguna manera, son de lo más execrable que se ha visto en años, ni siquiera Fatima Florez, con las imitaciones que la hicieron conocida, tienen aquí alguna justificación. Sólo se salvan las focas y los lobos marinos, en realidad toda la fauna del aquarium, y decir que estos son lo mejor del filme sería una falta de respeto, pues lo mejor supone una que otra bondad; no son lo mejor, son lo único bueno. Si ha todo esto le sumamos su vulgaridad, su mal gusto, sus horrores narrativos, su misoginia, la cosificación de la mujer, o sea presentar a las mujeres como cosa, su homofobia explicita, su discriminación permanente por el diferente, lo transforma ya no sólo en un muy mal producto sino, al mismo tiempo, peligroso. Por lo cual, y definiendo, se puede decir que esto es lisa y llanamente un insulto a la cinematografía.
Un regreso que termina en naufragio Los nuevos bañeros, junto a una espectacular guardavidas, llegan a las playas de Mar del Plata contratados por la dueña de un balneario para que se enfrenten con un malvado empresario que quiere quedarse con todo el negocio. Con la ayuda de los animales marinos del acuario de la ciudad los bañeros conseguirán salvar la playa y a sus habitantes. El director Rodolfo Ledo no hizo demasiado esfuerzo para perfilar esta incomprensible producción nacional: apostó al entretenimiento fácil sin siquiera tenerle miedo al ridículo. Y el resultado no puede ser peor. Por momentos cuesta creer lo que se ve en la pantalla: una historia inconsistente, narrada a las apuradas y hasta con desgano, con publicidades encubiertas imposibles de admitir en el cine e, incluso, con chistes tan poco elaborados que ni siquiera divierten a los más chicos. Está claro que la franquicia inaugurada en 1987 con “Los bañeros más locos del mundo” está casi muerta, y que esta suerte de regreso improvisado es sólo un intento frustrado de resucitar algo del éxito que consiguió aquella primera propuesta. Esta vez la historia se centra en cuatro empleados de un restaurante que son convocados por el encargado de un balneario, cuya propietaria lo amenaza con despedirlo si no logra atraer a los turistas. Los amigos aceptan el encargo, aunque ni siquiera saben nadar. Mientras tanto, un poderoso empresario intenta apoderarse del lugar. Si bien las películas de esta saga nunca descollaron por sus guiones, algunas de ellas (sobre todo la primera) pudieron cumplir con su cometido de divertir a la platea. Pero esta última producción ni siquiera consigue eso. No sólo porque apela a un humor absurdo, sino porque plantea una estética propia de “ShowMatch” o “Peligro sin codificar”. En consecuencia, los actores deambulan como si estuvieran en un estudio de TV: hacen gestos forzados, gritan hasta la demencia y exhiben todos los vicios de la mala televisión. Mariano Iúdica, en el colmo del delirio, pasea sin vergüenza sus limitaciones como una suerte de galán devaluado. Y Fátima Florez sólo se dedica a imitar -no se sabe bien por qué- a Moria Casán o a Susana Giménez, mientras Karina Jelinek y Luciana Salazar pasean sus atributos sin abrir demasiado la boca. Tal vez por eso los animales del acuario son, sin lugar a dudas, lo mejor del filme.
Vuelven los Bañeros a Mar del Plata con un elenco renovado. Parece que todo comenzó, para transformarse con los años en una saga, cuando el 5 de febrero de 1987 se estrena “Los bañeros más locos del mundo” dirigida por Carlos Galettini y protagonizada por Emilio Disi, Berugo Carámbula, Alberto Fernández de Rosa y Gino Renni. Fue un éxito y el mismo director estrena en 1989 “Bañeros II: La Playa Loca” protagonizada por Emilio Disi y Guillermo Francella. Y la sucede “Bañeros 3: Todopoderosos” (2006) con la dirección de Rodolfo Ledo. Ahora llega esta cuarta entrega, con el mismo director, los mismos guionistas: Salvador Valverde Calvo y Salvador Valverde Freire, y el escenario vuelve a ser Mar de Plata. Desde la primera entrega pasaron 27 años, por suerte todo en el cine va evolucionando y aquello que alguna vez obtuvo un estupendo éxito, no te da ninguna pauta que pueda continuar si no realizas los cambios necesarios. En este caso solo quedan los buenos recuerdos, porque no resulta solo con incorporar algunas figuras que pertenecen al humor televisivo, con gags viejos, apolillados y trillados, chistes con los que resulta muy difícil sacarle una sonrisa al espectador, explosiones que resultan al estilo “Los super agentes”, berretas y con olor a naftalina (recordar que nos encontramos en el 2014), diálogos vulgares y chabacanos, escenas incoherentes, sin sorpresas, con un montaje malo y carente de guión. La historia es demasiado sencilla.Un malvado empresario envía a su hijo (Nazareno Mottola) a negociar para quedarse con el “Aquarium” y construir un importante casino. La propietaria del lugar (Fátima Florez), quien tiene serios problemas con el encargado del lugar (Disi) que no hace mucho para conseguir que lo visiten muchos turistas y para eso llama a sus amigos como bañeros (Villarreal, Iúdica, Granados y Pachu Peña) a ellos casualmente los despidieron de un restaurant de una china (Florimonti) que los persigue porque le destruyeron el local y quien se incorpora al balneario y sabe nadar es el personaje de (Jelinek). Participan sin sobresalir: Stefanía Xipolitakis, Daniel Araoz y Paolo "El Rockero". Si hablamos de las actuaciones: Emilio Disi con sus 71 años a cuestas y mucha experiencia intenta sacarla a flote, Fátima Florez y Freddy Villarreal no la salvan ni con sus imitaciones (por el lado de Fátima: Susana Giménez, Moria Casán y Charlotte Caniggia. Por el de Freddy: Riquelme, Escobar Gaviria y Lanata). No actúan, ellos se divierten y la pasan bien en la Feliz: Mariano Iúdica (siempre igual), Pablo Granados (se pasa toda la película comiendo frutas), Pachu Peña (sin ideas), Gladys Florimonti (interpreta a una china y aparece muy poco, similar al personaje Zulma de Tinelli), Karina Jelinek y Luciana Salazar (dos mujeres que lucen su cuerpo siempre en malla). Lo mejor del film lo constituyen: los lobos marinos, los delfines, entre otros animalitos, buenos sponsor y puede funcionar con un buen marketing. Contiene imágenes de la pintoresca Ciudad de Mar del Plata, bellas mujeres, con más de 200 salas en todo el país y se estrena cerca de las vacaciones de invierno.
"Una película anacrónica". Escuchá el comentario. (ver link).
Hay una afirmación en el cine que hace Rodolfo Ledo, y principalmente cuando es por encargo, casi tan antigua como la propia industria fílmica, y es la de aprovechar algunos elementos consabidos y consagrados de un determinado momento para construir una pseudoficción que se basa en la nostalgia pero que no termina de cuajar por ningún lado. No es que “Bañeros 4: Los Rompeolas” vaya a ser la excepción a esta regla, al contrario, una vez más afirma que la saga derivó en un cine que no es cine y que así y todo llevará hordas de público, vacaciones de invierno mediante, y que respaldará un producto que sólo podría pensarse para otro formato y soporte. Cuando en los años ochenta Argentina Sono Film lanzó la primera “Bañeros…”, existía una necesidad de recuperar un género que en exponentes como “Los cuatro grandes del buen humor” permitían el desarrollo de productos familiares industriales, pasatistas, y que se exhibirían durante los recesos (invernal y estival) con gran respuesta del público.A “Los Bañeros más locos del mundo” la precedían las dos primeras entregas de “Brigada Explosiva”, con el mismo equipo, que luego continuaría en dos aventuras más, hasta arribar a la secuela de Bañeros que comenzaba una nueva historia desde cero. Luego una serie de derivados como “Extermineitors”, y, más acá en el tiempo, toda la serie de filmes protagonizados por Guillermo Francella en clave desaforada (“Papá se volvió loco”, también de Ledo es su máximo exponente). Si en la primera “Bañeros…” la ingenuidad e inexperiencia de alguno de sus protagonistas terminaban por generar cierta simpatía por la historia (malos bañeros que a fuerza de engaños lograban conseguir un trabajo), en “Bañeros 4” no hay espacio para la empatía porque todo lo naif se pervierte y se corrompe. Porque no es que “Bañeros…” no cuente nada, hay una premisa que dispara cuando un malvado empresario llamado Olaf Larsen, junto a su torpe hijo (Nazareno Mottola) intentarán apropiarse de un parque acuático y un balneario para construir un megacasino. Chiara (Fátima Florez), la dueña del lugar, no sabe nada del malvado plan pero decidirá aumentar la dotación del balneario (negocio que nunca prospera) para evitar caer en crisis por lo que le sugerirá al “gerente” de la playa (Emilio Disi) que rápidamente pueda conseguir empleados. Emilio se pondrá en contacto con su grupo de ex ayudantes (Mariano Iúdica, Pachu Peña, Freddy Villarreal, Pablo Granados), que antes de destrozarlo, trabajan como cocineros en un restaurante chino de una mujer (Gladys Florimonte). A ellos se sumará Karina Jelinek (que se ríe de si misma todo el filme) y entre todos intentarán recuperar el tiempo perdido, remozar la playa y luego impedir que Larsen se qude con todo. Pero esta premisa se difumina con el correr del metraje, por lo que asistiremos a un eterno sketch de algún viejo programa cómico y que en su eterna repetición llega a generar alguna sonrisa, pequeña y medida. Ledo deambula entre un slapstick básico, gags salidos de la revista Condorito, malos encuadres y la utilización de imágenes de la naturaleza para empalmar el pastiche que poco a poco se va armando. Los actores hacen lo que pueden con el material, y salvo Fátima Florez que aprovecha para mostrar una serie de personajes de su espectáculo con dignidad, en algunos casos se nota un esfuerzo por quitarle protagonismo a los demás (la puja entre Pablo Granados y el debutante Mariano Iúdica es innegable) generando una sucesión de estancos inconexos entre sí. “Bañeros 4…” atrasa, y mucho, pero no al cine del que obtuvo sus premisas, sino que a todo lo malo que uno desea que sea extirpado de una buena vez por todas de la pantalla nacional, a saber: la cosificación de la mujer, las bromas discriminatorias y sexistas, y un estilo de realización que sólo reproduce imágenes sin ideas ni conceptos.
Nos acercamos a las vacaciones de invierno y el cine familiar nacional comienza lentamente a preparar su lineup para captar la atención del público. Dentro de ese espectro, hablamos de una cinta que retoma una saga que creimos cerrada en su tercera entrega, dado que pasaron unos cuantos años desde la últina. A pesar de haber llevado más de 1 millón de espectadores a sala (en 2006, "Bañeros, todopoderosos"), se notaba que la franquicia necesitaba un nuevo enfoque para prolongarse en el tiempo. Luego de que este año tuvieramos la reedición digital y en 3D de la primera, regresa la banda de la última entrega, conformada por Emilio Disi, Pachu Peña, Pablo Granados y Fredy Villarreal a sus andanzas marplatenses, como en los viejos tiempos. Detrás de las cámaras encontramos otra vez, al talentoso Rodolfo Ledo, hombre que sabe mucho de televisión (ha hecho programas como "Socorro quinto año" que promediaba más de 30 puntos en su mejor época) . Si bien muchos discuten su capacidad, lo cierto es que hizo suficientes éxitos para demostrar que conoce de propuestas ATP. En esta oportunidad, trabaja sobre un guión de dos Salvadores: Valverde Calvo y Freire, (el primero es una leyenda con 47 desde la recordada "Quiero llenarme de tí", con Sandro en 1969!!!) y lo primero que hay que decir es que no han modificado la columna vertebral que tuviera tanto éxito (lo cual, anticipamos, no es positivo). Respetaron la estructura de las anteriores para posicionar "Bañeros 4", en esa línea. Digamos entonces que los fans saben que tipo de propuesta encontrarán. Nada nuevo bajo el sol. No hay que buscar en esta saga un libro atractivo, actuaciones convincentes ni humor inteligente. En cambio, se ofrecen gags físicos, cuerpos exuberantes (Luciana Salazar y Karina Jelinek)y mucho clima de fiesta. La historia es casi una anécdota. Nuevamente un balneario, un grupo de amigos que no sabe ni siquiera nadar (siendo "Bañeros") trabajando en él y esta vez, una amenaza de destrucción del lugar si no venden en combo, rápido y con descuentos, las instalaciones y un acuario lindero, propiedad del personaje que juega la imitadora del momento, Fátima Florez. En el desarrollo de la trama aparecerán situaciones con explosiones (no muy bien logradas, debemos decir), diálogos grupales que arrancan alguna sonrisa aislada, varias secuencias en Aquarium con lobos y focas y el clásico ritmo narrativo que evoca productos con poco vuelo, similares a los de la década del 80'. Punto a tener en cuenta: el elenco (excepto Iudica, muy popular en estos años) no tiene tanta exposición televisiva como antes (los comediantes, decimos) y quizás a esta franquicia le cueste más llevar público a las salas. Igual, al elenco no parece preocuparle. Se divirtieron rodando la cinta y eso se precibe al ver "Bañeros 4". Es difícil recomendar este estreno familiar, ya que si nos ponemos serios, hay flaqueza argumental en la realización y una concreción simple y sin sorpresas que no logra poner esta entrega a la altura de (por lo menos) las dos primeras. Destacamos a Nazareno Móttola como el mejor en un cast desparejo y poco propenso a arriesgar en pos de hacer algo original y jugado. Si viste las anteriores y te gustaron, probablemente hasta pases un buen momento. Pero para el resto de los espectadores que no haya sido así, debemos decir que no es una propuesta que patee el tablero u ofrezca diversión garantizada. Estos bañeros están lejos de su mejor forma...De todas maneras, la elección es tuya. Discreto retorno (y un poco menos también).
Lo que más molesta a este crítico es que ser veraz y sincero con sus propios sentimientos lo vuelque -necesariamente- al lugar común. Bañeros... es un compendio de gags televisivos sin demasiada gracia, de risa basada exclusivamente en la burla, y de señoritas tratadas como reses. Pero lo peor reside en pensar que a los niños les atrae todo eso, cuando las nuevas generaciones suelen reír y llorar con las sofisticaciones de Frozen. Lo más ofensivo del film, pues, reside en esa subestimación.
Secos en ideas, ahogados en mediocridad. En ciertas formas, Bañeros 4: Los Rompeolas (2014) se asemeja al contenido de una cápsula del tiempo. Pero, al contrario de los elementos icónicos de una época que son metidos ahí, esta “película” (término técnico) más bien recuerda a ese caramelo o dulce que siempre mete alguien a escondidas, porque entonces le sabe bien. Lo que no pensó es que, tras tantos años, el dulce se gastó y pudrió, y todo lo que queda es un insípido pedazo de comida vencido que incluso hacía daño en su momento original. Suena duro, pero la prueba viviente del estado actual del chiste en el país es la defensa a las películas de esta franquicia. Es la marca del cine picaresco, esa que aún en 2014, nos obliga a aclarar una y otra vez que no, no es que toda la comedia tiene que ser como Monty Python y Les Luthiers sino que, fuera de las personalidades de sus estrellas, el tipo de propuestas entregado a nosotros en exceso desde los años ochenta no resiste como historia o pieza desarrollada de humor. Pero de nuevo, vienen los argumentos del placer culpable y de la conexión de estos vehículos de chistes en formato de films con la identidad argentina, haciendo que la ironía y el patriotismo se vuelvan la excusa del éxito. O, en el presente, del marketing. ¿Y en dónde quedó el humor picaresco ahora? Todo podría resumirse en la mirada perdida y cansada de Emilio Disi o el look moribundo de Paolo el Rockero, únicos miembros del elenco original en regresar para esta última entrega, aunque en una menor capacidad que antes. Sí, incluso el tipo cuyo rol es un cameo de un hippie que choca con algo está demasiado desganado para esto. Con ellos idos, el foco cae de nuevo en Pablo Granados, Pachu Peña y Freddy Villareal, protagonistas de la anterior entrega, que vuelven a hacer respectivamente de… Pablo, Pachu y Freddy. Siempre es una mala señal cuando nadie se molesta ni en ponerle nombres a los personajes; más aún, cuando no tienen personalidad; definitivamente, cuando lo único que hacen es pararse a improvisar chistes que se pueden ver gratis en televisión o Internet, en lugar de un cine por 60 pesos. En una crítica cualquiera, este sería el momento donde uno relata el argumento de la producción. Hay un problema: acá no existe. Claro, alguien podría decir que se trata de como el trío es llamado por Emilio de nuevo para ser bañeros en Mar del Plata, mientras el balneario vacío que custodian es amenazado por un mafioso con la imparable fuerza de 15 patovicas. Pero eso sería una broma (y no intencional), porque nadie involucrado parece darse cuenta de esas pequeñas cosas llamadas trama y personajes, las cuales son pasadas por arriba o, eventualmente, usadas de excusa para pasar de un show del chiste al siguiente. La atención también se va a los nuevos miembros del equipo. Por un lado, aparece Mariano Iúdica, haciendo de Mariano, un compañero del grupo que se les une para correr y gritar por las playas para toquetear chicas o tirar remates que serían rechazados hasta en Sin Codificar. Poco después surge Karina Jelinek (haciendo su debut cinematográfico como… no es necesario darles pistas), cuya única razón por estar frente a la cámara haciéndose clara en su introducción, corriendo como muñeca de cera con pilas a salvar a alguien en cámara lenta y usando un traje de baño rojo de una pieza. Así es: pasaron 23 años, y el director Rodolfo Ledo piensa que aún es gracioso referenciar a Baywatch. ¿Qué más esperar del mismo cineasta que inició su terrible ópera prima, Papá Se Volvió Loco, con una secuencia de títulos hecha con la fuente Comic Sans? rompeolas4 La falta de preocupación sigue con Nazareno Mottola, el mismo que antes mostraba promesas con esas graciosas cámaras ocultas de Videomatch en las que hacía de un alumno propenso a los accidentes, volviéndose la pesadilla de profesores de educación física. Pero, en lugar de mostrar su adepta habilidad física (que, en manos de un director competente, podría explotarse), el tipo se une al circo de golpes cantados y desenlaces predecibles. Se olvida, como el resto de los comediantes en pantalla, de que lo hilarante es cuando alguien desprevenido se resbala con la cáscara de banana, no cuando uno agarra la cáscara, la muestra ante todos, se tira encima de esta y consigue un garrote para pegarse de paso. ¿Dónde está la gracia de la sorpresa al pasar un minuto viendo un plano fijo de un tipo distraído con una sombrilla en la playa detrás de una estereotípica pareja tranquila, si ya sabemos de memoria lo que va a pasar? ¿Cuál es el gusto de ver a Gladys Florimonte haciendo una imitación china tan clicheada y racista que hasta Mickey Rooney la desaprobaría desde el más allá? Hablando de obviedades, las adiciones actorales cierran con Fátima Florez, que hace de la dueña de un acuario (más de eso en un momento) y la jefa de los bañeros, que cuando no grita como si estuviera haciendo una mala imitación de mamá de sitcom, se dispone a hacer imitaciones baratas de Moria Casán y Susana Giménez. Y no es la única: además, Freddy se pone media capa de maquillaje (o una máscara comprada en Once, es el mismo efecto) para hacer de Jorge Lanata, Juan Román Riquelme y, en una sorpresa, Pablo Escobar. La innovación del humor para toda la familia, damas y caballeros. De nuevo, esto es lo que te dan por 60 pesos: un elenco que, por momentos, hace que la interpretación de Mónica Gonzaga en las películas de hace décadas se vea como una de Norma Aleandro por comparación. Leyendo estas líneas, alguien ya podría estar pensando una frase como “Pero si es una película para la familia, no hay que ser severo”. Error. Esto es un producto, así de simple, y si uno quiere mantener su familia sana debe mantenerla lo más alejado posible de esta abominación impresa en celuloide. La prueba mayor de esto es la muestra de prostitución en pantalla: no física, sino publicitaria. Tomando lugar durante una buena parte en Aquarium, el argumento le hace lugar al show de delfines, lobos marinos, focas, pingüinos y más, planteando una ácida contradicción: la del acuario, amenazado por el mafioso antes mencionado, como centro defensor de animales, no como la cárcel que es considerada desde hace bastante. Es lamentable la vida de un animal marino: un día te encontrás en paz con tu familia en la naturaleza del sur del mundo, y antes de que te des cuenta estás forzado al encierro, a la vida artificial, a los trucos y a hacerle frente a las bobadas que dice el monstruo de Frankenstein de populismo tinellista que es Iúdica. Y no es el único chivo. En el solitario momento gracioso de la producción, una escena de diálogo en la ruta es pausada de la nada para darle paso a una toma detalle en cámara lenta del logo en marcha de un micro Plusmar. Nadie lo menciona, no se repite. Es un oasis bizarro. Lástima que las carcajadas no son por causas intencionales. rompeolas9 De nuevo, ¿qué esperar de una producción apurada hace tres meses, con el único objetivo de lucrar con el tedio parental durante las vacaciones de invierno? ¿O qué esperar de Ledo? Ya demostró una y otra vez su incompetencia pero, aún llegando al fondo del pozo, parece que decidió llevar una pala para cavar más profundo. Fallando en tareas tan triviales como ubicar una cámara o establecer continuidad entre toma y toma, ni siquiera preocupándose por la musicalización o hacer que una explosión se vea real (para los que cuentan, son tres reales y el resto se ve peor que Sharknado), el equipo técnico sólo parece estar ahí para apuntar el lente y el boom mientras el elenco vagamente recurre a la serie de trucos del momento, incluyendo la inserción deplorable de cameos con figuras mediáticas salidas de la última temporada de Bailando por un Sueño, referencias a Violetta y las selfies, o una imitación a Charlotte Caniggia. Si se preguntan “¿Quién?”, ya sabrán porque el chiste no funciona. Y si uno puede visualizar un ápice de lamento en Ledo y los guionistas, Salvador Valverde Freire y Salvador Valverde Calvo (busquen sus filmografías y entenderán todo), sería la pena por no haber poder metido menciones de Preguntados, o a alguien cantando “Brasil, decime que se siente”. Para el momento en donde Villareal y Iúdica agarran los peores disfraces posibles para, les juro que es verdad, imitar a los amarillos minions de Mi Villano Favorito, el daño es tóxico. Si el único logro de Bañeros 4 es ser tan olvidable como para contrarrestar lo ofensivamente mala que es, el debate de siempre arruina su intención. Deplorable hasta para un film de la saga (al menos los otros ponían algo de atención en los aspectos básicos narrativos y fílmicos), este pedazo de basura de hora y media prueba como la mayoría del género picaresco no es un símbolo del cine popular, sino su destructor. Nadie nos salva de esto, excepto nosotros.
Bañeros 4 es un filme que parece hecho a las apuradas, con un guion improvisado, que no tiene efectividad y que es una mancha en el currículum de los actores, especialmente de Emilio Disi, que es un grande que está súmamente desaprovechado. Tiene el peor pecado de una comedia, no es graciosa. Muchas veces cuando un filme para ser gracioso es rídiculo o estúpido y funciona, puede ser una buena comedia; pero si no da gracia, solo queda la ridiculez y la estupidez. Escuchá la crítica radial completa en el reproductor debajo de la foto, que dicho sea de paso, no es muy amable con el filme.
La decadencia de la tv en el cine Lo único que pude sentir cuando miraba esta bazofia era vergüenza ajena y un poco de tristeza. ¿Dónde quedó la gracia del groso de Emilio Disi? ¿En qué lugar se olvidaron la picardía del buen humor argentino? En esta nueva entrega de los bañeros, Disi parece estar drogado durante todo el film y realmente hace el ridículo, pero no de una buena manera. Ni hablar de las ausencias fuertes como Guillermo Francella, Berugo Carámbula y Gino Renni que fueron sustituidos por ese grupo de comediantes, salidos del universo Tinelli, que no pudo llevar adelante el film de manera digna y salvarlo del ridículo total. Por otro lado, si bien no soy para nada fan del humor que hacen Pachu, Pablo, Fredy y Iúdica (?), en los programas de TV en los que participan, resultan mucho más divertidos y naturales que en esta película, con menos estructuras infantiles a la hora de hacer reír. Acá están totalmente duros, sin nada de gracia y con chistes tan pero tan estúpidos que dan vergüenza ajena, como si al guión lo hubiera escrito un viejo nerd en completo estado de ebriedad. He visto varios programas con gags de Pachu y Pablo, y acá se puede divisar claramente que hubo personas que los limitaron y los pusieron a hacer un humor que les queda muy mal. Lo de Nazareno Móttola ("Peligro: Sin Codificar") fue realmente ridículo también, con muchas limitaciones a la hora de hacer reír. Completan el reparto principal Fátima Flores, haciendo lo mismo que suele hacer en TV, imitar gente famosa, y Karina Olga Jelinek haciendo lo que mejor le sale, hacerse la tonta. Además hay algunas breves intervenciones de Belén Francese, Paolo "el rockero" y Daniel Aráoz en un rol para el olvido. Desde lo visual, imagínense algo verdaderamente choto y sin una pizca de calidad... a eso multiplíquenlo por dos y van a tener como resultado "Bañeros 4: Los Rompeolas". Es realmente un trabajo que atenta contra el avance que viene experimentando el cine argentino, sobre todo en el rubro comedia, que no es uno de los más simples justamente. En conclusión, es ridícula, infantil y para nada divertida. No pude encontrar casi algún chiste gracioso y sentí mucha vergüenza ajena. Por favor, no sigan arruinando una saga que más allá de no haber sido de lo mejor o más inteligente del cine argentino, había logrado un lugar como clásico del género y supo ganarse al espectador. Seguir haciendo films de este tipo no hacen más que arruinar la reputación de la comedia argentina. Lo peor en lo que va del año.
El horror, el horror Cinco minutos alcanzan para descubrir la combinación de elementos que hace que Bañeros 4: los rompeolas se convierta en una experiencia insoportable. ¿Por qué motivo un ser humano permanece en la sala para ver todo lo que sigue? Todo es particularmente berreta, pero sin el encanto del un cine clase B. La calidad de las imágenes, lo insufrible de las situaciones, el estilo de actuación que sería malo aun en un sketch de segundo línea de televisión, todo conspira contra la tolerancia del espectador. En pocos minutos se vuelve a recuperar también el estilo onanista, donde los protagonistas hacen chistes con respecto al cuerpo femenino que hace cuarenta años ya eran insultantes. Todo está mal en la película. No es aceptable la excusa de que se trata de un entretenimiento pasatista. No es pasatista destrozar el cerebro humano con este insulto pseudo cinematográfico. Algunos actores hacen un esfuerzo más sincero por producir humor, otros están entregados a un humor de estudiantina. Dirección de arte y vestuario son tan malos que hasta se han ganado una oración destacando lo horrible que son. El cine argentino ha dado mucho cine popular y divertido, no es excusa alguna ser popular o divertido para arremeter de esta manera contra el lenguaje del cine. El humor es agresivo, es inusualmente violento, como lleno de enojo. Algunos de los varios malos comediantes que aparecen en la película no solo no son graciosos, sino que están cargados de gran agresividad. En ese aspecto esta película es la más molesta de todas las infames películas de los bañeros que se han hecho hasta la fecha. La taquilla que ha tenido esta película amenaza con más, pero creo que ya nadie debería acercarse a verlas. La cereza del postre es la doble presencia de las publicidades dentro de la película. Por un lado, con largas secuencias sin sentido para mostrar alguna marca, y por el otro la presencia de toda clase de productos en planos también ridículos para cerrar los canjes que han tenido con cada una de las marcas. Donde no hubo canje, las marcas están forzadamente borradas. Nunca hubo una película buena de Bañeros. El haber hecho un culto de esta clase de sub productos es lo que le abrió la puerta estas cosas. ¿Por qué estas películas son consideradas para chicos? Otro misterio a resolver. Una buena noticia es que hay muchos gags con animales, lo que nos ahorra algunos minutos de diálogos humanos que son una tortura. Hay algunas escenas malas, otras pésimas y otras, sinceramente, incomprensibles.