VADE RETRO Puede parecer poco gratificante como resultado final pero una película como Bienvenidos al infierno, con sus subas y bajas en la captación de climas y en la reiteración de tips genéricos acaso se convierta, con el paso del tiempo, en un antes y un después dentro del terror vernáculo. Se parte de una premisa poco original pero que a medida que se desarrolla el relato interesa cada vez menos: el embarazo de una chica, el supuesto padre de la criatura, el personaje de El Monje (junto a su grupo de música heavy metal o como se quiera denominar), cancerbero de cultos satánicos y rituales varios, y la explosión – en la última media hora – de una estética slasher explícita (bah, eso es el slasher…) que no deja lugar a ocultamientos o búsqueda del fuera de campo. Con esas zonas argumentales, la directora Jimena Monteoliva (Toda la noche; Clementina; Matar al dragón) construye una película más dentro del género; sin embargo, un par de variables la distinguen de otras producciones ad hoc que terminan convirtiéndose en una fiesta de egresados de tinte amateur. Ocurre que los mejores momentos de Bienvenidos al infierno transcurren en un paisaje primitivo, temible, acondicionado al género, pero donde la sutileza le gana espacio a la exhibición de sangre, truculencias varias y a esa estética demostrativa que caracteriza al slasher. En esa cabaña-casucha con-viven la joven (Costanza Cardilla) y su embarazo y su abuela muda (excelente Marta Lubos). En esa particular confianza de una con la otra se anuncia aquello que está por venir: la resistencia de dos mujeres frente a la invasión de un grupo fanático de rituales demoníacos. En la particular forma de comunicarse entre ambas y en la utilización de ese espacio como lugar de oposición y contraste frente a los otros (los hombres), la película de Monteliva se ubica en la periferia del género, en una zona intangible donde se propone renovar ciertos códigos y marcas ya estereotipadas en docenas de títulos. Esa amistad de nieta y abuela (¿custodias del bien o del mal?) deja aflorar otra lectura plausible dentro de la trama: una mirada feminista sobre el asunto, sin discurso estentóreo, donde la mujer ocupa el centro de la acción no como víctima sino desde dos cuerpos, ¿o tal vez… tres?, dispuestos a todo, a ubicarse en un lugar donde el hombre es rechazado, en este caso, por su adoración a Satanás. En esa disyuntiva por elevar el nivel de una película de género más allá de sus constantes y claves, Bienvenidos al infierno flaquea en la construcción del mundo masculino a través de El Monje junto a su cortejo-banda musical: un grupo de personajes que parecen salidos de torpes parodias de Kiss, Alice Cooper y Ozzy Osbourne. Y es una pena porque en el vínculo entre las dos mujeres la película logra inusitados momentos de placer e interés al alejarse del terror más obvio y convencional.
Con menos pericia que en sus relatos precedentes, en donde cierta naturalidad acompañaba con la cámara a sus personajes, el logro más potente de esta propuesta es transmitir con verdad el sufrimiento de la protagonista.
Revancha sangrienta. Bienvenidos al infierno es una película nacional de terror, está dirigida por la realizadora Jimena Monteoliva y protagonizada por Constanza Cardillo, Demián Salomón, Marta Lubos, William Prociuk, Emiliano Carrazzore, Andrés Loteri y Lalo Rotaveria. El guion está firmado por la directora junto a su colega Nicanor Loreti (el responsable de renombradas películas de género como Diablo, Kyptonita o Punto Rojo) y también del autor Camilo De Cabo, en una narrativa que remite directamente al icónico e influyente cine de terror norteamericano de bajo presupuesto de los años setenta. Lucía (Cardillo) escapa de un violento presente a la casa de campo de su abuela (Lubos), una anciana muda y solitaria. La joven está embarazada de su última pareja apodada El Monje Negro (Salomón), un oscuro hombre y líder de una banda de heavy metal. Pero la relación amorosa que tuvo Lucía con Monje no tiene nada que ver con el enamoramiento: él la secuestró, violentó y embarazó con fines muy perversos. Ese bebé que nacerá de su vientre será sacrificado en un siniestro y aberrante ritual satánico, dónde Monje será el líder y el resto de sus amigos demoníacos partícipes. Lucia, quién vive con los lógicos temores y traumas, se apoya únicamente en su Nona, pero a medida que su embarazo crece la señora se muestra muy interesada en cuidar del bebé, lo que la lleva a desconfiar de todo y todos. Su único afán será entonces salvar a su cría y a su vez la propia vida. La realizadora Jimena Monteoliva presenta, a través de la historia que elige contar, una mirada puramente femenina y de denuncia hacia la violencia de género, un flagelo social que lamentablemente nos pega muy de cerca en nuestro país. Lucía será en el comienzo de la trama una víctima pasiva: deslumbrada como fanática de la música heavy del cantante y líder Monje, un hombre magnético, luego vivirá en carne propia el sometimiento y la violencia más machista. Posteriormente todo cambiará y será Lucía quién tomará los cuernos por las astas, como muy bien dice el refrán. Estéticamente, los títulos iniciales de créditos en rojo son contundentes, a partir de allí la película se apoya en el subgénero slasher, ese donde los crímenes son sangrientos y mostrados con lujo de detalles. Su protagonista, Lucía, es una moderna y empoderada Final Girl, esa chica que sobrevive de la figura del asesino gracias a su inteligencia y entereza. El satanismo, un tema muy desarrollado en los filmes de género en la década del 70’, está integrado de una forma muy inteligente y corporizado en el antagonista Monje, un personaje perverso e inmoral. La banda de sonido, llena de música heavy a cargo del director de cine y músico Demián Rugna, responsable de la magnífica Aterrados (2017), colabora enormemente a crear un ambiente insano y de pesadilla a lo largo del metraje. El imaginario sobrenatural es tomado con fuertes aristas de denuncia: hacía la misoginia, el femicidio y la libertad de elección. Lucía no eligió ser madre, su situación fue forzada y eso la llena de dolor e incertidumbre. El poder femenino que Lucía y su abuela tendrán en la trama será vital. Bienvenidos al infierno está narrada por medio de vueltas en el tiempo, que casi en forma circular forman un todo. Según propias palabras de la directora su título refiere al infierno como un lugar siniestro en esta tierra: ese donde los hombres someten, violan y matan mujeres. Pero también uno donde esas víctimas pueden actuar, reaccionar y por fin tener su sangrienta revancha.
Las cosas no andan muy bien para Lucía (Constanza Cardillo). La joven tiene un embarazo que a duras penas le permite caminar y vive en una cabaña alejada en medio del bosque con su abuela (Marta Lubos), una anciana que hace del misterio una manera de habitar el mundo. Si bien no se lleva muy bien con ella, el asunto empeora cuando se instale en la casa del padre de su hijo, un despiadado líder de una banda de metal, apodado El Monje Negro, que además de música hace ritos satánicos. No hay que ser un genio para imaginar el peligro que corren Lucía y su embarazo. Si la premisa suena a cine de explotación, se debe a que Bienvenidos al infierno se encuadra orgullosamente dentro de ese cine de bajo presupuesto y más preocupado por asustar e inquietar que por construir una trama coherente. La realizadora Jimena Monteoliva (la misma de Matar al dragón y la muy buena Clementina) recurre a una estética setentosa –ver las letras de los títulos y las imágenes granuladas que las acompañan– para este violento e inquietante thriller claustrofóbico en cuyos pliegues se cuela un potente alegato sobre la empoderación femenina.
Bienvenidos al Infierno se toma su tiempo para contar la historia y presentar los personajes, alternando, a través de flaschbacks, la actualidad de Lucía y su abuela con los momentos donde la joven conoce a El Monje. De esta forma nos llevará al climax final, donde se transformará en un potente home invasion en medio de un bosque
“Bienvenidos al infierno” de Jimena Monteoliva. Lucía, una joven embarazada, vive con su abuela muda en una cabaña en el bosque. A medida que transcurre el film, detalles sobre la historia se van dando a conocer en forma de rompecabezas. Es así que se llega a la conclusión de que Lucía escapa de su ex novio metalero, “El Monje Negro”, y su banda de música. La primera escena muestra a Lucía colgada de una cruz mientras grita por su vida. Y luego, fundido a negro. En la próxima escena, Lucía esta cómodamente acostada en su cama. La película se nutre de esas idas y vueltas en el tiempo, en el que el argumento se presenta de a poco. El recurso de líneas temporales se usa inteligentemente en esta película para mantener al espectador atento a la historia. Más allá de algunas cuestiones como que se torna un poco lenta, y que los efectos especiales recuerden al cine de Clase B, en materia de actuación la película la llevan sin dudas Constanza Cardillo y Demian Salomon, y la trama es muy interesante y llamativa. La música metalera genera una sensación de extrañeza en algunas escenas donde parece desencajar, cuando en realidad genera un buen contrapunto entre lo que se ve y lo que se escucha. El plot twist al final da de qué hablar y le da un gustito lindo y satisfactorio, digno de película de terror. Desde el principio, el film no crea la típica y esperable atmósfera de terror. En cambio, vemos como el terror va creciendo en la protagonista, interpretada por Constanza Cardillo. Y es que, más allá de los elementos de terror fantástico tales como cultos satánicos y demonios, lo importante de la trama recae en el feminismo. La reivindicación del Poder de la mujer se plasma tanto en Lucía como en su abuela, quienes tejen una subtrama familiar interesante. “Bienvenidos al Infierno” entonces busca reflejar o exponer lo que día a día sufren muchas mujeres, en forma de película de terror y fue una decisión muy acertada. Dirección - 70%
"Bienvenidos al infierno": terror negro y metálico. Una joven embarazada huye de los integrantes de una banda de "black metal", que la persiguen para convertirla en el cordero de un sacrificio ritual. El heavy metal y todos sus hijos, la familia más numerosa del rock and roll, han mostrado en algún momento una fascinación por los misterios del ocultismo, la magia negra y la demonología. ¿A qué otra cosa se refieren el nombre de la banda Black Sabbath, padres de la monstruosa criatura, y la canción homónima, que además le da título al primer disco de los patriarcas británicos? Desde aquel álbum seminal, este género se mantuvo cerca de todas esas cuestiones, alcanzando su máximo punto de contacto en el black metal, variedad que no solo encuentra su inspiración en el satanismo, sino que de manera abierta manifiesta su militancia dentro de ese culto improbable (pero que los hay los hay). En torno a ese imaginario se construye la tercera película de la directora, guionista y productora argentina Jimena Monteoliva. Se trata de Bienvenidos al infierno, cuya protagonista es una joven embarazada que huye de los cuatro integrantes de una banda de black metal, quienes la persiguen para convertirla en el cordero de un sacrificio ritual con invocación incluida. Aunque Bienvenidos al infierno no se aparta de las reglas del cine de terror mainstream, Monteoliva se toma el tiempo para contar la historia, evitando desbordes que también son habituales en el género. En especial, se permite presentar en detalle a su protagonista, Lucía, una joven que apenas ha dejado atrás la adolescencia, quien parece haber sido criada por padres bastante ausentes y termina viviendo con su abuela muda en un rancho ubicado en las afueras de un pueblo rural. Las características de ese ámbito impregnan la primera parte del relato de una calma que es solo aparente, detrás de la cual se ocultan las miradas inquisidoras y los secretos a voces. En paralelo, Bienvenidos al infierno va introduciendo la historia del vínculo entre Lucía y Cristian, alias El Monje Negro, vocalista de los metaleros en cuestión, a través de dos líneas. Por un lado en forma de flashbacks que revelan el origen de la relación; por el otro, mostrando la forma desquiciada en que los músicos satanistas van cercando a la víctima. Hay varios puntos destacables en Bienvenidos al infierno. Muchas de ellos tienen que ver con decisiones estéticas que ayudan a crear el clima de la película. En especial una fotografía que muchas veces parece homenajear las texturas ásperas de cierto cine de explotación italiano de los ‘70 y ‘80. En la misma línea se ubica el trabajo de arte, maquillaje y efectos especiales, que muestra un encanto por la truculencia analógica que parece sacada directamente de una película de Lamberto Bava o Lucio Fulci. Las actuaciones del elenco completo también merecen elogiarse, en particular el trabajo de Constanza Cardillo como Lucía y el del siempre efectivo y versátil Demián Salomón, figura habitual en este tipo de producciones, en el papel del Monje Negro. Tal vez los giros de la película se vuelvan algo convencionales, pero sin subestimar nunca al espectador.
En 1981, el trío inglés Venom editó su primer disco: «Welcome to Hell«. Con un sonido sucio y desprolijo y una imagen provocadora, sus letras ponían en primer plano la demonología y el satanismo, cuya relación con el rock hacía tiempo venía siendo denunciada por conservadores líderes de la moral, pero que ninguna banda había encarado hasta entonces de manera tan frontal y descarada. Este trabajo seminal ayudó a dar forma al género al que darían nombre en su siguiente disco: «Black Metal». Género que tendría en los 90 una segunda ola, aún más retorcida y extrema, en tierras escandinavas, principalmente en Noruega, donde todas estas características serían llevadas mucho más allá por bandas como Mayhem o Burzum, que se harían célebres, entre otras anécdotas, por la quema de iglesias y cruentos asesinatos entre sus propios miembros. El satanismo, obviamente, era parte fundamental de la imaginería y de la lírica, y los músicos se esforzaban por demostrar que se lo tomaban muy en serio. Toda esta introducción viene a cuento en el caso de Bienvenidos al Infierno, el cuarto largometraje de Jimena Monteoliva, no solo por la referencia del título a aquel legendario álbum, sino porque la relación del Metal, y en particular del Black Metal con el satanismo y el horror está en el centro de la escena, donde la leyenda, la mística y la mitología que rodea al género sirven como material para contar una historia de pactos y rituales oscuros. Aquí la protagonista, Lucía (Constanza Cardillo), tras el recital de una banda de Black Metal, se acerca a su cantante y líder, a quien llaman El Monje Negro (Demián Salomón), y entabla una relación con éste que la lleva a instalarse con él y con la banda en la casa ocupada que temporalmente habitan. Lucia queda embarazada de El Monje y con el paso del tiempo empieza hacer cada vez más evidente la relación enfermiza que se da entre ellos, el constante abuso y manipulación hacia ella de parte del cantante, y la intenciones oscuras que este guarda para con la criatura por venir. Todo esto la lleva a escaparse del lugar donde estaba prácticamente prisionera, encontrando refugio en la casa de su abuela (Marta Lubos), una anciana muda que vive alejada de todo en una decaída casa en medio del campo. La relación no es la mejor, pero Lucia piensa que allí escondida se encontraría a salvo, aunque no está muy segura. El Monje y los integrantes de la banda, que a esta altura sabemos que no son solamente un combo artístico, ya tienen sus planes para Lucia y el niño que está en su vientre, y van a salir a buscarla. La primera parte del relato se divide por un lado entre un presente en el que Lucia convive difícilmente con su abuela y vive en un permanente estado de amenaza, mientras el Monje y los suyos están en su búsqueda, y por otro un pasado en forma de flashbacks que cuenta los acontecimientos que nos trajeron hasta esta situación. Hay un contraste entre estas dos líneas, una exterior, de naturaleza y color, y otra interior, claustrofóbica y gris. Ambas confluyen en una última parte, nocturna, violenta y fantasmal. Monteoliva se toma el tiempo para ir construyendo el escenario y preparando el que será el inevitable enfrentamiento. Y aunque pueda parecer por momentos que ese tiempo se extiende un poco más de la cuenta, esta construcción paciente contribuye a la potencia del último tramo, una batalla entre el bien y el mal, o que al menos lo parece. Los fans metaleros en particular tienen sus guiños a descubrir, desde la precisa puesta en escena de la imagen Black, a la reconstrucción de momentos emblemáticos como la imagen del escopetazo de Dead, cantante de Mayhem, aquí arrojada en su sangriento esplendor para reconocimiento de la monada. Pero las referencias no son sólo musicales. Monteoliva va por su cuarto largometraje (tercero en solitario) y todos sus trabajos se enmarcan en el cine de Terror, un género cuya historia y elementos conoce bien y maneja con seguridad. En este caso, la propuesta argumental tiene algo de El bebé de Rosemary (1968) y remite también a films del terror italiano de los 70 como Todo los colores de la oscuridad (1972), de los cuales también toma algo de su estética El film se sostiene en buena medida en las eficaces actuaciones de su elenco, donde se destacan Constanza Cardillo y Demían Salomón, este último un rostro frecuente en las producciones nacionales de género, que aquí presenta un personaje carismático e inquietante. El guion, escrito por Monteoliva, junto a Camilo de Cabo y Nicanor Loreti (director de Diablo, Kryptonita o Punto rojo) toma una premisa clásica del género pero no lo hace de manera obvia. Presenta un escenario de tensa espera ante el inevitable estallido que se anuncia y, cuando llega, se despliega con brutal intensidad. Por otro lado, Monteoliva vuelve a introducir el tema del abuso y la violencia machista, como hizo por ejemplo en Clementina (2017), y se reserva, como una suerte de venganza, una oscura forma de empoderamiento. BIENVENIDOS AL INFIERNO Bienvenidos al Infierno. Argentina. 2021 Dirección: Jimena Monteoliva. Intérpretes: Constanza Cardillo, Demián Salomón, William Prociuk, Marta Lubos, Emiliano Carrazzone, Andrés Loreti, Lalo Rotaveria. Guión: Camilo De Cabo, Nicanor Loreti, Jimena Monteoliva. Fotografía: Georgina Pretto, Federico Bracken. Música: Demián Rugna. Edición: Emanuel Flax. Dirección de Arte: Catalina Oliva. Edición y diseño de sonido: Sebastián González. Jefatura de Producción: Federico Peña, Daniela Raschcovsky. Producción: Florencia Franco, Jimena Monteoliva. 91 minutos.
El ritual satánico de Jimena Monteoliva Jimena Monteoliva (“Clementina”, “Matar al dragón”) recurre a la estética del cine de explotación de los años setenta para hacer un alegato sobre el poder femenino. Con el aporte de varios amigos de la casa en lo que a cine de género se refiere -Demián Salomón, Nicanor Loreti, Demián Rugna)- Jimena Monteoliva se despacha con Bienvenidos al infierno (2022), un film nada sutil desde su título y menos, desde sus extremas imágenes. Desde los diseños de títulos de crédito estamos ante un slasher clásico, de bajo presupuesto, donde Lucía (Constanza Cardillo), una chica que vive en una precaria casona de campo con su abuela muda (Marta Lubos), es secuestrada por el líder de una banda metalera (Demián Salomón) con el fin de utilizarla en un ritual satánico. La película apela al imaginario colectivo de banda de rock metalero = satanismo = sacrificio de un inocente. Con esa idea desarrolla la trama en la cual Lucía se acerca a Cristian, el líder de la banda, en rol de groupie. Pero la cosa se pone oscura con los rockeros que se pintan la cara como Kiss y ella intenta escapar, embarazada, y con la única ayuda de su anciana abuela. Con la música de heavy metal compuesta por Demián Rugna (Aterrados) la fuga se pone truculenta con escenas gore, y algún que otro chiste aislado para asimilar la brutal matanza. Nicanor Loreti (Kriptonita) escribe el guión junto a Monteoliva y Camilo De Cabo, de este film que no se anda con tibiezas a la hora de tirar la carne, literalmente, al asador. Bienvenidos al infierno es de esas películas cuya trama (por momentos despareja) parece una simple excusa para llegar a su revelador final. Un clímax con mayúsculas que aporta el plus necesario a semejante propuesta.
La directora de «Clementina» y «Matar al Dragón» sigue apostando al cine de género con su más reciente trabajo, una película de terror bastante interesante que aglutina heavy metal, un culto satánico y grandes cantidades de hemoglobina. Jimena Monteoliva vuelve a dar que hablar con una historia pequeña pero muy bien narrada y ejecutada. Se trata de «Bienvenidos al Infierno», un largometraje que nos presenta a Lucía (Constanza Cardillo), una joven que vive recluida en una cabaña en el medio del bosque. Allí convive con su abuela (Marta Lubos), una misteriosa y sombría anciana muda. Al parecer la joven llega a aquella apartada ubicación escapando de su ex pareja «El Monje Negro» (Demián Salomón), el oscuro líder de una banda de black metal y padre del hijo que espera. Lucía deberá luchar por su vida y la de su familia cuando El Monje y sus secuaces vayan a buscarla. La película que posee una trama bastante sencilla pero efectiva, se beneficia de una estructura narrativa que combina el pasado con el presente, revelando poco a poco al espectador los acontecimientos que desembocaron en la actualidad de la protagonista y su vida alejada. Esto motiva el suspense y hace avanzar la trama a paso firme, logrando un buen ritmo y una intriga constante que no dará respiro a la audiencia. Esto sumado a temáticas actuales que son tratadas con extremo cuidado (violencia de género y femicidios, entre varias otras cuestiones), invitando a la reflexión, hacen que la película no solo sea sumamente entretenida, sino que aporte un extra como suele pasar con varios nombres destacados dentro del género. Monteoliva hace un excelente trabajo desde la dirección y también desde el guion que coescribió junto a Camilo de Cabo y Nicanor Loreti, este último también oficia de productor asociado y aporta su experiencia dentro del cine de género nacional. También cabe destacar la música de Demián Rugna (director de «Aterrados») que contribuye a la atmósfera opresiva del relato con sus melodías de metal duro y altisonante. «Bienvenidos al Infierno» combina el terror real con el fantástico y un clima de tensión avasallante producto de su narrativa no lineal o cronológica. Un relato que aglutina black metal, cruces invertidas, seres demoniacos y una secta satánica sedienta de sangre, sin dejar de lado un espacio para el comentario social. Todas cosas que suenan familiares pero que nunca se habían presentado de esta forma dentro del cine nacional.
En su tercer largometraje, Jimena Monteoliva apela al metalsploitation para volver sobre la violencia de género, un tema por el que muestra interés desde sus películas previas, Clementina y Matar al dragón. En Bienvenidos al infierno, la joven Lucía se enamora del “Monje”, el cantante de una banda de pelilargos que emula la estética de Kiss y que se la lleva a vivir a un aguantadero. Sin embargo, este da muestras pronto de que lo satánico no se limita a las estampas de sus remeras: es violento, controlador y lidera un culto de veneradores de Lucifer. Amenazada por el “Monje” y su manada, Lucía, que está embarazada de él, se esconde en casa de su abuela, que vive sola en el bosque y es muda. No es difícil imaginar que esa misteriosa mujer, que se comunica con Lucía a través de una serie de notas con frases sacadas de libros, esconde un saber y con él, una enorme fortaleza. Como las brujas de antaño, que no siempre vivían en el bosque pero que, al igual que Lucía, eran perseguidas por desafiar la autoridad. Monteoliva acierta al apelar a la brujería como una forma de resistencia ante la violencia machista, dotando de profundidad un relato que de lo contrario podría haberse limitado a sacar provecho del imaginario metalero, tan rico en cruces, cuernos, calaveras y demonios. En tanto, los limitados recursos con los que suele contar el cine independiente de terror argentino son compensados por las convincentes actuaciones de sus protagonistas y un modesto pero ingenioso trabajo de FX, que nos devuelve por unos instantes la magia previa al CGI.
Una joven embarazada huye de los integrantes de una banda de “black metal”, que la persiguen para convertirla en el cordero de un sacrificio ritual. Film de terror que se mueve entre los tópicos del género, en particular el de la década del setenta, y el subtexto con bajada de línea, algo que ya estaba en otros films de la directora. Pero la ecuación acá se invierte. Mientras que en otro título de Jimena Monteoliva el drama era mejor que el terror, acá el terror es mejor que el drama. La protagonista no es capaz de despertar genuina empatía y el cierre de la película en su aspecto dramático está ridículamente subrayado. El cine de terror en Argentina se ha convertido en algo completamente natural, con estrenos casi semanales de este tipo de films. Bienvenidos al infierno queda del lado de los títulos menos logrados en esta etapa tan prolífica.
Linkeando cuestiones de violencia contra la mujer con el heavy metal, el terror y los rituales satánicos, la directora de género Jimena Monteoliva (Clementina, Matar al dragón) y sus colaboradores, entre los que figuran nombres de peso para el terror y el cine de género nacional (Nicanor Loreti, Demián Rugna) pusieron en marcha esta historia que homenajea el exploitation y no se anda con chiquitas. Lucía es una chica con un embarazo avanzado que vive en una especie de cabaña perdida junto a una extraña abuela muda. Con fuerte maquillaje, fumando y tomando birra, a pesar de su estado, intenta recuperarse de una experiencia traumática, que conocemos en la primera escena, pues los recuerdos de su ex violento, devenido líder de una secta, no la dejan en paz. Entre ese presente no del todo apacible y ese pasado reciente que acaso acecha va y viene la primera parte de Bienvenidos al infierno, aunque a veces resulta un poco confuso el ida y vuelta en esos tiempos. Pero si pueden encontrarse otros defectos, en la creación de climas o, a veces, de puesta, hay un atrevimiento y un riesgo para aplaudir. Una heroína distinta, con aspecto rolinga, fuera de todo cliché; el mal como grupo metalero y el coraje de ir a fondo en algunas escenas que llaman la atención por su crudeza e intensidad. Cuando la amenaza se convierte en acción, en la segunda parte del film escrito por Camilo de Cabo, Loreti y Monteoliva, Bienvenidos gana en suspenso hasta un desenlace sorpresa. Demostrando que hay capacidad para filmar persecuciones, violencia y gore y, en primera instancia, mucha cinefilia (Mandy, aquella otra pesadilla, con Nicolas Cage, viene a la cabeza) y amor por el género.