La madre ausente Hay una contundencia temática y una urgencia en Borrando a Papá (2014), de Ginger Gentile y Sandra Fernández Ferreyra, que trasciende su puesta en escena casi televisiva. El documental pretende construir un alegato sobre una problemática que exige una revisión pero termina convirtiéndose en una exhibición de casos que no logran cohesión y que rechazan una constitución formal y una entidad fílmica. El disparador de Borrando a Papá es hablar de la realidad de un sistema judicial que mantiene una jurisprudencia favorable a las mujeres en el caso de separación de matrimonios sobre la tenencia de los hijos. Y esto más allá de cualquier posibilidad de violencia ejercida por la mujer sobre los niños o el propio marido. Sobre ese "oídos sordos" que hace la justicia es que los directores arman un alegato pro padres sin importar nada más. Y justamente ese es su principal error. En la exposición casuística se buscan palabras y relatos afines al documental, llegando a utilizar, por ejemplo, hasta la cámara oculta para "victimizar" aún más a los seis o siete hombres que serán objeto de la narración de Borrando a Papá y con los que se quiere universalizar la temática. La violencia expuesta en esa exhibición solo hace restarle fuerza a una problemática que bien podría haber contado con otro tipo de resolución más que la del simple envío televisivo, en el que las imágenes mediatizadas buscan ser efectistas para afirmar o resaltar una posición sobre un tema o disyuntiva. Claramente las directoras toman partido por los padres y eso resiente la estructura de un film que bien podría haber sido otra cosa y que solo queda en la denuncia maniquea y demonizante. Si en su anterior largo (Mujeres con pelotas), para el caso, Ginger Gentile lograba profundizar sobre el futbol femenino y relevaba testimonios 360 y no se quedaba con solo unas voces, en esta oportunidad junto a Sandra Fernández Ferreyra se queda a medio camino. Aquí la madre, el objeto de denuncia, no aparece, salvo por la cámara oculta, que la muestra como como un ser completamente irracional que niega la posibilidad de ver a sus hijos al padre por mero capricho. A través de testimonios de "victimas" y de especialistas, y de la incorporación de "casos" por la utilización de imágenes mediatizadas Gentile y Fernández Ferreyra afirman su posición sin mirar hacia otro lugar ni incorporar la voz que falta para completar su hipótesis.
Rehenes del rencor Más allá de las polémicas suscitadas de las idas y venidas para el estreno del segundo documental de la realizadora Ginger Gentile (Mujeres con pelotas), acompañada por Sandra Fernández Ferriera, Borrando a papá (liberada a todo público gratuitamente unas horas por Youtube), resulta importante en primer término defender el derecho de todo espectador potencial por ejercer un acto de libertad y tras esa acción participar o no del debate que se construyó alrededor de la presión de diferentes ONG -en carácter de boicot- por considerar al film promotor desde sus conceptos de un mensaje peligroso y muy sesgado sobre los protagonistas, en este caso padres divorciados que, judicializados y estigmatizados por los juzgados de familia, intentan recuperar el contacto con sus respectivos hijos como parte de una lucha desigual con un sistema judicial que, ante la sospecha de violencia familiar, se escuda en el derecho de la madre, a veces injustamente ubicada en el lugar de víctima y no de victimario. Son cinco los ejemplos elegidos por las directoras para dar muestra representativa de los resortes que movilizan una maquinaria judicial perversa por la que desfilan intereses de abogados, asistentes sociales, psicólogos y las propias ONG de fuerte tendencia feminista que, bajo el pretexto de defender los derechos del niño, consideran que los adultos en conflicto cuentan con el tiempo suficiente para reparar el vínculo. En realidad, en todo divorcio traumático, donde las partes no velan por el bienestar de sus hijos el daño colateral recae en ellos, en varias ocasiones como blanco de rencores de los padres por sus fracasos como pareja. Eso queda en evidencia cuando los testimonios a cámara se unen bajo las mismas coordenadas de enfrentamiento con madres que no entran en razón y utilizan su poder para hacerse cargo de la crianza de los niños de manera exclusiva y excluyente. Para ello una dura cámara oculta, que forma parte del núcleo de este mosaico de relatos recogidos por Gentile, alcanza como botón de muestra. El estilo ágil en la edición también deja que se oiga la otra campana, en base a voces que defienden a rajatabla el sistema judicial y tratan de minimizar sus falencias o errores, así como el contraste entre abogados a favor de los padres y psicólogos en contra de ellos con los famosos argumentos del síndrome de alienación parental entre otros, funciona -dialécticamente hablando- para fijar un posicionamiento de las realizadoras, teniendo en cuenta que la propia Ginger Gentile vivió en carne propia el alejamiento de su padre divorciado, como consecuencia de la influencia de su madre y su discurso mentiroso. Sin pretensiones de verdad absoluta, sin obscenas bajadas de línea, Borrando a papá merece el estreno comercial (ahora pautado para el 2 de octubre cuando debería haberse concretado el 28 de agosto) y quienes lo boicotean por las razones que sean, el repudio.
¿Víctimas o victimarios? Es muy difícil hacer una crítica "cinematográfica" de un documental cuyo eje no es el cine, sino la denuncia y la reivindicación sectorial, porque cualquier comentario estará siempre teñido por la mirada (incluso ideológica) que cada uno tenga respecto de la postura que los autores adopten. Borrando a papá es, a nivel formal, un trabajo bastante elemental, sustentado en el recurso de las "cabezas parlantes", con una musicalización poco feliz, con recursos torpes (como cuando la pantalla se llena de signos pesos para ilustrar los abusos del negocio de la judicialización), una estética televisiva (de la de antes) y un remate lacrimógeno y grasa con el videoclip casi completo de Peter Gabriel cantando Come Talk to Me. Pero eso no es lo importante para sus realizadores, sus adeptos ni sus detractores. El film está concebido (desde el dolor, la bronca y el rencor) por quienes se sienten víctimas del sistema judicial que, según ellos, siempre prioriza la tenencia de los hijos por parte de las madres y discrimina a los padres. Se exponen aquí varios casos y, como siempre, habrá algunas verdades y otras disfrazadas de tales. Desde sectores vinculados al feminismo y la mirada de género se ha cuestionado a varios de los que participan en el documental porque tienen denuncias por violencia doméstica y algunas de las mujeres que exponen una mirada contraria a la de los realizadores (y que aparecen bastante ridiculizadas en la edición) han enviado cartas-documento exigiendo que sus testimonios sean eliminados del montaje final, ya que -alegan- participaron engañadas de una película que no es lo que les dijeron que iba a ser. Borrando a papá arranca con uno de los recursos más bajos en la escala periodístico-cinematográfica como es el uso de la cámara oculta para mostrar a una madre que no deja ver a su hijo, pese a la existencia de una orden judicial en favor del padre. Puede que esa mujer haya cometido un desacato, pero iniciar así un film se acerca bastante al despropósito, al vale todo. Jamás desde OtrosCines.com pediremos la censura. Creo que los realizadores de Borrando a papá -y el lobby al que representan (que se basa en el denominado Síndrome de Alienación Parental)- tienen todo el derecho del mundo de exhibir su trabajo y de plantear el debate, pero por su calidad cinematográfica y por su discurso de barricada (el abogado Juan Carlos Dietze, al que más minutos le dan en pantalla, llama a las feministas como “feminazis”) creo que su financiación por parte del INCAA en este caso es errónea. De todas maneras, si su exhibición ayuda a ampliar el debate y (lo dudo) a acercar algunas posiciones, habrá tenido algún sentido todo este ruido mediático. De arte, esta vez, poco y nada.
La lucha de ser padres El documental muestra la descomposición social de muchas familias. La polémica que antecedió al documental Borrando a papá es tan merecida como necesaria. La argentina Sandra Fernández Ferreira y Ginger Gentile, cineasta e historiadora neoyorquina separada de su padre durante seis años por un conflicto familiar judicializado codirigen la película. ¿Dos mujeres hablando sobre un drama de hombres? No. Esa sería una visión sesgada. Hablan de un problema general, la obstrucción de vínculos familiares en la Argentina: la lucha de padres por ser padres. Denuncian la mirada prejuiciosa de algunos “especialistas”, pero también el negocio que hay detrás de estas causas que llevan años. Dicen y demuestran que en la Argentina no existe la tenencia compartida, que en la mayoría de los casos el juez otorga la tenencia de los hijos a la madre. Y aparecen padres contando su historia, su ausencia, en tonos desgarradores. Recurren incluso a la non sancta cámara oculta para ejemplificar arbitrariedades. Jueces que desatienden su ley, policías que exponen a los chicos a tomar decisiones que no les corresponden, expertos en violencia familiar que consideran sólo a la mujer como víctima. Para ellos, los hombres no son objeto de violencia de género. Y por eso el documental los cuestiona. Cuestiona el nivel de los analistas, la preparación de los funcionarios, de la policía, y muestra la descomposición social de muchísimas familias. Conclusiones obvias: la igualdad de género no existe. Sobran negocios y prejuicios.
La credibilidad, borrada con el codo Algunos de los dudosos recursos narrativos elegidos por Gentile y Fernández Ferreira hacen que en muchos pasajes de su documental sea necesario volver a plantearse la vieja pregunta acerca de si el fin justifica los medios. Borrando a papá, de Ginger Gentile y Sandra Fernández Ferreira, es un documental polémico. No sólo por el debate que está generando y que pide una toma de postura frente al tema que aborda, que es uno pero con múltiples aristas, sino por algunas de las formas y recursos que ha elegido para expresar su posición frente a él. Por un lado puede decirse que la cuestión de los padres (varones), que tras una separación conflictiva son impedidos de continuar viendo a sus hijos, aparentemente sin justas causas, es un problema que el sistema judicial no contempla en toda su complejidad. Pero por otro, algunos de los recursos narrativos escogidos por Gentile y Fernández Ferreira hacen que en muchos pasajes de su película sea necesario volver a la vieja pregunta acerca de si el fin justifica los medios. El documental da cuenta de los casos de una media docena de padres que se encuentran alejados de sus hijos debido a las condiciones que las intervenciones judiciales les imponen. A veces, según ellos mismos dicen, haciendo lugar al capricho o la animosidad de sus ex tras la ruptura de la pareja. En el camino se pone en evidencia una inesperada falla en el sistema de prevención de la violencia doméstica contra menores, a partir de la cual se niega la posibilidad de que, en ciertas ocasiones, la misma pudiera provenir de las madres, limitando la culpa al territorio exclusivo del varón. Borrando a papá coloca al espectador frente a los prejuicios instalados en referencia a estos temas. Es decir que, aun cuando algunos de los casos relevados parecen elocuentes respecto de la injusticia que los mismos involucran, de todos modos es posible terminar virtualmente del lado de la madre, como si detrás de todo hombre hubiera realmente un golpeador potencial. Está claro que esto no es así, del mismo modo en que debería estar claro que, más allá de las desigualdades de género, la violencia no es un atributo ni excluyente ni exclusivamente masculino. Y que existen muchos tipos de violencia que pueden ser tan nocivos como la física. En medio de eso, llama la atención lo que dice la integrante de un centro de protección a víctimas de violencia familiar: “Mientras esos señores tienen tiempo para hacer notas y encadenarse a los tribunales, las mujeres andan llevando a los chicos a terapia, al médico, a la escuela...”. Una afirmación que olvida que cada caso es único y que, tal vez, algunos de esos señores colaborarían con gusto en esas tareas si la Justicia se los permitiera. Pero no pocas veces el film atenta contra su propia credibilidad. En primer lugar, porque nunca se le hace lugar al derecho a réplica. Ninguna de las ex mujeres, o sus abogados, aparece para ofrecer su contraparte de la historia y nunca se explica por qué no están. Y surgen las preguntas: ¿Qué sentido tiene incluir una escena en la que el propio padre dispuesto a probar la desidia de su ex registra con una cámara oculta el sufrimiento de sus hijos y lo expone frente a quien quiera verla? ¿Por qué las directoras recurren a este golpe de efecto? La utilización de esas imágenes es, en sí misma, un argumento en contra de un padre que dice querer lo mejor para sus hijos, pero parece que incluso a costa de ellos mismos. Y en contra de las directoras, que no han estado lo suficientemente atentas al límite ético de su rol. ¿Y por qué el texto sobreimpreso que presenta a uno de los profesionales consultados indica que es “‘psiquiatra, médico y feminista’ según su Twi-tter”? ¿Qué significa eso de “según su Twitter”? Si, como se intuye, la intención era poner en duda los títulos profesionales de esta persona, el asunto demandaba que se lo hiciera con claridad, aportando pruebas concretas y no echando mano de recursos que ensucian aún más un escenario de por sí bastante turbio. Lo mismo puede decirse de la escena final en la que uno de los padres pasa por la puerta de la casa donde se supone viven esas hijas a las que no puede ver y desde el auto les grita que las ama. Está claro que cierta puesta en escena muchas veces puede ser un instrumento válido dentro de un género como el documental, pero en este caso se parece más a una herramienta de manipulación que a un recurso narrativo legítimo. Y eso juega en contra de un tema que merece (y debe) abordarse con más cuidado.
Polémica sobre la paternidad Un tema doloroso fue la plataforma de las directoras Ginger Gentile y Sandra Fernández Ferreira para este documental que analiza varios casos de trámites de divorcios conflictivos, en los que los padres no pueden tener contacto con sus hijos. Los seis protagonistas de la película enfrentan estas dificultades gracias a un sistema legal que -se afirma allí- convierte a un proceso ya de por sí difícil para todos los involucrados, especialmente a los menores, en una verdadera tragedia, que se origina en la noción de que el padre es un actor prescindible en la crianza de sus hijos, apartándolo sistemáticamente de ellos cuando surge un conflicto entre cónyuges. Entre los obstáculos que encuentran los entrevistados están centros de revinculación de dudoso origen, abogados y psicólogos inescrupulosos y hasta un organismo de la Suprema Corte de Justicia. La palabra de los especialistas en derecho de familia y en la naturaleza de los vínculos, más algunas escenas de noticieros de televisión que tratan casos de estas características apoyan, cada uno a su manera, la necesidad de observar esta situación desde distintos ángulos. Documental sin duda conflictivo (en varias oportunidades fue prohibida su exhibición) Borrando a papá intenta resaltar la necesidad de la figura paterna en la crianza de los chicos, aunque muchas veces sus afirmaciones puedan caer en lo discutible frente a las características particulares de cada uno de los casos.
El estreno de Borrando a Papá iba a realizarse a comienzos de agosto, sin embargo, por una supuesta censura, su llegada a las salas se dilató dos meses. Y digo supuesta censura porque desde DOCA (organización de documentalistas argentinos) aseguran que la denuncia es una movida de marketing de la productora; de hecho, por tal motivo excluyeron al documental de sus futuras proyecciones. Más allá de esto, pareciera que algo de verdad hay: una diputada del PRO le envió una carta a las realizadoras en la que se cuestiona la idea del film y se pide su censura. De todos modos, a esta altura y con la película estrenada, ese tema pasa a ser anecdótico. El gran problema de Borrando a Papá no es su fallida prohibición sino su puesta en escena. El contexto polémico no es opuesto al resultado de la película. Al verla, los argumentos de DOCA parecen razonables, las realizadoras buscan controversia desde el inicio; los primeros 10 minutos están armados alrededor de una cámara oculta, recurso miserable hasta para un programucho de TV. De hecho, todo se articula como en un paupérrimo programa de denuncia. El sensacionalismo y la unilateralidad de la mirada tiran por la borda una propuesta que, de haber sido tratada seriamente, se hubiera acercado más a su cometido: concientizar sobre el hecho de que en las parejas también existe violencia hacia los hombres, que existen casos de obstrucción de vínculo, y que hay chicos que son tomados como mercancía y utilizados para vengarse de una ex pareja. Pero el tratamiento es tan vulgar que no sólo no logra su propósito sino que resulta exasperante tanto formal como ideológicamente. Formalmente, además de la antiética cámara oculta que tira por la borda todo desde el principio, se articula en base a entrevistas editadas con buen timing pero intercaladas con sobreactuaciones pésimas. En esas entrevistas hay una clara falta de contextualización y tal vez lo más contundente e interesante sean las palabras de un funcionario del INADI. Lo lamentable es que mientras por un lado se pone de manifiesto el genuino problema de los padres que no pueden ver a sus hijos, por el otro se hace hincapié en la absurda idea de que la violencia de género no es más que un negocio. Compañeros, aunque sea verdad que exista gente que saca provecho de estos conflictos, la violencia contra la mujer es una realidad concreta e innegable (hay estudios que indican que por violencia de género muere una mujer cada 30 horas). Y claro que existen casos de violencia de mujeres hacia hombres (y hacia sus hijos), y que aunque estadísticamente sean menores no quita que deban ser tenidos en cuenta por la justicia. Pero la postura desquiciada que asume el documental -la violencia de género como negocio- anula la genuina problemática a la que apuntaban. Se podría haber abordado la obstrucción de vínculo sin esa ridícula teoría y sin los argumentos ad hominem del caso Corsi que buscan relativizar una problemática indiscutible como la violencia hacia la mujer. Un documental que por querer pasarse de políticamente incorrecto cae en un terreno absurdo y reaccionario, moneda corriente en estos días.
Invisibilizando posiciones Borrando a Papá es un pseudo documental con tintes televisivos que originalmente tenía planteado su estreno para 4-5 semanas atrás. Hablo de pseudo documental, porque esta producción incurre en tanto errores (técnicos y conceptuales) que se dificulta tomarlo como un documental de hecho, ya que se acerca más a un material de denuncia -llana y vacía denuncia, sin demasiada argumentación- que a una pieza cinematográfica. Vamos por partes. El eje central en Borrando a Papá trata de como en nuestro país, en caso de divorcio o separación, se privilegia que las madres tengan la custodia de los hijos, y que el padre se atenga a cumplir con el régimen de visitas que el juez participante sentencie según el caso. ¿Por qué? Porque en Argentina la custodia compartida no es algo que se practique, y de hecho, en menores de entre cero y seis años, está prácticamente establecido que sea la figura materna, quien obtenga la custodia completa, más allá de cualquier posibilidad de violencia ejercida por la mujer sobre los niños o incluso sobre el cónyuge. Todo esto se debe en parte al enfoque bio psico social que nuestro país y nuestra sistema judicial defienden, y es algo abalado por muchos organismos, ya que se considera que la mujer (salvo excepciones por denuncias, o abandono) está “predeterminada” a encarnar una función de cuidado y nutrición. Recordemos que Sigmund Freud desarrolló el concepto de madre nutricia, reservando al hombre la función de protección en un rol y relevancia completamente distinto. Ahora bien, la cuestión aquí pareciera ser- o al menos eso nos quiere hacer creer este documental- que automáticamente, ante esta postura, la mujer adquiere todo el poder sobre sus hijos, y el hombre queda relegado, y negativizado, perdiendo la posibilidad de verlos. A la vez, Borrando a Papá intenta mostrar como cientos de actores secundarios se benefician en algún punto, por esta estigmatización que él sufre. Debido a esto, varios grupos y ONGs han pujado con fuerza para impedir el estreno de Borrando a Papá, y por ello se logró posponerlo durante tantas semanas, y se dudaba que pudiera realizarse. Desde Proyector Fantasma estamos -aquí me permito hablar en nombre del staff y del equipo editor- en contra de cualquier tipo de censura, sea ésta de cualquier índole, y más si atañe al campo cinematográfico. Ahora bien, corriéndonos del conflicto entre ONGs y la producción, el gran, grandísimo error, recae en mostrar sólo un costado del debate. Es decir, sólo vemos y oímos la postura paterna y nunca la materna, de hecho sólo vemos a las madres a través del bajísimo recurso de la cámara oculta, pero además, nunca desde el discurso se enuncia o se hace mínima alusión a la visión materna, y se reduce todo a una cuestión de caprichos o simulación. “Ella no me deja ver a mi hijo porque no quiere, no tiene ningún motivo”, o bien “Me hizo una falsa denuncia de violencia“, cuando posteriormente se comprobó que varios de estos sujetos denunciantes, tenían antecedentes de violencia de género y violencia familiar. De esta forma, al oír sólo una campana, pro-padres -no justifico de ninguna manera a la mujer que ejerce violencia, y aún asi obtiene la custodia- nos quedamos con la cuestión minimizada a buenos muy buenos, malas muy malas, cuando realmente habría que pensar en quien es la verdadera víctima en medio de este litigio. Como mujer, y como psicóloga considero que el bienestar psicofísico de un niño o un infante depende primordialmente del ambiente y entorno en el que está inmerso, y del acompañamiento parental. Nada justifica que se tome a un hijo como botín de guerra, pero además nada justifica la mentira y la violencia por la que estos niños pasan a diario, ya sea familiar, institucional o socialmente. En este punto, Borrando a Papá parte de un debate que podría haber sido mucho más interesante y rico, si se apelara a la pluralidad de voces, y no sólo al discurso -real o armado- del padre. Ni hablar de los abogados que emiten opinión, y consideran que cualquier mujer que no abale esta visión es una feminazi. Es lamentable que en el momento socio histórico que la sociedad atraviesa, en la que los modelos y convenciones de lo que debe ser una familia están en constante cambio, surjan visiones tan sesgadas y cerradas, sobre todo cuando una de las realizadores detrás de este documental (Ginger Gentile) viene de hacer otro como Mujeres Con Pelotas, donde si se privilegiaba una visión más amplia de las posturas y diferentes opiniones. Por Marianela Santillán
Falaz En mayo, mediante su productora San Telmo producciones, Gabriel Balanovsky había estrenado Mujeres con pelotas, un documental que retrata el trabajo de Mónica Santino al frente de los grupos de fútbol femenino de Las aliadas, en la Villa 31 y el Centro de la Mujer en Vicente López. En la crítica publicada en FANCINEMA el 8 de mayo, la cual puede leerse acá, Rodrigo Seijas señalaba lo irreprochable del trabajo de Santino pero también la ineptitud de los realizadores para sostener desde la forma, la bandera del documental sobre la lucha contra discriminación de género. Al final de su nota Borrando la violencia de género, publicada en Página/12 el 16 septiembre, Luciana Peker escribe: “el primer film de Gabriel Balanovsky fue Mujeres con pelotas, en donde retrata el excelente trabajo de Mónica Santino al frente de los grupos de fútbol femenino de Las aliadas, en la Villa 31 y el Centro de la Mujer en Vicente López. Balanovsky no tuvo el tacto o el tiempo (en seis años) de contarle a Mónica -desde 2008, cuando la conoció- que la película iba a formar parte de una saga ideológica en base a su concepto de discriminación de género, en donde los agresores serían colocados como discriminados”. Es interesante ver cómo este párrafo de la buena nota de Peker complementa los argumentos que Rodrigo había esgrimido en contra de Mujeres con pelotas sin saber siquiera de la existencia de Borrando a papá. Sin duda estamos ante una saga ideológica basada en prejuicios que, sobre todo en este documental, se muestran más insidiosos que nunca. Borrando a papá es un film vergonzoso en varios niveles. Ya señalamos en principio los problemas con la visión de la violencia de género que plantea, pero además podemos agregar la torpe y obvia manipulación que hacen de los testimonios y el material que utilizan para la estructura del film mediante el montaje que, por momentos, hace acordar a los peores informes de algún programa de Diego Gvirtz o a Bendita TV. Y ni hablar del cinismo mediante el cual va construyendo su discurso que pretende convertir en víctimas a quienes por lo menos estadísticamente casi nunca lo son. También podemos hablar del uso del recurso, cuanto menos cuestionable, de la cámara oculta que siempre deja indefenso al que está siendo engañado, y a poner en situación a los padres-víctimas que siempre hablan a punto de quebrarse y llorar con una sobreactuación ridícula. No habría problemas con Borrando a papá si, por ejemplo, sus realizadores se hubieran limitado a profundizar en los casos donde por desidia, burocracia o la simple mirada parcial de los responsables, algunos padres se hayan visto injustamente alejados de sus hijos. Sin embargo, así como está planteado, con verdades a medias, con la manipulación de los testimonios, y sobre todo la ridiculización de las pocas voces que aparecen en pantalla en contra de la tesis del documental, lo que Borrando a papá denuncia es inevitablemente falaz.
A veces con buenas intenciones no alcanza. El propósito de "Borrando a papá" es claro, denunciar algo que pareciera oculto para gran parte de la sociedad. La idea es clara, cuando se habla de violencia de género, inmediatamente se lo emparenta a hombres que maltratan a mujeres, mayoritariamente a sus parejas. Del otro lado, también suceden casos, pero se los invisibiliza, ya sea porque el hombre siente vergüenza de hacer una denuncia, ya sea por una protección judicial que pareciera tener la mujer. Hablamos de protección judicial porque la violencia no necesariamente tiene que ser física, puede desarrollarse en un acto, en una actitud, el más claro, el que acata a la tenencia de los hijos durante una separación y divorcio; ese es el foco de "Borrando a papá". Las directoras Ginger Gentile ("Mujeres con Pelotas") y Sandra Fernández Ferreyra plantean un documental de estructura básica, testimonios, casos particulares, y voces de especialistas. Hay hombres que cuentan sus casos, hablan de sí, de su familia, de su mujer, y de sus hijos. Los especialistas dan algo de marco teórico y explicativo. Por otro lado, se utiliza un recurso que es meramente televisivo, la utilización de cámaras ocultas para que el espectador vea por sí mismo el sufrimiento por el que pasan estos hombres, momento en el que también podremos ver a las mujeres, pero claro, bajo la mirada de los hombres. El problema mayor con "Borrando a papá" radica justamente ahí, no hay objetividad en él, todo apunta a una victimización del hombre, no hay voces del otro lado, o matices, y por el contrario, hay una necesidad de subrayar todo, lo cual resta algo de empatía. Su estructura de documental televisivo testimonial sumado al recurso de cámara oculta lo asemeja a aquellos programas de la tarde en el cual las personas exponen sus dolores frente a un conductor que oye compungido. No hay un hilo que hilvane los testimonios más allá del hecho de que los hombres pasen todos por situaciones similares. Sí, es probable que sea un documental que exponga verdades, eso es innegable, su denuncia es cierta, así como es cierto que son testimonios que rara vez se escuchan. Ese es su mayor mérito, dar una voz diferente a la que se oye siempre. Pero en esa búsqueda de “la otra voz” recae en los mismos problemas que cuestiona, e invisibiliza al otro polo. A veces con las buenas intenciones no alcanza, y "Borrando a papá" se sigue con interés y tiene aportes valiosos, pero falla en su construcción de un relato cinematográfico, quizás la visión en otro ámbito sea más adecuada.
Una mirada distinta de los conflictos familiares donde son los hombres los que no pueden ver a sus hijos porque son rehenes de disputas con sus exesposas. Testimonios, una polémica antes del estreno, opiniones encontradas, injusticias.
En nombre de los padres Un documental del calibre de Borrando a papá inevitablemente acarrea polémicas y controversias, pero es un trabajo testimonial que, además de abordar una temática muy sensible para la sociedad, posee velados intereses creados detrás. Tuvo que intervenir el propio Incaa para que el film finalmente se dé a conocer, ya que sectores avalados por un sistema judicial engorroso mantenían el estreno sin fecha. Hasta la Presidenta de la Nación manifestó su preocupación por el tema, respaldando esta lucha, que tiene que ver con una infancia postergada, aquella que no puede gozar de sus derechos al vínculo tanto maternal como paternal. Borrando a papá se ocupa específicamente de los casos comprendidos en la última acepción, padres que se ven impedidos de tener contacto con sus hijos, generalmente tras divorcios conflictivos, en los que en la mayoría de los casos la madre acusa falsamente al hombre de ser un sujeto peligroso y se arroga el derecho de decidir al respecto, amparada por leyes de discutible vigencia y de dudosa intransigencia. El documental de Ginger Gentile y Sandra Fernández Ferreira, además de ser ágil y contundente, aborda con lucidez una problemática que discrimina, estigmatiza y castiga al género masculino como una amenaza, mientras que a la vez denuncia oscuros negociados que giran alrededor de estos procedimientos tanto en la Argentina como en otros países del mundo, con precisas y conmovedoras evidencias audiovisuales. Por supuesto que ni el film ni este comentario pretenden justificar al hombre violento, pero como diría el entrañable Panigassi, “una cosa es una cosa y…”.
Una vindicación de los padres excluidos El primer documental de Ginger Gentile y Sandra Fernández Ferreira, "Mujeres con pelotas", sobre fútbol femenino y discriminación por género, gozó de amplio apoyo femenino. Pero su segundo documental sobre discriminación por género, "Borrando a papá", fue tempranamente atacado por grupos feministas, amén de alguna funcionaria pública y abogadas especialistas en pleitos de divorcio, que quisieron impedir su estreno. Previsto para el 28 de agosto en la sala grande del Gaumont, el Incaa le terminó asignando ahora las salitas del Artecinema de Constitución y Altos Hornos Zapla, de Palpalá, Jujuy. ¿A qué se debe esa inquina? Sencillamente, a que expone el drama de muchos padres separados que no pueden ver a sus hijos, debido a prejuicios sexistas de jueces, asesores y legisladores que favorecen a las madres, en algunos casos contra toda evidencia. Peor aún, expone el pensamiento terminante de varias señoras encargadas de organismos de protección familiar, que confesamente aplican la máxima "al enemigo, ni justicia". El padre es culpable hasta que demuestre su inocencia, dice a cámara, muy suelta de cuerpo, una psicóloga mediática, formadora de opinión. La denuncia se amplía a juzgados y comisarías que se desentienden del caso cuando alguna madre ignora la orden judicial de visita paterna o encuentro de reconciliación. Hacia el final surgen cuatro detalles muy interesantes: La declaración de Erin Pizzey, creadora del primer refugio para esposas golpeadas en Inglaterra: "De las primeras 100 mujeres que fueron al refugio, 62 eran tan violentas como sus maridos". Sin embargo, también allá la ley favorece a los sectores feministas. "Debe entenderse que ésta es una industria millonaria. Y las mujeres que la controlan no van a tolerar ninguna evidencia que afecte su financiamiento a través del Tesoro Público". La aparición de grupos de padres y abuelos que reclaman ver regularmente a sus hijos, acá (Apadeshi, Afamse, Padres del Obelisco) y en Inglaterra, Francia, Brasil, EE.UU., Italia y España. "Los padres no somos delincuentes ni cajeros automáticos", dice una pancarta madrileña. La aprobación de la ley de tenencia compartida en Chile, en agosto del año pasado, llamada Ley Amor de Papá, bajo impulso de la senadora demócrata cristiana Soledad Alvear Valenzuela. Y, en los créditos finales, la amplia mayoría de jóvenes mujeres que componen el equipo de realización de esta película. Sobre ellas arriesga caer ahora la acusación de machistas o mercenarias.
Parece ser que "Borrando a Papá" incomodó a algunos sectores de la sociedad. Parece ser que fue prohibida, que tiene algunos "detractores" pero eso no creo que sea lo saliente de este trabajo. Creo que lo saliente es que se pueda ver por primera vez un documental donde sean escuchadas las voces de padres que han sido separados del vínculo con sus hijos. Seguramente esto despertó cierto escozor en algunas estructuras que pretenden seguir dividiendo en bueno/malo, verdad/mentira, victima/victimario y que no pueden incluir en su mirada, otras, más amorosas y más integradoras que se imponen con sólo mirar un poquito la realidad de padres que quieren, sencillamente, ser padres. Obviamente nada es blanco sobre negro y así como existimos padres que ejercemos activamente nuestro rol, hay casos en los que la madre ha quedado completamente desprotegida ante un padre ausente y se tiene que ocupar de ser el papá y la mamá de esos hijos "abandonados" por su padre. Pero esos casos son los que habitualmente se conocen y sobre los que ya hay mucho material. Lo que me parece novedoso de "Borrando a Papá" es poder darle la contracara, la otra mirada al tema que tiene una difusión casi nula, pero existe y muchísimo más de lo que la gente cree. Nuestra justicia, lamentablemente, apoya tanto a aquellos padres que se "borran" y no hacen ni un llamado, ni brindan contención, ni se interesan del cotidiano de sus hijos, ni dan la ayuda económica que corresponde, porque para el incumplimiento de esos deberes no hay castigo alguno. Pero también apaña, y no lo admite, a algunas madres que parecen sentirse "molestas" por un padre que quiere ejercer activamente su paternidad, criar a los hijos, participar de sus actividades y pararse con la mamá de igual a igual en el ámbito de la crianza. Esas madres encuentran hoy, un sistema judicial endeble que es la enorme herramienta con la que cuentan para quebrar, con una simple denuncia a un papá y separarlo violentamente del vínculo con sus hijos. Me he tomado el trabajo de leer críticas, blogs, posturas en columnas de opinión como la de la Lic. Liliana Hendel que tilda al documental de manipulador de información cuando ella misma brinda su testimonio para marcar que "el hombre es culpable... es el hombre el que tiene que demostrar su inocencia". Este es el eje central más interesante del documental. Borrar de una vez por todas la mirada a la que lleva el automatismo de la normativa en donde hay una idea preconcebida de que la mujer es más idónea para criar a sus hijos y darles amor. Y esa misma mirada contrapone que el varón que quiera ejercer la tenencia o luchar por sus hijos no sólo deberá demostrar su propia idoneidad sino que se le impone la doble tarea de atacar a la idoneidad de la madre. Con la mirada de abogados penalistas, el director de Asistencia a la Victima del INADI, psicólogos, investigadores y otros profesionales se va formando la voz de todos aquellos padres que han sido privados de la libertad de poder establecer contacto con sus hijos naturalmente. Obviamente atentan contra esto diversos medios que sostienen que el documental recorta información, muestra sólo lo que quiere, está producido con un fin corporativo y que los testimonios están claramente sesgados. A quienes no hayan tenido que pasar por esto en forma personal y sufrir el flagelo de estar en Tribunales yendo y viniendo, viéndose inmerso en el sistema judicial argentino porque sencillamente una persona un día decide intencionalmente hacer una DENUNCIA, SIN NINGUN TIPO DE PRUEBAS, quizás crea que hay cierta tendenciosidad en el documental. Los que sabemos que a partir de ese acto y sin verificar absolutamente nada de los dichos, se dejan correr medidas cautelares que serán levantadas pero sólo con el correr de los meses que se hacen eternos, sabemos que esto es posible y esa voz debe ser escuchada. Sería hora de que podamos echar una mirada crítica a la situación y aceptar que así las cosas, el sistema ampara a aquellos casos de mujeres que utilizan a sus hijos para "saldar cuentas pendientes" con ex parejas, o que sencillamente una vez disuelta la pareja se creen las dueñas de ellos. Con que sólo alguien tome conciencia de esto, seguramente el documental ya habrá cumplido su objetivo. Como obra cinematográfica pueden objetarse algunos problemas en la fluidez de la narración, un estilo demasiado televisivo, una factura técnica que podría haberse mejorado, pero claramente no es este documental de los que tienen como premisa ganar premios en festivales sino que es un trabajo apuntado a mostrar un problema actual que necesita resolución en el más corto plazo.
Los hijos sin la figura paterna Es un documental que a través de las historias de seis padres, muestra la serie de problemas que se le presenta al mencionado grupo y que les impiden la frecuentación de los hijos habidos de su unión, luego de su separación legal. A través de testimonios de abogados, padres y distintas organizaciones, la película trata de demostrar que existe una infraestructura que hace permisible la existencia de barreras entre padres e hijos en situaciones como los divorcios problemáticos, durante los cuales, se presenta la figura parental como peligrosa para el niño. "Borrando a papá" intenta demostrar que la obstaculización parental jurídica es parte de una estructura que trata de prolongar la situación de conflicto y mantener familias judicializadas por intereses de diferente tipo, como es una teoría específica de quien fuera considerado una autoridad en violencia y abuso familiar. Los directores se refieren al psicólogo Jorge Corsi, condenado por pedófilo. El filme ha tenido problemas para su exhibición por parte de distintas organizaciones que según sus argumentos, confunde las problemáticas de separación con el maltrato de padres abusadores. La película interesa por visibilizar distintos problemas relacionados con padres e hijos perjudicados por su distanciamiento filial, pero así como presenta padres en problemas que denuncian su situación, hubiera sido interesante que las parejas de estos padres brindaran también su testimonio y dieran al espectador una posibilidad de analizar más profundamente el caso. "Borrando..." se manifiesta contra conceptos emitidos por organismos de defensa de políticas de género, que habrían sido algunos de los obstáculos para estrenar este filme según sus directoras. El documental abunda en testimonios de organizaciones, padres separados de sus hijos, abogados involucrados y testimonios que se muestran en noticieros. La visibilizacion del problema es interesante como motor de algún tipo de investigación posterior. El conocimiento de las distintas caras del problema a través de los sujetos involucrados (padres y madres de los niños) enriquecerá la búsqueda de un mejor abordaje a los problemas.