Beata Ignoranza es un film del comediante Massimiliano Bruno. La comedia sucede entre los profesores del secundario Filippo y Ernesto. Filippo es un profesor de lo más serio y severo, intelectual y antiguo. Ernesto al contrario, de lo más desfachatado y atrevido, pasional e ignorante. Entre estos dos personajes de desarrolla la historia de una familia fuera de lo habitual. Tras un inconveniente entre ellos que es expuesto por la tecnología celular, la hija de ambos decide realizar un documental. Basándolo en la relaciones modernas de Internet en dónde prevalece la tecnología y no lo humano. Filippo (Marco Gilliani) y Ernesto (Alessandro Gassman) se descubren padres de la misma hija. Uno la crió y el otro le dio la genética. En esta relación, que se podría decir atípica para las relaciones establecidas como convencionales, se evidencian los distintos tipos de amor por una hija y hasta una misma mujer. Con tomas clásicas y estereotipos de galanes y de ‘hippes fumones’, el film relata la historia de amores discontinuos atravesados por la tecnología. Dejando una refelxión sobre la humanidad y la “comunicación” que suponen esas “charlas tecnológicas”. Un film con algunas reflexiones sobre la actualidad, pero que en el tono de comedia -que podría ser devastadora- no profundiza y se queda en pequeñeces que buscan la risa sin sentido. Muestra una Italia distinta, no turística, dónde no se muestra la torre de pisa y el coliseo. Una Italia cotidiana, en donde el transcurso de los días, si bien pasa por los celulares, no pasa por la capital y los lugares trillados. Un film que recorre las relaciones atípicas, desde amorosas hasta comunicacionales, para reflexionar sobre algunas y divertirse sólo el rato en que las imágenes nos distraen.
Beata Ignoranza, de Massimiliano Bruno Por Marcela Barbaro El análisis que provoca el avance tecnológico en la comunicación posmoderna forma parte de la agenda de temas que analiza su impacto social. Hoy, más lejos del papel y más cerca del soporte digital, la forma de interactuar con el mundo cambió radicalmente. No estoy diciendo nada nuevo, ni nada que uds. no sepan. Para algunos el uso de la tecnología (redes, chat, e books, iphone, etc.) es un salto cualitativo e inclusivo y, para otros, es una forma de retroceso y exclusión que termina aislándolos, hasta de ellos mismos. Beata Ignoranza “Feliz ignorancia” del actor, guionista y director italiano Massimiliano Bruno (Viva Italia, Confundido y feliz) habla justamente de los nuevos hábitos comunicacionales a través de la historia de dos amigos, que son profesores de secundario y difieren en el uso y utilidad de las redes sociales. Ernesto es un hombre tradicional, enseña literatura y no tiene ni computadora. Filippo vive a través del smarthphone y enseña matemática desde el teléfono. Ambos, compartieron el amor de una mujer que terminó por distanciarlos. Después de 25 años se reencuentran y la convivencia no será nada fácil. Para unirlos, Nina, la hija de Ernesto, realiza un documental sobre el uso de la tecnología (con ellos como actores) donde deberán invertir sus roles y comprobar cuánto los modifica. Massimiliano Bruno maneja bien el tono de comedia, el uso de los gags, el timming en los diálogos, el histrionismo en la interpretación, el lenguaje corporal, y hasta la musicalidad de ciertas palabras que favorecen al desarrollo del género. La película se construye a través de un collage de tiempos y espacios, como de diversas situaciones que favorecen el “juego de opuestos” de sus protagonistas, quienes en varias ocasiones actúan y comentan frente a cámara, incorporando al espectador en la disyuntiva que se plantea. El lenguaje autorreferencial se refuerza con el documental (que se está haciendo), en una suerte de diálogo de cine dentro del cine que funciona como recurso narrativo. “Hace cuatro años, escribí un post quejándome de que tenía cada vez menos tiempo para mis pasiones y dedicaba demasiado tiempo a la tontería on line, comenta el director. Yo había caído en la trampa; Me había convertido en una de esas personas que leen menos libros, que van menos al teatro, y que pasan cada vez menos tiempo en la reflexión solitaria hasta que entré en crisis. Esto es lo que pregunta mi película: ¿te sientes mejor on line u off line? ¿Quién eres en realidad? ¿Eres tu o su alter-ego? ¿Le da más importancia a sus verdaderas derrotas o sus éxitos virtuales?”. Si bien el nudo del relato parte de esa problemática, se desvía y se diluye en torno a la relación con el personaje de Nina, para subrayar la dificultad de los vínculos y las responsabilidades familiares, pero no lo hace dramatizándolo ni tomándolo muy en serio. En realidad, nada se toma muy en serio en Beata Ignoranza donde hay momentos agridulces, situaciones algo forzadas y exageradas que van definiendo como una comedia entretenida con algunos remates ocurrentes y una buena dupla de actores que acompaña. En definitiva, la reflexión sobre el abuso de la tecnología inicial, se aleja del tono maniqueo mientras los protagonistas cantan Isn’t she lovely de Steve Wonder. BEATA IGNORANZA. Beata Ignoranza. Italia, 2017. Dirección: Massimiliano Bruno. Guión: Massimiliano Bruno, Gianni Corsi, Herbert Simone Paragnani. Intérpretes: Marco Giallini; Alessandro Gassmann; Valeria Bilello; Carolina Crescentini; Teresaa Romagnoli; Giuseppe Ragone; Malvina Ruggiano. Fotografía: Alessandro Pesci. Duración: 102 minutos.
¿Idea o fin? La comedia italiana se caracteriza por saber captar los tópicos de moda en la sociedad actual. De ese modo las últimas estrenadas en Buenos Aires, ¡No renuncio! (Quo Vado?, 2016) y La hora del cambio (L’ora legale, 2017) hablaban del particular momento que viven los empleados públicos por un lado, y los aires de renovación política por el otro. Beata Ignoranza (2017) toma la discusión en torno a la utilidad de las redes sociales como tema. Un profesor tradicionalista (Marco Giallini) tiene un fuerte discurso anti tecnología tanto en el aula como en su vida privada. Un buen día aparece en el colegio donde da clases su contracara: un profesor que hace uso y abuso de las redes sociales en el aula (Alessandro Gassman, hijo de Vittorio Gassman), tanto para las actividades curriculares como para fomentar las relaciones sociales. La película no se conforma con el choque de discursos antagónicos sino que además, ambos profesores arrastran rencores de antaño: la disputa por una mujer que les dejó una hija (Teresa Romagnoli), criada por uno pero hija biológica del otro. La chica los obliga a poner en funcionamiento sus extremistas teorías en el otro, lo que ocasiona infinidad de gags. La película de Massimiliano Bruno utiliza un humor histriónico acorde a las otras propuestas cinematográficas mencionadas, funcional en los buenos gags pero que deja en evidencia aquellos chistes que no causan gracia. Un humor de raíz televisivo que no siempre encuentra su mejor versión en la pantalla grande. Sin embargo, la idea es interesante y pone sobre la mesa el debate de las nuevas tecnologías mediante el uso de extremos. Estereotipos eficaces (es la misma dupla protagónica de Si Dios quiere) para poner en evidencia el contraste de criterios. La resistencia docente al uso de las nuevas tecnologías como herramienta didáctica y, por el otro lado, la dependencia que generan e incluso banalizan la vida diaria y la educación. Beata Ignoranza es una simpática comedia familiar que trae buenas ideas. Tal vez la pregunta es si el film se conforma con tener un buen planteo o pretendía llegar hacia algún destino con su relato. Todo parece indicar lo primero.
El título en traducción literal es “alegre o bendita ignorancia”.se trata de una comedia que primero se perfila como una crítica hacia la utilización de las redes sociales en clases, relaciones, que producen reales adicciones. Y una trama que sobrevuela la rivalidad de dos amigos en amores, paternidad, profesorados y cambios. Como si eso fuera poco la realización de un documental dentro de la trama sobre la dependencia al celular y sus redes. Liviana y poco cuestionadota muestra cómo el más moderno se vuelve conservador y el tradicionalista aligera sus argumentos. Con un mensaje final a favor de las mentes más integradora: madres solteras, hijos con un padre biológico y otro del corazón, nietos en la misma condición. apoyada en un dúo de actores de probado éxito como el que forman Marco Giallini y Alessandro Gassman. Amable, medianamente graciosa.
Vínculos familiares en la era digital Como ha sucedido desde su explosión creativa a fines de los 50, la comedia italiana ha leído en clave satírica el devenir de los cambios sociales: la posguerra, el milagro económico, las migraciones, la crisis de los ideales, y ahora el impacto social de la era digital y las trasformaciones de las relaciones personales. Esos escenarios complejos y cambiantes siempre demandan reflexión, y también un poco de saludable ironía. A veces con sutileza e inventiva, otras con algo de gracia y bastante de oficio. Este es el caso de Beata ignoranza, escrita y dirigida por Massimiliano Bruno, que propone un juego de opuestos entre dependientes y resistentes de las tecnologías, entre modernos y conservadores, entre aprendices y educadores, siempre con el ánimo de iluminar algunas contradicciones del presente y reírse de otras. Ernesto (Marco Giallini) y Filippo (Alessandro Gassman) son dos profesores de secundaria que se reencuentran después de 25 años de silencio, rencores y una mujer perdida. No pueden ser más distintos: Ernesto tiene un Nokia del 95, lee poesía y anhela el tiempo perdido; Filippo es un millennial de alma, fan de las redes sociales y de las relaciones sin compromiso. Las viejas disputas y las nuevas reflexiones sobre verdades y responsabilidades se despliegan en un tono nada solemne, sin deslumbramientos, pero con algunos gags logrados, confirmando que la comedia italiana no está en su mejor momento, pero sigue resistiendo.
Otra grieta, en comedia italiana Tiene un humor algo burdo y exacerbado, con protagonistas unidimensionales. Hete aquí el cine, la comedia italiana que a veces no sale de las fronteras de la península, por localista o porque en verdad es de un humor básico y elemental. Pero Beata ignorancia lo logró, y hoy estrena en menos de diez salas en la Argentina. La trama, que se alarga como esperanza de pobre, tiene a Ernesto (Marco Giallini, Rocco en Perfectos desconocidos, el gran éxito del cine italiano de estos tiempos, y tal vez una razón del estreno local de esta película), un profesor en un colegio al que llega uno nuevo, Filippo (Alessandro Gassman, hijo de Vittorio y visto en Il nome del figlio, entre otras). Son el agua y el aceite, River y Boca, Macri y Cristina, pero la grieta viene por un pasado que, para los probables espectadores, quizá no convenga revelar. Ernesto es algo así como un tradicionalista, un tipo que se ufana de seguir usando su celular de los años ’90, que vive alejado de la tecnología moderna y de la Internet, mientras que Filippo no entiende la vida (ni la vida de relaciones) sin la web. “Los smartphones son la extensión de sus cerebros”, les dice casi como en un sermón a sus alumnos, quienes, por supuesto, lo aman. Pero hay algo que no funciona en esta dicotomía, en estos opuestos tan, pero tan diferenciados. Y es que el relato se hace ostensiblemente extenso cuando ya no había nada para seguir tirando de la historia. Y entonces toda la buena onda que desde la platea uno le pone al asunto, termina perdiendo interés, y el tedio le gana por cansancio. Humor algo burdo, exacerbado, y no mucho más es lo que ofrece Beata ignorancia, con personajes secundarios que no son más que satélites. No hay construcción de ellos ni de los protagonistas, que son como unidimensionales. Más básico que el catenaccio en el fútbol.
Comedia dramática apta para todo público. Quinto largometraje del comediante y realizador Massimiliano Bruno y tercera colaboración con Alessandro Gassman –estrella por derecho propio, más allá del obvio pedigrí–, Beata ignoranza es fiel representante de la línea industrial/comercial del cine italiano contemporáneo, en su vertiente comedia dramática (o drama cómico) apta para todo público. Como tal, en su trama sobre conflictos familiares entrelazada con el enfrentamiento socarrón entre dos métodos educativos (y formas de vida) conceptualmente opuestos, tienen cabida desde la gracia de ocasión hasta la crisis parental profunda, pasando por una obvia “crítica” al abuso de la tecnología y las redes sociales. A pesar de la cal y la arena (o la sal y el azúcar) aplicados en dosis semejantes, el resultado final dista bastante del equilibrio, aunque la gracia natural de Gassman y el aplicado mantenimiento de algo parecido al estoicismo por parte del experimentado actor Marco Giallini logran parcialmente su cometido, especialmente cuando el guion escrito a seis manos se corre un poco de la estructura de lo previsible y lo trillado. Ernesto (Giallini), profesor de lengua adusto y aplicado –al punto de matar de aburrimiento a sus alumnos con el recitado de poemas–, vive de manera algo ermitaña luego de la muerte de su esposa, lejos de las computadoras y teléfonos celulares (el televisor sólo se prende una vez al año, durante el discurso presidencial de balance). Filippo (Gassman), en cambio, vive pendiente de los likes en su muro de Facebook y utiliza en las clases de matemática una app personalizada que resuelve las ecuaciones de manera automática. Que ambos compartan en el pasado un amor romántico en común es apenas uno de los puntos conflictivos del presente, coronados por la presencia de la hija de ambos (biológica en un caso, de facto en el otro), una joven documentalista dispuesta a llevar a la pantalla la apuesta más inesperada. Y el gancho conceptual del relato: el techie vivirá un tiempo sin tener contacto con el mundo online; el otro deberá obligarse a estar conectado constantemente. Ese es el punto de partida para varias secuencias cómicas –ligeramente eficaces algunas, no demasiado brillantes las otras– y, al mismo tiempo, la piedra basal de la posibilidad no sólo de la comprensión mutua sino, incluso, de la convivencia armónica. Porque, al fin y al cabo –como cualquier espectador puede intuirlo– ni darle la espalda por completo a las nuevas tecnologías es una “bendita ignorancia” (de allí el título) ni la ubicua conectividad encarna en panacea de todos los males personales y sociales. Obviedad que al film le lleva sus buenos cien minutos ratificar, abriendo y cerrando sub tramas y agregando nuevos conflictos cuando los antiguos ya agotaron todo su jugo narrativo. Beata ignoranza gana puntos cuando se aparta de la caricatura y pierde por goleada cuando intenta dar lecciones de humanidad.
Beata Ignoranza nos relata la rivalidad de dos profesores: uno de ellos es Ernesto (Marco Giallini),un recluido profesor de italiano anti tecnología; el otro es Filippo (Alessandro Gassman), un alegre profesor de matemática open mind, adicto a las redes sociales. Desde el comienzo de la película, estos dos profesores se baten a duelo por triunfar uno sobre el otro y ganarse el cariño paterno de una joven llamada Nina (Teresa Romagnoli). Massimiliano Bruno (Buongiorno, papá, Nessuno mi può giudicare) recurre a todo cliché habido y por haber para lograr atracción en el público. El tema es que desde el inicio se puede anticipar cómo va a terminar todo, en cuestión de segundos, comenzado el film. Beata Ignoranza tiene la linealidad de una película de Adam Sandler; pase lo que pase los protagonistas terminan convertidos en mejores personas, se dan cuenta que lo que buscaban toda la vida lo tenían frente a sus respectivos ojos y, por supuesto, consiguen a la chica de sus sueños. Ven a dónde quiero llegar, ¿no? puro Sandler a la italiana. Marco Giallini y Alessandro Gassman dan lo mejor que pueden con el material que tienen; los dos son grandes actores que caen víctimas del guión chatarrero, también a cargo de Bruno. Se agradece la participación de Giuseppe Ragone y la hermosa Valeria Bilello que con sus limitados roles dan un golpe de aire fresco a este banal film italiano. El mensaje es absolutamente superficial: “los opuestos hacen uno”… por favor, no me hagan empezar a decir lo innecesariamente falso que resulta en pantalla; y en complemento, Bruno trata de conseguir sonrisas aprovechando este boom actual de redes sociales al incluir Facebook, Twitter, Instagram, etc. para tomar consciencia de las cosas. Esto está mal y no suma absolutamente nada al cambio de valores personales. ¿Quieren ver una película que utiliza las redes sociales como medio secundario de extensión hacia el público y no para afectarlo? vean Chef (2014) de Jon Favreau o mejor aún, Per sempre giovane (2016) , producto de la misma madre patria. Beata Ignoranza es una molestia como producto de salas cinematográficas, posee grandes actores pero ninguno de ellos logra adecuarse correctamente en el ojo de la cámara. La sobrexposición de la temática del film y las vueltas triviales de un director desesperado por alcance social hacen que esta película sea digna de evitar en cines.
Beata ignoranza es otra comedia italiana obsesionada con la tecnología. Todo comienza con un video viralizado, filmado con celulares, que ha recibido 925.000 visitas. En él dos profesores (uno amante de la tecnología y de las redes sociales y otro más apegado al tradicionalismo de la pedagogía clásica y amante de recitar poesía en la clase), se pelean ferozmente en el aula. Sucede que el asunto no es sólo cuestión de celular si o celular no. Arrastran una vieja rivalidad. Situación que la hija de ambos (uno es el padre biológico, el otro el que la crió) aprovecha para realizar un experimento que tendrá la forma de un documental sobre estas diferencias tecnológicas. Y como ambos hombres son amigos, a la vez que rivales, desde la infancia, el hecho dará pie a que se peleen como perro y gato, sin llegar a mayores. Porque el propósito de esta comedia es entretener a toda la familia. El director italiano Massimiliano Bruno echa mano de varios estereotipos y acciones secundarias, buenas dosis de histrionismo y ruptura de la cuarta pared en algunos momentos en que los personajes miran a cámara para involucrar al espectador. Pareciera que estas situaciones relacionadas con la tecnología están causando un impacto en el cine italiano que las viene abordando y que pudimos ver, recientemente, por ejemplo, en la muy exitosa Perfectos desconocidos. Aquí el asunto es de un trazo más grueso, más ampuloso, jugado por la pareja protagonista de Si Dios quiere: Marco Giallini y Alessandro Gassman. Lo que los guionistas Massimiliano Bruno, Gianni Corsi, Herbert Simone Paragnani nos vienen a decir es que lo que corrompe nuestras vidas es la irrupción de lo nuevo, lo que nos saca tiempo para hacer cosas mas útiles que estar mirando las pequeñas pantallas y que el ignorar esto es lo que nos haría más felices, más dichosos. Un debate de una época en crisis que Beata ignoranza asume como problemática a ser discutida.
Con algunos puntos en común con la exitosa Perfectos desconocidos, se trata de una comedia melosa y aleccionadora. Algo les pasa a los directores italianos con la tecnología. Unos meses después de la exitosa Perfectos desconocidos (90.000 espectadores, toda una proeza en las actuales condiciones de distribución y exhibición), es el turno de otro título que aborda el uso y abuso de la comunicación instantánea en tono de comedia… aleccionadora. Antes los protagonistas eran un grupo de amigos que decidían compartir todos los mensajes y llamadas que recibieran en sus celulares durante una cena. Ahora son dos maestros los que descubren que todo bien con internet, pero que nada mejor que la familia unida. Fillipo (Marco Gilliani) y Ernesto (Alessandro Gassman) son dos profesores de un colegio secundario enfrentados en todo. El primero es intelectual, educado, severo y con una noción de contemporaneidad bastante extraña por la que, entre otras cosas, desprecia Internet y las redes sociales. Tanto que ni siquiera tiene celular. Ernesto, en cambio, es extrovertido, ignorante y pasional. A ellos los une un pasado en común. Muy común: la mujer de Fillipo tuvo un affaire con su amigo, y la hija que le dijo que durante 15 años le dijo que era suya en realidad fue concebida en esa ocasión. El film de Massimiliano Bruno avanza yendo y viniendo entre el presente y el pasado, mostrando los hitos del vínculo entre los dos. Allí Fillipo y Ernesto rompen la cuarta pared para hablarle directamente a la cámara, en lo que es un intento desesperado por ganarse la complicidad del espectador. La viralización del video de una pelea de ellos en una clase es el disparador de un intento de “unirlos” de la hija “de ambos”, tal como se dice en una película en la que los personajes se agreden y se perdonan con una facilidad tremenda. La propuesta consiste en filmar un documental con los roles invertidos: Fillipo usará dos meses celular y redes sociales, mientras Ernesto deberá recuperar el encanto de lo analógico. Poco importa el proyecto en sí, pues es el camino para un sinfín de máximas burdas y obvias sobre la comunicación y los vínculos, todo condimentado con un compendio de chistes al uso sobre el choque generacional que implica el manejo con soltura en el mundo de los emoticones. Melosa y falsamente reflexiva, difícil darle “Me gusta”.
Estos dos académicos en disputa interpretados por: Marco Giallini y Alessandro Gassman (hijo Vittorio Gassman), compartieron un mismo amor: el de Margharita (Valeria Bilello) y son muy distintos entre sí. Una crítica al mal uso de la tecnología y al consumo, contiene mucho humor, enredos y resulta entretenida, una comedia a la italiana ideal para sus fans.
Comencemos por el titulo, el mismo, a partir de su relato, historia y desarrollo, queda muy lejos de su significado religioso para instalarse en una especie de “Feliz Ignorancia”. Hay dos tramas en el filme, la principal parece ser la de dos profesores de un instituto, otrora amigos, ahora enemigos, luego sabremos por la subtrama las razones. Se plantean la utilidad real de la tecnología, incluida las redes sociales, waats ap, sms, celulares que también funcionen como teléfonos. Por un lado el planteo pasa por si de verdad, ayuda a la comunicación entre las personas o no son más que una forma de deferir en trivialidades. Uno y otro tienen veredictos disímiles: Fillipo (Alessandro Gassman) está totalmente constituido en la innovación, mientras que el Ernesto (Marco Gallini) se presenta como un troglodita, antiguo y fanático de su propia idea que todo tiempo pasado fue mejor. Algo los separa, pero algo los unirá. Ernesto hace años que no ve a quien crío como su hija, cuando se enteró que en realidad era hija de Fillipo, que nunca supo que era su padre. Luego del fallecimiento de la madre, ella pone en duda la veracidad de los hechos dichos por su madre en una discusión. Entre gags que no llegan a ser risibles, especulaciones pseudo filosóficas más banales que interesantes, más superficiales que profundas, que sólo logran establecer un discurso misógino para las mujeres, y tratar de idiotas, como mínimo a los hombres. No es mala la idea de establecer a la tecnología como variable en un filme del género que intenta adscribirse, tampoco es original en ese aspecto La película intenta ser una comedia, por momentos dramática, nunca perspicaz, con un guión paupérrimo, bastante previsible. Establecido por un cambio de roles como competencia para que cada uno demuestre su postura, situaciones ridículas plagan la extensión del metraje, previsibles, ergo aburre. De eso se trata todo. Una pregunta se me cruza, Marco Gallini, un buen actor, ¿habrá sido cheff en otra vida? Pues en la mayor parte de los filmes en que participa, en algún momento, se lo ve cocinando.